Ojos para el silencio: migrantes ecuatorianas en España

Por Paloma Fernández-Rasines*

El pasado mes de febrero fuentes de las propias organizaciones de inmigrantes cifraban en torno a 100.000 el número de “ecuatorianos sin papeles” o “irregulares” en España. La nueva ley de extranjería que entró en vigor el 23 de enero de 2001 regula que estas personas pueden ser expulsadas en cualquier momento y por la vía de urgencia.

El pasado 13 de enero fallecen 12 de estas personas en el accidente de Lorca. Las consecuencias no se van a limitar al dolor por las pérdidas humanas. Estos hombres y mujeres de distintas edades resultan ser víctimas “irregulares” o “sin papeles” que mueren de camino a su lugar de trabajo. Se procede a la persecución legal de los empresarios implicados en el caso y al día siguiente del fatal accidente ningún empresario en Murcia se aventuraba a “dar trabajo a los sin papeles”.

Durante el mes de febrero, cientos de irregulares que venían trabajando en las labores agrícolas en el sur de la costa española del mediterráneo se encuentran al borde de la sobrevivencia y ante la amenaza de la expulsión inmediata, según la nueva ley. Las organizaciones indican que buena parte ha migrado ya hacia las regiones del norte en busca de oportunidades en otros sectores y entornos que creen menos vigilados. Otra parte importante se ha acogido al llamado “Plan de retorno voluntario”, desafortunado producto del convenio firmado recientemente entre los gobiernos del Ecuador y España para la regulación de los flujos migratorios con carácter selectivo.

El Plan de retorno voluntario prevé sufragar los gastos del retorno al Ecuador de las personas que acrediten un pre-contrato de trabajo que deberá tramitarse en la Embajada española en Quito para después hacerse efectivo con la vuelta a España en el plazo mínimo de 20 días. El convenio  quedó ratificado en Quito entre la cancillería de Moeller y el ministro español del Interior el 31 de enero pasado. Resulta muy decepcionante pensar que el convenio se firmó tal y como lo propuso el gobierno de España, sin que hubiera lugar a negociación alguna.

En esos agitados días en que el Gobierno de Noboa dedicaba sus energías a hacer frente al levantamiento indígena, el caso de los migrantes en España había pasado a ser un mero trámite. El gobierno español sabía bien que, como dice el refrán castellano, vale más llegar a tiempo que rondar un año.

Quedó zanjado entonces “el problema de los ecuatorianos” en España. En medio de la confusión, de las informaciones imprecisas y de la falta de confianza, más de 4.000 ecuatorianos, en su mayoría hombres, solicitaban el retorno voluntario tras esperar largas colas el pasado 28 de febrero, fecha límite del plazo establecido. Dos días después supimos que eran 20.000 más los que se anotaban en las listas de espera. La dificultad de manejar cifras fiables estriba en que se trata de un colectivo cuya llegada ha sido muy reciente y muy significativa.

Sirva como ejemplo el caso de Navarra, donde apenas había 300 inmigrantes del Ecuador en 1998 y esta cifra llega a ser de 3.400 a finales de pasado año. Vemos que el colectivo del Ecuador en Navarra duplica ya en número al colectivo de marroquíes que tradicionalmente se dedicaban a las labores agrícolas en estas tierras. Los magrebíes se han ido asentando durante 15 años y ahora se ven desplazados por los ecuatorianos que en apenas tres años les duplican en número. Este desplazamiento sólo se entiende mirando con los ojos del género y de la identidad cultural religiosa.

La migración norte-africana en España desde los 80 ha sido predominantemente masculina, vinculada al trabajo agrícola, de tradición musulmana y de lengua árabe. El Estado Español, a pesar de ser constitucionalmente laico tiene una tradición católica a ultranza desde que los precisamente Reyes Católicos allá por 1492, al mismo tiempo que sometían a los indios en las américas, expulsaban a musulmanes y judíos de la península ibérica.

Por su parte, la inmigración ecuatoriana no encuentra la barrera idiomática y tampoco se aleja tanto de la tradición cultural hispano-católica. También por el contrario, ha sido predominantemente femenina y vinculada al servicio doméstico en áreas urbanas. La imagen de quienes llegan del Ecuador aparece como católica practicante, devota, servicial y comedida. Todo esto cae muy bien en una sociedad que no es tan practicante pero sí es profundamente xenófoba con el Islam.

