El Martinete - Número 19

Septiembre de 2006

 
Construir comunismo
“en tiempos difíciles”
 

 

Las lecciones de la guerra del Líbano

           Al cierre de esta Redacción, se mantenía aún en pie la precaria tregua impuesta en el sur del Líbano por la Resolución 1701 de la ONU, en virtud de la cual el Ejército libanés –ese ejército que no ha querido defender su territorio de la invasión– está ocupando la zona como fuerza de pacificación , y a pesar de que Israel ya ha violado el alto el fuego con una incursión de comando en el Valle de la Bekaa, al noreste del país. Pero, como este Estado terrorista goza de impunidad criminal, nadie ha dicho nada. No importa, la acumulación de agravios al pueblo árabe se trocará un día en rabia desatada, que castigará a los asesinos como se merecen. Mientras tanto, es preciso extraer las lecciones que nos ha mostrado la lucha de resistencia del pueblo libanés. En algunos casos, es llover sobre mojado, como el hecho de que cada vez se hace más evidente el verdadero carácter de la ONU, guarida de lobos donde, mientras se habla de paz, se prepara la guerra. Siempre ha sido así y lo seguirá siendo. La ONU se muestra cada vez más claramente como instrumento del reparto del mundo entre las potencias. Ya va siendo hora de denunciar esta institución y su falso y melifluo discurso pacifista de concordia universal, que sólo persigue preservar el statu quo de un orden internacional imperialista. Una vez más, este organismo ha legalizado la intervención imperialista para el reequililbrio estratégico regional y su secuela de genocidio y masacre de un pueblo. Ya es hora de hacer comprender la necesidad de su liquidación como condición indispensable de un nuevo concierto internacional de justicia y libertad entre los pueblos. La ONU es la máxima expresión, en la actualidad, de la contradicción que gobierna los principales acontecimientos en el escenario mundial, la opresión de las naciones por el imperialismo desde la colusión de las potencias (como ha demostrado la identificación completa entre franceses y yanquis en el tratamiento de este conflicto). Es preciso hacer comprender a las masas que su lucha de liberación no puede culminar en componendas con este tipo de instituciones y que sus representantes no pueden albergar la esperanza de guarecerse bajo su paraguas como medida de autolegitimación. En cualquier caso, es precisamente en esta zona del mundo, en el Próximo y Medio Oriente, donde esta perspectiva va tomando cuerpo como avanzadilla de la rebelión de los oprimidos, a través de la resistencia persistente de palestinos, afganos, iraquíes e iraníes. Es de lamentar que, por el contrario, partidos que se habían convertido en faro de nuestro movimiento, como el Partido Comunista de Nepal (maoísta), hayan terminado virando en redondo en este asunto y hayan caído en el juego del imperialismo, al pretender someter la transición política que se vive en el país a la homologación de las democracias occidentales desde la aceptación del arbitraje de la ONU en el conflicto.

            En segundo lugar, ha quedado al descubierto, una vez más, cuál es el factor desestabilizador de la zona. El Estado sionista-terrorista de Israel ha perseguido concienzudamente abrir esta crisis. Ya cuadran las cuentas en el asunto del asesinato, hace algunos meses, de Rafik Hariri, líder opositor libanés pro occidental, cuyo crimen, ahora se comprende, fue el primer paso de un plan de intervención militar en Líbano, iniciado con la excusa del secuestro de soldados judíos, en permanente provocación en la frontera durante todo este tiempo. El Mosad , al que no le dolieron prendas con ese crimen sobre un amigo , consiguió la salida del Ejército sirio de ese país, para dejar expedito el camino al Tsahal y aumentar la presión sobre el gobierno palestino de Hamás, sobre Siria e Irán (tampoco puede perderse de vista que esta guerra haya sido un ensayo general para una próxima intervención en este país), enemigos del yanqui en la región, y poder vengarse, además, de Hezbolá por la derrota de 1992. Pero el chacal no contaba con la resistencia de las masas del pueblo libanés, encabezado por esa organización chií. Aunque la cosa parece haber quedado en tablas, el sentimiento de derrota embarga a los sionistas: esperaban una Blitzkrieg , pero quedaron empantanados en su avance y sufrieron demasiadas bajas. Las lecciones son evidentes. Por una parte, no es posible la paz en el Próximo Oriente con la existencia del Estado sionista-terrorista-imperialista de Israel. Es precisa su destrucción; pero ésta no es posible desde la alianza de los Estados árabes, ya imposible y ya fracasada varias veces, sino desde la alianza revolucionaria de las clases populares árabes con el proletariado israelí. Sólo la erección de un Estado internacional en Palestina que destierre la xenofobia nacionalista y el fanatismo religioso puede resolver el problema de la convivencia plurinacional de los pueblos de la región. Naturalmente, se trata de un programa revolucionario fuera del horizonte de todos los dirigentes de ambos bandos, pero es la única base de reconstitución de un movimiento revolucionario en ese escenario.

