El Martinete - Número 22
Mayo de 2009
Alrededor de la Liga de los Comunistas
 

 

La Liga de los Comunistas supone un momento cardinal en la historia y conformación de nuestra clase proletaria como sujeto revolucionario. Representa la primera organización de cierta entidad donde se van a introducir las ideas de Marx y Engels, y donde los fundadores de los pilares de nuestra concepción del mundo van a desplegar una actividad que, por ejemplo, dará lugar al Manifiesto Comunista, primera exposición sistemática de nuestra cosmovisión.

Asimismo, será desde esta organización desde la que pasarán a sumergirse en los acontecimientos revolucionarios de 1848, primera y única ocasión en la que estos gigantes del proletariado tendrán un contacto directo con una experiencia revolucionaria en toda su amplitud. No en vano, para Lenin, 1848 representa el “momento central” de la actividad de Marx y Engels, que será un marcado punto de referencia en toda su obra posterior.1

Este pequeño artículo se propone recordar esa experiencia, enmarcarla en su contexto, y a través de ello, único método coherente con el materialismo histórico, entresacar algunas pinceladas de las determinaciones a que se vieron sometidas las ideas de Marx y Engels, y el impacto de estos condicionantes en la configuración de lo que sería el marxismo que actuaría como principal guía de acción en las revoluciones proletarias del siglo XX. Ello se enmarca en la labor de aprehensión crítica de la experiencia revolucionaria proletaria, el Balance, premisa inexcusable de la reconstitución de la teoría revolucionaria.

1793: escuela de revolución proletaria del siglo XIX

La Revolución Francesa es un acontecimiento histórico de primera magnitud. Las fuerzas por ella desplegadas marcan la plasmación política del moderno mundo capitalista, suponiendo la presentación en el escenario de la historia de los principales actores, algunos aún en proceso de configuración, impulsos y fantasmas que se batirán en el nuevo mundo que esta revolución alumbra. De hecho, y esto interesa especialmente al proletariado y a sus expectativas de futuro, los planteamientos a la hora de acercarse al movimiento de la sociedad, a sus convulsiones y a la relación de la conciencia respecto a ello, que la Revolución Francesa consagra, se puede decir que no han caducado hasta muy recientemente.

Como es sabido, para finales del siglo XVIII, la vieja sociedad feudal, el Antiguo Régimen, aunque aún se mantenía en sus estructuras básicas, se encontraba fatalmente enferma. El principal virus que corroía a esta anquilosada sociedad era el rápido desarrollo en su seno de la producción mercantil, de un nuevo tipo de relaciones sociales que estaban encumbrando a una clase social: la burguesía. Como su expresión, a lo largo del siglo, toda una pléyade de filósofos y pensadores habían ido socavando los cimientos intelectuales del viejo mundo y sus oscurantistas tradiciones, dotando a la burguesía de la fuerza moral necesaria al abrir las expectativas sobre las bondades de progreso que una nueva sociedad, la burguesa, podía deparar.

Francia era el epicentro de todas las contradicciones que el momento histórico ponía en primer plano, ya que aquí se aunaba el considerable desarrollo de estos nuevos tipos de relación social con el mantenimiento de la estructura política del Antiguo Régimen. Otros países donde el desarrollo burgués había sido más precoz, como Inglaterra o las Provincias Unidas, ya habían abierto paso a la hegemonía de las relaciones capitalistas derribando el absolutismo, pero en Francia éste se mantenía, agudizado por una reacción aristocrática que, temerosa de las nuevas fuerzas sociales, revivía caducos privilegios. En el campo francés, aunque prácticamente desaparecida la vieja servidumbre, la estructura básica de las relaciones feudales se mantenía, aplastando bajo un mar de cargas, exacciones y obligaciones a un campesinado hambriento de propiedad sobre la tierra y cada vez más estratificado. En las ciudades, junto a la próspera y pujante burguesía comercial, se agolpaba una masa informe, confusa, inquieta y generalmente pobre de artesanos, tenderos, obreros y pequeños comerciantes.

Una de las periódicas crisis de subsistencia detonará esta situación explosiva. En la convocatoria de los Estados Generales de 1789 la burguesía se proclama Asamblea Nacional Constituyente. El Gran Miedo se extiende espontáneamente por el campo y los campesinos se levantan. El compromiso con la aristocracia, que en ese momento busca el sector dirigente de la burguesía, se verá imposibilitado por la negativa de aquélla a perder alguno de sus privilegios, por el impulso del movimiento popular urbano y por la guerra que se desata en el campo, tras el desengaño campesino ante una “abolición” del feudalismo hecha a medida de los propietarios. La búsqueda de ayuda exterior por el rey y la aristocracia desata la guerra con las potencias absolutistas, que será el elemento catalizador fundamental de las energías del “tercer estado”, donde los elementos más proclives al compromiso y más temerosos de las consecuencias de poner en marcha a los estratos bajos de las ciudades, a esa abigarrada sans-culotterie, y al campesinado, son apartados sucesivamente, encumbrando a los jacobinos, que representan a ese sector de la burguesía dispuesto a aceptar los retos que el triunfo de su revolución enfrenta. Se establece así la República del año II (1793), es decir, la alianza del sector revolucionario de la burguesía con una poco definida masa popular y con el campesinado. Es la época, que aún hoy resulta gloriosa, en la que a través del Terror y el control de la economía se barre el viejo régimen feudal.

Muchas de las medidas que aplicará la Convención jacobina, especialmente el Terror, son producto de la presión de ese abigarrado elemento popular, que la burguesía jacobina canaliza y sanciona a través de su Estado. Sin embargo, las contradicciones entre estas dos fuerzas, una burguesía revolucionaria, pero básicamente liberal, que sólo está dispuesta a aplicar estas medidas transitoriamente, en tanto necesarias para el triunfo de la revolución, y una sans-culotterie heterogénea, unida por su odio a la aristocracia pero que no representa una clase propiamente dicha, y en cuyas demandas se trasluce la defensa de la propiedad privada, pero buscando limar las consecuencias de ésta sobre la pequeña propiedad, significarán la ruina de la República del año II, no sin antes asegurar las conquistas de la revolución burguesa. Como es sabido, el confuso igualitarismo que los sans-culottes exigían no representa intereses proletarios, ya que esta clase aún no ha aparecido, al menos no para tener una consistencia social definida. El jacobinismo aseguró la destrucción de la propiedad feudal en el campo, convirtiendo a la masa campesina en pequeños propietarios parcelarios, pero acabó reprimiendo a los elementos más igualitaristas del movimiento popular, enajenándose gran parte de su base social, lo que la reacción termidoriana aprovechó para poner fin a la experiencia del Terror y llevar a la República por derroteros más moderados.

Sin embargo, 1793 había ido muy lejos, y el futuro terror de toda burguesía en un trance similar ante la posibilidad de su reedición así lo atestiguan, habiéndose ensayado formas de economía dirigida y forzando las masas movilizadas a la aplicación de medidas terroristas en gran escala hacia la contrarrevolución, la movilización de todas las energías de la nación hacia la guerra (levée en masse), manteniendo en una permanente tensión a un pueblo en armas. Son evidentes sus limitaciones: la inexistencia, como hemos señalado, de un proletariado cohesionado y organizado, lo que permitió a la burguesía enajenar la consecuente ejecución del terrorismo revolucionario a las propias masas, siendo ella misma, a través de su Estado, la que lo dirigió, volviéndolo posteriormente sobre facciones de esos mismos sectores populares, como los enragés. Aún así, esta inédita y grandiosa experiencia revolucionaria quedó grabada en fuego para toda una época en todos los actores, tanto la burguesía como aquellos que querían llevar la revolución más allá, pareciendo claro en ese momento que “el ‘sol de 1793’, si volviera a levantarse, brillaría sobre una sociedad no burguesa”.2

La razón por la que nos hemos detenido en esbozar un breve resumen de los acontecimientos revolucionarios franceses que desembocan en 1793 es por su enorme trascendencia e importancia. La Revolución Francesa es un suceso sin parangón en ese momento, incomparable respecto a revoluciones anteriores, como la inglesa del siglo XVII, debido a su carácter moderno puramente burgués, la constitución de los actores sociales implicados y sus motivaciones, así como, y esto es fundamental, por la naturaleza de movilización de masas, inédita hasta entonces: el Terror, el pueblo en armas, la guerra revolucionaria, la intensidad de los, nunca bien definidos, llamamientos por la igualdad. Sus ecos van a marcar todo el siglo XIX, ejerciendo una comprensible atracción sobre todos aquellos cerebros que se van a ocupar de la sociedad, de su movimiento y transformación, proporcionando recurrentes esquemas y modelos. Todo ello es fundamental en el momento en que una nueva clase, el proletariado, está empezando a hacerse notar y a atraer sobre sí la atención y la reflexión de todas las inquietas mentes progresistas, abundantes en un momento en que, precisamente gracias a lo acontecido en Francia, una revolución es algo que se respira en el ambiente de Europa, una posibilidad que se baraja como real e inminente, desde las recién estrenadas barracas obreras hasta las cancillerías, pasando por las universidades.

La Revolución Francesa nos muestra un modelo de proceso revolucionario que, a pesar del tiempo transcurrido, no puede por menos que resultarnos familiar. Vemos en ella cómo las fuerzas que genera el desarrollo histórico, las relaciones burguesas de producción, nacen en el seno de la vieja sociedad, para la que no pueden por menos que resultar corrosivas. Vemos cómo un paciente proceso histórico va cohesionando de forma natural y espontánea a la nueva clase burguesa, aún en el interior del antiguo molde social; cómo críticos y pensadores que objetivamente sirven a los intereses de la nueva clase, y aún en muchos casos sin contacto orgánico o político con ella (la mayoría de los ilustrados, lejos de proclamar la subversión revolucionaria de la sociedad, depositan sus esperanzas en el reformismo del despotismo ilustrado), demuelen lenta pero implacablemente los cimientos intelectuales de la vieja sociedad. Vemos cómo la burguesía, cuando ya ha madurado lo suficiente de la mano de ese proceso espontáneo de extensión de las relaciones sociales capitalistas, convertida ya en una potencia política consistente y evidente reclama su lugar bajo el sol en el mundo que la ha visto nacer, y lo hace primeramente de una forma legalista: en principio intenta copar la administración del viejo Estado y comprar títulos de nobleza; cuando la insuficiencia de estos pasos y la reacción aristocrática le cierran las puertas, reclama en el parlamento feudal de tú a tú, convirtiendo los Estados Generales en Asamblea Constituyente. La incapacidad orgánica de la feudalidad para aceptar un compromiso echa a un lado a los burgueses más timoratos; mercaderes más decididos, los girondinos, los sustituyen, se proclama la República y esa excelente fuente de negocios que es la guerra, aunque tenga que ser revolucionaria. Los temores de estos últimos actores en movilizar a la nación, a las masas, aún ante la posibilidad de perderlo todo, suponen su sentencia; la guillotina dará cuenta de ellos. Burgueses recios y firmes toman el mando: movilización total, pueblo en armas, guerra revolucionaria, Terror… pero también la “hidra de la anarquía”, el espectro de la igualdad. Salvada la revolución y estabilizada la normalidad burguesa, son los propios jacobinos los que van al cadalso.

Ése ha sido el modelo, el más gigantesco despliegue de la lucha de clases, en su más pura expresión, que el mundo había visto hasta entonces. Ése es por fuerza el modelo que se muestra y que sirve de ejemplo a los que, ya entrado el siglo XIX, para bien o para mal, piensan en la revolución.

De Desterrados a Comunistas

La Conspiración de los Iguales fue la última aparición del fantasma del igualitarismo que inquietó a propietarios y burgueses franceses durante su revolución. Abortado el movimiento y ejecutado su líder, Babeuf, en 1797, sus ideas serán un puente entre la experiencia revolucionaria francesa y ese movimiento político que empieza a conformarse de la mano de la nueva clase proletaria, el comunismo. En Babeuf está la base de la idea de la comunidad de bienes, basada en el reparto igualitario (se lo ha denominado “comunismo de reparto”), pero también en la producción colectiva y en la abolición de la propiedad privada, y que tanto éxito tendrá entre el sector más radical de las numerosas sectas y sociedades secretas, de carácter más o menos democrático, que en la Europa posrevolucionaria y reaccionaria de la Santa Alianza esperan, entre las sombras, la oportunidad de entrar en escena. El compañero de Babeuf, Buonarroti, que logró escapar a la represión que se abatió sobre los Iguales, será el encargado de difundir su ideario, que representa un paso adelante más en el proceso de conversión del comunismo, de vago y secular ideal utópico a programa político.

La Liga de los Desterrados, fundada en 1834, remonta su origen a las primeras asociaciones democráticas de artesanos y emigrados alemanes en el extranjero, siendo especialmente activa en París y en Suiza. Es en París donde, en 1836, se produce la escisión y reorganización que dará lugar a la Liga de los Justos, formada por los elementos más radicales de la anterior liga, separándose del contenido demasiado general y abstracto de los Desterrados, que llevaba a confundirla con otras organizaciones democráticas de carácter menos social, como la Joven Alemania. Así, la máxima general de los Desterrados, “igualdad entre pueblos y hombres” se transforma en los Justos en una reivindicación netamente social: igualdad de bienes o comunidad de bienes, lo que les encuadra inequícovamente en el marco del babuvismo. Su consigna será “todos los hombres son hermanos”.

La Autoridad Central de la reorganizada Liga tenía en su seno nombres como el de K. Schapper, una de las figuras centrales de toda su historia, o W. Weitling, cuya obra, Garantías de la armonía y de la libertad, cuyo contenido, que describía un comunismo artesano pasado por un matiz de religiosidad, sería definido por Heine como el “catecismo, durante mucho tiempo, de los comunistas alemanes” e inspiraría la expresión de Marx de que “el proletariado alemán era el teórico del proletariado europeo”. Con Weitling la actividad teórica de la Liga se potencia a través de numerosas pero efímeras revistas que intentan explicar los principios de la Comunidad, con su matiz religioso weitlingiano, y se intenta perfilar el concepto de comunismo, que, como hemos señalado, está muy influenciado por el babuvismo.

La influencia de Babeuf y de las sociedades neobabuvistas, como la Sociedad de las Estaciones, de Blanqui, marcan los primeros años de los Justos. Aparte de una labor crítica desde varios periódicos, como Le tribun du peuple, la principal actividad práctica de Babeuf fue la de organizar una vasta conspiración, la Conspiración de los Iguales, para derribar al gobierno del Directorio. Descubierta y desmantelada por un delator y ejecutados sus líderes, el ejemplo de Babeuf perduró entre sus discípulos y sería la principal inspiración práctica y organizativa del blanquismo. Así, la Sociedad de las Estaciones fue la promotora de la fracasada insurrección de París de 1839, en la que, aunque no participaron oficialmente los Justos, parece que muchos de sus miembros, a título individual, por la deriva conspirativa que amalgamaba a estas sociedades, sí que estuvieron presentes en las barricadas parisinas.

Sea como fuere, lo cierto es que la represión no va a discriminar y se va a abatir también sobre la Liga de los Justos. Schapper es brevemente detenido y a su salida marcha a Londres. La Liga continuará una intensa actividad en París, pero Weitling marcha a Suiza en 1841. En este momento tenemos tres grupos principales de la Liga, que van a empezar una evolución divergente, muy condicionada por la realidad material del entorno. En Francia y Suiza la preponderancia del artesanado y la aún debilidad del proletariado, especialmente en Suiza, marcan la tónica, mientras que el grupo de Londres, en un ambiente de libertad de asociación, con numerosos exiliados democráticos de toda Europa y en contacto con el primer movimiento obrero organizado moderno, el cartismo, va a iniciar una evolución fundamental en el devenir de la Liga. En Londres los miembros de los Justos van a fundar, en febrero de 1840, la Asociación Cultural de Obreros Alemanes3, vivero de nuevos miembros para la Liga, que se va convirtiendo progresivamente gracias a la Asociación en una organización internacional, aunque sigue predominando el elemento germánico, a cuyos actos acuden obreros de numerosas nacionalidades.

