EL INFIERNO DE AFGANISTAN
La larga y tenebrosa noche de las mujeres
El régimen de los talibanes que gobierna en Kabul ha privado a las mujeres afganas de todos sus derechos. Fruto de esta situación, numerosas mujeres de este país sufren de profundas depresiones y han perdido las ganas de vivir
Resultaba raro. Aquellas mujeres no dejaban de señalarse la cabeza con el dedo.
«Les pregunté si se encontraban bien de salud», manifestó Zohra Rasej, una experimentada investigadora de temas sanitarios que trabaja para Médicos pro Derechos Humanos. «No mencionaron nada en particular. Sin embargo, se señalaban la cabeza con el dedo. Algunas dijeron: "Sí, justo aquí"».
«Entonces les pregunté qué es lo que querían decir. Y después de un par de entrevistas, me quedé francamente impresionada al ver que todas repetían lo mismo una y otra vez. Decían: "Pues sí, me estoy volviendo loca, tengo pesadillas, ya no quiero vivir más"».
«Era muy
fácil percibir los síntomas de la depresión, incluso
para los que no estuvieran acostumbrados a reconocerlos. Aquellas mujeres
se encontraban hundidas. Algunas se echaban a llorar. Tenían la
sensación de que ya no les quedaba ninguna esperanza. Algunas afirmaban
que querían matar a sus hijos y suicidarse después».
La señora Rasej, que ha entrevistado a más de 160 afganas, manifestó que, en su opinión, la mayoría de las mujeres que viven bajo la férula cruelmente tiránica de los talibanes había quedado atrapada en la larga y tenebrosa noche de la depresión más aguda.
No se les permite trabajar ni asistir a centros de enseñanza. En su mayor parte, son obligadas a quedarse en sus casas, sin salir, como en prisión, con las ventanas tapadas o pintadas de negro. Si tienen que salir, deben hacerlo acompañadas por un pariente cercano del género masculino y dentro de los límites claustrofóbicos de la burka (*) que las envuelve por completo.
Deben permanecer en silencio. Ni tan siquiera debe oirse el ruido de sus pasos. Tan sólo de mala gana se les tolera el sonido de la respiración. Se trata de mujeres que a duras penas manifiestan los más elementales indicios de su existencia. No están vivas en el auténtico significado de la palabra. Están allí, pero no están allí. Como si no estuvieran. ¿Cómo no van a estar deprimidas?
Entre los directivos de Médicos pro Derechos Humanos y de otros colectivos existe un temor cada vez mayor de que los recientes acercamientos de representantes talibanes a las Naciones Unidas, en los que incluso se ofrecen a negociar la situación del terrorista Osama bin Laden, vayan a arruinar los esfuerzos encaminados a proporcionar alguna forma de auténtica ayuda a las mujeres que sufren en Afganistán.
Los talibanes
controlan la mayor parte de Afganistán pero, gracias a la oposición
de Estados Unidos y de otros países, no ocupan el puesto de Afganistán
en las Naciones Unidas. Y,
de hecho, la ONU ha amenazado con imponer sanciones económicas
a los talibanes, a partir del próximo mes de noviembre, si sus dirigentes
se empeñan en proteger al millonario saudí bin Laden, al
que Washington atribuye los atentados contra sus embajadas en Tanzania
y Kenia.
Eleanor Smeal, la presidenta de la Fundación por la Mayoría Feminista, que se ha esforzado en atraer la atención internacional sobre las condiciones a las que deben hacer frente las mujeres de Afganistán, declaró que se temía «que vaya a haber unas negociaciones de paz», que podrían culminar en un acuerdo en virtud del cual «se termine dando por bueno» el horrible trato que las mujeres reciben de los talibanes.
Añadió: «Si eso llega a aceptarse, y da igual que se disfrace de cultura o de religión, entonces es que no existen para las mujeres unos derechos humanos susceptibles de ser plenamente garantizados. Las Naciones Unidas han declarado que los derechos de la mujer forman parte de los derechos humanos. Si se suprimen el derecho al empleo, el derecho a la educación en cualquiera de sus formas, el derecho a circular libremente, ¿qué derechos quedan entonces? ¿Cuáles son los derechos inalienables que tienen las mujeres?
La señora Rasej reconoció que todos los afganos se han visto afectados de alguna manera por la devastación provocada por tantos años de guerra y de fanatismo religioso. Sin embargo, las condiciones que en la actualidad han de soportar las mujeres de este país son «tan terribles, tan espantosas» que claman por que se les preste una especial atención.
«Incluso antes de [la llegada al poder de] los talibanes el sistema sanitario no era el mejor del mundo», manifestó, «pero había médicos de ambos sexos con una buena formación y las mujeres podían acudir a la consulta de doctores, de especialistas masculinos».
En la actualidad, añadió, los médicos con experiencia han huido prácticamente en su totalidad. A la mayoría de las doctoras se les ha prohibido la práctica de la medicina. Y las pacientes femeninas, con escasísimas excepciones, no pueden ser tratadas por doctores masculinos.
Declaró que se habían reservado algunas instalaciones decrépitas, de manera ostensible, para el tratamiento de pacientes femeninas, pero que no reunían las condiciones mínimas exigibles.
Entre los casos que citó figuraban el de una enferma de diabetes que murió porque no se le facilitaron inyecciones de insulina y el de una mujer que resultó herida en un accidente de automóvil y que falleció porque un hospital se negó a admitirla.
La señora Rasej habló de la tristeza que ella misma sentía y de su sentimiento de impotencia, por más que siga empeñada en hacer todo lo posible por ayudar. «No pasa un día sin que oigas estas cosas tan tristes», afirmó. «Ves que ocurren y te sientes impotente. No soy la misma persona que era antes».
Bob Herbert es
columnista de asuntos sociales
en The New York
Times. Op-Ed.
(*) Burka: túnica
de una pieza, que cubre de la cabeza a los pies, con tan sólo una
rejilla para los ojos, que los talibanes han impuesto a las mujeres.