El Martinete - Número 17

Septiembre de 2004

 

NUEVO MANIFIESTO DEL MAI

¡Hacia la vanguardia proletaria!

 
     
 

Corren tiempos difíciles para la lucha de clases del proletariado internacional y del conjunto de las masas explotadas del planeta. Tiempos difíciles de comprender. Tiempos de desorientación. Tiempos de búsqueda. La situación de confusión reinante deja a la clase obrera necesitada de una referencia que aún no encuentra. Los últimos años son los de la constatación de una derrota histórica para el proletariado.

 

Es éste un momento crucial para la vanguardia proletaria y para el Movimiento Comunista Internacional. Una etapa de vitales decisiones para la globalidad de los movimientos revolucionarios, internacionalistas o de resistencia, para cualquier colectivo en lucha y con una perspectiva liberadora. El fin de un ciclo revolucionario, el Ciclo de Octubre , ha situado a la lucha de clases en un periodo de repliegue del proletariado mundial, una etapa que, no obstante, marca una transición a un nuevo y próximo ciclo de la Revolución Proletaria Mundial. Y este cambio de ciclo exige un punto de partida nuevo y superior, lo que significa nuevas premisas desde las que acometer la lucha revolucionaria.

 

Ante ello, la vanguardia del proletariado se encuentra en una encrucijada: tiene que plantearse dónde está y a dónde quiere ir. Se vuelve necesario mirar atrás y armarse ideológica, política y organizativamente para emprender las nuevas tareas.

 

Ése es, desde nuestra propia experiencia como Movimiento Anti-Imperialista (MAI), el análisis que realizamos y en el que encontramos una salida del atolladero en que se encuentra el movimiento revolucionario de la clase y que queremos transmitirle, especialmente, al conjunto de su vanguardia.

 

I – LA SITUACIÓN ACTUAL.

EL BALANCE DE LA EXPERIENCIA PROLETARIA.

 

La etapa actual nos ofrece un panorama de crisis y estancamiento general del movimiento de la clase. Por encima de éste, todos los destacamentos de vanguardia, todos los elementos y colectivos más avanzados y dispuestos a continuar su lucha contra el capitalismo deben decidir si están dispuestas continuar así, en ese estado de parálisis permanente que sólo les hace retroceder, o hacer balance y emprender, desde el análisis científico, la consecuente rectificación y la aplicación de las medidas que seas necesarias.

 

Un primer vistazo al desarrollo y los resultados de las luchas de los últimos años debería encender la alarma y mover a la reflexión.

 

CARACTERÍSTICAS DE LAS LUCHAS ACTUALES

 

Si analizamos los recientes movimientos de protesta y de resistencia en el mundo desde la caída del Muro y estudiamos sus características, más allá de la mera contabilización numérica de sus participantes, el panorama (al margen de luchas revolucionarias como las de Perú, Nepal o Filipinas) resulta, a todas luces, desalentador para cualquier perspectiva de crecimiento y estabilidad del movimiento y, sobre todo, de éxitos futuros relevantes.

 

El movimiento, en general, adolece de una gran debilidad. Las luchas son, casi siempre, de carácter coyuntural, tienen falta de continuidad, su desarrollo es ocasional. Sólo las grandes acciones del llamado Movimiento de Resistencia Global, nacido en Seattle y continuado en Nápoles, Barcelona y otros lugares, han guardado cierta línea de continuidad, pero han ido perdiendo fuelle hasta desparecer en la nada, precisamente por otras muchas carencias que podemos apreciar.

 

Hay una gran desconexión de unas luchas con otras, una ausencia general de vínculos con el resto de luchas de la clase. Parece como si cada reivindicación, cada protesta, nada tuviese que ver con las demás.

 

Son dominantes las concepciones pacifistas, siempre desde una concepción burguesa de la paz, reducida generalmente a la simple ausencia de conflicto y ajena a toda causa más profunda de alienación u opresión. Y se impone la sumisión a la legalidad burguesa: se toman como referencia, exclusivamente, las leyes establecidas por los propios causantes de la explotación. La lucha no rebasa nunca, entonces, el marco de la resistencia, quedando limitada a la mera reivindicación de medidas a adoptar por quienes son denunciados. Todo queda en mendigar las soluciones y, a lo sumo, en amenazar con un futuro castigo en las urnas. En absoluto se plantea la perspectiva de dar el propio protagonismo a los explotados, ni concebir el objetivo histórico de que sean las propias masas proletarias quienes alcancen a administrarse y gobernarse. En definitiva, todo queda dentro del marco de actuación de los propios mecanismos y leyes que generan y sancionan las situaciones mismas contra las que se lucha. Esta estrategia de la resistencia deja al movimiento al margen de todo proyecto realmente transformador, es decir, revolucionario. Y no desaparece, en absoluto, la violencia, sino que ésta tiene lugar de forma aislada, sin orientación revolucionaria, dependiente de la rebeldía espontánea de las masas.

 

Existe, asimismo, una gran fragmentación de las luchas. De acuerdo con la estructuración parcial del conocimiento que hace la burguesía, se parcializan las esferas de la vida social hasta el punto de separar las reivindicaciones y sus soluciones, recurriendo a una actuación mecánica y empirista, que rechaza la gran política y la visión global e integradora de las cosas. Se juega a tratar de alcanzar conquistas parciales de carácter democrático-burgués (sindicalismo, ecologismo, feminismo, derechos de los inmigrantes…), conquistas que sólo tienen un carácter reducido e incompleto bajo el dominio del capital: abordan infructuosamente problemas que no tienen resolución posible al margen de una política general integradora y revolucionaria. Esta parcialización de las luchas ha producido, a su vez, una fragmentación de la clase y de su movimiento, lo cual favorece y genera oportunismo y derrota. En cambio, son las luchas de carácter político y de gran envergadura las que consiguen mover a las amplias masas, lo que muestra que realmente es a través de la política y no del sindicalismo y las reivindicaciones puntuales como se desenvuelven las auténticas transformaciones sociales.

 

También se acaba perdiendo de vista que las movilizaciones no son neutrales, que siempre hay unas motivaciones e intereses de clase detrás. Los movimientos de masas no se producen al margen de intereses políticos (así, en las movilizaciones contra la Guerra de Irak no se ha querido apreciar la mano de un sector de la burguesía, más liberal y europeísta, que se estaba viendo desplazado por el sector dominante más reaccionario y especulador, representado por el PP, y que ha acabado logrando reorientar la política del Estado Español, al tomar como representante político a un PSOE al que ha ayudado a elevar al poder).

 

Inmersos en esta limitada concepción de las luchas, los diferentes destacamentos de la vanguardia se han mantenido encenagados en el más puro espontaneísmo, en un seguidismo ciego de las movilizaciones espontáneas de las masas. Se ha impuesto así una estrategia que, definida por el practicismo, busca sólo el resultado inmediato de las reivindicaciones, hipotecando todo panorama futuro de conquistas más globales. Este pragmatismo queda reducido a planteamientos de carácter posibilista, es decir, a la mera reivindicación de lo que se considera posible, desde una limitada visión economicista y un escepticismo político que niega todo ideal transformador de la humanidad.

 

De este modo, el protagonismo de las masas ha dejado en la retaguardia a la “vanguardia” (véase la actuación de la izquierda ante el Prestige, la invasión de Irak, el 11-M…). Muchos esperan que sea el movimiento de las masas el que, por sí mismo, desborde al sistema. El oportunismo izquierdista, de un lado, confía en la autonomía de las masas. Del otro lado, el oportunismo derechista sueña con su rentabilidad electoral. Falsas esperanzas que una y otra vez se ven desmentidas por los múltiples modos en que el capitalismo acaba reabsorbiendo o encauzando a su favor las diversas empresas de carácter “alternativo” o incluso las manifestaciones de rebeldía de las masas. Sin Partido Comunista, sin movimiento revolucionario, no es posible conjurar con posibilidades de éxito la regeneración del capital, que acaba superando sus crisis a costa de mayor destrucción y miseria para los explotados. En cambio, estas concepciones oportunistas parten de la consideración del movimiento de las masas como algo independiente al que han de supeditarse las organizaciones de la vanguardia. Una absolutización del papel de las masas que deja al movimiento de éstas ya sin cabeza desde su propio inicio. Por otro lado, el oportunismo, además de ser una de las principales causas de este descabezamiento, aprovecha la situación para medrar, imponiendo de este modo los intereses políticos burgueses o pequeño-burgueses en el seno del movimiento, dividiendo y debilitando a éste.

 

La confianza ciega de la vanguardia en estas luchas de resistencia es, por lo demás, ingenua: éstas no muestran una correlación con el desarrollo de la conciencia general de las masas ni provocan necesariamente identificación con un proyecto político. Ni siquiera las mayores y más exitosas movilizaciones han revertido en un incremento del apoyo a aquellas organizaciones de la izquierda que, falsamente, habían creído ser sus genuinas representantes, ni mucho menos han supuesto alguna elevación de la conciencia proletaria.

 

Esta visión mecánica del desarrollo social se ha visto arropada por un auténtico reformismo que ha renunciado a cualquier estrategia revolucionaria. Distintas opciones pequeño-burguesas responden a esa estrategia de transformación del mundo gradual, inmediata, sin trascendencia, de carácter empírico. Y ello tiende, generalmente, a concluir en electoralismo y cretinismo parlamentario, en una confianza falsa en la “regeneración democrática” y la superación legal y electoral de los problemas de las masas. Bajo todo ello respira una concepción errónea de la democracia. Se ha absolutizado el concepto, en aras de unos supuestos valores generales y abstractos (democracia, libertad...), exentos de carácter de clase, que conducen a la defensa y mantenimiento del dominio de la clase gobernante, la burguesía. Del mismo modo, se tiende a oponer democracia a fascismo, tratando de desvincular a éste del poder burgués (cuando no es más que una de las formas que adopta la dictadura del capital, caracterizada, no sólo por el incremento de la represión, sino especialmente por el hecho de que una determinada fracción de la burguesía acumula todo el poder y trata de dejar fuera del reparto de beneficios al resto de fracciones de la clase dominante). Se quiere, de este modo salvar una pretendida independencia de la “democracia” con respecto a las clases, ocultando el verdadero carácter de clase del Estado burgués, al que sólo se le puede oponer, no la democracia abstracta, sino la de los explotados, la Dictadura del Proletariado.

 

Los movimientos de masas que han dominado, al menos, estos últimos años, han estado, así mismo, marcados por la heterogeneidad de su composición, bajo el sello de un interclasismo que no ha obedecido en modo alguno a alianzas de clase bajo la dirección del proletariado, sino a una amalgama espontánea de intereses desconexos y frágiles. El resultado ha sido el eclecticismo ideológico. A la suma mecánica de reivindicaciones, lejos de concebir las luchas integradas en un todo, se ha venido a añadir un maremagnum de concepciones ideológicas y políticas diversas. Esto es un claro síntoma de pérdida de la ideología proletaria, de dominio absoluto de la ideología burguesa, dominio que hoy opera en todos los campos de la vida y el conocimiento.