El contacto con el cartismo se realiza a través de su ala más radical, liderada por J. Harney, que ya en 1838 preconizaba la necesidad de la toma violenta del poder y el uso de la huelga general para ese fin, en oposición al sector comandado por Lovett, que defendía la consecución de las reivindicaciones cartistas mediante la “presión moral”. La organización londinense de la Liga, junto a la Asociación obrera, los emigrados demócratas y el ala radical del cartismo entrarán a formar parte de los Fraternal Democrats. Significativamente, esta organización será la impulsora de la manifestación de 1845 en Londres en conmemoración de la proclamación de la República francesa de 1792. La influencia del cartismo radical hará que los miembros londinenses de la Liga se alejen cada vez más de las ideas de origen babuvista de la conspiración y el golpe de mano, propias del blanquismo, para el acceso al poder, empezando a concebir la tarea revolucionaria como un largo proceso de organización y propaganda donde también es importante el uso de las posibilidades legales. Este proceso se va a ver agudizado por las discusiones que durante 1843-45 tienen lugar en el seno de la Liga con los cabetistas (seguidores de Cabet), con fuerza en la organización francesa, y con Weitling, que hacen que el grupo londinense, con Schapper, H. Bauer y J. Moll a la cabeza, se aleje de las precisas y utópicas definiciones de la futura sociedad comunista (Cabet era partidario de la organización inmediata de colonias comunistas), poniendo el centro de atención en la sociedad real actual y en los fundamentos de la condición proletaria a la hora de elaborar su política, llegando a declarar Schapper que “es solamente por la ciencia” que se puede avanzar.4 Así, los dirigentes de la Liga se alejan de esa forma de espontaneísmo utópico tan en boga en los medios comunistas de entonces y que defendía la posibilidad de la organización inmediata de la sociedad comunista en pequeños núcleos aislados que se difundirían mediante el ejemplo, basados en ideas prácticamente instintivas sobre la “comunidad” y el “justo reparto”. No obstante, los dirigentes de la Liga, a pesar de la gran evolución realizada, no estaban del todo libres de resabios utópicos, como cuando declaraban que la comunidad de bienes “sería promovida y realizada a través de una propaganda fundada en el amor recíproco”.5

Es en ese momento cuando se empieza a hacer notar la influencia de la actividad del grupo de Marx y Engels6 sobre los miembros de la Liga, en cuyo seno ya se leen los trabajos de los renanos, que ya comienzan a tener cierta difusión, influyendo, sin duda, en los nuevos posicionamientos, más maduros y materialistas, de la dirigencia de la Liga.

Paralelamente, Marx y Engels realizaban su propia evolución7 que, a través de las diversas publicaciones en las que trabajarán, como Anales franco-alemanes o Worwärts8 , ya en Bruselas, influirán en el propio desarrollo de los Justos, y que junto a su trabajo de crítica de esos años, en que rompen y ajustan cuentas con las corrientes de pensamiento dominantes en el heterogéneo socialismo de la época, sentarán las bases de la concepción proletaria del mundo.

Particularmente importante para los acontecimientos que se avecinan en 1848 será la crítica de Marx al llamado socialismo verdadero, instrumentalizado por la reacción alemana, y que trasladaba mecánicamente la crítica del socialismo francés a la dominación de la burguesía a una Alemania donde aún no se había implantado tal dominación, sirviendo de ariete izquierdista contra la revolución burguesa, aún por materializarse; así como al denominado comunismo artesanal, representado fundamentalmente por Weitling. Éste había sido expulsado de la Liga de los Justos tras los debates de 1843-45, y llega a Bruselas en 1846. En principio es bien acogido por el grupo de Marx, pero pronto estallarán violentas discrepancias. En esencia Marx criticó las incoherencias de su sistema “comunista” artesanal y la disposición de Weitling a realizar ya un trabajo de agitación entre los obreros alemanes con la vista puesta en la toma inmediata del poder, sin sustentarlo en un programa consistente, lo cual era difícil dadas las carencias teóricas del sistema weitlingiano y el carácter burgués de la venidera revolución alemana. Un momento de la discusión, sin desperdicio, fue capturado por un testigo, P. Annenkov, demócrata ruso exiliado:

“… ‘posiblemente su modesto trabajo preparatorio [Weitling, refiriéndose a sí mismo] es más provechoso para la causa común que la crítica y los análisis de gabinete de las doctrinas muy alejadas del mundo sufriente y de las miserias del pueblo’. Estas palabras –sigue diciendo el mismo testigo– sacaron de quicio a Marx. Dando un puñetazo en la mesa, que derribó la lámpara, y poniéndose en pie, profirió: ‘¡La ignorancia nunca ha servido para nada!’”9

En esta línea, Weitling:

“…rechazaba toda crítica a los otros socialistas y ponía en duda el valor práctico de los análisis científicos de la sociedad al no poder ser comprendidos por el pueblo.”10

Como comentario, podemos señalar la similitud y familiaridad de estos reproches arrojados contra Marx con los que hoy nos lanzan los revisionistas, partidarios de un practicismo espontaneísta e irreflexivo. Incluso podemos adivinar ya precozmente en Weitling ese gusto por la unidad, tan común hoy en día, con su aversión a la lucha ideológica dentro del socialismo, o la subestimación, tan común también en la actualidad, por parte de los amigos del pueblo de la capacidad del proletariado para comprender algo más elevado que no sea su estómago o la miseria material y moral que le rodea, lo que no es más que la oportunista justificación de la incapacidad de estos amigos para elaborar algo más allá de su mezquina política sindicalista. Pero no nos regocijemos demasiado ahora, pues tiempo habrá de volver de nuevo sobre los prejuicios anti-intelectuales y la alergia hacia la teoría, tan caros siempre a los campeones de la clase obrera.

Continuemos, pues, el hilo de los acontecimientos. Tras estos debates, Weitling deja Bruselas para marchar a Alemania, trasladándose poco después a Estados Unidos. Había comenzado el fin de su ascendente sobre la clase obrera.

En 1846, el grupo de Marx y Engels funda en Bruselas el Comité de Correspondencia Comunista, que tiene por objetivo la formación de un núcleo comunista internacional, poniendo a los revolucionarios proletarios alemanes en contacto con ingleses y franceses, preparando la formación de un partido proletario. No obstante, hemos de señalar que el concepto de partido, como es lógico dado el escaso bagaje de experiencia de un proletariado recién aparecido en la historia, no es el actual; pero es una cuestión sobre la que volveremos con mayor profundidad más adelante.

Siguiendo esta línea, el Comité de Correspondencia va iniciar una labor de construcción de contactos, tanto en Alemania, como en Francia e Inglaterra. Lo cierto es que los resultados de esta labor organizativa del grupo bruselense no van a ser muy alentadores, en un momento en que su posicionamiento teórico se encuentra muy por encima del resto de los grupos que se reclaman del socialismo (lo cual, por otra parte, será una constante a lo largo de la vida de Marx y Engels). En Alemania se contactó con varios grupos comunistas, favoreciendo su reagrupamiento en varias ciudades, pero sin llegar a establecer lazos orgánicos con Bruselas. En Francia se sigue una tónica similar, estando la organización parisina de los Justos muy influenciada por las ideas de Weitling, Grün o Proudhon. Éste último se negó a formar un comité de correspondencia, declarándose hostil a “la acción revolucionaria como medio de reforma social”.11 En este contexto, las disputas en el seno de la organización de la Liga en París son fuertes y Engels, enviado desde Bruselas, consigue ganar a una mayoría en el verano-otoño de 1846 para formar un comité de correspondencia. De todos modos, el asunto queda en manos de la Autoridad Central de la Liga en Londres. En Inglaterra se habían conseguido resultados más óptimos, declarándose los Fraternal Democrats, encabezados por Harney, y la organización de la Liga de los Justos preparados para formar un comité de correspondencia londinense. Allí, como hemos visto, la Liga había experimentado notables progresos en contacto con el ala más militante del cartismo y ganando experiencia bajo un régimen político más abierto, aumentando su influencia en las zonas obreras londinenses, comprendiendo la necesidad de una fundamentación científica del comunismo, ganando tanto en cantidad como en calidad a nivel de dirección, con nuevos nombres como K. Pfänder o J. G. Eccarius. Sin embargo, no había sido una evolución lineal, e influenciados por la mayor apertura del régimen inglés y antes de acercarse al ala radical cartista, se habían mostrado más cercanos a posiciones pacifistas (recordemos su pretendida realización del comunismo basada en el “amor recíproco”), aunque poco a poco habían vuelto a posicionamientos más combativos, lo que, junto a su acercamiento al materialismo y el rechazo mutuo de posturas como las weitlingianas, favorecía el entendimiento con el grupo de Marx y Engels.

No obstante, esta confluencia no estuvo exenta de otros problemas. Para empezar, una cierta fobia anti-intelectual de los Justos hacia Marx y su grupo, a los que tachaban despectivamente como los “literatos de Bruselas”,12 acusándoles de querer “crear una especie de aristocracia de sabios para dirigir al pueblo desde lo alto de su Olimpo”.13 En el contexto de la lucha de Marx y Engels contra Kriege (uno de los representantes del socialismo verdadero, corriente que, junto a otras, los dos renanos habían pasado, en su maduración intelectual, de considerar “facciones del comunismo” a enemigos a los que combatir enconadamente), los Justos llegan a escribir:

“¿Acaso estos señores de Bruselas, que desde su púlpito filosófico fulminan anatemas contra todo heterodoxo, se creen que son la quintaesencia de la sabiduría? ¿Quiénes son esos individuos que dicen: Kriege no es comunista porque no piensa como nosotros? No los conocemos, sabemos muy poco o nada de su actividad, mientras que Kriege, que supuestamente no es comunista, vive entre nosotros, es nuestro amigo y hermano, y juntamente con nosotros lucha esforzadamente por el comunismo.”14

No podemos por menos que esbozar una sonrisa al ver, de nuevo, la similitud de los ataques lanzados contra Marx con los que hoy día recibimos los que consecuentemente pugnamos por situar la teoría revolucionaria y la consciencia al mando. Más de un cabecilla revisionista debería sonrojarse al comprobar que la identidad del planteamiento llega incluso a la exigencia de un currículum de actividades prácticas (por supuesto, en el sentido estrecho y oportunista bajo el que ahogan esta categoría nuestros oportunistas). Por supuesto, nada más lejos de nuestra intención que comparar a los Schapper, Bauer, etc., con la canalla revisionista actual (y menos aún compararnos nosotros con esos gigantes del proletariado que son Marx y Engels, aunque con seguridad sí que existe algún paralelismo entre ese periodo y las tareas que el comunismo afronta en este momento de transición entre dos ciclos revolucionarios), no en vano ya señaló Marx que la historia se repetía, primero como tragedia, luego como farsa. Así, mientras que los Justos en este momento pueden representar a una clase obrera en formación y cohesión, donde las luchas espontáneas y parciales sí juegan este papel progresivo, y el impulso histórico de la revolución burguesa, del que hablaremos más, juega un papel de elevador de esta lucha espontánea, no mostrándose aún claro el verdadero peso del factor consciente, y estando el elemento proletario aún muy marcado por ese espíritu artesano autosuficiente (no en vano, en los orígenes de la Liga pesa mucho el papel de un artesanado en trance de proletarización, que importa desde el medioevo sus tradiciones de autodidactismo), más próximo al del pequeñoburgués que al del proletario, el revisionismo actual, en cambio, representa a la aristocracia obrera, al obrero satisfecho de su condición, elevada por la estructura imperialista mundial, férreo y rabioso enemigo de cualquier planteamiento crítico del sistema de trabajo asalariado, y de sus dinámicas de reproducción, que incluyen las luchas económicas parciales y espontáneas, en un momento en que ya es clara la esterilidad revolucionaria de estas prácticas como fundamento de un movimiento político subversivo, y ya ha quedado remarcado por la experiencia el insustituible papel de la consciencia y la teoría revolucionaria. En resumen, mientras que los Justos representan a un proletariado primerizo y sin apenas bagaje, que todavía observa con añoranza el recuerdo de la vieja autosuficiencia medieval del artesano, los actuales revisionistas, representan a la hez arribista y autosatisfecha de la clase obrera, que no duda en mantener su condición de esclavo asalariado mientras se le permita vivir sobre las espaldas de un mundo rapiñado por el imperialismo. Como vemos, aunque similar en las formas, este reiterado desprecio hacia las exigencias teóricas del comunismo por parte de algunos sectores de la clase obrera, responde a bases materiales diferentes, y seguramente su carácter dañino para la revolución proletaria, aunque ambos lo son, no sea de igual grado en virtud de esas condiciones objetivas distintas.

Pero continuemos, la Circular contra Kriege, que generó la reacción señalada por parte de los Justos, se enmarca en un contexto en el que todos nuestros protagonistas conciben la necesidad de un congreso internacional de partidarios del comunismo. Sin embargo, aquí nuevamente surgen algunos problemas, seguramente por cuestiones alejadas de la teoría y política comunistas, y más cercanas a los intereses particulares de ganar preeminencia en la futura organización que debería surgir del congreso. Tal vez sea eso lo que motiva a la Liga de los Justos a no comunicarle al Comité de Correspondencia de Bruselas, a pesar de lo avanzado de sus contactos en pos de la confluencia orgánica, su intención de preparar un congreso preparatorio en 1847 con vistas al congreso comunista general de 1848. Esto va a provocar un súbito, aunque momentáneo, enfriamiento de las relaciones entre la Liga y el grupo bruselense.

Para principios de 1847 está claro que por toda Europa se barruntan nubes de tormenta y explosión social. 1847 es el año de una fuerte crisis comercial que, desde la metrópoli del capitalismo, Gran Bretaña, se extenderá por todo el continente. En Alemania la revolución parece inminente: 1846 es el año de los desordenes, que se extienden por el mosaico de Estados que componen la Alemania de entonces, la carestía y las malas cosechas se agravan con la crisis, y los conflictos políticos ponen en primer plano el cuestionamiento del absolutismo y la unificación. En Francia la burguesía está envuelta en conflictos intestinos entre sus facciones principales, lo que abre una grieta para el ascenso de la burguesía republicana y la pequeña burguesía democrática, a lo que se unen los catastróficos efectos de la crisis agraria, agravada por los efectos de los problemas comerciales que se expanden desde Inglaterra. Ésta misma ha de lidiar, además de con la crisis, con el eterno problema irlandés y lo que parece una poderosa reactivación del movimiento cartista. Polonia se levanta en 1846 contra las potencias absolutistas. Italia se agita contra el yugo austriaco y clama por la unificación. En el propio imperio Habsburgo se agudizan los movimientos nacionales: checos, húngaros… Ante todas las cabezas de Europa aparece el recuerdo de 1830, de 1789 y, para pavor de algunos, de 1793.

Por supuesto, nuestros protagonistas son especialmente sensibles a estas circunstancias que anuncian jornadas revolucionarias, lo cual es uno de los motivos principales para echar las desconfianzas a un lado y avanzar en el camino de la unión. Por supuesto, cada actor tiene sus motivaciones particulares, basadas en su mutua debilidad, pero espoleadas por la crisis revolucionaria que se avecina.

