El Martinete - Número 18

Septiembre de 2005

 
BALANCE DE UNA TRAYECTORIA
 

 

El Movimiento Antiimperialista (MAI) nació en la primavera de 1995, cuando todavía retumbaba el eco de la caída del Muro , como parte del movimiento de recuperación de la identidad revolucionaria perdida a consecuencia del fracaso de la reciente experiencia de construcción socialista. Se trataba, por tanto, de un momento de trágico cambio de marco de la sempiterna y nunca resuelta crisis del comunismo , universalizada desde los 60 en los términos impuestos por la lucha para frenar o neutralizar el proceso de liquidación que estaban llevando a cabo el revisionismo moderno y lo que era su versión eurooccidental, el llamado eurocomunismo . Para principios de los 90, la aniquilación completa era, pues, un hecho cierto y consumado en todas las esferas del movimiento comunista: organizativa, política e ideológica, nacional e internacional. Así las cosas, ya no era suficiente la vieja táctica de reunificación de los elementos políticos dispersos y de reacoplamiento de los componentes programáticos, ya no era factible el método de unidad comunista empleado en los sucesivos experimentos de recuperación del Partido , todos ellos fracasados; ahora era precisa la restitución de todos y cada una de las partes que constituían aquella identidad. Hablamos, pues, no de reunión de elementos dispersos ya existentes, sino de la construcción de nueva planta de los mismos, pero en tanto que sancionados por la historia como elementos capaces de jugar un papel en el progreso social. Por lo tanto, Reconstitución , y no refundación u otro tipo de actuación que implique reunión u omisión de lo existente. El movimiento comunista debe ser reconstituido porque se trata de reinstaurar los mecanismos organizativos, políticos e ideológicos que ya demostraron una vez su potencia revolucionaria. El objetivo de la Reconstitución del Partido Comunista se convertía, de esta manera, para nosotros, en el eje en torno al cual podría articularse la recomposición de las partes integrantes del movimiento revolucionario, desde la acción sobre las condiciones heredadas tras la finalización del ciclo histórico que abrió la Revolución de Octubre, fundamentalmente las relacionadas con el factor subjetivo de la transformación social. Formarnos en la teoría marxista-leninista, en sus fuentes clásicas, según la máxima leninista de que sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario, investigar y asimilar los desarrollos que de la misma había aportado la experiencia revolucionaria del siglo XX y llevarla, finalmente, al movimiento práctico de la clase obrera era, en definitiva, lo que configuraba la base de nuestra estrategia de Reconstitución política del comunismo.

Nuestra experiencia

Pero el objeto de nuestro trabajo de masas, ese movimiento práctico al que nos dirigíamos, no fue en ningún momento el de las luchas inmediatas por reivindicaciones económicas. Escogimos el movimiento de solidaridad internacionalista como objetivo específico de nuestro trabajo político porque, aún tratándose igualmente de un frente de resistencia ante los desmanes del capital –en este caso, en el terreno de las relaciones internacionales–, implicaba un tipo de conciencia entre sus participantes más elevado, arraigada más en el altruismo desinteresado, en la solidaridad generosa, que en la necesidad material inmediata, tan legítima como egoísta. De este modo, creíamos que la conciencia internacionalista espontánea podía ser una buena base para la elevación, desde nuestra actividad, de ciertos sectores de la vanguardia (aquélla que denominábamos vanguardia práctica , es decir, la que encabeza las luchas de resistencia de la clase obrera) hacia la conciencia internacionalista revolucionaria, hacia el marxismo-leninismo, hacia la posición política del proletariado revolucionario. Pero fracasamos. Ni de nuestra labor de propaganda, ni de nuestro trabajo de masas obtuvimos los resultados apetecidos, ni siquiera en su previsión más pesimista. Dos experiencias ilustran de manera fiel estos hechos. Una, como organizadores de la lucha; otra, como participantes en un movimiento previamente organizado.

