¡Libre cultivo de la hoja de coca! ¡Libertad para los presos políticos! 

      
                                                                         Cultivos ilegales 

                                                       

   Coca Kintucha. Los diversos gobiernos peruanos  y la embajada norteamericana en Lima, le han declarado la guerra a la planta de la hoja de coca. ( Foto: Jeremy Bigwood - Narconews )

Gregorio Martínez */ Revista Mariátegui
 21/10/06

Aunque algunos sostengan que no se puede penalizar un cultivo agrícola, el versado sistema judicial peruano ha sentado jurisprudencia: Sí se puede.


¿Por qué no arrasamos con napalm todas las plantas narcóticas y ponzoñosas que infestan nuestras tierras? No solo la coca y la festejada cocaquintucha, la hojita redonda que parece un quinto de oro, sino también el ruin chamico, la nefasta ayahuasca que los beatniks cabrazos William Burroughs y Allen Ginsberg llamaban yage, y el letal 'San Pedro', y el hipócrita floripondio, y la pategallina, y la hierbamora, y la higuerilla, y el ajenjo cimarrón, y cada inocente petunia que había sido la más cabrona, servida como simple tecito en porcelana Rosenthal. 

Pero no la cierrateputa. No. El único mal de la cierrateputa consiste en devorar, misma Garganta Profunda, sanguinarios zancudos y cicateros jejenes. En mi infancia silvestre, suelto en el monte, la cierrateputa fue mi planta favorita y me quedaba contemplando sus hojas labiales horas enteras.

Si alcanzáramos este cometido, arrasar los cultivos ilegales, ningún sesudo analista político podría clamar: "El Gobierno cedió ante los cocaleros". Además, seríamos gratificados directo por la Casa Blanca y por el Congreso de Estados Unidos. No con un mísero plato de lentejas, pero sí con un buen puñado de dólares. Como sin duda ya lo ha sido el afanoso analista que machaca y machaca que se erradiquen los cultivos ilegales. Se lo merece. Nada se hace por solo amor al chancho. Además, dicho analista ha hecho su campaña tal como si fuera una voz independiente. Eso se paga doble. Ya lo decía Federico More: "Mi pluma tiene un precio". Y Eudocio Ravines pedía auspicio por adelantado. Primero de la Unión Soviética, el oro que Moscú saqueó de la república española. Después, directo de la CIA, como consta en archivos. 

Hay analistas políticos tan preclaros que pueden distinguir meridianamente que: "Los cocaleros no están con Humala ni con nadie, tienen su propio juego". Por supuesto. Ni gilipollas que fueran para no tener su propio jueguito de dominó. Ya lo dijo Winston Churchill: "Los países no tienen amigos, tienen intereses". Y debe quedar bien establecido, así como lo sostiene uno de los analistas políticos más rigurosos: Que existe una coca legal y otra ilegal. Iguales, nomás que diferentes. 

Para cumplir tan plausible propósito en bien de la humanidad, existe un preciso recurso. No se trata de palabreo latino sino de contundencia anglosajona. Aunque la mano de obra fue nativa y de cholo barato. En Fallbrook Naval Weapon Station, San Diego, aún quedan 3.5 millones de galones de la infernal gelatina que la International Petroleum Company elaboró en Talara, todavía en los años 60, para que los bombarderos de Estados Unidos achicharraran vivos a los vietnamitas de la floresta. Exactamente como apareció luego en la revista Time y en la gráfica Life. ¿No recuerdan la foto histórica de la niña despavorida que huye desnuda del infierno caído del cielo?

Aunque algunos teóricos epígonos de Claude Levi-Strauss y de los ambientalistas sostengan, tozudos, que no se puede penalizar un cultivo agrícola, el versado sistema judicial peruano ha sentado jurisprudencia ecuménica: Sí se puede criminalizar a todo ser vivo y, por ende, a la coca. Porque no todo cultivo es cultura. Y así como prolifera la subliteratura porno o banal, también brotan, de la noche a la mañana, los cultivos subcultura e ilícitos. Ahí están la amapola, la marihuana, la coca, el yohimbe, la nuez de kola, el mescal.

