VIAJE AL CENTRO DE LA IRA
 

                                Laura Castellanos
 

Pedro Valtierra tomó la foto que dio la vuelta al mundo: una joven
indígena armada con sus manos empujaba a un militar para
impedir que entrara en la colonia de desplazados de la sociedad civil
Las
Abejas, de X'oyep. El arma castrense era más larga
que la extensión del talle y el brazo alzado de la joven. La cámara sólo
registró su espalda, la negra cabellera sobre el huipil
rayado y parte de un rebozo enredado en el cuello. Se llama Rosalía.
Tiene 18 años y en su rebozo,
que es azul celeste, carga siempre a su pequeño Francisco. Rosalía se
sonroja al reconocerse en el
periódico. Un hombre alza el ejemplar sobre su cabeza y explica en
tzotzil el impacto que tuvo la
fotografía. Decenas de mujeres se arremolinan en su torno y exclaman
suavemente: ``¡Ooooh!''. La
foto se tomó en el tercer día consecutivo en que una valla de mujeres y
niños impidió el avance del
Ejército federal hacia la toma de agua que usan los mil 100 habitantes
de
X'oyep, municipio
autónomo de Polhó, el segundo campamento de refugiados internos más
grande de Chiapas.
Finalmente, el Ejército se estableció en un valle cercano al cerro de
X'oyep y drena el agua que
alimentaba su manantial y sus pozos, ahora secos. Una cubeta es lanzada
al pozo más profundo y
queda casi enterrada en el fango. Rosalía está sucia, sedienta. Llegarán
300 bidones de agua pero la
ayuda tarda porque X'oyep está a una hora de la carretera, por un camino
agreste, escarpado,
donde el único ruido que se escucha es el de la bomba de agua del
campamento militar.

Hora del alumbramiento

Dos horas por carretera desde San Cristóbal de las Casas conducen al
municipio autónomo de Polhó (nombre oficial:
Chenalhó), en Los Altos de Chiapas, donde han sido instalados 18
campamentos militares en idéntico número de parajes y
poblados. Esta región boscosa, fría, con magníficas montañas y el suelo
más erosionado del estado, acoge cuatro colonias de
desplazadas/os. Kilómetros arriba de X'oyep, en la cabecera municipal
rebelde, estáel más grande: hay 6 mil integrantes de las
bases zapatistas, más del 60 por ciento mujeres e infantes. Tres mil 900
zapatistas llegaron a Polhó tras caminar la noche
lluviosa del 26 de diciembre de 1997. Huían de los grupos de
paramilitares priístas que una semana antes asesinaron a 45
personas en Acteal. Aquí, bajo improvisados techitos de lámina y de
plásticos coloridos, estarán indefinidamente. Se atienden
médicamente en sus dos precarios consultorios y desconfían del puesto de
la Cruz Roja Mexicana tras su envío de 10
toneladas de medicina caduca. Pero los partos son de Micaela. Tiene 24
años y es la única partera de la zona. Las viejas se
jubilaron al no poder caminar de arriba a abajo, de día o noche, en
Polhó
o en X'oyep. Micaela lo hace. Con la sonrisa labrada
en su rostro recibió en sus manos a 15 bebés las dos primeras semanas de
enero. Ella se preocupa porque las mujeres están
desnutridas, presentan hemorragias y no hay medicinas. En un caso de
gravedad ``voy a darles las plantas cuando tienen mucha
hemorragia y mucho dolor''. Va a la montaña y busca la de San Martín,
Liquidámbar, Tajalguamón, y prepara tés para
atenuarles el sufrimiento. Sus pacientes ``tienen pena'' porque ``no
tienen cama, medicinas, duermen en el suelo. Dicen que les
falta más de su pañal, colcha de su bebé, de su agua que les queda lejos
para traer''. Ella también tiene pena: ``falta herramienta
para escuchar su pulso del niño, falta termómetro''. Comúnmente a las
mamás se les va la leche y no hay más alimento para el
recién nacido que el té de manzanilla. Hasta ahora no ha muerto ningún
bebé recibido por Micaela, pero recuerda que dos
murieron de neumonía. En la úlltima quincena habrá atendido una docena
de
partos. Tiene registrados 12 para este mes, 14 en
abril y 19 en mayo. Después desconoce la cuenta: ``es un chingo'', dice.