Desde el verano de 1998, estuvimos preparando una campaña de solidaridad con los trabajadores inmigrantes bajo el lema de ¡Los trabajadores no tienen patria! Era una campaña ambiciosa que perseguía la extensión de la conciencia internacionalista y que contemplaba como uno de sus pilares básicos el apoyo de las asociaciones de inmigrantes. Y este fue su gran defecto. Al no recibir tal ayuda, la campaña no sólo se desinfló, sino que perdió todo su sentido y motivación. Desde luego, la no consideración del tipo de organización que domina en el entorno de los trabajadores extranjeros, de corte corporativista, según sea su nacionalidad u origen, ya indicaba una carencia de análisis en la planificación del proyecto y un error de enfoque en el planteamiento, que pudo fácilmente dar pie a una interpretación paternalista de nuestra intención; pero tampoco puede obviarse que la total abstención respecto de la campaña por parte de las organizaciones de inmigrantes ponía de manifiesto la absoluta carencia de inquietudes clasistas e internacionalistas en la conciencia del actual trabajador inmigrante, y que se necesita algo más que una campaña de propaganda para cambiar todo esto.

La campaña a favor de los inmigrantes, en permanente estado de languidez, hubiera terminado expirando por sí misma si el tropel impetuoso de los acontecimientos no la hubiera enterrado antes. El 24 de marzo de 1999, la OTAN inicia los bombardeos sobre Yugoslavia, precipitando los acontecimientos en la última guerra yugoslava. El epílogo kosovar del reordenamiento imperialista en los Balcanes provocó un movimiento de respuesta internacional con intereses contradictorios que, aunque no llegó a adquirir el grado masivo de la más reciente protesta por la invasión de Irak, sí adquirió una incuestionable relevancia política. El MAI se aprestó a participar en él según la clave marxista-leninista de aportar el mensaje revolucionario y de facilitar su desbordamiento de los cauces impuestos por las organizaciones reformistas –y, en algunos casos, descaradamente proimperialistas– que lo dirigían. Y nuevamente el eco de nuestro mensaje fue nulo. A pesar del correcto análisis de los intereses de clase y de las fuerzas que concurrían en el enfrentamiento, tanto en el escenario bélico como entre las filas del movimiento contra la guerra, ningún sector de vanguardia, por mínimo que fuese, se desplazó hacia nuestras posiciones, por lo que el discurso revolucionario permaneció, una vez más, aislado y no pudo influir en los acontecimientos. Más aún, hubimos de rebajar ese discurso en aras de la unidad de acción con el sector del movimiento menos peligroso para los intereses internacionalistas del proletariado.

Finalmente, al lado de estas experiencias concretas y de nuestro trabajo de masas en general, acompañaba una actitud practicista que obstaculizaba en grado sumo nuestro propio desarrollo ideológico. Aunque prestábamos atención a los problemas teóricos a través del estudio de la rica historia de la revolución proletaria del último siglo (como resultado del cual, en colaboración con el Colectivo Fénix , hemos ido publicando nuestras conclusiones provisionales –a través de sendos folletos dedicados a Trotsky y a Stalin), no considerábamos pertinente más que la divulgación propagandística de esas conclusiones. Como nuestro plan de acción presuponía el marxismo-leninismo como teoría de vanguardia vigente y las tareas de estudio e investigación se veían como actividades internas sin una necesaria e inmediata proyección práctica, rehuimos el debate directo con el otro sector de la vanguardia interesado en definir las cuestiones de fondo de naturaleza teórica. Nos enajenamos, pues, también a este sector.

