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LA OPERACIÓN DE LANZAMIENTO DE LA FORMA-MERCANCIA REALISMO SUCIO EN EL CAMPO LITERARIO ESPAÑOL 

Y ACTUALIDAD DE LAS POÉTICAS COMPROMETIDAS CON LA IDEOLOGÍA DE LA CLASE DOMINANTE. [1]

 

Antonio Orihuela.[2]

 

  

 Nota del MLRS: Pulsa aquí para leer el artículo de Juan Miguel López Merino que da origen a este de Antonio Orihuela.

 

Dos tesis, cuando menos maledicientes, animan un reciente trabajo publicado en la revista digital Especulo por Juan Miguel López Merino: Sobre la presencia de Roger Wolfe en la poesía española (1990-2000) y revisión del marbete realismo sucio, que creo necesario aclarar. Una: el fenómeno de la presencia, ausencia o poltergeist de Roger Wolfe -desde ahora R.W.- en la poesía española de los años noventa. Y dos: desde la metodología perezosa que establece el neopositivismo, ¿con quién lleno el cajón del realismo sucio para confirmar que mi ídolo tiene imitadores y seguidores?

 

Si bien debo confesarles que el primero de los supuestos de Juan Miguel López Merino me interesa poco o nada (el fenómeno de la presencia, ausencia o poltergeist de R.W. en la poesía española de los años noventa), han sido sus conjeturas en torno a la “revisión del marbete realismo sucio” lo que sí me ha preocupado y me ha decidido a escribir estas líneas para no seguir alimentando, como viene ocurriendo desde hace algunos años en casi todos los trabajos donde se ha tratado el tema, un error o confusión que tiene, cuando menos, tintes perversos. Éste, aquí, será mi empeño. Intentar demostrar cómo se quiere hacer naufragar un conjunto de escrituras antagónicas, resistentes y críticas en la ciénaga de la producción de discursos engendrados dentro de una de las más retrógradas excrecencias ideológicas del postmodernismo neoliberal.

 

Posmodernismo que, como veremos, no sólo afecta al discurso del/sobre el reseñado (R.W.), sino que en su factura crítica también da lustre de presunción al trabajo de López Merino. A los datos me remito, pues tras acabarnos de mostrar que sí es posible afirmar que no hay escuelas, sino sólo poetas (López Merino, 2006:1), a continuación uno puede escribir 36 folios para demostrar justamente lo contrario.

 

Los que salimos con vida de la Universidad hemos tenido siempre claro que la suerte, y cierta resistencia epistémica, nos acompañaron. Igual que todos saben que los daños cerebrales son, en la mayoría de los casos, irreparables, también nosotros somos conscientes que el mítico templo de la sabiduría y la investigación hace tiempo que se convirtió en un recogedero de adolescentes sin hueco en el mercado laboral cuyo destino final, siempre aplazado, está a mitad de camino entre la fábrica de producción de funcionarios ideológicos del Estado y una agencia de turismo. De ahí que hoy, lejos de ser una sorpresa, uno pueda encontrar revistas universitarias con artículos tan sesudos como los de Juan Miguel López Merino, capaz, él solito, de plantearnos tesis tan aplastantes como la siguiente: “La poesía –la obra toda- de Wolfe nace del siguiente conflicto: la conciencia de la imposibilidad, en nuestras sociedades, de la utopía del lenguaje específicamente poético. Pero esto no es nada especial. Toda la poesía del siglo XX tiene su punto de partida en él (López Merino, 2006:1)”. Estupendo, pero entonces, si esto no es nada especial, si es lo normal en toda la poesía del siglo XX, ¿qué sentido tiene dedicarle un texto de 36 páginas a quien se ve envuelto en su obra en el mismo conflicto que el resto de todos los poetas del siglo XX? Visto así, habrá que preguntarse entonces qué es lo que hace especial y diferente a un poeta que tiene los mismos problemas y conflictos que el resto de los poetas del siglo XX. Realmente es difícil imaginar un arranque de investigación con tanto retroceso, más allá de que tal investigación no se justifique sino como una cuestión meramente sentimental entre autor y reseñado.

 

En verdad, les aseguro, que tendría que buscar mucho para encontrar un trabajo de investigación tan dotado como éste dedicado a R.W., con tanta capacidad como para refutarse a sí mismo en las cuatro primeras proposiciones que es capaz de exponer, y todo en menos de medio folio. ¿Alguien da más? 

