El velo de los desvelos
por Montserrat Boix*
Publicado en la revista Elle - Febrero 1998
Quizás pueda ayudar a abundar en un
debate necesario...
El cuerpo de la mujer ha sido siempre un
barómetro del poder del fundamentalismo islámico: satanizado
por los radicales, utilizado como campo de batalla de las ideas políticas
y vinculado al sentido del pecado y de la vergüenza. El velo, en sus
variantes ha sido la cárcel en la que han vivido y viven millones
de mujeres, aunque muchas intenten la fuga cada día.
Controlar el cuerpo de la mujer se ha identificado
durante siglos, y no sólo en las sociedades
musulmanas, con el control de la sociedad.
La contención de las J mujeres se convierte así en
una poderosa arma para la contención
de una sociedad que amenaza con romper las estructuras
del sistema y exige el desarrollo de sus
libertades. En la mayoría de países musulmanes -salvo
Túnez y Turquía- el código
civil, utilizando la referencia del Corán, dictamina la condición
legal de la mujer, considerada durante toda
su vida menor de edad y necesitada de la firma del
padre, hermano o marido para las decisiones
más elementales. Si existe un problema legal, ante
los tribunales el testimonio de una mujer
vale oficialmente la mitad que el de un hombre; si
debe percibir una herencia y repartirla con
sus hermanos, ella tiene sólo el derecho a una
cuarta parte de lo que los varones reciban.
En ese entramado donde se mezclan tradiciones,
intereses y tabúes, usar el hijab, el djilbab,
el nikab o el chador marca posiciones sociales
en relación con la moralidad exigida a las
mujeres, pero, sobre todo, es una muestra
evidente del grado de permisividad o intolerancia del entorno.
«La mujer para el Islam es una perla
preciosa que hay que proteger como los objetos más
preciosos de los museos. Las mujeres en Occidente
están desconsideradas». El testimonio de
Thoraya, una joven estudiante marroquí
de 20 años, nos muestra el otro lado de una historia
difícil de entender para quienes no
se hallan inmersos en ella.
Amina era la chica más moderna del
pueblo donde vivía, a un centenar de kilómetros de Túnez.
No le preocupaban las críticas: vestía pantalones, faldas
cortas, hacía deporte, hasta el día en
que descubrió la fe. Su madre había
enfermado gravemente y ella empezó a rezar para pedir a
Dios su curación. Un día su
hermana, al llegar de la playa, sufrió un infarto de miocardio y
murió. Amina comenzó a culpabilizarse
por la situación de su familia y se interrogó sobre la
posibilidad de que ésta estuviera
sufriendo un castigo divino por su conducta. Decide entonces
aumentar el número de rezos y adoptar
el velo. A pesar de ello, no renuncia definitiva-mente a
su coquetería y continúa utilizando
un suave maquillaje que marca ligeramente sus facciones.
«No está prohibido, a condición
de que no sea excesivamente provocador», dice intentando
justificarse. «La fe está en
mi corazón y eso no cambia. En todo caso, la reforzaré pronto
con
el peregrinaje a La Meca».
En Mali el velo no es obligatorio y hace algún
tiempo no era una práctica mayoritaria. La moda
llegó cuando las mujeres privilegia-das
que viajaban hasta Arabia Saudi para ir a La Meca, como establece la tradición,
regresaron del peregrinaje importando la costumbre. En la campaña
de
reislamización que están llevando
a cabo los movimientos islamistas, que presentan la religión
como clave en la recuperación de la
identidad del pueblo arábigo-musulmán, y aprovechando la
crisis económico-social de una población
que busca salidas, se sitúa de nuevo a la mujer y su
imagen en primer plano. Hace pocos meses,
en Holanda, la presidenta de Al Nisa, la mayor
organización de mujeres musulmanas
del país, denunciaba que desde hace cinco años un buen
número de mujeres musulmanas residentes
allí, en su mayoría marroquíes y turcas, reciben un
subsidio de los países musulmanes ricos, como Arabia Saudí,
por usar velo.