Las lecciones de la práctica

Poco a poco, se fue instalando en nuestras filas un cierto espíritu de impotencia y pasividad no exenta de escepticismo, a la vez que se abría, primero de manera espontánea, pero después de modo consciente, un periodo de reflexión sobre los métodos y los objetivos y, fundamentalmente, en torno a los presupuestos políticos de los que partíamos y sobre los que habíamos fundado nuestra empresa. Las conclusiones iban apareciendo claras a medida que avanzaba el debate interno. En primer lugar, comprendimos que nuestra actividad pretendidamente revolucionaria, en realidad, había escogido el camino de suplantar o solaparse con el trabajo de organización de las luchas de resistencia, es decir, con el trabajo ordinario de las organizaciones de masas. Habíamos subestimado la capacidad de las masas para organizarse, y no supimos ver que el proletariado no necesita a la vanguardia revolucionaria para organizar sus luchas, sino que el papel de ésta debe ser otro. Igualmente, semejante práctica nos había situado, objetivamente, a la cola del movimiento, a su retaguardia; en los hechos, trabajábamos en función de las necesidades inmediatas de las masas, no desde la perspectiva general de su movimiento, como señaló Marx. Necesitábamos, pues, una profunda autocrítica de los prejuicios economicistas y obreristas que arrastrábamos como consecuencia lógica de la cultura oportunista que domina el espectro político de la izquierda , por obra y gracia de la hegemonía de décadas de los partidos revisionistas.

En segundo lugar, comprendimos que la nula permeabilidad de los sectores de vanguardia que dirigen las luchas de las masas ante el discurso revolucionario es debida a que el marxismo-leninismo ya no es una referencia, ni en lo ideológico ni en lo político. En otros términos: independientemente de las causas del hecho, el marxismo, tal como se presenta una vez finalizado el ciclo revolucionario, no ejerce ya el papel de teoría de vanguardia. El efecto de este fenómeno –y nosotros lo hemos experimentado en carne propia– consiste primordialmente en que el objeto que nos habíamos propuesto en el trabajo –esa vanguardia práctica – no dispone de las claves ideológicas en su pensamiento necesarias no sólo para que el discurso comunista cale en ellas, sino siquiera para que puedan comprenderlo. Esas claves deberían formar parte del patrimonio cultural de la sociedad que, a su vez, depende del estado de la lucha de clases del proletariado, principalmente en sus esferas política y teórica. Lógicamente, una derrota como la del ciclo revolucionario de Octubre no podía acarrear otra cosa que la reacción del capital en toda la línea, persiguiendo la liquidación de todo vestigio cultural o ideológico relacionado con el pensamiento marxista, como así ha sido. Por consiguiente, pensar nuestra experiencia nos situaba, de repente, ante un escenario nuevo, totalmente diferente del que creíamos pisar cuando comenzamos nuestra trayectoria. Ya no se trataba de llevar la conciencia revolucionaria al movimiento práctico para que éste, desde su conciencia de clase espontánea, pudiera elevarse hacia una nueva posición revolucionaria. Este mecanismo había resultado falso. La conciencia espontánea había demostrado ante nuestros propios ojos poseer claramente un marcado carácter de clase burgués. No existía un camino directo en la toma de conciencia de las masas hacia la revolución. Elevar no se correspondía con la realidad del proceso social; era preciso transformar , revolucionar las conciencias desde posiciones ganadas por la vanguardia marxista fuera del movimiento práctico. El modelo del pasado ciclo revolucionario basado en llevar desde fuera el socialismo científico al movimiento para implementarlo y elevarlo está agotado. Ahora, la situación se define en otros términos: se trata de recuperar el marxismo fuera del movimiento y llevarlo hacia él para desviarlo de su camino natural (que sólo puede ser burgués, por estar limitado a la lucha de resistencia, porque ésta sólo dirige su interés hacia los efectos y no hacia las causas de los problemas sociales), para convertirlo en un movimiento distinto, de nuevo tipo, para transformarlo de movimiento reformista en movimiento revolucionario. La nueva situación, en consecuencia, nos ofrecía un escenario en el que las tareas iban adquiriendo cada vez más contenidos de carácter ideológico, teórico, más que puramente político (pues el primer paso de todo este proceso es el de recuperar la teoría de vanguardia, antes de poder revolucionar el movimiento práctico).

