10 de junio de 1999
El acuerdo de paz de Kosovo
Por Noam Chomsky
Traducido por Rebelión
El día 24 de marzo las
fuerzas aéreas de la OTAN, lideradas por Estados Unidos, comenzaron
a atacar la República Federal de Yugoslavia (Serbia y Montenegro)
y el territorio de Kosovo, que la OTAN considera una provincia de Serbia.
El día 3 de junio, la OTAN y Serbia alcanzaron un acuerdo de paz.
EEUU declaró que había vencido, después de haber concluido
con éxito "un esfuerzo de diez semanas para obligar al señor
Milosevic a rendirse", tal y como lo definía Blaine
Harden en el New York Times; ya no sería necesario utilizar fuerzas
terrestres para "limpiar Serbia", como había recomendado el propio
Harden en una crónica titulada "Cómo limpiar Serbia". La
recomendación resultaba natural en el contexto de la historia estadounidense,
dominada por las limpiezas étnicas desde su origen hasta la actualidad,
y cuyos logros se celebran en los nombres que se han dado a los helicópteros
militares de ataque y a otras armas de destrucción. Sin embargo,
se impone una puntualización; el término "limpieza étnica"
no es realmente apropiado: las operaciones de limpieza de Estados
Unidos han sido indiscriminadas;
Indochina y Centroamérica son dos ejemplos
recientes.
Aunque ha declarado la victoria,
Washington aún no ha declarado la paz: los
bombardeos continuarán
hasta que la victoria determine que se ha impuesto su
interpretación del acuerdo
de Kosovo. Los bombardeos se presentaron desde el
principio como una cuestión
de importancia cósmica, una prueba de un "nuevo
humanismo", en el que los "estados
ilustrados" (como decía la revista Foreign
Affairs) abrirían una
nueva época de la historia de la humanidad dirigidos por
"un nuevo internacionalismo en
el que no se volverá a tolerar la brutal
represión de grupos étnicos
enteros" (Tony Blair). Los estados ilustrados son
Estados Unidos y su socio británico,
y tal vez también otros que se alisten en
sus cruzadas por la justicia.
Al parecer, la categoría
de "estados ilustrados" se alcanza por definición. No
he visto ningún intento
por proporcionar pruebas o argumentos que lo
justifiquen, y ciertamente no
se encuentran en la historia de los países
mencionados. Pero eso resulta
completamente irrelevante, en cualquier caso,
gracias a la familiar doctrina
del "cambio de rumbo" a la que se acogen
habitualmente las instituciones
ideológicas para relegar el pasado al lugar
más recóndito y
profundo de la memoria, con intención de impedir la amenaza de que
alguien pueda realizar las preguntas
más obvias: dado que ni las estructuras
institucionales ni la distribución
del poder han cambiado esencialmente, ¿cómo
cabe esperar un cambio radical
de política, o cualquier tipo de cambio, al
margen de simples ajustes tácticos?
Pero esas cuestiones no están
en el orden del día. Cuando se anunció el
acuerdo, el analista internacional
Thomas Friedman explicaba en el New York
Times que "el problema de Kosovo
ha consistido, desde el principio, en cómo
debemos reaccionar cuando ocurren
cosas malas en lugares poco importantes".
Acto seguido procedía
a alabar a los estados ilustrados por insistir en el
principio moral de que "una vez
que comenzaron los desalojos de refugiados,
hacer caso omiso de Kosovo habría
sido un error (...) además, utilizar una
enorme guerra aérea para
atacar un objetivo limitado era lo único que tenía
sentido".
Semejante preocupación
por los "desalojos de refugiados" implica un problema
menor, porque no pudieron ser
el motivo de la "enorme guerra aérea". El Alto
Comisionado de Naciones Unidas
para los Refugiados informó de los primeros
refugiados fuera de Kosovo el
día 27 de marzo (4000), tres días después de que
comenzaran los bombardeos. La
suma se incrementó y el día 4 de junio se tenía
constancia de un total de 670.000
refugiados en los países vecinos (Albania y
Macedonia), además de
los 70.000 que se estima que se encuentran en Montenegro
(es decir, dentro de la República
Federal Yugoslava) y los 75.000 refugiados
más que se han dirigido
a otros países. Los datos, que por desgracia son
demasiado familiares, no incluyen
a los desplazados internos de Kosovo; las
cifras se desconocen, pero la
OTAN calcula que fueron entre 200.000 y 300.000
en el año anterior a que
comenzaran los bombardeos, cifra es muy superior
desde entonces.