El vuelo de las abejas

María dio a luz kilómetros arriba de Polhó, más allá de Acteal, en el
ejido Miguel Utrilla-Los Chorros, el 13 de diciembre de
1997. Su familia no fue invitada a la fiesta de su comunidad en honor de
los asesinos de 21 mujeres, 15 niños y 9 hombres de
la sociedad civil Las Abejas en Acteal, una semana después. Ella también
es abeja, es decir, neutral entre el EZLN y el
gobierno, pero con vínculos solidarios con el primero. El 14 de
septiembre su esposo huyó del pueblo bajo amenazas de los
paramilitares priístas y ella se quedó a cuidar todo mientras se
resolvía
el conflicto: cinco hijos, su casita, 300 matas de café, la
tiendita. Dos días después los priístas se reunieron: ``Ahí hicieron
acuerdo que van a quemar las casas de los perredistas.
Quemaron 70 casas, robaron las cosas y juntaron en una escuela todos. Yo
lloraba con mis hijos porque escuchaba que ya van
a entrar a la casa. Me preguntaba la gente que dónde estaba mi esposo,
``se fue a San Cristóbal'', dije. Contaron un mes que él
no llegó y me llamaron a la asamblea y pidieron multa de 5 mil pesos.
Encontré prestados y fui a entregar pero la gente dijo `no
basta, si quiere entrar su marido entrega 20 mil pesos si no vamos a
matar'. Dolía mi embarazo. Día y noche pensaba cómo iba
a salvar. Dijeron `tu esposo no tiene derecho de regresar, da 5 mil para
derecho de tus hijos'. Sufría mucho, dije a la gente
`reciban mi cafetal'. No salía de la casa por leña, agua. Mi hijo grande
busca acompañamiento y va. Los otros hijos van solitos
a la escuela. Sentía mucho tristeza. Quedaba solita en la casa,
llorando''. Los paramilitares fanfarroneaban por las calles con sus
armas de grueso calibre. Nadie podía entrar ni salir de Los Chorros sin
su autorización. La fiebre poseyó el cuerpo de María y
dio a luz el 13 de diciembre asistida por su hermano. No tuvo leche para
amamantar a su hijo, otra mujer ``se prestó'' para
hacerlo. La fiebre se agudizó cuando supo de la matanza de Acteal. Las
gestiones de su esposo por liberar a su familia se
supieron en Los Chorros y los paramilitares amenazaron: ``¡Chingada puta
madre! ¡Al rato vamos a echar balazos a esta
casa!''. Finalmente, el 27 de diciembre, el mismo día que el éxodo
entraba en Polhó, una brigada de derechos humanos
reforzada por la PGR y el Ejército mexicano llegó a Los Chorros. María y
sus hijos fueron liberados. Al irse, otras personas les
suplicaron llorando que los llevaran con ellos. Salieron 300 más. María
está en el albergue de las hermanas del Divino Pastor en
San Cristóbal. Carga a su bebé y limpia sus lágrimas al concluir su
palabra en el tzotzil más dulce y triste. Se asoma por la
ventana del salón. No están las montañas de su casa, sólo la plancha de
asfalto en la que corretean los hijos de otras familias
desplazadas.

La pelota de Zenaida

En un cuarto frente a la cancha en la que juegan los niños desplazados
de
La Nueva Primavera, en San Cristóbal, está Zenaida
sentada. Viste como una princesita azul: mallones y suéter en tono
claro,
zapatitos tono pastel, calcetitas de encaje, una gorrita
chistosa le cubre las orejas y en sus manos sujeta la inseparable pelota
azul rey con amarillo. A sus cuatro años es la poseedora
de la sonrisa más encantadora del albergue. Sólo entiende el tzotzil.
``Zenaida'', la llama alguien y pela los dientitos de leche
carcomidos de negro. ``Zenaida'', la nombra su tía y ella sonríe sin
voltear mientras golpea la pelota suavemente en sus
piernitas. No la rueda, no la avienta. Las balas que mataron a su madre
y
a su padre en Acteal atravesaron el area occipital de
su cráneo. Quedó ciega. La matanza dejó nueve niñas y cuatro niños
huérfanas/os de padre y madre, y 32 menores de edad
huérfanas/os de madre. Sus tíos se preocupan por Zenaida. Ella y sus dos
hermanitas habrán de reintegrarse a Acteal, a sus
caminos en picada y a su terreno accidentado por el que antes corrieron
descalzas. También les preocupa que se ``está
acostumbrando a la buena comida'' y a las golosinas, porque le
serádifícil adaptarse de nuevo al pozol y los frijoles cotidianos.
Zenaida pregunta por su mamá y por su papá, no sabe que murieron.
``Luego
vienen'', le dicen los tíos. ``Zenaida'', le dice una
voz desconocida. Ella Sonríe. Por su mejilla de nube resbala una caricia
y abraza su pelota contra el azul cielo del suéter que la
abriga.