Por parte de Marx y Engels no se trata, por supuesto, de buscar una oportunista unión a cualquier precio con cualquiera para aprovechar la situación aparentemente favorable que se esperaba, sino que son los factores de maduración de la Liga, ya señalados, los que hacen de ella el único grupo susceptible de protagonizar una unión sin sacrificar los principios generales a los que habían llegado. Esto es algo que queda claro en su correspondencia. En una carta de Engels a Marx de diciembre de 1846, en el contexto de ese enfriamiento de relaciones ya mencionado, se lee:

La historia con los de Londres es lamentable precisamente a causa de Harney y porque eran los únicos straubinger con los que podía pensarse un acercamiento francamente, sin arrière-pensée. Si no quieren, eh bien, ¡que el diablo se los lleve!”15

Así, como Engels señala, la Liga es la única organización obrera con la que puede intentarse un acercamiento, y no es, aunque sí representa un grupo mayor que los bruselenses, porque tenga una excelencia organizativa o un generoso volumen de militantes. De hecho, los intentos de cohesionar a su desperdigada organización internacional en vista al congreso preparatorio habían mostrado, a sus propios dirigentes, el estado de languidez de la Liga en ese momento, no respondiendo muchas de las comunas (nivel organizativo básico de la Liga) al llamamiento de la Autoridad Central.16 La experiencia de Engels en París en otoño, logrando sustraer a parte de la organización de la Liga allí a la influencia de Grün, que se había pasado al proudhonismo, hicieron que los dirigentes de la Liga se convencieran de dónde estaban las fuerzas para la regeneración de la Liga que buscaban.17

De este modo, a primeros de 184718, J. Moll viaja a Bruselas con plenos poderes de la Autoridad Central de la Liga, entrando a formar parte de la misma el Comité de Correspondencia antes del primer Congreso de la Liga en junio de 1847, aunque no se convierten en comuna de la misma hasta agosto. En este sentido, nos parece justa la memoria de Engels cuando se refiere a este hecho en su Contribución:

“…se presentó Moll en Bruselas a visitar a Marx, y en seguida en París a visitarme a mí, para invitarnos nuevamente, en nombre de sus camaradas, a ingresar en la Liga. Nos dijo que estaban convencidos, tanto de la justeza general de nuestra concepción, como de la necesidad de librar a la Liga de las viejas tradiciones y formas conspirativas. Que si queríamos ingresar, se nos daría ocasión, en un congreso de la Liga, para desarrollar nuestro comunismo crítico en un manifiesto, que luego se publicaría como manifiesto de la Liga; y que nosotros podríamos contribuir también a sustituir la organización anticuada de la Liga por otra nueva, más adecuada a los tiempos y fines perseguidos.”19

Se ha tendido a interpretar este pasaje de Engels como una muestra de prepotencia intelectual, como si mostrara a unos dirigentes de la Liga sobrepasados y deslumbrados por las tesis de Marx y Engels, cuando por los documentos del primer Congreso de la Liga, salidos a la luz en la década de los 60 del siglo XX, se muestra que todavía los dirigentes londinenses mantenían algunos elementos de sus anteriores concepciones.20 Ciertamente, en un contexto como el de finales del pasado Ciclo revolucionario, marcado por la alergia al pensamiento crítico y la adoración iconográfica e irreflexiva hacia los grandes líderes históricos del proletariado que imperaba en el movimiento comunista en general, y que aún se observan, hasta extremos caricaturescos, en sus restos actuales, ésta puede ser una interpretación. Sin embargo, nosotros pensamos que, por supuesto, Engels tenía ya poco que demostrar en 1885, cuando escribe su Contribución; y que un congreso comunista es un lugar de debate serio y reflexionado. Esto es lo que Engels señala cuando dice que será el congreso el lugar para desarrollar su comunismo crítico con la perspectiva de lo que sería el Manifiesto Comunista. No obstante, entendemos que, en el marco de anquilosamiento teórico y fosilización dogmática en que acabó cayendo el movimiento comunista, este tipo de matizaciones, que deberían ser de Perogrullo, son todavía necesarias.21 Aún así, parece claro que las tesis de Marx y Engels fueron la base de este Congreso, y más teniendo en cuenta que Miseria de la filosofía, primera exposición pública más o menos extensa de la nueva concepción del mundo, publicada ese año, lo es en un contexto en que también dentro de la organización de la Liga se ha hecho necesario combatir el proudhonismo propagado por Grün en París, y que la actuación de Engels en este conflicto fue muy importante a la hora de que la Autoridad Central de la Liga decidiera volverse hacia Bruselas.

De todos modos, este carácter del Manifiesto, primera exposición sistemática de la nueva concepción del mundo, como el producto de un debate, lejos de restarle méritos a la pluma de Marx y Engels, nos muestra el verdadero carácter de la elaboración teórica en la historia del proletariado y la impronta de sus grandes obras, nunca como un trabajo de gabinete y siempre en medio de la tensión y la lucha ideológica, lo que hoy llamaríamos lucha de líneas, en la pugna por situarse a la vanguardia del movimiento social, que es lo que intentan realizar nuestros dos renanos en vísperas de 1848. Además, ello nos ayuda a la necesaria contextualización de la obra y a comprender mejor su envejecimiento.

En este primer Congreso de la Liga, celebrado en junio de 1847, se realiza la reestructuración orgánica, en clave de modificar los aspectos más estrechamente conspirativos, heredados de la época de las sociedades secretas, adaptándola más eficazmente para las tareas de propaganda comunista. En este sentido, es en este congreso que se realiza el cambio de denominación, adoptándose ya sin equívocos el nombre del movimiento revolucionario de la sociedad moderna, pasando de Liga de los Justos a Liga de los Comunistas:

“…el antiguo nombre había sido adoptado en circunstancias y en consideración de acontecimientos particulares, que ya no tienen nada que ver con los actuales objetivos de la Liga. Este nombre está, pues, terminado y no indica en absoluto lo que nosotros queremos. Cuántas gentes no desean la justicia, o lo que ellos llaman justicia, sin ser comunistas. Ahora bien, nosotros no nos distinguimos por el hecho de querer la justicia en general, lo que cada quien puede pretender, sino por el hecho de que atacamos al orden social establecido y a la propiedad privada, por el hecho de querer la comunidad de bienes, por el hecho de ser comunistas. No hay pues, más que un nombre que convenga a nuestra Liga, ése expresa lo que realmente somos, y es el que hemos escogido.”22

Estos cambios en las denominaciones, de Desterrados a Comunistas, pasando por Justos, expresan bien la evolución y maduración de la Liga. Desterrados se refiere a la situación de exclusión, marginación y negación de derechos que sufría el “cuarto estado”, que es como en la primera parte del siglo XIX se denominaba al naciente proletariado; Justos, busca la restitución de esos derechos, cosa que no tiene por qué ser revolucionaria, pues un subordinado puede tener derechos sin por ello dejar de ser tal, no alterando un orden social basado en dicha subordinación, aunque es una denominación que ya implica una mayor disposición política activa23;Comunistas, sin embargo, ya expresa la intención inequívoca de subvertir las bases de la sociedad capitalista.

Será en el segundo Congreso de la Liga de los Comunistas, celebrado entre noviembre y diciembre de 1847, donde se produzcan los largos debates que darán lugar al Manifiesto, debates que sí son señalados por Engels en su Contribución:

A este Congreso asistió también Marx, que defendió en un largo debate –el Congreso duró, por lo menos, diez días– la nueva teoría. Por fin, todas las objeciones y dudas quedaron despejadas…”24

De este modo, para principios del revolucionario año de 1848, las ideas de Marx y Engels, no sin arduos esfuerzos, han logrado la hegemonía en una organización que, si bien no muy amplia, tiene el honor, y ese vigor histórico, de ser el germen del más amplio, en todos los sentidos, movimiento revolucionario del mundo contemporáneo y de la historia.

Marx, Engels, la Liga y la revolución de 1848

La revolución se inició, tal y como esperaban todos los revolucionarios europeos, en Francia, patria de la revolución para todas las sensibilidades progresistas de Europa entre 1789 y 1871.25 Como hemos señalado, las divergencias entre las facciones dominantes del Estado permitieron el ascenso de la burguesía republicana y de la pequeña burguesía democrática que, a través del movimiento de los banquetes, abrió el camino para el movimiento insurreccional parisino, que en las jornadas del 22 al 25 de febrero derriba la monarquía orleanista y proclama la II República, al tiempo que los obreros parisinos, principales combatientes en las barricadas, exhibían su vocación, denominando social a la nueva República. Desde aquí, la revolución se extiende como la pólvora por toda Europa: insurrección en Viena el 13 de marzo, que derriba a Metternich, símbolo de la reacción europea; el 14 se proclama la Constitución en Roma; el 15 estalla el movimiento nacional húngaro; el 17 se instaura la república en Venecia; el 18 insurrección en Berlín, obligando a Federico-Guillermo IV a realizar concesiones y hacer promesas liberales; el 22 es Milán quien estalla, mientras los campesinos se levantan en Alemania contra la feudalidad superviviente; toda Europa entre la frontera rusa y el Canal de la Mancha es un hervidero.

La posición de Marx y Engels, en Bruselas en ese momento, ante el estallido revolucionario continental, con la perspectiva histórica con la que hoy contamos, puede parecer contradictoria, pues en ella confluyen varios elementos. Por un lado, lo que podríamos denominar el temperamento del proletario revolucionario, ese optimismo juvenil, propio del que ve claramente las líneas generales del desarrollo histórico y las posibilidades, en este mismo plano histórico, que se abren ante la clase cuya causa revolucionaria han abrazado. Es algo que Engels expresa muy bien en el artículo Los movimientos revolucionarios de 1847, de finales de ese año, donde analiza los avances de la burguesía y la inminencia de la revolución:

“¡Continuad batallando valientemente y sin descanso, adorables señores del capital! Todavía necesitamos de vosotros; todavía os necesitamos aquí y allá como gobernantes. Vuestra misión es borrar a vuestro paso los vestigios de la Edad Media y de la monarquía absoluta; aniquilar el patriarcalismo, centralizar la administración; convertir las clases más o menos poseedoras en verdaderos proletarios, en reclutas para vuestras filas, crear, con vuestras fábricas, vuestras relaciones y vuestros mercados comerciales, los medios materiales que el proletariado necesita para la conquista de su libertad. En pago de todo esto, os permitiremos seguir gobernando una temporada. Dictad vuestras leyes, brillad en el trono de la majestad creada por vosotros mismos, celebrad vuestros banquetes en los salones de los reyes y tomad por esposa a la hermosa princesa, pero no olvidéis que

a la puerta os espera el verdugo…’”26

Este optimismo, que se encuentra en los escritos de los renanos hasta el final de la revolución de 1848-49, puede considerarse con perspectiva, como la afirmación y la proclamación de la vocación revolucionaria del proletariado. Esta actitud y esa visión es la que les lleva a considerar inminente, una vez que la burguesía acabe con los restos del feudalismo europeo, el choque entre esta clase y el proletariado.

No obstante, no podemos limitarnos a achacar esta actitud meramente a los efluvios juveniles, sino que tras ella hay serios análisis, el trabajo de Marx y Engels hasta la fecha, y que quedan expresados claramente en el Manifiesto:

No es capaz de dominar [la burguesía], porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad.”27

Por otro lado, tenemos su práctica política y organizativa durante el proceso revolucionario de apoyo crítico a la burguesía, que, como veremos, les lleva incluso a descuidar la independencia política del proletariado. Pero, paradójicamente, esta contradicción sólo aparece como tal evidente y plenamente ahora, con la perspectiva histórica con la que contamos, pero es una cuestión sobre la que hablaremos más cuando tratemos el pensamiento de Marx de la época en relación con el partido revolucionario. Ahora, prosigamos con la exposición de los hechos objetivos.

Ante la situación en el continente, el Comité Central en Londres traslada su autoridad a Bruselas que, a su vez, decide la formación de la nueva dirección en París, donde Marx, Harney y otros miembros de Fraternal Democrats se han trasladado con un mensaje de los obreros ingleses al nuevo gobierno francés. En este nuevo Comité Central están Marx y Engels, con un gran peso del primero, lo que demuestra la hegemonía que sus tesis ganaron en el segundo Congreso de la Liga.

La Liga de los Comunistas, como ya hemos dicho, supone un hito histórico en el devenir revolucionario de nuestra clase, pero, como también hemos señalado, desde el punto de vista inmediato, político y, sobre todo, organizativo, no resultaba muy impresionante, con unos 400 militantes en 1848, de los que sólo un centenar aproximado se encuentran en Alemania.

Marx y Engels se opusieron por cuestiones tácticas a lo que el segundo denominó “manía de las legiones revolucionarias”, por la que los exiliados democráticos de todos los países formaban partidas armadas para ir a liberar sus respectivas patrias, con el juicioso argumento de que “importar la revolución equivalía a socavarla”, y parece que consiguieron organizar el regreso de los miembros de la Liga a Alemania por otros métodos28; pero la Liga, débil, pronto empezó a verse engullida por el movimiento.

La Liga proclama las Reivindicaciones del partido comunista alemán, adaptación a las condiciones alemanas del programa general del Manifiesto, y el Comité Central, con Marx y Engels a la cabeza, se traslada a Alemania, estableciéndose en un primer momento en Colonia, base de actuación de nuestros dos renanos durante la revolución.

En la efervescencia revolucionaria que convulsiona Alemania aparecen por doquier asociaciones obreras, en muchas de las cuales encontramos en la dirección a miembros de la Liga, consagrando la mayor loa que Engels dirige a la organización en su Contribución, que es la de haberse convertido en una excelente escuela de actuación revolucionaria, siendo ésta su principal contribución al movimiento revolucionario alemán; pero la organización de la Liga en cuanto a tal es, en su debilidad, cada vez más inexistente.29

Es en este contexto en que Marx y Engels elaboran las líneas maestras de la política que van a impulsar durante la revolución. La línea política general parte del acertado análisis de que el carácter de la revolución en Alemania, en el estadio objetivo del desarrollo histórico en que se encuentra, sólo puede ser burgués, por lo que plantean que el proletariado debe desarrollar una acción común con la burguesía contra las pervivencias feudales y el régimen absolutista. No obstante y por supuesto, este apoyo y acción común con la burguesía deben ser críticos, con el fin de asegurar que la culminación de la revolución burguesa sea coronada en las más óptimas condiciones para que el proletariado se organice y despliegue, a continuación, su propia lucha contra el orden burgués, siguiendo la línea que se expresa claramente en el Manifiesto.

Algunas “críticas” posteriores de estudiosos del marxismo en relación con el optimismo juvenil de Marx, sobre si en la conciencia de los renanos esta lucha anticapitalista se daría inmediatamente y no en un periodo histórico posterior, pues, como se demostró, el capitalismo estaba, a despecho del Manifiesto, muy lejos de agotarse y entrar en su fase de decadencia, tampoco nos parecen del todo pertinentes. Aunque es evidente que hay una subestimación de Marx hacia las posibilidades históricas del capitalismo, no es menos cierto que el deber del dirigente del proletariado revolucionario es, en todo momento, asegurar las mejores condiciones para su lucha revolucionaria, y que sólo la lucha de clases, más allá de juicios apriorísticos, puede determinar en qué momento del desarrollo histórico nos encontramos, a la vez que es esta misma lucha la que genera el bagaje de experiencia que permite, una vez asimilada, afrontar la siguiente lucha histórica en mejores condiciones. Es en este mismo sentido en que Lenin tenía razón frente a los mencheviques en las discusiones sobre la actitud del proletariado ante las tareas burguesas de la Revolución Rusa, y en la decisión bolchevique de lanzarse adelante en octubre de 1917. Por ello, nos parece que el optimismo de Marx en 1848, a pesar de lo analíticamente equivocado que pudiera estar en ese momento concreto, lo engrandece como dirigente revolucionario práctico del proletariado.

Esta política se va a desplegar desde el diario Nueva Gaceta Renana (NGR), que se editará entre el 1 de junio de 1848 y el 19 de mayo de 1849, planteado, como rezaba en su cabecera, como órgano de la democracia, no como el órgano del proletariado independiente. De este modo, van a enmarcar su actividad en la muy minoritaria ala extrema izquierda de lo que denominan “partido” demócrata, que es en realidad la amalgama del movimiento de la pequeña burguesía democrática. No obstante, eso no impedirá que sean muy críticos con “su” partido desde el principio.