Es indiscutible que la "enorme
guerra aérea" precipitó un aumento radical
de la limpieza étnica
y de otras atrocidades; es un hecho que ha sido probado más
allá de cualquier duda
por los periodistas que se encontraban en Kosovo y en
los análisis retrospectivos
en la prensa. Esa situación se da igualmente en
los dos documentos más
importantes que pretendían justificar los bombardeos como
una reacción a la crisis
humana de Kosovo. El más largo, proporcionado por el
Departamento de Estado en mayo,
se titulaba muy adecuadamente "Borrar la
historia: limpieza étnica
en Kosovo"; el segundo es el procedimiento contra Milosevic y
asociados iniciado por el Tribunal
Internacional para los Crímenes de
Guerra en Yugoslavia después
de que Estados Unidos y Gran Bretaña "facilitaran el camino
para iniciar un proceso asombrosamente
rápido al proporcionar a Arbour (la
fiscal Louise Arbour) acceso
a los informes de los servicios de espionaje y a
otros datos que le habían
negado los gobiernos occidentales durante mucho
tiempo", según informaba
el New York Times, que dedicó dos páginas enteras
a la acusación. En ambos
documentos se mantiene que las atrocidades comenzaron "el
día uno de enero o alrededor
de esa fecha"; sin embargo, la detallada
cronología de los dos
documentos revela que las atrocidades continuaron al
ritmo que habían mantenido
hasta entonces hasta que se incrementaron
drásticamente a partir
de los bombardeos. Es evidente que eso no fue ninguna
sorpresa. El comandante general
Wesley Clark definió las consecuencias en
cierta ocasión como "totalmente
previsibles"; pero era una exageración, por
supuesto: no hay nada tan previsible
cuando de cuestiones humanas se trata,
aunque en la actualidad se dispone
de gran cantidad de pruebas que indican que
eran conscientes de las consecuencias,
por razones que se comprendían
perfectamente sin tener que acceder
a los servicios secretos.
Robert Hayden, director del Centro
de Estudios para Rusia y Europa del
Este, de la universidad de Pittsburgh,
ofreció un pequeño resumen de los efectos de la
"enorme guerra aérea":
"las bajas de civiles serbios en los tres primeros
meses de guerra son más
altas que todas las bajas producidas en ambos bandos en
Kosovo durante los tres meses
que llevaron a esta guerra, y sin embargo, se
suponía que esos tres
meses habían sido una catástrofe humana". Es cierto;
esas consecuencias en particular
no cuentan en el contexto de una histeria
chovinista desatada para demonizar
a los serbios, histeria que alcanzó su
punto más alto y enigmático
cuando se comenzó a bombardear objetivos civiles de
forma abierta: a pesar de ello,
se defendían los bombardeos con más fervor.
El mismo día, y por casualidad,
el Times daba una respuesta algo más verosímil
a la retórica pregunta
de Friedman en una crónica de Stephen Kinzer,
firmada en Ankara. El periodista
decía que "el más conocido defensor turco de los
derechos humanos ha sido encarcelado"
para cumplir sentencia por haber "instado al
estado a que alcance un acuerdo
pacífico con los rebeldes kurdos".
Unos días antes, Kinzer
había insinuado que había algo más en la historia:
"Algunos [kurdos] dicen que han
sido oprimidos por la dominación turca,
pero el gobierno turco insiste
en que gozan de los mismos derechos que el resto de los
ciudadanos". Cabe preguntarse
si eso hace justicia a una de las operaciones de
limpieza étnica más
extremas de mediados de la década de 1990, con decenas de
miles de muertos, 3500 pueblos
destruidos, entre dos millones y medio y tres
millones de refugiados, y atrocidades
horrendas que son perfectamente
comparables a las atrocidades
de los enemigos escogidos que aparecen día tras
día en las portadas de
los periódicos, y que pasan desapercibidas a pesar de
que las organizaciones de derechos
humanos más importantes han informado de
ellas detalladamente. Esos logros
se han conseguido gracias al masivo apoyo
militar de Estados Unidos, que
Clinton incrementó cuando las atrocidades
alcanzaron su punto más
alto, y que incluye aviones de combate,
helicópteros de ataque,
equipos de contrainsurgencia y otros instrumentos de terror y
destrucción, así
como entrenamiento y formación en servicios de inteligencia
para algunos de los peores asesinos.