 

Además, la impaciencia por la práctica entre las masas amplias, bajo el amparo de esa confusión ideológica, ha llevado a desechar el estudio y la investigación, a lo que hay que añadir las dificultades que la mayoría de los miembros del proletariado encuentra ante estas tareas, por el alejamiento de la cultura y la ciencia que la burguesía le ha impuesto desde siempre. Por eso, la incultura ideológica y política que el oportunismo y el revisionismo han alentado entre las masas y en el seno de sus propias organizaciones ha dejado una herencia de auténtico desierto intelectual entre el proletariado, lo que supone una de las grandes trabas que deberán superar la propia reconstitución partidaria y el proceso revolucionario en su conjunto.

 

Las recientes movilizaciones de las masas nos han venido a mostrar y confirmar lo dicho: Seattle, Nápoles, Argentina, Irak, Sintel… Antes ya conocimos el auge de las luchas de resistencia y su fracaso e impotencia para acabar con el capital: los intensos momentos de fervor político de las masas durante los años 60 y 70 acabaron en un agotamiento de las luchas que no parece haber dejado grandes conquistas a sus espaldas.

 

¿Queremos reconstruir lo mismo? ¿Repetir la experiencia, sin aprender nada de ella?

 

LA EXPERIENCIA DEL MAI

 

En el Movimiento Anti-Imperialista (MAI), hemos empezado por nosotros mismos.

 

La etapa de desarrollo y consolidación de nuestra organización alcanzó su periodo de madurez hace unos dos o tres años, culminando en una crisis en la que pudimos constatar una delicada situación de estancamiento organizativo y político. Entrábamos así en un proceso de reflexión y análisis, que quedó recogido en el editorial de El Martinete Nº 15, de septiembre de 2002, titulado Metamorfosis , proceso que se vio enriquecido por las tareas de balance de la experiencia revolucionaria anterior y por el debate con otros camaradas y organizaciones revolucionarias.

 

De este análisis, y tal y como se recoge en el citado editorial, extrajimos la existencia de importantes deficiencias y errores en nuestra actividad y en la propia línea de la organización. Observamos grandes contradicciones entre el desarrollo teórico (estudio del Marxismo-Leninismo, investigación sobre la experiencia histórica de la Revolución Proletaria Mundial…) y la práctica de la organización. El trabajo de masas que realizábamos no se correspondía con las tareas de construcción del Partido Comunista. Nos veíamos cada vez más abocados a enfangarnos en el espontaneísmo que nosotros mismos criticábamos y nos alejaba más y más de las metas perseguidas.

 

Todo este proceso de reflexión y debate, consecuentemente con lo aprendido de la práctica revolucionaria proletaria, tuvo lugar, como no podía ser de otra manera, mediante una lucha de líneas interna que dio como resultado un replanteamiento de nuestras concepciones acerca del Marxismo-Leninismo, el Partido Comunista y la Revolución.

 

En conclusión, hemos redefinido las tareas. Y, principalmente, hemos puesto en marcha una reorientación de la línea de masas. No se trata, en absoluto, de acabar con la práctica (siempre existe la relación teoría-práctica), sino de hacer otra práctica, estableciendo como objetivo un concepto distinto de masas, determinado, no amorfo, ni tampoco general. Nos dirigimos fundamentalmente a las masas con las que podremos resolver los problemas actuales de la revolución: las masas más avanzadas, la vanguardia. La base de nuestra reorientación reside en poner la ideología al mando, trabajar por la reconstitución de la ideología y del Partido Comunista. Para ello consideramos que se hace necesario romper con la inercia y el encorsetamiento en los viejos esquemas derrotados y luchar por el establecimiento de las premisas necesarias para emprender en mejores condiciones el próximo ciclo revolucionario. Entre otras cuestiones, que exponemos más adelante, ello coloca en primer plano la necesidad de abordar en profundidad el estudio de la experiencia revolucionaria del primer ciclo.

 

Hace poco más de ocho años, en nuestro primer manifiesto, el Manifiesto Constituyente ( El Martinete , Nº 0, marzo de 1996), realizábamos una somera exposición sobre el desarrollo y los elementos principales de la doctrina científica del proletariado, el Marxismo-Leninismo, caracterizábamos la etapa actual del capitalismo y definíamos las tareas principales de nuestra época. Entonces era necesaria la ruptura con los rasgos fundamentales del revisionismo, desde la defensa más rigurosa de los principios marxistas-leninistas. Hoy, superada aquella etapa de ruptura inicial, tras una no pequeña experiencia de aplicación bastante fiel a esos mismos principios, y como fruto del proceso vivido de balance, análisis y discusión, consideramos necesario abordar la tarea de despojarnos de las concepciones dogmáticas y de las carencias heredadas del Marxismo-Leninismo vigente en el Ciclo Revolucionario de Octubre y que creemos que son la base de nuestros fracasos y de la propia crisis y derrota del movimiento revolucionario mundial. Para nosotros, se hace, pues, imprescindible, como tarea prioritaria de la vanguardia, estudiar y actualizar todo el edificio ideológico y político del proletariado, llevando a cabo su reconstitución.

 

EL CARÁCTER DE LA ETAPA ACTUAL

 

En general, consideramos que sigue vigente el análisis sobre nuestra época que ya realizábamos en aquel manifiesto de 1996 y que la caracteriza, de acuerdo con Lenin, como la época del imperialismo, la fase de la decadencia y descomposición capitalista, la de la Revolución Proletaria Mundial. Y, así mismo, de acuerdo con aquél análisis -en correspondencia con la experiencia y el balance de estos años, también reflejado en anteriores publicaciones y hojas del MAI- debemos caracterizar como las contradicciones principales de nuestra época a las mismas que ya entonces enumerábamos: si la contradicción fundamental es la que se da entre el carácter social de la producción y la apropiación privada de la misma, las contradicciones principales del imperialismo, que deben determinar toda estrategia revolucionaria, son la contradicción entre los países imperialistas y los países oprimidos, las contradicciones inter-imperialistas y la contradicción proletariado-burguesía. Al mismo tiempo, y al contrario de lo que plantean otras organizaciones de la vanguardia, sostenemos que ha desaparecido la contradicción socialismo-capitalismo, pues, si hubo países socialistas cuya existencia daba lugar a tal contradicción, hoy podemos decir que ya no es así. De hecho, aunque continuasen existiendo tales Estados tal y como se configuraron entonces, tampoco podríamos hablar de la citada contradicción, pues la propia caída del ciclo ha dejado ya caducas las premisas que determinaban el carácter socialista de los mismos: hoy, tras la experiencia proletaria del Ciclo de Octubre, los elementos que deben caracterizar el proceso socialista hacia el comunismo han cambiado y lo que entonces era correcto, actualmente, en gran medida, ya no lo puede ser.

 

Si bien la tendencia general de las diferentes burguesías imperialistas es la de enfrentarse por el reparto del mundo, conduciéndonos de este modo hacia un nuevo conflicto de carácter mundial, podemos establecer que hoy todavía es principal y predominante la contradicción que opera entre los países imperialistas y los oprimidos, a pesar de que conflictos como el de Irak muestran un cierto afloramiento de las contradicciones inter-imperialistas, pero que no pasan de ser pequeños tanteos y ejercicios de fuerza de carácter secundario. Esto es muy importante, porque, si hay quienes olvidan esta tendencia y caen en el error de apreciar un único y potente imperialismo, la ceguera ante el establecimiento correcto de la contradicción principal está conduciendo a otros a negar la importancia de las luchas anti-imperialistas y de liberación nacional en el panorama internacional actual.

 

El Primer Ciclo Revolucionario, tras una importante fase preparatoria en la época del capitalismo concurrencial, época de la formación de grandes partidos obreros y del nacimiento del marxismo, se inicia con la Revolución Socialista de Octubre en 1917 y, después de algún intento de reactivación como la Revolución Cultural Proletaria China, se cierra definitivamente con el derrumbe de los sistemas llamados “socialistas” regidos por la burguesía contrarrevolucionaria que había tomado el poder en aquellos países, significando con ello, no sólo la derrota del revisionismo imperante, sino especialmente la de la primera gran experiencia revolucionaria. Y este fracaso, que es también una gran derrota ideológica del marxismo, se sitúa simbólicamente en torno a la caída del Muro de Berlín, en 1991, fecha que viene, pues, a concluir un ciclo revolucionario que desemboca en la mayor crisis de la historia del movimiento del proletariado y provoca su repliegue hasta la situación actual.

 

Tras este suceso, se inician movimientos en pro de una redefinición de las relaciones internacionales, en los que destaca la gran ofensiva de Estados Unidos por conservar su hegemonía mundial, toda vez que ha salido victorioso de la pugna inter-imperialista con el social-imperialismo de la URSS. Entretanto, se desarrolla la consolidación de potencias y nuevas alianzas imperialistas que disputen parcelas de poder al gigante norteamericano, lo que dibuja el actual panorama de pugnas políticas y económicas, bajo un gran y muy activo entramado de movimientos internacionales por parte de los países de la Unión Europea, Rusia, China o Japón. Así, han tenido lugar importantes conflictos como el de Yugoslavia y los Balcanes o el de Ruanda y el Congo, en la región de los Grandes Lagos en África. Al mismo tiempo, la ofensiva estadounidense y sus aliados, junto al plegamiento del resto de potencias al poderío de aquéllos, ha conducido, en una clara muestra del carácter principal de la contradicción entre los países ricos y las naciones oprimidas, a bárbaras agresiones como las de Afganistán o Irak y al establecimiento de un estado de alerta y represión internacional que, con el argumento del “combate al terrorismo”, justifica y potencia cualquier acción orientada a frenar y reprimir todo intento de respuesta rebelde y, sobre todo, revolucionaria.

 

El imperialismo ha salido reforzado de su victoria sobre el movimiento revolucionario de la clase obrera, ha emprendido una gran ofensiva contra ésta y el conjunto de los pueblos oprimidos del planeta y ha provocado un periodo de repliegue general del proletariado que, a su vez, debemos transformar en el de la preparación del próximo ciclo revolucionario.

 

 

LA LUCHA CONTRA EL IMPERIALISMO

 

En la concepción y el desarrollo de la lucha contra el imperialismo, tenemos importantes elementos comunes con el conjunto de los movimientos y organizaciones que se unen en esta ardua batalla. En general, todos rechazamos los fenómenos que caracterizan exteriormente al imperialismo, sus elementos más agresivos. Confluimos en la denuncia de las agresiones imperialistas. Y compartimos una declarada intención de acabar con éstas y con el imperialismo en general.