Los elementos fundamentales de esta política de apoyo crítico a la revolución burguesa para que sea culminada en la mejor situación posible para el proletariado se resumen en una serie de puntos que serán expuestos y defendidos desde las páginas de NGR. En primer lugar, la defensa de la abolición sin indemnizaciones de las cargas feudales sobre el campesinado, donde Marx y Engels se muestran desde el comienzo muy opuestos a la actitud conciliadora de la burguesía. Además, en sus críticas a este respecto, vemos cómo en todo momento está muy presente en sus cabezas el modelo de la Revolución Francesa. Así, Marx escribía en la NGR en julio de 1848:

El 4 de agosto de 1789 (…) bastó un día al pueblo francés para acabar con las cargas feudales. El 11 de julio de 1848, cuatro meses después de las barricadas de marzo, las cargas feudales pueden más que el pueblo alemán. La burguesía francesa de 1789 no abandona un instante a sus aliados (…). La burguesía alemana de 1848 traiciona sin vacilar a los campesinos, que son sus aliados más naturales, la carne de su carne, y sin los cuales es impotente frente a la nobleza. La persistencia, la confirmación de los derechos feudales bajo la forma de un rescate (ilusorio): he ahí el resultado de la revolución alemana de 1848. ¡La montaña parió un ratón!”30

Además, preconizan la nacionalización y la explotación colectiva de las tierras expropiadas para evitar la formación de una amplia capa de pequeños propietarios burgueses en el campo, que se acabará convirtiendo en un dique contra la revolución, como sucedió en Francia.

Otro hecho por el que Marx y Engels claman incesantemente desde la NGR, en su empeño por asegurar la mejor posición al proletariado, es su enérgica oposición a las medidas encaminadas a asegurar el desarme de las masas, una de las principales preocupaciones de la burguesía alemana y del absolutismo prusiano:

Así, el privilegio político del capital queda restablecido de la forma más discreta, pero la más eficaz y más decisiva. El capital tiene sobre el pobre el privilegio de las armas, como el barón feudal de la Edad Media lo tenía sobre el siervo.”31

En este sentido, critican fuertemente al denominado gobierno de acción, gobierno liberal-conciliacionista, considerado de centro-izquierda, y en el poder por gracia de los acontecimientos revolucionarios, por su empeño en establecer la dominación burguesa concluyendo, al mismo tiempo, un compromiso con el Estado absolutista, y lo tachan de “gobierno policíaco de transición hacia el gobierno de la vieja nobleza y de la burocracia”. Ante todo ello, y salvando las evidentes diferencias históricas, resulta curioso cómo actualmente los maoístas nepalíes están incurriendo en la misma actitud de ganar el contenido burgués de la revolución a través de pacto con el viejo Estado, desarmando a las masas (supervisión del EPL por la imperialista ONU) y obviando los intereses campesinos (tratando en las negociaciones la cuestión de las indemnizaciones a los propietarios y con el Nuevo Poder expirando en el campo, como correlato lógico al desarme del EPL). Así, hoy tenemos a cierto maoísmo travestido en el liberal conciliacionista de hace siglo y medio. Es la prueba fehaciente del agotamiento del Ciclo, de cómo el más mezquino pragmatismo se ha acabado enseñoreando de las políticas de los supuestos revolucionarios. Porque no, no es suficiente conseguir las medidas en sí, objetivamente necesarias, en este caso de la fase de carácter burgués (democrática) de la revolución nepalí, sino que tanto o más importante es cómo se arrancan estas medidas, por la reforma (por el pacto con el viejo Estado, como los maoístas nepalíes) o por la revolución (con la punta del fusil de las masas armadas, como defienden Marx y Engels). Ello es así porque el acto revolucionario, el acto de rebeldía y enfrentamiento con lo establecido de las propias masas oprimidas es lo único que garantiza que se sacudan la pasividad de siglos de sometimiento, asegurando un desafiante, díscolo y seguro “estado de ánimo” que les impela a una permanente movilización revolucionaria con el fin de que el proceso revolucionario no se agote prematuramente; y porque ese rebelde espíritu de movilización es una de las premisas básicas del deseo de tomar en sus manos las riendas de sus vidas, empuje vital de la revolución, cuyo objetivo es precisamente materializarlo en la realidad. Y desde luego, eso no se consigue infundir, por ejemplo, en un campesino que observa cómo, después de dar el paso, estar dispuesto y luchar sangrientamente contra sus amos tras generaciones de sumiso agachar la cabeza, estos mismos amos y las viejas fuerzas vuelven a aparecer tras pactar con sus supuestos dirigentes revolucionarios. Es por ello que a los maoístas nepalíes se les puede aplicar lo mismo que Engels espetaba a los liberales burgueses hace 160 años: “La conquista más importante de la revolución es la revolución misma”.32

Marx y Engels también reclaman la república “una e indivisible”, base de una centralización que permitirá un rápido desarrollo económico, acelerando el pleno establecimiento de las relaciones burguesas, pero con la premisa de unas masas, especialmente el proletariado, movilizadas y armadas por la revolución, y que afrontarían así en óptimas condiciones su siguiente lucha. Ello les enfrentará a la Asamblea Nacional de Francfort (una de las dos asambleas, junto a la Asamblea Nacional Prusiana, en Berlín, que se habían constituido en Alemania por la revolución, puntos de referencia de la burguesía e interlocutoras con los viejos poderes), que preconizaba una unión federal. Además, la NGR considera que la centralización es indispensable para afrontar con garantías el peligro ruso.33

Éste es otro punto del programa de Marx y Engels, la guerra con Rusia, principal baluarte de la reacción europea, que no sólo consideraban inevitable si la revolución se desarrollaba, sino que desean, y que se basa en el restablecimiento de Polonia, cuyo sojuzgamiento es el lazo que une a los principales focos de la reacción en Europa (Rusia, Austria y Prusia). En 1884, Engels resumía así el programa de la NGR:

El programa político de la Nueva Gaceta del Rin constaba de dos punto fundamentales:

República alemana democrática, una e indivisible, y guerra contra Rusia, que llevaba implícito el restablecimiento de Polonia.”34

Finalmente, el último punto fundamental del programa de la NGR es su clamor por una dictadura revolucionaria enérgica y consecuente, lo que esgrime contra los liberales conciliacionistas, que se suceden en gobiernos cada vez más moderados:

Toda estructura provisional del Estado después de una revolución exige una dictadura, y una dictadura enérgica. Desde el comienzo hemos reprochado a Camphausen [representante del gobierno liberal-conciliacionista] no actuar por medios dictatoriales, no haber suprimido y destruido inmediatamente los restos de las antiguas instituciones.”35

Vemos que Marx elige como órgano de expresión lo que denomina “órgano de la democracia”, moviéndose como marco de actuación en el ala extrema izquierda del partido demócrata, en el que a partir de agosto actuará como dirigente tras el congreso demócrata de Francfort, y a partir de septiembre formará parte del Comité de Salud Pública de Colonia, aunque no deja de militar en las organizaciones obreras y también es presidente de la Asociación Obrera de Colonia. De este modo, no se va a confundir en el partido demócrata, salvaguardando siempre la independencia editorial de la NGR y criticando sin concesiones el pactismo de la burguesía liberal y las ilusiones de la pequeña burguesía democrática. Es en este marco en el que renuncia al fortalecimiento de la Liga, concebida como organización secreta de propaganda en las condiciones de censura, que ahora ya no imperan en la Renania revolucionaria. Basa esta actuación en las necesidades objetivas de la revolución y en el escaso desarrollo del proletariado alemán.

No faltará oposición a esta política en el seno de la Liga, tanto desde la izquierda, representada por Gottschalk, que pide el boicot a las asambleas de Francfort y Berlín y propone la “república obrera”, como por la derecha, con el talentoso S. Born y la Hermandad Obrera berlinesa por él dirigida que, en su eclecticismo, mezclaba una incansable agitación y organización obreras con un despreocupado apoyo a la burguesía, sin cuidarse en marcar distancias con ella.36 A pesar de ello, la hegemonía de la línea de Marx será clara.

Desde el principio, la línea conciliacionista de la burguesía, tan criticada por la NGR, se va deslizando por el sendero de la traición. La base del temor burgués, que la empujaba a toda costa a un entendimiento con el Estado absolutista, fue magistralmente explicada por Engels:

La burguesía alemana, en lugar de vencer con sus propias fuerzas, triunfó a remolque de la revolución obrera francesa. Antes de haber derrotado por completo a sus antiguos enemigos (…) tuvo que hacer frente a un nuevo enemigo, el proletariado. La burguesía alemana, que empezaba entonces a fundar su gran industria, no tenía la fuerza, ni la valentía precisas para conquistar la dominación absoluta dentro del Estado; tampoco se veía empujada a ello por una necesidad apremiante. El proletariado, tan poco desarrollado como ella, (…) sólo presentía de un modo vago el profundo antagonismo de intereses que le separaba de la burguesía. (…) La burguesía, asustada no por lo que el proletariado alemán era, sino por lo que amenazaba llegar a ser y por lo que era ya el proletariado francés, sólo vio su salvación en una transacción, aunque fuese de lo más cobarde, con la monarquía y la nobleza.”37

De este modo, la revolución, en lugar de seguir una línea ascendente, como en 1789-93, modelo que todos los contendientes tenían en la cabeza, se mantiene, como Marx expone en el 18 Brumario, tras el primer sobresalto, en una permanente depresión. El punto de inflexión será la insurrección proletaria de junio de 1848 en París, cruelmente reprimida, y tras la que la mayoría de la burguesía alzada del continente, asustada por el “espectro rojo”, corre a refugiarse en el pacto con el absolutismo. A partir de este momento la línea descendente de la revolución es imparable, sólo estabilizada en su caída por momentos puntuales, como la insurrección de Viena en octubre de 1848, la insurrección de mayo-junio en Alemania por la Constitución del Reich, o las guerras nacionales en Italia (República de Venecia) y Hungría, que serán aplastadas finalmente en el verano de 1849, ésta última con la intervención decisiva de las tropas rusas.

A medida que se van sucediendo estos acontecimientos, la postura de la NGR va cayendo en el más absoluto pesimismo, aunque nunca abrigó muchas ilusiones, sobre la disposición de la burguesía a culminar consecuentemente su revolución. De este modo, Marx y Engels critican cada vez más ácidamente a la burguesía, especialmente a la alemana, y van a poner cada vez más el acento en la necesidad de una acción específica del proletariado independiente. En consecuencia, en marzo de 1849 abandonan el partido demócrata, y en sus inquietudes gana paso la necesidad de una organización independiente del proletariado, aunque se muestran más partidarios de utilizar como base para la formación de este partido obrero a las múltiples asociaciones obreras que, durante el invierno de 1848-49, han florecido por toda Alemania, y no a la Liga de los Comunistas, que siguen considerando una organización secreta de propaganda, con poca importancia en las condiciones de libertad de prensa que aún se mantienen en la Alemania de la decadencia revolucionaria.

No obstante, dado el poco desarrollo del proletariado alemán, ponen su confianza en la resurrección del proletariado francés, que daría el toque de corneta para el relanzamiento de la revolución. Para Marx, el victorioso levantamiento del proletariado francés sólo puede dar como consecuencia una guerra mundial que, como en 1792, arrastrara a toda la reacción europea, de nuevo encabezada por ese “déspota del mercado mundial”, como Marx caracteriza a Inglaterra, contra Francia, conflicto europeo que adquiriría carácter mundial y a su vez precipitaría las condiciones favorables para un alzamiento victorioso del proletariado inglés, encabezado por el cartismo militante. Así, Marx sentenciará: “Sublevación revolucionaria de la clase obrera francesa, guerra mundial: he ahí el sumario de 1849.”38 En esta visión sobre las expectativas de la revolución vemos, de nuevo, la influencia de la experiencia de la Revolución Francesa y de 1793:

El filo de las bayonetas se mellará contra el filo de las cuestiones ‘económicas’. Pero la revolución no esperará al vencimiento de esas letras que los estados europeos han extendido sobre la sociedad europea. En París se dará la replica decisiva a las jornadas de junio. Gracias a la victoria de la ‘república roja’, de allí partirán los ejércitos hacia las fronteras y más allá, con lo que se pondrá al descubierto la verdadera fuerza de los partidos en lucha. Entonces nos acordaremos de junio, de octubre, y gritaremos también: Vae victis!”39

Los acontecimientos defraudarán estas expectativas que, no cabe duda, eran las únicas consecuentes con el desarrollo inflexible de la revolución. El fin de ésta, al no darse ese escenario de guerra mundial entre la revolución proletaria y la contrarrevolución como única forma de avance social posible, nos presenta a un Marx visionario, hoy, como veremos y a pesar de que la mayoría de los “comunistas” actuales no lo quieran ver, más vigente que nunca.

Otra cuestión que Marx y Engels resaltan en sus escritos, tras la sangrienta represión del proletariado parisino en junio, y más tarde también con la del vienés en octubre, es la necesidad de que la revolución aplique sin complejos el terror a sus enemigos. Ésta es una lección que deviene directamente de las condiciones objetivas de la revolución y del carácter del enemigo; no en vano, tras las jornadas de junio, Engels apela al pueblo a que aprenda de sus contrincantes:

A fuerza de ser magnánimos los pueblos cavan tan a menudo su propia tumba que acaban por pensar y comprender la necesidad de aprender algo de sus enemigos.”40

Y ésta, la lección de que una revolución, para serlo realmente, es decir, para ser un movimiento de subversión real, serio, y que deba ser tomado como tal, y no quedarse, como domina en la conciencia social del heterogéneo conglomerado que son los movimientosanticapitalistas actuales, en un delirio utópico, sin proyección, que consuela su incapacidad política práctica con ensoñaciones sobre la “superioridad moral” que nos diferencia de “nuestros enemigos”, es y debe ser, entre otras cosas, una guerra, en la que el terror juega un papel indiscutible. Esta lección, como todas las experiencias revolucionarias posteriores han demostrado, es una verdad universal y Marx y Engels, tras las jornadas de junio, lo repiten explícitamente hasta la saciedad. Así, Marx, en la NGR, escribía en noviembre de 1848:

Las matanzas sin resultados después de las jornadas de junio y de octubre, la fastidiosa fiesta expiatoria desde febrero y marzo, el canibalismo de la contrarrevolución, convencerán a los pueblos que para abreviar, para simplificar, para concentrar la agonía sangrienta de la vieja sociedad y los sangrientos sufrimientos del parto de la nueva, no existe más que un medio: elterrorismo revolucionario.”41

Por su parte, Engels, el mismo junio, escribía:

“…lo que más llama la atención en este combate desesperado es la rabia con la que se baten los ‘defensores del orden’: abaten a los obreros como a bestias feroces (…). La burguesía libra contra ellos, con plena conciencia, una guerra de exterminio (…) después de un combate como el de estas tres jornadas de junio sólo elterrorismo es posible, sea cual sea el partido que lo utilice.”42

Cuando, en marzo de 1850, en un contexto de reorganización de la Liga del que hablaremos más tarde, Marx y Engels señalan las medidas a tomar ante la posibilidad de una reavivación de la revolución, dejarán claro que han aprendido la lección:

“…los obreros deben procurar, ante todo y en cuanto sea posible, contrarrestar los intentos contemporizadores de la burguesía y obligar a los demócratas a llevar a la práctica sus actuales frases terroristas. Deben actuar de tal manera que la excitación revolucionaria no sea reprimida de nuevo inmediatamente después de la victoria. (…) Los obreros no sólo no deben oponerse a los llamados excesos, a los actos de venganza popular contra individuos odiados o contra edificios públicos que el pueblo sólo puede recordar con odio, no sólo deben tolerar tales actos, sino que deben tomar su dirección.”43

Finalmente, remarcamos esta frase de Marx:

En la historia la contrarrevolución ha llevado siempre, hasta ahora, a una revolución más radical y más sangrienta.”44

Citamos estos pasajes con profusión, para mostrar que no se debe entender como una solitaria expresión escrita en la rabia del momento posterior a la represión y que hemos magnificado, sino que se repiten explícitamente en diversos periodos, y es una idea que pasará al bagaje de Marx y Engels, como demuestra su análisis, más de veinte años después, sobre la experiencia de la Comuna de París en la Guerra civil en Francia. Lo hacemos para salir al paso de los que buscan un Marx respetable, en el sentido burgués del término, despojado de toda afilada arista, como un simple crítico de la realidad social, en la que pareciera que no se inmiscuye más allá de algún consejo libresco, y que han llegado a presentar como un humanista liberal adocenado y alérgico al uso de la violencia.45 Nosotros, incluso, vamos a elevar al plano histórico estas sentenciosas conclusiones de Marx y Engels, en plena coherencia con su pensamiento, y le aconsejamos a la burguesía que tiemble ante la perspectiva de un nuevo ciclo de la Revolución Proletaria Mundial (RPM), tras la abundante sangre obrera que derramaron para enfrentar el primero; entonces seremos nosotros, parafraseando al de Tréveris, los que exclamemos: Vae victis!

