MALTRATO
Del miedo a la denuncia





Por Lola Pérez Carracedo.
Publicado en la revista OeNeGe
Octubre/2000
lolaperez@oenege.org
 
 
 

Caen ideologías, caen sistemas, caen estructuras, pero en cambio se mantienen principios de desigualdad sobre los que se articulan incluso las sociedades más avanzadas. El trato discriminatorio a la mujer persiste en ámbitos como el laboral o el económico y parece que fuera desapareciendo de otros, como el educativo. Cuando una mujer es golpeada física o psicológicamente en su círculo más cercano, aparece, como en un espejo, la imagen misma de lo que nuestra sociedad sigue siendo.

El rol social que se atribuye a la mujer la convierte en víctima de una violencia específica que, aunque la conocemos por doméstica, es el más evidente ejemplo de violencia de género.

El poder y el dominio se consideran valores positivos, aún más en nuestras sociedades competitivas, y esos atributos continúan siendo intrínsecos a la virilidad. Estos “valores” fundamentan estructuras de desigualdad, y un medio para alcanzarlos, demostrarlos o defenderlos es la agresión.

Los médicos forenses, Miguel y José Antonio Llorens Acosta, sostienen que a lo largo de la Historia las agresiones masculinas han sido una demostración de autoridad y superioridad que las mujeres aguantaban como “pago” a la protección que el hombre les ofrecía. Todavía hoy en muchos casos, el hombre representa esa protección y esa seguridad, sobre todo económica, pero debería haberse superado la primitiva moneda del maltrato.

La violencia doméstica no se da únicamente entre mujeres dependientes, con poca formación o bajo nivel cultural; jóvenes universitarias o mujeres de clase media y alta son también objeto de este tipo de agresiones, aunque sus posibilidades personales y económicas hacen que no se prolongue en el tiempo. Un estudio del profesor José Antonio Carrobles entre estudiantes universitarias revelaba que el 7% había sido víctima de alguna agresión de carácter sexual... lo preocupante es que el 17% de sus compañeros encontraba alguna justificación a la agresión. Datos como éste son una prueba de que queda mucha tarea educativa y de sensibilización para acabar con la violencia de género.

Un problema social

Hasta 1998 no se percibía en la opinión pública la convicción de que la violencia doméstica era una cuestión social y una señal de alarma ante una realidad que concernía a todos. El caso del asesinato de Ana Orantes a manos de su marido tenía todos los componentes de gran titular: quemada viva tras años de palizas y con unos hijos que repudiaban al agresor. Las organizaciones de mujeres, desde su aparición, han trabajado por que todos los ciudadanos se conciencien de la lacra que supone la violencia doméstica —“terrorismo doméstico”, como ellas prefieren llamarlo— pero bastaron unas imágenes en televisión para que sus reivindicaciones empezaran a ser escuchadas. Desde entonces ha pasado de ser un asunto privado, que sólo concierne a la pareja, a un problema social, que también compete a las autoridades.

Ese mismo año se aprobó el primer Plan de Acción contra la Violencia Doméstica, con medidas que se prolongaban hasta el presente año 2000. Desde entonces se han invertido algo más de 4.700 millones de pesetas en campañas publicitarias, cursos de formación o casas de acogida. Un total de 70 Organizaciones No Gubernamentales han recibido subvenciones para desarrollar programas que combatan la violencia doméstica. Pero el número de mujeres asesinadas por sus parejas continúa aumentando. En 1998 un total de 35 mujeres murieron a manos de sus cónyuges, en el 99 el número ascenció a 42, y por lo menos a 30 en lo que va de año.

Uno de los principales logros, según las asociaciones, es el creciente número de denuncias —que han aumentado un 6,5% con respecto al año 99— ya que podría afirmarse que los malos tratos son en realidad un problema oculto: se calcula que el 95% de las agresiones no se denuncia. Uno de los principales retos es acabar con el sistema que otorga impunidad al agresor, para que la mujer perciba que la denuncia puede ser el principio del fin.  Fundamentalmente, las críticas se centran en la aplicación de la legislación y en los defectos de fondo y de forma durante el proceso que colocan a la mujer en una situación de total indefensión.

