¡Libre cultivo de la hoja de coca! ¡Libertad para los presos políticos! 

      
       ¡Viva Villa! 

                                                                                          

    ¡Pancho Vive!. El mítico héroe mexicano vuelve a convertirse en noticia. Esta vez, un historiador cuenta rasgos inéditos de su personalidad.  

Semana / Revista Mariátegui
 07/11/06

Una nueva biografía busca desentrañar los enigmas que rodean la historia de uno de los personajes latinoamericanos más emblemáticos. 

Taller mecánico que se respete en el norte de México adorna sus paredes no sólo con el habitual afiche de voluptuosas mujeres ligeras de ropa. Al lado de ellas suele estar la foto de un hombre robusto, de abundante bigote, con sombrero de charro y municiones de balas cruzadas sobre su pecho cual banda presidencial, montado sobre un caballo negro. Se trata de uno de los íconos del país azteca más populares: Pancho Villa, uno de los grandes líderes de la revolución mexicana. 

La leyenda del hombre que combatió durante años a sangre y fuego a la oligarquía parece inmortal y sigue guardando tantos enigmas, que a través del tiempo ha inspirado millones de páginas, documentales, corridos y películas. El más reciente intento por descifrar al personaje es la biografía narrativa Pancho Villa, del escritor Paco Ignacio Taibo II. La labor no fue fácil y es producto de una extensa recopilación de documentos que el autor realizó durante 20 años. Después de todo, Villa son muchas personalidades en una. "Valor hasta la temeridad; desprendimiento hasta el derroche; odio hasta la ceguera; rabia hasta el crimen; amor hasta la ternura; crueldad hasta la barbarie; todo eso es Villa en un día, en una hora, en todos los momentos de la vida", son las palabras con las que lo describió Ramón Puente, su médico personal, ahora retomadas por Taibo.

Y también, porque antes de ser el rebelde cuya estrategia militar contribuyó a derrotar los regímenes de Porfirio Díaz, Victoriano Huerta y Venustiano Carranza, fue un simple bandolero sin ideología revolucionaria. Antes de ser el mítico Francisco Villa fue Doroteo Arango Arámbula, un muchacho analfabeto, hijo de campesinos del estado de Durango, al que llamaban el 'gorra chueca' por su costumbre de no quitarse su sombrero ni para saludar. Como en esta etapa de su vida sus acciones aún no ameritaban primeras páginas de la prensa mexicana y la norteamericana, son pocas las certezas respecto a ellas. Taibo relata que incluso algunas versiones aseguraban equivocadamente que Arango había nacido en Medellín, de padre antioqueño y madre mexicana. 

Pancho Villa luchaba contra la oligarquía en el norte del país y Emiliano Zapata lo hacía en el sur En su libro, Paco Ignacio Taibo II revela que Pancho Villa tomó medidas como la pena de muerte a los miembros del ejército que se emborracharan, mandó a hacer papel moneda villista y soñaba con hacer una zanja que separara a México de Estados Unidos. 

El propio Villa solía relatar que su vida de cuatrero comenzó a los 14 años, cuando le disparó al patrón de la hacienda donde trabajaba, porque este quería violar a su hermana. Desde entonces se convirtió en fugitivo y en más de una oportunidad fue encarcelado y por poco se salvó de ser fusilado. Durante una de sus estadías en prisión, su compañero de celda le enseñó a leer y a escribir utilizando como cartilla de lectura un ejemplar del El Quijote. 

A la revolución llegó sin pretenderlo. Al parecer, los hombres de Francisco Madero, el gran opositor de la dictadura de Porfirio Díaz, se sintieron atraídos por su fama en la región y decidieron unirlo a la lucha. A pesar de no poseer un gran conocimiento político, ni arraigados ideales sociales, trasladó los sencillos principios éticos que aprendió en su vida de forajido a la rebelión. "La palabra se cumple, no se traiciona a un compadre, no se le roba a un pobre, no se viola a una mujer y sí en cambio se la seduce... no se respeta a los ricos, ni a los curas sino a los maestros de escuela; se protege a los niños", escribe el autor. 

