El Mundo 05/06/99

Kosovo: ¿Objetivo Europa?

Augusto Zamora R (profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de  Madrid.)

              La agresión contra Yugoslavia, invocando la barbarie que la misma agresión ha multiplicado en Kosovo, nos ha convertido en indeseados espectadores del fin de un sueño: el de la Unión Europea. No es que la UE vaya a desaparecer como tal, ni que el euro tenga los días contados. No. El fin del sueño de una
Europa unida, poseedora de una entidad propia en lo político, lo económico y lo militar, con capacidad para actuar como factor moderador en el mundo. De una Europa respetuosa de la ley internacional, comprensiva de los problemas y la complejidad del mundo y con voluntad de ofrecer al resto de la
Humanidad un modelo de relación menos injusto y desigual y, por supuesto, que descartara la amenaza y el uso de la fuerza.

              Esa Europa ha sido sepultada en los bombardeos contra los restos de la Federación yugoslava. La poderosa e irresistible maquinaria propagandística ha logrado, casi, borrar del debate las               consecuencias y el precio que la guerra hace pagar a la Unión Europea como proyecto. Porque en Kosovo se entierra no sólo el orden jurídico y político surgido en torno a las Naciones Unidas -y a la propia ONU-, sino también el sueño de una Europa independiente. La guerra muestra algo más que el poder militar de  Occidente. Presenta a la Unión Europea como apéndice de la

              OTAN y confirma lo sabido: que la OTAN es una organización que responde a los intereses de EEUU, no a los de Europa.

              La guerra en Yugoslavia ha trastocado el orden mundial. También el equilibrio que se construía en Europa, basado en la confianza y la cooperación. Rusia no olvidará la humillación. Tampoco podrá    confiar en una Unión Europea tan obediente y solícita de la política de EEUU. Sustituido el derecho por la
fuerza, se impondrá una nueva carrera armamentista, con el elemento atómico como pivote central, dada la desventaja tecnológica de Rusia y su colapso económico. Aumentará asimismo su oposición a
nuevas ampliaciones de la OTAN, que pretende poderes generales en el territorio de la antigua Unión Soviética, incluyendo la propia Rusia. El cruzamiento de la línea roja trazada se entenderá, más que       nunca, como casus belli. La OTAN construye un nuevo y arriesgado cinturón de hierro en torno a Rusia,
reactualizando la teoría de Mackinder de 1904.

              El efecto no concluye en el escenario europeo. La visión europea y norteamericana es compartida por pocos países. Las imágenes de riadas de aviones desbaratando puentes, refinerías,
edificios y caravanas de refugiados es la peor manera de presentarse como adalides de los derechos humanos. El mundo ya sabe cuál será la paz que se querrá imponer desde los países occidentales. Para  los estados que tengan posibilidad de hacerlo, obtener armas terribles se convertirá en elemento disuasorio principal para preservar su independencia. La India ha considerado pertinente probar que posee misiles con capacidad atómica. Pakistán -en respuesta- ha hecho lo mismo. La inseguridad
aumentará sin que haya autoridad moral para oponerse.

              Hasta Yugoslavia, la UE transmitía al mundo la imagen de una región en proceso serio y sostenido de integración. La UE era modelo a seguir, fuente de confianza, esperanza de equilibrio ante   la prepotencia norteamericana. La imagen de una Europa independiente se ha derrumbado. La idea de una UE alejada de veleidades belicistas también. Europa ha vuelto a sus orígenes imperiales, aunque como subordinada y vicaria del imperio mayor.

              El desorden creado obligará a la UE a aumentar su dependencia de EEUU, por los círculos viciosos que provocan las aventuras militares. Estas generan situaciones que obligan a profundizar la           dependencia para hacer frente a las inseguridades provocadas por la aventura militar.

              La guerra contra Irak tenía a Kuwait como razón y a la ONU como fuente legitimadora. En Yugoslavia ocurre todo lo contrario. Pocos creen en la sinceridad humanitaria de países que colaboran
con el genocidio kurdo, permanecen indiferentes ante las masacres en Timor y Africa y eternizan el drama saharaui o palestino. En cambio, toman nota del entierro de la legalidad internacional y de la ONU y de que, desde la OTAN, se defiende a ultranza el uso unilateral de la fuerza. Una política que tiene
como trasfondo el sentimiento de impunidad que da saberse sin adversarios. Este retorno al siglo XIX restablece la amenaza y el uso de fuerza en la política mundial. Los fabricantes de armas están de
enhorabuena.

              ¿Qué ha ganado Europa? Tras la ONU, es la gran perdedora. La OTAN puede derrotar a Yugoslavia, dada la asimetría de fuerzas. Europa ha perdido la paz. EEUU es neto triunfador. Ha logrado   liquidar el sueño de autonomía europea, derrumbar su imagen internacional y hacer ver que el euro no es alternativa al dólar, pues Europa sigue siendo un continente inestable. También ha erosionado las relaciones intraeuropeas y fortalecido a la OTAN, su mejor instrumento de hegemonía. De guinda, ha podido, al fin, con la complicidad europea, dejar fuera de juego a la ONU. El objetivo final de la guerra contra Yugoslavia no es Kosovo. Es la Unión Europea. Proceso de suicidio asistido. Fin de siglo. Fin del    sueño. Triste forma de acabar el milenio cristiano.