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Literatura odiosa

Por Sonia Gómez Gómez

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Lean esto: parece inevitable el debate ¿están los literatos famosos libres de culpa? ¿se vale que un escritor como García Marquez diga que abandera los derechos humanos e incluso haga discursos para defender a las asesinadas de Juárez y luego gane millones con una novela que incita y exalta los valores contrarios a su discurso?

!Vetemos todas a Gabriel García Marquez! Lydia Cacho


El Colombiano, octubre 27 de 2004

Mientras el país se da golpes de pecho, se rasga las vestiduras, se asombra y se pregunta por qué crecen las cifras de violencia sexual contra los menores de 14 años, especialmente contra las niñas, nuestro Nobel y sus editores se llenan los bolsillos de plata con la “Memoria de mis putas tristes” que recrea las aventuras de un anciano que empieza su relato contando cómo “el año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen... Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenia una novedad disponible...”. La novedad disponible para el antañón de marras fue, por supuesto, una virgencita de 14 años” ... morena y tibia. La habían sometido a un régimen de higiene y embellecimiento que no descuidó ni el vello incipiente del pubis. Le habían rizado el cabello y tenía en las uñas de las manos y los pies un esmalte natural, pero la piel color de la melaza se veía áspera y maltratada. Los senos recién nacidos parecían todavía de un niño varón, pero se veían urgidos por una energía secreta a punto de reventar... Un tierno toro de lidia”. ¿Qué novelón tan parecido a la realidad? ¡Ah, pero claro! es que estamos en el mundo del realismo mágico, en el mundo de las miles de “puticas tristes” que no lo son porque les da la gana, sino, precisamente porque una cultura machista, perpetuada por la literatura, por los textos escolares, por la tradición, ha enseñado a los varones que tienen derecho a darse esos gustazos con virgencitas indefensas, con pieles ásperas y maltratadas.

Qué odiosa es literatura que reproduce el esquema de la mujer objeto; esa literatura que se vende como pan caliente y llega a los salones de clase y se convierte en un texto obligado, para que a los chicos no se les olvide que a los 20, los 40, los 80 o los 90, la sociedad les da el derecho de quitarle la ropa a una niña y violarla, sin que nadie le importe su indefensión, y su desgracia.

Yo protesto contra esta literatura sexista, venga de donde viniere, así el autor de marras se llame Gabriel García Márquez, que más bien debería haberse ocupado, a estas alturas de la vida, por contarnos historias que nos den luces para salir de esta noche negra de Colombia, donde los niños y especialmente las niñas, se han convertido en carne tierna para roedores humanos.

Yo me uno al coro de muchas mujeres que como yo estamos indignadas con la tal novela de las putas tristes, porque ya estamos cansadas de que la literatura hable de las putas que venden su cuerpo por el hambre y de que guarde silencio ante los “putos” de todas las pelambres que se acuestan con niños y niñas, no por hambre, sino por saciar sus inseguridades y por reafirmar un poder que no tienen.

¡Por Dios, señora, si es sólo ficción!, dirán algunos. Pero cito a Florence Thomas cuando escribe: “el lenguaje es el fundamento de la reproducción del sexismo; es un aparato de construcción y de representación de la realidad y por consiguiente de la acción sobre ella por medio de elaboraciones simbólicas. A través de él internalizamos ideas, imágenes, modelos sociales y concepciones de lo femenino y de lo masculino, entre otras. En este sentido no habrá ni devenir femenino, ni nuevos sujetos, si dejamos el trabajo sobre lo simbólico y sobre el lenguaje, todo ese sistema de representaciones del mundo que conforman los pilares de nuestras identidades.

Este domingo, en el suplemento Generación, de EL COLOMBIANO, Fernando Rodríguez L., director del suplemento cultural Blanco y Negro del diario madrileño ABC, argumenta que esta novela tiene prosa de maravilla pero una historia sin fuerza, endeble, mínima y aburrida. De acuerdo, y agrego: qué bueno que a la literatura se le despegue la aguja que marca siempre hacia burdeles llenos de putas y no hacia ellos como epicentro de una tragedia social que crece con el hambre y las desigualdades.



2004-11


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