 

La siguiente cuestión que parece interesar a López Merino es la vieja obsesión taxonómica del historicismo positivista hispano (como saben, la más pobre, perezosa e incapaz de todas las posiciones teóricas a las que uno puede echar mano para dotar a sus textos de cierto halo cientifista). En coherencia con ella, López Merino resuelve la tarea con una finitud de nombres y casilleros más o menos ocupados y siempre abiertos a nuevas reorganizaciones y catalogaciones cada vez que algún critico literario necesite engordar su currículo. ¿Para qué, si no, están las taxonomías, las genealogías y los fósiles directores?

 

Empecemos por el primero de los encasillamientos, que López Merino recoge de Dámaso Alonso: poesía arraigada versus poesía desarraigada. “Así, dentro de la poesía desarraigada (la que encara el conflicto moderno), se encontraría la poesía realista; y dentro de la poesía arraigada, las vanguardias, los esteticismos, los hermetismos, los tradicionalismos y los clasicismos  (López Merino, 2006:2)”. Bien: de ello cabe suponer que la poesía desarraigada (que no sabemos lo que es porque el autor no la define) debe ser, por oposición a la arraigada, la que no encara el conflicto moderno. Bien también, pero los problemas no terminan aquí, nos quedaría por resolver a qué se refiere López Merino por “moderno” y por “conflicto”. También tendría que explicarnos dónde se encuadraría esa poesía realista que no manifiesta conflicto alguno (y que les puedo asegurar que la hay) y dónde encuadrar aquellas otras escrituras conflictivas que se escribieron desde posiciones de vanguardia (Maiakovski) o sencillamente desde la más pura tradición de la lírica hispana (ahí está el cancionero de la guerra civil), por no ir más lejos.

 

La última y, desde luego, más peliaguda cuestión sería que el autor nos explicara cuál es el estatuto epistemólogico desde el que se parte, pues –al menos para el materialismo histórico– toda la escritura es realista, sencillamente porque no hay escritura fuera de la realidad, como tampoco la hay fuera del mundo. Creo que para todos aquellos decididos a pensar la crítica literaria fuera del campo del positivismo más grosero, de la tautología y del principio de autoridad, la propuesta de López Merino se torna, cuando menos, risible.

 

Pero la cosa no queda aquí: “La poesía de Wolfe es desarraigada y realista pero más allá de la Modernidad. A esto la mayoría de los críticos lo llaman posmodernismo (López Merino, 2006:2)”. Si han entendido algo, escríbanme para contármelo. Vamos por partes: más arriba se ha definido la poesía desarraigada como la que encaraba el conflicto moderno; bien, ahora hay que suponer que se refería al conflicto que lastra todo el proyecto de la Modernidad, es decir, a algo que López Merino no explica pero que podríamos resumir como la tensión entre los dos imaginarios “nucleares cuya lucha ha definido al Occidente moderno: la expansión ilimitada del pseudodominio pseudoracional y el proyecto de autonomía; la primera parece triunfar en toda línea, mientras que la segunda parece sufrir un prolongado eclipse. La población se hunde en la privatización, abandonando el ámbito de lo público a las oligarquías burocráticas, empresariales y financieras. Surge un nuevo tipo antropológico de individuo definido por su avidez, frustración y conformismo generalizado (lo que en la esfera cultural se denomina pomposamente posmodernidad) (Castoriadis, 1989)”. Así definidos los sujetos adscritos a la esfera cultural posmoderna, en tanto productores al servicio de su imaginario, serán los encargados, también desde la literatura, de asumir y no dudar en celebrar, cantar o escribir poemas a todo aquello que creen natural y no exigencia, no fruto, de las nuevas tensiones a las que la ideología burguesa somete al cuerpo social. Ellos serán los encargados de alejar a los ciudadanos de los asuntos públicos, persuadiéndoles de la inutilidad de su participación, celebrando la heteronomía, la pasividad y la reclusión sobre el ámbito de lo privado y tratando de producir el espejismo, grandioso y vacío, del dominio de clase resuelto a base de chismes, cinismo, conformismo, irresponsabilidad y despreocupación por el estado de cosas existentes. 