 

Pero consideramos que muchos aspectos y concepciones del anti-imperialismo más extendido son inconsecuentes. En este aspecto, se producen diferentes formas de tergiversar la concepción marxista-leninista del imperialismo o de errar en su caracterización y, en consecuencia, de equivocar las estrategias para acabar con él.

 

Así, por ejemplo, algunos desvinculan el imperialismo y el capitalismo, no aprecian que aquél no es más que la etapa más avanzada y degenerada de éste, es decir, es el capitalismo de nuestros días. De esta manera, muchos reducen el imperialismo a una determinada política exterior de los Estados, identificándolo de modo simple y reduccionista con las agresiones militares contra países terceros. Por otra parte, aunque en relación con lo anterior, se cae en la aberración de defender un capitalismo no imperialista, considerando erróneamente que se pueden eliminar los elementos de carácter monopolista internacional y las agresiones imperialistas conservando la economía de mercado capitalista y la producción de plusvalía. Quienes defienden esto persiguen una sociedad “equitativa y justa” mercantil que, de todas formas, acabaría conduciendo a la división social del trabajo, al trabajo asalariado y al propio imperialismo. Ésta es la base de gran parte de las concepciones reformistas y revisionistas que medran en el seno de la propia vanguardia de la clase desde hace muchos años. Algunos niegan la relevancia del monopolio y de la división del mundo en países opresores y países oprimidos, cayendo irremisiblemente en una negación de la contradicción, que hoy es principal, entre los países imperialistas y los países oprimidos. A la inversa, otros exageran el monopolio hasta concebir un “ultraimperialismo” o imperio único y monolítico que les conduce, entre otras cosas, a la reivindicación de una vía “tercermundista” que rechaza el papel del proletariado de los países opresores y sólo ven como sujeto revolucionario a las masas de los países oprimidos. De otra parte, hay quienes identifican el imperialismo con Estados Unidos, olvidando y negando el carácter imperialista de la Unión Europea o del Estado Español. También se cae en el chovinismo imperialista, al rechazar el imperialismo de fronteras para afuera y, en cambio, aceptarlo o encubrirlo de fronteras para adentro, no viendo el propio. Finalmente, gran parte del movimiento anti-imperialista mundial se limita a la búsqueda de amplias alianzas heterogéneas, de mínimos, y, por lo mismo, débiles. Sólo confían en la posibilidad de resistir a las manifestaciones del imperialismo, porque no creen posible destruirlo. Ése es el auténtico carácter de la estrategia de la simple resistencia.

 

Para nosotros, sin embargo, el anti-imperialismo realmente consecuente es el anti-imperialismo revolucionario, es decir, anti-capitalismo como revolución proletaria. Por tanto, la única derrota verdadera del imperialismo, con la liberación del proletariado y del conjunto de los pueblos, no tendrá lugar sino con la superación del capitalismo en el comunismo. Por ello, la lucha exitosa contra el imperialismo sólo podrá tener el sello de la defensa de la Revolución Proletaria Mundial, cuya expresión consciente es la concepción del mundo marxista-leninista. El carácter internacional de la lucha proletaria, como ya apreciaron Marx y Engels, y como el imperialismo de nuestra época hace más real y palpable, establece, de este modo, el Internacionalismo Proletario como la única línea correcta en la lucha contra el dominio del capital internacional, la que, por encima de la defensa de planteamientos de corte nacionalista, inspirados por la burguesía, antepone los intereses de clase del proletariado a escala mundial, que son, en última instancia, los intereses de la humanidad alienada y explotada deseosa de emanciparse.

 

Tras el ensayo revolucionario de la Comuna de París, la primera ofensiva para la superación del capitalismo se realizó durante el pasado ciclo de la Revolución Proletaria, el Ciclo de Octubre , y, como hemos referido más arriba, concluyó en una derrota de tal envergadura que ha generado la mayor crisis en la historia del movimiento revolucionario mundial y de la propia teoría marxista-leninista construida a lo largo de dicho ciclo. En consonancia con el declive de ese ciclo revolucionario, el conjunto de la lucha mundial contra el imperialismo ha ido en descenso, y no sólo cuantitativamente, ya que la degeneración ideológica ha conducido inexorablemente a tales luchas por la senda del abandono teórico y la debilidad política y orgánica. El movimiento internacionalista pierde su orientación de clase a partir de la Guerra de Vietnam, fundamentalmente, con las grandes movilizaciones de carácter pacifista y anti-bélico. Es a partir de entonces, a tono con el declive revolucionario del proletariado, cuando se desarrolla en todo el mundo un movimiento de solidaridad internacionalista que establece sus ejes principales en la defensa de las luchas de liberación nacional y pasa a formar parte de la batalla estratégica entre Estados Unidos y una URSS ya revisionista y dominada por una nueva burguesía que, bajo falsas banderas proletarias, encabezaba el oponente imperialista, en lo que vino a denominarse como “Guerra Fría”. En este periodo tienen lugar importantes éxitos revolucionarios de carácter democrático-burgués, pero que no alcanzaron a dar los pasos necesarios para su continuación en revoluciones socialistas, pues, entre otras cosas, o no estaban dirigidos por la vanguardia de la clase obrera, o los diversos partidos “comunistas y revolucionarios” que abanderaban tales luchas se encuadraban ya bajo las directrices del revisionismo y el mandato de la Unión Soviética. Éste era el caso (con la excepción de China y las revoluciones de tinte maoísta, que decayeron posteriormente por causas similares) de las revoluciones en Cuba, Nicaragua, Angola, Mozambique… o el del triunfo de la Unidad Popular en Chile, por ejemplo. Este internacionalismo ya debilitado ideológicamente acaba degenerando en un internacionalismo lacio, irreflexivo y acrítico, que deviene en una defensa ciega de todo aquel movimiento o pueblo que se enfrenta al imperialismo yanqui, obviando y haciendo caso omiso de todos los errores y carencias que, por aquello de “no apoyar al enemigo”, acaba abriendo las puertas a su propio fracaso, tal y como ha venido ocurriendo con el apoyo incondicional, nada revolucionario, a movimientos y guerrillas como el FSLN de Nicaragua, el FMLN de El Salvador. Después, tras la Caída del Muro, el nuevo giro en las relaciones internaciones da paso al establecimiento de conceptos como “neoliberalismo” o “globalización”, en una dinámica de confusión teórica que, con el concierto del revisionismo, ha tratado de hacer ver en ellos, no las formas particulares y últimas del decadente imperialismo, sino el causante de todos los males, identificándose éstos con las políticas más conservadoras y encauzando al conjunto de las luchas anti-imperialistas por la senda del reformismo y la socialdemocracia, defendiendo con ello el espejismo de un capitalismo “democrático” y “socialmente justo”. Ésta es la orientación que ha acabado predominando en el anti-imperialismo más reciente, imponiéndose una filosofía espontaneista que confía a las masas toda la autonomía y la capacidad de generar la conciencia que guíe su liberación, como apreciamos en el movimiento anti-globalización o en guerrillas como la del FZLN en México (caso más sangrante aún, pues éste incluso renuncia abiertamente a la toma del poder).

 

Visto este proceso en su conjunto, tenemos que afirmar que esa estrategia de partir de las masas para elevarse hacia la conciencia y las conquistas revolucionarias han acabado en una estrepitosa derrota: el marxismo revolucionario no se recupera así, sino que se pierde cada vez más como referencia liberadora. Ésa ha sido también la experiencia del MAI. Por eso planteamos que ahora se vuelve más claro que nunca el camino inverso: es necesario partir desde arriba, desde la teoría, para elevar a las masas (algo que siempre ha dado sus resultados en el movimiento revolucionario del proletariado, desde Marx y Engels, y que Lenin dejó bien sentado en su obra ¿Qué hacer? ). La teoría y la práctica andan siempre unidas indisolublemente. Pero, en esa contradicción que forman, y en función del momento y las circunstancias concretas, el carácter principal lo posee una u otra. Ahora, tras una larga etapa de experiencia revolucionaria práctica, política, pasa a primer orden la profundización y el desarrollo del trabajo de carácter teórico: hay que extraer lecciones de lo experimentado. Por ello, la primera gran tarea es la de abordar el balance histórico de la revolución proletaria hasta nuestros días.

 

LA REALIZACIÓN DEL BALANCE HISTÓRICO

 

La realización de este balance histórico de la experiencia revolucionaria conlleva una ardua tarea de estudio y de investigación. Significa revisar a fondo la historia del Movimiento Comunista y de la lucha de clases proletaria, conocer las grandes conquistas de las masas explotadas en todo el mundo, especialmente en sus momentos de mayor nivel y principales logros, hasta desvelar cuáles han sido ante cada reto y cada problema las diferentes líneas defendidas, las soluciones aportadas, los problemas no resueltos, los errores, las carencias, extrayendo las lecciones de carácter universal, recuperando los principios válidos y superando lo incorrecto, lo insuficiente, lo caduco.

 

Ello exige adoptar una concepción dialéctica, acorde con el marxismo, del conocimiento y transformación de la naturaleza y la sociedad. Así, a partir de los principios dialécticos en que se basa toda transformación (unidad y lucha de contrarios, transformación de la cantidad en calidad y negación de la negación), debemos considerar que toda nueva etapa en el desenvolvimiento de cualquier fenómeno implica una fase superior que niega la anterior, es una fase de síntesis, más elevada, que conserva y supera a un tiempo, de modo que tiene lugar una negación que, al mismo tiempo, ha de sentar las bases para ser negada nuevamente en un escalón superior, y así sucesivamente. La negación mecánica, por el contrario, reduce a la nada lo adquirido en la fase anterior, naciendo así ya lastrada para su posterior desarrollo, lo que acabará conduciendo a los nuevos elementos al colapso. Eso es lo que ha venido a suceder, de alguna forma, con la ideología proletaria durante el pasado ciclo revolucionario, de modo que no basta con retomar, puro y lustroso, el Marxismo-Leninismo de los inicios del ciclo, sino que se vuelve imprescindible su recuperación bajo la forma de una superación dialéctica del mismo. Hay, pues, que extraer lecciones de los aciertos. Conservar, bajo nuevas formas, lo aprendido y ganado. Y hay, también, que sacar lecciones de los errores. Rectificar y superar dialécticamente éstos. Alcanzar, en definitiva, la síntesis superadora.