Regreso a casa

A una hora de San Cristóbal, rumbo a Polhó, hay una desviación que
conduce a San Andrés Larráinzar. A otra hora más y dos
retenes militares de camino se divisa la niebla apretada que cae en
cámara lenta sobre Oventic, uno de los cuatro
Aguascalientes del EZLN. El segundo retén está a menos de 500 metros.
Esta presencia ha convertido a la sede del
Encuentro Intercontinental en el 96, y del Chicano en el 97, en una
comunidad desolada. Los primeros días de enero sus
habitantes huyeron varias veces ante posibles incursiones del Ejército y
por los continuos sobrevuelos de aviones y
helicópteros. Por cuestiones de seguridad tres de los cuatro promotores
de salud han sido trasladados. Los murales chicanos
de las paredes del consultorio fondean el maltrecho cuerpo de Margarita.
Cenizo el rostro, gesto contraído, agarrado el
abdomen, arrastra sus pasitos hacia la cuneta de la carretera. Delante
va
su esposo cargando a su bebé. ``¿Qué tiene?'' se
pregunta, ``mucho dolor'', dice el marido mientras ella trata de
explicar
en tzotzil angustiante y desliza sus manos en su torso y
vientre. Tiene hemorragias. La medicina recetada es para el riñón. No se
le han hecho análisis, su esposo no puede llevarla a
San Cristóbal porque ``hay mucho cabrón militar'' y sus gastos de
estancia en la ciudad variarían de 500 a mil pesos. Tiene 24
años, cinco hijos, y todos los días debe levantarse a las cuatro de la
mañana para moler el maíz y hacer tortillas. El promotor de
salud atiende en su mayoría a mujeres y niñas/os. El diagnóstico de
Margarita no lo tiene muy claro, ``es que muy no sé de
ginecología'', dice. Margarita, espera sentada en la cuneta de la
carretera, doblado el cuerpo, el transporte que la llevará de
regreso a casa.

Ni paz ni justicia

Victoria debe salir clandestinamente de su comunidad en el municipio de
Tila para no ser advertida por los paramilitares. Es
base zapatista y tiene muy presente la violación y asesinato de Minerva
Guadalupe Pérez Torres y de Rebeca Pérez Pérez, de
13 y 15 años de edad, a manos de Paz y Justicia en agosto de 1996.
Habitantes de Tila, Sabanilla, Tumbal y Salto de Agua, no
afines a este grupo, tienen que caminar horas, incluso días, para rodear
los caminos y llegar a las cabeceras municipales. Las
milpas han quedado abandonadas. ``Hemos sufrido bastante'', dice
Victoria, que para hacer cualquier movimiento debe cruzar
por una de las zonas más peligrosas: la colonia Miguel Alemán. ``No
podemos viajar, comprar comida, medicinas para los
niños y mujeres embarazadas, tan siquiera chanclas. Pero cómo se puede
pasar si nos atacan en el camino''. Ella y otras diez
mujeres trataron de salir de compras en grupo. Tomaron un camión que fue
detenido. Las bajaron, ficharon al chofer y lo
amenazaron. Hay un saldo de 46 simpatizantes y bases del EZLN
asesinados,
y Paz y Justicia alega que sus muertos doblan
esta cantidad. Este es uno de los 12 grupos paramilitares reconocidos
por
la Procuraduría General de la República en Chiapas.
En la colonia de Victoria no hay consultorio: ``los niños cuando se
enferman tiene que morir, aunque quisiera ir al doctor en
Limar no se puede porque ahí fichan los Paz y Justicia''. Dice que en su
colonia, desde 1996 a la fecha, diez mujeres
embarazadas han perdido a sus productos por no haber recibido atención
oportuna. Victoria pide: ``Queremos que se liberen
el camino'', y decide reservarse el nombre del lugar donde vive.

En el patio de la casa

El mismo día en que Manuela iba a fraccionar su terreno en el predio
Puerto Arturo, cerca del mercado municipal de Ocosingo,
llegó un centenar de efectivos militares fuertemente armados y
reinstalaron su campamento. El lote en el que viven las 134
familias de las integrantes del Frente Obrero Popular Campesinas e
indígenas Emiliano Zapata, fue expropiado en su favor, tras
cinco años de gestiones, en noviembre de 1997. Este campamento fue
abandonado en junio pasado cuando el Ejército se
trasladó al predio recién concluido de la 39 Zona Militar, cerca de la
zona arqueológica de Toniná. Durante el día los hombres
salen a trabajar y Manuela y un grupo de 30 mujeres se sientan en el
suelo quemante, bajo un sol voraz, para tratar de impedir
que avance la instalación militar. Sus improvisadas casitas están loma
arriba. Aquí están rodeadas de tiendas de campaña, jeeps
y soldados que van y vienen. Unos están apostados en la entrada del
terreno donde han colgado el letrero ``Agrupamiento
Aguilar, Escuadrón, Blindados''. Los soldados silban a las mujeres
cuando
pasan. ``Nos han molestado'', dice Manuela, pero
no se mueve de su pedacito de suelo.

