14 Nov '06 -Perejilaida. La Gesta del Perejil (3)

Ofrecemos esta tercera entrega de la gesta del perejil algo más larga que la primera y la segunda por no romper las tiradas del mecanografiado original. Se encuentra en esta tirada uno de los momentos álgidos del cantar: Las Juras de Don Rodrigo Rato

Las ocho en punto están dando las torres de la Gran Vía,
ceñuda sobre los montes, la media luna ya mira
ministros y reporteros que acuden en comitiva,
con cámaras y con luces, escasas pero efectivas.
Cada cual con sus papeles, sin afeitar y con prisa,
se congregan cabizbajos en el fondo de la pista,
a aguardar que el buen Aznárez en calzones les reciba.
“¡Albricias, los mis ministros!, ¡heraldos míos, albricias!
¿qué ventura o qué negocio, qué cuidado o qué noticia
os traen hasta mi palacio a estas horas tan tardías?”,

con la raqueta en la mano desde el frontón les decía.
“¡Este golpe es inaudito!,¡no se vio igual a fe mía¡ "
Los ministros con el pasmo a empujones balbucían.
Aznárez el buen valido muy sereno repetía
secándose del bigote sudores que le caían.
“No es para tanto, no es nada, esto es una niñería,
para cosa seria, en cambio, el revés que el otro día
a la izquierda les metí con saña y alevosía.
Mas al grano, mis ministros, ¿a qué debo esta visita?”
.
fuése a alzar allí un rumor del Trillo que aún seguía
dando vueltas y más vueltas a lo que hablar convenía,
mas no alzóse, que cubriólo otro que le precedía,
el de cascos que temblando y amedrentado venía
de los quiebros y los cruces por las calles todavía,
con papel firme y sereno ya oiréis lo que leía:
“¡Buen valido, buen valido, que el rebaño te precisa,
no dejes en esta hora a España desasistida,
que ya surca nuestros mares por millares la morisma,
ya pone el pie en nuestra tierra, izada está ya su insignia,
¡ya lo lloran los oteros, ya lo claman las campiñas,
ya lo anuncian las campanas, ya lo he oído en las noticias!”

Queda Aznárez como muerto, que ninguno lo advertía,
como siempre el rostro inmóvil y la piel como ceniza,
Tan tieso como una pala y con las canas teñidas,
que faltaba sólo el marco del ataúd parecía.
Recóbrase presto y luego con gesto resuelto indica
que basta ya de discursos, es hora de acciones dignas,
y allí mismo hace formar nueve comisiones mixtas,
que deliberen con calma lo que emprender convendría.
Al instante llegan ya los cien sabios que sabían,
sus palabras eran néctar, sus silencios ambrosía
que de sus labios manaba a mil profundas botijas
llevadas a sus espaldas por becarios noche y día,
que no se perdiera gota de tanta sabiduría.
Aznárez pregunta al punto una duda que tenía,
que esa irrenunciable parte del país ¿dónde caía?
Callan noventa y nueve de los cien sabios que había,
el más sabio de los ciento mesó su bibliografía
y con índice sereno así le indicó enseguida:
Que tras informes de urgencia y debates y pesquisas
por archivos y desvanes, por consolas y revistas,
resultaba con certeza que al tratarse de una isla
se hallaba en el mar sin duda, y si el moro la invadía,
había de ser la mar que se encuentra al mediodía;
y más, que observando el mapa que en la prensa se ofrecía,
se probaba con certeza hallarse junto a Melilla,
algo más lejos de Ceuta, y enfrente de Andalucía.
aliviado clama Aznárez “¡eso es África, a fe mía!,
¡salvados estamos ya de trastornos y de cuitas!”
,
y enjugándose la frente con la toalla termina:
“nosotros somos Europa, y por si es poco la unida”.
“es África pero es nuestra”,
le susurra la ministra
exterior a los asuntos que de Bruselas venía,
“y dicen los protestantes en la OTAN reunida
que en este incidente aguante cada cabo su bujía”.
“¡Esos son de peñón fijo!”,
el almirante rugía,
“¡dejadme sacar el barco y la soberbia subida
de unos y otros dejaré del mismo golpe abatida!
¡Les tomaré Gibraltar y Perejil en un día,
y de paso por la noche Orán Túnez y Bujía!”.

Sofocan los asistentes tamaña y tan santa ira,
ahóganla sin tardar en un vaso de agua fría,
las ocho ya estaban dadas, la noche ya se teñía
de blanco en el Bernabeu, de minio en las autopistas.
Allí habla don Rodrigo lo que muchos se temían,
que detrás del Perejil viniese liebre escondida,
en voz clara y con el casco en el brazo todavía,
ante todos sin dudar le requiere y le conmina
a jurar por la raqueta que en la mano sostenía
no tener arte ni parte en la empresa de la isla,
que ni al escuás ni al parchís perdido nunca la había,
que ni deudos ni clientes ningún negocio tenían
por la parte de Alhucemas, ni de Ceuta ni en Melilla.
Los juros eran tan fuertes que juramentos se oían
por lo bajo las pantallas que la junta transmitían.
Aznárez clava en las cámaras fija todas sus pupilas,
y jura que de eso nada sabía ni consentía,
“yo diría, don Rodrigo, por mi fe por vuestra vida,
que en esta empresa seguro ni una parte tenía,
como que me hais de pagar los que me habéis dado el día”.

