El Martinete - Número 22
Mayo de 2009
El asesino de Gavà
 

I si un trist atzar m’atura i caic a terra
porteu tots els meus cants
i un ram de flors vermelles
a qui tant he estimat.

Lluis Llach

 

 


 

Demasiados muertos, todos asesinados. Ningún culpable. Las responsabilidades se diluyen una vez más entre un mar de burdas excusas. Por supuesto, un cabeza de turco hay que encontrar que no es otra que la propia víctima. Otra vez el proletariado es el inmolado, el que no se beneficia del pacto social de clase del que goza la amplia aristocracia obrera, estómago agradecido e hipoteca contenta, y sobre el cual se asienta la estabilidad del sistema. Todos los asesinados de Gavà pertenecen a nuestra clase, a su sector más explotado y desfavorecido, familias emigrantes sin integrar en la sociedad catalana que les ha acogido para ser exprimidos de por vida. Los que tenían más suerte podían salir de sus guetos para regresar después de patéticos jornales. Y muchas sanguijuelas burguesas aún piensan que deben de dar gracias por tener cuatro paredes de papel de fumar bajo los que cobijarse. La explosión en una de las viviendas ha derribado la fachada del edificio entero.

El derecho a una vivienda digna es proclamado por la sacrosanta, reaccionaria y huera Constitución del Estado español. Ni como derecho fundamental es contemplado tal derecho, pues por encima está, en el reino de la sacralidad, la propiedad privada, que da permiso para enriquecerse a costa del resto de derechos y necesidades de las masas trabajadoras. Es la historia de siempre.

Todo ocurrió después de negligencias funcionariales. Los cuerpos de seguridad, tan displicentes a la hora de forzar los desahucios de los que no pueden hacer frente a las deudas y para desalojar ayuntamientos cuyo delito es no asumir el discurso oficial del régimen, tan insensibles a la hora de apalear manifestantes díscolos y de defender el derecho al trabajo sólo los días de huelga, tan eficientes a la hora de secuestrar periódicos y efectuar detenciones por no aplicar el libro de estilo de lo políticamente correcto y mejor pagado, decidieron en este caso que no era de su incumbencia si el gas acechaba amenazante con seguir el curso de la física más elemental.

Todo ocurrió casi a la vez que el atentado de ETA contra un empresario de la construcción, uno de esos abnegados filántropos que se han ganado la vida con sus manos y que tantos puestos de trabajo dan a tanto pobre trabajador desempleado. Exceso de minutos de silencio por este mártir intentó imponer la clase dominante, mientras la pequeña burguesía radicalizada se estremecía de emoción con los disturbios de Atenas, sin por ello detenerse a pensar en el eterno callejón sin salida en el que siempre desemboca la espontánea violencia anarquista. Gavà no mereció minutos de silencio oficiales ni asaltos a comisarías. No eran los muertos de la burguesía. Ni de la grande ni de la pequeña. Los muertos eran de los nuestros, muertos de la clase que revolucionará el mundo y se tomará justa venganza. Pero tampoco los comunistas empleamos el tiempo en testimoniales e impotentes gestos por los miembros de nuestra clase que caen en el combate diario por la vida, sino que preferimos entregar nuestra vida entera a la lucha por derribar al culpable de la muerte de los nuestros, el sistema capitalista. Pero que, bajo esta abstracción sistémica, no piensen los responsables directos de este nuevo asesinato que queda difuminada su responsabilidad. Responsables de la sangre que vierte el proletariado en este mundo globalizado son todos aquellos que sustentan directa o indirectamente el sistema imperialista mundial de explotación. La categoría del inocente no existe en las relaciones sociales de vida y producción. “Sólo las piedras son inocentes”, decía Hegel.

Y qué decir, en un territorio en que la cuestión nacional aún está por resolver, de los que, diciendo defender la necesidad de la revolución y el socialismo, centran preferentemente su actividad en la lucha por la independencia, sin tan siquiera darse cuenta de que al no conseguir fusionar revolución y autodeterminación sólo nutren de apoyos a un sector de la clase dominante españolista y españolizadora. “Mori el Borbó!”, gritó hace poco un diputado de ERC con el que todos se solidarizaron. Sí, por supuesto, el grito del pueblo catalán de hace 300 años aún tiene cierto sentido a pesar de que el Habsburgo con el que se le pretendía sustituir ya no esté sobre el cuadrilatero. Pero el responsable real de la opresión de los pueblos ibéricos es el mismo que el que esclaviza con el salario al trabajador, el capital. Ni las veleidades republicanas ni la independencia nacional garantizan en ningún caso la independencia política y social: es imprescindible acabar con el sistema de explotación. El Estado español soberano, imperialista y extorsionador de sus clases trabajadoras las obligó a emigrar fuera de sus tierras para favorecer la desintegración del pueblo de acogida y alejar de sus dominios directos la presión infrasocial. Si los comunistas y el resto del proletariado no comprenden que a la revolución proletaria mundial ha de acoplarse la lucha de los pueblos por su autodeterminación, la conquista máxima a la que podrá aspirarse es la creación de una cárcel como el Estado militar de Israel.

Morir en Gavà, morir en patera, morir yendo al tajo, en el andamio o bajo tierra, los trabajadores tenemos un inmenso escaparate de posibilidades donde poner fin a nuestra existencia y todo hay que agradecérselo a la democrática y liberal dictadura de la burguesía. La miseria y la pobreza, en el supuestamente tan alejado tercer mundo o en nuestro invisible y sin embargo tan cercano cuarto mundo, tienen su espacio y cumplen su papel como generadores de plusvalía, pues bajo el sistema no puede haber territorios y, aún menos, personas de las que no pueda extraerse el jugo del que se nutre la burguesía. La caridad disfrazada de solidaridad y gestionada por infinitas ONG’s no sólo genera puestos de trabajo y más de una cuartada imperialista, disfrazada de intervención humanitaria, ecotasa, de turismo solidario o comercio justo, que tanto da. Además, sirve para combatir los remordimientos, justificar conductas diarias insolidarias, desviar la atención y la toma de conciencia a la vez que aumenta la audiencia de programas basura que sólo sirven para acrecentar el grado de morbosidad evasiva y alienadora e incrementar los beneficios de las numerosas cadenas de información monotemática. Sin embargo, cuando esos parias del mundo deciden no seguir jugando al juego macabro de vulgarizar la miseria y deciden intervenir políticamente, proveerse de la teoría revolucionaria y de arrebatar las armas a los que les apuntan con ellas para iniciar la guerra popular al grito de ¡muera el capital!, entonces, pasan rápidamente a ser acusados de narcoterroristas, precisamente por los que se ponen hasta el culo de estupefacientes en cualquier antro de ocio del occidente imperialista (recordemos al mamao de Haider).

Ésta es la única manera de morir que el proletariado puede escoger libremente, luchar incansablemente contra la burguesía y, si en el transcurso del combate se ha de caer, que sea después de haber contribuido a la emancipación de la humanidad y no abrasado en la propia casa o aplastado contra el suelo o sepultado bajo tierra o atravesado por la ferralla del automóvil con el que se corría, para no llegar tarde al deber impuesto de trabajar para un empresario o para evadirse del mismo.

Éste es el único camino que debe recorrer todo trabajador a lo largo de su vida. Dotarse de conciencia revolucionaria y de Partido Comunista para poder abandonar una vida dedicada a trabajar y consumir para el capital y cambiarla por una vida de lucha en su contra. No es fácil, pero es la tarea.

Movimiento Anti-Imperialista
Diciembre 2008

 

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