Respuesta penal insuficiente

La mayoría de los colectivos que trabajan para acabar con el maltrato hacia la mujer coinciden en señalar que la legislación es clara y suficiente, aunque siempre podría mejorarse. La Asociación de Mujeres Juristas Themis estudió la respuesta penal a la violencia familiar mediante el análisis de casi 2.500 expedientes judiciales.Una de sus principales conclusiones es que en más de la mitad de los casos las mujeres desisten de continuar los procesos por la falta de mecanismos judiciales de apoyo y protección. Resulta además muy sorprendente que el 51% de las sentencias que se pronunciaron fueran absolutorias y tan sólo en el 18% el agresor fue condenado.

Otra constante es la falta de rigurosidad de los jueces, ya que en la mayoría de los casos se imponen las penas mínimas y sólo se actúa con contundencia si se producen resultados de muerte, nunca en prevención de los mismos. Pero como denuncia Themis, la sanción penal de la violencia familiar no es cuestión de “mayor severidad en las sanciones, sino fundamentalmente de voluntad real de aplicación legal de la normas existentes”.

Ana Mª Pérez del Campo, fundadora de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas, ha afirmado que las víctimas de malos tratos prefieren que su caso sea juzgado por un hombre en lugar de una mujer, ya que las juezas, quizás por temor a que se les acuse de feministas, suelen ser más benévolas con el agresor.

En cualquier caso, también existen ejemplos laudatorios: el juez Santiago Vidal de la Audiencia de Barcelona, consideró un caso de maltrato en el hogar como delito contra la integridad de las personas, recogido en el capítulo del Código Penal dedicado a las torturas —hasta ahora sólo se había aplicado en casos de violencia policial—. Esta sentencia sienta un precedente y abre la posibilidad de luchar de manera más decidida contra la violencia doméstica. El agresor fue condenado a 29 años de prisión.

Síndrome de Estocolmo doméstico

A pesar de las dificultades y del miedo hay que romper el silencio. El silencio siempre es un obstáculo y una de las principales trabas que tiene la mujer para acabar con él es ella misma. Reconocerse como víctima y “traicionar” al que ha sido su compañero, asumir el juicio social, sentirse responsable de las agresiones, la falta de perspectivas personales y económicas… son factores psicológicos y sociales que perpetúan la lacra de la violencia doméstica.

La macroencuesta realizada en marzo por el Instituto de la Mujer revela que el 12,5% de las mujeres maltratadas no se reconoce como tal. ¿Mecanismo de defensa o interiorización de unos roles impuestos? Según Andrés Montero, Presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia, la definición misma de maltrato no es unívoca y depende de tantos factores que para muchas mujeres los insultos no son agresiones... para otras muchas, un bofetón, tampoco.

La mayoría de las que sufren maltrato están inmersas en una maraña de comportamientos para poder aguantar el infierno de la convivencia. Muchas no soportan esta situación y acaban tomando la opción del suicidio... las cifras sobre muertes por malos tratos nunca contabilizan los datos de suicidios.

Los síntomas depresivos que padecen estas mujeres se manifiestan fundamentalmente mediante la apatía, la pérdida de esperanza y la sensación de culpabilidad.

El informe La violencia doméstica contra las mujeres elaborado por el Defensor del Pueblo en 1998, insiste en el arraigo entre muchas mujeres de lo que denomina “el amor romántico”, que con su carga de altruismo, sacrificio, abnegación y entrega, refuerzan la actitud de sumisión.Consideran un fracaso la separación porque después de tanto esfuerzo no han conseguido salvar su relación.

Asumen el sufrimiento como un desafio, como si ellas pudieran cambiar la situación, cambiarle a él. Echan la culpa de la irritabilidad de sus compañeros a factores externos como la falta de trabajo, los problemas, e incluso llegan a culpabilizarse a sí mismas. Encuentran cualquier argumento para justificar a su pareja; en el 45% de las denuncias, la mujer argüía el alcoholismo del hombre como causa desencadenante de la agresión, cuando está demostrado que el porcentaje de agresiones que se producen bajo los efectos del alcohol es muy reducido.

La ausencia de unas redes sociales sólidas hacen que su mundo sea su compañero, que los proyectos de él sean los suyos propios y que todo se reduzca a él.