Guerra popular y partido. Un buen ejemplo

            Por otra parte, la lección más preciosa desde el punto de vista de la línea política del proletariado internacional: la guerra del Líbano ha vuelto a demostrar que al imperialismo sólo se le derrota con guerra popular. Si bien es cierto que, en este caso, no se trata de una guerra popular revolucionaria, pues no la dirige el proletariado sino la pequeña burguesía, han sido, sin embargo, las masas las protagonistas de la detención de la invasión y del fracaso de los planes sionistas. La guerra popular se ha vuelto a mostrar como forma genuina de la lucha de las masas oprimidas y como una ley universal de la lucha de clases. Debemos retener este hecho, que nos obliga a fijarnos en las bases políticas y organizativas sobre las que se ha sostenido esta forma de combate en este último episodio de guerra contra el imperialismo. Tanto más por cuanto puede orientarnos acerca de los caminos que debe prever transitar todo plan de construcción de un movimiento revolucionario en otros países que, como en nuestro, tienen esta tarea en el orden del día. Considerar las lecciones que el pueblo libanés nos ofrece, para tenerlas en cuenta en los debates que la vanguardia mantiene en torno a la táctica adecuada para la constitución de los instrumentos revolucionarios del proletariado, forma parte de nuestros deberes como clase internacionalista. Y, en particular, el estudio del movimiento de masas denominado Hezbolá nos puede dar pistas para la solución de esos debates, en concreto, para la solución correcta del problema de la naturaleza y de los requisitos de la Reconstitución del partido revolucionario del proletariado.

            Si la guerra popular es una ley universal de la lucha de clases, el partido de la revolución proletaria deber ser un partido concebido con antelación para estar preparado para afrontar esa forma de lucha en un momento determinado. Desde el mismísimo momento de su elaboración original, el plan de Reconstitución del Partido Comunista debe sujetarse a esta exigencia y la vanguardia debe anticipar el itinerario que es necesario recorrer en este objetivo, desechando posibles desviaciones y encarrilando la marcha del proceso de construcción política en función de ese requisito. En este sentido, hay dos elementos que sobresalen con singularidad y que caracterizan al partido chií como movimiento subversivo. En primer lugar, se trata de un movimiento independiente de la sociedad, de su entorno político y cultural; vive imbricado en la realidad libanesa porque sus miembros forman parte de ella, pero no depende de ella, no se someta a sus ritmos ni a sus condiciones; Hezbolá posee sus propios organismos políticos, sus propios aparatos militar y cultural y sus propias redes cívico-sociales. Es un “Estado dentro del Estado”, como lo definió correctamente Bush para dar una imagen de su verdadera dimensión y de la medida del peligro que comporta para sus planes de control de un Estado títere en Líbano. En segundo lugar, se trata de un movimiento construido no desde las necesidades de una lucha concreta ni desde la evolución de alguna tradición de resistencia popular, sino desde el trabajo de masas de organizaciones ideologizadas que orquestaron las luchas parciales en torno a una concepción del mundo alternativa y radical y desde la propaganda de la necesidad de erigir una sociedad desde bases distintas. Naturalmente, puesto que se trata del programa de una clase poseedora, en la práctica todo eso no es más que propaganda reaccionaria y falsa conciencia para las masas, ya que la república islámica se funda, igual que el Estado burgués, sobre la propiedad privada y el capitalismo. Sin embargo, esto no es lo que importa ahora; para el caso que nos ocupa, lo importante no es el contenido social y político del movimiento (contenido no revolucionario), sino la forma de éste, el hecho de que los sectores dirigentes de las clases que representa esta corriente religiosa han comprendido y han aplicado las leyes de la construcción del movimiento político de masas bajo las condiciones de lucha contra clases que disponen del aparato del Estado, dando forma nueva, de avanzada, a lo viejo, al movimiento político de clases sociales históricamente reaccionarias o relegadas. Esas leyes son leyes objetivas, independientes de nuestra voluntad. Lo decisivo es querer aplicarlas, que los dirigentes políticos, independientemente de la clase a la que representen, contemplen en sus planes ese escenario, más o menos lejano, más o menos cercano, de lucha de clases sostenida por las masas armadas; lo decisivo es que los sectores de vanguardia de esas clases sean lo suficientemente inteligentes como para saber percibir las condiciones que imponen las leyes objetivas de la lucha de clases cuando se persigue como fin la destrucción del poder político y militar del enemigo. Resulta paradójico que representantes de una forma de pensamiento idealista hayan demostrado ser en política más materialistas que la mayoría de los marxistas de nuestro tiempo; resulta paradójico que los seguidores nominales de los grandes teóricos del pueblo en armas como base del Estado obrero (Lenin) y de la guerra popular (Mao) estén, hoy día, en posiciones de retaguardia en esta cuestión crucial; resulta paradójico que los dirigentes de otras clases hayan aprendido más de la experiencia de la Revolución Proletaria Mundial que los pretendidos dirigentes de la clase obrera.