Como se sabe, la revolución no tomó el curso consecuente que Marx deseaba, y el proletariado francés, aún lamiéndose las heridas de junio, dejó, no sin cierta burla, que la dictadura militar bonapartista dirigiera, a despecho de los liberales burgueses que tanto habían hecho para ahogar en sangre a los obreros, el desarrollo del capitalismo francés. En Alemania, el imparable avance de la reacción comenzó a pasar por encima de las asambleas de charlatanes liberales de Francfort y Berlín, que acabarían prácticamente autodisolviéndose para evitar cualquier movimiento de masas. Un tímido intento insurreccional en noviembre de 1848 contra el avance del absolutismo había sido abortado. Engels, comprometido con la lucha armada, pasa a la clandestinidad y termina refugiándose en Suiza. Marx es procesado por injurias y por incitación a la rebelión fiscal en enero de 1849, siendo absuelto, además de conseguir utilizar el juicio como tribuna de agitación. Pero la suerte está ya echada, la insurrección de mayo-junio de 1849 es el canto de cisne de la revolución. La NGR es prohibida (su último número será impreso en tinta roja y con un mensaje de despedida a los obreros, al final de cual podía leerse la exclamación: ¡Emancipación de la clase obrera!) y Marx, que ha dejado su patrimonio en la actividad del diario revolucionario y en financiar el armamento de los últimos insurrectos, es deportado. El único foco revolucionario consistente es el sur de Alemania y allá va Engels desde Suiza a unirse al ejército revolucionario dirigido por el también miembro de la Liga de los Comunistas, Willich, que será aplastado. Engels y Willich consiguen huir, pero otro miembro destacado de la Liga, Moll, que había tendido en Bruselas el puente para la entrada del grupo de Marx en la misma, muere en los combates. A pesar de que la intranquilidad se mantendrá un tiempo, la revolución ha terminado y la reacción se enseñorea de Alemania.

Un primer balance de la revolución proletaria y auge y caída de la Liga de los Comunistas

A pesar de que la revolución ya no levantaría cabeza, los revolucionarios, con Marx y Engels a la cabeza, trabajaron en un primer momento, como es comprensible y natural, con la hipótesis de un inminente reavivamiento del movimiento revolucionario continental.

Como hemos señalado en innumerables ocasiones desde las páginas de esta revista, la revolución requiere ser constantemente repensada, enfrentarse a sí misma, compararse en diferentes momentos, como condición sine qua non para que los revolucionarios no pierdan su posición de vanguardia del movimiento social e histórico, y ello en todos los planos, desde el más mínimo momento táctico, pasando por el plano político, hasta la aprehensión crítica del proceso histórico general. Marx y Engels, que sintetizaron la anterior experiencia histórica de toda la lucha de clases como base para la formulación de su concepción del mundo, vuelven, tras los acontecimientos de 1848-49, a dar un nuevo ejemplo de maestría proletaria, desplegando un trabajo de análisis y reflexión de esta experiencia, esta vez desde el plano político (aunque, como señalara Lenin, este momento revolucionario será siempre un eje de análisis para ellos), como base para cimentar el actuar político en el próximo periodo, del que primeramente se espera un nuevo auge revolucionario. La plasmación orgánica de este momento se desplegará alrededor de la Nueva Gaceta Renana (revista político-económica) [NGR(p-e)], que se define expresamente como un órgano de balance científico,46 y que, como muestra de su nuevo carácter, ya no será un diario, sino una revista mensual, de la que se publicarán seis números entre marzo y noviembre de 1850. Marx comienza a trabajar en la preparación de este proyecto tan pronto como llega a Londres, expulsado también, esta vez de Francia.

En primer lugar, realizan un optimista análisis de la coyuntura, sobre el que basan las perspectivas de inminencia de un nuevo auge revolucionario. Ven avecinarse una crisis comercial de envergadura que podría impulsar la revolución en Inglaterra, llegando a comparar al inglés Cobden con Necker.47 Políticamente, creen percibir un deterioro de la componenda entre el rey y la burguesía prusiana, el avance de los signos de descomposición del imperio de los Habsburgo (llegan a señalar que éste se lanzará a una guerra exterior para intentar neutralizarlos, y que ésta marcará su derrumbe final, exactamente lo que ocurriría seis décadas más tarde), y consideran que el avance de la contrarrevolución en Francia está radicalizando a la pequeña burguesía y al campesinado.

El aspecto más importante relacionado con este balance político es el que se refiere al estudio del comportamiento político de las clases en pugna, pues de él se desprenden las tareas políticas inmediatas y supone un importante paso adelante en la concepción práctica marxiana de la revolución, pues concluye la inequívoca necesidad de la organización independiente del proletariado. Además, consigna la consabida traición de la burguesía liberal a la revolución, se analiza la supeditación del proletariado como apéndice de la pequeña burguesía democrática y la necesidad actual de deslindamiento con ella:

“Así pues, mientras el partido democrático, el partido de la pequeña burguesía, fortalecía su organización en Alemania, el partido obrero perdía su única base firme, a lo sumo conservaba su organización en algunas localidades, para fines puramente locales, y por eso, en el movimiento general, cayó por entero bajo la influencia de los demócratas pequeñoburgueses. Hay que acabar con tal estado de cosas, hay que restablecer la independencia de los obreros.”48

En este sentido, se analiza el desplazamiento de las clases durante la pugna revolucionaria, y que con el avance de la reacción, en la colusión de la aristocracia con la burguesía, ahora es la pequeña burguesía la que ocupa el lugar de ésta, y se prevé que en la próxima revolución jugará el mismo papel traidor. Por ello, profundizando en lo anterior, hay que potenciar la voz propia de los obreros:

“En vez de descender una vez más al papel de coro destinado a jalear a los demócratas burgueses, los obreros, y ante todo la Liga, deben procurar establecer junto a los demócratas oficiales una organización independiente del partido obrero, a la vez legal y secreta, y hacer de cada comunidad el centro y núcleo de sociedades obreras, en la que la actitud y los intereses del proletariado puedan discutirse independientemente de las influencias burguesas. (…) Para luchar contra el enemigo común no se precisa ninguna unión especial. Por cuanto es necesario luchar directamente contra tal enemigo, los intereses de ambos partidos coinciden por el momento y dicha unión, lo mismo que ha venido ocurriendo hasta ahora, surgirá en el futuro por sí misma y únicamente para el momento dado.”49

Por supuesto, es imposible malinterpretar ese “junto” como unidad orgánica, aunque sea tenue, sino que significa “al lado pero distinto de” como se ve claramente en el contexto, que expresa la línea a seguir con la pequeña burguesía en la próxima revolución, que es unidad en la lucha contra el enemigo común, similar a la posición con la burguesía en 1848, pues el carácter de la revolución no ha variado, pero con la fundamental diferencia de que se garantiza la independencia política y orgánica del proletariado. En este documento, escrito por Marx y Engels, conocido como laCircular50 de la Liga de los Comunistas de marzo de 1850, se enumeran a continuación concretamente las medidas a tomar para garantizar que la culminación de la lucha común deje al proletariado en las mejores condiciones para afrontar a la pequeña burguesía. La concreción de estas medidas, que por su valor mencionaremos más adelante en otro apartado, de una gran riqueza, es una muestra del incremento del bagaje proletario, como consecuencia de la experiencia revolucionaria y su posterior balance. Es esta labor la que, aunque no rompe explícitamente con la concepción espontaneísta de la conformación revolucionaria del proletariado, de la que hablaremos, le lleva a unir independencia política del proletariado con el reforzamiento de la organización de lo que considera el partido obrero.

Ya este deslizamiento hacia la consideración indispensable de la organización independiente del proletariado se va dando, de manera progresiva, en Marx durante la revolución de 1848. A pesar de su participación en el partido demócrata, mantiene la posición independiente de la NGR, desde la que fustiga implacablemente tanto la traición de la burguesía como las vacilaciones de “su” partido, señalando cada vez más pronunciadamente la necesidad de una acción independiente del proletariado. Marx nunca deja de militar en las asociaciones obreras, incluida por supuesto la Liga, aunque ésta se encuentra en estado de virtual inexistencia, y, finalmente, abandonará la organización demócrata. En mayo de 1849 participaría en un congreso de los “partidarios de la democracia social”, que engloba al proletariado y a los demócratas más consecuentemente revolucionarios, hallándose en estas fechas el origen del vocablo político socialdemócrata. El balance de la experiencia política revolucionaria es la culminación de este proceso.

De este modo, durante la primavera de 1850, la Liga afronta un febril proceso de reorganización y potenciación de su papel, que Marx y Engels valoran en este momento más que nunca. Así, se envía a Bauer a Alemania para reorganizar la Liga en el interior, en una misión que resultará infructuosa, y se crea, junto a blanquistas y cartistas de izquierda, la Asociación universal de comunistas revolucionarios y se menciona ya expresamente el término dictadura del proletariado, signo de la riqueza de experiencia que la revolución había transmitido. El punto 1 del documento fundacional de la Asociación rezaba que su objetivo es el:

“derrocamiento de todas las clases privilegiadas, sometimiento de estas clases a la dictadura del proletariado a través de la revolución permanente hasta la realización del comunismo, forma final de la organización del género humano.”51

Con la expresión de revolución permanente, que tanto éxito tendrá posteriormente, como se sabe, Marx, que la utiliza bastante en este periodo, se refiere a la concatenación de las etapas burguesa y proletaria (democrática y socialista), para lo cual es imprescindible coronar la primera fase en la mejor posición para el proletariado, aunque aún no se proclama a éste como su dirigente. Para ello habrá que esperar a Lenin.52

Pero sigamos con la historia de la Liga, que se aproxima a su ocaso, pues justo en su momento de auge y decidida potenciación, va a iniciar el rápido proceso que conducirá a su desaparición. Un primer factor es externo, la fuerte represión que golpea a sus núcleos, y en general a todas las fuerzas democráticas, especialmente en Alemania, y que es un elocuente indicativo de la verdadera relación de fuerzas, tras más de dos años de lucha revolucionaria, y de la impunidad y capacidad de las fuerzas reaccionarias. El segundo y principal factor van a ser las disensiones internas de la Liga, que son las que llevarán a la escisión. El origen de estas enconadas fricciones está en el nuevo análisis de la situación europea que Marx y Engels realizan en el verano de 1850, y que les lleva a modificar su conclusión anterior, en vista de que en la coyuntura económica se abre paso cada vez más pronunciadamente un ciclo de prosperidad general; además, señala que las querellas entre las facciones de la reacción son posibles precisamente porque el orden social está asegurado. En definitiva, se aleja la perspectiva de la revolución inmediata:

“Bajo esta prosperidad general, en que las fuerzas productivas de la sociedad burguesa se desenvuelven todo lo exuberantemente que pueden desenvolverse dentro de las condiciones burguesas, no puede ni hablarse de una verdadera revolución. Semejante revolución sólo puede darse en aquellos periodos en que estos dos factores, lasmodernas fuerzas productivas y las formas burguesas de producción incurren en mutua contradicción. Las distintas querellas a que ahora se dejan ir y en que se comprometen recíprocamente los representantes de las distintas facciones del partido continental del orden (…) son posibles porque la base de las relaciones sociales es, por el momento, tan segura (…). Una nueva revolución sólo es posible como consecuencia de una nueva crisis. Pero es también tan segura como ésta.”53

Vemos aquí una formulación clásica en la que Marx vincula unívocamente la revolución con la crisis económica. Podemos interrogarnos sobre su validez coyuntural en un momento, el siglo XIX y la etapa concurrencial del capitalismo, en el que se aunaba la revolución burguesa con la formación del proletariado y la permanente perspectiva de la revolución instaurada en 1789 en el panorama social europeo, que no se disipaba con derrotas políticas concretas, en el que, por ello, el mecanismo espontáneo de funcionamiento de la revolución podía tener cierta legitimidad. Pero independientemente de lo cierta que pudiera resultar en ese momento histórico y político concreto, lo seguro es que la crisis económica nunca fue el factor único para el detonante de ninguna revolución; la validez general de esa relación ha caducado en la época de decadencia del capitalismo, en la que éste se encuentra en crisis permanente y crónica, no siendo ya evidentemente la crisis económica –y no hay mejor prueba que el momento que vivimos actualmente– un factor de movilización revolucionaria per se.

En cualquier caso, concluyendo ya nuestra narración de la historia de la Liga, esta nueva forma de ver las cosas, que impelía a un retraimiento de la actividad de la Liga, no pudo ser asimilada por un sector importante de la misma, con Schapper y Willich a la cabeza, ya veteranos y educados en esa escuela romántico-conspirativa de actuación revolucionaria. Marx intentó evitar la escisión y la formación de dos ligas enfrentadas, proponiendo una serie de medidas,54 pero dada la aplastante superioridad, fuera del Comité Central donde eran minoría, del grupo de Schapper ésta se consuma en septiembre de 1850. Aunque ya había tenido lugar anteriormente, durante la revolución, la escisión del grupo de Gottschalk, ésta última ruptura demostraría ser fatal para la Liga. El grupo minoritario de Marx y Engels, que además incluía nombres como Wolff, Liebknecht o Eccarius, es expulsado, mientras se reeditan viejos ataques a Marx: “porque esa llamada camarilla literaria no puede ser útil para la Liga y hace además imposible toda organización.”55 Marx, según el acta de la reunión donde se consuma la ruptura, resume así alguna de sus divergencias con el grupo de Schapper:

“En lugar de las concepciones universales del Manifiesto se pone la concepción nacional alemana que halaga el sentimiento nacionalista de los artesanos alemanes. En lugar de la concepción materialista del Manifiesto se promueve la idealista. En lugar de las relaciones reales, que es lo esencial en la revolución, se pone la voluntad. (…) De la misma manera que el demócrata utiliza la palabra “pueblo” se utiliza ahora la palabra “proletariado”: como una frase vacía. Para que esta frase correspondiera a una realidad habría que declarar proletarios a todos los pequeñoburgueses, es decir, de facto, representarse pequeñoburgueses, no proletarios. En lugar del desarrollo revolucionario real habría que poner la frase revolucionaria (…). Yo siempre me enfrente con las opiniones pasajeras del proletariado…”56

Subsecuentemente a esta ruptura, Marx, Engels y Harney dan por disuelta la Asociación universal de comunistas revolucionarios. Desde este momento, los dos grupos inician un camino separado. La Liga de Schapper, lanzada de lleno a la conspiración, en medio de una Alemania atenazada por la reacción, es aislada rápidamente y aplastada. Las detenciones suceden a las delaciones y tras la caída del grupo de Hamburgo es detenido el Comité Central en Colonia, que dará lugar al célebre proceso contra los comunistas de Colonia, entre octubre y noviembre de 1852. Aquí acaba la historia de la Liga de los Comunistas y del primer periodo del movimiento obrero independiente.

