CONTRA MILOSEVIC Y CONTRA LA OTAN
       POR LA PAZ Y LOS DERECHOS HUMANOS        
       HAY QUE PARAR ESTA GUERRA     

      Los bombardeos de la OTAN sobre territorio yugoslavo y las dramáticas imágenes de las matanzas y deportaciones de la población albanesa de Kosovo han vuelto a situar a los Balcanes en el centro de la atención mundial. Frente a la desinformación que implica todo conflicto bélico, las opiniones interesadas y los lugares comunes que tanto proliferan, es necesario un esfuerzo de análisis y comprensión que preceda a unas tomas de posición que ahora son más necesarias que nunca para cualquier organización social o política que se precie.

       La OTAN, cuya actuación es absolutamente reprobable desde criterios éticos y democráticos, no es el origen de esta crisis. Los Balcanes han vivido durante toda la década de los 90 una sucesión de guerras y violaciones masivas de los derechos humanos cuya causa reside en factores fundamentalmente endógenos. El nacionalismo agresivo y expansionista, representado en primera - pero no única - instancia por el régimen de Milosevic es el principal responsable de cuanto allí ha acontecido. La supresión de la autonomía de Kosovo y Vojvodina en 1989 fue el primer paso en el proyecto de reestructuración del espacio balcánico alentado por algunas élites intelectuales y políticas serbias, y que tuvo en Slobodan Milosevic a su principal ejecutor. El balance del mito de la Gran Serbia, 10 años después, es el desastre -sea cual sea el indicador que se mire - de los propios serbios y asesinatos en masa de algunos de sus vecinos. La asunción por parte de Tudjman y la dirección croata de un nacionalismo contrario, pero simétrico en sus medios y en sus fines, define también a estos políticos, pero no elimina la responsabilidad de la dirección serbia en el desarrollo de los acontecimientos. La opinión, no por muchas veces repetida medianamente verosímil, que apunta al reconocimiento de la independencia de Croacia y Eslovenia por Alemania (y el Vaticano) como un fenómeno decisivo en el estallido del conflicto queda desmontada fácilmente mediante un simple repaso de la cronología de los hechos: cuando dicho reconocimiento se produce, la guerra entre Croacia y Serbia databa de varios meses, y de hecho estaba llegando a su fin.

     Después de la guerra de Bosnia, Kosovo vuelve a pasar al centro del escenario,, aunque nunca dejó de ser un foco conflictivo. La represión del gobierno serbio sobre la población de origen albanés fue replicada por ésta con un ejemplar movimiento de resistencia pacífica y con la organización de instituciones paralelas. Mientras esto sucedió, prácticamente nadie se acordó de hacer llegar la solidaridad  con una población que creyó poder resistir la opresión por medios pacíficos. Evidentemente, ni la OTAN ni los gobiernos occidentales mostraron el menor interés. De hecho, los acuerdos de Dayton que en 1995 pusieron fin a la guerra de Bosnia no hacían ninguna mención a Kosovo, cuando cualquier observador medianamente informado podía prever que el conflicto era susceptible de degenerar en una nueva catástrofe. Ese aislamiento favoreció la irrupción del ELK, que aprovechó el cansancio de la población para contestar con las armas la dominación serbia. La escalada de la represión aceleró el curso de los acontecimientos, hasta la reciente cumbre de Rambouillet y el posterior inicio del bombardeo de la OTAN.

     Las indignadas descalificaciones que sobre Milosevic vierten estos días los más prominentes dirigentes moverían a la hilaridad si lo único inteligente que nos llega desde Bruselas y Washington no fueran las armas. Mucha gente sabe quíén es Milosevic, y lo viene gritando sin que nadie quisiera oírlo, desde finales de los 80. Quienes se han sentado, dialogado, y llegado a acuerdos con él han sido Solana, Clinton y los representantes de la diplomacia occidental. Quien lo ha calificado de hombre clave para la paz y la convivencia en los Balcanes ha sido ese Solana que aparece ahora balbuceante lanzando mensajes que parecen sacados del "1984" de Orwell. Poner a Milosevic a disposición del Tribunal Internacional que juzga en La Haya los crímenes de guerra cometidos en la antigua Yugoslava parece más justo, más barato, más democrático y más ejemplar que bombardear personas, puentes o refinerías. ¿No se le ha ocurrido a ninguno de nuestros preclaros dirigentes? 

     La OTAN tampoco movió un dedo en los peores momentos de la limpieza étnica en Bosnia o durante el sitio de Sarajevo. Dejó hacer sin mostrar demasiada preocupación, al igual que nunca a lo largo de su historia ha tenido nada que ver con la defensa de los derechos humanos o con la oposición a los tiranos (más bien todo lo contrario). La OTAN no está para eso. Su misión es demostrar quién manda en el mundo, y preservar este orden diseñado a la medida de los más poderosos. Si alguien albergaba alguna duda al respecto, la cumbre de Washington del pasado fin de semana ha venido a expresar la realidad con toda crudeza: la OTAN intervendrá allá donde considere que sus intereses están en juego, sin tener en cuenta a la ONU para nada. La Guerra Fría ha llegado a su fin: a partir de ahora, la OTAN se auto-erige  en gendarme mundial, y ella misma será quien determine cuándo, dónde y cómo se ha de intervenir. No es necesario insistir demasiado sobre la gravedad de un planteamiento que pretende borrar cualquier atisbo de comunidad internacional organizada de manera democrática y equilibrada. Si la actual ONU presenta carencias que a nadie se le ocultan, su postergación en favor de una institución como la OTAN supone legitimar la ley del más fuerte como guía de las relaciones internacionales.

      Por desgracia, esta guerra puede ser un preludio de lo que nos vamos a encontrar en el próximo milenio. La OTAN bombardea una población indefensa para mostrar su poderío a un régimen que se había pasado en sus pretensiones despóticas. Ante ello, es preciso reforzar el derecho internacional; hay que sustituir el modelo actual de gestión de las crisis, en función de los intereses de los Estados, por mecanismos legales que obliguen  a todos (Estados y organizaciones regionales).La izquierda y las organizaciones de solidaridad no podemos confundirnos: la apuesta por la paz y los derechos humanos implica rechazar con la misma energía a la OTAN y a Milosevic, implica estar con las víctimas de los bombardeos y de la limpieza étnica, implica apoyar a quienes resisten al régimen serbio y ¡todavía! luchan por la democracia y los derechos humanos en ese `país. Pretender que Milosevic es de izquierdas porque es atacado por la OTAN es de una miopía política asombrosa; centrar exclusivamente la denuncia en la actuación de la OTAN es ignorar el sufrimiento de unas poblaciones arrasadas por un régimen que sólo se diferencia del nazi en el poder que ostenta. Levantar una movilización importante contra la guerra, en su doble vertiente, es una necesidad para la izquierda y el pacifismo de Occidente si quiere representar algo aquí y ahora, y, sobre todo, si quiere ayudar a la población kosovar y a los grupos de oposición en Serbia a encontrar un futuro mínimamente digno para ellos y la región en que viven.      
                                                                    
 COLECTIVO  PAZ AHORA - Cantabria, 30 de abril