Nada
es más antimarxista que aplicar a todos los acontecimientos
y a todas las situaciones revolucionarias, un esquema preparado
de antemano y válido para todos los casos y todas las latitudes.
Los seudomarxistas que recurren a este procedimiento, en lugar
de partir de las situaciones concretas para elaborar la táctica
más adecuada, pretenden someterla al esquema, especie de
panacea universal que, cuando se administra, produce resultados
completamente negativos. Tal fue el caso de la Internacional Comunista
durante el famoso "tercer período" cuya política
preparó la victoria del fascismo en Alemania. Tal es el
caso de los trosquistas, cuyas maravillosas fórmulas se
han demostrado en la práctica absolutamente estériles.
Trotsky posee también su panacea universal, pero no ha
llegado a constituir en ninguna parte un núcleo más
o menos importante, ni a ejercer ninguna influencia sensible en
ningún país.
Los marxistas "puros" que nos han llegado aquí
y que, con la irresponsabilidad que les confiere el privilegio
de no tener ninguna responsabilidad, se consagran a examinar con
lupa los documentos y resoluciones del POUM, en búsqueda
de errores y desviaciones, estos marxistas "puros" también
tienen su esquema: la revolución rusa y el leninismo, pero
se guardan bien de tener en cuenta las particularidades específicas
de nuestra revolución y de que el leninismo no consiste
en la repetición mecánica de algunas fórmulas,
ni en aplicarlas a todas las situaciones, sino en estudiar la
realidad viva con la ayuda del método marxista. La experiencia
de la revolución de 1848 y de La Comuna de París
ayudaron eficazmente a Marx y Lenin a elaborar su táctica
revolucionaria, pero tanto uno como otro aplicaron las lecciones
de esta experiencia a cada situación concreta y las adaptaron
a las condiciones de lugar y tiempo en correlación con
las fuerzas existentes. La revolución rusa encierra inapreciables
enseñanzas para el proletariado internacional; pero sería
un procedimiento absolutamente extraño al marxismo el de
trasladar mecánicamente a España la experiencia
rusa, tal y como pretenden los desgraciados adeptos de Trotsky
que, sin raíces ni prestigio en nuestro movimiento obrero,
se esfuerzan en vano en desacreditar a la vanguardia revolucionaria
española.
La
experiencia rusa y la realidad española
Uno de los problemas más importantes que se plantean a
nuestra revolución es incontestablemente el de los órganos
de poder. ¿Es necesario decir que los celosos guardianes
del "marxismo puro" - púdicas vestales que rehuyen
todo contacto con la vil realidad - se han apresurado a aplicar
"el patrón" ruso a la revolución española
y a ofrecernos la fórmula salvadora?
El esquema no puede ser más simple: "En Rusia, con
la creación de los soviets apareció la dualidad
de poderes. De un lado los soviets; del otro el Gobierno Provisional.
La lucha entre los dos poderes se terminó mediante la eliminación
del Gobierno Provisional y la conquista del poder por los Soviets.
Ergo, la premisa indispensable para la victoria de la revolución
proletaria es la existencia de la dualidad de poderes. En julio,
en todas las poblaciones, aparecieron unos Comités unidos
por un Comité Central de Milicias, que constituían
el embrión del poder revolucionario frente al Gobierno
de la Generalidad. A la supresión de estos Comités,
el POUM debía responder con una vasta campaña de
agitación con el objetivo de reconstituirlos".
No puede negarse que la existencia de la dualidad de poderes es
un factor de extraordinaria importancia en la revolución
y que, en 1917, jugó en Rusia un papel decisivo. La dualidad
de poderes apareció como resultado de la existencia de
unos Soviets que, de los simples comités de huelga que
eran al principio, se convirtieron a causa de circunstancias particulares
y específicamente rusas, en órganos embrionarios
del poder proletario. ¿En qué consistían
fundamentalmente estas condiciones particulares y específicas?
En que el proletariado ruso, que no había pasado por una
etapa de democracia burguesa, no poseía ninguna organización
de masas, y por lo tanto, una tradición de ese tipo. Los
Soviets fueron los órganos creados por la revolución,
en los que los trabajadores se agrupaban, y que se convirtieron
automáticamente en un instrumento de expresión de
sus aspiraciones. El dilema "soviets o sindicatos" no
podía plantearse porque estos últimos, en realidad,
no comenzaron a organizarse sino tras la revolución de
febrero.
El
papel de los sindicatos en España
En España, la situación concreta es muy diferente.