Estas conclusiones requerían, en consecuencia, la recapitulación sobre las premisas, los instrumentos y los objetivos de nuestra actividad y una reestructuración política de las tareas del plan de trabajo. El paso al primer plano de la cuestión de la ideología, de cómo combatir la ideología burguesa –que también hegemoniza los movimientos de resistencia contra el capital–, se tradujo, inmediatamente, en la certeza de que esa hegemonía sólo podría ser derrotada desde otra concepción del mundo, capaz de ofrecer una visión totalizadora de la realidad y una respuesta global como alternativa de progreso a la organización capitalista de la sociedad. Por supuesto, a priori , esta cosmovisión era el marxismo; pero nuestra práctica había demostrado que ya no funcionaba , que sufría una descomposición interna que le impedía ofrecerse como esa alternativa global si antes no era sometido a un proceso de recomposición que le permitiera recuperarse del desgaste sufrido por décadas en la primera fila de luchas de todo tipo. Este replanteamiento, naturalmente, ponía los problemas teóricos como primer punto del orden del día y, en consecuencia, obligaba a anteponer la cuestión de la Reconstitución ideológica del comunismo por delante de su Reconstitución política. Y, en esta misma línea, obligaba a reconsiderar el papel del Balance histórico de la experiencia de construcción del socialismo a lo largo del siglo XX, en el sentido de que ya no podía limitarse semejante expediente a la esfera privada de nuestra organización, ni considerar sus resultados como complemento teórico de unas bases ideológicas de partida sólidamente fundadas, como creíamos hasta entonces. La comprensión de la profundidad alcanzada por la crisis que atraviesa el comunismo nos obligaba a retomar toda su experiencia histórica de manera crítica, a reordenar el discurso revolucionario desde esa crítica, y a desafiar al resto de la vanguardia para que asumiese la responsabilidad de considerar esta tarea urgente también como suya. El contenido sustancialmente teórico de las nuevas tareas imponía también un nuevo objetivo táctico, una línea de masas dirigida hacia la vanguardia teórica , al sector que elabora los referentes ideológicos que orientan a las masas con el fin de que, en su confrontación con el marxismo, éste alcance, en esta única arena, tanto su recuperación como teoría revolucionaria global, como su condición de teoría de vanguardia, la recuperación de su posición dirigente del movimiento político de la clase obrera.

Entre 2000 y 2002, el debate en el seno de nuestra organización permitió que, poco a poco, se fueran rectificando los aspectos más negativos de nuestra vieja línea política. En septiembre de ese último año, El Martinete publicaba como Editorial lo que era ya la oficial autocrítica y pública rectificación. Las cosas iban enfiladas por el nuevo camino hasta el punto de que, en 2004, el MAI hacía público su Nuevo Manifiesto , que presentaba de manera sistemática el nuevo enfoque y la nueva línea general, y que sustituía (o, mejor dicho, completaba o concretaba) a nuestro viejo Manifiesto Constituyente de 1996, más general, declarativo y ceñido a los principios ideológicos.

El precio de avanzar…

Sin embargo, las implicaciones de las conclusiones a las que estábamos llegando no eran fáciles de asumir. Décadas de inercia revisionista y de estilo de trabajo inspirado en el oportunismo y el reformismo han creado una cultura en el movimiento comunista que ha convertido a sus militantes en lo contrario de lo que deberían ser: cuadros dirigentes de la revolución. La elevación repentina de nuestro horizonte como militantes individuales, con todo lo que conlleva en cuanto a la crítica consecuente de nuestro modo de vida, pero lógica y necesaria como accesorio inseparable de la práctica que exigía nuestra nueva línea política, fue demasiado para un sector de nuestra organización, incapaz de asimilar las consecuencias inmediatas que en el plano individual acarreaba el nuevo compromiso militante. Mientras el proceso de rectificación se mantuvo en la esfera general del planteamiento político, la organización mantuvo su unidad; pero cuando sus implicaciones fueron alcanzando el nivel organizativo y la esfera de lo privado, las contradicciones salieron a la luz, se desvelaron los prejuicios burgueses arraigados y se desenmascararon los impostores que se escondían detrás de la fraseología marxista, y en el momento decisivo se mostraron descarnadamente como contrarrevolucionarios confesos. La rectificación de la política del MAI condujo a una crisis interna: la crisis política se completó con la crisis organizativa. Pero igual que la primera se resolvió con la rectificación de la línea, la segunda trajo la depuración de la organización.

