EN AUSENCIA DE REFERENTE REVOLUCIONARIO: SOBRE LA INEXORABLE ASIMILACIÓN DE LOS MOVIMIENTOS ESPONTÁNEOS DE LAS MASAS POR LA BURGUESÍA

 

            Crisis, crisis, en todos los lugares, desde la Europa imperialista hasta el Oriente Próximo se habla de la crisis económica, y con ésta, vino irremediablemente el resurgir del movimiento de masas. Desde Grecia hasta Londres, las banlieus, el 15-M, la Primavera Árabe, el mundo se agita como no se había visto desde hacía mucho tiempo, la agobiante estabilidad que hace unos pocos años parecía que había condenado a la historia a un punto muerto, se nos presenta ahora como algo del pasado; y como de este pasado, al igual que el resurgir del fénix, hoy vuelve a estar a la orden del día, junto a los problemas triviales que ocupan diariamente a las masas, la necesidad de cambio (evolución dicen algunos), la necesidad de revolución. Pero junto a esta reedición del agitar espontáneo de masas, se nos vuelven a presentar a los comunistas, no tanto como el fénix, sino como el fantasma de las navidades pasadas, la necesidad de dirección del movimiento de masas,  y es que como ya sentenciaba Lenin en su ¿Qué hacer?: sin teoría revolucionaria, no puede haber movimiento revolucionario. Y es aquí donde el marxismo se nos vuelve a presentar como la juventud del mundo, pues si la vanguardia revolucionaria desatiende las tareas que permitan al comunismo volver a convertirse en referente revolucionario, el común denominador de todo movimiento de masas será su inexorable reconducción y asimilación por la burguesía.

Crisis de Estado y elecciones:        

No hubo sorpresas. La aplastante victoria electoral del PP, anunciada con meses de antelación, se consumó el 20-N. No obstante, como se han apresurado a remarcar los plumíferos social-liberales, esta contundente victoria del PP no ha sido tanto el fruto de una subida en votos, que justificara la expresión de ola azul, sino de la debacle del PSOE, no menos espectacular e importante por más previsible que fuera. Nuevamente se pone de manifiesto el creciente agotamiento del modelo parlamentario establecido hace más de tres décadas. De nuevo, las masas no han votado una alternativa ilusionante, sino que se han limitado al castigo del gobierno de turno (del mismo modo que en el anterior cambio de ejecutivo, en 2004, votaron más bien en contra de quienes estaban en la Moncloa que a favor de Zapatero). No abundaremos sobre las obviedades y paradojas que nos dejan estas elecciones, como, por ejemplo, que los pletóricos vencedores proclamen a los cuatro vientos su legitimidad para un acelerado programa de recortes, cuando ésa ha sido precisamente la razón de la quiebra electoral del anterior ejecutivo; ni las nulas diferencias de fondo para el proletariado entre los que nos han gobernado y la alternativa que se acaba de instalar en el timón del Estado, ¡son cosas de la democracia burguesa!

            Sin embargo, la debacle del PSOE en el marco de la aguda crisis financiera que atraviesa la Unión Europea (UE) y el acelerado proceso de reestructuración económica y política que se está implementando por todo el continente, sí que son indicativos de que estamos asistiendo a profundos cambios que condicionarán decisivamente el porvenir. No en vano, la sorprendente rapidez y la relativa falta de oposición con que se está reestructurando la UE nos avisan de que el modelo heredado en Europa occidental, que se alumbró al calor de los treinta años dorados de crecimiento económico, forjado por la experiencia de la Gran Depresión y el miedo burgués ante la expansión del movimiento comunista tras la Segunda Guerra Mundial, y sostenido sobre la rapiña de los países oprimidos, ha quebrado. Se ha firmado el acta de defunción del modelo de Estado de bienestar, basado en la integración en el Estado de dominación de la burguesía de un importante estrato del proletariado, la aristocracia obrera, que se traducía en un poderoso sector estatal que garantizaba la distribución del salario diferido con que asegurar las prebendas de este autosatisfecho estrato, poco proclive a cuestionarse el precio en sangre de su anodino y rutinario bienestar. Por supuesto, no es que la aristocracia obrera vaya a ser completamente barrida, pues es un producto natural del desarrollo capitalista, y la base primordial de la estabilidad social en las metrópolis, pero no hay duda de que su adelgazamiento cuantitativo va a ser muy importante y de que su posición como interlocutor político y cogestor del Estado burgués se va a ver, y se está viendo, seriamente cuestionada.