Pero ¿cómo se explica que una mujer pueda soportar durante años malos tratos brutales (más del 70% convive con el agresor más de cinco años)? ¿Por qué no sólo no los rechaza sino que encuentra justificaciones? Dar una explicación a estas reacciones paradójicas es uno de los objetivos de Andrés Montero. Este experto ha desarrollado un modelo teórico denominado Síndrome de Estocolmo doméstico que describe como “un vínculo interpersonal de protección, constituído entre la víctima y el agresor, en el marco de un ambiente traumático y de restricción estimular, a través de la inducción en la víctima de un modelo mental”. Ella desarrolla el síndrome para proteger su propia integridad psicológica y, para adaptarse al trauma, suspende su juicio crítico. Esta podría ser una sólida explicación para que las mujeres maltratadas desarrollen ese efecto paradójico por el que defienden a sus compañeros, como si la conducta agresiva que desarrollan fuera el producto de una sociedad injusta y fueran ellos las víctimas de un entorno violento que les empuja irremediablemente a ser violentos.

El Síndrome de Estocolmo doméstico viene determinado por una serie de cambios y adaptaciones que se dan a través de un proceso en el que se reconocen cuatro fases. En la fase desencadenante, los primeros malos tratos rompen el espacio de seguridad que debería ser la pareja, donde la mujer ha depositado su confianza y expectativas. Esto desencadenaría desorientación, pérdida de referentes, llegando incluso a la depresión. En la denominada fase de reorientación, la mujer busca nuevos referentes pero sus redes sociales están ya muy mermadas, se encuentra sola, generalmente posee exclusivamente el apoyo de la familia. Con su percepción de la realidad ya desvirtuada, se autoinculpa de la situación y entra en un estado de indefensión y resistencia pasiva, llegando así a una fase de afrontamiento, donde asume el modelo mental de su compañero, tratando de manejar la situación traumática. En la última fase, de adaptación, la mujer proyecta la culpa hacia otros, hacia el exterior, y el Síndrome de Estocolmo doméstico se consolida a través de un proceso de identificación.

Esta explicación teórica intenta describir un proceso e identificar sus causas para lograr el objetivo último de trabajar con mujeres maltratadas y conseguir que escapen del entorno violento en el que viven, pero también de esa cárcel en que se ha convertido su mente.

Etapas de la violencia

La violencia es un círculo: cuanto más se consiente, más difícil es repudiarla. La violencia hacia las mujeres es un proceso que, aunque depende de los factores biológicos, sociales o culturales de cada persona y de cada pareja, presenta etapas comunes.
Al principio la tensión es la característica del hombre maltratador, se muestra irritable y no reconoce su enfado por lo que su compañera no logra comunicarse con él, lo que provoca en ella un sentimiento de frustración. Todo comienza con sutiles menosprecios, ira contenida, fría indiferencia, sarcasmos, largos silencios. A la mujer se le repite el mensaje de que su percepción de la realidad es incorrecta por lo que ella empieza a preguntarse qué es lo que hace mal y comienza a culpabilizarse de lo que sucede.

A este primer estadio de acumulación de tensión le sucede la fase de explosión violenta marcada por la pérdida total del control y el comienzo de las agresiones mediante insultos, frases hirientes, golpes y/o abusos sexuales. La mujer es incapaz de reaccionar, está paralizada por el dolor o por la dificultad de encontrar una respuesta a estas actitudes. Está viviendo una indefensión aprendida.

Durante la mal llamada etapa de “luna de miel”, el agresor se arrepiente de su actitud, promete no volver a hacerlo, cambia para contentarla y durante un tiempo se comporta como ella espera. La mujer entonces se siente reforzada, cree, erróneamente, que ha logrado que su compañero comprenda, siente que cuenta en la relación. A esta falsa ilusión sigue un nuevo ciclo de tensiones en el momento en que el hombre considera que está perdiendo el control sobre ella.

Del abuso verbal en un 90% de los casos se pasa a la violencia física... pero el abuso verbal también es maltrato. Tan traumática puede ser una agresión física como un continuo maltrato psicológico. La violencia psíquica es cualquier acto o conducta intencionada que produce desvaloraciones, sufrimientos o agresión psicológica y puede ser a través de insultos, vejaciones, crueldad mental, gritos, desprecio, intolerancia, humillación en público, castigo, muestras de desafecto, amenazas, subestimación... Según sostiene el informe del Defensor del Pueblo, “es frecuente que se den comportamientos de maltrato psicológico y que socialmente sean aceptados y entren dentro de los límites de la “normalidad”.