Por su parte, Marx se encerrará por una década en un arduo, pero muy prolífico y productivo, trabajo de estudio (que ya había comenzado antes), que dará lugar a su magna obra El capital. Desde luego, la historia es una jueza implacable con los practicistas irreflexivos (aunque, repetimos, que no nos cabe duda de que los Schapper y compañía están muy por encima de sus tragicómicas y despreciables imitaciones actuales) y se suele mostrar más benigna con las “inútiles camarillas literarias que nada hacen”.

Una era de la revolución: 1789-1989

Hablamos al principio de la Revolución Francesa y la resumíamos hasta el momento de su clímax, en 1793, insistiendo repetidamente en su profundo impacto sobre el mundo, en el que fue forjadora de modos y modelos de acción política proyectándose sobre todas las mentes de una época. Hemos repasado algún momento en que su referencia se hace explícita en Marx y Engels, fundadores de la teoría revolucionaria del proletariado. Veamos nuevos ejemplos aún más explícitos de esta influencia:

“Cuando estalló la revolución de Febrero, todos nosotros nos hallábamos, en lo tocante a nuestra manera de representarnos las condiciones y el curso de los movimientos revolucionarios, bajo la fascinación de la experiencia histórica anterior, particularmente la de Francia. ¿No era precisamente de este país, que había jugado el primer papel en toda la historia europea desde 1789, del que también ahora había partido nuevamente la señal para la subversión general? Era, pues, lógico e inevitable que nuestra manera de representarnos el carácter y la marcha de la revolución ‘social’ proclamada en París en febrero de 1848, por la revolución del proletariado, estuviese fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y 1830.”57

También reconocen, sin prejuicios, su admiración e imitación por figuras de la gran Revolución Francesa. Así, de nuevo Engels, refiriéndose al periodo de la revolución de 1848:

“Cuando, más tarde, leí el libro de Bougeart sobre Marat, vi que nosotros habíamos imitado inconscientemente, en más de un aspecto, el gran ejemplo del verdadero ‘Ami du peuple’ (…) y que todo ese griterío furioso (…) que ha desfigurado por completo (…) la verdadera imagen de Marat, se debe exclusivamente a que Marat desenmascaró sin piedad a los ídolos del momento (Lafayette, Bailly y otros), denunciándolos como traidores consumados de la revolución, y a que Marat, igual que nosotros, no consideraba que la revolución había terminado, sino que se había declarado permanente.”58

Es decir, estamos viendo cómo las primeras luminarias del proletariado trabajan necesariamente con materiales forjados por la burguesía; eso sí, por la burguesía revolucionaria. No es una tesis novísima que deseemos forzar sino que, como vemos, Marx y Engels lo reconocen gustosamente.

Ello es así necesariamente en virtud del desarrollo histórico, por el que lo nuevo surge de lo viejo y, en este caso, lo proletario de lo burgués. Esto, que es universalmente reconocido en aspectos como el económico y social (el proletariado como clase en sí es forjado por las relaciones de producción burguesas), se tiene más reticencia en llevarlo al plano político, al plano donde se desarrollan las formas de entender y ejecutar la lucha de clases. Sólo mentes doctrinarias y alérgicas a la dialéctica, incapaces de operar con otra cosa que categorías cerradas que oponen ruidosa y absolutamente (lo burgués frente a lo proletario), pueden negar esta evidencia, también referida a este plano. De este modo, las bases de la concepción proletaria del mundo, sus líneas maestras, se sientan en un momento en que, como no podía ser de otra manera ante lo primerizo del proletariado y el escaso bagaje de su experiencia, el único material histórico disponible para ser fundadas científicamente se encuentra en la lucha de clases anterior al proletariado y a su revolución, especialmente en la revolución burguesa; y ésa es precisamente la experiencia que Marx y Engels describen genialmente en el Manifiesto.

Expusimos en el primer epígrafe de este artículo un pequeño resumen del modelo clásico de revolución y desarrollo político de la burguesía, como es la Revolución Francesa.59 En él hemos visto sumariamente cómo a través del decurso económico espontáneo el nuevo modo de producción se genera en el seno del viejo y cómo, a partir de aquí, de una forma continua y sin plan, la burguesía termina prevaleciendo en un proceso que se desborda a sí mismo en una fase tras otra, desde el intento de prosperar en el seno de las viejas estructuras políticas feudales hasta la subversión de las mismas, en que los pusilánimes son simplemente echados a un lado por la propia fuerza de los acontecimientos: “cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del correspondiente éxito político.”60

La base del carácter de este fulminante proceso espontáneo de desarrollo y éxito político se encuentra en el primer momento señalado: el nacimiento de una sistema socioeconómico de explotación en el seno de otro, de similar carácter, pero infinitamente menos perfecto en su naturaleza clasista y explotadora. Ésa es la clave del éxito de la burguesía, el ser exponente de la última forma de la sociedad de clases, de la última y más perfeccionada forma de explotación del hombre por el hombre. Todavía hoy vemos la capacidad de este sistema para expandirse y reproducir sus lógicas inexorablemente, suprimiendo o subordinando sin piedad a los restos de otros modos de producción que, cada vez en menor medida, aún subsisten. Asombra observar cómo en unas pocas décadas la burguesía ha conseguido “forjar a su imagen y semejanza” todo el heterogéneo desarrollo civilizatorio anterior, sustentado también sobre la sociedad de clases, pero que tardó bastantes siglos en formarse y desarrollarse. Comprobamos, hoy más que nunca, ladiabólica perfección de su sistema, y cómo, a despecho de todas las teorías que vaticinaban su derrumbe, apiladas en el desván de la caducidad histórica, consigue reestructurarse crisis tras crisis. Esa imponente fuerza material que ha desarrollado, y que no se limita a las fuerzas productivas, sino también a la capacidad de reproducción y adaptación de las relaciones sociales que las sustentan, es la base de la fuerza de la burguesía, la que hizo que su proceso de encumbramiento político no necesitara de la forja de un plan, ni de una guía teórica, incluso se pudo permitir que los críticos y pensadores que le allanaban el camino y la dotaban de fuerza moral se mantuvieran como un sujeto externo, depositando la fe en la plasmación de su programa social en la buena voluntad de algún déspota ilustrado; por supuesto, tampoco debió de echar mano de ningún partido revolucionario moderno, ni de la figura del revolucionario profesional: a la burguesía, cuando las condiciones, es decir, el desarrollo de esa fuerza material en el seno de la vieja sociedad que hemos señalado, lo exigieron, le bastó con tocarse su cabeza con el gorro frigio para convertirse en revolucionaria.

Nada de eso sucede con el proletariado. Las relaciones sociales comunistas no surgen espontáneamente en la vieja sociedad, a menos que no queramos abandonar el marxismo y tomar a las viejas formas comunitarias, que de una forma u otra perviven, por éstas, al modo de los viejos utopistas. La sociedad burguesa genera, con el enorme desarrollo de su fuerza económica y la creciente socialización de las fuerzas productivas, la base material para que la emancipación humana no sea ya un ensueño, sentando las bases de su virtualidad, pero no da la tendencia para su transformación espontánea en ese sentido, y sí muestra, repetimos, una enorme capacidad de reestructuración. Es por ello que ya el carácter de la revolución proletaria es, desde su misma base, divergente de la burguesa.

De este modo, las primeras experiencias políticas del proletariado, sus primeras acciones colectivas, no son la proyección de una base socioeconómica propia, las relaciones comunistas, por muy en germen que se encuentren, sino que es la propia burguesía la que lo moviliza y encuadra en pos de sus propias metas políticas:

“Si los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad, sino de la unidad de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos debe –y por ahora aún puede– poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los vestigios de la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la burguesía.”61

Aunque todavía no podemos hablar propiamente de un proletariado como tal, eso es precisamente lo que realiza la burguesía en la Revolución Francesa. Ante los obstáculos que se le plantean, la burguesía se va a ver obligada, pasando literalmente por encima de sus propias facciones más temerosas ante esta perspectiva, movilizar a las masas de la nación, desencadenando un movimiento social sin parangón hasta entonces en la historia. Ése es el año 1793, la grandiosa y singular experiencia que, hasta por lo menos 1871, y seguramente hasta 1917, va a ser el espejo en que se mire todo movimiento revolucionario y en el que, consciente o inconcientemente, busque los modelos y las claves que le ayuden a explicarse y guiarse.62

Resumiendo lo que queremos decir hasta ahora, la burguesía, por el propio impulso de las fuerzas materiales de las que es agente, derribó políticamente la vieja sociedad, y al hacerlo se vio obligada a desencadenar fuerzas sociales de una magnitud sin precedentes, generando un escenario histórico en el que la revolución se convirtió en una virtualidad y en una perspectiva inmediata, aunque sea por el mero hecho material de que un porcentaje significativo de la población de Europa y América vivió o participó, en el paso de los siglos XVIII al XIX y en la primera mitad de éste, en algún momento, en una transformación revolucionaria de la sociedad. La burguesía le dio molde material a la revolución, creó un modelo para su realización y, lo que es tan importante como lo anterior, con su miedo ante las fuerzas desencadenadas creyó mostrar que ese mismo modelo la podía destronar a ella misma. Como en julio de 1791 exclamó horrorizado Barnave, burgués moderado, pero con cierta amplitud de miras, ya que sería guillotinado durante el Terror:

“¿Vamos a acabar la Revolución o vamos a volver a iniciarla? (…) Un paso de más sería un acto funesto y culpable. Un paso de más en la línea de la libertad sería la destrucción de la monarquía, en la línea de la igualdad sería la destrucción de la propiedad.”63

Sin embargo, en todos los casos, son agentes externos al que se va a convertir en el sujeto revolucionario los que le impelen a convertirse en tal. En el caso de la burguesía, las resistencias políticas de la vieja sociedad ante el desarrollo económico y social del que es portadora; y en el caso de las masas populares, su encuadramiento y movilización por parte de la burguesía, ya sea de forma directa, políticamente, como en el caso del modelo jacobino, ya sea a través de los hábitos sociopolíticos y culturales que toda una era de más de medio siglo de revoluciones burguesas han creado en el conjunto de la sociedad. Es a esto a lo que nos referimos cuando hablamos de perspectiva revolucionaria, en virtud de la cual el movimiento social, aún generado espontánea e inconscientemente, tiene la virtualidad de ir más allá por el propio ambiente social, político y cultural en que se ha formado.64 Es ello lo que les va a dar a Marx y Engels la licencia para caracterizar como revolucionaria la mera unión de los obreros en virtud de la coordinación de sus luchas económicas y parciales contra sus patronos que se describe en el Manifiesto, pues éstas se entrelazan con una situación cultural e histórica revolucionaria permanente, pero externa a esa unión obrera, y que es fruto de la revolución burguesa.

Es este hecho, el entrelazamiento del proceso de formación y cohesión del proletariado como clase en sí a través de sus luchas económicas y parciales espontáneas, que, aunque supone un momento necesario y progresivo en la historia de la conformación de nuestra clase, no puede ser considerado revolucionario per se, con la situación política y cultural que más de medio siglo de revolución burguesa genera, lo que permite caracterizar a Marx, para el uso político, la mera unión de la clase en sí (a pesar de que él ya había distinguido entre clase en sí y para sí) comorevolucionaria; y ésa es la base conceptual que revela la concepción decimonónica que caracterizaba al proletariado como sujeto revolucionario in actu, sin más consideraciones. Ello es lo que, unido al carácter del trabajo teórico de Marx, más centrado, por las exigencias del momento (sentar las bases de la cosmovisión proletaria), en el desarrollo histórico general y menos en la caracterización política puntual de cada uno de sus momentos, explica la identificación del partido con la clase, aunque también, lo cual es muy interesante, a la inversa, la clase con el partido. Y esta generalización la aplica a todas las clases en pugna, para las que la utilización del término “partido” no se refiere a una organización concreta, sino al conjunto del movimiento político en pos de sus intereses de clase. La visión de estos elementos unidos, movimiento político de la clase que, por lo que hemos señalado, se percibe ya como revolucionario, y partido, a despecho de los intentos de los círculos marxistas más anarquizantes y también de las visiones más organicistas, que acabaron dominando en la tradición del bolchevismo, pueden sentar en Marx la paternidad más filosófico-general del moderno partido revolucionario y lo acerca a la visión leniniana bien entendida, siempre con las precisiones e inevitables limitaciones, fruto del contexto histórico, que hemos señalado.

Sin embargo, en el marco histórico que hemos dibujado, la visión generalista del proceso histórico, mediatizada por el carácter de su trabajo, y, en relación con lo primero, el escaso bagaje de la lucha de clase proletaria, le llevan en lo inmediato y en su praxis política a esa visión espontánea del proceso de formación del proletariado como partido revolucionario; como le señala Marx en una carta al poeta Freiligrath, antiguo miembro de la Liga, en 1860:

“…la Liga fue disuelta (…) hace ya ocho años que en este sentido, totalmente efímero, de la palabra, el partido dejó de existir para mí (…). Si tú eres poeta, yo soy crítico, y la verdad sea dicha, me basta con la experiencia de 1850-1852. La ‘Liga’, lo mismo que la Sociedad de las estaciones, de París, que centenares de otras asociaciones, no fue más que un episodio en la historia del partido que nace espontáneamente, por doquier, del suelo de la sociedad moderna (…), del partido en el gran sentido histórico del término”.65

Claudín, en la obra que estamos referenciando, también se empeña en alejar la visión leniniana del partido de la de Marx, la que evidentemente no puede ser idéntica por los factores que ya hemos señalado (contexto histórico, experiencia del proletariado y el propio carácter de la actividad de Lenin en este marco), pero lo hace para acercar a Marx a R. Luxemburgo, enfrentando al partido con la clase o, si se quiere, a la vanguardia con las masas, y obviando lo de visionario, por su agudeza para penetrar en el desenvolvimiento del desarrollo histórico, que tiene la concepción del partido en un Marx determinado por las condiciones decimonónicas, que es, como hemos señalado, la identificación del movimiento político de la clase con el partido. No obstante, al propio Claudín no le queda otro remedio que reconocer que el papel que se le asigna al partido obrero, concretizado también como organización específica, va aumentando a lo largo de la vida de Marx.66 En descarga de Claudín, podemos decir que, a pesar de la visión que Lenin plasmara del partido como expresión de la unidad de la vanguardia con las masas, la unión de la teoría revolucionaria con el movimiento de la clase, en definitiva, el partido como movimiento revolucionario del proletariado, la experiencia histórica de la Komintern nos muestra a estos partidos, depositarios de la tradición del leninismo, como mera organización de la vanguardia que pugna por dirigir a las masas, como un sujeto externo a ellas, y no como su unión cualitativamente más elevada; por lo que no es de extrañar, en el contexto del Ciclo en curso, que cayera en los debates de viejo tipo sobre la relación u oposición de los dirigentes con la clase, del partido con la clase, etc.