Cabe recordar que dichos crímenes
se han estado cometiendo en el seno de la
propia OTAN, durante la década
de 1990, y bajo la jurisdicción del Consejo de
Europa y del Tribunal Europeo
de Derechos Humanos, que sigue emitiendo
dictámenes contra Turquía
por sus atrocidades, apoyadas por Estados Unidos.
Losparticipantes y comentaristas
hicieron gala de una enorme disciplina al
"pasarlos por alto" durante la
celebración del 50 aniversario de la OTAN, en
abril. Una disciplina que resultó
particularmente impresionante dado que la
celebración fue ensombrecida
por lúgubres preocupaciones por la limpieza
étnica provocada por enemigos
creados oficial y artificialmente, no por estados
ilustrados dedicados a su tradicional
misión de llevar justicia y libertad a
los oprimidos del mundo y a defender
los derechos humanos, mediante la fuerza
si es necesario, bajo los principios
del "Nuevo Humanismo".
Es evidente que dichos crímenes
son la única prueba de la respuesta que han
dado los estados ilustrados a
la profunda cuestión de " cómo debemos
reaccionar cuando ocurren cosas
malas en lugares poco importantes". Debemos intervenir
para aumentar las atrocidades,
no "apartar la mirada" bajo una "doble moral",
típico subterfugio que
utilizan los sectores marginales de forma poco educada.
Sucede que ésa también
es la misión que se ha llevado a cabo en Kosovo,
como hademostrado claramente
el curso de los acontecimientos; sin embargo, no es la
visión que ha reflejado
el prisma de la ideología y de la doctrina, que no
tolera de buena gana que se observe
que la "enorme guerra aérea" habría
provocado que un año de
atrocidades que se encontraban en una escala muy
similar a las producidas en Colombia
durante la década de 1990 (con el
apoyo deEstados Unidos), diera
paso a un nivel tan alto de atrocidades como las
cometidas en el seno de la propia
OTAN y de Europa en la misma década si
hubieran continuado los bombardeos.
Las órdenes de marcha de
Estados Unidos son, sin embargo, las de costumbre:
Concentrarse de forma absoluta
en los delitos del enemigo oficial actual y no
permitir ninguna distracción
provocada por delitos comparables o aún peores a
los que se podría poner
fin, o que se podrían mitigar fácilmente, si el papel
crucial de los estados ilustrados
no consistiera en perpetuarlos o aumentarlos
cuando los intereses del poder
así lo dictan. Obedezcamos las órdenes,
entonces, y sigamos hacia Kosovo.
Una investigación mínimamente
seria del acuerdo de Kosovo debería revisar las
opciones diplomáticas
que existían el 23 de marzo, el día antes de que se
iniciara la "enorme guerra aérea",
y compararlas con el acuerdo alcanzado por
la OTAN y por Serbia el 3 de
junio. En este punto existen dos versiones: (1)
los hechos; y (2), los cuentos
para niños, es decir, la versión de Estados
Unidos y de la OTAN que ocupa
todos los comentarios e informaciones
periodísticas de los estados
ilustrados. Cualquier mirada, por precipitada que
sea, revela que los hechos y
las fabulaciones difieren drásticamente. Así, el
New York Times presentaba el
texto del acuerdo con el siguiente titular: "Dos
planes de paz: en qué
se diferencian". Los dos planes son el acuerdo de
Rambouillet (provisional) que
se presentó a Serbia a modo de ultimatum, modelo
"acéptalo o te bombardeamos",
el día 23 de marzo, y el acuerdo de paz de
Kosovo del 3 de junio. Pero en
el mundo real hay tres "planes de paz", dos de los
cuales se encontraban sobre la
mesa el día 23 de marzo: el acuerdo de
Rambouillet y las resoluciones,
en respuesta a dicho acuerdo, de la Asamblea
Nacional serbia.