            El Estado español es un buen ejemplo de este proceso general. La crisis del PSOE no es otra cosa que la crisis de ese modelo de estructuración económica y política del sistema capitalista, pues no en vano, el PSOE ha representado a los sectores más dinámicos de la burguesía imperialista española, a la vez que expresaba el vínculo de éstos con la principal base sociológica del Estado imperialista, la aristocracia obrera. Tanto la actuación tragicómica de CC.OO. y UGT durante esta última legislatura, como la sangría de casi 5 millones de votos que ha sufrido el PSOE, muestran a las claras ese vínculo y el papel fundamental de los “socialistas” como auténtico partido de Estado, así como su aguda crisis actual.

            Queda despejar la incógnita de hasta qué punto se van a resarcir los sectores sociales representados por el PP (y que son, dentro de la burguesía, el sector que más ha notado las consecuencias de la crisis, en el ladrillo y el sector financiero de las cajas de ahorro, por ejemplo) sobre el cuerpo agonizante e inerme de la aristocracia obrera. Desde el punto de vista de la estabilidad a medio plazo del Estado burgués, los antecedentes no pueden ser sino inquietantes, pues durante el aznarismo no se dudó en cuestionar unilateralmente todo el entramado político y las reglas de juego que las diferentes fracciones de la burguesía se habían dado en 1978 (en ese entonces a costa de las burguesías nacionales periféricas, aunque la victoria del PSOE en 2004 restauró su posición). No obstante, parece que Rajoy no se ha rodeado en su ejecutivo de los halcones más duros y reaccionarios, a lo Aguirre, por lo que, aunque indudablemente, como muestra la composición del ejecutivo, el castigo sobre la aristocracia obrera será muy duro (pero, como lleva mostrando el PSOE desde mayo de 2010, ésa es la política estructural establecida para todo el bloque imperialista europeo), no está tan claro si volverá a plantear la ruptura del juego consensuado con las otras fracciones burguesas (el otro sector monopolista y las burguesías medias nacionales, principalmente).

            La pérdida de legitimidad de las instituciones representativas y de los sindicatos, y su inoperancia para afrontar la ofensiva del capital financiero, han provocado el inquieto movimiento de los sectores medios (aristocracia obrera y pequeña burguesía) en trance de proletarizarse –no son, como ya hemos señalado en otras ocasiones, las masas hondas y profundas de nuestra clase las que protagonizan el 15-M, pues para estos sectores permanentemente deprimidos en su vivir cotidiano, la diferencia entre periodos de crisis y de bonanza económica es puramente académica. Está por ver hasta qué punto los organismos tradicionales de la aristocracia obrera, los sindicatos y la izquierda parlamentaria (o con  pretensiones de parlamento), podrán insuflarse nuevas fuerzas con este movimiento, aunque las maniobras de IU-PCE van en esta dirección (su programa ya se ha vuelto abiertamente conservador: restaurar el esquema de los años dorados). No obstante, a pesar del entusiasmo de los peceros por sus resultados electorales, lo cierto es que han quedado muy lejos de la época de Anguita, aún cuando el actual contexto se presentaba a priori más prometedor para ellos.

            Lo cierto es que nos hallamos en medio de una importante crisis política. Como decimos, la falta de legitimidad creciente de las instituciones representativas y el hecho de que la izquierda institucional sea incapaz de capitalizar el creciente descontento de la aristocracia obrera, en medio del inicio de un ciclo ascendente de luchas espontáneas de las masas, son algunos de sus síntomas. Poco se puede decir de estas luchas, salvo que están condenadas al agotamiento o a ser reconducidas a la reforma del Estado burgués si la vanguardia proletaria no reconstituye el referente de la Revolución Socialista como una posibilidad cierta. Es por ello poco probable que estas luchas consigan algún tipo de transacción de entidad, más allá de la posibilidad de ser aprovechadas para la remodelación de una fachada política que amenaza ruina (como puede ser la reforma de la ley electoral, una de las peticiones del 15-M), ni tampoco, por supuesto, conseguir frenar la reestructuración económica y política en marcha, ya que no existe una amenaza revolucionaria real para la burguesía que le sugiera contenerse.