La organización internacional Women
Living Under Muslim Laws (Mujeres bajo Leyes Musulmanas)
una de las más importantes en la defensa
del estatuto legal de la mujer musulmana, se
preguntaba en un debate sobre el velo si
llevarlo puede considerarse o no una elección
voluntaria, cuando frecuentemente -según
casos denunciados- se trata de una imposición exterior que proviene
del círculo familiar o el entorno social. Esta organización
subraya también en sus conclusiones que «si bien la población
del mundo arábigo-musulmán es sensible a reconocerse en
una llamada identidad musulmana, los grupos
radicales islámicos están conformando, con el
pretexto de recuperarlo indígena,
una identidad, un nuevo perfil de lo musulmán importado de
los países del Golfo, donde tienen
sus bases de financiación». Finalmente, ante las múltiples
denuncias de agresiones contra mujeres que
se han negado a ponerse el velo, la organización
pide mayor tolerancia de las mujeres que
llevan velo con las que deciden no hacerlo.
El velo no viene del Islam. Cubrir la cabeza
de las mujeres con un velo no es un invento del
Islam. Hace 3.000 años, 17 siglos
antes del nacimiento de Mahoma, se establecía ya esta
imposición. Queda constancia de ello
en la Tabla A 40 de las Leyes Asirias promulgadas por el rey Tiglat Phalazar,
depositadas actualmente en el Museo Británico de Londres.
El dictado o la tradición se mantenía
a principios de la era cristiana. Todas las mujeres en
tiempos de Jesús llevaban velo, empezando
por su madre, María, y lo mismo ocurrió en el mundo
greco-latino. Entre los musulmanes, frecuentemente
justifican la imposición del velo a través
de una supuesta conversación que existió
entre Mahoma (el Profeta) y Ornar (su cuñado). «Oh,
profeta», dijo Ornar, «di a tus
mujeres, di a tus hijas y a las esposas de los creyentes que coloquen un
velo sobre su vestido y así cubran el rostro del modo más
conveniente para que no puedan ser reconocidas y confundidas con las esclavas
y mujeres de costumbres libres». También los historiadores
tienen sus argumentos: «Tras la aparición del Islam, ciertos
elementos amorales, reclutados entre los musulmanes y hostiles a la religión,
comenzaron a atacar a las mujeres creyentes con objeto de provocarlas y
atentar contra su pudor. Cuando estos provocadores eran llamados al orden
se excusaban diciendo que no sabían que eran musulmanas y habían
creído que eran esclavas; por ello, el Corán recomendó
a todas las mujeres que cubrieran su rostro».
A lo largo de los siglos se ha mantenido el
canon moral del velo para la mujer decente, y es incluso un signo de distinción
social. A principios del siglo XX, en Egipto, punto de referencia en la
época del esplendor en el mundo árabe, sólo llevaban
velo las mujeres de clase media y alta, en contraste con las mujeres obreras
que entraron a trabajar en fábricas tras la Primera Guerra Mundial,
al descender la mano de obra masculina. Entonces surgió la creación
de la primera organización feminista. Era 1923 y las líderes
aristocráticas crearon la Federación de Mujeres en El Cairo.
Entre sus reivindicaciones prioritarias estaba la abolición del
velo, una actitud que fue muy criticada con el argumento de que era una
reivindicación elitista. Ni las obreras ni las campesinas tenían
ese problema. Hoy en día, sin embargo, nadie escapa
a esta imposición que castiga al género
femenino.
Bajo el chador
En los países donde la presencia de
los movimientos fundamentalistas es cada vez más importante numerosos
grupos de mujeres se organizan para resistir la presión de
quienes se empeñan en situarlas de nuevo en la época feudal.