Comencemos con los dos planes
de paz del 23 de marzo y preguntémonos en qué
diferían y qué
puntos tenían en común con el acuerdo de paz de Kosovo, del
día
3 de junio, y volvamos la mirada
después hacia lo que razonablemente cabría
esperar si rompiéramos
las normas y prestáramos atención a los (múltiples)
precedentes.
En el acuerdo de Rambouillet se
exigía que la OTAN realizara una ocupación
militar completa de Kosovo, que
tuviera el control político de la región, y
que pudiera ocupar militarmente
el resto de Yugoslavia a su antojo. Según el
acuerdo, la OTAN "constituirá
y dirigirá una fuerza militar" (KFOR) que "la
OTAN establecerá y desplegará"
dentro y alrededor de Kosovo, "operando bajo la
autoridad del Consejo del Atlántico
Norte (NAC), y sujeta a su dirección y
control políticos a través
de la cadena de mando de la OTAN"; "el oficial al
mando del KFOR es la autoridad
final en todo lo relativo a la
interpretación de este
capítulo [desarrollo del acuerdo], y sus interpretaciones serán
de
obligado cumplimiento para todas
las partes y personas" (cuyo cargo sea
irrelevante). Todas las fuerzas
armadas yugoslavas y la policía del ministerio
del interior debían dirigirse,
en un breve plazo de tiempo, a "los
acantonamientos aprobados", para
retirarse después a Serbia, con excepción de
pequeñas unidades asignadas
a tareas de vigilancia fronteriza con armamento
limitado (todo ello, especificado
detalladamente). Dichas unidades debían
limitarse a defender las fronteras
de posibles ataques y a "controlar el
tráfico fronterizo ilegal",
y no podían desplazarse por Kosovo salvo para
realizar sus funciones.
"Tres años después
de la entrada en vigor de este acuerdo, se convocará una
reunión internacional
que determine los mecanismos necesarios para establecer
un acuerdo final para Kosovo".
Este párrafo se ha interpretado habitualmente
como una vía para organizar
un referéndum sobre la independencia de Kosovo,
aunque no se mencione de forma
explícita.
En lo relativo al resto de Yugoslavia,
los términos de la ocupación se
encuentran detallados en el Apéndice
B: Estatuto de la Fuerza de Ejecución
Militar Multinacional. El párrafo
más importante dice así: "8. El personal de
la OTAN, así como sus
vehículos, enseres, aviones y equipo, podrán transitar
libremente y sin restricción
de ninguna clase por la República Federal de
Yugoslavia y por su espacio aéreo
y aguas territoriales. Esto incluirá, aunque
no se limite a ello, el derecho
de vivac, las maniobras, el alojamiento y la
utilización de cualquier
zona o instalación que se necesite para tareas de
apoyo, entrenamiento y operaciones".
En el resto se habla de las condiciones
que conceden libertad de actuación
a las fuerzas de la OTAN y a sus empleados
en todo el territorio de la República
Federal de Yugoslavia, sin necesidad de
cumplir las leyes del país
ni depender de la jurisdicción de sus autoridades,
que sin embargo, deben obedecer
las órdenes de la OTAN "de forma prioritaria y
con todos los medios apropiados".
En una de las cláusulas se dice que "todo el
personal de la OTAN respetará
las leyes vigentes en la RFY...", pero con una
puntualización previa
que la vacía de contenido: "Sin perjuicio de su
inmunidad y privilegios, establecidos
en este Apéndice, todo el personal de la OTAN..."
Se ha barajado la posibilidad
de que el acuerdo se redactara de ese modo para
impedir que lo aceptaran. Puede
que sea cierto. Resulta difícil de creer que
algún país considerara
siquiera esos términos, excepto como rendición
incondicional.