            Lo sintomático de esta triste situación radica, precisamente, en el presupuesto esencial de esos elementos que hemos señalado como característicos de Hezbolá como movimiento político independiente construido desde la ideología. Hezbolá es un movimiento político de masas; no es un partido al uso –a pesar de su nombre, Partido de Dios –, una simple organización de militantes, sino un gran movimiento donde se hallan fundidos vanguardia y masas. Es un partido en el pleno sentido moderno de la palabra, es decir, en su sentido marxista-leninista, a pesar de que no es un partido proletario. Los chiíes han sabido aplicar el concepto más avanzado de partido a sus planes de construcción de un movimiento de oposición, y en esto han dado una lección de leninismo a los leninistas oficiales, incapaces hoy de comprender la verdadera naturaleza del partido de nuevo tipo y obsesionados con reproducir el esquema del viejo partido entendido como organización de vanguardia a secas o como organización de masas con un programa político . En ambos casos se carece de alguno de los elementos imprescindibles que Hezbolá ha sabido reunir (ligazón con las masas en un movimiento único, para el primer caso, e ideología como eje de articulación de ese movimiento, para el segundo). No se trata, por tanto, de imitar el modelo de Hezbolá, sino de que Hezbolá ha seguido el modelo de partido leninista al servicio de clases para las que no fue pensado, mientras que los supuestos representantes de la clase para la que fue concebido coquetean con los modelos políticos de esas otras clases; se trata de que Hezbolá ha sido capaz de sonrojar a los comunistas y de mostrar cuál es el camino.

            Como comunistas revolucionarios, nuestro deber es aprender de la lucha de clases internacional las lecciones que para la revolución aporta la experiencia de las masas. Es hora ya de quitarnos las anteojeras sindicalistas, de despojarnos de esa visión caduca que nos empuja a formarnos como vanguardia en el estrecho escenario de las luchas inmediatas de sectores aislados de la clase obrera, es hora de apartarnos de la escuela de la pelea diaria de la fábrica; es preciso ya adoptar un punto de vista estratégico, global, a una escala que nos permita cumplir con nuestra tarea de mostrar a los obreros conscientes algo distinto de lo que ya conocen, de mostrarles formas de lucha que no pueden desarrollar por sí mismos desde la experiencia de la manifestación reivindicativa o de la huelga de fábrica, de dotarles de una perspectiva nueva y más elevada que recoja el conjunto de toda la experiencia, presente y pasada, de la lucha de clases internacional que les permita recuperar como clase su posición perdida de vanguardia en esa lucha.

Como ya sabrá el lector, fue este tipo de   debates en torno a la naturaleza del Partido Comunista, a las leyes que rigen su construcción como partido de nuevo tipo y a las relaciones entre la vanguardia y las masas y entre la teoría y la práctica que implica, la causa principal de la escisión del grupo derechista de nuestra organización, hará casi dos años. En sustancia, este grupo prefirió sumarse a la tendencia dominante de ir al movimiento práctico de las luchas inmediatas para aprender “con la clase” y construir los instrumentos políticos del proletariado “con la clase”. Abandonaron, así, su posición de vanguardia y sus deberes como tal, y retornaron a una concepción de partido obrero de viejo tipo, donde la fusión con el movimiento obrero es falsa porque se realiza sólo como integración dentro de éste. Pero, como ha demostrado Hezbolá siguiendo los pasos de Lenin, lo principal es partir de la ideología, de la posición irrenunciable de los principios y de una concepción del mundo radical y antagónica. Sólo de este modo la vinculación de la vanguardia con el movimiento supondrá una verdadera fusión, porque producirá un movimiento de nuevo tipo independiente de las bases materiales en que se apoya y, por consiguiente, capaz de transformarlas, de revolucionarlas desde la guerra popular para ir creando las bases de apoyo de la nueva sociedad en construcción. En cambio, lo que nos ofrece la mayoría del actual movimiento comunista , sumido en el oportunismo de derecha y en el sindicalismo, es un movimiento político fragmentado, dependiente de la base económica y social que lo origina, limitado por el horizonte de la lucha de resistencia e incapaz de subvertir esa base, y con el reformismo y el parlamentarismo (que ya va tomado cuerpo con el programa de la III República, que toda esa mayoría, en buena lógica, acepta, incluidos nuestro renegados) o el terrorismo (como han demostrado, por ejemplo, la experiencia del PCE-r o de las Brigadas Rojas) como únicas vías políticas plausibles.

