LÍNEA GENERAL
Un fantasma recorre Europa
 

 

“Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo.”
K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista.1848.

“Marx ataca”, dice un editorial escrito recientemente por el director de la revista Dinero (junio de 2005, nº 943), en España. Marx ataca, aunque “parezca bien muerto y momificado entre los restos del muro de Berlín”. Sin duda, Marx está muerto; entonces: ¿cómo puede atacar?, ¿a quién ataca? El director ha sido muy perspicaz. Lógicamente, expresa el temor y la inquietud que recorren a la clase dominante de Europa tras los enfáticos rechazos de la Constitución europea expresados por el pueblo francés y holandés. El director teme que los planes triunfalistas difundidos por las clases dominantes del mundo después de la caída del muro de Berlín –y en Europa, en particular, el proyecto aprobado en Maastricht– puedan quedar en papel mojado porque “el capitalismo […] en sus apoteósicos momentos de triunfo parece haber engendrado el germen de la subversión”. El director lamenta las nefastas tendencias que el capitalismo moribundo ha puesto de manifiesto en los años recientes: el crecimiento del paro, la especulación, la erosión de los salarios reales, la deslocalización, el aumento de la “liquidez” sin salida para ser invertida, el estancamiento en la producción, el aumento de los beneficios procedentes del uso de los derivados, el despilfarro de las ganancias a través del aumento de los dividendos y, sobre todo, la necesidad del estado de intervenir en el “mercado libre” para hacer lo que el capitalismo mismo no ha podido llevar a cabo, la transferencia del valor producido por la clase obrera a la clase dominante. La clase burguesa europea se había asegurado que el proyecto de Maastricht fuera el mecanismo para fortalecerse contra los actos de pillaje, cada vez más perniciosos, provenientes de su rival yanqui, el cual se halla, igualmente, en un estado económico agonizante –pero esa arrogancia se ha transformado en las recriminaciones mutuas de la reciente cumbre europea.
Como ha ocurrido siempre, la clase burguesa ha sido incapaz de tener en cuenta las respuestas de las masas a su política, y el director tiene razón al desconfiar del funcionamiento de las “válvulas reguladoras” establecidas para demostrar erróneas las predicciones de Marx. Las predicciones han sido erróneas porque “el capitalismo ha demostrado tener siete vidas”. El director teme que dichas válvulas –“que los obreros se organizasen para defender sus intereses y el progreso tecnológico ampliase considerablemente las posibilidades de inversión”– estén fallando, pues esto podría poner en peligro la vida octava del capitalismo. El director reconoce, implícitamente, que los líderes de las organizaciones obreras existentes han servido como respaldo para prolongar las vidas, ya demasiadas, del capitalismo. Que Marx podría atacar, o de una manera más realista, que los obreros podrían atacar a sus falsos líderes desde la asimilación por parte de la clase proletaria de una concepción alternativa del mundo en general, y de Europa en particular, es lo que el director verdaderamente teme –la marcha en la búsqueda de esa concepción ha sido demostrada por los resultados de los referendos europeos.
El fallo de la segunda válvula, debido al “estallido de la burbuja tecnológica”, ha derivado en “una prolongación de la jornada laboral” y en una transferencia masiva de valor a la clase burguesa, que ha estado llevándose a cabo por los estados europeos con la ayuda de sus lacayos en los sindicatos y los partidos revisionistas. Cuando el nivel de desarrollo tecnológico ha reducido el trabajo necesario a un mínimo –lo cual podría abrir posibilidades inmensas al desarrollo humano–, la clase dominante tiene que prolongar la jornada de trabajo para compensar la pérdida de valor producida por la expulsión de trabajo vivo que ha impulsado el mismo desarrollo de la tecnología. La única respuesta, como hemos atestiguado en los EE. UU., es el desencadenamiento de los procesos de financiarización –que implican el dominio del capital productor de interés en lugar del capital productivo–, que están dándose en Europa en un proceso de acumulación sin descanso que terminará convirtiéndola en la imagen decadente del modelo yanqui.
La verdadera inquietud que recorre las mentes agotadas de la clase dominante de Europa es que las ideas del socialismo científico se podrían poner sobre la mesa y ser utilizadas para sustituir la conciencia burguesa por la conciencia proletaria como el factor consciente que construirá o reconstruirá la Europa del futuro.