Hay además otra forma de maltrato, el abuso sexual, que según la Asociación de Mujeres contra la Violación padecen una de cada siete mujeres casadas. La violación dentro del matrimonio ha sido un asunto muy controvertido y aún hoy alguna sentencia considera atenuante la relación de matrimonio entre la víctima y el agresor. El abuso sexual es cualquier contacto realizado contra la voluntad de la mujer, no tiene por qué ir asociado a agresiones físicas, basta con que se produzca sin el consentimiento de ella. Muchas de las mujeres que denuncian malos tratos omiten el hecho de que durante años han soportado relaciones sexuales sin desearlas. En ello influye el hecho de que se tiende a minimizar este tipo de violencia dentro de la pareja y de que entre mujeres que han recibido una educación más tradicional está extendida la falsa idea de que los hombres tienen mayores “necesidades”, y que han de satisfacerlas a su manera. Se parte entonces de prejuicios culturales según los cuales la violación es un acto que sólo se produce entre personas desconocidas, nunca entre marido y mujer.

Educación y prevención

La violencia no es un instinto, no es un reflejo ni tampoco una conducta necesaria para la supervivencia. Como afirma el informe del Defensor del Pueblo “La violencia se aprende. Se aprende observando cómo los padres, los hermanos mayores o los vecinos se relacionan”. Lo cierto es que los estudios sobre violencia doméstica establecen la característica común de que tanto víctimas como agresores asumen con mayor permisividad la violencia porque crecieron en un entorno en el que ésta era una forma común de expresarse. La mayor parte de las mujeres maltratadas tuvieron experiencias negativas en su familia: sufrieron la violencia de sus padres o fueron testigo del sufrimiento de una madre maltratada, así, adquirieron un rol pasivo de sumisión y sometimiento. Están pues habituadas a este tipo de conducta por lo que han desarrollado una desvalorización de su persona y se han adaptado a un continuo maltrato. En cuanto a los maltratadores, igualmente proceden, en su mayoría, de familias donde existían los malos tratos y han interiorizado la violencia como un instrumento de poder.

Los psicólogos consideran que los modelos se repiten, perpetuándose el denominado “ciclo de violencia” por el que niñas maltratadas y niños maltratados o testigo del maltrato, acaban convirtiéndose en maltratadores. De esta manera, los modelos familiares y los roles sexuales transmitidos en la educación más primaria del individuo, tienen mucha más influencia que la educación recibida posteriormente.

Para lograr la erradicación de los malos tratos es fundamental acabar con los estereotipos del dominio del hombre, que se siente con el derecho de que su compañera y sus hijos le rindan obediencia, lealtad y respeto incondicional. Lograr que se asuman plenamente las relaciones de igualdad, con el respeto a la persona, independientemente de su sexo, es fundamental para trabajar en prevención.

La prevención a través de la educación es una de las reivindicaciones del colectivo de mujeres que trabajan con las víctimas del maltrato doméstico. El ya mencionado Plan de Acción destinó a educación y formación (donde también se incluyen cursos a profesionales de todos los ámbitos, educadores pero también policías) un total de 213 millones de pesetas mientras que en el área de sensibilización, que incluye medidas para que la sociedad se conciencie, se han invertido 394 millones.
Inculcar valores de igualdad, de respeto, de tolerancia, educar en la no violencia, transmitir modelos donde la comunicación sea la palabra y no la agresión... son los pasos necesarios para erradicar esta flagrante violación de los Derechos Humanos más básicos.
 
 

En marzo el Instituto de la Mujer se propuso realizar una investigación para obtener datos fiables en torno a la lacra de los malos tratos. Para ello se realizó la Macroencuesta sobre la violencia contra las mujeres, de la que se extrajeron las conclusiones que siguen a continuación.

Cuatro de cada cien mujeres españolas mayores de edad declaran haber sido maltratadas durante el último año, lo que eleva la cifra a un total de 1.865.000 mujeres. Además de aquellas que lo reconocen, hay un alto número, 640.000, que aunque no se considera mujer maltratada admite que frecuentemente o a veces ha sufrido agresiones como insultos o amenazas e incluso golpes.