En el amplio seguimiento informativo
de la guerra se encuentran muy pocas
referencias al acuerdo de Rambouillet
en las que se mencionen, aunque sea de
pasada, las frases del crucial
artículo del Apéndice B que acabo de citar; no
obstante, sí se informó
de dicho apéndice cuando perdió toda relevancia. El 5
de junio, después de que
se llegara al acuerdo el día 3, el New York Times
informaba de que, en al anexo
al acuerdo de Rambouillet, "una fuerza
militar de la OTAN tendría
permiso total para moverse libremente por el territorio de
Yugoslavia, y con inmunidad ante
cualquier proceso legal". Evidentemente, y en
ausencia de cualquier explicación
clara y repetida sobre las condiciones
básicas de dicho acuerdo
(el "proceso de paz" oficial), la opinión pública no
ha podido entender lo que estaba
ocurriendo, ni valorar la exactitud de la
versión preferente del
acuerdo de Kosovo.
El segundo plan de paz lo presentó
la Asamblea Nacional Serbia, en forma de
resoluciones, el día 23
de marzo. La Asamblea rechazó la exigencia de una
ocupación militar de la
OTAN, y pidió a la OSCE (Organización para la
Seguridad y la Cooperación
en Europa) y a Naciones Unidas que facilitaran un acuerdo
diplomático pacífico.
Así mismo, condenó la retirada de la Misión de
Verificación en Kosovo
de la OSCE, ordenada el día 19 de marzo por Estados
Unidos, para preparar los bombardeos
del 24 de marzo. En las resoluciones se
pedía un proceso de negociación
que llevara "al alcance de un acuerdo político
sobre una amplia autonomía
para Kosovo y Metohija [nombre oficial de la
provincia], con la seguridad
de que todos los ciudadanos y comunidades étnicas
gocen de los mismos derechos,
y respetando la integridad territorial y la
soberanía de la República
de Serbia y de la República Federal de Yugoslavia".
Además, y aunque "el parlamento
serbio no acepta la presencia de tropas
militares extranjeras en Kosovo
y Metohija", el parlamento serbio se mostraba
dispuesto a revisar el tamaño
y el carácter de la presencia internacional en
Kosmet [Kosovo/Metohija] para
ejecutar el acuerdo al que se llegara, y se
comprometía a firmar de
forma inmediata el acuerdo político de autogobierno
queaceptaran los representantes
de todas las comunidades nacionales que viven en
Kosovo y Metohija.
Los datos esenciales de las decisiones
mencionadas se enviaron a través de las
redes más importantes,
y además, eran absolutamente conocidos en todas las
redacciones. Sin embargo, varias
búsquedas en bases de datos no han servido
para encontrar nada, salvo menciones
superficiales, y ninguna de ellas en la
prensa nacional ni en los periódicos
más importantes.
La opinión pública
sigue sin conocer, por tanto, los dos planes de paz del 23
de marzo; de hecho, no sabe que
había dos planes, no uno. La consigna general
consiste en decir que "la negativa
de Milosevic a aceptar (...) o a discutir
siquiera un plan internacional
de pacificación [es decir, el acuerdo de
Rambouillet] fue lo que provocó
los bombardeos de la OTAN el 24 de marzo"
(Craig Whitney, New York Times).
El artículo de Whitney es uno de los muchos
que deploraban la propaganda
serbia; no se puede dudar de su exactitud, pero
omite unos cuantos datos.
En cuanto al significado de las
resoluciones de la Asamblea Nacional Serbia,
los fanáticos estaban
convencidos de conocer las respuestas: respuestas
diferentes, dependiendo de la
clase de fanáticos de la que se tratara. Para
otros, no obstante, habría
existido una forma de encontrar las respuestas:
explorar las posibilidades. Pero
los estados ilustrados prefirieron desestimar
esa opción; prefirieron
bombardear a sabiendas de las consecuencias que
tendría.
Otros pasos más profundos
en el proceso diplomático, y su influencia en las
instituciones doctrinales, serían
merecedores de atención; pero los pasaré por
alto en este momento para analizar
el acuerdo de Kosovo del día 3 de junio.