La UP. Un mal ejemplo

Nuestra controversia con la fracción derechista escindida del MAI ha sido del dominio público desde su principio. La vanguardia la conoce y ya está en condiciones de distinguir quién es quién en este asunto. En el tiempo transcurrido, los facciosos han demostrado, en la teoría y en la práctica, su deriva derechista y su abjuración de todo lo que significa el MAI, en cuanto a su naturaleza y al proyecto político que le dio origen. A pesar de sus esfuerzos por aparecer como herederos legítimos de nuestra organización, han cambiado la denominación de la suya, adecuándola mucho más a los fines de su nueva línea política sindicalista y de unidad con el revisionismo (Unión Proletaria), el del órgano de prensa ( En Marcha ), y también han terminado confesando, como reconocen en el Informe de su Conferencia constituyente, que reniegan de sus orígenes al señalar que el MAI nació sobre un error de concepción, sobre una supuesta “desligazón de la clase y su movimiento”, error que les conmina ahora, como reconocen, a “definir una nueva línea política”. Entonces, si llaman con otros nombres a las cosas y liquidan la línea política anterior, ¿con qué derecho dicen que “mantienen los principios fundamentales del MAI” y que son sus continuadores? Farsa de apóstatas que, como todos los revisionistas, ocultan la verdad envolviéndola con bellas palabras. El MAI, sin embargo y a su pesar, continúa existiendo, con su denominación de origen y con la línea y los objetivos políticos de siempre. El MAI continuará actuando como organización de vanguardia, aplicando lucha de dos líneas para deslindar los campos de la revolución y de la contrarrevolución y con el objetivo de construir la vanguardia, y denunciando los límites de la lucha de resistencia de masas como base del movimiento revolucionario. El MAI nació con estos propósitos y continuará orientándose por ellos para su labor política.

            A pesar de que en esta controversia está ya todo claro, para el que lo quiera ver, no será superfluo caracterizar de forma resumida los elementos concretos de esa deriva derechista en la que se han embarcado los renegados del MAI. Todo el mundo conoce su acercamiento a organizaciones revisionistas como Corriente Roja o el CEOC y, en particular, a la pequeño burguesa Plataforma de Ciudadanos por la República, cuyo programa de III República han adoptado porque, según ellos, se trata de “propuestas concretas democratizadoras para el momento actual” que pueden “ligar la lucha concreta con la general, la espontánea con la consciente” (Informe). Como se ve, palabras bonitas para ocultar lo que no es sino puro oportunismo. El MAI, en cambio, se propone criticar todo proyecto que pretenda vincular de una manera directa reformismo y revolución, que pretenda hacer creer a las masas que la reforma conduce a la revolución y que el camino del Socialismo pasa por la III República, y combatirá por añadidura la empresa republicana con que se ha confabulado todo el ala derechista del actual movimiento comunista en el Estado español. Pero no insistiremos más en esto, por ahora. Lo que nos interesa son los elementos ideológicos sobre los que se han apoyado nuestros renegados para terminar hermanándose con quienes, hasta hace poco, eran los primeros enemigos de la revolución.

            En primer lugar, las premisas estratégicas sobre las que suponen que podrán construir su movimiento. Estas premisas obedecen a una determinada visión de los procesos sociales, a todas luces antimarxista, revisionista, que, a su vez, se corresponde con una determinada concepción del mundo, burguesa por supuesto. Esa visión se sostiene sobre dos ejes fundamentalmente. El primero de ellos se refiere al alcance de las contradicciones que por sí mismo genera el desarrollo económico del capitalismo como contexto objetivo de la revolución. Como no podía ser menos, estos oportunistas han resucitado la teoría del derrumbe capitalista . En su panfleto difundido con motivo del Primero de Mayo, comienzan asegurando, nada menos, que el capitalismo “confirma cada vez más su inexorable derrumbe”; y continúan enumerando una serie de síntomas que sólo pueden permitir pensar que, lejos de hundirse, el capitalismo está enterito y a la ofensiva, y que lo que se derrumba cada vez más son las condiciones de existencia de las masas. Como nosotros sabemos de la naturaleza torticera de estas gentes, no nos sorprende tanta ignominia intelectual, pero nos consolamos pensando en la sonrisa sardónica general que habrá provocado tamaña incoherencia entre sus lectores, esa masa de obreros medios –y no por ello carentes de inteligencia– que quieren convertir en revolucionarios con semejantes mensajes.