Los sindicatos gozan de un gran prestigio y una gran autoridad
entre los trabajadores; existen desde hace muchos años,
tienen una tradición y son considerados por la clase obrera
como sus instrumentos naturales de organización. Por otra
parte, los sindicatos de nuestro país no tienen, como en
otras partes, un carácter puramente corporativo; no se
han limitado jamás a la lucha por reivindicaciones inmediatas,
sino que son organizaciones de tipo auténticamente político.
Esta circunstancia explica en gran medida, que la revolución
no haya creado organismos específicos dotados de vitalidad
suficiente para convertirse en órganos de poder. Por costumbre
y tradición, el obrero de nuestro país se dirige
al sindicato tanto en las situaciones normales como en los momentos
extraordinarios.
¿Esto es bueno o malo? Es en todo caso una realidad, y
el marxismo digno de este nombre debe juzgar no según sus
deseos y desde un punto de vista subjetivo, sino según
la realidad concreta. El marxismo actúa con lo que es y
no según lo que quisiera que fuese.
Los Comités revolucionarios y el Comité Central
de milicias
"Sin
embargo -se nos objetará- durante las jornadas de julio
se constituyeron Comités revolucionarios en todas las poblaciones".
En efecto, pero los Comités, que, lejos de ser organismos
estrictamente proletarios, eran órganos del Frente Popular,
¿podían jugar el papel de los Soviets? ¿Se
ha olvidado que "todos" los partidos y organizaciones
antifascistas, desde Acción Catalana, netamente burguesa
y conservadora, hasta la FAI y el POUM, formaban parte de esos
Comités? El Comité Central de Milicias, formado
sobre esas mismas bases, no podía ser el embrión
del poder revolucionario frente al Gobierno de la Generalidad,
dado que no era un organismo proletario, sino de "unidad
antifascista", una especie de gobierno ampliado de la Generalidad.
No existía pues la dualidad de poderes, sino dos organismos
análogos por su constitución social y su espíritu.
Podría hablarse de dualidad de poderes si el Comité
Central de Milicias y el Gobierno de la Generalidad hubiesen tenido
una composición social diferente. ¿Pero cómo
podían oponerse si tanto uno como otro era, en el fondo,
equivalentes?
Conviene señalar por fin que, incluso en los momentos de
mayor esplendor de los Comités, los sindicatos continuaron
jugando un papel preponderante. No era el Comité Central
de Milicias, sino los Comités de las Centrales sindicales
quienes trataban, en primer lugar, las cuestiones más importantes.
La
posición del POUM ante el problema de los órganos
de poder
El POUM no dejó de comprender sin embargo desde el primer
momento que la creación de órganos proletarios destinados
a reemplazar los de los poderes burgueses podían tener
una inmensa influencia sobre el desarrollo progresivo de la revolución.
A este efecto, opuso al Parlamento, que republicanos y estalinistas
pretendían resucitar, la Asamblea Constituyente de los
Comités de obreros, campesinos y combatientes. Pero la
consigna no caló entre las masas obreras. El POUM intentó
más tarde, con un resultado semejante, que la consigna
fuera más precisa formulándola de la siguiente forma:
"Congreso de delegados de los sindicatos obreros, de las
organizaciones campesinas y de los combatientes". El término
de "asamblea" fue reemplazado por el de "congreso",
más comprensible para los trabajadores, y la representación
obrera surgía directamente de las organizaciones sindicales,
es decir, de los organismos ya existentes. La consigna siguió
teniendo el carácter de "consigna de propaganda",
y no se implantó entre las masas.
¿Por qué, a pesar de todo, -se nos objeta- el partido
no hizo prácticamente nada para crear Comités? Porque,
dado que las masas obreras no experimentaron la necesidad de su
creación, se hubiera convertido en una tentativa estéril,
sin trascendencia alguna. Por otra parte, quienes se sirven de
tal argumento olvidan que los bolcheviques - cuya actividad nos
ofrecen constantemente como ejemplo a imitar servilmente - no
crearon los soviets. Su gran mérito histórico consistió
precisamente en partir de una realidad concreta, los soviets ya
existentes -que habían sido creados espontáneamente
por los trabajadores, por primera vez en 1905- para convertirlos
en instrumentos de insurrección primero, y en órganos
de poder acto seguido. Y a quienes nos acusan de no tener una
orientación fija sobre esto, hemos de hacerles observar
que la táctica no puede ser inmutable ni rectilínea,
sino dialéctica -es decir, que es necesario adaptarse a
la realidad cambiante- y a invitarles a estudiar cuidadosamente
la actividad bolchevique en 1917, a fin de que se persuadan de
que el partido bolchevique no se limitó a repetir constantemente
una misma consigna, sino que cambió varias veces sus consignas
según las circunstancias.