 

Este balance de la experiencia histórica proletaria, que especialmente ha de abordar el Primer Ciclo Revolucionario, debe ser crítico, profundo, sin prejuicios. La vanguardia del movimiento de la clase debe entregarse a ello superando todo tipo de dogmatismos y lecturas viscerales. Tiene que indagar en los problemas reales y las soluciones llevadas a cabo o planteadas. Conocer las diferentes líneas enfrentadas y sus planteamientos de fondo. Huir del endiosamiento o la condena de personajes e investigar sus aportaciones reales (en este aspecto, nada nos aleja más de alcanzar a aprender de la gran experiencia bolchevique que encerrarnos dogmáticamente en torno a cuatro tópicos acerca de personajes como Stalin o Trotsky, negándonos a analizar aquello que verdaderamente nos ha de servir hoy para la revolución). Apreciar los errores y las carencias y su relación dialéctica con las conquistas realizadas. En definitiva, sumergirse en un hondo análisis crítico y científico que se centre en las cuestiones que realmente servirán para establecer las premisas necesarias para abordar correctamente las tareas del nuevo ciclo revolucionario mundial.

 

A partir de nuestra propia experiencia de análisis y el de otras organizaciones y destacamentos de la vanguardia, queremos situar unas primeras conclusiones que ayudarán a establecer algunas propuestas orientadas a salir del pantano en que hoy nos encontramos en las filas del anti-imperialismo y la lucha revolucionaria.

 

 

EL MARXISMO Y LA REVOLUCIÓN PROLETARIA MUNDIAL

 

El proletariado se conforma como clase a lo largo del siglo XIX, en un proceso inicial en que, a partir de las luchas individuales y su posterior unión en luchas de fábrica y de gremio, se va organizando políticamente en partido, enfrentándose a la burguesía, por la defensa de sus intereses inmediatos económicos. Adquiere así su estatus de “clase en sí”, en un periodo en que el capitalismo se desarrolla abiertamente bajo la libre concurrencia y en el que las ideas utópicas socialistas que tratan de liberar al obrero de sus cadenas acaban dando paso a la formulación científica de este proceso liberador.

De este modo, en el siglo XIX, y como fruto de la síntesis genial de lo más avanzado del pensamiento humano alcanzado hasta entonces con la experiencia de las luchas obreras, nace el marxismo, que pasa a convertirse en la concepción científica del mundo más elevada y en la bandera ideológica del proletariado en su lucha de liberación. Teniendo como fuentes la economía política inglesa, el socialismo francés y la filosofía alemana, Marx y Engels dan nacimiento a una cosmovisión que pone al descubierto los mecanismos del desarrollo histórico de la sociedad y la naturaleza y descubre a la clase obrera como la única en condiciones de librar al conjunto de la humanidad de las cadenas que la encierran en un estado de necesidad y alienación y conducirla al comunismo, a través de su propio proceso de liberación como clase, ofreciéndole la guía y los instrumentos ideológicos necesarios para ello.

 

Desde estos principios, Marx y Engels analizan la sociedad capitalista y sus contradicciones hasta mostrar las tendencias de su desarrollo y el camino para su superación. Pero, iniciado el siglo XX, el capitalismo entra en una nueva etapa caracterizada por los monopolios, el dominio del capital financiero y la exportación de capitales frente a la de mercancías. Es la etapa imperialista, que Lenin define como la etapa parasitaria y decadente del capital, su fase superior, la de la Revolución Proletaria Mundial, la que dé paso al socialismo como transición al nuevo estadio del desarrollo humano que es el comunismo. Las nuevas condiciones de existencia del capital dan lugar a una etapa nueva y superior también en el desarrollo de la lucha de clases y el proletariado entra en un periodo de formación como clase “para sí”, un periodo en el que debe tomar conciencia de su papel histórico en la resolución de las contradicciones que cierren definitivamente el largo camino de la historia de las luchas de clases. Es la época en la que la clase obrera abandona su movimiento espontáneo y su lucha economicista para tornarse revolucionario, aprehendiendo la ideología y haciéndose con los medios políticos y organizativos que se lo permitan. Y el instrumento del que se va a dotar para ello es el Partido Comunista, producto de la fusión de la ideología proletaria con la clase. Ésa es la principal aportación de Lenin a la revolución, el Partido de Nuevo Tipo. Por ello, junto con la caracterización del imperialismo, la formulación de la estrategia y la táctica revolucionaria proletarias o el desarrollo de la teoría marxista del Estado, entre otras cosas, el leninismo es el marxismo de la era de la Revolución Proletaria Mundial.

 

Con el triunfo de la Revolución Soviética en 1917 se abre entonces un ciclo revolucionario que lanza al proletariado abiertamente ya en pos de la conquista del comunismo, un ciclo que tiene su conclusión con la caída de los regímenes “socialistas” a principios de los años 90 del pasado siglo XX, tras una larga etapa de usurpación del poder por la burguesía y de restauración de su dictadura de clase, proceso que se pone especialmente al descubierto, a la muerte de Stalin, con Jruschov en la URSS y que, tras el repunte revolucionario de China, tiene lugar allí con Deng Xiaoping, tras el fallecimiento de Mao Tse-tung.

 

El Ciclo Revolucionario de Octubre supone un proceso histórico crucial para la perspectiva de liberación de la humanidad. Una gran experiencia de lucha y de conquistas del proletariado revolucionario que ha estado marcado por momentos álgidos y fundamentales como las primeras décadas de la Revolución de Octubre en la URSS o la Revolución Cultural Proletaria en China. Una experiencia que ha mostrado a la clase obrera mundial que el camino de la revolución es posible, del mismo modo que su derrota está mostrando que no hay otra alternativa, que el capitalismo sólo puede conducir al caos, a la guerra y a la miseria para la mayoría de la humanidad. La experiencia de este ciclo ha ilustrado el modo en que puede triunfar la revolución en cada país, ha puesto al descubierto el potencial de la clase obrera y aporta, en general, lecciones de gran valor para la lucha revolucionaria. Pero, sobre todo, ofrece importantes aspectos nuevos del oportunismo y el revisionismo, entregando al proletariado y su vanguardia un material de incalculable valor para combatir a la burguesía y sus lacayos en la próxima oleada de lucha por el comunismo. El Primer Ciclo Revolucionario deja derrotada a la clase obrera y su ideología, pero lo hace con un bagaje teórico y práctico que es necesario aprovechar y elevar a un nivel nuevo y superior.

 

Es necesario, por tanto, profundizar en el análisis de los logros y conquistas del Primer Ciclo Revolucionario, pero especialmente habrá que hacerlo con respecto a sus insuficiencias y fracasos.

 

 

UNAS PRIMERAS LECCIONES DEL CICLO DE OCTUBRE

 

El desarrollo de la revolución proletaria hasta nuestros días nos ha dejado una gran cantidad de enseñanzas en torno a las cuestiones de la toma del poder. Y éstas son muy importantes, pero hoy, por encima de ello, resulta fundamental resolver el problema de cómo desenvolver el socialismo para llegar de verdad al comunismo. Es decir, que, si algo cobra prioridad en el trabajo de hacer balance de la experiencia revolucionaria, es el análisis de los problemas y las soluciones llevadas a cabo en el proceso de construcción del socialismo, lo que coloca en primer plano las cuestiones del carácter y las premisas del Partido Comunista, el ejercicio de la Dictadura del Proletariado y, sobre todo, el problema de la formulación y asunción de la ideología.

 

¿Por qué se interrumpió la construcción del socialismo y se produjo la restauración burguesa? No es de recibo concebir que la burguesía se apropiara del poder de la noche a la mañana, sin partir de una base, sin una preparación. ¿Por qué no reaccionaron las masas? ¿Y el resto de la vanguardia, o de los Partidos Comunistas? ¿No se dieron cuenta del calibre de los cambios? Si hubo resistencia, fue pequeña y fácilmente reprimida. Las concepciones más equivocadas fueron asumiéndose poco a poco y sin el menor atisbo de cuestionamiento por la mayoría. Y quienes apreciaron algo, aunque reaccionaron (especialmente la China de Mao), no acabaron de resolver el problema y terminaron sucumbiendo de forma parecida. En general, es un problema de conjunto, que afecta y engloba a todo el ciclo y que sólo podrá tener solución ya acabado éste, en un nuevo ciclo que lo niegue y supere dialécticamente.

 

Los estudios iniciales apuntan hacia deficiencias de gran calado y tendencias de carácter revisionista y erróneo en los años anteriores a la victoria burguesa (con Jruschov o Deng Xiaoping, bajo las propias banderas comunistas), pero también y sobre todo (pues de ahí derivan estos errores y desviaciones) a limitaciones congénitas no superadas desde el principio. El Primer Ciclo nació con carencias y concepciones limitadas heredadas que no fueron resueltas a lo largo de su curso, bien porque no se vieron, bien porque no se supieron corregir, bien porque, anteponiéndose las cuestiones políticas urgentes, no dio tiempo a pensar detenidamente en estos problemas. De este modo, ciertas simplificaciones del marxismo que tomaron cuerpo bajo la II Internacional acabaron convertidas en dogmas, sin alcanzarse a apreciar su esencia dialécticamente, sin desarrollar el marxismo y darle un contenido vivo, no mecánico ni dogmático. De donde se reprodujeron concepciones y fórmulas que terminaron enquistando al marxismo en un instrumento rígido e incapaz de aportar soluciones a los nuevos problemas que planteaba el socialismo.

 

El obrerismo fue una de esas concepciones. Una noción mecánica del papel de la clase obrera que acabó reduciéndola a su papel económico, viendo en ella únicamente su carácter de clase “en sí”, lo que bloqueó su proceso de elevación consciente como sujeto revolucionario. Y esto produjo un abandono del papel de la conciencia en el proletariado, dejándola en manos de la ideología contraria, la burguesa, que, por supuesto no se podía haber eliminado aún. De esta manera, se pierde de vista el papel de la aristocracia obrera al servicio del capital, su aburguesamiento. La edificación socialista se apoya, así, en el desarrollo del nivel de vida de la clase, se identifica con él, confundiendo el proceso de ascenso de las masas proletarias y de la humanidad hacia su emancipación con la mera conquista sindical, económica, de las reivindicaciones obreras (contra las advertencias del propio Lenin, quien tantas veces insistiera contra el peligro economicista).

 

Todo esto abre las puertas al economicismo, del que surgen concepciones tales como la Teoría de las fuerzas productivas , en la que, desde una concepción errónea de la tesis marxista de la primacía de la infraestructura y la base material del desarrollo social sobre la superestructura ideológica y política, se absolutiza el papel de la base económica, negándose así protagonismo al sujeto transformador. En cambio, para Marx y Engels, la infraestructura económica es determinante “en última instancia”, lo que en absoluto significa que no sea decisivo el papel de la conciencia.