Obviamente, junto al fatalismo histórico, que vaticina la autodestrucción del capitalismo y su sustitución por el socialismo con el solo mecanismo de las leyes económicas del desarrollo social, está el segundo eje sobre el que se sostiene este punto de vista revisionista de las premisas de la revolución, hermano gemelo del anterior y referido, en este caso, al carácter de la clase obrera como agente histórico, a saber, que ésta es, por esencia , revolucionaria. Los documentos de la UP están plagados de frases donde implícita o explícitamente se defiende la teoría sustancialista del espontaneísmo revolucionario del proletariado. Perlas de muchos quilates recorren sus textos en este sentido, como que la clase obrera debe “desarrollar una eficaz resistencia hasta derribar el yugo” del imperialismo, en el citado panfleto, donde se identifica lucha de resistencia con lucha revolucionaria; o como que “todas las luchas anti-imperialistas son justas, y pueden convertirse en revolucionarias”, ya que “lo negativo no es su espontaneísmo”, “sino su carácter pequeñoburgués” (Informe conferencial), dando a entender que basta con que la manifestación espontánea sea de los obreros para tener resuelto el problema de su carácter revolucionario, etc., etc. La conjunción de fatalismo histórico y sustancialismo social delimita un marco teórico definido por el determinismo económico, que termina prescindiendo de toda problemática relacionada con la conciencia y con la construcción de una teoría de vanguardia, y, en consecuencia, que termina por liquidar toda seña de identidad de la vanguardia en su sentido leninista, cuyo papel queda relegado al de organizadora del movimiento práctico y a la que se acusará de “intelectualismo” o de ejercitar “elucubraciones teóricas” (Ibid.) si se plantea algún debate que trascienda algo esa práctica inmediata en el movimiento de resistencia. Dominados por la impaciencia pequeñoburguesa del practicismo, estos señores entienden que la “tarea de resolver los asuntos ideológicos y teóricos” supone “empantanarse” en cosas sin sentido, habiendo como hay tantas peleas sindicales que organizar, como la de Cortefiel de Málaga, a cuyos obreros han ido a defender y educar y su lucha encabezar, con la mirada puesta siempre en el Comunismo, donde suponemos que ya habrán sido depositados los damnificados, pletóricos por la buena nueva recibida de estos charlatanes, aunque de patitas en la calle y en el paro.

Por otro lado, como la estrategia define la táctica, al liquidar la vanguardia y su papel, estos señores han terminado por liquidar también el Partido Comunista. Éste ya no es un partido de nuevo tipo , ni la forma superior de organización del movimiento obrero, que se contrapone a sus formas primitivas e inferiores (sindicato, partido obrero clásico, etc.). En su definición del Partido, se han retrotraído hasta el Manifiesto comunista para sostener que el Partido Comunista es un partido más de la clase obrera, que sólo se diferencia de los demás partidos obreros por su ideología, una más entre tantas, al parecer. Han retrocedido más de siglo y medio para liquidar, de paso, todo la experiencia del proletariado en esta materia a lo largo de este tiempo, para liquidar la teoría leninista del partido proletario. De hecho, la problemática de la Reconstitución del Partido Comunista ha desaparecido de sus documentos, y ha quedado recluida a mera consigna, vestigio del pasado, al final de sus textos, dentro de los cuales cada vez encaja menos. De hecho, el Partido Comunista ha sido sustituido por un movimiento obrero revolucionario abstracto y su programa, cuestión ésta que colma ahora las expectativas políticas de la UP. Para ésta, el programa es el instrumento teórico “para la mediación con las masas” que, cual piedra filosofal, “posibilitará la generación de conciencia, organización, movimiento y vanguardia revolucionaria” (Editorial de En Marcha , nº 1)… ¡nada menos! El programa, así, suplanta al Partido adoptando todos sus atributos. El Partido pasa a contemplarse, en todo caso, como resultado de un movimiento revolucionario previo, lo cual es absurdo, constituye una tautología en la que se diluye todo su sentido y se extingue su cometido. El Partido Comunista carece de sentido, por consiguiente, dentro de este desatinado plan holista. Por el contrario, en la historia de nuestro movimiento, el Partido es presupuesto y no consecuencia del movimiento revolucionario, como establecía la III Internacional, o, más exactamente siguiendo el espíritu leninista en esta materia, el Partido es el movimiento revolucionario mismo, independiente del movimiento obrero espontáneo, separado de él y que se desarrolla en contraposición con él. El Partido como resultado de la proyección o de la elevación mecánica de un único movimiento obrero es una degeneración sindicalista del verdadero punto de vista leninista, es el retorno al punto de vista menchevique, que identificaba al Partido con la Clase (con las masas) y a la organización con el movimiento. Desde esta perspectiva, el Partido se desintegra porque el sujeto histórico no es el proletariado revolucionario organizado como Partido Comunista, sino el movimiento de masas con conciencia de clase económica reunido tras un programa reivindicativo, es decir, tal como han terminado reconociendo nuestros liquidadores, el sujeto es “el frente único por la revolución socialista” (Informe); en otros términos, el frente de masas y no el partido de vanguardia, el movimiento de masas y no el movimiento revolucionario, el obrero medio y no el obrero revolucionario.

