24 Oct '08 -El epílogo de Jorge Riechmann a "La estación vacía"

“Érase una vez...”, el habla de la memoria. “Habrá un tiempo en que...”, la rebelión de la profecía. Y el instante sin tiempo del poema, donde celebran nupcias la palabra y el silencio. Tres modos básicos de lenguaje. Tres formas imprescindibles de conciencia.

Interrogado sobre cuándo se hizo escritor, el novelista irlandés Colum Mc Cann responde que a los 21 años, un viaje en bicicleta a través de EE.UU. le puso en contacto con mucha gente, con las más variadas experiencias, trayectorias vitales y procedencias sociales. “La gente se acercaba a mí: me invitaban a cenar, a dormir en sus casas, o en el jardín. Y nada más romperse el hielo, se transformaban en verdaderos narradores orales. Yo me daba perfecta cuenta de que no tenía ninguna repercusión sobre ellos: simplemente querían liberarse del peso de sus historias, dejándomelas a mí.”

Este relato de iniciación me parece paradigmático, en lo que se refiere al estatuto del narrador. Una voz de voces: el narrador como depositario de todas las historias de una comunidad, el custodio de la experiencia, el lugar donde –quién sabe—acaso pueda operarse una recomposición de la misma que haga patente su sentido: ésa es la promesa de la narración, la voz de todos.

Lo que sucede en poesía es muy distinto. Tal vez habría que atreverse a decir: la voz de nadie. Una palabra que corta, que punza, que perfora tela y piel y cuero y ladrillo en una dolorosa búsqueda que no suele conocer su propio objeto. Una voz que, a pesar del intenso deseo de comunión, se halla en el límite de lo asocial, del sinsentido, de la extrema soledad. Una voz que no busca construir cobijos donde guarecerse, sino que se expone a la intemperie, donde canta y llora y baila sin apenas protección.

Una voz de nadie que hablase en la estación vacía.

El nogal piensa. El tejón piensa. La oropéndola piensa. Sólo el ser humano –¡tan a menudo!— dimite del pensamiento.

Treinta y ocho años, y estoy todavía en el aprendizaje más sencillo: las tautologías.

Estar donde estoy. Hacer lo que hago. Amar a quien amo.

Llevo veinticinco años escribiendo. Casi desde el principio, sabía lo que significa escribir: escribir es indagar. Hoy, después de todo ese tiempo, creo que por fin sé para qué se escribe, cuál es el designio de esa larga búsqueda.

Cuando escribo, querría decir la verdad.

Hay una palabra que dicen todos los poemas de este libro, aunque no aparezca en ellos: invierno. Un presentido, perseguido, acuciante invierno de libertad. Está ahí sin estar. Bajo el texto. Con los silencios. Sobre los sobreentendidos. Inexperto, frágil, aterrador, necesario. Como renovación; como lumbre; como espacio. Dice y no es dicho. Está ahí sin estar. Como la poesía.."

(J. Riechmann)

Editado por quique, el día 24 Octubre '08 - 17:46, en Critica Comentario.

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