 

Se incurrió también en el abandono de la concepción del socialismo como larga etapa de transición al comunismo, instalando la idea de aquél como sucesión de conquistas y objetivos inmediatos, ligados a la mencionada concepción economicista (liquidación de la propiedad privada, etc.). Esto iba unido a una identificación de socialismo con nacionalización y propiedad estatal, de modo que el carácter socialista de cualquier medida, acción o relación venía definida (de nuevo la asunción formal y mecánica de algunos preceptos del marxismo) por su pertenencia al Estado (propiedad pública o estatal frente a propiedad privada), más que por el grado en que resolviera problemas de la revolución y ayudara en la lucha por conquistar el comunismo. Esto significa que no se profundizó en el problema de las relaciones económicas, fundamentalmente en la cuestión de la división social del trabajo. Por otro lado, se produce una separación mecánica de los problemas de la infraestructura con las cuestiones de la superestructura, tratando los asuntos en general al modo en que los suele tratar la burguesía: aislada, parcial y mecánicamente. Al mismo tiempo, se infravalora y se pasa por alto el peso del capitalismo de Estado en la estructura socialista. Aunque, en la medida en que ayude al avance hacia el Comunismo, el capitalismo de Estado sí pertenece al socialismo, el hecho de olvidar que es capitalismo llevó a confundir, como hemos comentado, a la propia estatalización en sí con el desarrollo socialista, lo que impidió detectar el papel que la burguesía usurpadora desempeñaba en la administración y en las empresas.

 

Con mayor gravedad, se perdió de vista que el elemento principal del proceso de construcción socialista es el Partido Comunista, no el Estado. El Partido es el instrumento principal de la revolución. El Estado tiene un papel estratégico, es un instrumento para la dominación de clase, para llevar a cabo las medidas y acciones del socialismo. Pero el Partido, en cambio, representa, no sólo una estructura organizativa (aunque también la tenga), sino el vínculo del proletariado con su ideología, la unión con su vanguardia, su concienciación misma. En cuanto al Estado, su identificación absoluta con el proletariado y su vanguardia condujo a ignorar la posibilidad de la restauración burguesa desde el Estado mismo. A pesar de contemplar el problema de la burocratización, no se apreció a la nueva burguesía tecno-burocrática que florecía en el interior del aparato estatal administrativo y en las grandes empresas estatales y que acabaría tomando las riendas, junto con los sectores revisionistas del Partido, apoyaándose en las desviaciones, errores y carencias de la vanguardia.

 

A pesar de ser el creador del Partido de Nuevo Tipo, Lenin no llegó a sistematizar su teoría del Partido, ni pudo llegar a profundizar teóricamente en su formulación. Quizá por ello, la concepción que se tiene del Partido Comunista termina quedando limitada y encorsetada en un modelo de corte organizativista, que reproduce el imperante en la II Internacional. Se produce una identificación del Partido con la vanguardia que conduce a una reducción del problema de la vanguardia a su papel de dirección organizativa, mientras que, al mismo tiempo, se genera una separación de la vanguardia con respecto de las masas. Tiene entonces lugar un desarrollo incompleto de la fusión vanguardia-masas, relación que acaba rompiéndose y desapareciendo. Se elimina con ello la fusión de la ideología con el proletariado y se extingue, así, el auténtico Partido Comunista. Esta separación deja a las masas en el atraso ideológico, lo que las aleja más de la vanguardia, incrementando el sectarismo de ésta. Esto permitió la confusión del propio grupo dirigente de vanguardia con la nueva burguesía, la cual pudo así fácilmente cambiar el carácter de clase de las estructuras que formalmente seguían identificándose como socialistas (en base a esto, precisamente, algunos continúan con su ceguera, empeñados en calificar de “socialistas” a países claramente ya tomados por el capital, como es, por ejemplo, el caso de China). De este modo, degeneran los mecanismos de la Dictadura del Proletariado, que son usados en beneficio de la nueva burguesía.

 

Estos errores y deficiencias en la forma en que se entienden los conceptos de Partido, vanguardia o masas, acabó provocando un grave problema en las formas en que se constituyeron los Partidos Comunistas en el Primer Ciclo. Se partía de una concepción mermada e insuficiente de la vanguardia y del Partido, importando un modelo formal, sin atender a la creación de las premisas necesarias para la constitución partidaria. Este proceso de formación se nutría del impulso de Octubre, el auge revolucionario de las masas y la crisis capitalista, pero dejaba sin resolver cuestiones fundamentales de carácter ideológico. Su desarrollo, por tanto, quedaba incompleto, con carencias que se traducían en las formas políticas y organizativas y han sentado las bases de su degeneración posterior, como hemos podido observar tristemente en todo el mundo. Esta descomposición de los partidos abanderados del marxismo ha ido de la mano de una amplia extensión y un incremento del oportunismo y el revisionismo. En su degeneración, se ha terminado sosteniendo estructuras organizativas formalmente “comunistas” en las que hay una abrumadora preponderancia de lo organizativo sobre lo ideológico y una aceptación formal del Marxismo-Leninismo que la ha dejado totalmente carentes de efectividad y sólo juegan un papel nocivo para el movimiento del proletariado, al que sólo trasladan desorientación política y anquilosamiento orgánico.

 

A partir de estos presupuestos, los intentos de resolución de los problemas de clarificación ideológica y de unidad orgánica de los comunistas sólo han ofrecido soluciones precipitadas, insuficientes y erróneas. Tras la caída definitiva, los intentos de recuperación son superficiales y falsos. No atienden a la solución de los problemas ideológicos de fondo. Se resuelven en falso las cuestiones teóricas. Y la cacareada táctica de la “unidad de los comunistas” atiende a una unidad orgánica formal, dando por asumidos los fundamentos ideológicos, a partir de algunos preceptos dados. Se considera la ideología como algo conformado y asumido en la mente de los comunistas separados que basta con unificar en una organización para dar por “reconstruido” el Partido Comunista. Con lo que la unión alcanzada acaba siendo, como tantas veces, una estructura heterogénea ideológicamente y sin más basamento que los intereses inmediatos de sus dirigentes y la inercia conformista de sus bases.

 

En general, como decíamos más arriba, ha dominado, y domina, una concepción limitada del Marxismo-Leninismo, lo que implica una degradación de la concepción proletaria del mundo. Ésta se ha venido concibiendo, ya desde la II Internacional, como una teoría económica y política y no como un todo, como una concepción íntegra del mundo. En el desarrollo del pensamiento teórico revolucionario ha acabado gobernando el escolasticismo, produciendo una esclerosis ideológica que ha conducido al Marxismo-Leninismo a su estado actual de postración y derrota (existen aportaciones y desarrollos positivos, pero quedan aislados, desconexos, se olvidan, no se integran en la concepción dominante en el seno del Movimiento Comunista).

 

 

SITUACIÓN ACTUAL DE LA VANGUARDIA Y EL MCI.

 

La derrota histórica que ha sufrido el proletariado en el ya agotado ciclo revolucionario precedente ha sido, como acabamos de ver, no sólo política, sino también ideológica. Entre otras cosas, además, ha venido a significar la desaparición del bloque socialista. El revisionismo ha tenido también su propio ascenso y caída. Si bien el oportunismo y el revisionismo son la quinta columna de la burguesía en las filas proletarias y, en ese sentido, la caída del socialismo es una victoria suya, también es verdad que la derrota en la “Guerra Fría” frente al imperialismo yanqui ha sido su declive. Una vez más han mostrado cuál es su carácter. La tarea de la vanguardia ante ello será desenmascararlos ante las masas para que éstas también renieguen de ellos.

 

Se ha producido un repliegue mundial de la clase obrera. Hay un abandono general de la lucha revolucionaria y las luchas de resistencia son, como hemos visto, débiles y dispersas. La clase ha bajado la guardia. Está desarmada ideológica, política y organizativamente. El movimiento descendente de la lucha proletaria va parejo de una crisis de su conciencia de clase. Y es patente la ausencia de un referente ideológico y político: la referencia ideológica del Marxismo-Leninismo ha sido derribada ante las masas, que ya no ven en él su ideal emancipador. Frente a ello, se reproducen los espejismos del movimiento: Cuba, Movimiento Zapatista, Chávez, Lula… En suma, todas aquellas luchas que no salen del marco de la resistencia o tratan de abrir, una vez más, “terceras vías” que, pese a lo que anuncian, nunca ofrecen nada nuevo, porque no lo puede haber si no surge del desarrollo y asunción de la ideología proletaria. Entretanto, quedan “restos” de lucha revolucionaria, enmarcados en el Ciclo de Octubre: Nepal, Filipinas, Perú… Procesos revolucionarios a los que apoyamos y deseamos el mayor triunfo, pero que consideramos que, tarde o temprano, tendrán que enfrentarse a los grandes problemas que generaron la derrota de las experiencias revolucionarias del pasado siglo, si no quieren verse envueltos en el mismo final, si desean contribuir de verdad al éxito revolucionario mundial.

 

En general, la vanguardia se encuentra atomizada, dispersa. El desarme ideológico de la vanguardia ha conducido a la ruptura de las organizaciones. Reinan la confusión y el caos, predomina una heterogeneidad de ideas confusas y parciales, con multitud de discursos. Las lagunas teóricas son inmensas, alimentando una interminable sucesión de errores y concepciones dogmáticas. Se extiende así el predominio de las ideas oportunistas y revisionistas. La vanguardia de la clase se encuentra, pues, falta de claridad ideológica y huérfana de base científica, inmersa en el subjetivismo y el empirismo.

 

Todo esto produce desorientación y falta de perspectiva. Así, ni ofrece ni puede ofrecer jamás una alternativa real al dominio del capital. El resultado de la derrota histórica del proletariado tras una primera oleada revolucionaria es su desarme ideológico y político. El Movimiento Comunista Internacional ha renunciado de este modo a la liberación de la humanidad. Ha caído en el economicismo y el espontaneísmo y se maneja con un arsenal teórico pobre que ha abandonado la comprensión del papel de la clase obrera en la Historia y de los medios para desempeñarlo.

 

El MAI forma parte de esa vanguardia y desde sus inicios trató de superar estas trabas, enfrentándose abiertamente al revisionismo y al oportunismo más rancios y caducos. Pero nuestra experiencia y análisis nos ha mostrado que eso no es suficiente, que la ruptura ha de ser más profunda, pues es ideológicamente de mayor calado. Alcanza a las bases mismas del pensamiento marxista.

 

 

APUNTES SOBRE LAS BASES IDEOLÓGICAS Y FILOSÓFICAS DE LA CRISIS

 

La priorización de los resultados inmediatos y evidentes ha conducido a un rechazo de la investigación y el estudio. Se abordan las cuestiones con superficialidad. No se buscan las causas profundas de las cosas y de los sucesos. Esto conduce al dominio de la ignorancia y al desprecio por la verdad. Una banalización del trabajo intelectual que ha dejado a la política y al movimiento de las masas obreras situados al margen del conocimiento científico.