En Irán o Ara-bia Saudi, donde el Estado impone directamente el
uso del chador o el h¢ab, empieza a detectarse la revuelta de las
mujeres. En Irán han sido ellas quienes con su voto, y contra todo
pronóstico, dieron la victoria a Jatami frente al candidato conservador
en las elecciones presidenciales del mes de julio. Jatami ha nombrado wcepresidenta
del país a una mujer, Massou-meh Ebtekar, quien ha dicho que no
es asunto de las autoridades ocuparse de la manera de vestir de las mujeres.
En Arabia Saudí, donde las mujeres
no tienen derecho ni a conducir un coche, la supervivencia de muchas de
ellas se basa en su capacidad para manejar la hi-pocres[a social.
Las ricas tienen su pro-chófer, mantienen sus negocios -eso sí,
con el cartel de no se admite hombres en muchos comercios- y bajo las túnicas
son capaces de vestir un vaquero ajustado o, para las más privilegiadas,
las últimas creaciones de París. A pesar de vivir en
un apartheid, luchan todavía para evitar ser condenadas a la renuncia.
LOS DIFERENTES TIPOS DE VELO:
HIJAB
Los cabellos y la nuca son considerados los
máximos exponentes femeninos de provocación para el hombre.
El jijab los cubre mediante un pañuelo, complementado con un amplio
vestido para disimular las formas del cuerpo. Es utilizado sobre todo por
mujeres jóvenes. El ñrigor del blanco más ortodoxo
puede sustituirse por el color.
DJILBAB
De tejidos gruesos y colores oscuros cubre
la cabeza escondiendo la frente y los cabellos. Puede complementarse con
un pañuelo en la cara, guantes y medias negras. Es uno de los trajes
preferidos por los integristas islámicos, frente al hijab que sería
la versió más "light" del velo. Importado de los países
del Golfo y Oriente Medido.
NIKAB
Se trata de un djilbab llevado a las últimas
consecuencias: ocultación total del rostro y de color negro. Utilizado
por las comunidades musulmanas radicales de los países del golfo,
Yemen y otras zonas de Oriente medio. Últimamente ha invadido también
Egipto. En 1994 este país prohibió su uso en las escuelas,
pero la ley tuvo que ser retirada.
BURKA
Las mujeres de Afganistán están
obligadas por ley al uso de esta prenda, una túnica que consta de
una sola abertura a la altura de los ojos. Contravenir esta norma oficial
puede significar la cárcel o decenas de latigazos. El burka provoca
numerosos accidentes por atropello, debido a la falta de de visibilidad
que implica vestir esta indumentaria.
CHADOR
Usado en Irán, Irak, Siria y Líbano
por los musulmanes chiitas. El manto es siempre negro, el color distintivo
de esta comunidad. Los chiítas, que tienen al yerno del Profeta
Alí como referencia espiritual, han logrado cobrar espeical relevancia
desde el año 1979 y han convertido al chador en uno de los simbles
visibles de lucha.
HAYEK. A pesar de que los radicales islámicos intentan imponer el hidjab o el djilbab, los países mediterráneos tienen sus propios mantos tradicionales, que todavía siguen utilizando las mujeres más ancianas. El hayek es un gran manto de color marfil -a veces también negro- que se utiliza junto con un pequeño pañuelo rectangular para tapar la boca.
SARI, Utilizado en Pakistán. Gasas de llamativos colores combinadas con túnicas y pantalones a juego, para cumplir con la norma musulmana en un país que, aunque regido durante años por una mujer, Benazir Bhutto, es un punto de acogida para tos movimientos radicadicales. Los tatibanes usaron como base Pakistan para emprender la conquista de Afganistán
MELFA. Pañuelo de algodón fino
de vistosos colores que cubre el cuerpo de la mujer. Es utilizado preferentemente
en las zonas saharia-nas y, en general, en los países africanos
(Sáhara Occidental, Mauritania, Mali, sur de Argelia). Las tonalidades
y la calidad de la tela de la melfa son cuidadosamente elegidas en
función de la actividad que vaya a realizarse.
Montserrat Boix
Periodista - Especialista en Mundo árabo-musulman
Coordinadora de Mujeres en Red