Diego Haywood

 

 
Carta de respuesta
 

 

 

Sr. Haywood:

En relación con su artículo dedicado a las consecuencias y a las circunstancias que han rodeado el fracaso del referéndum constitucional europeo, le presentamos seguidamente los puntos de desacuerdo:

1º) El recordatorio de Marx por parte del director de Dinero sólo es un recurso literario. Ni a él ni al resto de la clase dominante les preocupa ahora, a corto-medio plazo, “el fantasma del comunismo”. La impresión que da el artículo en el sentido contrario, acerca de una posible inminente toma de conciencia revolucionaria de las masas, es errónea, crea falsas expectativas y, sobre todo, oscurece la comprensión de las verdaderas tareas que están en el orden del día, relacionadas, precisamente, con la necesidad de construir instrumentos políticos para reconstituir y propagar esa conciencia revolucionaria. La perspectiva del artículo, en relación con este problema, distrae ilusionando sobre las supuestas posibilidades de una asunción espontánea de la conciencia revolucionaria por parte de las masas (o de la generación de esa conciencia por ellas mismas desde su movimiento espontáneo), o, lo que es lo mismo, sobre las posibilidades de generar un movimiento revolucionario espontáneo.
2º) Los resultados de los referendos francés y holandés no reflejan la contradicción clase dominante-masas populares, sino contradicciones en el seno del bloque dominante, en concreto, entre el capital financiero y la aristocracia obrera. La participación (relativamente) masiva y el resultado indican una movilización de la base social de los sectores que se van a ver más perjudicados con la ampliación de la UE desde el punto de vista de la competencia en los mercados, de la presión a la baja de los salarios y del desmantelamiento del Estado-beneficencia (burguesía media, pequeña burguesía y, sobre todo, los sectores mejor situados del proletariado), es decir, desde el punto de vista de la defensa del status socio-económico de esos sectores. Por lo tanto, echar las campanas al vuelo tras el fracaso de la refrendación constitucional por la vía plebiscitaria sólo nos ofrece un aspecto de la cuestión, y, sin más análisis, puede conducirnos al error de interpretar el No europeo como una respuesta inspirada o en un anti-europeísmo de las masas, que no es real, o en la búsqueda instintiva por su parte de una alternativa revolucionaria (como se desprende del artículo), que lo es mucho menos.
Por cierto, en el Estado español, como la contradicción principal, aunque también se sitúa dentro del seno del bloque hegemónico, está protagonizada por otros sectores sociales (dos fracciones enfrentadas de la gran burguesía, representadas por sendos partidos parlamentarios mayoritarios), el referéndum ha sido completamente diferente, ha pasado desapercibido hasta para la ciudadanía española, porque no ha sido utilizado como escenario para dirimir las contradicciones principales y ha reflejado aspectos secundarios de la política española.
3º) Los comunistas no tenemos un proyecto europeo alternativo. Los comunistas no creemos que otra Europa sea posible, como afirma la propaganda de los revisionistas y demás oportunistas, o de otros sectores sociales distintos de la clase obrera. Todas esas supuestas alternativas –Europa social, de los pueblos, de los ciudadanos, etc.– no son más que trasposiciones ideológicas de un mismo modelo dominante, preestablecido de antemano por el verdadero motor de la construcción europea, el capital financiero, lo cual dice mucho sobre quién dirige los acontecimientos políticos y quién hegemoniza la cultura política en la actualidad. Por el contrario, los comunistas conocen el único modelo alternativo posible a la Europa de los monopolios, que es independiente de la influencia de la ideológica de la burguesía porque sólo puede ser construido por el proletariado revolucionario. Ese modelo no es europeísta, sino internacionalista, y se basa en la ley del desarrollo desigual de la economía en la época del imperialismo, que descubrió Lenin, y que consiste en que paulatinamente van apareciendo eslabones débiles en la cadena imperialista mundial. Desde la unión de esos eslabones en una federación internacional de Estados populares o socialistas, independientemente del continente en el que cada uno de ellos esté ubicado, se forjará la única alternativa posible a todo proyecto internacional imperialista de unidad política.

MAI