            A conformar esta amenaza no contribuye, más bien la dificulta, la política de algunos destacamentos de la vanguardia autodenominada comunista, que insisten en la participación electoral, independientemente de esas circunstancias concretas de las que tanto gustan cuando se trata de combatir los principios del comunismo. Y es que de nuevo, tanto dan los años de bonanza económica o los de crisis política o social, la receta concreta resulta ser siempre la misma: la presentación a las elecciones, aún sin posibilidad real de obtener ningún representante. De nuevo a los que se les llena la boca con la calle y el trabajo de masas, vuelven a ignorar la voz que se oye en esas calles, cuestionando espontáneamente esas instituciones a las que dan aire con su participación y desde la que, en su propaganda electoral, se les promete nada menos que todo. Pero en fin, las más que sobradas y justas razones para el boicot ya las hemos expuesto en numerosas ocasiones, incluida la última cita electoral, por lo que no insistiremos en ello.

            Pero ya que de elecciones se trata, nos tendremos que fijar en los resultados de esta tendencia, para ver cómo se refleja el trabajo de masas en apoyo electoral a los comunistas. Y si ésa es la consideración, como suelen señalar los abogados de la participación electoral, los resultados no pueden ser más desconsoladores. En este contexto de crisis y ofensiva del capital financiero sobre el proletariado y la aristocracia obrera, siendo el PCPE la mayor organización del abigarrado espectro comunista a la izquierda del PCE, los votos para la candidatura comunista han sido de algo más de 26.000, unos pocos miles más que en las anteriores elecciones generales. Aún concediéndoles unos cuantos miles de votos más, ya que debido a la nueva reforma del sistema electoral, para hacerlo aún menos democrático, el PCPE se presentaba por el 80% del censo, es un crecimiento porcentual menor que el de IU-PCE. Y precisamente ese crecimiento de IU-PCE tan por debajo de su techo en este contexto es una de las razones de peso que se pueden esgrimir para señalar la agudeza de la crisis política, que aún en el creciente desgaste y crisis de las fuerzas tradicionales y del sistema de representación, la izquierda parlamentaria y extraparlamentaria no haya conseguido aglutinar una masa de votos cercana a sus mejores momentos (y hay que decir que el PCPE se encuentra porcentualmente mucho más lejos de su techo electoral, en 1989, que IU-PCE del suyo).

            Es interesante que estos resultados se hayan producido a pesar de situarse en medio de un proceso de unidad (absorción por el PCPE, más bien) con otros destacamentos (JCA, UP, UJC-M) iniciado ya, lo que le ha reforzado orgánicamente. Por cierto que nos parece natural y positivo este proceso, pues la pluralidad de organizaciones no tiene justificación en la similitud de la línea política y el estilo de trabajo revisionistas que comparte gran parte de ese sector del movimiento en el Estado español. El PCPE es la organización paradigmática en cuanto a implementación de la línea economicista-parlamentaria, combinada con una retórica y estética ortodoxa, por lo que está bien que el terreno se vaya clarificando y se reduzca la inflación de siglas que realmente no tienen expresión en líneas ideológicas y políticas sustancialmente diferentes.

            Así pues, desde el punto de vista de las elecciones como barómetro del estado de ánimo de las masas (para medir el cual no es necesaria la participación de los comunistas), los resultados nos muestran la creciente desafección hacia el sistema tal y como está hoy establecido por un importante sector de éstas. Nos señala también el divorcio entre la fracción de la burguesía imperialista representada por el PSOE y la aristocracia obrera, vínculo que garantizaba la estabilidad social a largo plazo, con la consecuente crisis política (queda por ver cómo intentará recomponer el PSOE ese vínculo, con todas las cortapisas que en este sentido se están imponiendo desde Berlín al conjunto de la UE). Asimismo esta desafección, por su carácter espontáneo, en ausencia de un movimiento revolucionario, o un embrión referencial del mismo, que eduque a las masas contra el cretinismo parlamentario, ha favorecido que la burguesía pueda presentar un cuadro de participación aceptable (aunque la abstención ha subido en más de un millón y el voto nulo se ha doblado), habiéndose desviado gran cantidad de votos a los múltiples partidos de la pequeña burguesía en sus múltiples acepciones, desde los neofascistas de UPyD a extravagancias animalistas extraparlamentarias.

            Precisamente, que el PCPE apenas se haya aprovechado de este fenómeno, animado por el único movimiento de masas que existe ahora en el conjunto del Estado, es un claro indicativo de la nula capacidad referencial del revisionismo y del escaso eco de su pretendido trabajo de masas. Así pues, crisis del fundamento estructural del capitalismo monopolista de Estado, tal y como estaba configurado hasta ahora, que es el que vinculaba en cogestión y beneficio a burguesía imperialista y aristocracia obrera, crisis de legitimidad de las instituciones representativas, incapacidad de la izquierda institucional para encauzar ese malestar, y absoluta carencia de influencia del revisionismo entre esas masas.

