El brazo alargado del imperialismo yanqui

Antonio Rubio Mendoza Escritor
(Gara, 6/05/99)
 

Un multimillonario misil de crucero penetró raudo por la ventana del sueño de un niño yugoslavo, quien vino a perder su cándido espíritu, estallándole la miseria de los inicuos gobernantes contra su cuerpo severamente mutilado.

El apéndice armado de la omnipotente oligarquía financiera occidental dejó caer, en una más de sus atroces operaciones justicieras, sus irrevocables e indiscutibles máximas, grávidas y amenazantes, sobre las cabezas de la población civil de Vojdovina y Kosovo, supuestamente atacando sólo objetivos de estricto valor militar, según la versión, tendente a ser manipulada, del SHAPE (cuartel supremo aliado en Europa).

Mediante una sarta de mentiras y subterfugios, sus miserables ideólogos a sueldo tratan de
justificar la campaña beligerante argumentando que su misión es netamente lícita, propia de buenos filántropos que intentan por todos los medios evitar el terror y la "limpieza étnica" contra la minoría albano-kosovar, en manos del Ejército de la República Federal de Yugoslavia; y camuflando, tras esta abnegada entrega solidaria del Tío Sam, los pérfidos intereses socioeconómicos y estratégicos que,
indefectiblemente, laten intrínsecos en los Balcanes: objetivo a colonizar por las garras salvajes del
gran Capital y sus políticas neoliberales.

Nuevamente los mass-media han cumplido a la perfección con su papel de portavoz de los poderosos, dirigidos desde Washington y los despachos del Fondo Monetario Internacional, y ofreciendo por todos los medios una unívoca y particular versión de los hechos: "la bondad de la causa emprendida por la OTAN y la satanización del régimen de Belgrado". Aunque solapando, eso sí, muchos de los objetivos de los Aliados: el control militar de la zona y las imposiciones capitalistas de la poderosa industria
armamentista que, de vez en cuando, ha de estimular la producción eliminando parte de su deletéreo
excedente, soliviantando el desencadenamiento de conflictos bélicos con inevaluables costes humanos.

La superpotencia norteamericana carga de nuevo en pos de sus peculiares limpiezas ideológicas, esta vez bajo la apariencia de querer, según el portavoz de la Casa Blanca, Joe Lockhart, acabar con el exterminio de albaneses en Kosovo, y de esta guisa, como bienaventurados ángeles de la guarda, envían a sus buenos mozos uniformados, para que en sus invisibles F-117 (aunque a veces no semejan ser tan imperceptibles) destruyan el derecho a la vida del pueblo civil.

Mientras, el santo Vaticano, después de un sospechoso mutismo inicial, cuando todo hacía ya
previsible el inminente ataque de los sicarios de la OTAN, protesta veladamente y depreca a los países en litigio a entenderse. La santísima sede, nuevamente, decide no mojarse de lleno, cumpliendo con su papel colaboracionista, yendo del brazo de los poderes fácticos quienes, al fin y al cabo, son los que sustentan el lujo y la suntuosidad de sus ilustres prelados.

Por su parte, el conservador Ejecutivo español pone al servicio de la destrucción sus aviones de guerra, que forman parte del contingente bélico de la Alianza del Atlántico Norte, destinados a atacar una nación resistente a doblegarse al férreo control de occidente (ya se ofreció apoyo logístico a la aviación estadounidense en el bombardeo contra Libia en el año 1986, y de nuevo en la guerra del Golfo de 1991), entrando así el Estado español en el máximo nivel operativo de la OTAN y saltándose olímpicamente los parámetros que el pueblo estableció como límites cuando votó en referéndum entrar en dicha
institución armada, habiendo comunidades en donde la respuesta fue negativa. En Euskadi el triunfo del No al ingreso en la OTAN sería evidente con 830.000 votos, un 40% del electorado).

Y ni tan siquiera el señor presidente del Gobierno tuvo a bien consultar a la Cámara de los diputados ante tan grave situación, llegando a calificar el portavoz del Grupo Popular, Luis de Grandes, de innecesario el debate sobre la intervención militar de la OTAN en Serbia.

Mientras, el pérfido ex pacifista, señor Javier Solana, nos muestra con su esperpéntica involución personal la manera más explícita y radical de cómo el poder corrompe hasta exhalar un hedor que acaba por soterrar cualquier indicio de sentimiento humano.

Este nuevo conflicto en el nuevo continente que, desgraciadamente, no se prevé como el último que tome los Balcanes como foco bélico entre potencias, nos viene a salpicar las manos de sangre a todos los ciudadanos, quienes, por cada bomba que nuestros aviones hacen estallar contra la vida inocente del pueblo yugoslavo, no menos hemos de sentir vergüenza por ser gobernados por un Ejecutivo  ultraconservador y al servicio hoy de la todopoderosa y omnipresente potencia yanqui.