Riesgo evidente. Del yohimbe se extrae la milagrosa yohimbina que antes vendían, por lo bajo, quienes en la puerta del bar Palermo, en La Colmena, anunciaban con voz en sordina: jebe, jebe, jebe. Yohimbina y polvos chinos constituían el renglón más soterrado. No es embuste. La yohimbina calienta al estofado más reticente y lo pone en pindinga, listo para el chape. Excepto si el vendedor da gato por liebre, permanganato de potasio en lugar de yohimbina. Ambas pastillas sueltan chispa si se las frota en una cajita de fósforos. La nuez de kola es una menuda pepa de palta, amargocita, muy estimulante, que los afros mastican con disimulo, aun ahora mismo en el metro de París.

John Pemberton, boticario de Georgia, todavía en el siglo XIX, advirtió que los afros bebían aguas tónicas obscuras, endulzadas con chancaca, compuestas con kola africana y coca andina, menjunje que les permitía resistir la jornada laboral en las plantaciones sureñas y en la noche aún podían subir al níspero. En Acarí, aquí en nuestro país, dicho refresco tónico se llamaba chimpuca. Iluminado, John Pemberton tomó nota y, al amparo de su profesión, preparó la bebida bajo normas de higiene y la registró como producto comercial: Coca-Cola. Pero aún no era soda. Se expendía por vasos, como bebida reparadora. Cuando otro fabricante de Georgia sacó la Pepsi-Cola, Pemberton quiso enjuiciarlo, mas los jueces se amoscaron cuando aquel recitó el adagio: Ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón.

En el Perú tenemos que cuidarnos. Cada planta malévola puede arraigar aquí. No olvidemos el kikuyo que novelizó Enrique Congrains en 1955. En los tiempos del tráfico de esclavos, los afro trajeron consigo semillas de higuerilla, el mentado piojo del diablo, del cual se obtiene el hórrido aceite de ricino, medicina providencial desde los tiempos del persa Avicena (980-1037) hasta los años 50 del siglo XX.

Cada afro embarcado cautivo escondía un puñado de semillas de higuerilla para purgarse durante la travesía y no morir de empacho o torozón. Otros preferían la muerte. La alimentación era camote, mañana, tarde y noche. El camote que los portugueses habían llevado de América a sus colonias de África. Luego los afros volvieron a traer el camote, en especial las variedades púrpura y morado, las cuales cobraron fama sobre todo en Acarí. Apenas arribaron al Perú, los afros sembraron las semillas sobrantes y la higuerilla brotó en los extramuros, clandestina, ilegal, pese a ser casi arbórea, así como la pinta Julio Ramón Ribeyro en el cuento Al pie del acantilado, en el cual dice: "Nosotros somos como la higuerilla. Nosotros, la gente del pueblo". Claro, porque en sus inicios Ribeyro era medio comunista. Aún no había sido nuestro embajador la Unesco.

Por otro lado, incógnito y disfrazado, el chamico brota en cada tierra baldía, más encendido que las menudas lilas del genial T.S. Eliot. Incluso dentro de la ciudad, en la berma de algunas avenidas y en los jardines dejados al acaso. Después abre sus bellas flores pestíferas y exhibe, mondas y lirondas, sus bellotas armadas con un infierno de púas, semejantes a los meros cojones de Satanás. El susodicho chamico, datura stramonium, lo usaban los místicos de la antigüedad para subir al cielo y hablar con Dios. Así lo consigna Umberto Eco en su novela El nombre de la rosa. Y entre nosotros lo usaba, obviamente, el místico chicha Ezequiel Ataucusi. Por eso le aseguró, a la reportera Ximena de la Quintana, que tenía la dicha de hablar con Dios. 

Arrasemos los cocales y no seamos malpensados. Es verdad, Inglaterra desató la Guerra del Opio contra China y capturó Hong Kong para obligarlos a comprar la droga que producía en la India colonial, pero esos eran otros tiempos. Y si hoy Estados Unidos permite que Afganistán cultive amapola y no considera que hay allí cultivos ilegales, entendamos que se trata solo de una temporal táctica política.

* Escritor, cronista y ensayista. 

                                                              Mariátegui. La revista de las ideas.