            Nuevamente la crisis pone de manifiesto el profundo estado de postración de nuestro movimiento, la incapacidad de ser referente de las masas. Poco puede esperar el proyecto de la revolución proletaria de esta crisis económica y política, pues la tarea previa, constituirse como un sujeto político con entidad propia está por hacer. De hecho, esa reconstitución pasa inevitablemente por derrotar las concepciones hegemónicas del revisionismo, que queman a los cuadros vocacionales del comunismo en un supuesto trabajo de masas que se muestra estéril año tras año, desviándolos de las necesarias tareas que hoy se enmarcan en el plano de la vanguardia y de reconstitución de la teoría revolucionaria como referente de avanzada de la sociedad.  

Unos apuntes sobre el MLNV: ETA, del reformismo armado al reformismo parlamentario.

Junto con el análisis de los resultados electorales de los comunistas parlamentarios,  es interesante señalar la vuelta de la Izquierda Abertzale al parlamento. La llegada de Amaiur al parlamento estatal viene a encumbrar la línea política del MLNV en la última década. Con la “Alternativa KAS” el MLNV pretendió acumular fuerzas a través de la lucha armada para negociar políticamente. ETA debía garantizar la fortaleza del MLNV como interlocutor ante los Estados francés y español en un proceso en que éstos debían reconocer la existencia de Euskal Herria y por tanto su derecho a la autodeterminación sin injerencias. La Alternativa KAS se ahogó en las Conversaciones de Argel y en la primera mitad de los 90 el MLNV realizó su “reordenamiento táctico-estratégico” en torno a la “Alternativa Democrática” donde se elaboró una hoja de ruta en que la izquierda abertzale debía trabajar por la “construcción nacional permanente” en un estilo de trabajo similar al de la socialdemocracia: trabajo sindical, educativo, cultural, parlamentario… cuyo máximo exponente y en donde debía converger todo esto era Udalbiltza, el agente político proyectado por los cargos institucionales abertzales como validos de la nación vasca ante Francia y España. La negociación “de tú a tú”, al no plantearse la cuestión de ETA, seguía siendo el horizonte, conquistándose ahora posiciones a través de las luchas económicas del pueblo vasco, concepto que pasaba como un rodillo por encima del acuñado anteriormente por el MLNV, a saber, el de pueblo trabajador vasco como justificante “marxista” de la circunscripción chovinista de las luchas abertzales que se impuso frente a la línea más internacionalista en los debates en torno a los que pivotó el MLNV en los años 60-70.         

A todo esto el Estado español, sin abandonar los ataques contra el MLNV desde las cloacas de la democracia parlamentaria, dio otra vuelta de tuerca a su legislación creando a inicios de este siglo la Ley de Partidos ahogando así la estrategia de la Alternativa Democrática que se nutría en gran medida de la representación abertzale en las instituciones burguesas. El MLNV volvió a reordenarse  y parió la propuesta de Anoeta para “llevar el conflicto de las calles a la mesa de negociación”. De esto en 2004 al cese de la lucha armada quedaban ya unos pasos. La represión en Euskal Herria no cesó, por el contrario, el Estado siguió sus envestidas ilegalizando cualquier formación de la Izquierda Abertzale, salvo las que renegasen de la política por otros medios.  No obstante la construcción nacional del MLNV seguía adelante, y como no podía hacerse fuera de las instituciones la IA preparó el terreno para que las distintas corrientes abertzales que gestionaban el Estado convergiesen en un Frente Nacional o Unidad Popular: Eusko Alkartasuna, aliada del PNV; y algunas escisiones de la propia IA y de la federación vasca de Izquierda Unida. Esto salió del proceso de debate en la IA “Zutik Euskal Herria”. Sus documentos señalaron que la Izquierda Abertzale debía ser la vanguardia de la paz (de la paz imperialista) y la normalización (la normalización imperialista) en Euskal Herria sin esperar al resto de “agentes sociales”. ¿Qué pasó? Pues que el “resto de agentes sociales” son la burguesía monopolista española así como la gran burguesía nacional vasca. Y la pequeña burguesía radical vasca (desprovista de fuerzas reales cara a la negociación por el aislamiento de ETA, como garante del respeto de las decisiones de Euskal Herria, con respecto a las masas) se ha estrellado con la realidad que no es otra cosa que el Estado español como órgano de opresión contra el pueblo vasco y como organismo imbricador de relaciones entre las clases dominantes. En este sentido ETA se ha aislado por no poder romper esa correlación de fuerzas que se representan en el Estado español, por los golpes que el Estado le ha asestado y, en otro orden, por su concepción pequeñoburguesa de la lucha de clases en donde un destacamento de la vanguardia (nacional, que no de clase) ejerce la lucha armada como garante de un proceso político en donde participa la vanguardia “institucional”, es decir, por la conformación de un movimiento reformista que unifica a destacamentos con diversas labores pero que no tienen por objetivo ni unirse a las masas para elevarlas ni destruir el viejo aparato del Estado, tareas que sólo puede acometer el proletariado revolucionario reconstituido en Partido.