Como cabía esperar, se
trata de un compromiso entre los dos planes de paz del
23 de marzo. Al menos sobre el
papel, EEUU y la OTAN renunciaron a las
exigencias más importantes,
ya citadas, que provocaron el rechazo de Serbia al
ultimatum. A cambio, Serbia aceptaba
una "presencia de seguridad internacional
con una participación
sustancial de la OTAN, desplegada bajo dirección y
control unificados (...) bajo
los auspicios de Naciones Unidas". En un
anexo al texto se dice: "el contingente
ruso no se encontrará bajo dirección de la
OTAN, y su relación con
la presencia internacional será establecida en acuerdos
adicionales relevantes". No hay
términos de ninguna clase que permitan el
acceso de la OTAN, ni de la "presencia
de seguridad internacional", en
general, al resto del territorio
de la República Federal de Yugoslavia. El control
político de Kosovo no
se encontrará en las manos de la OTAN, sino del Consejo
de Seguridad de Naciones Unidas,
que establecerá "una administración interina
de Kosovo". La retirada de las
fuerzas yugoslavas no se especifica tan
detalladamente como en el acuerdo
de Rambouillet, pero es similar, aunque más
rápida. Todo lo demás
se encuentra dentro del margen de acuerdo que permitían
los dos planes del 23 de marzo.
El resultado final indica que
el 23 de marzo se podrían haber llevado a cabo
iniciativas diplomáticas
que evitaran una terrible tragedia con consecuencias
que afectarán a Yugoslavia
y al resto del mundo, y que en muchos aspectos son
bastante siniestras.
Es evidente que la situación
actual no es la del 23 de marzo. El día en que se
llegó al acuerdo de Kosovo,
un titular del Times lo explicaba con exactitud:
"Los problemas de Kosovo acaban
de empezar". Entre los "espantosos problemas"
que cabe esperar, según
Serge Schmemann, están la repatriación de los
refugiados "a la tierra de cenizas
y tumbas que fue su hogar", y el "enorme
coste de reconstruir las devastadas
economías de Kosovo, del resto de Serbia y
de las zonas vecinas". Cita a
Susan Woodward, historiadora especializada en
los Balcanes, del Brookings Institution,
que añade "que todas las personas que
podrían ayudarnos a construir
un Kosovo estable se encuentran destrozadas por
los efectos de los bombardeos",
dejando el control en manos del ELK (Ejército
de Liberación de Kosovo).
Estados Unidos condenó con firmeza al ELK, "un grupo
terrorista, sin duda alguna",
cuando inició sus ataques organizados en febrero
de 1998, acciones que Washington
condenó "firmemente" como "actividades
terroristas", con lo que probablemente
dio "luz verde" a Milosevic para que
desatara la severa represión
que llevó a un nivel de violencia similar al de
Colombia antes de que los bombardeos
precipitaran un aumento drástico de dicha
represión.
Esos "espantosos problemas" son
nuevos. Son "los efectos de los bombardeos" y
de la cruel respuesta serbia
que provocaron, aunque los problemas que existían
antes de que los países
ilustrados recurrieran a la violencia ya eran
suficientemente espantosos.
Los titulares convierten los hechos
en cuentos de hadas y cantan la gran
victoria de los estados ilustrados
y de sus líderes, que han obligado a
Milosevic a "capitular", a "rendirse",
a aceptar una "fuerza dirigida por la
OTAN" y a presentar una rendición
"tan cercana a una rendición incondicional
como habría cabido imaginar"
para someterse a "un acuerdo aún peor que el de
Rambouillet, que había
rechazado". No es exactamente la verdad, pero es una
historia que resulta mucho más
útil que los hechos. El único tema serio que se
debate es si esto demuestra que
los bombardeos pueden servir, por sí mismos,
para conseguir propósitos
altamente morales, o si por el contrario, y tal y
como alegan los críticos
con permiso para participar en dicho debate, sigue
sin haberse demostrado. Según
Fred Kaplan, experto en cuestiones militares, el
"eminente historiador militar"
británico John Keegan "contempla la guerra como
una victoria no sólo de
las fuerzas aéreas sino del Nuevo Orden Mundial que
declaró el presidente
Bush después de la guerra del Golfo", en una visión que
incrementa la importancia de
lo sucedido. Keegan ha escrito que "si Milosevic
es realmente un hombre derrotado,
todos los Milosevic del mundo tendrán que
reconsiderar sus planes".
