¡Todo por el Estado burgués!
Garzón y el republicanismo

 

 
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Decía Marx que la historia se repite, unas veces como tragedia otras como farsa. La tragedia en este país se produjo hace ya tiempo, entre 1936 y 1939, con la muerte y el asesinato de cientos de miles de obreros y campesinos revolucionarios defendiendo un Estado que no era el suyo, un Estado burgués, ofrendados en el altar de la “flexibilidad táctica” y de la vacía democracia en abstracto. La traición del oportunismo, que sacrificó a una generación de bravos revolucionarios, se magnificó por esa manera de morir, no asaltando los cielos como los magníficos communards, sino defendiendo una república que no había dudado en disparar contra ellos. La forma de esa derrota ha desmoralizado a las generaciones posteriores, a las que, quienes deberían haber sido sus inspiradores referentes revolucionarios, les fueron presentados como “mártires de la democracia” o, incluso, “defensores del orden constitucional”, vaciando de contenido sus anhelos revolucionarios. Todo ello ayuda a entender mucho mejor traiciones, reconciliaciones y transiciones, y la facilidad con la que se impusieron, pues el virus del oportunismo estaba inoculado desde mucho antes.

Hoy, la farsa, convertida en tragicomedia callejera en anfiteatros universitarios y puertas de juzgados, se nos aparece; y muchos quieren colocar al ínclito y estrellado juez Baltasar Garzón como un nuevo “mártir de la democracia”, al lado de los héroes que descansan en las cunetas de toda la geografía nacional, a los que, tras la bala fascista, ya se les asesinó una segunda vez por gracia del oportunismo prostituyendo su memoria, y se les mata ahora por tercera vez (¿irá la vencida por fin?). El asunto sería cómico si no fuera trágicamente desconsolador.

Y es que la comedia tartufa del conspicuo magistrado, y todo el circo de apoyos y encierros, en los que los dinosaurios de la despreciable progresía, de las Bardem a los Almodóvar, están viviendo una segunda juventud, tan pacata e inofensiva como la primera, nos muestra a las claras toda la profundidad y el alcance del republicanismo con el que el revisionismo pretende hacer comulgar a la clase obrera.

La crisis ya puso de relieve la indiferencia entre neoliberalismo, mal entendido como absoluta libertad de mercado, y “Estado social”, con la intervención pública para evitar el colapso del sistema financiero y la petición de un “paréntesis en el libre mercado” desde altas instancias empresariales, mostrando la verdad, que tanto se esfuerzan por esconder ciertos regeneradores democráticos, de la identidad básica de estas distintas formas políticas y jurídicas como elementos de la explotación capitalista, y dejando al desnudo la simple estatalización de los medios de producción, armazón económica del programa por la III República, como lo que significa realmente: la absoluta inocuidad frente al capitalismo si no cambia el carácter de clase del Estado, si no se demuele el Estado burgués.

Ahora, la farsa garzoniana vuelve a poner de relieve y extiende la verdad de la absoluta inocuidad de las reivindicaciones republicanas respecto del capitalismo. Otro de los puntos duros del programa republicano, “la depuración del aparato del Estado de los elementos fascistas”, ha saltado con gran alboroto a la palestra del debate público dominante sin que se haya cuestionado un ápice la naturaleza clasista de este Estado. Además, ha mostrado, para quien quiera verlo, a quién sirve el republicanismo como método de “acumulación de fuerzas”. ¿O serán Miguel Sebastián, Ministro de Industria, o Jiménez Villarejo, antiguo Fiscal Jefe Anticorrupción (así se llama el cargo), cuando hablan de la existencia de restos del franquismo o de que las altas judicaturas del Estado están al servicio del fascismo, representantes genuinos de la pequeña burguesía antioligárquica y antifascista? ¿Será el grupo PRISA o los diarios El País y Público los que representan y los voceros de la pequeña burguesía antimonopolista? ¿Serán The New York Times y The Guardian altavoces del anti-imperialismo internacional? De nuevo, sería de risa si no fuera trágico.

Otra vez, vemos que esa “acumulación de fuerzas” en torno a la República de la que hablan ciertos comunistas sin sonrojarse, sólo sirve de reserva a un sector, el que se presenta como progresista, del capital monopolista, capaz de utilizar sin despeinarse los elementos centrales de este discurso en su pugna con la otra gran fracción del capital, consiguiendo de propina además legitimar y apuntalar el Estado en su conjunto, más allá de tal o cual forma, con la “democrática” figura de Garzón, estrella del Tribunal de Orden Público, represor implacable del independentismo vasco y constructor de jaulas de oro, cortesía del imperialismo hispano-europeo, para algún carnicero latinoamericano, convertida ahora en símbolo admirado de víctimas, exiliados y Madres de Mayo.

Es normal que estos comunistas estén incómodos, guarden silencio o tramen esforzadamente todo tipo de rodeos retóricos, ora recordando el historial represivo del juez estrella, ora intentando extender su raquítico dedo acusador al Gobierno, todo sea por evitar clamar por la destrucción de un Estado que puede avenirse a ser reformado, aunque el reformador no tenga la amable cara que les gustaría para sus idílicas ensoñaciones democráticas. Esta situación ha colocado a nuestros comunistas republicanos en la embarazosa tesitura de ir de la mano del juez símbolo de la represión, por ejemplo de los que de verdad luchan por el derecho de autodeterminación, o seguir callando y esquivar el asunto con vagas declaraciones, reconociendo la bancarrota y el nulo calado de su proyecto democratizador como vía al socialismo. Y es que todo este circo muestra la inocuidad de su estrategia y la capacidad del capital en su conjunto para asumirla, reconducirla y asimilarla.

Democratizar la democracia burguesa no tiene contenido político, sus supuestos déficits son el resultado legítimo del capitalismo en su época de decadencia, que exige, no más democracia abstracta, sino la dictadura de la nueva clase revolucionaria. Muchas décadas nos ha hurtado ya el revisionismo el verdadero programa y la verdadera perspectiva revolucionaria, la dictadura del proletariado; no permitamos que siga así, no permitamos que entierren a nuestros mártires revolucionarios en los nichos del Estado para apuntalarlo, matando definitivamente su memoria. Recuperar el horizonte del Comunismo y organizarnos para la destrucción del Estado burgués es el mejor homenaje que el reconocimiento y la memoria de nuestros muertos exige.


Movimiento Anti-Imperialista
Abril 2010