En el 70% de los casos, los actos violentos se padecen desde hace más de 5 años y suelen tener mayor incidencia en mujeres de entre 45 y 64 años.

A medida que aumenta el nivel de estudios disminuyen los malos tratos.

Las mujeres maltratadas sufren fundamentalmente ansiedad o angustia, baja autoestima, cambios de ánimo, continuas ganas de llorar, irritabilidad, inapetencia sexual e insomnio. Además, padecen en mayor medida que el resto de mujeres, algunas dolencias de tipo fisiológico como fatiga permanente, dolores de espalda y articulaciones, dolores de cabeza o gripe.
 

La sección de Mujeres de la Confederación de Asociaciones de Vecinos de España (CAVE) trabaja con mucho ahínco para acabar con la violencia doméstica desde un ámbito más cercano. Por ello ha editado material sencillo que distribuye entre los grupos vecinales instando a la denuncia, e incluso han formado un cuerpo de mediadoras sociales, que cuenta con el apoyo del Ministerio de Asuntos Sociales.

Para CAVE, la sociedad sigue manteniendo una serie de mitos y mentiras con los que hay que acabar para afrontar el problema de los malos tratos en el hogar.

EL MALTRATO ES UN HECHO AISLADO. Nada más lejos de la realidad, al creciente número de denuncias hay que sumar la espeluznante cifra de muertes. Las organizaciones denuncian que cada semana una mujer es asesinada por su pareja.

A LAS MUJERES NO LES IMPORTA, SI NO SE MARCHARÍAN. La falta de recursos económicos y de apoyos, el miedo a las amenazas o a la pérdida de los hijos son sólo algunos de los factores que fuerzan a las mujeres a soportar durante años el maltrato.

OCURRE EN FAMILIAS DE BAJOS INGRESOS Y BAJO NIVEL CULTURAL. Afecta a mujeres de toda condición independientemente del estatus económico o social. Lo que es cierto es que las de mayores posibilidades aguantan durante menos tiempo una situación de maltrato.

LAS AGRESIONES FÍSICAS SON MÁS PELIGROSAS QUE LAS PSÍQUICAS. Las agresiones psíquicas pueden tener mayor riesgo ya que la mujer pierde su autoestima y capacidad para decidir por sí misma.

SON INCIDENTES DERIVADOS DE UNA PÉRDIDA DE CONTROL MOMENTÁNEa. La violencia no es producto de un problema ocasional, ya que una vez solventados los obstáculos no desaparece.

ES UN ASUNTO QUE NO DEBE DIFUNDIRSE. Es necesario romper con la falsa idea de que como ocurre dentro de un hogar es un asunto íntimo y privado. Su origen no es un problema familiar sino una cuestión de dominio del hombre frente a la mujer.

ES MEJOR QUE AGUANTEN SI TIENEN HIJOS. Por el contrario, si la pareja tiene hijos han de alejarse del maltratador ya que probablemente acabe abusando también de ellos. Una educación en un ambiente violento conduce a interiorizar la violencia como instrumento de la vida cotidiana.

EL AGRESOR ES UN ENFERMO Y NO ES RESPONSABLE DE LO QUE HACE. El alcohol y otras sustancias actúan como desinhibidores, como excusa del agresor y como elemento para justificar su violencia, pero en ningún caso es una causa.

LA MUJER ES LA QUE PROVOCA LA AGRESIÓN. La mujer no provoca ninguna de las agresiones; de cualquier manera nunca está justificado el uso de la violencia.
 

IMPLÍCATE
Tanto las organizaciones como las instituciones tienen servicios de información para apoyar a las víctimas del maltrato y para asesorarlas a la hora de denunciar. Estos son algunos de ellos:

Teléfono gratuíto de emergencia del Instituto de la Mujer
900 19 10 10

Comisión de investigación de malos tratos a mujeres
Tel.: 900 10 00 09
De lunes a viernes, de 10:00 a 14:00 y de 16:00 a 20:00

Servicio gratuíto de atención telefónica a mujeres víctima de agresiones
Tel.: 900 58 08 88
24 horas

Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas
Tel.: 91 441 85 55