"EL COLECTIVO INVISIBLE"
COTO TALENS
Revista: Ruralia
Si exceptuamos a la mujer
acreditada como empresaria o titular de una explotación agraria
(del que
número es, todavía,
muy poco significativo), la mayor parte de las mujeres que aportan su trabajo
a la
Explotación Familiar
Agrária (EFA) pertenecen a, lo que se ha dado en llamar, "el colectivo
invisible". La
mujer agricultora que colabora
en la explotación familiar aporta un trabajo no reconocido, no remunerado
y que no figura en las estadísticas.
Algunas veces, en la sombra, desarrolla funciones de
coempresaria, que tampoco
se le reconocen y para las que en la mayoría de los casos no ha
recibido
una formación adecuada.
No participa en las relaciones exteriores de la explotación, ni
suele aparecer
como socia en las cooperativas
y organizaciones profesionales agradas. De forma que el trabajo
atípico, por la duración
de sus horarios, su ritmo estacionario, su ámbito mal definido por
el límite del
trabajo doméstico,
la ausencia del estatuto profesional, etc., son factores que hacen que
el trabajo de
la mujer en el sector agrario
escape, a menudo, a la consideración política, a la legislación
y a las
estadísticas. Es
urgente emprender acciones dirigidas a corregir esta situación.
En efecto, si para las
mujeres titulares de explotación,
los derechos económicos y sociales son comparables a los de los
hombres, para las agricultorascolaboradoras
esos derechos no son, en la mayoría de los casos, individuales,
sino derivados de los de sus maridos.
Estaríamos pues, frente
al primer planteamiento fundamental en la lucha de las agricultoras por
conquistar su dignidad:
"el reconocimiento, a todos los efectos, del trabajo que aportan a las
explotaciones agrícolas
y ganaderas, Con el fin de que puedan beneficiarse de un estatuto profesional
que les garantice la titularidad
de sus derechos". En definitiva, reconocer el estatuto profesional de las
agricultoras implica concederles
derechos propios en el sistema de protección social, permitir que
tengan acceso a una profesión
en la que se sientan realizadas, que puedan ejercer su profesión
en
condiciones socioeconómicas
favorables y tener fácilmente acceso a la formación permanente,
así
como aprovechar un contexto
social positivo para recuperar los retrasos que tanto han contribuido a
su
segregación y aislamiento.
Además, hay que tener en cuenta que un mejor conocimiento acerca
del
trabajo de la mujer agricultora
permitiría medir el impacto de las medidas y programas comunitarios
adoptados al amparo de los
Fondos Estructurales y sobre los que, actualmente, no existen datos
utilizables desagregados
por sexos.
Otro aspecto a considerar
es el bajo índice de afiliación de la agricultoracolaboradora
al REA (Régimen
Especial Agrario), ya que
pese a estar la posibilidad jurídica de pagar la cotización
este gasto se
realiza raras veces por
considerarlo de segundo o tercer orden. Esta actitud contrasta con el carácter
rutinario y normal con el
que se asume el cotizar a la Seguridad Social por parte de los hijos, aunque
estos sólo estén
en la agriculturaganadería de forma transitoria. Los problemas económicos
que afectan
a la EFA obstaculizan la
cotización de la mujer a la S. S. Agraria y en la base de este hecho
se
evidencia, una vez más,
el escaso reconocimiento que la propia mujer hace del trabajo productivo
que
aporta a la explotación.
Sin embargo, estar en la Seguridad Social es un elemento fundamental para
el
reconocimiento de la mujer
como trabajadora del sector agrario, tanto en el interior de la EFA como
de
cara a la Administración.
Por otra parte, al no reconocerse
en términos jurídicos el trabajo de la agricultoracolaboradora
se
propicia que las disposiciones
legales en materia de seguridad no se apliquen en su caso, ya que
escapan a la noción
de "trabajadora"; de la misma manera que no disfrutan de derechos en el
caso de
enfermedad o de incapacidad
en el trabajo, ni mucho menos en materia de embarazo y maternidad,
careciendo, incluso, de
un servicio de sustitución:
Las agricultoras, frente
a esta situación, proponen la instauración de una cotización
única por
explotación agraria,
calculada sobre sus rendimientos y que genere derechos para todas las personas
que trabajan en ella y que
se emprenda un estudio sobre el coste que supondría, para la S.S.A.
la
adopción de este
tipo de sistema, al mismo tiempo que instan a las Organizaciones e Instituciones
a
vigilar el cumplimiento
de la Directiva 86/613 del Consejo.
