12 May '06 -EL PAISAJE DE LA POESÍA NORTEAMERICANA EN 1964

Esta mañana estaba leyendo un libro sobre poesía norteamericana y me encontré con este texto de Jack Gilbert. Me tomo la libertad de reproducirlo entero, porque, sinceramente, no creo que el panorama de la poesía, no solo la norteamericana, haya cambiado mucho desde entonces, desde, curiosamente, el mismo año en que yo nací: 1964. El texto de Jack Gilbert dice así:

Lo cierto es que la mayor parte de los poetas norteamericanos de hoy se interesan mucho más por sus carreras literarias que por su poesía. Consagran el grueso de su energía a lograr una suerte de puesto en una de las facciones que dominan nuestra producción actual. Y tal categoría habitualmente no se logra por la calidad de los versos, sino por la publicación de poemas de mérito mínimo con asiduidad necesaria para quedar gradualmente aceptados como miembros del gremio. Este reconocimiento automático asegura beneficios a todos los participantes activos; y hay réditos para distribuir y, al cabo de un tiempo, algunos de ellos llegarán, indefectiblemente, a ser leales y asiduos adherentes del último escaño, no importa cuán pedestres sean.

La obra d los poetas institucionalizados se conoce mayormente como poesía académica, porque sus componentes enseñan en las universidades; pero más aún se los califica así porque están entregados a una póesía interesada en los conceptos tradicionales de la competencia, antes que en los valores radicales de contenido o de forma. En un sentido amplio, están entregados al status quo...o a su razonable modificación y mejoramiento. Sus poemas critican a menudo nuestra sociedad y sus valores, pero es evidente que sus autores son hombres de buena posición cuyas mentes están condicionadas, aun con ciertas objecciones, por una afinidad con ella. Es como si alguien que tuviera dominio solo del inglés, tratara de juzgar objetivamente los méritos de la poesía inglesa comparándola con la belleza de la poesía escrita en otra lengua.

El mundo de estos poetas se limita habitualmente al medio universitario. Son generalmente señores (o señoras) moderadamente prósperos, de buen carácter y muy perseverantes en el trabajo. Publican regularmente en sólidas publicaciones literarias trimestrales y periódicamente reciben premios. Conocen la literatura acabadamente, tienen buena formación, mucha habilidad, y salvo unos cinco o seis, nada tienen que decir.

No tienen nada que decir porque no hay vida en ellos que puje por expresarse. La mayor parte ha pasado toda su existencia en la universidad como estudiantes o profesores. Han vivido casi totalmente en el artificio de ese mundo, han sido protegidos por la benignidad contra todo choque, se han alimentado por la asociación con gentes blandas que se ocultan del exterior (y por la asociación con mentes inmaduras; ambas conducentes a una deficiente nutrición intectual), han recibido palabras en lugar de experiencias y fueron formados para adecuarse siempre a las necesidades del decoro. ¿Cómo puede un hombre que dependió en todo momento de este medio saber nada del mundo? ¿De qué puede hablarme como veterano? Por supuesto, los académicos aducen que ellos han tenido experiencias, pero uno entra en averiguaciones y estas siempre datan de un cuarto de siglo atrás.

Insisto en que existe una diferencia entre un lugar limitado y el mundo. Hay diferencia entre la mera existencia y una vida que se encuentre a la latura del hecho de estamos todos muriendo. Bien, de acuerdo, siguen diciendo ellos, ¿acaso la vida de familia no es uno de los aspectos verdaderamente básicos de la existencia? ¿No requiere gran coraje esforzarse en sacar la basura todas las noches año tras año? Afirmo que no se trata de coraje, se trata de asiduidad. Sé que hay una gran diferencia entre la realidad concebida como vida suburbana y esa otra que enfrenta las cosas en su esencia y en su inconmensurable y atroz importancia: el hambre, la muerte, las fieras que somos, el sufrimiento, la moral, la soledad, el amor y los demás grandes temas.

Para ser justos, debemos admitir que a estos poetas académicos no les interesa hablar del mundo. Solo quieren construir, y construir algo que sea bello. El contenido para ellos constituye la forma.

Ante estos juicios podrá decirse quizá que soy excesivamente severo con la poesía académica, pero el rigor resulta ahora necesario, no solo porque la mediocridad crece como una mala hierba en un clima de cortesía hasta ahogarlo todo, sino porque cuenta ya con la suma de poderes que condiciona el ejercicio de la poesía: el dinero, la publicación, la publicidad, las antologías, los premios y demás golosinas. También es necesario denunciar que esta tolerancia es la que permite a la gente eludir la gravedad y el compromiso de la poesía, alabando versos nuevos plenos de domesticidad.

