11 Ago '08 -Comunista declarado

Acerca de unas declaraciones de Antonio Gamoneda sobre Gabriel Celaya

Ricardo Rodríguez para Rebelión


Antonio Gamoneda es un excelente poeta, y no deja de serlo, por supuesto, porque no sepa muy bien qué manifiestos públicos firma ni por qué, porque un día respalde la declaración de defensa del castellano promovida por Fernando Savater y su pandilla de insobornables patriotas y al día siguiente se queje de que su nombre está siendo torticeramente utilizado por la derecha para oscuros fines. Antonio Gamoneda no tiene la culpa de ser el único español que no se había enterado de qué iba ese manifiesto ni para qué se había redactado. Pero sus opiniones acerca de la realidad política de nuestro país no empañan, qué duda cabe, la excelencia de su obra literaria. Despreciar una obra literaria por los juicios políticos del autor es propio de mentalidades dogmáticas y sectarias y ha sido causa a lo largo de la historia, cuando lo ha hecho el poder, de infinidad de atrocidades perpetradas en contra de la cultura y la libertad.

Ahora bien, ese derecho que nadie puede disputarle, el de que se evalúe por sí misma la calidad de su obra, cree Antonio Gamoneda que es un derecho del que no puede gozar un comunista. Hay opiniones políticas y opiniones políticas, entendámonos, y cuando uno se pasa de la raya, por ejemplo cuando es comunista, cualquier mamarrachada que contra él se diga está perdonada.

De manera que, cuando a Antonio Gamoneda lo entrevista el diario «Público» (8/8/2008) y, tras quejarse él con toda razón de los insultos que le ha dirigido la derecha, el entrevistador le pregunta por «la utilidad de la poesía», el poeta responde: «La poesía no es un instrumento que de manera directa vaya a cambiar el mundo. Gabriel Celaya, comunista declarado, tenía una expresión: la poesía es un arma cargada de futuro. Cuando escuché aquello, me recordó que un fascista como José Antonio Primo de Rivera también decía que a los pueblos sólo les habían movido los poetas. Creo que a los dos se les ocurrió la misma tontería».

La declaración es sin duda una prueba del talento literario de don Antonio, porque es difícil resumir en menos palabras tantos prejuicios y encerrar en menor espacio tanta dosis de veneno. Claro que la larga sombra del franquismo sobre nuestras conciencias ayuda. Y lo que aquí nos encontramos es un caso magistral de la forma en que la socialdemocracia española, en particular los intelectuales de izquierdas dentro de un orden, han reciclado el patológico anticomunismo franquista para que parezca moderno y liberal. Para empezar, está lo del «comunista declarado». ¿Qué demonios será un comunista declarado? Como si se dijera criminal confeso. Supuesto que Gamoneda no se refiere a que Celaya hubiese reconocido su comunismo tras un duro interrogatorio policial –riesgo que, por lo demás, a todas horas corrió en los sombríos tiempos que le tocó vivir- ¿quiere decirse que hay otros comunistas no declarados, comunistas presuntos u ocultos? ¿Tal vez son éstos los que se afiliaron al PCE en los primeros años de la transición y, después de lograda la debida notoriedad política en sus filas, buscaron en el PSOE suculentos puestos de concejales, diputados o ministros? Horroriza pensar en la índole de monstruo que para Gamoneda y otros como él encarna un «comunista declarado»: algo así como un homicida que, además de serlo, alardea de ello.