 

Esta temática tiene, claro está, sus jalones. Vamos a sintetizar cuáles son –en el campo literario posmoderno– los parámetros que se manejan hoy a la hora de encarar la producción de textos:

 

  1. La atomización social vista como algo positivo para que pueda emerger el individuo, máximo bien al que puede aspirar cualquier sujeto (ya lo dice la publicidad: sé tu mismo, bebe pepsi-cola).
  2. Obsolescencia moral o sencillamente amoral (que se mueran los feos, que no quede ni uno).
  3. Sin memoria ni proyecto de clase.
  4. Ensimismados sociales (más allá de los suplementos culturales de la prensa burguesa donde se hable de ellos) que transmiten la ilusión de autenticidad necesaria para la vida inauténtica espectacular.
  5. Y, finalmente, indiferentes ante la destrucción de toda la biosfera y a la situación de opresión, explotación y degradación social que se vive bajo el imperio del tardocapitalismo.

 

Realmente, son muy pocos autores los que siguen defendiendo el proyecto de la Modernidad, donde se incubaron logros tan admirables como la pasión por la democracia, la libertad y los asuntos comunes. No obstante, otros seguimos ahí, intentado no ceder ni a la hipnosis (Jorge Riechmann), ni a la codeinización (Enrique Falcón), creyendo en la posibilidad de la construcción revolucionaria de una sociedad democrática, autónoma, consciente de la necesaria gestión integral de los recursos planetarios y del control de la tecnología y de la producción puestas al servicio de una vida frugal y autolimitada.

 

Queda claro pues que decir “La poesía de Wolfe es desarraigada y realista pero más allá de la Modernidad. A esto la mayoría de los críticos lo llaman posmodernismo (López Merino, 2006:2)”, incluye un contrasentido de primer orden pues todas las escrituras posmodernas se caracterizan, ante todo, por la ausencia del conflicto en términos modernos o, en cualquier caso, su conflicto estriba en estar puestas al servicio de la ideología dominante, ideología a la que sancionan desde el conflicto contra los valores de la Modernidad. Que a esta poesía López Merino la llame (parece que el único criterio que maneja es de carácter personal, de gusto, algo también absolutamente posmoderno) neorralista, nos importa tanto como si la llamara supercalifragilisticuespialidosa. ¿Qué más dará un apelativo u otro mientras se mantiene imperturbada su forma-mercancía?

 

Pero sigamos: con el trabajo del estudioso Alfredo Saldaña, que “es quien mejor ha explicado esta característica wolfiana: La condena del proyecto de la modernidad (López Merino, 2006:2)”, pudiera parecer que llegamos a un islote de coherencia después de un océano de tortura y derivas conceptuales. No nos hagamos ilusiones: Saldaña, en una nueva confusión, llama moderno al proyecto posmoderno y, aunque la esencia de algunos de los postulados de éste quedan claros para el cada vez más perplejo lector (fin de la historia y de los grandes relatos, muerte de Dios –sic- y de las ideologías), nos presenta a R.W. como un productor de textos que ha dejado atrás esas preocupaciones, cosa que no es cierta, pues sus textos son productos de la ideología burguesa en su facción neoliberal y ultraconservadora, y ésa es la ideología que habla de la muerte de todas las demás, como tampoco ha perdido de vista el tipo de sujeto que debe construirse desde esa ideología, –repetimos: burguesa en su facción neoliberal y ultraconservadora: “el genio aislado, libre, poseedor de su propia razón, su propia alma, su propio gusto y sus normas (Rodríguez, 2001:22)”.

 

Así nos lo confirman machaconamente desde el propio R.W., pasando por Jordi Gracia, Alfredo Saldaña, Juan Miguel López Merino y varios otros “estudiosos” a lo largo de las 36 páginas de fárrago que componen el texto matriz citado. “Los clásicos están bien pero siempre he pensado que unas cuantas lecturas clave, pero bien escogidas y asimiladas, son suficientes para dar a luz un genio si hay madera (Roger Wolfe, Carta inédita, 7-VI-1996 en López Merino, 2006:36)””sí puedo sentirme próximo a Van Gogh, a Toulouse-Lautrec (entrevista de A. Piquero, 2004)”. ¿Habrá algo más triste que la idea de genio que ha labrado la ideología burguesa? El genio es, en última instancia, la expresión más acabada del tipo de sujeto que persiguen construir las relaciones de producción capitalista. No hay sujeto más apreciado y explotado que él. En ninguno como en él se cumple el axioma básico de todo el capitalismo: la transformación más radical del trabajo humano en plus valía. Los genios de R.W., como Van Gogh o Toulouse-Lautrec, son las encarnaciones de la visión neoliberal del artista productor de obras de Arte, individuos que aguardaron cola en el ejercito de reserva de los productores de capital simbólico para integrarse –neutralizados, descontextualizados y asimilados– en un mercado que habría de engordar con ellos (¡y desde la caja de un banco!) los objetos y la historia del espectáculo. ¿A esto es a lo que queremos aspirar con nuestro trabajo?  