Editado por davidgonzalez, el día 12 Mayo '06 - 14:35, en Critica Comentario.

Ha dicho algo al respecto:

Comentario de dmg () (link) - 13 Mayo '06 - 12:59



David,

el fragmento que nos has dado a conocer roza una llaga que no es cómoda para muchos: la función legitimadora del poder y la injusticia de la Universidad, de los intelectuales (y de, en este caso, los poetas), de sus teorías y discursos. Y las relaciones que entre esos tres aspectos se den. Ya sabes qué ocurrió cuando Antonio Orihuela se atrevió a señalar (en un argumento de pasada) la situación ideológica y política de la Universidad en España hoy. Hace un mes colgué yo también una serie de fragmentos cuyos contenidos andaban por las mismas lindes (http://www.nodo50.org/mlrs/weblog/pivot/..).

Como es probable que tú y yo coincidamos bastante respecto de este tema, me voy a permitir hacer de abogado el diablo, toda vez que he escuchado en varias ocasiones que se llamaba “enemigo de la teoría” a quien expresa sus sospechas respecto de la más altas cumbres del ejercicio del intelecto.

Ser “enemigo de la teoría” implica, en boca de los amantes de ellas, abogar por el totalitarismo, cuando más, y por la intolerancia, cuando menos. No por nada, te dirán, la fobia contra la libertad intelectual ha sido central en el sostenimiento de régimenes totalitarios de toda laya (Adolfos, Josés, Franciscos y Fideles saldrán a relucir) y sigue apoyando hoy día tanto a la extrema derecha (digamos, el patético llamamiento de un Bush a las virtudes “sencillas” de su elector medio: patriótico, religioso y sin formación intelectual o cultural) como a los sesgos más radicales y sectarios de la izquierda (verbigracia: el anarquismo prístino, por ejemplo).

Deplorar, cuando se da (y se da mucho) la palabrería intelectual (“espuma de champaña y fuego de virutas”), es ganarse, como decía(mos), un sitio junto al populismo más barato, a la ignorancia más feroz o al autoristarismo más salvaje.

¿Qué tendrá la libertad intelectual cuando tanto se la bendice? Algunos, desde posturas materialistas, simplemente sospechamos que no existe (al menos en los términos en que tantas veces es defendida) tal libertad intelectual. Es curioso que, por ejemplo, tu mensaje llegue un día después en que los estudiantes universitarios saliéramos a la calle a defender una Universidad no supeditada al mercado (o mejor dicho: completamente supeditada al mercado, porque lo primero ya ocurre). También es curioso que esa defensa no esté suficientemente armada desde las voces de los intelectuales profesores universitarios (en los hechos mucho menos que en los discursos).

La libertad intelectual se esgrime como si, precisamente, los intelectuales vivieran en el limbo. Como si no tuvieran intereses de clase. Como si no defendieran jamás su statuos quo (y así, en ocasiones, el status quo en general). Como si la meritocracia en que creen existiera realmente y los reconocimientos que reciben (en variados formatos: publicaciones, premios, cargos, remuneraciones…) no formaran parte de una estructura de poder y estratificación social. Como si no forjaran alianzas corporativas con unos y otros. En definitiva: como si el ejercicio de la actividad intelectual no fuera político.

No sólo es falso con existan discursos intelectuales o estéticos (como los poemas) apolíticos, sino que tampoco se puede soslayar que la propia actividad intelectual o estética es política y que, por tanto, se puede ejercer en un sentido u otro. Esto es, y todos lo sabemos, el poema, el ensayo, la novela y la obra de teatro más radicalmente de izquierdas pueden haberse producido y encajar en las prácticas más conservadoras. Y en ese momento a algunos nos nacen sospechas, mientras que otros enarbolan la libertad intelectual y la tolerancia.

Finalmente, David, cuando se da un divorcio tan dilatado en el tiempo y tan profundo entre las teorías, las condiciones materiales y las prácticas sociales es que algo grave está pasando. No sé de qué signo, pero sin duda es grave. Tal vez Belén Gopegui (en el artículo que ha publicado en Youkali nº1) lleve razón: el doloroso hundimiento de la izquierda (y no sólo de sus ideas intelectuales: de sus prácticas, de su capacidad de cambio, de ilusión y de liberación) se debe a que ha sido derrotada, y no a un fracaso (debido a debilidades internas). El proceso de rearme será lento y lleno de frustraciones. Tal vez en él, una sospecha acerca de la función del intelectual pueda generar un cambio respecto de lo que, a lo que parece, sigue siendo su función legitimadora.



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