Los
Comités de Defensa de la revolución
Las jornadas de mayo en Barcelona han hecho revivir ciertos organismos
que, durante estos últimos meses, habían jugado
un cierto papel en la capital catalana y en algunas localidades
importantes: los Comités de Defensa. Se trata de organismos
principalmente de tipo técnico-militar, formados por los
sindicatos de la CNT. Son éstos, en realidad, quienes han
dirigido la lucha, y quienes constituían, en cada barrio,
el centro de atracción y organización de los obreros
revolucionarios. Partiendo de lo que es, nuestro partido preconizó
la ampliación de estos organismos para su transformación
en Comités de Defensa de la Revolución formados
por los representantes de todas las organizaciones revolucionarias.
El POUM propuso su creación no solamente en los barrios,
sino en todos los lugares de trabajo, y la constitución
de un Comité Central encargado de coordinar la acción
de todos los Comités de base. Su iniciativa no tuvo un
resultado práctico inmediato. Nuestros militantes actuaron
en estrecho contacto con los "Comités de Defensa"
existentes, pero no llegaron a crear un solo Comité que
estuviese en armonía con nuestra concepción.
Actualmente, el partido continúa repitiendo la misma consigna
y da instrucciones concretas a todas sus secciones para que la
difundan y dirijan todos sus esfuerzos en hacerla realidad. ¿Tendrá
éxito nuestro objetivo? La experiencia lo dirá;
pero en todo caso, no renunciamos a lanzar consignas que se adapten
mejor a la realidad concreta de cada momento, y en caso necesario
a relegar a un segundo plano la de los Comités si las circunstancias
exigen momentáneamente otra, para situarla de nuevo en
primer plano cuando las circunstancias varíen. Tal fue
el caso de la consigna lanzada con ocasión de una reciente
crisis del Gobierno de Cataluña, "formación
de un gobierno constituido por todos los representantes de todas
las organizaciones obreras", gobierno al cual se le asignaba
como misión principal la convocatoria de un Congreso de
delegados de los sindicatos, las organizaciones campesinas y los
combatientes; tal fue también el caso de la consigna "constitución
de un gobierno CNT-UGT", preconizado con ocasión de
la formación del gobierno contrarrevolucionario de Negrín,
paralelamente al de la creación de Comités de Defensa
de la Revolución.
¿La
existencia previa de la dualidad de poderes es indispensable para
la victoria proletaria?
Para terminar, queremos someter a un rápido examen la tesis
según la cual la premisa indispensable para la victoria
proletaria es la existencia de la dualidad de poderes.
Apresurémonos a declarar que nos negamos a otorgar la cualidad
de "dogma de fe" a esta tesis. La creación de
Comités, Soviets, u otros organismos revolucionarios de
masas, y la dualidad de poderes resultante, constituye un instrumento
poderoso y muy eficaz en manos de los trabajadores; pero tenemos
la absoluta convicción de que la conquista del poder político
por el proletariado, en nuestro país, es posible sin que
existan previamente los órganos del poder. ¿Puede
negarse, quizás, la posibilidad de que en un momento determinado
la clase obrera, después de una insurrección victoriosa,
tome el poder y se constituya un gobierno compuesto por representantes
de organizaciones revolucionarias, que hubieran tomado el mando
de la insurrección? ¿Deberíamos entonces
rechazar, por fidelidad estúpida a un esquema abstracto,
el formar parte de ese gobierno? ¿Ese gobierno no sería
un gobierno obrero y revolucionario? Y si esta hipótesis,
perfectamente factible, se realizara, la creación de órganos
adecuados de poder se plantearía como un problema posterior
a la conquista de éste por el proletariado.
Estas son, sucintamente expuestas, algunas reflexiones que nuestra
realidad revolucionaria nos sugiere sobre el problema de los órganos
de poder. Sabemos de antemano que no dejarán satisfechos
a los amigos de resolver todos los problemas con ayuda de una
receta sabiamente elaborada, buena para todos los casos. Pero
el marxismo, que no es un dogma, sino un método para la
acción, rechaza las fórmulas para actuar sobre la
realidad viva y mutable. Lo fundamental es la estrategia revolucionaria;
en cuanto a la táctica, hay que adaptarla a la realidad.
Evidentemente, esto es más difícil que repetir mecánicamente
una fórmula.
Andrés Nin
*
Publicado en francés en el número 1 (único)
de Juillet. Revue internationale du POUM. Barcelone-Paris, Juin
1937. [En la Fundación Pablo Iglesias, de Madrid, puede
consultarse las fotocopias de un ejemplar íntegro de Juillet].
El artículo está fechado por su autor en Barcelona,
el 19 de mayo de 1937.