 

Pero continuemos analizando nuevos retazos sobre la figura de R.W. y el realismo sucio: “La propuesta literaria de R.W.... sus temas se hallan vinculados a sus propias experiencias en la vida e ignoran los lugares comunes... al margen de cualquier modelo estético, ideológico, político o social dominante... que rigen nuestro comportamiento en el mundo (Saldaña, 1996:265-267)”. Desgraciadamente, la propuesta de Saldaña, López Merino, etc., sólo cuadraría al famoso poeta marciano que, aterrizando en su platillo volador, decidiera incorporarse a la comunidad poética. Tan sólo de él podríamos decir semejantes cosas, puesto que el resto de los terrícolas poetas, en cuanto seres sociales, seguiríamos escribiendo sin posibilidad de eludir los modelos estéticos, ideológicos, políticos y sociales que nos han conformado como tales seres sociales, incluido el aparentemente clausurado R.W.

 

El productor de discursos “autosuficiente (Gracia, 2001:79)”, y desgraciadamente para los que quieran jugar a “malditos”, no existe. Es más, creo que sólo de personas que no han traspasado el estadio psicomental de la adolescencia se puede esperar reflexiones de tal calado y madurez.

 

Sigamos, pues, pues aún hemos de poner en evidencia que es en el malditismo –estadio superior del individualismo– donde la relación con lo real se recubre de un juego distinto para ocultar la misma fantasmagoría, para continuar aceptando el estado de las cosas, el consenso dentro de los intereses y parámetros que configuran el orden social dado. ¿Seguir cada uno nuestro propio camino no es acaso el mensaje por excelencia de la ideología capitalista? ¿Existen los propios caminos? En el mejor de los casos no haríamos sino seguir uno de los pocos caminos asequibles a nuestra condición social y material. Los propios caminos son la consigna del Capital para desvertebrar el ridículo cuerpo social que va quedando. Cada uno a lo suyo, cada uno a su redil, su camino, su trabajo, su agujero, nada de asociarse, de sindicarse... nada de reflexionar sobre el ser social que, pese a todos los intentos de maquillaje del Capital, somos. Nada mejor que el propio camino: el aislamiento como estrategia burguesa.

 

Neguemos pues la posibilidad de la búsqueda (y hallazgo) de verdades personales, tanto que unas y otras también serían, en última instancia, un fruto social. Es absurdo pensar que yo tengo mi verdad, y tú otra y el vecino otra y así: eso es basura neokantiana, ejercicios de distracción sobre el pensar. La política de la identidad trabaja el consenso sobre lo simbólico inocuo al Capital y el Estado vendiendo proyectos fijos, estables, individuales (sé tú mismo) y colectivos (regionalistas, patrioteristas, raciales, religiosos, caritativos, sexuales, de género, etc.), pero que previamente ya han sido delineados, trazados y fijados por él. Lo interesante de esas configuraciones sociales, de esas mentiras, es saber reconocerlas, romper su encanto, levantar sobre ellas –y contra ellas– el mapa de nuestra denuncia, nuestra firme voluntad de liquidarlas.

 

Tampoco nos interesa el consolador “ahora no pero luego, en el futuro, ya veréis cómo mi obra sí que sí...” Hay que insistir en ello en la medida en que –en base a ese consuelo en la posteridad– se muere en vida, se pierde el gesto creador allí donde únicamente nos debe interesar, en el presente amenazado, en la reflexión sobre el hoy, en el ahora que es acto y presencia en el mundo, porque ningún día nos espera en el porvenir (Orihuela, 2004).

 

Tenemos que partir del análisis de la contradicción básica de nuestra Historia, la existencia de poseedores y desposeídos, la lucha de clases, que se prolonga también en “la escritura en tanto que lucha ideológica en el interior de la propia ideología hegemónica (Rodríguez, 2001:51)”.

