"LAS MUJERES EN PUESTOS DE RESPONSABILIDAD.
¿COMO EJERCEN LA POLÍTICA?"
por
Cristina Muñoz
Ministra de la Secretaría de la Mujer de Paraguay
Ponencia del Seminario: Mujer y Política. Un reto en Democracia. Perspectivas desde España y Paraguay
24 al 26 de junio de 1999


 


Abordar el tema de cómo ejercen la política las mujeres en puestos de responsabilidad, me ha hecho mirar a mi alrededor y, por supuesto, también a mi misma. Sin embargo, para lograr la objetividad que este tema requiere, me he centrado en el análisis de los obstáculos de las mujeres en cargos de responsabilidad y dentro de éstos, me refiero a algunas de las barreras resultantes de un tema escabroso para las mujeres, como es el poder.

Esta búsqueda del poder comienza con la lucha por las mujeres por la promulgación de las leyes que les otorgaron el derecho a participar en el proceso de elección de los dirigentes y dirigentas nacionales, hecho que junto con constituir una de las grandes transformaciones sociales del siglo, marcó el comienzo de un proceso trascendental, aún no ha mostrado todo su potencial que
La igualdad entre hombres y mujeres en cuanto a su participación política está consagrada en la Carta de las Naciones Unidas, la Declaración Universal de Derechos Humanos, así como en otras disposiciones en pro de la igualdad, tanto internacionales como nacionales. La Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer requiere que los estados partes se comprometan a tomar las medidas apropiadas para eliminar la discriminación contra la mujer en la vida política y pública y garantizar, en igual de condiciones con los hombres, el derecho a votar y ser elegibles, así como a participar en organizaciones y asociaciones que se ocupen de la vida pública y política de cada país.

Se puede afirmar que actualmente, ningún Estado que se diga democrático niega la igualdad para las mujeres ni impide su acceso en igualdad de condiciones al mundo público. La mujer ha ido accediendo a cargos de decisión y su participación en todos los niveles se ha ido incrementando aceleradamente.

Sin embargo, las estadísticas sobre la participación política de la mujer son aún deficientes, en particular en los más altos niveles de toma de decisiones. Basta acotar que hasta hoy, sólo el 5% de los países ha sido gobernado por una mujer; la proporción de mujeres en los parlamentos nacionales, que constituye el mejor indicador disponible de representación de la mujer dentro de los cargos sujetos a elección popular, es todavía muy baja.

Analizar las causas de esta escasa participación de la mujer, nos lleva necesariamente a reflexionar sobre los obstáculos que la limitan y los mecanismos desarro!lados para ello.

Un primer obstáculo que entorpece todas las formas de participación de la mujer en la vida económica, social y política, lo constituye la desigualdad resultante de la división de roles entre hombres y mujeres en los espacios públicos y privados.

Lograr condiciones equitativas para la plena integración de la mujer a la vida nacional de los países implica, además de acciones positivas para su acceso al poder, la adopción de

otras medidas que conduzcan a una revalorización de los espacios privados, tanto para los hombres como para las  mujeres, de forma de que éstos sean compartidos en igualdad.

Por esa razón, y concediendo la real importancia de las acciones positivas, tales como el sistema de cupos o la promoción de la paridad de ambos sexos en los órganos públicos, se hace necesario promover cambios paralelos conducentes a la transformación de las relaciones de género, impulsando medidas que aseguren que las opciones para compartir y alternar funciones en los espacios públicos o privados, sean equitativas para hombres y mujeres, a fin de que tanto unos como otras puedan despojarse de las rigideces de la distribución de roles.

Esto significa, mediante la integración del mundo público y del mundo privado, enriquecer la realidad de todos y todas. Implica también, hacer que la sociedad tome conciencia de que los problemas de las mujeres no son sólo los intereses de las mujeres, las que por el lugar que jurídicamente tienen garantizado en la sociedad y su contribución al desarrollo nacional, deben tener pleno derecho de ciudadanía y, por ende, a participar en todas las decisiones que afecten a sus familias, comunidades y países.

Esto nos cónduce a abordar otro tipo de obstáculo, que se relaciona directamente con la ciudadanía efectiva de las mujeres.

Analizar el número relativamente escaso de mujeres electas, que contrasta con el de mujeres votantes, sugiere que, a pesar de la remoción de obstáculos legales que ha establecido una igualdad potencial para el hombre y la mujer en el desempeño de cargos de elección popular, subsisten fenómenos culturales relacionados con el papel de la mujer en la sociedad que dificultan que la igualdad jurídica se refleje en la práctica.

La búsqueda de una ciudadanía efectiva para las mujeres parte de tener en la práctica iguales derechos que los hombres, en situaciones en las que ya se ha reconocido jurídicamente la igualdad, pero que en la realidad no existe plenitud de derechos para ellas.

Otro obstáculo que se erige en torno a la participación de la mujer es la escasez de modelos de liderazgo femeninos basados en una identidad política de género. Este punto, a su vez, nos lleva al centro del tema que me toca abordar.

Las mujeres se enfrentan a un mundo cambiante que determina formas de liderazgo particulares y, a la vez, cambios en los ámbitos dentro de los cuales tienen que negociar.