El sector faccioso se escindió como grupo organizado y pulula por ahí, usurpando el nombre del MAI. Es preciso advertir al movimiento que no confundan a estos renegados con los legítimos continuadores de la trayectoria del MAI. En cualquier caso, será fácil reconocerlos, en virtud de la deriva política derechista que han terminado embocando. Tanto en la teoría como en la práctica, este grupo ha roto con nuestro itinerario encaminado por el marxismo-leninismo. Por ejemplo, en el ámbito de la línea política, la campaña del referéndum sobre la Constitución europea ha sido para ellos una buena ocasión para continuar la labor de liquidación de la línea proletaria. Así, entre innumerables lugares comunes, la ausencia de todo análisis y la avalancha de fraseología, en su mensaje de campaña, dicen: “Otra Europa no es posible, salvo como Unión de Repúblicas Socialistas”. Lo cual supone caer en el sumidero del reformismo europeísta, entrar en la competición del quién da más en el mercado del oportunismo mendicante de sufragios; significa burlarse de las masas y del deber de su educación en el socialismo científico; supone renunciar a la tarea de propagandistas del comunismo… Apartarse del justo punto de vista internacionalista para retroceder hacia posiciones europeístas, hacia la generación de ilusiones de cambio socio-político en el seno de la Unión Europea, lleve el pelaje que lleve, independientemente de lo que suceda en el resto del mundo, es negar a la clase obrera la verdad sobre los mecanismos de funcionamiento del imperialismo, además de educarla en el chovinismo europeísta, es ocultar a la clase obrera la única y verdadera vía de salida del atolladero en el que el capital ha metido a la humanidad: ¡La Revolución Proletaria Mundial, y no la falacia de una Europa socialista ! Otro ejemplo, ahora en el terreno práctico de la táctica, de su alejamiento de la línea proletaria defendida por el MAI y su corrimiento casi vertiginoso hacia el oportunismo de derecha, son sus contactos con Corriente Roja, el grupo, encabezado por Nines Maestro, que se salió del PCE en su último Congreso, celebrado este año. El objetivo de estos contactos tiene claros propósitos electoralistas. Al parecer, los escindidos se unen para preparar con tiempo listas electorales que les permitan presentarse a las municipales de 2007 y a las generales de 2008. Nada de lo humano me es ajeno, decía el filósofo; ¡nada más ajeno al MAI que esto, decimos nosotros!

En cualquier caso, esta deriva electoralista no es sino el correlato lógico de la reacción extrema que, ante la línea de rectificación del MAI, expresaron los jefes del grupo sedicioso. Huyeron con tanto pavor corriendo hacia la derecha que no han parado hasta toparse de bruces con los que estaban saliendo por la puerta del PCE. ¡Menos mal! Sin este encontronazo oportuno, ¿hubieran terminado dentro de la casa común de la izquierda ? Desde luego, ya no se puede ir más a la derecha… ¿o sí? (De hecho, sabemos que, en la preparación de esas listas electorales, hay gentes que acaban de salir del PSOE hablando en nombre de nuestros renegados).

