La Jornada domingo 28 de marzo de 1999

 Guillermo Almeyra
Hitler, Washington y la OTAN

 A espaldas de Naciones Unidas, en violación total de todos los tratados y de la legislación internacional y sin siquiera recurrir al Consejo de Seguridad, donde tiene absoluto predominio pero donde su agresión podía ser vetada por Rusia y China, Estados Unidos ha utilizado a sus marionetas de la OTAN para bombardear Yugoslavia. A costa de la población yugoslava, de cientos de miles de mujeres, ancianos y niños condenados al sufrimiento, al hambre, al terror y la muerte, como en el caso de Irak, Washington está persiguiendo cínicamente varios y urgentes objetivos que muy poco tienen que ver con los motivos declarados de su acción bélica. Su hipocresía, y la de sus sirvientes europeos, no tiene límites.

Estados Unidos no combate en efecto contra el gobierno de Slobodan Milosevic, sino contra el pueblo serbio; no reduce la agresividad del nacionalismo gran serbio, sino que lo fomenta al obligar al pueblo yugoslavo a respaldar a Milosevic y al hacerle sentir la agresión de la OTAN como una gran conspiración colonizadora; no defiende a la población inerme de Kosovo y la Metohija, sino que la expone a una matanza, pues una vez en guerra Serbia considerará traición a la patria y reprimirá terriblemente toda oposición en la zona; no defiende la autonomía de los clanes albanófonos de Kosovo, sino que lleva a esa región de Serbia a una guerra civil al apoyar el terrorismo gran albanés contra las mino-rías (sobre todo la serbia); cierra toda perspectiva de solución política al problema por parte de los kosovenses que no quieren el derramamiento de sangre y por parte de los yugoslavos que se oponen a la brutalidad y al nacionalismo estrecho de Milosevic, que están a favor de reconocer la autonomía que Kosovo tuvo en tiempos de Tito y quieren la paz (los primeros aparecerán así hoy como colaboracionistas con los serbios, y los segundos como agentes del extranjero que le hace la guerra a Yugoslavia).

Estados Unidos no construye tampoco "una Europa libre, pacífica y estable", como dice Bill Clinton el bombardeador, sino que prepara una nueva guerra de los Balcanes, a la que se verán arrastrados, de una o de otra forma, los países limítrofes con Yugoslavia y, en particular, Rusia y Grecia, que no pueden dejar que Washington ponga de rodillas a Belgrado; no ataca en nombre de la libertad (basta recordar los dictadores que Washington ha apoyado y apoya, su respaldo al genocidio turco contra los kurdos y al gobierno de Israel), sino en nombre de su hegemonía en Europa, que pretende mantener como sierva y dividir.

No es casual si los aviones que bombardean Yugoslavia salen de bases como la de Aviano, en Italia, de donde salió el piloto declarado inocente por un tribunal militar estadunidense en Estados Unidos en el caso del asesinato de decenas de excursionistas en un funicular en Cermis, tratando a Italia como colonia. Tampoco es casual que soldados alemanes vuelvan a matar yugoslavos medio siglo después de la agresión hitleriana contra Serbia.

Adolfo Hitler está vivo en el concepto de Clinton y de sus siervos de la OTAN, de que ellos son la justicia porque son superiores y que los pueblos viles pueden y deben ser castigados a cualquier costo por su independencia o por no sacarse de encima gobiernos que la Casa Blanca no tolera. El racismo, la negación del derecho de autodeterminación de los pueblos aparecen una y otra vez en los casos de Libia, de Irak, de Cuba, de Yugoslavia. El desprecio por la opinión democrática nacional e internacional lo hacen en la declaración unilateral de guerra y el bombardeo sin previa consulta al pueblo estadunidense o a la misma ONU o a los gobiernos de sus aliados, que son colocados ante el fait accompli, el hecho consumado y una vez más humillados.

Al hacer de Turquía su punto de apoyo en el Mediterráneo oriental y en los Balcanes (a pesar de la matanza de kurdos), Washington intenta someter el nacionalismo serbio y griego y provocará un conflicto entre Ankara y Atenas. Al humillar a Rusia, reforzará el nacionalismo de las fuerzas armadas rusas, que darán armas a Belgrado aunque no lo puedan apoyar, y crea así graves tensiones económicas y políticas en Europa oriental. Al crear un Vietnam en potencia en el vientre blando de Europa, la siempre conflictiva península de los Balcanes donde se originaron dos guerras mundiales, Washington intenta dividir a Francia de Alemania y someter mucho más a sus siervos de Madrid, a Italia, a los países de la Unión Europea, para impedir la unificación política del viejo continente que disputaría la hegemonía estadunidense a nivel mundial.

Como sabe que la unificación del capital financiero no suprime los estados y la debilidad de los mismos ante la potencia del primero así como su temor a sus pueblos respectivos, mete cuñas entre los estados para impedir su unidad precisamente cuando Europa estaba pensando en dejar de depender de la OTAN para crear su propia seguridad y pensaba en arrastrar hacia ese proceso a los países del este (a los que el bombardeo a una nación eslava deja nuevamente bajo la hipoteca rusa), Washington utiliza sirvientes como José María Aznar o como el socialista Javier Solana para hacer su trabajo sucio, racista, pero detrás del bombardeo a Belgrado está el intento de mantener sometidos y en orden dispersos a los gobiernos europeos y de utilizarlos como jauría cuando el amo decide cazar su presa de turno.

Hitler también tenía aliados como Mussolini, el croata Pavelic, el almirante húngaro Horthy o la Guardia de Hierro rumana. En pocos años, los pueblos los barrieron a todos. El bien de los kosovenses y de los serbios exige que ellos mismos puedan resolver sus problemas y se saquen de encima a los terroristas y los Milosevic y escapen al nacionalismo racista de la limpieza étnica. La protesta de los gobiernos y de los pueblos de todo el mundo debe alzarse ante esta nueva y cruel agresión imperial que prepara nuevas y peores guerras en Europa y un conflicto largo y cruento en todo lo que fue la ex Yugoslavia. Deben hacerlo no sólo, como plantea el papa Juan Pablo II, por motivos éticos, sino sobre todo por la necesidad de salvar la legalidad internacional y de frenar una aventura cuyo desenlace es imprevisible.

 

galmeyra@jornada.com.mx