En cuanto a las cuestiones
relativas a la salud y seguridad laboral hay que tener en cuenta, en un
sentido más amplio,
que la agricultora trabaja bajo presión, sin que se reconozca debidamente
su
trabajo. Esto conlleva grandes
esfuerzos físicos y grandes tensiones nerviosas; además,
compatibilizar
el trabajo de la explotación
con las tareas domésticas supone, no sólo un alargamiento
de la jornada,
sino un conflicto de roles,
con el consiguiente riesgo de enfermedades psicosomáticas. Esta
situación
se agrava cuando las condiciones
de trabajo se precarizan y no se respeta la normativa. Otro factor que
afecta a la salud de las
agricultoras es el entorno de vida y de trabajo, la exposición a
sustancias
peligrosas y productos de
protección de las cosechas conlleva riesgos para la salud, así
como el
contacto con plantas y animales
capaces de transmitir enfermedades.
Con vistas a mejorar la salud
y las condiciones de vida de las agricultoras es necesario, en primer lugar,
que éstas hagan evidente
su propia existencia. Significa que ellas y el trabajo que efectúan
deben contar
con e! reconocimiento por
parte de su entorno y de ellas mismas. A este respecto, la educación
y el
asesoramiento pueden jugar
un importante papel. Si las mujeres llegan a contar, en las estadísticas
oficiales, los servicios
sociales y las normativas aplicables, podrán adaptarse mejor a la
situación de las
mismas. Ello habrá
de mejorar el grado de acceso a dichas disposiciones para las agricultoras.
Es necesario, igualmente
favorecer un cambio de mentalidad a través del asesoramiento y de
la
información, con
el fin de que, tanto los hombres como las mujeres, se convenzan de la necesidad
de
recurrir a ciertas disposiciones
legales y a los servicios sociales. Y, en particular, es imprescindible
la
realización de estudios
sobre los efectos para la salud de las agriculturas de los productos utilizados
en
la práctica agrícola
sobre todo durante el embarazo, y también sobre las enfermedades
profesionales
específicas de ciertas
actividades agrícolas.
Otra de las claras discriminaciones
a las que se ve sometida la agricultora es la de la formación. Debido
a la reestructuración
de las explotaciones agrarias, la gestión y la organización
el trabajo se complica.
Esta evolución cualitativa
de las tareas en la explotación agraria debe ir pareja a una mejora
de la
formación de los
agricultores y agricultoras. La evolución tecnológica del
material agrícola y el empleo
de la electrónica
en la maquinaria, la pareciación del estado fisiológico y
sanitario de los productos, la
necesidad de adoptar una
gesitón financiera rigurosa (contabilidad, relaciones comerciales,
etc.) son,
por tanto, ejemplos que
prueban que el agricultor y la agricultora de hoy deben asumir tareas para
las
que una formación
cualificada es imperativa.
Si a esto añadimos
las nuevas orientaciones de la P.A.C. (Política Agraria Comunitaria)
y hablamos de
desarrollo rural, diversificación
de actividades para compensar la caída de las rentas en las pequeñas
explotaciones agrarias,
y si tenemos en cuenta que el éxito de la mayor parte de estas medidas
va a
depender, en gran manera,
de la capacidad de esfuerzo y de adaptación de las agricultoras,
estamos
evidenciando las necesidades
de formación como una herramienta indispensable para construir el
futuro del mundo rural.
Pero el verdadero problema que encuentran las agricultoras que desean
conseguir una mejor preparación
para afrontar su trabajo, es no tanto el de la existencia y las
condiciones de acceso a
las redes de formación como el del tiempo. El trabajo y el peso
de las tareas
familiares se convierten
en un obstáculo, a veces "insalvable" en su motivación para
la formación. Sólo
el desarrollo de infraestructuras
y la evolución de las mentalidades en cuanto al reparto de las
responsabilidades y del
tiempo, pueden resolver el problema de la participación de las mujeres
en los
procesos de formación.
Estas medidas destinadas a permitir una mejor conciliación entre
la vida
familiar y la vida profesional
deben ser prioritarias en todos los programas políticos.