El programa como “mediador” entre la vanguardia y las masas subvierte la correcta correlación leninista, donde la vanguardia media entre la teoría revolucionaria y las masas. En la relación que proponen los oportunistas, la ideología pierde sustantividad. Por eso, la UP rechaza la lucha de dos líneas, el deslindamiento ideológico con el revisionismo como eje vertebrador de la vanguardia y apuesta por la unidad a toda costa con el revisionismo; por eso, la UP ha abandonado la tesis marxista-leninista de que el revisionismo es hoy el primero y principal enemigo de la revolución y que la tarea primordial de la vanguardia consiste en combatirlo a muerte. Para Lenin, el comunismo sólo podía ser fruto de la fusión del socialismo científico con el movimiento obrero, siendo la vanguardia la mediadora en esta operación. La UP trastoca el plan leninista proponiendo la fusión de la vanguardia con el movimiento obrero a través del programa. Si a esto añadimos que ni el programa ni la vanguardia se han construido desde y en torno al socialismo científico, sino en función de las luchas inmediatas y de las reivindicaciones económicas del movimiento obrero, obtendremos no un movimiento comunista, un Partido Comunista, sino un movimiento amorfo y un partido obrero reformista. El plan de estos señores adolece del mismo problema que Hegel achacaba a la filosofía de Schelling, la cual –decía– era como la noche, donde todos los gatos son pardos. En el plan de la UP la fusión leninista de factores políticos se convierte en fundición , en un informe conglomerado político donde es imposible distinguir vanguardia de retaguardia, ideología de política, estrategia de táctica, teoría de práctica, organización de movimiento, reforma de revolución…

Como la ideología ha dejado de ejercer su papel de centro gravitatorio del proyecto revolucionario, después de liquidar la estrategia y la táctica del MAI, la UP la emprende con la labor teórica, de modo que no sólo la formación y la lucha de dos líneas pasa a segundo plano, sino también el Balance de la experiencia histórica de construcción del socialismo. Para la UP, ya no es precisa la Reconstitución ideológica del comunismo. El marxismo-leninismo, “primera base sobre la que asentar” su programa, se mantiene impoluto e incólume, a pesar de la “importante derrota” sufrida por el proletariado, y se conserva monolítico como entidad metafísica acabada a la que es posible recurrir en todo momento. Después de todo, sólo “es fundamentalmente política revolucionaria y guía para la acción”. El marxismo-leninismo no es una concepción del mundo, sino un conjunto de textos sagrados de los que se podrán extraer, como verdad revelada, recetas políticas e inspiración fanática; no necesita de ninguna recomposición como discurso revolucionario de vanguardia, como cosmovisión, porque no es la ideología antagónica que el proletariado opone a la ideología burguesa, sino sólo un programa político de acción directa, y porque, además, no ha sido ella la que sufrido la derrota, sino quienes la aplicaron. En estos términos, el Balance sólo tiene sentido para aumentar el recetario político en virtud de las nuevas experiencias que aportó la construcción del socialismo, y, fundamentalmente, como instrumento de propaganda desde “la asunción y defensa del legado histórico”, desde “el abanderamiento principal de los grandes logros y conquistas del moviento comunista y obrero internacional” (Informe), es decir, para otorgar patente de corso a la línea estalinista-revisionista que terminó triunfando y justificar con retrospectiva los propios prejuicios ideológicos de ex prosoviéticos escarnecidos, de los que se parte y que nunca se han querido someter a crítica. El Balance pierde sentido, entonces, no sólo porque se desvincula de la tarea de Reconstitución ideológica, no sólo porque queda difuminado como tarea con objetivos claramente definidos y como prerrequisito político, al subordinar sus resultados “al desarrollo de la lucha de clases” actual ( En Marcha , nº 1, “Sobre el balance histórico”), “realizándolo en el curso de la práctica revolucionaria presente y futura” (Informe), y al aplazar sus conclusiones, según esto, sine die , hasta la espera de experiencias similares cuando tenga lugar… ¡¡“la contraofensiva de la revolución proletaria mundial”!! (“Sobre el balance…”), sino también porque se persigue únicamente legitimar una determinada interpretación de esa experiencia que ya se ha establecido a priori , conculcando arteramente todo criterio científico marxista en la empresa (estos señores han sustituido el materialismo histórico por el método del panegírico, que denominan “método del materialismo práctico, militante” –Ibid.), y porque se pretende dar carta de naturaleza al statu quo imperante en determinados Estados, como China o Cuba, que han pasado, de la noche a la mañana, a recuperar su estatuto de “países socialistas”. La liquidación del Balance como tarea de la vanguardia está servida. Para este viaje no hacían falta alforjas.