            Así, la IA se ha visto necesitada de conciliar con todo esto, con el marco de relaciones sociales existente, que en la cuestión vasca no se ha movido con respecto a los años de la transición. Ha tenido que prescindir de la lucha armada, para integrarse en el Estado burgués español, en las relaciones democráticas con la burguesía vasca y española a través de la Unidad Popular que es principalmente, un frente electoral para gestionar la dictadura del capital. Y esto no debe sorprender pues la vocación de la Izquierda Abertzale, y de todo programa pequeñoburgués, como el que tiene por bandera el MLNV, ha sido siempre sentarse ante el Estado para negociar. Es lo mismo que plantea el foquismo inconcluso de las FARC-EP en Colombia, luchar contra el Estado para obligarlo a negociar. O lo que han hecho los revisionistas de Nepal que desarrollaron la Guerra Popular no para destruir el viejo Estado sino para tener la fuerza suficiente en la mesa de negociación con el resto de partidos de la burguesía nepalí. Y aunque ambos desenlaces, el vasco y el asiático, se encuadran en el final de un Ciclo, el de Octubre,  claro está, no tiene el mismo calado histórico para la Revolución Proletaria Mundial la integración en el Estado burgués de un grupo nacionalista que la sumisión ante el capital de uno de los destacamentos que representaba la avanzada del Movimiento Comunista Internacional. Y para esto no vale escudarse en teorías conspiranoicas, siempre ajenas al marxismo. Esto ha de ser analizado y explicado por los comunistas a través del Balance del Ciclo que propone el MAI.

Siguiendo con nuestros abertzales, al ser derrotados se han tenido que sentar a ver que les concede el Estado, renegando de ETA, mendigando al enemigo victorioso la reconciliación como acto de “valentía” y esperando gestos de bondad parlamentaria de quienes hasta hace poco les torturaban y que no han dudado en negarles injustamente el grupo parlamentario en Madrid demostrando que en la lucha de clases el más fuerte es el que marca las reglas a seguir y el único que goza del banquete de la victoria.       

En medio de esta batalla en que el proletariado no se jugaba nada no podemos olvidar a los “comunistas abertzales”, una amplia amalgama de corrientes en donde se juntaban, sin revolverse, socialdemócratas como el EHK, trotskistas variados y revisionistas ortodoxos.  Los dos primeros siguen a pies juntillas la deriva abertzale mientras los últimos se han quedado prácticamente solos en su llamamiento a mantener en alto la bandera de la lucha armada. Y quizás por ello estos son, sin quererlo, los mejores representantes  de la tragedia que supone para el proletariado diluir sus intereses y su independencia como clase en un movimiento que le es ajeno por contenido, en él no va a encontrar la solución a la reconstitución ideológica y política del comunismo, y que no puede encabezar, precisamente porque no existe partido de nuevo tipo. Nota deberían tomar los que plantean para el conjunto del Estado español la revolución desde los, para colmo, inexistentes frentes interclasistas obreros y populares. 

Crisis europea y reorganización imperialista.

            Después de los puntos anteriores, donde hemos hecho un breve repaso político en el ámbito estatal, nos disponemos a reseñar una serie de cuestiones sobre la crisis y sus consecuencias en el contexto internacional.

            Es conocido por todos que frente a las diferentes posturas defendidas por los diversos sectores de la burguesía, desde los que defienden una crisis de tipo financiero hasta los revisionistas que buscan un reparto equitativo en la distribución de las consecuencias de la crisis, todos tienen en común su afán por echar balones fuera buscando cualquier tipo de chivo expiatorio, que permita liberar de cualquier culpa al verdadero responsable: el sistema capitalista.