Es una opinión realista,
pero no en los términos que probablemente tenía
Keegan en mente: más bien
nos ayuda a comprender el verdadero significado de la frase
"los Milosevics del mundo", dada
la gran cantidad de pruebas existentes, los
objetivos actuales y la importancia
del Nuevo Orden Mundial, que se revela en
un archivo documental de la década
de 1990 sobre el que aún no se ha hablado.
Si nos ceñimos a la zona
de los Balcanes, las críticas no se refieren a las
enormes operaciones de limpieza
étnica que se han llevado a cabo en el seno de
la propia OTAN, bajo jurisdicción
europea y con creciente y decisivo apoyo de
Estados Unidos, y que no se efectuaron
en respuesta a un ataque de la fuerza
militar más poderosa del
mundo, ni a la inminente amenaza de una invasión. El
Nuevo Orden Mundial legitima
esos delitos, y puede que hasta los premie, como
hace en todas partes con las
atrocidades que encajan en los intereses de los
líderes de los estados
ilustrados, y que ejecutan regularmente, cuando es
necesario. Esos hechos, bastante
evidentes, revelan que en el "nuevo
internacionalismo (...) la brutal
represión de grupos étnicos enteros" no será
solamente "tolerada" sino provocada
de forma activa: tal y como sucedió con el
"viejo internacionalismo" del
Concierto de Europa, de los propios EEUU, y de
otros muchos y distinguidos antecesores.
Aunque los hechos y las fabulaciones
difieren drásticamente, se puede aducir
que los medios de comunicación
y los comentaristas son realistas cuando
presentan la versión de
EEUU y de la OTAN como si fuera los hechos. Se
convertirá en Los Hechos
como sencilla consecuencia de la distribución del
poder y de la voluntad de manipular
a la opinión pública para que sirva a sus
necesidades. Es un fenómeno
habitual. Entre los ejemplos recientes se
encuentran el Tratado de Paz
de París, de enero de 1973, y los acuerdos de
Esquipulas de agosto de 1987.
En el primer caso, EEUU tuvo que firmar después
del fracaso de los bombardeos
navideños, destinados a que Hanoi renunciara al
acuerdo entre EEUU y Vietnam
al que se había llegado en octubre del año
anterior. Kissinger y la Casa
Blanca anunciaron al unísono, y con bastante
transparencia, que romperían
todos y cada uno de los elementos importantes del
Tratado que estaban firmando,
y presentaron una visión diferente que fue
inmediatamente adoptada por los
medios de comunicación; así que, cuando
Vietnam del Norte respondió
finalmente a las graves transgresiones estadounidenses de
los acuerdos, se convirtió
ante la opinión pública en el incorregible agresor
que debía ser castigado
una vez más, como siempre. La misma tragedia/farsa se
desarrolló cuando los
presidentes centroamericanos firmaron el acuerdo de
Esquipulas (denominado con frecuencia
"el acuerdo de Arias"), con la oposición
frontal de EEUU. Washington aumentó
inmediata y drásticamente las guerras que
alimentaba para romper el "elemento
indispensable" del acuerdo, y acto seguido
procedió a desmantelar
por la fuerza el resto de las cláusulas; tuvo éxito en
pocos meses, y siguió
saboteando los esfuerzos diplomáticos posteriores hasta
que alcanzó la victoria.
La versión estadounidense del acuerdo, que se había
desviado radicalmente del original
en los aspectos más importantes, se
convirtió en la versión
aceptada. El resultado se pudo contemplar en titulares
como "Una victoria para el juego
limpio de EEUU", con los estadounidenses
"Unidos en la alegría"
sobre la sangría y la devastación provocadas, y
subyugados por el arrebato de
"una época romántica" (Anthony Lewis, titulares
del New York Times. Todos reflejan
la euforia por la misión cumplida).
Revisar lo que ocurrió
más tarde, en esos y en otros casos similares, sería
superfluo. No hay motivos para
esperar que se revele una historia diferente en
este caso, si se cumple la crucial
y habitual condición: que se lo
permitamos. |