 

Quienes, como Villena (1997:13; 1999), llaman “ácrata” a R.W., sinceramente, –y, créanme, se lo dice quien lleva ligado al movimiento libertario toda su vida– ofenden a R.W. y ofenden a los anarquistas que, afortunadamente, tienen mejores cosas en qué pensar y trabajar que en contestar a gente como Luis Antonio de Villena.

 

Precisamente porque los textos de  R.W., más allá de los textos de un “hijo de su tiempo (Wolfe, 2002:81)”, son los textos del tiempo de la ideología burguesa en su facción neoliberal ultraconservadora, nosotros no encontramos en ellos “reivindicación política de signo alguno o la creencia en la posibilidad de poder infligir al menor golpe a las estructuras sociales.. (López Merino, 2006:7)”. Por el contrario, sí detectamos en ellos que sí está presente (y de forma machacona) el empeño en mostrar la idea absurda de que la vida de la gente bajo el régimen actual está hecha únicamente de pasividad ante la manipulación y el engaño capitalistas. “la obra de Wolfe... no se debe en ningún caso a un afán... de cambiar el estado de las cosas (López Merino, 2006:7)”. No es baladí que R.W. se defina como antidemócrata (López Merino, 2006:7), puesto que ésta es la naturaleza de los parámetros político-sociales instaurados como hegemónicos. De ahí que sea consustancial –a quienes suscriben, aunque sea inocentemente, la ideología del neoliberalismo triunfante en nuestros días– ser antidemócrata o apolítico, porque al fin y al cabo ser antidemócrata es lo que el neoliberalismo nos solicita cada día a cada uno de nosotros para que nada interfiera en sus planes suicidas.

 

Es verdad que entre la poesía de la experiencia y la del R.W. no hay ruptura sino radicalización del discurso neoliberal. Si la poesía de la experiencia entronca con la versión blanda del neoliberalismo en su facción socialdemócrata (Fortes, 2004), la poesía de R.W. se escora desde ella hacia posiciones ultraconservadoras. No es que aquéllos sean literariamente conservadores (que también), es que toda la producción literaria hecha desde uno u otro bando está destinada a sancionar el imaginario neoliberal: desde ninguno de los dos bandos se nos presenta proyecto colectivo alguno de democracia radical, de restitución del dominio y gestión sobre nuestra propia vida, de transformación de las actuales condiciones de producción, etc. Son literaturas conservadoras, a secas. De ahí que el éxito individual y grupal de la cuadra de Polanco no desmerezca al éxito individual y grupal de quienes han radicalizado el discurso neoliberal, más allá de que la ultraderecha siempre haya andado peor de cuadros dentro del funcionariado ideológico de clase.

 

A pesar de esto, no deja de ser cierto que en los años noventa se produjo en el campo literario español un fenómeno curioso con el surgimiento de grupos y personalidades más o menos conectadas que trataron de combatir al discurso neoliberal en todas sus facciones. Grupos, personalidades, revistas, fanzines y pequeñas editoriales autogestionadas que siguen siendo sistemáticamente ninguneadas, silenciadas y rechazadas por las distintas facciones neoliberales en liza por la hegemonía cultural.

 

No es menos cierto que estos proyectos iniciales, lejos de desaparecer, se han ido afianzando y depurando. Hoy, con la perspectiva de estos últimos quince años, es fácil comprobar lo lejos que están de eso que los “estudiosos” vienen a llamar realismo sucio los que sobrevivieron a aquel progrom, ahondando empecinadamente en no hacer desaparecer también de la literatura la lucha de clases.

 

Para quienes estaban por hacer de la consciencia crítica una práctica también simbólica, la estrategia de encuadramiento que proponía el fenómeno de la forma-mercancía llamada realismo sucio no obtuvo ningún éxito, pues nada resultaba más complicado que tratar de conseguir la apropiación y neutralización de un movimiento semiclandestino (desarrollado en los márgenes de la institución Arte) que incidiría con fuerza sobre y desde unas realidades de clase también, dotándose además de cierta producción de textos críticos que no hacen sino acompañar al que vivimos como un proyecto social de liberación frente al capitalismo.