Como decimos, a pesar de esa lúcida visión histórica del partido, lo que predomina en el momento político es una visión espontaneísta de la conformación revolucionaria del proletariado, que es la que explica la actitud de Marx respecto a la Liga de los Comunistas y durante la revolución de 1848. Si la clase se conforma como sujeto revolucionario espontáneamente no es necesario más que un organismo de propaganda (aunque si lo llevamos hasta sus últimas consecuencias, ni tan siquiera esto), y es la visión que Marx y Engels van a tener de la Liga durante 1848-49, aunque tras esa experiencia y en un momento de reorganización a la espera de una inminente revolución, cuando se produce una cierta modificación práctica de su actitud. Sin embargo, como decimos, estos factores de contexto histórico pesan mucho, y a pesar de la creciente importancia que a lo largo de sus vidas le van a ir concediendo a la concretización de ese partido histórico, todavía en 1885 Engels podía escribir loas al espontaneísmo del siguiente calibre:

“…hoy basta con el simple sentimiento de solidaridad, nacido de la conciencia de la identidad de su situación de clase, para crear y mantener unido entre los obreros de todos los países y lenguas un solo y único partido: el gran partido del proletariado.”67

Hoy, cuando la experiencia de la lucha de clases ha demostrado el verdadero significado de la independencia política del proletariado y que su constitución en tal sujeto autónomo requiere de todo un proceso de ardua construcción de los instrumentos que lo permitan, momento en el que, por cierto, nos encontramos actualmente, puede parecer paradójica la posición de Marx, que consideraba que con 1848 se iniciaba el principio del fin de la civilización burguesa y que, a la vez, durante la revolución en Alemania tomaba en principio posición en el seno de movimiento demócrata, en virtud del carácter burgués de la revolución. Esta postura contradictoria, que también Lenin señaló,68 sólo lo es plenamente hoy (en la época de Lenin, aunque éste lo señalara mostrando una vez más el carácter de vanguardia de su pensamiento, todavía había lugar para la visión espontaneísta del proceso revolucionario –una prueba, por ejemplo, es que la apreciación de Lenin se limita a señalar las limitaciones en el plano político y no todavía en el histórico general), cuando ha acabado el impulso generado por las revoluciones de 1789-1848 y continuado por 1871, 1917 y las revoluciones del siglo XX; impulso que, en virtud del ambiente social y cultural creado, daba virtualidad revolucionaria al movimiento social espontáneo. Por eso, en 1848 no había contradicción aparente en impulsar la revolución burguesa desde las filas de la pequeña burguesía democrática y, a la vez, esperar en lo inmediato el combate definitivo con la burguesía, sin asegurar la independencia política del proletariado, pues ésta se daba por supuesta. Además, pesaba el modelo revolucionario francés de 1793, por el que el proceso histórico, sin plan ni consciencia,69 se desborda a sí mismo, y había posibilidad para suponer, razonablemente, que lo mismo le sucedería a la burguesía con un proletariado incomparablemente más consistente que el de 1793, cuando apenas existía. De hecho, era algo que los propios burgueses temían: recordemos el terror de Barnave o la histeria de la burguesía francesa de 1848 ante el espectro de la “república roja”.

Eso es con toda seguridad lo que Marx esperaba, lo que, repetimos, en las condiciones históricas dadas era más que razonable pensar, y lo que sigue esperando cuando abandona finalmente el movimiento demócrata para concentrarse inequívocamente en la organización del proletariado, como ejemplifica su evocación, ya señalada, de un1793 proletario al describir el curso que debería seguir la revolución, o muestran fehacientemente estas líneas de Las luchas de clases en Francia:

“Una clase en que se concentran los intereses revolucionarios de la sociedad encuentra inmediatamente en su propia situación, tan pronto como se levanta, el contenido y el material para su actuación revolucionaria: abatir enemigos, tomar las medidas que dictan las necesidades de la lucha. Las consecuencias de sus propios hechos la empujan haciadelante. No abreninguna investigación teórica sobre su propia misión. La clase obrera francesa no había llegado aún a esto…”70

En este extracto vemos claramente ejemplificada el prisma de la gran Revolución Francesa, de la revolución burguesa, cuando Marx mira al proletariado.

La salida de Marx de la organización demócrata para dedicarse a la organización del proletariado se produce alrededor de ese congreso de “partidarios de la democracia social”. Aquí, como señalábamos, tenemos el origen de la socialdemocracia, nacida como una escisión por la izquierda del movimiento demócrata, en este contexto de revolución burguesa. La socialdemocracia será el marco de organización del proletariado durante la segunda mitad del siglo, y la denominación que históricamente engloba a la formación de la clase en sí71. Teniendo en cuenta que el moderno comunismo nace también como una escisión izquierdista de la socialdemocracia, podemos ver en esta secuencia de momentos políticos, la continuidad que enlaza la revolución burguesa con el primer Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial (RPM), su constitución y continuación desde un proceso en el que prima por encima de la consciencia la fuerza de factores externos e impersonales, desencadenados por la burguesía. Éste es el marco y las bases materiales que permitieron que la concepción espontaneísta del movimiento revolucionario hegemonizara y tuviera sentido en las filas del proletariado revolucionario.

Esta hegemonía representa el primer embate histórico del proletariado, cuando aún no se habían ajustado cuentas con la matriz burguesa de la que, necesariamente, tenía que partir; y sólo con el final del Ciclo, cuando con la derrota de 1917 se ha derrotado también a 1789, (demostrando, una vez más, que el verdadero espíritu emancipador está en las manos del proletariado revolucionario y que su suerte depende de la de este movimiento político), tenemos las condiciones, mediante el Balance crítico de la experiencia histórica revolucionaria, para sacudirnos ya definitivamente las inevitables adherencias burguesas que aún portábamos como señal de inmadurez. Si es cierto que éstas tuvieron un sentido y nos permitieron desplegar una inexperta lucha revolucionaria, su derrota las ha hecho caducar y la experiencia ganada en esta lucha nos permite desprendernos de ellas. No hacerlo significa la total derrota del ideal emancipador y permitir que, dado que ya no existen las condiciones que lo hacían efectivo, dado que se ha perdido la perspectiva social de la revolución, esta adherencia, la pueril confianza burguesa en el espontaneísmo y en el favorable curso impersonal de la historia, consuma, cual fósforo blanco sionista, el cuerpo, aún vivo pero postrado, del proletariado revolucionario. Si lo conseguimos, el periodo de 1789-198972, durante el que la revolución, el progreso social, fue fruto de la confianza en factores externos, habrá sido una página pasada que nos ha legado riquísimas experiencias que nos permitirán abrir paso a otro periodo revolucionario en el que, en plena consonancia con el objetivo perseguido, la revolución será el primer acto de consciencia y libertad de la humanidad social, abriendo de par en par las puertas hacia el Comunismo.

1848: un pasaje marxiano para la Guerra Popular

Ya hemos señalado el contexto histórico que explica la contradictoria formulación del primer marxismo, que luego sería tomado por la socialdemocracia, potenciando aún más los aspectos espontaneístas y deterministas de éste. Sin embargo, esta contradictoria exposición general del marxismo, además de sentar, como hemos señalado repetidamente, las bases de la concepción proletaria del mundo, encierra elementos políticos que, simplemente fueron desechados por la socialdemocracia, seguramente debido a lo insuficiente del desarrollo histórico (experiencia de la lucha de clases), pero que hoy, a la luz del Ciclo concluido, cobran renovado vigor. Es cierto que, con gusto, derruimos la aureola de omnisciencia que algunos sacerdotes, hoy con las iglesias vaciadas de feligreses, quisieron construir alrededor de Marx, Lenin, Mao o quien se desee, pues es necesario para la realización del Balance histórico de la RPM y despejar con él el camino para la continuación de la obra revolucionaria empezada y continuada con ellos; es decir, es necesario destruir los iconos para liberar su espíritu revolucionario. Ello no es óbice para que, a cada paso que damos en nuestra labor de estudio crítico, nos encontremos con continuos momentos, en las obras de nuestros clásicos, de auténtica genialidad visionaria que sólo ahora empiezan a cobrar pleno sentido.

Ya hemos señalado las limitaciones del concepto de partido en Marx, consecuencia inevitable del escaso desarrollo de la lucha proletaria, así como destacado la profundidad de su visión histórica del mismo, pertinente de encajar con el moderno concepto de partido proletario. Hemos visto cómo a medida que se desarrolla la revolución de 1848 va otorgando cada vez más importancia a la organización independiente del proletariado, y que ello lo hace en medio de un balance de la experiencia de dicha revolución, lo cual se traduce, en un momento en que se espera una reavivación inminente de la revolución, en una serie de recomendaciones concretas (Circular de 1850) para la Liga de los Comunistas. De este modo, aunque no hay ruptura explícita con la concepción espontaneísta de la conformación revolucionaria del proletariado, la experiencia práctica de la revolución sí obliga a tomar medidas que le alejan de dicha concepción, que ya hemos señalado.

En la enumeración de estas medidas, en dicho contexto de expectación revolucionaria, se observan muchos elementos que, sin demasiado esfuerzo, son acoplables al más avanzado producto de la estrategia revolucionaria del proletariado, la Guerra Popular. De este modo, previendo la constitución de un gobierno pequeñoburgués democrático, ante la experiencia de la traición de la burguesía liberal, se señala la necesidad de la formación de un gobierno obrero revolucionario que fiscalice al anterior:

Al lado de los nuevos gobiernos oficiales, los obreros deberán constituir inmediatamente gobiernos obreros revolucionarios, ya sea en forma de comités o consejos municipales, ya en forma de clubs obreros o de comités obreros, de tal manera que los gobiernos democrático-burgueses no sólo pierdan inmediatamente el apoyo de los obreros, sino que se vean desde el primer momento vigilados y amenazados por autoridades tras las cuales se halla la masa entera de los obreros.”73

Vemos claramente, con setenta años de antelación, cómo Marx prevé el establecimiento de la dualidad de poderes, lo que, más modernamente y cuando ya no hay revolución democrática pendiente que, no lo olvidemos, es el contexto en el que Marx escribe, o ésta va a ser dirigida por el proletariado, como ha sentado la experiencia histórica de la que el renano carecía, significa simple y llanamente el Nuevo Poder de las masas armadas. Y esto también es señalado inequívocamente:

Pero para poder oponerse enérgica y amenazadoramente a este partido, cuya traición a los obreros comenzará desde los primeros momentos de la victoria, éstos deben estar armados y tener su organización. Se procederá inmediatamente a armar a todo el proletariado con fusiles, carabinas, cañones y municiones; es preciso oponerse al resurgimiento de la vieja Milicia burguesa dirigida contra los obreros. Donde no puedan ser tomadas estas medidas, los obreros deben tratar de organizarse independientemente como Guardia proletaria, con jefes y un Estado Mayor Central elegidos por ellos mismos, y ponerse a las órdenes no del gobierno, sino de los consejos municipales revolucionarios creados por los mismos obreros. (…) Bajo ningún pretexto entregarán sus armas ni municiones; todo intento de desarme será rechazado, en caso de necesidad, por la fuerza de las armas.”74

Estos puntos, sobre la actitud del proletariado ante la perspectiva de una inmediata revolución democrática pequeñoburguesa, quedan resumidos así:

Destrucción de la influencia de los demócratas burgueses sobre los obreros; formación inmediata de una organización independiente y armada de la clase obrera; creación de unas condiciones que, en la medida de lo posible, sean las más duras y comprometedoras para la dominación temporal e inevitable de la democracia burguesa: tales son los puntos principales que el proletariado, y por tanto, la Liga, deben tener presentes…”75

Nótese, por otra parte, ese “por tanto” que identifica al proletariado con la Liga, y que es un punto más, a despecho de los claudines, que acerca a Marx a la actual comprensión de vanguardia sobre lo que es el partido proletario. Por supuesto, no es necesario forzar las similitudes, pues ya hemos dejado sentadas las inevitables y necesarias diferencias, marcadas por dos momentos históricos totalmente diferentes, pero no deja de ser significativo que los ramalazos leninistas de Marx en este aspecto se den en medio de un balance sobre la experiencia reciente de la revolución y cuando hay que tomar consecuentes medidas prácticas en espera de un inminente auge revolucionario. Finalmente, permítasenos colocar al lado de estos extractos, para completar el cuadro, otro, en el contexto poco posterior de la enumeración de las diferencias con el grupo de Schapper, que llevarán a la escisión:

Mientras nosotros decimos a los obreros: tal vez os tocará pasar aún por quince, veinte, cincuenta años de guerra civil y de conflictos internacionales, no sólo para cambiar las relaciones existentes, sino para cambiaros a vosotros mismos y capacitaros para la dominaciónpolítica, vosotros por el contrario, les decís: ‘Debemos ahora mismo alcanzar el poder o irnos a dormir’.”76

He aquí, sin adulteraciones, la visión en Marx de una guerra civil prolongada, a través de la cual “los obreros se capacitan para la dominación política”, capacitación que no sólo incluye el aspecto práctico-estratégico, sino también el de la guerra revolucionaria como definitivo azote de todos los restos de sumisión y esclavitud que el trabajo asalariado y milenios de sociedad de clases inevitablemente inoculan entre los obreros, lo que, además, deja poco lugar a la concepción inmanentista del obrero, revolucionario por el mero hecho serlo. Por supuesto, no colocamos a Marx como ideólogo de la Guerra Popular, tal y como hoy se define con precisión, pero sí señalamos estos elementos de lucidez visionaria que, para un cerebro de genial agudeza como el de Marx, podían ser ya perceptibles a través de las líneas maestras del desarrollo histórico y el carácter de la sociedad capitalista.

Esta visión bélica ya aparece en otros momentos, como cuando señala la necesidad de una guerra mundial que enfrente a la revolución proletaria contra la contrarrevolución absolutista:

“…todo levantamiento revolucionario, por muy alejada que parezca estar su meta de la lucha de clases, tiene necesariamente que fracasar mientras no triunfe la clase obrera revolucionaria, que toda reforma social no será más que una utopía mientras la revolución proletaria y la contrarrevolución feudalista no midan sus armas en una guerra mundial.”77

Como decimos, la formulación de este juicio se produce tras la traición de la burguesía a su revolución por temor al proletariado y señala, además de esta imagen de guerra mundial en consonancia con la idea de la RPM como una guerra popular mundial a nivel histórico, la sentencia, hace ya 160 años, de que todo progreso social pasa por la revolución proletaria, ya sea añadimos nosotros, por sus logros directos, ya sea dirigiendo el proletariado la revolución democrática, o incluso, aunque en rigor sea difícil considerarlo un auténtico progreso social, como subproducto reformista de la burguesía ante el temor a la revolución. Es algo que toda la experiencia del siglo XX demuestra, pero ahí tenemos hoy en día a nuestros revisionistas, intentando formar toda suerte de frentes con las facciones que juzgan progresistas o deizquierdas de la burguesía y proponiendo toda una panoplia de repúblicas sociales para intentar, dicen, allanar el camino del socialismo. Pero obviamente, por algo son revisionistas, porque no representan los intereses del proletariado revolucionario.

Finalmente hablábamos del balance que Marx y Engels realizan tras 1848-49. Por supuesto, tampoco tiene el mismo carácter que el que el proletariado debe realizar hoy, ya que en éste se trata de un balance histórico, cualitativamente superior, que incluye a los realizados antes, pero que demuestra la necesidad periódica que tiene la revolución proletaria de enfrentarse críticamente con su propia experiencia.Las luchas de clases en Francia 1848-1850 representan la médula de este balance político a que Marx se enfrenta en ese momento, fundamentalmente desde las páginas de la NGR(p-e). Allí podemos leer:

Pero lo que sucumbía en estas derrotas no era la revolución. Eran los tradicionales apéndices prerrevolucionarios, las supervivencias resultantes de relaciones sociales que aún no se habían agudizado lo bastante para tomar una forma bien precisa de contradicciones de clase: personas, ilusiones, ideas, proyectos de los que no estaba libre el partido revolucionario antes de la revolución de Febrero y de los que no podía liberarlo la victoria de Febrero, sino sólo una serie de derrotas.

En una palabra: el progreso revolucionario no se abrió paso con sus conquistas directas tragicómicas, sino por el contrario, engendrando una contrarrevolución cerrada y potente, engendrando un adversario, en la lucha contra el cual el partido de la subversión maduró, convirtiéndose en un partido verdaderamente revolucionario.”78

Estas líneas son una muestra elocuente de la profundidad del pensamiento de Marx y de la asombrosa facilidad que exhibía para emitir juicios de carácter universal a partir del análisis concreto. En este sucinto extracto vemos, además del planteamiento del balance político concreto de la experiencia concreta de 1848-50, cómo sus líneas se ajustan perfectamente al Balance del primer Ciclo revolucionario.