Comunismo reaccionario

La revisión del plan originario del MAI en sus aspectos estratégico, táctico e ideológico sólo puede conducir a la liquidación del marxismo-leninismo como teoría de vanguardia. No es extraño, pues, que se hayan unido en maridaje a la caterva de revisionistas y liquidadores profesionales y experimentados, cuyo rastro siguen hoy paso por paso. El último eslabón de esta larga cadena liquidacionista se refiere a la línea política proletaria general, en particular, a la revisión de la teoría marxista del periodo de transición y del Estado. Este último atentado contra la teoría revolucionaria enlaza directamente con aquellos elementos ideológicos que habían servido de punto de partida de la labor de destrucción consciente del marxismo-leninismo, con el punto de vista determinista-economicista de los procesos sociales que comparten los de la UP. Para el marxismo-leninismo, el carácter de la sociedad de transición viene dado por la respuesta al interrogante de ¿quién dirige? , cuál es la clase social que ostenta el poder del Estado, qué clase es la hegemónica y la que encamina las relaciones sociales por el camino socialista de la construcción del comunismo o por el camino capitalista de la restauración burguesa. En el primer caso, dirige el proletariado y hablamos de Estado y de sociedad socialistas; en el segundo caso, dirige la burguesía y hablamos, entonces, de Estado y sociedad capitalistas. Esto es lo esencial, la cuestión crucial que centró la gran polémica entre el PCUS y el PCCh en los años 60. La UP ha terminado posicionándose del lado soviético en este debate: ha revisado la teoría marxista del Estado para encontrar una nueva definición de socialismo que permita justificar su renacido apoyo a países como Cuba o China, o a gentes como Chávez o Evo Morales. Esta revisión se basa en la teoría de la “correlación de fuerzas”, que dice que ésta es más favorable al proletariado en ese tipo de países, y que éste es el motivo por el que sus Estados son clasificados como “revisionistas”, pues el dominio de la burguesía, debido a esa correlación favorable, no puede ejercerse descaradamente, sino que necesita del antifaz del marxismo, aunque reconocen que quien dirige es la burguesía y el capital. Nos encontramos, en definitiva, ante la revisión de la tesis marxista del Estado como reflejo de la correlación de fuerzas entre las clases sociales, como expresión política de esa correlación (la política es la expresión concentrada de la economía, decía Lenin), ante la desvinculación idealista de la superestructura de su base socioeconómica; en concreto, nos encontramos ante la fábula trotskista de Termidor , según la cual la burguesía puede usurpar el poder, mientras permanece intacto el carácter socialista de la estructura socioeconómica. No se precisa, entonces, una nueva revolución (revolución cultural), sino que basta con desplazar a los usurpadores y ocupar de nuevo su lugar.

¿Y por qué la correlación de fuerzas es más favorable al proletariado en esos países? En su respuesta a esta pregunta se revelan, en toda su dimensión, las consecuencias de ese punto de vista determinista-economicista, profundamente antimarxista, sobre las relaciones entre la base económica y la superestructura política que profesa la UP. La fuerza del proletariado radica en la “estructura de propiedad” y en la “producción dirigida hacia las necesidades de las masas” (así describen, sin ruborizarse, las economías de exportación de esos países, en “El internacionalismo proletario en tiempos difíciles”, En Marcha , nº 1). Es decir, como la propiedad jurídica de los medios de producción es del Estado y la economía se organiza de manera planificada, podemos hablar de socialismo, pues, al parecer, la propiedad pública ya es, por naturaleza , socialismo o cuasi socialismo (con lo que nos topamos, una vez más, con la doctrina de la sustancia). No importa la lucha de clases, quién dirige y quién se beneficia realmente de la propiedad estatal de los medios de producción y de la planificación económica. Esta situación garantiza una posición sociopolítica favorable para el proletariado. Y si esos Estados aprietan las tuercas de la explotación de las masas, tanto mejor, pues se trata del “desarrollo de las fuerzas productivas, aspecto no desdeñable” (Ibid.). La economía, por tanto, está al mando de la política ( teoría de las fuerzas productivas kautskiano-jruschoviano-dengxiaopinguista), algo que cuadra a la perfección con la estrategia y la táctica sindicalistas que definen la línea política de estos señores. En consecuencia, no hay que criticar en exceso a esos Estados, sino apoyarlos para favorecer esa posición y permitir el desplazamiento de los usurpadores. En esto se resume la nueva teoría revisionista sobre la sociedad y el Estado de transición y su aplicación a la política “internacionalista” del proletariado. En esto consiste el “materialismo consecuente” de estos señores, para quienes la propiedad social de la economía se refleja en una posición política favorable para el proletariado, pero, paradójicamente, una posición política favorable del proletariado no se refleja en un Estado socialista; lo cual sólo demuestra que ese materialismo vulgar no es sino la otra cara del idealismo.