Gran parte de las mujeres que participan en política lo hacen en referencia a otras condiciones sociales no a su género
y actúan como miembros de corporaciones que las determinan porque abarcan mucho más que su particularidad genérica.

Cada mujer política vive sujeta a diversas formas de lealtad, de pertenencia, de control. Todo ello se concreta en la formación de una identidad fuera del género. Así, al hacer política, se estereotipan sus actividades, las formas de buscar y ocupar posiciones jerárquicas, sus discursos, sus comportamientos.

Para convocar a las mujeres es preciso reconocer que hacer política implica ganar y perder poderes que provienen del ámbito político y van desde el prestigio hasta bienes y recursos sociales, económicos o intelectuales. Por ello, a pesar de la conciencia y la voluntad, hacer política pasa por la competencia, la rivalidad y las alianzas.

Diseñar un estilo de liderazgo que contribuya a la conformación de un sujeto político de género pasa por el acceso a la información y la capacidad de gestión, por la tolerancia, la coalición en la diversidad, el acuerdo en las propuestas, la capacidad de impulsar líneas de acción específicas y también comunes.

En este mismo sentido, much° se ha hablado ya sobre la falta de interés de las mujeres para participar, en la ausencia de discursos atractivos que realmente den cuenta de sus reales intereses.

Por otra parte, debemos hacernos cargo de que existe un vago malestar con la política, que no debe ser confundido ni con una apatía ni con un rechazo a la democracia, sino que es un fenómeno que tiene varias expresiones.

En primer lugar, la exclusión de las mujeres del poder político hace que las mujeres establezcan una relación particular con respect° al poder.

La palabra poder desata variadas reacciones entre las mujeres: desde el rechazo total, pasando por la afirmación parcial y hasta la aceptación instrumentalizada del poder para las mujeres.

En los comienzos del movimiento de mujeres, a principios de la década del setenta, éstas comenzaron a cuestionar las relaciones sociales de poder. Sin embargo, el poder se convirtió en algo sospechoso para muchas mujeres. El poder se declaró "principio masculino" y las mujeres quisieron crear espacios en que este principio masculino no rigiera, creyendo que estos espacios "sin hombres" era sinónimo de "sin jerarquías, sin competencias, sin luchas por el poder", en donde debería reinar la solidaridad y la igualdad de los y las que no tenían ningún poder social.

Naturalmente, esto no fue más que una esperanza utópica, ya que también en los grupos de mujeres existía y existe el

poder y las jerarquías. Hay mujeres fuertes y débiles, algunas masculinam'ente dominantes y otras con voluntad de adaptación. De forma muy especial se incorporaron también en los grupos de mujeres, hábitos que antes habían sido criticados como formas de ejercicio del poder típicamente masculinas.

En los años ochenta el debate llevó a la búsqueda de estrategias de cambio en las relaciones del poder socio-político a través de la intervención en la esfera de poder, junto con la presencia parlamentaria y la competencia de las mujeres en sus propios partidos.

Mediante la crítica a la concepción tradicional de la "política como negocio" y al "poder como propiedad" e instrumento de dominación, el movimiento de mujeres ha provocado una discusión de contenidos y criterios nuevos dentro de estos ámbitos.

Barbara Sichtermann resumió lo que posiblemente hace la diferencia de intereses según sexo: "Lo que causa repulsión a las mujeres dentro de la política es la distancia existente entre el impulso y el hecho, entre el hecho y el resultado, entre el

resultado y el plan, que son típicos de la política; es el alejamiento'del político de sus propias intenciones, lo formal y abstracto de los anhelos y proyectos; es el dificil conjunto de obligaciones impuestas, de la lentitud de las instituciones y de la competencia subjetiva en todos los casos, lo que en su conjunto actúa para la mente ingenua como la maldición del negocio político. A los hombres les atrae aprender, entender y romper las reglas de este juego, mientras que las mujeres se sienten intimidadas y aburridas y, además, sospechan, y con razón, que por su inclinación a hablar en forma directa no serán comprendidas en este sistema de referencias altamente formalizado que es la política".

Para Hannah Arendt el poder es la interpretación simbólica de la solidaridad de un grupo. El poder es la fuente de que se alimenta la legitimación de decisiones políticas colectivas, donde fracasa siempre reina la violencia. El poder entendido de tal forma llevada a una visión de un mundo distinto. "Poder no necesariamente significa opresión: el poder también podría ser la creación de algo, otra forma de vida, un mundo diferente, un espíritu de inspiración", como lo dice Rossana Rossanda.

Las mujeres han sacudido la hegemonía y seguridad masculinas en cuanto a la legitimación del poder social. Es evidente que no se trata de un simple cambio de los hombres en los puestos de poder, justamente, porque muchas mujeres han desarrollado otro concepto del mismo. Las mujeres han retomado el sueño de un cambio cualitativo de la sociedad con esta mirada diferente hacia el poder. Su visión hoy en día es una sociedad en la cual el poder no sea una capacidad de imponer su voluntad contra la resistencia de los demás, sino una red definida por el dar y recibir.