 

A pesar de ello –y para combatir también desde el campo literario los proyectos radicales de transformación social–, entra en la escena del mercado el realismo sucio que habría de aparecer, orquestado por las estrategias de márketing editorial, para trazar un plan bien distinto, un plan donde las clases subalternas son, en consonancia con la lógica del neoliberalismo ultraconservador, “despojadas de sus valores civiles y culturales... (Fernández Porta, 2004:10-11)” y presentadas como violentas, mezquinas y abyectas (sencillamente porque son así), desde la conformación de discursos de carácter denigratorio que constituyen finalmente una forma de exclusión de los sujetos. Únicamente la ideología neoliberal estaría dispuesta a consentir su manifestación, convertida entonces en un mero “decorado... más que como objeto de una crítica ideológica sustantiva (Fernández Porta, 2004:10-11)”. Siguiendo esta estela representacional (que –insistimos– es la única que consiente la ideología burguesa en su facción ultraconservadora a la hora de hacer aparecer a las clases subalternas como sujeto histórico), es lógico que el realismo sucio plantee y justifique los problemas de la clase trabajadora desde la psicologización de los mismos y desde estrategias lineales de relativización (o, en el mejor de los casos, desde cierto intento ingenuo de descripción aséptica de los síntomas que, así expuestos, legitimarían las relaciones de opresión, explotación y desigualdad que se viven bajo el capitalismo).

 

La recepción del dirty realism lo configuró como un exitoso y rentable simulacro de realidad...versión estetizada de las tensiones y desigualdades contemporáneas... una literatura que, aun aparentando ser el testimonio jevi de la puta calle, sirva de corolario a las políticas conservadoras (Fernández Porta, 2004:10-11)”.

 

Si, como creen López Merino y otros, R.W. “es el más destacado representante de esta línea poética (Ingenschay (2002:46-48)” no seré yo quien les lleve la contraria. Ahora bien, intentar hacer ver que Jorge Riechmann, Fernando Beltrán, Enrique Falcón, Eladio Orta, David González, Manuel Vilas o yo mismo estamos implicados en esa monstruosidad, me parece que tendría que demostrarse más allá de las confusas apreciaciones que de unos y otros hace el citado crítico. Jorge Riechmann, Enrique Falcón, Eladio Orta, Antonio Méndez Rubio, David González o yo mismo, que aceptamos estar en el totum revolotum que supuso Feroces y en alguna otra antología no menos caótica, no por eso hemos dejado de denunciar, como aquí queda patente, todo lo que nos aleja de una formulación blanda del hecho literario, la escualidez experiencial trivializada, conformista con el estado de cosas y absolutamente ajena (cuando no los mira con desprecio supino) a los movimientos sociales de base y a sus prácticas de transformación de la realidad.

 

No es que únicamente nos distancie del realismo sucio nuestros postulados ideológicos, es que son ellos la pieza fundamental que establece el abismo desde el que observamos el proyecto posmoderno encuadrado en cualquiera de sus ismos literarios. Todos nosotros estamos bien lejos de ajustarnos al modelo ingenuista que defiende, como bien anclado referente en el positivismo burgués, “una perspectiva neutra y objetiva (López Mérino, 2006:20)”, eterno ideal nunca alcanzado a menos que las propuestas coincidan con la neutralidad y la objetividad de las expresiones culturales de las clases dominantes.

 

Otra idea no menos inocente (y esta vez extraída de la crítica fenomenológica) es pensar que existe un lector tan fuera del mundo como los mismos escritores del realismo sucio, dueños de un lenguaje expresión de su yo interior. Lectores, por desgracia, sólo hay en tanto atravesados por las condiciones, circunstancias y determinaciones de clase. Pensar en la existencia del lector o del consumidor, así en abstracto (idealizado y descarnado), está muy bien para quienes tienen que lidiar con el mercado (pues son construcciones suyas), pero es inadmisible para los que consideran la producción de textos como una actividad más de la lucha de clases y como una forma otra de nuestro compromiso práctico en los movimientos sociales emancipatorios en los que trabajamos.

 

“El mundo no es un objeto ubicado allá afuera para ser racionalmente analizado, sobre el fondo de un sujeto contemplativo; no es nunca algo de lo cual podamos salir para colocarnos enfrente de él. Emergemos como sujetos del interior de una realidad que nunca podemos objetivar completamente, que abarca al sujeto y al objeto (Eagleton, 1988:82)”.