Enterizo don Rodrigo, firme el pie y la calva erguida,
sin turbarse en alta voz al micrófono replica,
como quien sabe qué es un magnetofón a pilas
donde se borra mañana lo que anteayer se decía,
y donde agora oiredes cómo responde y se explica:
“Jose Mari, Jose Mari, Cetro de la cetrería,
el año que te eligieron grandes señales había.
La mar estaba de baja y la luna fugitiva,
de vergüenza la Cibeles en patinete se huía,
la cabeza disfrazada de copa de Europa y mía,
con la falda arremangada por la calle Alcalá arriba.
Los aires volaban llenos de lemas y tonterías,
bajaban los ríos tintos de folletos con mentiras,
en los valles y en las vegas por los surcos florecían
no avena cebada y trigo, acciones y plusvalías,
ni peras en los perales, facturas falsas del IVA,
ni daban uva las vides ni bellotas las encinas,
pero billetes de loto y también de lotería.
Ni cabras testarudas sus cabritillas parían,
sino cabrones lanudos que a su madre acometían,
ni la oveja en la majada a sus corderos lamía,
para anuncios de lo colonia los derechos malvendía,
ni la vaca pacienzuda de mamar daba a la crías,
se presentaba a concursos de las tetas más floridas,
ni nada de lo que nada corre vuela canta o pía
con lo suyo quieto estaba, lo de los otros quería.
Ninguna uña soltaba moneda una vez cautiva,
ninguna mano brindaba más de lo que te pedía,
de tantos que no paraban de opinar de noche y día
ninguna voz confesaba esta boca no es la mía.
Ningún tonto se callaba y ningún sabio sabía,
del mundo entero era sólo el afán y la porfía
saber de sus conocidos con quien dormían encima.
Correvidiles mandaban, alcahuetes disponían,
los porteros gobernaban, los reporteros regían,
ningún honor sustentaba palabras que se decían,
sino espías y soplones fisgando por las rendijas,
ninguna belleza sola a mostrarse se atrevía
si no anunciaba un jamón, o una charcutería,
ninguna verdad desnuda a la calle no salía
como no diera a entender que escondía alguna intriga.
Por hablar se condenaba, por callar se padecía,
se alababa por servil, se injuriaba por envidia,
por el culo se medraba, por el seso se perdía,
se mataba por la espalda, por la cara se vivía.
Y esa banda de altos vuelos era la que te elegía,
esos pájaros aquéllos que en tu espejo se veían
bien pintados y galanos volar donde merecían.
Jose Mari, Jose Mari, flor de la altanería,
para mostrarte a su altura la hora está ya venida,
Jose Mari Jose Mari, cetro de la cetrería,
rapaz como tú hace tiempo que España no la veía.
Responder has a la afrenta del moro y de su conquista,
o tendránte por felón las aldeas y las villas,
cristianos, judíos, moros, ricos, pobres, mediastintas,
viajantes, tragasables y aun las madres ursulinas”.

Aznárez con voz quebrada que se quite de su pista
y de la corte le ordena, por traición y por perfidia,
y porque siempre a su moto le tuvo un poco de envidia,
le destierra por dos meses a estudiar con los maristas
literatura española, retórica y estilística.
“Que no te vea yo más a mi mesa ni en mis sillas,
que no bebas de mi vino ni tomes de mis pastillas,
que mis dietas no las cates y mis sueldos no percibas
mientras no sepas de pe a pe cómo se recita
el romance popular, el que cuenta maravillas
de cuanto acabas de hacer mofa y befa con inquina.
Y aprender has a trenzar las coplas de seguidilla,
si no sabes enganchar sin pensar en lo que digas,
¿cómo quieres gobernar a España desde tu silla?”

Y con despecho y con rabia, diciéndole así termina:
“Véte, Rodrigo, Véte, no mancilles mi carisma,
y si tan héroe te crees para ser protagonista,
cabalga tu motociclo y reconquista esa isla,
y no se te olvide el casco, que no te rompas la crisma”.

Rodrigo calla y callada se queda la compañía,
las nueve ya estaban dadas, la noche ya se teñía
de Blanco en el Bernabeu, de minio en las autopistas,
las nubes flotaban altas sobre altares y letrinas,
cuando en las puertas anuncian que ha llegado una misiva
con sus sellos y sus lacres desde la corte alauita.
Estaban dadas las nueva, los guardias en las garitas
oían roncar los patos y verdeaban de envidia,
las olas rompían quedas en el mar del Mediodía.

Editado por satrapaPh, el día 14 Noviembre '06 - 13:09, en todo es de todos CTP.

Ha dicho algo al respecto:

Comentario de castigatrix - 14 Noviembre '06 - 23:07



Es realmente iluminadora (y graciosa) esta parte. ¿Qué pasa, por cierto, que cada vez que publica Vd. una nueva entrega de la Perejilaida dos o tres nuevos comentarios la arrojan a las bajuras de la página? Jefes del lugar: ¡hagan algo!



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