La primera acción,
en el ámbito de la formación, debería consistir en
una mejora de la información de
las agricultoras sobre sus
posibilidades de formación. Pero esta acción sería
insuficiente si no se
procura que los problemas
que ocasiona la distancia se resuelvan previamente. Deben crearse, por
tanto, infraestructuras
sociales (servicios de sustitución, transportes, etc,.) bajo pena
de excluir, de
hecho, a las mujeres de
todas las posibilidades de formación. Los cursos deben ser especializados
y
basados en las oportunidades
futuras para las agricultoras. La formación debería ser continua.
También
habría que reforzar
Iniciativas Comunitarias tales como los programas NOW que han mostrado,
en
muchos casos, su eficacia.
Como ya hemos podido constatar,
la mujer del medio rural y, de un modo más específico, la
mujer
agricultora, tiene problemas
propios determinados por el territorio y el paisaje donde desarrolla su
vida
cotidiana. A ello se suman
los condicionantes ligados a de la actividad agraria. El sector agrario
está
atravesando un fuerte proceso
de reconversión que, mientras ha llevado a muchos agricultores a
abandonar su actividad,
está obligando a aquellos que eligen permanecer en el campo a mejorar
su
capacidad profesional para
ser más competitivos. Sin embargo, la preparación e integración
social del
agricultor, y más
aún de la agricultora, es escasa y para que el mundo rural de forma
global y el sector
primario y la mujer agricultora,
en particular, puedan, no sólo superar la crisis que envuelve al
sector,
sino afrontar el futuro
en igualdad de condiciones respecto a cualquier otro ciudadano, necesitan
información. Una
información/formación clara, próxima y útil
es el mejor servicio que puede ofrecerse a
este colectivo. Pero desgraciadamente
no se informa suficientemente sobre los problemas del campo
y, todavía menos
de los problemas específicos de la mujer rural.
En efecto, esta información,
aunque existe, llega tarde y proviene casi exclusivamente del mundo
urbano. Este último,
utilizando medios propios, muy a menudo inadecuados a las necesidades y
al
nivel cultural de la población
agrícola, no satisface ni a la fuente ni al interesado. Por otra
parte, en
sentido inverso, dentro
de la corriente informativa, se pone de manifiesto la tendencia a dar una
imagen
deformada del mundo rural,
numerosas veces presentado como una especie de "paraíso idílico"
donde
los agricultores (hombres
y mujeres) viven en perfecta armonía, respirando aire puro, nutriéndose
de
productos naturales o bien
percibiendo subvenciones, a menudo, injustificadas. Existe, pues,
manifiestamente, una falta
de información de la comunidad rural hacia la comunidad urbana y
viceversa.
Esta situación no
facilita el desarrollo del mundo rural y le dificulta, en consecuencia,
la capacidad para
hacer frente a las exigencias
de la nueva política agraria.
Tenemos que trabajar para
crear verdaderas "redes" que aglutinen, procesen y difundan toda la
información que pueda
ser útil, tanto a los agricultores, como a la sociedad en general.
Pero también
debemos llevar a cada rincón
del medio rural toda esa información que permita mitigar el aislamiento
social en el que viven someticlas
tantas agricultoras y facilitar el intercambio de experiencias entre ellas.
De la misma manera, la falta
de información/formación y el bajo nivel de autoeso tima
se convierten en
elementos determinantes
que entorpecen la iniciativa de las agricultoras a la hora de promover
programas comunitarios,
así como su participación en ellos.
El papel de las agricultoras
en el mantenimiento de las rentas agrarias ha sido, y va a ser, cada vez
más
decisivo y en las zonas
deprimidas son las mujeres las que sufren con mayor contundencia las
condiciones de vida desfavorables.
Desde la perspectiva de la responsabilidad, el respeto al medio rural
y a sus habitantes, entendemos
que los programas de desarrollo comunitários deben nacer de las
necesidades concretas en
las zonas y colectivos más débiles y aquí encontramos
el verdadero
protagonismo de la agricultora,
puesto que es ella quien mejor conoce las situaciones de necesidad y
reconocemos su derecho a
implicarse en la promoción, el diseño, la gestión
y puesta en marcha de los
programas de desarrollo
e Iniciativas Comunitarias.