 

Más allá de toda esa basura neokantiana de la percepción subjetiva individualista, de un ejercicio de autodefensa saldado en vanidad, narcisismo, malditismo u otras formas de conducta insolidaria (reiteradas y hasta sorprendentemente invocadas por el realismo sucio), la práctica que aquí nos interesa es la que encarna la deconstrucción del sujeto a imagen de la ideología dominante y su construcción como consciencia emancipadora, práctica de oposición al orden existente y desafío a lo establecido a través de la manifestación de lo no permitido. Una práctica que convierta la contradicción en regla, que trabaje –en la medida de lo posible– sobre una dimensión colectivista, cooperativa, en intercambio permanente con el resto de las prácticas de la resistencia.

 

Así que, frente a estériles debates, y frente a fatuas maledicencias que pretenden encuadrar determinadas prácticas literarias hoy dentro del realismo sucio (y mañana dentro de cualquier otro istmo salido de alguna calenturienta cabeza de algún oscuro funcionario ideológico de clase), sepan todos que, lejos de escuelas, en lo que algunos siempre hemos creído es en los compañeros de viaje: gente real, tangible, movilizable, solidaria, trabajadores también del campo simbólico que siguen estando por generar “un nuevo universo simbólico, un modo de mirar y decir, desarrollado desde (y para) el proyecto de construir una sociedad liberada y una cooperación consciente para la vida, que excluya toda forma de explotación y dominación (García del Campo, 2001:13)”, cooperando, avanzando en propuestas, aumentando tanto en capacidad como en la organización de nuestros colectivos y asociaciones y favoreciendo su articulación antagónica y alternativa a las instituciones del Capital.

 

Será necesario recordarles a los antidemocrátas y los apolíticos del realismo sucio que no hay necesidad de llevar la política a la literatura, porque siempre ha estado ahí. Toda poesía se vuelve política sencillamente porque toda poesía es política, nos posiciona. Si no hay posicionamiento, si no hay ideología que sustente nuestros discursos, estamos echando mano de la ideología burguesa dominante, y de forma inconsciente estamos informando nuestro discurso de aquello que decimos rechazar. Aceptemos que todos hacemos poesía política, como política es la naturaleza de la crítica convertida en “el discurso que reglamenta, legitima o normativiza el discurso de la ideología burguesa (Rodríguez, 2001:23)”.

 

Defendemos aquí, hoy como hace quince años, una práctica de la poesía convertida en práctica de indagación, de revelación, de desvelamiento, reconociendo que toda esa práctica se hace desde un lugar, el del poeta, y por un ser concreto, un ciudadano; sobre unas determinadas circunstancias, que no son poéticas, ni funcionan como tales hasta que no intervenimos con nuestro trabajo sobre ellas, y que lo hacemos desde una configuración de lo real que es a lo que, desde aquí, apelamos como ideológica.

 

Cuanto más presente la contradicción, más valor tendrá la poesía y, sobre todo, más libre será el sujeto que desvela los valores ideológicos que lo constituyen como sujeto-no-libre y más posibilidades tendrá de modificar esta situación en otros dominios de su vida. Si a alguno le puede parecer absurdo hablar de revolución, créanme, todas las alternativas que asumen la continuación del actual sistema son todavía más absurdas.

 

En la medida que sepamos liberarnos de lo que nos expropia y asumamos nuestro estar y actuar en el mundo desde la insumisión, la honestidad y el apoyo mutuo, tendremos una oportunidad para intervenir, realmente, en el mundo. A partir de ahí, las cosas ya sólo podrán cambiar, y no sólo en poesía.

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

-Castoriadis, C. (1989) Fait et à faire. Revue europeénne des Sciences Sociales, nº 86. Traducción castellana : Escritos políticos. Libros de la catarata. 2005.

-Eagleton, T. (1988) Una introducción a la teoría literaria. F.C.E. México.

-Fernández Porta, E. (2004) Golpe por golpe. El género realista ante el fin del simulacro. En: Golpes. Ficciones de la crueldad social. DVD. Barcelona.

-Fortes, J.A. (2004) Literatura, arte y política. Riff-Raff, 26. Zaragoza (pp. 99-106)

--------------- (2004) Escritos intempestivos: contra el pensamiento literario establecido. Asociación Investigación & Crítica Ideología Literaria en España (I&CILe Ediciones). Granada.

-García del Campo, J. P. (2001) No hay mirada neutra: cultura y posicionamiento. En El nudo de la red, nº 1. Madrid. (pp.11-13)

-Gracia, J. (2001) Hijos de la razón. Edhasa. Barcelona.