 

Se rechaza también la propia noción de contradicción. Se teme como a la peste a algo que está en la propia naturaleza de las cosas. Es así que se huye de toda polémica, mermando e impidiendo el desarrollo del bagaje ideológico y político de la clase obrera, pues sólo del desarrollo de las contradicciones, y no de su negación mecánica y formal, surgen los nuevos elementos que las sintetizan y resuelven. Es la lucha de contrarios la que desenvuelve toda la materia, hasta sus aspectos más estables y apacibles, y la dinámica social no iba a ser menos. Temer la lucha de ideas es querer negarla falsamente, porque de todas formas no va a desaparecer. Mientras exista la lucha de clases, la ideología del proletariado sólo podrá abrirse camino bajo ella, adoptando la forma de lucha de dos líneas.

 

Impera entre las masas y su misma vanguardia, como causa de todo esto, un agnosticismo, un subjetivismo, que relativiza todo y, bebiendo de las fuentes más livianas del idealismo burgués, se aleja de toda idea de conocimiento objetivo de la realidad, rechaza la verdad y abraza lo incierto, lo dudoso. Por otro lado, el espontaneísmo reinante en el conjunto del movimiento proletario y anti-imperialista se apoya en una concepción empirista del desarrollo social, una filosofía que encierra a la vanguardia entre las rejas del economismo, pues la lleva a confiar ciegamente en la práctica por la práctica, negando el papel principal de la conciencia y la ideología y renunciando con ello a su propio carácter de vanguardia. Obedece a la visión mecanicista del desarrollo de la naturaleza y la sociedad de carácter burgués y cuya base se encuentra en la filosofía neopositivista.

 

En resumen, el conjunto del movimiento anti-imperialista y de resistencia se encuentra impregnado de una concepción burguesa del mundo que le ha hecho perder la perspectiva del comunismo, de la liberación de la humanidad. Su lucha ha quedado reducida a la mera resistencia, no se orienta a acabar con el capital y las relaciones de explotación: niega la perspectiva revolucionaria emancipadora.

 

Estos elementos que lastran y desvían al proletariado de su camino revolucionario no son nuevos. Vienen de lejos y responden a un continuo proceso de degeneración que se alimenta de las concepciones equivocadas y las carencias heredadas del Ciclo Revolucionario de Octubre , lo que sitúa la necesidad de hacer balance y rendir cuentas con la experiencia alcanzada en la lucha revolucionaria y de las masas en general.

 

 

CONCLUSIÓN

 

En definitiva, las masas están desorientadas porque lo está su vanguardia.

 

El atraso no es sólo de la clase. Es, fundamentalmente, de la vanguardia, hoy dividida e incapaz de ofrecer al proletariado los instrumentos y medios necesarios para su liberación. Las trabas y dificultades para la superación de los errores y carencias que impiden el triunfo revolucionario son, fundamentalmente, internas y hay que bregar por determinarlas y combatirlas. El análisis de estas contradicciones en el seno de la clase y de su vanguardia es lo que aportará las respuestas a los problemas de la revolución.

 

El fin del Ciclo de Octubre supone, fundamentalmente, por encima de la derrota sufrida, la transición a un nuevo ciclo revolucionario. Y es con esa perspectiva con la que debemos analizar críticamente la experiencia proletaria y de las luchas de las masas.

 

Desde nuestra propia experiencia y las primeras lecciones extraídas del balance crítico iniciado sobre la experiencia revolucionaria proletaria y el análisis de la práctica reciente del movimiento, a través de la lucha ideológica en torno a ello, tanto en el seno de nuestra propia organización como con otros destacamentos de la vanguardia, queremos ofrecer una propuesta al movimiento proletario, especialmente a su vanguardia, que nos permita salir del atolladero de la crisis actual. Bajo la lucha de dos líneas en el conjunto de la vanguardia, estamos convencidos de que el Marxismo-Leninismo se abrirá de nuevo camino como bandera ideológica y política que guíe definitivamente a la humanidad hacia su liberación.

 

II -¿QUÉ HACER?

PROPUESTA PARA LA ALTERNATIVA REVOLUCIONARIA

 

 

Una nueva etapa implica un escalón superior en el desarrollo, como resultado de la negación dialéctica de las contradicciones anteriores. En este sentido, como decíamos, el nuevo ciclo revolucionario no puede ser calco del anterior, una simple repetición. No es de recibo continuar insistiendo en derribar el muro del capital con las mismas herramientas y métodos, sin aprender de lo experimentado y elevar cualitativamente el bagaje con el que partir.

 

Definir y establecer las premisas que harán posible resolver exitosamente los problemas que presente el nuevo ciclo revolucionario exige que la vanguardia se arme para el nuevo ciclo, tanto ideológicamente como política y organizativamente. Al descubrir las premisas que abrieron las puertas al Primer Ciclo Revolucionario y realizar el balance histórico de la experiencia revolucionaria que se desenvolvió bajo el mismo, la vanguardia podrá extraer las imprescindibles lecciones sobre las que construir los instrumentos y medios necesarios para el triunfo de la Revolución Proletaria Mundial. Esta investigación, por el momento, nos ofrece ya importantes enseñanzas, como hemos planteado y expuesto a rasgos generales más arriba. Estas primeras lecciones del balance histórico, unidas a la propia experiencia y al estudio de los textos fundamentales de la doctrina proletaria, permiten, bajo el método de la lucha de dos líneas, establecer un análisis de cuáles son los requisitos que debe cumplir el movimiento revolucionario proletario ante un nuevo ciclo superior que le conduzca definitivamente hacia su liberación en el comunismo. A partir de ahí, se podrán situar las tareas que habrá de resolver, en una primera etapa, el conjunto de la vanguardia para alcanzar tales fines.

 

 

SUJETO REVOLUCIONARIO, IDEOLOGÍA Y CONCIENCIA

 

La Revolución Proletaria requiere en primer término de la existencia de condiciones materiales objetivas que la pongan al día y la permitan. El desarrollo por el capitalismo las ha creado ya en general: en el imperialismo alcanza su máxima expresión la contradicción que tiene lugar entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, de modo que estratégicamente lo que habrá que considerar en cada proceso revolucionario son las condiciones objetivas particulares del capitalismo en cada país o región geográfica y el contexto internacional en que se desenvuelva, pues a nivel general han alcanzado ya su madurez.

 

Si las condiciones materiales generales están dadas, las dificultades no están entonces en los elementos objetivos, sino en los subjetivos. En la relación dialéctica que opera entre ser y conciencia, el sujeto consciente es determinado por el ser material, pero a su vez, transforma a éste. La transformación es mutua, en conexión con el proceso de conocimiento. El desarrollo desigual y a saltos del capitalismo genera condiciones que abren las puertas continuamente a la revolución en diferentes lugares, formando los eslabones débiles de la cadena imperialista en los que el proletariado puede lanzarse a la conquista del poder, pero ello exige disponer de los elementos subjetivos, elementos que, al mismo tiempo, influyen e intervienen en la generación de tales condiciones revolucionarias (interacción dialéctica que opera entre el sujeto y el objeto).

 

El sujeto revolucionario es la clase obrera. La formación social capitalista y el antagonismo que en ella toma cuerpo entre la burguesía y el proletariado otorgan a éste, por las condiciones especiales en que históricamente se encuentra, un papel determinado en el desarrollo de la humanidad. En el devenir de las luchas de clases a lo largo de la historia, las transiciones de unos modos de producción a otros han significado la sustitución en el poder de unas clases por otras. Así, la lucha de las clases explotadas se ha mantenido encuadrada siempre en el marco de la liberación de los individuos o de una clase concreta, pero no ha conducido nunca a la emancipación del conjunto de la humanidad. Esta circunstancia cambia con el capitalismo y otorga un carácter especial al proletariado. Como explica El Manifiesto Comunista , el proletariado no tiene nada que perder, salvo sus cadenas. Está sujeto a la venta exclusiva de su fuerza de trabajo y ello le obliga a que su liberación como clase sólo pueda tener lugar acabando con la existencia misma de las clases y de todas las diferencias sociales, borrando del curso de la historia para siempre todos los elementos que conlleva la dominación de unas clases por otras, como el Estado, acabando con la división social del trabajo que los reproduce y realizando con ello la liberación del conjunto de la humanidad. La historia de las luchas de clases no es sino la transición de la humanidad de su estado de necesidad y dependencia alienante al de humanidad libre y autoconsciente. Por ello, Marx calificaba a todo el periodo de las luchas de clases hasta el comunismo como prehistoria de la humanidad. Este devenir de la humanidad convierte todo el proceso social en un largo camino hacia la conquista de la autoconciencia y la libertad, proceso que sólo puede tener lugar a través de la luchas de clases y que tiene su remate final con la praxis revolucionaria del proletariado. Sin embargo, ésta es la tendencia general histórica del desarrollo humano, lo que no quiere decir que esté determinada de forma absoluta, de modo que queda en manos de la acción consciente del sujeto revolucionario, el proletariado, la posibilidad de que el curso de la humanidad se conduzca hacia su liberación en el comunismo o se pierda en el caos y la barbarie de la descomposición capitalista.

 

El periodo en el que el proletariado se conformó como “clase en sí” correspondió a una etapa de preparación de la revolución, en que la clase se agrupaba en grandes partidos obreros para enfrentarse al capital, constituyéndose en partido político. Es un periodo de acumulación de las fuerzas de clase, frente a la burguesía. Al tiempo que el capitalismo sufre un cambio cualitativo que da paso a su etapa parasitaria y de descomposición, el imperialismo, el proletariado entra en la fase de su constitución en “clase para sí”. Es la etapa de la Revolución Proletaria Mundial, en la que el instrumento del que se dota la clase pasa a ser el Partido de Nuevo Tipo leninista. Corresponde entonces a este momento la acumulación de fuerzas de la vanguardia. Es la etapa en la que el proletariado asume su misión histórica y transforma su movimiento espontáneo de resistencia en movimiento revolucionario.

 

El elemento fundamental que define este cambio es la ideología. La conciencia de su papel en la transformación revolucionaria de toda la humanidad es lo que caracteriza su transición a la nueva etapa. La transformación social es obra de las propias masas (la historia la hacen los pueblos), pero la misma no tendrá lugar como transformación liberadora sin el gobierno de la conciencia revolucionaria. El sujeto revolucionario transforma y es transformado mediante su “praxis revolucionaria”, unidad dialéctica de la teoría y la práctica.