Y, tratándose de un rojo sin afeites, ¿a qué guardar el menor respeto por su creación poética? El respeto se lo merecen autores que, igual que Gamoneda, pertenecen a la izquierda con decoro, o sea la que avalan grupos mediáticos del tamaño suficiente. Porque no puede ignorar Antonio Gamoneda, seguro que no ignora, que la frase «la poesía es un arma cargada de futuro» no es una mera «expresión» (una «expresión», una «ocurrencia», una «tontería»), sino el título de un largo y bello poema de los «Cantos íberos» («Poesía para el pobre, poesía necesaria / como el pan de cada día, / como el aire que exigimos trece veces por minuto, / para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica»). Pero que la expresión lleve detrás un conocido poema de Celaya no le importa a Gamoneda. Dice que la «escuchó», no vayamos a creer que se rebajó a leer una composición de personaje tan poco recomendable, y la compara sin titubear con una payasada característica de Primo de Rivera. Aquí veníamos a concluir: el comunismo y el fascismo son la misma cosa. Si uno es menos exquisito que Gamoneda y se toma la molestia de leer el poema de Celaya, se percatará de que dice justo lo contrario que Primo de Rivera. Mientras éste habla del liderazgo mítico ejercido sobre las masas por caudillos románticos, Celaya se refiere a la esperanza de libertad y dignidad de la gente común en la opresiva España de los años cincuenta.

Quienes amamos la poesía porque somos humanos y nos hemos hecho más humanos gracias a nuestro amor por la poesía sabemos, sin embargo, que ni siquiera el desdén de Antonio Gamoneda puede enterrar la memoria de un poeta tan gigantesco como Gabriel Celaya. Basta echar un vistazo a la magnífica edición de sus Poesías completas llevada a cabo por Visor junto al Koldo Mitxelena Kulturunea para hacerse una idea de la inmensidad inabordable de su obra. Hay otros grandes poetas, y Gamoneda es uno de ellos, pero ninguno abrazó como Celaya todas las voces, ninguno experimentó tantas sendas de la expresión lírica, pocos escribieron tanto y con tanta dedicación. Del verso más intimista al más experimental, pasando por aquellos cantos transparentes y torrenciales que fueron los «Cantos íberos», y que para tantas personas angustiadas por la mediocridad de un régimen sangriento y cuartelero supusieron una explosión de vida fresca y cuajada de posibilidades: la poesía cargada de futuro, es decir, la que vuela por las calles y enamora a la gente corriente.

En aquellos años terribles cumplió Gabriel Celaya con el compromiso que proclamaba en sus versos, y tomó partido –éste es el delito, naturalmente-. Fundó junto a Amparitxu Gastón la colección Norte, en la que editaron, no sólo a los autores españoles prohibidos por la oficialidad, sino también a los poetas europeos que no habían llegado al desierto cultural que era España: Rilke, Rimbaud, Blake, Eluard… Hacía falta mucho valor para atreverse a tanto en 1946. Y lo pagaron caro, igual Celaya que su compañera y también poeta Amparitxu, con la persecución y el silencio; de la segunda condena en gran medida ni siquiera les libró la transición.

¿Era pues necesario que Antonio Gamoneda se permitiese un insulto tan grosero a la memoria de Gabriel Celaya? ¿Acaso venía a cuento? La respuesta a la pregunta del entrevistador termina asegurando que «la poesía lo que puede hacer es, indirectamente, crear una intensificación de la conciencia para hacernos más sensibles para mirar la realidad». Es seguro que Celaya no hubiese tenido inconveniente en estar de acuerdo con esta afirmación. Pero es que, además, para él sólo podía mirarse la realidad zambulléndose en ella, actuando a la luz del día y no encerrándose en la jaula de cristal del creador aristocrático que todo lo contempla desde una altura inalcanzable. Había que tomar partido, mancharse entre todos los demás, por convicción ética y por simple dignidad. Se dice que Chéjov, del que no se guarda noticia de que jamás se declarase comunista y que por tanto nos puede servir como cita ante Gamoneda, tenía por divisa la frase de Nekrásov: «puedes no ser poeta, pero por fuerza has de ser ciudadano». Estoy convencido de que Gabriel Celaya entendió muy pronto que sin ser ciudadano, en el sentido más profundo de la palabra, es imposible ser un verdadero poeta. Seguro que Antonio Gamoneda todavía no lo ha entendido, pero Celaya no tiene la culpa.

Editado por satrapaPh, el día 11 Agosto '08 - 21:33, en Critica Comentario.

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