Así, la derrota de la revolución, por dura que resulte, no es una tragedia, ya que al situar en liza las fuerzas y estirar al máximo las contradicciones pone en evidencia la verdadera naturaleza del proceso de transformación y la del enemigo, permitiendo partir en el siguiente embate desde una posición más elevada. En una palabra, la praxis revolucionaria como fuente de conocimiento del proletariado.

Si se nos permite aplicar brevemente este riquísimo extracto a nuestro momento histórico actual, lo que sucumbió en la derrota del primer Ciclo revolucionario no fue el comunismo, sino sus tradicionales apéndices prerrevolucionarios, las supervivencias de las relaciones sociales de la revolución burguesa y del capitalismo concurrencial, formadas antes de que el capitalismo imperialista, era de la revolución proletaria, escindiera al movimiento obrero en dos alas, una revolucionaria y otra reaccionaria, escisión que toma una forma precisa de contradicción de clase: ideas e ilusiones sobre laesencia revolucionaria del obrero, el progreso histórico automático que conduce inevitablemente al socialismo y los proyectos de construir el partido revolucionario y la propia revolución desde las luchas espontáneas y parciales o desde el reformismo político muestran su carácter podridamente burgués y reaccionario; pero sólo la derrota podía liberar totalmente al comunismo de estas viejas concepciones.

Movimiento Anti-Imperialista
Mayo 2009

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Notas

1 “En la actividad del propio Marx y de Engels, el periodo de su participación en la lucha revolucionaria de masas de 1848-1849 se destaca como punto central. De él parten a la hora de definir los destinos del movimiento obrero y de la democracia en los diferentes países. A él retornan siempre para establecer cuál es la naturaleza interna de las diversas clases y sus tendencias en su forma más patente y pura. Marx y Engels aquilatan siempre desde el punto de vista de aquélla época revolucionaria ulteriores formaciones y organizaciones políticas, tareas y conflictos políticos de menor cuantía.” (LENIN, V. I.: Obras Completas. Progreso. Moscú, 1983. 5ª ed., tomo 16, pág. 25).

2 HOBSBAWN, E.: La era de la revolución, 1789-1848. Crítica. Barcelona, 2003, pág. 71.

3 También denominada Sociedad de Instrucción, va a disfrutar de un gran éxito, y será un modelo imitado por los miembros de la Liga allá donde tienen una mínima presencia. F. Lessner, uno de los principales acusados en el proceso contra los comunistas de Colonia de 1852, y que participaría en la Sociedad de Instrucción de Hamburgo, describe así esta organización: “era, en el mejor sentido del término, un lugar de cultura del pensamiento (…) revolucionario de los años 40 (…) donde los obreros se reunían para leer y discutir (…) sobre todo alrededor de la cuestión del comunismo”. (ANDREAS, B.: La Liga de los Comunistas. Documentos constitutivos. Ediciones de Cultura Popular. México D. F., 1973, pág. 56).

4 ANDREAS: Op. cit., pág. 22. Bauer también sentenciará que “sólo lo intelectualmente fundado es válido.”

5 Ibídem., pág. 20.

6 No está claro el momento en que Marx y Engels toman contacto por primera vez con los miembros de la Liga. Engels, en su Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas, defiende que fue en Londres en 1843, proponiéndole Schapper que entrara en la Liga entonces, aunque hay que tener en cuenta que escribe más de cuarenta años después. Sin embargo, los más que probables contactos quedaron sin consecuencias inmediatas hasta tiempo después.

7 Por comodidad, y al no ser un trabajo centrado principalmente en la biografía intelectual de Marx y Engels, nos referiremos a ellos sumariamente como conjunto, aunque de sobra es conocido que, a pesar de converger en el resultado de su evolución, no parten de las mismas bases teóricas –lo que, por otra parte, no deja de reflejarse en sus respectivas obras– ni comparten el conjunto del periplo que les lleva, de forma separada, a Bruselas, donde, a partir de la primavera de 1845, sí comienza ya un compenetrado trabajo común y una amistad que durará hasta la muerte de Marx.

8 También es de reseñar la importancia que va a tener para Marx su anterior trabajo periodístico en la Gaceta Renana.

9 CLAUDÍN, F.: Marx, Engels y la revolución de 1848. Siglo Veintiuno. Madrid, 1985, pág. 54.

10 ANDREAS: Op. cit., pág. 30.

11 Ibídem, pág. 32.

12 CLAUDÍN: Op. cit., pág. 61.

13 Ibídem.

14 Ibid., págs. 367 y 368.

15 Ibid., pág. 63. Straubinger es un término alemán que se refiere a los obreros-artesanos itinerantes que se detenían allí donde encontraban trabajo. Engels lo usa para designar a los obreros aún impregnados de mentalidad gremial y con ilusiones de invertir el proceso de proletarización del artesanado.

16 ANDREAS: Op. cit., págs. 37 y 38.

17 Ibídem., pág. 37.

18 Según Andreas, la visita a Bruselas que pone fin a la congelación de las relaciones tiene lugar en enero de 1847. Ibid., p.36.

19 MARX, C.; ENGELS, F.: Obras escogidas. Ayuso. Madrid, 1975. Tomo II, pág. 347.

20 CLAUDÍN: Op. cit., pág. 66.

21 “Los importantes documentos de la Liga descubiertos recientemente (…) obligan a corregir o matizar esa versión de Engels.” Ibídem, pág. 66.

22 Reporte del Primer Congreso de la Liga de los Comunistas, en ANDREAS: Op. cit., págs. 89 y 90.

23 Ibídem.

24 MARX; ENGELS: Op. cit., pág. 348.

25 Esto lo ejemplifica Marx cuando, a mediados de la década de los 40, escribía: “el día de la resurrección alemana será anunciado por el canto del gallo galo.” (Cf. CLAUDÍN: Op. cit., pág. 76).

26 MARX, C.; ENGELS, F.; HESS, M.: De la “Liga de los Justos” al partido comunista. Roca. México D. F., 1973, págs. 87 y 88.

27 MARX; ENGELS: O. E., tomo I, pág. 31. Claudín también expresa esta idea: “…Marx y Engels, como todos los comunistas de la Liga, como los blanquistas franceses y los cartistas revolucionarios, vieron en la proclamación de la ‘república social’ por el proletariado de París el comienzo del fin del reino de la burguesía. Y como vamos a ver, esta convicción permanecerá en los años siguientes…” (CLAUDÍN: Op. cit., pág. 76).

28 MARX; ENGELS: O. E., tomo II, pág. 351. Ello les costó ataques y acusaciones de cobardía por parte de muchos exiliados alemanes, organizados en la Asociación Democrática Alemana, que les acusaron de “dedicarse a enseñar economía política a los obreros cuando lo que hacía falta era ensañarles el manejo de las armas.” (CLAUDÍN: Op. cit., pág. 81).

29 Ibídem, pág. 86.

30 Ibid., pág. 124.

31 Ibid., págs. 126 y 127.

32 Ibid., pág. 107 (la negrita es nuestra –N. de la R.). “Para nosotros, febrero y marzo sólo podían tener el significado de una auténtica revolución siempre y cuando no fuesen el remate, sino, por el contrario, el punto de partida de un largo movimiento revolucionario, en el que (como había ocurrido en la gran Revolución francesa) el pueblo se fuese desarrollando a través de sus propias luchas…” (MARX; ENGELS: Op. cit., pág. 333).

33 Su política en la cuestión de la unidad alemana se completaba con su frontal oposición a la prusianización de Alemania, que era el tipo de unión defendida por la otra asamblea burguesa. (Ibídem, pág. 332).

34 Ibid.

35 Cf. CLAUDÍN: Op. cit., pág. 132.

36 Engels, refiriéndose a Born en su Contribución, señala: “…en las publicaciones oficiales de su asociación se mezclan, en abigarrado mosaico, las ideas defendidas en el Manifiesto Comunista con los recuerdos y los anhelos gremiales, fragmentos de Luis Blanc y Proudhon, el proteccionismo, etc.; en una palabra, se quería contentar a todo el mundo. Se organizaron, sobre todo, huelgas, sindicatos, cooperativas de producción, olvidándose de que lo más importante era conquistar, mediante victorias políticas, el terreno sin el cual todas esas cosas no podrían sostenerse a la larga. Y cuando, más tarde, las victorias de la reacción hicieron sentir a los dirigentes de la Hermandad la necesidad de lanzarse directamente a la lucha revolucionaria, aquellas confusas masas que se agrupaban en torno a ellos los dejaron, naturalmente, en la estacada. (…) la Hermandad Obrera se comportó frente al gran movimiento político del proletariado como una simple Liga particular, que en gran parte sólo existía sobre el papel…” (MARX; ENGELS: Op. cit., pág. 352).

37 Ibídem, págs. 329 y 330.

38 Cf. CLAUDÍN: Op. cit., pág. 171.

39 Ibídem, pág. 145.

40 Ibid., pág. 140.

41 Ibid., pág. 145 (la cursiva es del autor siempre que no se indique lo contrario –N. de la R.). Por supuesto, no debería ser necesario aclararlo, Marx no se refiere cuando habla de terrorismo a la lucha armada de grupos de vanguardia aislados, sino que se refiere al terror de masas, en la línea del aplicado en 1793.

42 Ibid., pág. 114. Como muestra de la brutalidad de la represión, baste mostrar las cifras, que hablan por sí mismas, de una insurrección de tres días de duración: 5 mil muertos, 11 mil obreros detenidos y 4 mil deportados a Argelia.

43 MARX; ENGELS: O. E., tomo I, pág. 98.

44 Cf. CLAUDÍN: Op.cit., pág. 192.

45 Un reciente ejemplo destacado es Karl Marx o el espíritu del mundo, escrito por Jacques Attali, nada menos que un ex-consejero de Mitterrand. No sería de extrañar que en el actual contexto de profunda crisis económica, con la venta de las obras de Marx disparándose como hace muchos años que no sucede, esta tendencia por rescatar un Marx académico y respetable se acentúe y se le vuelva a reservar un lugar en la academia burguesa a un cierto marxismo de cátedra, tras varias décadas de satisfactorio olvido total. ¡Mejor mostrar algo, mutiladamente codificado, por supuesto, a que algún irresponsable pueda sacar alguna peligrosa conclusión propia!

46 CLAUDÍN: Op. cit., pág. 228.

47 Ibídem, pág. 252. Necker era el director general de hacienda en la Francia de vísperas de la revolución de 1789 e impulsó reformas para intentar evitar su advenimiento.

48 MARX; ENGELS: Op. cit., pág. 92.

49 Ibídem, pág. 97.

50 Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas. (Ibid., págs. 92-103).

51 Cf. CLAUDÍN: Op. cit., pág. 229.

52A modo de curiosidad, ya que Claudín no es ningún referente teórico revolucionario, aunque esta obra es un innegable esfuerzo de síntesis y resulta útil por la enorme extensión que dedica a la reproducción de la obra de Marx y Engels en esta época, algunas de sus partes poco accesibles en la actualidad, el autor, cuando escribe esta obra, en 1975, se refiere a la Revolución china como “el ejemplo más multifacético y consecuente, hasta ahora, de estrategia de ‘revolución permanente’.” Ibid., pág. 315.

53 MARX; ENGELS: Op. cit., pág. 217.

54 CLAUDÍN: Op. cit., págs 230-232.

55 Ibid., págs. 233 y 234.

56 Ibid., págs. 232 y 233.

57 MARX; ENGELS: Op. cit., pág. 108.

58 MARX; ENGELS: O. E., tomo II, pág. 334.

59 “En términos generales, se ha tomado aquí a Inglaterra como el país típico del desarrollo económico de la burguesía, y a Francia como el país típico de su desarrollo político.” (MARX; ENGELS: O. E., tomo I, pág. 21).

60 Ibídem.

61 Ibid., pág. 27.

62 A modo de ilustración, señalar que Hobsbawm, por ejemplo, dedica unas interesantes páginas a describir la continua y recurrente proyección de la Revolución Francesa en la cabeza de otros revolucionarios posteriores y, especialmente, entre los dirigentes bolcheviques. (HOBSBAWM, E.: Los ecos de la marsellesa. Crítica. Barcelona, 2003, págs. 57-99).

63 Cf. SOBOUL, A.: La Revolución Francesa. Orbis. Barcelona, 1981, pág. 67.

64 Y es algo que, en la visión que nos da la perspectiva, notamos que Marx incluso llegó a intuir, cuando escribe sobre la insurrección proletaria de París de junio de 1848: “El proletariado de París fue obligado por la burguesía a realizar la insurrección de junio. Ya en esto iba implícita su condena al fracaso. Ninguna necesidad directa, conscientemente percibida, impulsó al proletariado a intentar el derrocamiento violento de la burguesía…” (CLAUDÍN.: Op. cit., pág. 246).

65 Ibídem, pág. 322. Aunque, como comentario, no está de más señalar que, sólo cuatro años después de esta carta, Marx se embarcaría y pondría su esfuerzo al servicio de otro efímero “partido”: la gloriosa Asociación Internacional de los Trabajadores.

66 Ibid., pág. 328.

67 MARX; ENGELS: O. E., tomo II, pág. 357.

68 “De modo que ¡sólo en abril de 1849 (…) Marx y Engels se pronunciaron por una organización obrera independiente! ¡Hasta entonces dirigían simplemente un ‘órgano de la democracia’ no ligado por ningún lazo orgánico a un partido obrero independiente! Este hecho, monstruoso e increíble desde nuestro punto de vista actual, nos demuestra claramente qué diferencia tan enorme hay entre la socialdemocracia alemana de entonces y el actual Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Este hecho nos muestra cuánto más débiles eran los rasgos proletarios del movimiento, su corriente proletaria, en la revolución democrática alemana (debido al atraso de Alemania en 1848, tanto en el sentido económico como en el político, a su fraccionamiento estatal).” (LENIN, V. I.: Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática. Akal. Madrid, 1975, pág. 126).

69 Por cierto, apuntar aquí que uno de los factores que coadyuvan a la explosión revolucionaria de 1789 es una de las periódicas crisis de subsistencia que afectaban a la sociedad feudal, en el sentido de que puede ayudar a comprender el peso para la revolución que se le concede a la crisis económica, fenómeno hasta cierto punto paralelo en el capitalismo.

70 MARX; ENGELS: O. E., tomo I, pág. 134.

71 Marx ya percibió las limitaciones revolucionarias de este marco socialdemócrata; en el contexto de la escisión final con el grupo de Schapper, señaló: “… yo no hago tal proposición porque provocaría inútiles enemistades y porque todas estas personas, de todas maneras, son comunistas por convicción, aunque las concepciones que manifiestan actualmente no son comunistas y, en el mejor de los casos, pueden considerarse socialdemocráticas.” (Cf. CLAUDÍN: Op. cit., pág. 231).

72 Esta secuenciación del periodo no resta singularidad a la cronología que hemos dado para el Ciclo y que mantenemos como sustancial (1917-1989), pues es el momento, la era de la revolución proletaria, como la designara Lenin, en el que los nuevos elementos, proletarios, se despliegan dándonos las herramientas para, mediante el Balance, limpiarlos de las formas viejas, burguesas, entre las que aparecieron, y que acabaron fagocitándolos de nuevo, como ya hemos explicado de forma más concreta en numerosas ocasiones.

73 MARX; ENGELS: Op.cit., págs. 98 y 99.

74 Ibídem, pág. 99.

75 Ibid. (la negrita es nuestra -N. de la R.)

76 CLAUDÍN: Op. cit., pág. 409 (la negrita es nuestra -N. de la R.).

77 MARX; ENGELS: Op. cit., págs. 65 y 66.

78 Ibídem, pág. 125