-Ingeneschay, D. (2002) El realismo sucio o la poesía de los márgenes. Ínsula, nº 671-672. nov/dic. (pp.46-48)

-López Merino, J.M. (2006) Sobre la presencia de Roger Wolfe en la poesía española (1990-2000) y revisión del marbete realismo sucio. Especulo, 31. http://www.ucm.es/info/especulo/numero31/rogwolfe.html.

-Orihuela, A. (2004) La voz común: una poética para reocupar la vida. Tierradenadie Ediciones. Madrid.

-Piquero, A. (2004) La literatura es mi propia vida, una forma de respirar. El Comercio, 7-VII-2004.

-Rodríguez, J.C. (2001) La norma literaria. Debate. Madrid.

-Saldaña, A. (1996) Roger Wolfe, una sensibilidad otra. En Postomodernité et écriture narrative dans l’Espagne contemporaine, nº 8. Trigre. Grenoble, CERHIUS.

-Villena, L.A. (1997) Incendios cotidianos, aire sombrío. El Mundo, suplemento La Esfera. 22-III-1997 (p.13)

------------------ (1999) Imágenes de abandono y rabia. El Mundo, suplemento El Mundo de los libros. 16-I.

-Wolfe. R. (2002) Oigo girar los motores de la muerte. DVD. Barcelona.

 

 

 

 


 


[1] El presente artículo fue rechazado por el Dr. Joaquín Mª Aguirre aguirre@ccinf.ucm.es. ,editor de Espéculo (UCM) revista que sí publicó el trabajo que dio origen a éste.

Nota del MLRS. He aquí la contestación del Dr. Joaquín Mª Aguirre en que argumenta la negativa a publicar el presente artículo de Antonio Orihuela.

 

Estimado Sr. Antonio Orihuela:

 

Esta revista, desde hace diez años, ha abierto sus puertas a todo tipo de ideas y de polémicas entre autores que han discrepado de forma abierta. Como editor, ha sido mi obligación mantener esas polémicas dentro del tono necesario, independientemente de quien creyese que estaba en posesión de la razón, la verdad o cualquier otra fórmula manida que nos guste emplear. Puede hasta que esté de acuerdo con las razones y razonamientos expuestos por usted y con algunas conclusiones.

 

En absoluto puedo estar de acuerdo con las descalificaciones personales, ni en la polémica más encendida. Pero sobre todo, ya que expone usted las incongruencias de los demás, la necesidad de insultar a la universidad y, de paso, a la revista en la que solicita exponer sus ideas. Aunque a usted le parezca absurdo pensar que "cada uno tenga su verdad" (está en su derecho), debería aceptar que cada uno tenga su dignidad. Tiene usted todo el derecho a polemizar, a opinar lo contrario de todo el mundo e, incluso, a no necesitar exponer sus razones ante nadie. Pero, ya que lo hace, no tiene usted, en modo alguno, el derecho a insultar, ridiculizar o vejar a los demás. Al menos no desde estas páginas. Dice usted haber "sobrevivido a la Universidad" y lo ha hecho dignamente, con un título de Doctor en el seguro que no cree, pero lo utiliza para presentar su escrito, aunque después lo elimine de la cabecera del artículo.

 

Creo que sí usted está dispuesto a dar lecciones de congruencia, entre otras muchas cosas, podrá encontrar páginas de mayor prestigio dispuestas a acoger el tono de sus ideas, por otro lado muy respetables.

 

Esta revista estará siempre dispuesta a acoger sus ideas siempre y cuando respete, si no las ideas que puede criticar hasta el aburrimiento, sí a las personas de los demás. Supongo que esto le reafirmará en aquello de lo mal que está el sistema (algo con lo que estoy de acuerdo), pero como editor (actividad que realizo libre y gratuitamente para ofrecer a los demás un espacio para expresarse a costa de mi tiempo libre) no puedo admitir que sus ideas tengan más fuerza por el uso del ridículo o del insulto. Ni las suyas ni las de nadie.

 

Desde mi condición de funcionario con daños cerebrales y editor de revistas estúpidas, con todo respeto, un cordial saludo,
Dr. Joaquín Mª Aguirre
Editor Espéculo (UCM)
aguirre@ccinf.ucm.es

 

[2] Mi gratitud a Enrique Falcón que corrigió y mejoró este texto así como a David González, tan generoso y atento a todo lo nuestro.