17 Jul '08 -"La casa roja" de Juan Carlos Mestre

Enorme este nuevo libro de Mestre, publicado por ediciones Calambur (Madrid, 2008), y del cual extraigo este poema:




EL POETA

Para Rafael Pérez Estrada




Recorrimos los suburbios,
anduvimos juntos entre la maleza,
dormimos en los cobertizos.

El poeta barba de maíz roedor de los sembrados,
el poeta bobina de hilo de las cometas.
El que bajo los párpados de lino del verano
es la voz ronca del vendedor ambulante,
la mirada del viento que seca la tierra mojada.

Lo que el poeta dice,
lo que dice el poeta a la adivina,
al solitario de boina gris,
al que oye sus palabras como relato de un robo. .

El poeta vidrio de los cuatro colores de la atmósfera,
el poeta oscuro llave de las alacenas.
El que está sentado a la diestra del padre
junto al jugador de baraja que lee la fortuna,
el que le dice a la vida, oye vida,
y se acuesta con ella.

Lo que dice el poeta,
lo que el poeta dice
al que se cree dueño de algo,
propietario del reflejo de algo,
amo de la discordia de algo.

El que deambula de noche por los cercados,
el poeta amigo de las hormigas
que construye una casa de harina.
El que guarda en su artesa cuero de tambor
y pan nublado del sábado.

El poeta cera amarilla de las iglesias
que baila con el agua de las pecadoras,
el poeta barco de papel
que duerme con la muchacha sin labios.

Sus manos escriben el rótulo de las mercerías,
saludan en la iglesia al dueño del alambique.
El que se llama Niebla, Pelirrojo Crepúsculo,
el que no sabe a quién besarán ahora los ojos de Triste Boca de Nuez,
el que silba como el pájaro de las colinas,
el hijo del panadero que conversa con el martín pescador.

Lo que el poeta dice,
lo que dice el poeta a la muchacha con calcetines blancos
y pequeños ojos de colibrí.
El viejo pastor comensal del otoño,
el poeta ruido de las semillas, carpintero del Arca de los animales.
El delirante bajo el filamento de las bombillas
para el que aún tiene sentido seguir dándole vueltas.
El que vive en la patria de una mujer desnuda,
el hijo de la locura que llora médula de caballos
sumergido en el humo de su choza de adobe.

El que vino a barnizar con leche la jaula de los cantos,
aquel cuya cabeza ha rodado como una peonza
por la tarima de los burdeles
y ha recorrido todos los templos
pidiéndole favores al crucificado.
El consentido por el vínculo de las zurcidoras,
el que padece una enfermedad inmortal
y levita en los parques tumbado de espaldas.

El poeta que cruza en ambulancia los campos de girasoles,
el poeta ángel de los pesebres,
brizna de los acantilados.
El poeta reloj de lluvia de las epidemias,
vapor de los harapos hervidos contra la peste.
El que ha hipotecado la hacienda de varias generaciones
y ahora es el ánima de un bolchevique embriagado de vodka.

El patriarca que abrió una tienda de ultramarinos
y compra por cuatro centavos un ramito de sífilis,
el que conoce el comercio de especias y el tráfico de resinas,
el compadre de los anarquistas
con su escarabajo negro ante el eclipse de mar.
El que rodeado de profecías y pájaros
vive en las manos de una arpista,
el que tiene dedos de trébol y cerillas,
aquel cuyas cenizas alimentarán las carpas de los estanques.

Recorrimos los suburbios,
anduvimos juntos entre la maleza,
dormimos en los cobertizos.

Lo que el poeta dice,
lo que dice el poeta a la adivina,
al bisabuelo judío que dormía en la comuna
y aún vaga con su barba blanca por ahí
proclamando su consigna a las abejas:
Las estrellas para quien las trabaja.

Editado por quique, el día 17 Julio '08 - 16:37, en Poemas.

Han dicho algo al respecto:

Comentario de Iakitanoi () - 19 Julio '08 - 15:44



El poeta y las estrellas.

Estrellas y trabajo / Trabajo y utopia.

Que siga cantando el poeta y que alquien le escuche…y se emocione, paseando por este bosque humano.

Habrá que leer el libro. Allá vamos…

Un saludo.

Iakitanoi.



Comentario de ximena pozo () - 31 Agosto '08 - 03:46



El poeta y el angel, el que escribe con su sombra su sendero, respira para lo hermoso como una pluma silenciosa traza su estela sobre la cupula de los arboles y mas alla. El suspiro del poeta es de caballos dorados que beben arak sobre el ardiente sepulcro de los melancolicos
Ese es mi poeta favorito el que vivio en una oscura ciudad donde se acaba el mundo,lucho por la justicia con su pluma y su vida, Juan Carlos Mestre el mejor.