            Nos encontramos, como define Marx en El capital, ante una crisis cíclica de superproducción, cuyas características principales son: por un lado, la tendencia de la producción capitalista a la caída de la tasa de ganancia, después de un periodo de bonanza económica, basado en la saturación de determinadas ramas de la producción y que afectó al sistema financiero que apoyó con sus créditos ese período de expansión; y por otro lado, el colapso de los instrumentos de compensación que pretende amortiguar esa caída de las inversiones. 

A la hora de abordar el problema de crisis, se sigue un esquema clásico de superación de la crisis, podemos enumerar entre otros: el frenazo del crédito, paralización de la producción, aumento del ejército de reserva, disminución de los medios de vida de la clase obrera y aumento de la explotación de aquellos, que aún no han pasado a formar parte del ejército de reserva, mediante la compensación de la disminución de la tasa de ganancia con el aumento de la plusvalía... En el plano internacional aumenta la explotación de los países oprimidos (sobreexplotación de su clase obrera y de sus recursos naturales).

En este contexto, los capitalista individuales maniobran, de éstos, los más débiles tratan de paliar la crisis sin sucumbir  y ser absorbidos por los más poderosos, los cuales pretenden concentrar en sus manos mayor cuota de mercado a costa de los menos poderosos. En el mismo sentido, los distintos países también maniobran tratando de obtener las mejores condiciones para sus capitalistas. En esta situación nos encontramos con distintos niveles entre los países imperialistas y también entre aquellos que pugnan por serlo como las llamadas potencias emergentes: China, Brasil, Rusia e India fundamentalmente.

Dentro de los países o bloques imperialistas nos encontramos con aquellos que se encuentran en claro declive con una potencia industrial en franco retroceso, como es el caso de EE. UU. y Gran Bretaña. En estos países imperialistas, por la situación de su clase obrera, ya bastante explotada y con pocas posibilidades de sobreexplotación, con un “estado del bienestar” ya muy adelgazado, y una aristocracia obrera poco poderosa, la superación de la crisis pasa por la sobreexplotación de sus semicolonias o la consecución de nuevas de las que obtener plusvalías. Esta situación les aboca a embarcarse en guerras imperialistas de rapiña para tener mayor parte del pastel de las naciones oprimidas, principalmente para obtener las del bloque imperialista derrotado: el soviético. Claros ejemplos de ello son la sucesión de guerras en las que estos países se han involucrado, con la necesidad, dada su paulatina debilidad, de aliarse con otros países imperialistas para llevarlas a cabo. Irak, Afganistán y Libia dan buena cuenta de ello, a lo que tendremos que sumarle, desgraciadamente, futuras intervenciones imperialistas. La reconstrucción de lo destruido siempre es un buen negocio, a no ser que puedan evitar la guerra, en cuyo caso, lo hacen mediante el cambio de la fracción de clase explotadora en el poder, lo que les garantiza una redistribución de los benéficos entre la nueva fracción de la clase en el poder y su propia clase capitalista.

Por otro lado, las potencias que poseen una aristocracia obrera de cierta relevancia, observado en un mayor estado de bienestar, han conservado cierto margen para aumentar la explotación de su clase obrera. Esto  les ayuda a poder permitirse un mayor colchón para reestructurarse a través de eliminar conquistas sociales, lo que significa una bajada de los costos de producción, y así aumentar la productividad de su clase obrera, y como consecuencia de ello, la competitividad industrial frente a sus rivales. Esta circunstancia se da sobre todo en la UE y en Japón.

En el contexto europeo, existe colusión y pugna entre los distintos países que la forman. Se reproduce el esquema clásico para superar las crisis capitalista: aquellos países con un capitalismo más desarrollado (Alemania y Francia fundamentalmente), tratan de “engullir” a los más débiles (Grecia, Irlanda, etc.). La estrategia de éstos consiste en “convertirlos en semicolonias” sirviéndose de múltiples mecanismos, donde el más significativo quizás sea el de la deuda soberana. El ejemplo paradigmático de ésta es que, mediante el crédito de los países fuertes a través de sus bancos, los países débiles han financiado grandes infraestructuras no productivas (juegos olímpicos, etc.) que fundamentalmente han realizado empresas de nacionalidad alemana y francesa. Cuando no se puede pagar el crédito (ejemplo de la hipoteca), la banca se queda con el país (casa). Y para evitar que otras potencias emergentes dentro de la UE participen del pastel, se aumenta la capitalización bancaria.
 