El marxismo, en cambio, demuestra que en esos países el proletariado se encuentra oprimido y explotado, que son países de capitalismo de Estado donde la titularidad estatal de los medios de producción no refleja más que la hegemonía de la fracción burocrática de la burguesía capitalista, en absoluto un entramado de relaciones sociales socialista. La posición de la clase obrera es, por consiguiente, de subordinación. No podrá recuperar el poder más que con una nueva revolución social y con la destrucción del aparato de dominación capitalista, con la destrucción del Estado, y no con el simple desplazamiento de una determinada fracción social dentro de ese mismo Estado. Aunque los maoístas chinos ya definieron este estado de cosas como “dictadura de clase capitalista monopolista” (ver el artículo Acerca de la dictadura omnímoda sobre la burguesía , que publicamos en este número de El Martinete ), es cierto que la calificación clásica de esos Estados como “revisionistas” es insuficiente. Esto es tanto más importante remarcarlo ahora, cuando acabamos de comprobar, una vez más, cómo el revisionismo aprovecha las insuficiencias y errores del marxismo para realizar su labor de zapa y manipulación. Y la verdad es que el término revisionismo es de por sí limitado como concepto, pues se refiere y circunscribe principalmente a determinado tipo de relaciones ideológicas entre las clases, en general, y entre la vanguardia y las masas proletarias, en particular; pero no puede abarcar el conjunto de relaciones políticas, no sirve para definir el carácter político del Estado, ni la correlación de fuerzas entre las clases sobre las que se sostiene (la definición maoísta se refiere más bien a las relaciones económicas). Es preciso, por lo tanto, recurrir a un tipo de terminología menos ideológica y más política. En este sentido, si los señores de la UP desean o exigen una definición política de alguno de esos nuevos amigos suyos, como por ejemplo el Estado chino, podemos añadir que, en este caso, la correlación de fuerzas de clase ha procurado la instauración de un Estado fascista que sin el menor escrúpulo mantiene subyugado al pueblo en las peores condiciones económicas y políticas y sin la menor garantía jurídica. Nos preguntamos, por cierto, si en las charlas dirigidas a los trabajadores de Cortefiel , los de la UP les han mostrado la situación en la que se encuentra la clase obrera china; ¿les han ofrecido el modelo de relaciones laborales vigente en la China actual como modelo de socialismo?; ¿les han dicho que ése es el modelo que les ofrecen y por el que deben luchar? ¡Sería demasiado necio! Pero la UP se ha colocado en una situación en la que no pueden optar más que entre ser necios o mentirosos.

Las raíces ideológicas de la teoría revisionista del periodo de transición, que hace depender todo de las relaciones jurídicas de propiedad, es compartida por todos los comunistas de derecha con los que se ha unido la UP en el proyecto de III República. De hecho, uno de los puntos estrella de los programas republicanos es el de la nacionalización de los sectores económicos estratégicos. Tanto Los ocho puntos de la Plataforma de Ciudadanos por la República, como las Quince razones del PCOE o el Manifiesto Por la República del NPS-POSI, etc. depositan sus esperanzas en que este tipo de medidas sean las que puedan facilitar ulteriormente el desarrollo de la República burguesa en República socialista. Sin embargo, se trata de una perspectiva macabramente ingenua que, de ser aplicada, conducirá, de nuevo, al proletariado hacia el desastre. La economía pública como base del socialismo forma parte de ese socialismo reaccionario , hoy difundido por la aristocracia obrera y sectores de la pequeña y mediana burguesía, que ya desenmascararon Marx y Engels hace más de siglo y medio. Los comunistas tenemos el deber de denunciar ante las masas estas operaciones de maquillaje con las que el comunismo reaccionario de hoy quiere engatusarlas. Proyectos como el de la III República se sostienen sobre concepciones teóricas y sobre expectativas políticas falsas. Se trata de maniobras de distintas fracciones burguesas cuyo fin es el de recabar el apoyo del proletariado para la defensa de sus particulares intereses de clase. Y, por supuesto, el carácter de estas maniobras no vendrá determinado por la base sociológica sobre la que mayoritariamente se sostenga, aunque esta base sea principalmente obrera, sino por la naturaleza social de la clase que las dirija. La consigna de III República expresa la hegemonía de fracciones sociales no proletarias; únicamente la consigna de Dictadura del Proletariado y Socialismo se corresponde con los intereses del proletariado, con su verdadera concepción del mundo y con sus verdaderas expectativas de futuro como clase revolucionaria. Hoy, aquí y ahora.

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            A partir de este número de El Martinete , la Sección ÁREA DE DEBATE cobra singularidad especial. El MAI considera que la principal tarea de la vanguardia actualmente es la de construir un movimiento de Reconstitución ideológica y política del comunismo, único cometido que puede dar contenido al renacer de un movimiento comunista verdaderamente revolucionario, que se desmarque del comunismo domesticado que domina el proscenio. El debate teórico y político debe ser el eje principal en torno al que se organice este movimiento. Sólo desde el deslindamiento ideológico a través de la lucha de dos líneas puede procurarse el surgimiento de condiciones para la unidad de acción y el establecimiento de vínculos organizativos que den cuerpo a ese movimiento en sus primeros pasos y para que abarque al espectro más amplio posible de sectores de la vanguardia. Nuestra revista, pues, quiere convertirse en expresión de las necesidades objetivas del proletariado como sujeto revolucionario, necesidades ante las que la vanguardia debe ser sensible y ante las que, nosotros, como uno de sus destacamentos, actuamos en coherencia, ofreciendo ese espacio de debate y dejándolo abierto al resto de destacamentos que honestamente deseen contribuir a alcanzar el objetivo de la Reconstitución por este camino, que es, en verdad, el único camino.

            Esperamos que el ÁREA DE DEBATE continúe llenándose y ampliándose, acaparando cuanto más espacio mejor en nuestra revista y, pues ésta es su función, contribuyendo a que los debates en torno a los problemas teóricos y prácticos del comunismo acaparen cada vez más la atención de la vanguardia.