Comentario de Leticia Román - 02 Septiembre '08 - 09:48



Agosto 31, 2008
“La casa roja” de Juan Carlos Mestre
Archivado en: Uncategorized — afterposts @ 5:24 pm
Tags: Add new tag, Belleza, Calambur, Cultura, Juan Carlos Mestre, La casa roja, Poesia



“Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja” pero lejos de situarse en el arrabal, este poemario de Juan Carlos Mestre se presenta en el centro de la poesía actual, si no por reconocimiento, sí por méritos. La casa roja no es un minipiso de treinta metros cuadrados -único espacio para un único inquilino- sino la versión contemporánea de la Torre de Babel. En ella conviven y dialogan gran parte de las tradiciones y culturas que hemos conocido, y lo hacen a través de sus ya consabidas fórmulas discursivas y por medio de un cuidado ensamblaje salido del taller del poeta.





Hace algunos días hablaba Alberto Santamaría en su blog de uno de los mayores prejuicios asumidos tras el Romanticismo; creer que la poesía acercaría al hombre a la verdadera esencia de las cosas, tras una especie de relegación de lo aprendido, y acompañaba esta reflexión de algunas palabras sobre el caso contrario al comentado. En cierto modo, el poeta Walt Whitman se instauró, o mejor, fue instaurado como el gran renovador de la vida, el nuevo cantor de lo natural y por ende como aquel que devolvería al hombre su ser en el mundo. Juan Carlos Mestre abre su libro diciendo: “¿Qué oyes, Walt Whitman?” y con esta pregunta irónica, según esta lectura, interroga a todos aquellos que quisieron ver en lo natural-opuesto aquí a algo que se ha dado en llamar artificial- la salvación de la humanidad. De ahí que Mestre dirija su mirada hacia lo cultural, lo civilizado, lo que se aleja del estado más primitivo, para demostrar que es en esa parcela de la existencia donde mejor podemos hacer un ejercicio de autoconciencia.





Igual que hizo Whitman, el autor de La casa roja se sirve de las formas adoptadas por los shi´r hebreos (paralelismos, equivalencias, repeticiones, etc.), aunque en lugar de revestir a su literatura de un tono épico, mas bien trata de desmontar algunos de los mitos de una tradición de la que se sabe heredero, y otorgarle a sus cantos la mirada crítica que todo poema de Juan Carlos Mestre lleva implícita. El poeta asume que su cultura es una construcción productora de “especies de verdades” con las que comunicarse; por eso en poemas como “Antepasados” y “El anzuelo de la libélula” el sujeto poético nos presenta una tradición, que siente propia y a la vez prestada, en tanto que artificio perpetuado a lo largo de los años: “antes de que me tomaran por un extraño, ya que no era el dueño de esa invención, me alejé del optimismo de ser entendido por más de dos”.





“El niño Jhon” es otro buen ejemplo de cómo las diferencias culturales pueden alejar las percepciones de niños que comparten hasta el signo que los identifica-arbitrariedades del idioma. Este poema además conecta con la temática de esta segunda parte del libro, en la que el aprendizaje y la adquisición de determinadas vivencias y valores se propone como el origen de todo proceso de socialización, ya que es en ese periodo de crecimiento donde el individuo se conecta con una u otra de las tradiciones de las que hablábamos al comienzo.



El siguiente paso dado en toda civilización es el de la creación de las Instituciones. La Iglesia, una de nuestras madres protectoras, supo imponer su voz sobre la del resto y anular con ello cualquier libertad de conciencia. Pero “La casa roja” del yo poético no se somete, mantiene los cimientos de los Medici y de Bizancio, se sitúa en la encrucijada de las grandes formaciones sociales y “habla con alas” y con “lava de lo ardido”. Tampoco el poeta claudica ante la gran Institución literaria; vuelve a servirse del discurso de aquellos a los que cuestiona para ironizar sus tópicos metarrelatos y firmar una Historia de la literatura en la que los que triunfan son los “charlautores”…”vendiendo algún souvenir a la cátedra de los sentimentales”.