En 1998 el 74% de los permisos de trabajo concedidos en España a inmigrantes del Ecuador eran de mujeres. En la misma fecha, el 68% del total de estos permisos era en el sector de empleo doméstico y limpieza. Las mujeres ecuatorianas, como antes lo hicieron filipinas, dominicanas y peruanas, vienen a cubrir demandas de servicio doméstico que ya casi estaban extinguidas en España, como lo es la modalidad de internamiento. También cubren demandas de cuidado a personas ancianas, en un país cada vez más envejecido cuyas políticas gerontológicas estimulan el cuidado domiciliario.

En definitiva, la inmigración ecuatoriana ha caído estupendamente en un país en el que las mujeres no hemos logrado la conciliación familiar en las tareas domésticas de la ayuda y el cuidado. Pero esto no siempre sale a la luz porque la ficción androcéntrica es poderosamente seductora.

Esta ficción es la que hace posible que la descarga mediática sobre el “Plan de retorno voluntario” haya dado la imagen de que el perfil migrante de origen ecuatoriano es la foto de un hombre, padre y proveedor, que va a pasar sacrificio para después poder reagrupar a su familia en España. Las imágenes de los noticieros en las cadenas españolas han sido de lo más elocuentes: son hombres los que hacen las colas y hombres los que se despiden con gran dolor en el aeropuerto de Barajas para emprender un viaje con incierto retorno.

Lo que no se cuenta es que la mayoría de estos hombres fueron traídos previamente por mujeres de su grupo familiar que ya estaban aquí trabajando en régimen de internamiento doméstico. La evidencia etnográfica nos dice que en los primeros años hubo un perfil importante de mujeres pioneras. Dicho de otro modo, para el caso ecuatoriano las mujeres llegaron abriendo el camino. Desde antes de 1998 fueron llegando con un proyecto familiar que se concretó en lo siguiente: Trabajar en régimen de internamiento doméstico, lograr de sus patrones el pre-contrato y con sus ahorros regresar al Ecuador para el trámite de volver a España como trabajadoras regulares y con algún otro familiar que podía ser su compañero, su hermano, su hijo, su primo.

Es preciso decir que los hombres han tenido una integración laboral más problemática porque el trabajo agrícola y de la construcción está competido y tiene mucho de estacional. Los ingresos de los hombres son más discontinuos y sus trabajos son más expuestos a la irregularidad y los impagos.

Las mujeres, por su parte, siguen trabajando en internamiento doméstico y ahorrando para tal vez traerse a sus hijos e hijas y entonces a sus madres. Porque las abuelas son la clave de que este proyecto familiar llegue a funcionar. Hay mujeres que ya con sus hijos al cuidado de las abuelas aquí pueden promocionarse y trabajar en otros sectores de los servicios o como operarias. Los maridos, a menudo se desesperan en medio de una mayor precariedad. Muchos aún comparten pisos de hombres mientras sus compañeras encuentran una alternativa al servicio como internas.

Así que en verdad parece que lo que el convenio para el plan de retorno viene a paliar es la situación de muchos de los hombres en situación precaria. Algunos de los que han pedido el retorno ya no desean volver a España porque se agotaron en la búsqueda. Muchas de ellas, por su parte, siguen trabajando y no siempre sus demandas son visibles. Ellas han sido y son las proveedoras y fueron las primeras en llegar sigilosamente. La ficción del derecho paterno es poderosa y en este caso ha sido mucho más ruidosa.

También hubo mucho más ruido en el enfrentamiento indígena con el Estado ecuatoriano el pasado mes de febrero. En los 22 puntos del acuerdo final apenas encontramos una discreta mención a la situación de los migrantes y ni siquiera ha merecido que se acuerde una mesa negociadora para el tratamiento urgente de este tema en mes siguiente al acuerdo.

Los hombres y mujeres en el exilio no se reivindican indígenas. Sin embargo, sólo en 1999 enviaron en divisas unos 1.200 millones de dólares USA, algo más de la mitad de la cantidad evadida ilegalmente del país en ese mismo año. Espero que esto ayude a que podamos pensar más allá del ruido de los acontecimientos.
 

*Antropóloga feminista y  profesora ayudante en la Universidad Pública de Navarra.