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Hace un año nos divertimos bastante al leer
las deliberaciones de algunos analistas sobre el "brillante
futuro democrático y liberal" que se abría para
Afganistán, especialmente para sus mujeres, tras la operación
antiterrorista de los aliados. La imagen de la mujer afgana quitándose
el "burka" y poniéndose una minifalda estaba omnipresente.
Era "lógico", ya que todo el mundo pensaba que
los afganos, junto con las galletas de la ayuda humanitaria, también
tragarían los buenos modales y costumbres civilizadas. En
aquel entonces, escribimos en las páginas de este periódico
comentarios "políticamente incorrectos", exponiendo,
en plena campaña antiterrorista, nuestras dudas sobre la
capacidad de Occidente de cambiar algo en la vida afgana.
Nuestra opinión se basaba en un cierto conocimiento
del terreno y de la mentalidad de aquel país, tan lejano
y tan opuesto a nuestra civilización y a todos nuestros principios.
Hoy en día, los hechos nos dan la razón. El presidente
Karzai, acorralado con sus guardaespaldas estadounidenses en su
palacio de Kabul, al parecer, se siente a gusto sólo en Europa.
Aquí aparece, de vez en cuando, para hablar de la democracia
y pedir más dinero. Mientras tanto, su país está
dividido entre los señores de la guerra, vencedores de los
talibanes. "Toleran" a Karzai mientras no salga de la
capital y no intente quitarles el poder en sus feudos tribales.
Odiaban al antiguo líder del país, el mulá
Omar, simplemente porque no quería compartir con ellos su
poder.
En cuanto a la ideología de los que mandan
hoy en día en Afganistán, al parecer, es todavía
más radical que la de los talibanes.
Basta mencionar a uno de los señores de la
guerra más famosos: el todopoderoso cacique de la provincia
de Guerat, Ismail Jan. El mulá Omar parece un ultraliberal
comparado a este fanático integrista. Para vigilar el estricto
cumplimiento de las normas islámicas, formó en su
provincia una fuerza policial especializada. A las mujeres, que
por supuesto llevan los "burkas" obligatorios, las detiene
en la calle para comprobar su identidad y someterlas al reconocimiento
ginecológico obligatorio. Las jóvenes solteras que
no son vírgenes van directamente a la cárcel. Si el
médico descubre que la mujer ha tenido recientemente una
relación sexual, tiene que demostrar que ha sido con su marido,
sino será detenida.
La mujer, bajo la amenaza de un severo castigo, tampoco
puede hablar en la calle con un hombre que no sea su pareja legal.
No tiene derecho a sentarse con un extraño en el coche, ni
a estar con él a solas en un local. Por supuesto, las mujeres
de Guerat no pueden trabajar, ni ocupar ningún cargo público.
Pero Ismail Jan no es ninguna excepción. Prácticamente
en todo el país pasa lo mismo. En la capital, donde están
presentes las fuerzas internacionales, la situación es un
poco mejor, pero pocas mujeres se atreven a quitarse el "burka"
por miedo al castigo por parte de su propia familia o de los integristas
de al lado.
Este ambiente fue descrito por una periodista rusa,
Natalia Babasian, del periódico moscovita "Izvestia",
que visitó recientemente Afganistán. Lo mismo fue
confirmado por los representantes de "Human Rights Watch",
que dedicaron un informe de 52 páginas a la horrorosa vida
de la mujer afgana.
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El informe en inglés de "Human Rights
Watch":
http://www.hrw.org/reports/2002/afghnwmn1202/Afghnwmn1202.pdf
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