La propia escritura de Mestre es sin duda una crítica al tan extendido afán del mundo literario por establecer categorías y modos a los que adscribir tal o cual práctica artística. El poeta transita los surcos de lo narrativo, la comunicación oral, lo imaginativo (en el sentido kantiano del término: la imaginación piensa y por tanto representa en intuiciones, en ideas estéticas), etc. para hacer de todo ello un camino propio y firme con el que recorrer el espacio del lenguaje. Difícil tarea ésta en un mundo en el que como se afirma en este poemario nadie es nadie, no existe el individuo, que sí el individualismo, y la literatura ha sido reducida a “mercado de pensamientos”. El oficio de poeta parece estar en peligro de extinción y la poesía ha dejado de tener cabida en este ecosistema. Pero la puesta en cuestionamiento de Mestre no busca una esencia perdida (de ahí que la poesía no haya caído en desgracia), sino desacralizar a lo real; sus poemas representan realidades, no son el descubrimiento de una verdad última, muy por el contrario el lado de un prisma infinito. Por ejemplo en el texto “Cavalo Morto” la concatenación formal sirve para otorgar concreción y existencia a aquello que podría parecer irreal, acercándosenos no como un ininteligible, sino como un mundo posible. De la misma forma en “Atrapasueños” la anáfora contribuye a reafirmar el ser de un yo poético en apariencia etéreo, sin consistencia, que acaba proclamándose “de acuerdo con lo irreal, soy la sombra única de la realidad”



En el número 99 de la revista Letra Internacional decía Jordi Doce; “… creo firmemente que si nuestros novelistas leyeran más y mejores poemas algo cambiaría para bien en nuestra literatura. La buena poesía (…) renueva y clarifica el lenguaje y nos ayuda por tanto, a pensar con más precisión y delicadeza, es decir, a pensar mejor”. Secundo la primera afirmación, que además se corrobora con la segunda y queda probada con la poesía de Juan Carlos Mestre. En poemas como “Metamorfosis” el trabajo con imágenes alejadas de la superficialidad de mucha de la literatura actual, el poeta nos da una lección; programa un viaje para los que no saben de pensamiento en imagen o fracasan en su intento de producirlo.





Intimamente ligado a esto que hemos llamado imágenes está el concepto de belleza. Ésta que indudablemente depende de los ojos de quien la busca es para el poeta “por derecho mitológico esposa del trípode y el camaleón”; una cualidad cambiante y subordinada a la perspectiva. Mestre decide sacarle los colores a Pitágoras y a Platón, desterrando las bellezas ideales, y apostar en poemas como “La casa giratoria” por un habitar amado por “las nimiedades que no encuentran sitio en el Talmud, las bellezas que deletreo para que doblen la esquina de la ficción”. En esta casa roja encontramos, aunque en versión reducida a “La mujer abstracta”, un poema anteriormente editado en la colección Compactos de poesía de la editorial El gato gris (que además incluía el trabajo como ilustrador del poeta). Éste viene a completar la mirada estética de un sujeto poético “Aburrido de las naturalezas muertas” y harto en cierto modo de ese pretendida universalidad del gusto, que cierra su reflexión con la proclama de “Me he enamorado por fin de una mujer abstracta”.





Así, y porque todo fluye, la poesía de Mestre entusiasmada por la belleza de lo concreto y “la personalidad de las apariencias” crea un discurso desestabilizador, que ahonda en la realidad, no con un afán trascendente, sino con un resultado trascendental; el de poner en cuestionamiento el sentido común, la fastidiosa manía de vincular a la verdad con la idea.

“El origen de las ideas, al igual que el de los ríos, está en las nubes”.



ROSA BENÉITEZ



Comentario de Irma Roca () - 21 Octubre '08 - 00:29



La casa roja tiene grandes y luminosas alcobas. Sus espejos traslucen una realidad que sólo pueden ver unos cuantos ojos, los que han sido lavados con lágrimas azules. La casa roja está rodeada de cipreses silenciosos y tiene un estanque con nenúfares que se deslizan por el agua verde en la que se mira Adonis el incomprendido.La casa roja tiene los cristales de ambar y en el suelo sótano brillan, multicolores, los reflejos de de las bolas de espejo de los años 70. Por los muros de la casa roja trepan enredaderas que se aferran al granito autoafirmándose, para llegar al otro lado del muro. A la casa roja se llega por un camino escarpado por el que transitan las libélulas que zigzaguean encima de las cabelleras. El camino siempre está soleado por los limoneros que crecen, altos, en sus orillas y por los girasoles que crecen bajos en sus orillas. Al llegar a la casa roja será recibido por un remolino de hojas de papel blanco sobre el que podrá escribir y dibujar.



Introduce un comentario


Nombre:  
¿Recordar información personal?

E-mail:
URL:
Comentario: / Textile

Importante: responde a la pregunta anti-spam



  ( Registrar su nombre de usuario / Validarse )

Notificar: Sí, envíeme un email cuando alguien responda.