 

La clase obrera es, pues, la única que se encuentra en condiciones de asumir la dirección de esa gran transformación, pero sólo desde su actuación consciente. Y conciencia implica conocimiento científico de la materia, de sus formas, su desarrollo y sus relaciones, asimilación de este conocimiento y transformación de lo conocido: el conocimiento tiene un carácter dialéctico, se produce mediante una relación de interacción recíproca entre sujeto y objeto tal que no se puede conocer sin transformar ni transformar sin conocer. El sujeto revolucionario es el sujeto consciente. La transformación revolucionaria de la sociedad es, por tanto, la transformación de la conciencia de las grandes masas, la superación de su estado de alienación. Se trasciende la crítica burguesa, no revolucionaria, que sólo transforma individuos, para alcanzar la transformación colectiva, hasta el comunismo, etapa de desarrollo máximo de la conciencia en la evolución de la materia. La revolución no es entonces la mera toma del poder por la clase obrera, es la clase obrera en autotransformación, en proceso de asunción paulatina de la ideología del comunismo. La clase se torna revolucionaria cuando es consciente, cuando aprehende la ideología científica proletaria. El movimiento espontáneo de la clase se vuelve, pues, revolucionario cuando le guía la conciencia comunista.

En cambio, el movimiento de resistencia de las masas no genera ideología revolucionaria, sino que, al contrario, expresa ideología burguesa, a la vez que la reproduce. Las diversas experiencias de lucha de las masas aportan elementos para el desarrollo teórico si se sintetizan tales experiencias desde el propio pensamiento teórico. Por sí sólo no establecen perspectivas de liberación, no abren el camino al comunismo. Además, el proletariado en su conjunto, en términos generales, se ve apartado del acceso al conocimiento científico y humanístico por la propia burguesía, que trata así de conjurar la toma de conciencia revolucionaria por parte de las masas al colocar fuera de su alcance los medios para su trayectoria emancipadora. Por tanto, al movimiento obrero debe serle aportada la conciencia desde fuera. Un sector de la clase, su vanguardia, tiene que asumir la ideología proletaria para dotar a la clase de su mayor instrumento de lucha, de su guía ideológica y política. Ante el primer ciclo, asumió este papel un sector intelectual de la propia burguesía, abandonando los intereses objetivos de su clase. Pero ahora la intelectualidad burguesa no está en condiciones de hacerlo y, salvo casos aislados, ha renunciado a servir a la revolución. Es, pues, de la propia clase obrera de donde se formarán los cuadros que constituyan la vanguardia revolucionaria del nuevo ciclo. No obstante, el propio desarrollo y las necesidades del capitalismo actual ofrecen, no sin muchas dificultades para la vanguardia, suficientes medios para ello.

 

 

LA RECONSTITUCIÓN IDEOLÓGICA DEL COMUNISMO

 

La vanguardia se forma como tal cuando se materializa en ella la ideología, cuando la encarna, asumiéndola. Ésta toma cuerpo en forma de conciencia revolucionaria y de la producción teórica y práctica que, consecuentemente, se deriva de ello.

 

La ideología científica del proletariado es la única capaz de formular coherentemente la unidad de los medios y los objetivos revolucionarios del proletariado en función de su ideal de emancipación. El anhelo de transformación social del proletariado ha de dotarse de la base científica que haga esto posible. Y esa base es la ideología marxista-leninista. Ahí reside la tarea de la vanguardia: dotar al proletariado de su ideología.

 

El Marxismo-Leninismo como doctrina del proletariado es la síntesis de la experiencia revolucionaria de éste más el compendio del conocimiento científico y del pensamiento humano más avanzado: pensamiento filosófico y científico y práctica revolucionaria. Así, el Materialismo Dialéctico es algo vivo, en permanente desarrollo, no como una ciencia más, sino como un todo integrador. Es una concepción del mundo en continua elaboración, resultado de la experiencia transformadora proletaria e instrumento de ésta.

 

Pero la ideología no está ahí tal cual para “captarla” sin más. Existe, recogida en los textos que sintetizan los aportes de los grandes maestros del marxismo a partir del estudio y la asunción de lo más completo y correcto de pensamiento científico de su época y del análisis de la experiencia revolucionaria de la clase. Sin embargo, eso no basta. El pensamiento científico y filosófico ha continuado desarrollándose, avanzando. Y la experiencia proletaria desde entonces ha dado sus mayores frutos a lo largo de todo un ciclo de luchas y de experiencias por parte de la clase obrera. Todo eso debe recogerlo el Marxismo-Leninismo del nuevo ciclo. Pero, además, el marxismo ha sufrido una gran derrota ideológica. Ha dejado de ser un referente para las masas proletarias. Los destacamentos de vanguardia actuales abanderan un variopinto muestrario de fórmulas y lecciones que en nada se parecen a una doctrina científica rigurosa, compacta y viva. Ésta debe, pues, ser reconstituida.

 

La ideología Marxista-Leninista debe ser reconstituida como doctrina del proletariado, entendida ésta como cosmovisión sintetizadora e integradora del conjunto del conocimiento científico de la humanidad y de la experiencia proletaria. Es una concepción omnímoda de la materia y su desarrollo que integra en su haber todos los avances del pensamiento y de la práctica. Es necesario concebir las cosas y sus relaciones como un todo integrado, no como una suma de partes. Así es la concepción científica de la clase y la actuación revolucionaria de ésta deberá obrar en consecuencia.

 

El comunismo sólo puede concebirse como un estadio superior del desarrollo de la materia, eslabón superior de la cadena de transformaciones que la naturaleza ha ido produciendo en su devenir dialéctico, hasta la formación de la humanidad. La transformación revolucionaria del mundo debe ser, entonces, total, absoluta. Ha de suponer una ruptura radical con todas las formas sociales existentes, con el conjunto de las estructuras y relaciones económicas, políticas sociales y culturales. La conquista de la libertad humana no será, por tanto, la simple satisfacción de las necesidades materiales humanas, sino el paso a un nuevo estadio del desarrollo material en que la humanidad autoconsciente sea dueña de su propio curso y determine sus relaciones internas y con el medio natural, libre de las trabas que la lucha de clases y la división social del trabajo le imponen todavía.

 

La autoconciencia del proletariado acoge el ideal emancipatorio de la humanidad y supera la concepción espontaneista y reformista del movimiento para tornarlo revolucionario. Este proceso exige que se desarrolle, como no podía ser de otra manera por su carácter dialéctico, en lucha con todas las corrientes de pensamiento oportunistas y revisionistas en el seno de la propia vanguardia y del movimiento. En este mismo sentido, la reconstitución de la ideología que ha de ser referencia y guía del proletariado no podrá alcanzar tal cualidad si no se levanta sobre la crítica más profunda y seria de la propia ideología a la que se enfrenta: la burguesa. Sólo a través de la superación dialéctica del pensamiento dominante en la sociedad actual podrá triunfar la ideología del proletariado. Para ello, la vanguardia deberá abordar en profundidad el estudio y análisis de lo más granado del saber contemporáneo y someterlo a la crítica más feroz, bajo el rigor científico más absoluto y en dura lucha ideológica con las concepciones burguesas que medran en su propio seno.

 

La reconstitución de la ideología y, con ella, la construcción de la vanguardia teórica proletaria, no tiene, por otra parte, definido ningún plazo. La propia vanguardia, a través del balance del camino recorrido y la experiencia realizada deberá determinar cuándo han quedado cubiertas las principales tareas de una etapa y debe comenzar otra, definiendo el nuevo orden de prioridades en el sistema de contradicciones que comprende todo el proceso revolucionario. La práctica será, en definitiva, el criterio que establecerá los aciertos y errores y ello determinará la capacidad de la propia vanguardia para cumplir su cometido revolucionario.

 

 

 

LA FUSIÓN DE LA IDEOLOGÍA CON LA CLASE:

EL PARTIDO COMUNISTA

 

El proletariado se transforma en verdadera clase revolucionaria cuando asume su papel en el proceso de transformación de la humanidad alienada en humanidad consciente, cuando se impregna de la ideología del comunismo. Y es entonces cuando opera su constitución en Partido. El Partido Comunista nace entonces como fusión de la ideología con la clase, de la conciencia revolucionaria con el movimiento del proletariado. Esta fusión es el proceso histórico de elevación de la clase hacia el comunismo, hacia las posiciones de su vanguardia, de modo que el Partido Comunista se convierte en la expresión ideológica, política y organizativa del movimiento de la clase hacia el comunismo, movimiento que es, en definitiva, el de la transformación consciente de la humanidad. La transformación de la conciencia de las masas tiene lugar, así, como praxis revolucionaria, como fusión de la teoría y la práctica proletarias.

 

Este proceso en que el sujeto, la clase obrera revolucionaria, transforma el mundo de sus relaciones sociales y con la naturaleza, al tiempo que es, a su vez, transformado a sí mismo, adopta políticamente la forma de Partido Comunista. Y orgánicamente se configura como la vanguardia revolucionaria organizada más las organizaciones revolucionarias de masas, que vinculan a aquélla con la clase, formando el conjunto orgánico en el que se estructura el proceso de elevación de las masas del proletariado hacia la sociedad comunista (junto con el aparato de la Dictadura del Proletariado durante el periodo de transición del socialismo). Este vínculo se realiza mediante la fusión de la vanguardia y las masas de la clase, unión que sólo puede sostenerse sobre la base de la ideología, en permanente proceso vivo y dialéctico de desarrollo.

 

Partido Comunista no es, por tanto, igual a vanguardia. La confusión de ambos conduce a una concepción organizativista del Partido, es decir, a su degradación en una mera estructura organizativa que se acaba situando al margen de las masas. Esta identificación del Partido con la organización de la vanguardia conduce a la renuncia a la fusión de la vanguardia con las masas, y, con ello, al abandono del proceso de asunción de la ideología por el proletariado o, lo que lo mismo, a convertir al Partido en una estructura sin sentido, vacía de contenido e inútil para la revolución. El vínculo que se establece entre la vanguardia y las masas de la clase, que es un vínculo vivo y en permanente desarrollo, es la esencia del Partido Comunista: es el Partido mismo. Esta relación no es una simple suma de partes ni una relación mecánica y formal. La fusión sólo opera efectivamente si tiene lugar de manera viva y la nutre la ideología. Por esto no tiene sentido concebir un movimiento revolucionario de masas sin una teoría revolucionaria, ni sin una vanguardia revolucionaria al frente, como no tiene tampoco razón de ser una vanguardia aislada o desvinculada de las masas. Han de formar un todo armónico en continuo estado de desarrollo y transformación, relación dialéctica que sólo podrá tener lugar sobre la base de la lucha de dos líneas en su seno.

 

Esto nos conduce también a destacar la preponderancia del carácter cualitativo de la composición de la vanguardia y del propio Partido. Anteponer lo cuantitativo significa caer en el modelo de “Partido de masas” y en el electoralismo. Hay que combatir esa perniciosa tendencia de muchos miembros de la vanguardia a entusiasmarse por las grandes y numerosas organizaciones de masas, al margen de su carácter revolucionario. El proceso revolucionario irá incorporando necesariamente un mayor número de masas a lo largo de su curso, pero ello no debe conducirnos a confundirlo con el carácter revolucionario de una organización o destacamento.