De un pequeño grupo de bandoleros bajo su mando llegó a formar un ejército con más de 30.000 hombres, en su mayoría campesinos que se iban uniendo a la causa cuando Villa pasaba por los pueblos. La División del Norte, que al comienzo fue menospreciada por las fuerzas regulares, se convirtió en una piedra en el zapato. Fue tal su espíritu de combate, que Villa y su milicia han sido los únicos latinoamericanos que se han atrevido a invadir Estados Unidos, sólo por el gusto de demostrar que lo podían hacer. Así sucedió en marzo de 1916, cuando Villa, indignado porque el vecino país le había cortado el suministro de armas y le quitó el apoyo para respaldar la toma de poder de Carranza, entró a Columbus, Nuevo México. El saldo fue de 18 norteamericanos muertos y 30 mulas robadas, además de 80 caballos finos y equipo militar. Estados Unidos no podía quedarse con los brazos cruzados ante semejante osadía. Por esto el presidente, Woodrow Wilson, envió la Expedición Punitiva con 10.000 soldados, encabezada por el general John Pershing, con la orden de llevarle a Villa vivo o muerto. Pero después de 11 meses de búsqueda, no pudieron capturarlo. 

Para escabullirse, tanto de 'yanquis' como del gobierno, tenía por costumbre moverse en las noches, envolver los cascos de los caballos con trapos para que no sonaran, nunca encender una fogata, pese al inclemente frío, y dormir con zapatos y "un ojo abierto". Propuso, quizás en broma o tal vez en serio, que se hiciera una zanja entre México y Estados Unidos "tan ancha y profunda que ningún norteamericano pueda venir a robar tierra mexicana". Sus espías eran los lecheros y los carboneros de la región y nunca revelaba sus planes, ni siquiera a su tropa hasta cuando ya estuvieran cerca del destino. Para despistar al enemigo cambiaba constantemente de rumbo, se disfrazaba y usaba otros nombres. Con este mismo fin, ordenó que enterraran huesos de vaca en tumbas marcadas con su apellido, para que lo creyeran muerto. "Dentro de poco van a sobrar sombreros", solía presagiar antes de un enfrentamiento. 

Cuando su ejército se tomó el estado de Chihuahua y él se convirtió en el gobernador, implantó una serie de medidas polémicas. Expropió las tierras y los bienes de los hacendados, incluso ordenó matar las vacas para repartir la carne a los más pobres. Les dio un plazo de cinco días a los españoles que se habían radicado en la región, para irse o de lo contrario serían "llevados a la pared más cercana". También propuso fusilar a los que cometieran fraude electoral y a los oficiales que se emborracharan. Su lema era "El alcohol mata a los pobres y la educación los salva", como contó Taibo a Semana. Por eso en un mes mandó a construir 50 escuelas en el estado. Esto contradice su supuesta fama de bebedor.

Sin embargo, no era ajeno a otro tipo de placeres y además de las cartas y las peleas de gallos, su gran pasión eran las mujeres. Se dice que se casó o estuvo a punto de hacerlo 27 veces y que tuvo más de 26 hijos. "Para evitar que las mujeres se sintieran deshonradas por pasar la noche con él, llevaba un cura para que los casara", dijo a esta publicación Louis Ray Sadler, profesor emérito de historia de la Universidad de Nuevo México. 

"Villa era un hombre singular. Su bebida favorita era la malteada de fresa. Tenía las emociones a flor de piel, tanto es así que lloraba en público sin ningún pudor, sacando pañuelo y todo. Los estereotipos del típico macho se van al piso con esto", explicó Taibo. A la vez era visceral, al punto de no mostrar piedad a la hora de matar a viejos amigos, traidores a la causa. Pero él también despertaba sentimientos similares entre sus adversarios. A pesar de haber abandonado la lucha y estar dedicado a la vida del campo, en 1923 fue recibido con 150 tiros al llegar en su automóvil al pueblo de Parral. No se ha establecido de dónde provino la orden y al parecer tantas balas no fueron suficientes para demostrar el odio contra Villa, pues tres años después, su tumba fue profanada y hasta el día de hoy no se conoce el paradero de su cabeza. 

Quizá con este acto sólo lograron engrandecer su leyenda. Porque aunque su lucha ya casi cumple un siglo, su grito de batalla sigue presente en las calcomanías que decoran la parte trasera de buses, camiones y carros mexicanos en los que se lee "¡Viva Villa, cabrones!". 

                                                            Mariátegui. La revista de las ideas.