Tras la primavera árabe los imperialistas hacen su agosto

El que acabamos de describir es el juego del imperialismo europeo con los países amigos pero para los que forman parte del eje del mal  hay otra receta. Como decíamos más arriba, una de las vías de contrarrestar la crisis por las potencias imperialistas en decadencia ha sido la captura de nuevas semicolonias. Estas se encuentran en la antigua área de influencia del socialimperialismo y por ello ha sido imprescindible romper el estado: fue el caso de Irak y el de Libia. Veamos cómo están evolucionando las cosas en el segundo.

Lenin decía que en los momentos de auge revolucionario el tiempo parecía acelerarse de tal modo que un día equivalía a años de periodos de calma. El caso de la “primavera árabe” es parecido, pues los cambios políticos se han sucedido a gran velocidad, pero ahora, nueve mese después podemos empezar a valorar el alcance y el significado de lo que está ocurriendo en el norte de África y Siria. 

Lo primero que podemos constatar, aunque ya lo sospechábamos, es que las llamadas revoluciones árabes no son más que reestructuraciones de estos estados: Ni ha habido ni va a haber transformaciones revolucionarias en estas sociedades, sino modificaciones en la facción de la burguesía que dirige los estados, como veremos más abajo con el ejemplo libio. La forma en que están teniendo lugar  estas reestructuraciones se explica por el profundo malestar de las masas que, a falta de un sujeto revolucionario capaz de darles una respuesta efectiva , es aprovechado por una facción de la burguesía compradora tras neutralizar  a la burguesía nacional cuyos intereses vienen siendo defendidos por el islamismo.

Otro elemento que llama la atención son los dos modelos en que se están produciendo estas reestructuraciones. Tenemos por un lado un modelo basado en el pacto de la facción dirigente con la nueva tras un periodo de movilizaciones de las masas, el modelo de Egipto y Túnez. Este modelo pacífico se ha dado hasta la fecha en estados  que estuvieron bajo la influencia del bloque imperialista occidental durante la Guerra Fría y quizá por ello no fuese necesaria una intervención abierta del imperialismo para defender sus propios intereses en estos países.

Frente a este modelo pacífico tenemos el modelo de guerra civil que ha tenido lugar en Libia y que parece ser el camino hacia el que se dirige Siria. En estos estados, aunque forman parte de la cadena imperialista, el control político por parte del imperialismo es más débil y por ellos éste se muestra más interesado en su reestructuración, aunque sea a costa de una intervención militar directa como ha sucedido en Libia, o mediante presiones económicas a cargo de la ONU. La explicación de la deriva en guerra civil puede encontrarse en el hecho de que estos países estuvieron bajo la órbita del socialimperialismo durante la Guerra Fría y el imperialismo por un lado tendría menos capacidad de influencia diplomática sobre los gobiernos y por otro estaría más interesado en una guerra que barriese las estructuras política de estos estado y pasar a controlar desde el principio la edificación del nuevo estado.

Esto último parece comprobarse en los jefes del CNT libio, donde abundan los casos de cuadros educados en EE.UU. Veámoslo más de cerca.

En los puestos importantes del CNT encontramos una mezcla de antiguos miembros de la Yamahiriya Árabe, “exiliados” e islamistas enemigos a muerte de Gadafi. En primer lugar, tenemos a un concienciado defensor de los derechos humanos del pueblo y muy crítico con la política gadafista en este tema… ¡desde dentro del propio estado libio! Mustafá Abdel Jalil, presidente del CNT, ha aparecido en los medios como tal ya desde sus tiempos de simple juez en 1978. El caso es que su compromiso con las libertades democráticas le valió el ascenso dentro de las estructuras políticas libias: en 2002 fue nombrado presidente de la corte de apelación y en 2007 ministro de justicia. Si hacemos caso a la descripción que aparece en los medios y a su carrera política, parece que el estado libio se dedicaba a promover en cargos de primera línea a ciudadanos críticos con el régimen.

Frente al comprometido Abdel Jalil nos encontramos con Abdurrahim al-Keib el actual interino desde el 31 de octubre por 26 votos de 51. Antes de sumarse a la revuelta fue profesor de ingeniería eléctrica en la Universidad de Alabama (EE.UU.) y en el Instituto del petróleo en Abu Dhabi (Emiratos Árabes Unidos), además de tener negocios privados[1]. En su formación cuenta con un máster y un doctorado por la Universidad de California (EE.UU.). Su perfil es el de un tecnócrata perfectamente capaz de “entenderse” con los organismos internacionales que jugarán un papel fundamental en la reconstrucción de Libia como el FMI, UE y gobiernos de países imperialistas.