Camino a la selva

El camino de terracería conduce al cuartel militar de San Quintín, el
más
grande de la Selva Lacandona. Pero antes hay cinco
retenes militares que aplican la Ley Federal de Armas de Fuego y
Explosivos. El viaje desde Ocosingo dura cinco horas
durante las cuales los árboles se van haciendo enormes y el paisaje se
tupe de verdes intensos. La precariedad de la principal
región zapatista contrasta con la comunidad priísta de San Quintín:
Progresa construye casas de cemento, se introduce
drenaje, hay celdas solares para uso doméstico. Aquí, en la zona
limítrofe con la reserva de Los Montes Azules, se construye
una zona habitacional para 200 familias de militares. Unida a San
Quintín
está la comunidad Emiliano Zapata, que hace honor a
su nombre por ser zapatista, y en donde las mujeres tzeltales y choles,
como las del resto de la zona de conflicto, han dejado
de ir por leña y agua, y ya no van a trabajar a la milpa por miedo a
``los ejércitos''. La familia de Francisca está perdiendo sus
cosechas de maíz, frijol, café, y ya no puede recoger camote, yuca,
cebollín, chile. Se queja de que ``los ejércitos'' ofrecen 50
pesos a las muchachas ``para que sean sus mujeres, y traen
prostitutas''.
Abajo de su casa se unen los exuberantes ríos Jataté y
La Perla, de donde ella se abastece de agua cuando no hay en cuaresma.
Ahora no sabe qué hará pues en el río ``ellos se
bañan con las prostitutas, tiran sus condones, truzas, basura''. A plena
luz del día un camión militar transporta soldados y
sexoservidoras a San Quintín. Pasa a un costado de la recaudería: hay
mangos, piñas, aguacates, cebolla, jitomate, sandía; y
de la mercería, que exhibe corsetería de encaje. En las tiendas del
resto
de la selva sólo hay galletas, jabón, latas de sardina.
Oscurece. En la negrura suena el motor de una avioneta que sobrevuela
con
las luces apagadas: ``Son de las que
bombardearon en el 94'', reconoce Francisca. La nave no se ve pero por
su
ruidito se sabe que va, regresa, y que vuela por
una hora en círculos sobre el Aguascalientes de La Garrucha. ``Queremos
que se vayan'', expresa Francisca. Sus palabras se
pierden en la noche.

Sin necesidad de disparos

Durante las dos primeras semanas de enero se registró una treintena de
incursiones militares en la región de Las Cañadas, de la
Selva Lacandona, bastión zapatista que abarca los municipios de
Ocosingo,
Las Margaritas y Altamirano. La mayoría fue en
Altamirano; generalmente los hombres estaban en las milpas o si se
encontraban debían huir para no ser aprehendidos. Las
mujeres se quedaron en defensa de sus comunidades, y en el caso de la
llamada 10 de Mayo, 13 de ellas realizaron una valla y
fueron golpeadas por soldados y hospitalizadas. A los soldados no se les
acusó de disparar a mansalva, sino de aniquilar
proyectos productivos e intimidar a la población para que se vea
impedida
de realizar actividades de subsistencia. En un
documento las mujeres de Las Cañadas denunciaron las pérdidas. Las
mayores fueron el 1o. de enero en Nueva Esperanza, en
donde la comunidad huyó a la montaña: los militares comieron 50 gallinas
del colectivo de mujeres, de donde robaron una
televisión, una videograbadora y 20 mil pesos; costales de maíz, frijol,
azúcar, arroz, y sal, fueron regados en el piso y bañados
de gasolina; el combustible contaminó los tambos de agua; en las casas
robaron grabadoras, machetes, hachas, dinero, tiraron
la ropa y los trastes al piso, defecaron en ellos, les rociaron
gasolina.
Robaron dos motosierras, el equipo de sonido, medicinas,
ganado, 17 mil pesos de la cooperativa. El 2 de enero mujeres de 13
comunidades llegaron presurosas, hijos en brazos, en
apoyo de sus compañeras de Nueva Esperanza. Fueron amenazadas con ser
``rifadas'' y violadas. Ellos se fueron hasta el 4 de
enero. Cómo llovió esos días. Los granos de café se pudrieron en el
suelo. En Las Cañadas no hay comida pero sí un soldado
por familia: 36 mil 500 acantonados en 24 campamentos y 21 cuarteles.

Con insomnio, dolores de cabeza, menstruaciones más largas y dolorosas,
diarreas, y sin leche, las mujeres siguen organizadas.
En grupos vigilan las brechas, las carreteras, y armadas de palos de
madera y piedras dicen que tratarán de impedir que ``los
ejércitos'' entren de nuevo.