…por el buen camino

En la actualidad, el MAI atraviesa por un periodo de consolidación; pero existen ya indicios que nos animan a perseverar en el camino escogido. Si hay algo verdaderamente sintomático de que lo que se defiende es lo correcto es que el enemigo lo señale con el dedo. Y esto es lo que ha ocurrido. El MAI ha sido incluido en la lista negra de los enemigos de la democracia y los derechos humanos por parte de uno de los representantes de la nueva hornada de conversos, intelectualillos de segunda fila que forman parte del ejército de plumíferos reciclados para ser reutilizados por el sistema como sus más seguros servidores. Y es que no hay nada peor que un converso. De la misma correa que Pío Moa, ex grapo , el ex etarra Eugenio del Río, también ex macaco (en realidad, fue el principal fundador del EMK-MC), nos dedica una mención especial y en exclusiva en su último libro, de cuyo nombre no queremos acordarnos. Citando una octavilla nuestra editada con motivo del inicio de la agresión imperialista contra Irak, en marzo de 2003, este señor, en el contexto de su crítica general de los círculos de vanguardia presentes y pasados (contra los que carga desde la simplona crítica propia de un liberal y desde la moralina vergonzante de los derechos humanos), nos destaca como ejemplo de lo que, a su entender, es la vanguardia “en el sentido más pretencioso”, es decir, los que nos dirigimos a las masas con el ordeno y mando, imponiéndoles nuestro propios fines y engendradores potenciales de regímenes totalitarios. Por cierto, la misma crítica que nos lanzaban nuestros ex camaradas mientras corrían apresuradamente hacia el cretinismo parlamentario. En el folleto citado por el señor del Río explicábamos nuestra posición acerca de la relación entre la conciencia revolucionaria y el movimiento espontáneo de masas, señalando que éste no puede generar a aquélla, sino que debe ser incorporada “mediante la fusión de la vanguardia revolucionaria con éste [el movimiento]”. No es éste el lugar para realizar la crítica de la crítica del señor converso. Tiempo habrá. Sólo señalaremos que su trayectoria imparable de convergencia con el sistema establecido es todo un carrusel de renuncias a los principios. Desde la autodeterminación y la dictadura del proletariado, hasta el reconocimiento del proletariado como clase (el concepto de clase obrera en manos de este señor quedó reducido a una caricatura empírica de suma de movimientos sociales –el mismo que ahora profesan los desertores de nuestra organización, por cierto– y, en consecuencia, la idea de misión revolucionaria, hecha cenizas), de todo ha renegado quien ahora se erige en defensor de los valores eternos de la moral burguesa. Y desde esta moralina quiere terminar su trabajo enfilando ahora sus ataques contra la vanguardia. Desde luego, como ha sido cocinero antes que fraile, sabe que esta cuestión es decisiva para el movimiento obrero, crucial desde el punto de vista de su futura regeneración revolucionaria. El desprestigio de la vanguardia ante las masas, de su papel y de sus tareas es el modo más directo de cerrar la puerta a su influencia política y de bloquear toda salida revolucionaria a la crisis social. Del Río sabe esto, por eso escribe los libros que escribe, y por eso destaca en ellos a quienes mejor y más claramente definimos tanto la necesidad de la vanguardia como su papel y sus tareas. Pero, lo importante es que, al dar la alarma sobre un grupo minoritario y de escasa influencia dentro del espectro político de la izquierda como el MAI, el centinela pone en evidencia ante el mundo lo que el sistema considera verdaderamente peligroso para él; al advertir sobre un grupo político casi desconocido, le otorga la relevancia necesaria para distinguirlo del resto del movimiento y confirmar, de este modo, para nuestro gozo, que es la línea política que defendemos la que realmente hace daño al enemigo, a diferencia del lodazal en el que permanece sumergida la mayoría de grupos de ese espectro. Y por lo que se refiere a nuestra controversia doméstica particular, el reconocimiento del enemigo demuestra que es la actual línea del MAI, ésa a la que renunciaron los nuevos conversos salidos de nuestra organización, la que temen que se desarrolle con éxito los enemigos del comunismo. Con ánimos renovados y esperanzas fundadas continuaremos, pues, nuestro sendero, confiados en que, como dijera el sabio andante a su fiel escudero:

 

Si ladran es que cabalgamos