El antecesor del al-Keib en el cargo, Mahmoud Jibril también resulta un personaje interesante, hace un año era ministro de Gadafi  y en 2009 ocupó la presidencia del despacho de desarrollo económico nacional, organismo del antiguo estado libio para conseguir inversión extranjera en Libia. Todo esto lo convirtió en la marioneta ideal del imperialismo: en un cable de 2009, filtrado por Wikileaks, el embajador norteamericano en Libia, Gene Cretz definía a Jibril como un interlocutor serio que “entendía” la perspectiva de EE.UU.[2] Sin embargo, la prometedora carrera de Jibril en la “nueva Libia” ha encontrado un escollo, pues tuvo que abandonar su cargo ante los recelos del sector islamista en el CNT.

Precisamente, uno de los principales representantes de este sector es Abdel Hakim Belhaj Comandante de las fuerzas rebeldes en Trípoli (Comité Militar de Trípoli). Nació en 1966 y estudió ingeniería civil en la universidad de al-Fateh. A finales de los 90 fundó en Libia el Grupo de Combate Islámico Libio que desarrolló cierta actividad armada en el este libio hasta que fueron desarticulados en el 98, tras lo cual huyó a Afganistán. Tras la caída del estado islámico la CIA lo detuvo en Tailandia en 2004 y fue entregado por la agencia al gobierno de Gadafi que lo recluyó hasta 2010. Belhaj representa a la burguesía nacional islamista cuyos intereses están en contradicción con el imperialismo y la burguesía burocrática que representarían  Jibril y al-Keib, sin embargo, esta burguesía nacional islámica ha quedado huérfana de modelo político tras la caída de ese estado islamista feudal que era el estado talibán. Por tanto, su única opción para esta clase parece ser la búsqueda de un acomodo en la nueva Libia en colusión con la burguesía burocrática. Esta solución a la contradicción burguesía burocrática-burguesía nacional es inviable a largo plazo, pero políticamente es posible dado el giro conciliador que ha dado el islamismo que representaba a la burguesía nacional en países como Egipto o Marruecos, donde los Hermanos Musulmanes y Justicia y Desarrollo son favoritos o han ganado las elecciones respectivamente.

El desafío y alternativa política que pretendía ser el denominado “fundamentalismo islámico” para el capitalismo a principios de siglo no ha podido resistir la ofensiva militar y política de este. Aunque es un referente político importantísimo especialmente en los  países musulmanes, su proyecto político de independencia nacional de occidente (casos del Afganistán talibán o del actual Irán) solo puede ser una forma más de opresión clasista totalmente  incapaz de romper la cadena imperialista. Por ello su única opción real es integrarse como país dependiente del imperialismo, como ha sucedido con Irak una vez pacificado o en el Irán dependiente de las exportaciones de crudo y a la merced de las “sanciones de la comunidad internacional”.

Ésta parece ser la vía que se abre en Libia, una más estrecha integración en el sistema imperialista como país dependiente, que es el objetivo de la reestructuración que está experimentando. Para ello la vía parece ser el fortalecimiento de los representantes de la burguesía compradora con figuras como al-Keib y Abdel Jalil mientras se aplaca a la burguesía nacional colocando a islamistas moderados  en el gobierno como Beljah. Para esta clase la única salida inmediata parece ser la colusión con la burguesía compradora, pues, como se ha dicho antes, carece de programa político propio. Esto no es patrimonio exclusivo de la burguesía nacional libia, porque  en la época del imperialismo esta clase es incapaz de elevar un proyecto político consistente, como demuestran cada día proyectos tan dispares como el estado islámico o el Socialismo del Siglo XXI que no han evitado la explotación imperialista.

Lo que está pasando en Libia, Túnez y Egipto no es más que la profundización de explotación de estos países por el imperialismo, que es el único que puede aprovechar los cambios políticos en estos países. Por otra parte es el correlato a la profundización de la crisis general del capitalismo que se llama imperialismo, éste es el telón de fondo que puede explicar la geoestrategia y la política internacional de las potencias imperialistas. Cuando los mass media nos hablan de “revolución democrática” solo cabe pensar en el estrechamiento de la opresión mediante el desarrollo del capitalismo burocrático en los países dependientes.

 Movimiento Anti-Imperialista
Diciembre 2011


Notas

[1] http://www.bbc.co.uk/news/world-africa-15552501 (Consulta 1/12/2011)

 

[2] http://www.bbc.co.uk/news/world-africa-14896059 (Consulta 1/12/2011)