 

Considerando estas premisas, hemos de llegar a la conclusión de que no existe en la actualidad en el Estado Español el Partido Comunista que abandere el movimiento revolucionario de la clase. No existe la ideología científica proletaria como referente hegemónico de la vanguardia y de la clase, de modo que no hay tampoco vanguardia revolucionaria, ni mucho menos, por tanto, una fusión de tal vanguardia con las masas. El Partido Comunista, por lo tanto, junto con la ideología, y en base a ésta, también ha de ser reconstituido. Desde el MAI, además, consideramos que estas premisas no se cumplen tampoco en el resto del mundo, pues la derrota que ha sufrido el proletariado en su primer ciclo revolucionario ha sido de carácter mundial y, por tanto, la reconstitución de la ideología es hoy una tarea internacional que obliga, junto con ella, a la reconstitución de partidos comunistas en cada país o Estado.

 

 

LA CONSTRUCCIÓN DE LA VANGUARDIA

 

El requisito básico para que tenga lugar la reconstitución partidaria es, por tanto, el de la existencia de una vanguardia revolucionaria que luche por alcanzar la fusión con las masas. Pero entonces, ¿qué es ser vanguardia?, ¿qué la define?, ¿cuáles son sus características?

 

Como decíamos, la vanguardia es el destacamento organizado de la clase que porta la ideología revolucionaria y la funde con el movimiento de la misma, transformándolo en revolucionario. Cuando cumple estos requisitos es cuando se convierte realmente en vanguardia revolucionaria. No es, pues, una dirección formal de la resistencia. La vanguardia revolucionaria se caracteriza por su capacidad de definir y resolver los problemas y las tareas de la revolución en cada una de sus etapas. Es la guía y la responsable de la asunción de la ideología por parte de las masas, la generadora de la elevación de éstas hacia el comunismo. Dirigir la revolución no es abanderar la lucha espontánea de la clase, sino conducir al proletariado, y con él a toda la humanidad, hacia su emancipación en el comunismo.

 

Si, como veíamos anteriormente, el proceso revolucionario se desenvuelve como una relación dialéctica que tiene lugar como contradicción entre la vanguardia y las masas, esta relación tiene lugar en cada una de las etapas de la revolución de un modo diferente. Ello tiene relación con el carácter relativo de los propios conceptos de masas y de vanguardia. Una vez construida la vanguardia revolucionaria e iniciado el establecimiento de los necesarios vínculos de ésta con el resto de la clase, es decir, una vez que queda reconstituido el Partido, la vanguardia dirige su acción hacia el conjunto de las masas de la clase, pasa a ganarlas para la toma del poder, como, después de ésta y a través de la Dictadura del Proletariado, continúa en su labor de elevarlas hacia la ideología, hacia el Partido, hacia el comunismo. Así se desarrolla en su conjunto el proceso de construcción partidaria, es decir, el proceso de desarrollo de la revolución a través de la contradicción entre Partido y clase. Pero en el curso previo de construcción de la vanguardia revolucionaria y de la reconstitución del Partido Comunista, la contradicción que tiene lugar entre la vanguardia y las masas cambia según la etapa de ese proceso. Cada etapa de la reconstitución partidaria define las masas hacia las que se ha de orientar principal o secundariamente el sector de la clase que encarna a la vanguardia, y en función del momento del proceso de formación de ésta como vanguardia revolucionaria. Esto determina que las masas hacia las que haya que dirigirse sean un sector u otro de la clase o de la propia vanguardia.

 

Hoy, la vanguardia en su conjunto se encuentra dividida en dos grandes grupos. Al frente de las luchas espontáneas y de resistencia de la clase se encuentran importantes miembros y destacamentos de ésta que la dirigen, pero que no se plantean en absoluto trascender tales luchas, es decir, que se encuentran inmersos en la ciega batalla económica, por la conquista de determinadas reivindicaciones de carácter democrático y burgués. Es la denominada vanguardia práctica. Más avanzados ideológicamente que ésta, se encuentran aquellos que buscan, por encima de simples conquistas parciales, acabar con el sistema capitalista y luchar por conducir a la humanidad hacia metas superiores. Estos sectores de la vanguardia son los que se interrogan de verdad, más o menos acertadamente, por los problemas de la revolución y la transformación social. Es la vanguardia ideológica, o vanguardia teórica.

 

La existencia de una vanguardia revolucionaria que ponga en manos del proletariado la ideología proletaria como instrumento y guía de su liberación exige a la vanguardia disponer de tal doctrina, reconstituirla. La vanguardia ideológica es, por sus características, por sus propios objetivos, la única que está en condiciones realmente de llevar a cabo tal tarea. Pero, si la ideología ha sido derrotada, la vanguardia teórica se encuentra, además (y por los mismos motivos), dividida y dispersa, y carente de esa teoría revolucionaria que le permita convertir al movimiento espontáneo de la clase en movimiento revolucionario. La conformación de tal vanguardia ideológica superará tal situación destruyendo las concepciones burguesas que el oportunismo y el revisionismo ha inyectado en su pensamiento y su práctica política, lo que viene a significar que tendrá que desenvolverse bajo la lucha de dos líneas, hasta derrotar dichos errores y desviaciones. Pero esto tendrá lugar en estrecha conexión con la crítica de la ideología burguesa y la superación ideológica y política de la experiencia anterior revolucionaria, o sea, reconstituyendo la ideología del proletariado. Por tanto, la construcción de la vanguardia ideológica sólo podrá tener lugar como un proceso indisolublemente unido a la reconstitución ideológica del comunismo. Un proceso en el que, al mismo tiempo, ira tomando forma la elaboración de la línea política del Partido, que es el primer acercamiento de la ideología a las condiciones generales, pero actuales, de la revolución.

 

Todo ello define unas etapas en la construcción de la vanguardia revolucionaria. Formada la vanguardia teórica, se pondrá en primer plano la tarea de ganar al sector más ligado a las masas, pero inmerso en el espontaneismo, ajeno a los problemas ideológicos de la revolución, la vanguardia práctica. Ganando a este sector de la vanguardia se inicia realmente la fusión con las masas, por el vínculo que, aunque no revolucionario, tiene con éstas. La elevación de la vanguardia práctica al nivel de vanguardia ideológica, su conversión en revolucionaria, cierra el proceso de construcción de la vanguardia. Entonces, establecido con ello el comienzo de la fusión con las masas, se puede hablar de reconstitución del Partido Comunista. Políticamente, esto se traduce en la creación del Programa, es decir, la forma en que la ideología, los principios, y la línea son traducidos al lenguaje de las amplias masas. A partir de ahí se abre entonces el camino a la tarea de ganar al conjunto de las masas para la conquista del poder por la clase obrera.

 

Creemos, por todo esto, que es necesario acabar con el eclecticismo imperante en el seno de la vanguardia, el que pretende abordar todas las tareas de una vez, sin establecer prioridades, el que no comprende la necesidad de resolver ciertas tareas antes de atacar otras. Es la táctica de quienes quieren resolver los problemas de las amplias masas al tiempo que los de la vanguardia o formar el Partido en tanto se dirige a las masas. Acaban sustituyendo la reconstitución ideológica por una simple agrupación de principios de manual o por el estudio básico de un simple número de textos clásicos; en resumen, una farsa de labor teórica que mantiene empobrecida e incompetente a la vanguardia.

 

La resolución de ese sistema de contradicciones forma un proceso de elevación en el que hay que establecer prioridades: las contradicciones principales que hay que resolver en cada etapa y las secundarias, que no hay que olvidar. Y cada etapa es un escalón cualitativo que se va subiendo. Así, resueltos los problemas de la vanguardia teórica, se pone al día la contradicción con la vanguardia práctica y, resuelta ésta –reconstituido, por tanto, el Partido Comunista- pasa a primer plano la fase de ganar a las amplias masas para la toma del poder y el posterior proceso de desarrollo socialista bajo la Dictadura del Proletariado hasta el comunismo.

 

No se puede, no obstante, menospreciar el papel que juegan el movimiento de masas y las luchas de resistencia. Eso sería caer en el izquierdismo más banal. Pero poner esa tarea hoy en primer plano o como requisito fundamental de la reconstitución partidaria es un craso error que muestra la confusión de ideas existente en torno al proceso de solución de las diferentes contradicciones y conduce de lleno al pantano del espontaneísmo. Sin establecer los medios adecuados (Partido, ideología, vanguardia revolucionaria organizada, organismos revolucionarios de masas), sólo se puede ir a las masas, o bien rebajando el discurso, es decir, entregándonos a su espontaneísmo, o bien con la ideología pura, o sea, incomprensible para ellas. De hecho, la situación actual de las masas, en que gobiernan el individualismo, la apatía, la mentalidad conservadora y el rechazo al conocimiento científico y la búsqueda de las causas y la esencia profunda de las cosas, debería ser suficiente para entender que no se puede alcanzar a transformar la mentalidad general y la conciencia de las mismas sin establecer previamente los medios y los instrumentos necesarios para ello. Sólo cuado exista el Partido Comunista, es decir, cuando haya una vanguardia revolucionaria dotada de una ideología de vanguardia y ciertos vínculos con las masas, sólo entonces, estará en el orden del día trabajar con los más amplios movimientos de masas: pero no para fortalecer su movimiento de resistencia, sino para transformar a éste en revolucionario, precisamente desde esas luchas.

 

La tarea previa actual es, pues, la de la formación de la vanguardia teórica y la reconstitución ideológica del Marxismo-Leninismo. Esta tarea, como todo proceso que forme parte del desarrollo revolucionario, deberá realizarse bajo la lucha de dos líneas, la lucha ideológica en que los diversos destacamentos de la vanguardia más avanzada -aquéllos que se muestran más preocupados por los verdaderos problemas de la revolución, los problemas de la reconstitución ideológica y política del comunismo, los problemas profundos de la transformación revolucionaria de la humanidad- desbrocen el camino de la formación de la ideología proletaria, depurándolo de todas las trabas y desviaciones burguesas que la limitan hoy.

 

La lucha de dos líneas es la expresión teórica de la lucha de clases y debe ser resuelta como tal. Esta lucha, sin embargo, es importante que se comprenda como un proceso de elevación dialéctica, lo que conduce a la consideración del resto de los destacamentos y miembros de la vanguardia como sujetos de la reconstitución y no como simples objetos portadores de concepciones erróneas que destruir. El verdadero objetivo de la lucha de líneas es el de derrotar los elementos y concepciones oportunistas y revisionistas que bloquean o destruyen el proceso revolucionario, y no el de vencer unas organizaciones a otras buscando la preeminencia política en una lid de carácter burgués. Por ello no es correcta, sino condenable, la actitud de quienes se niegan a la lucha ideológica y la consideran una agresión hacia el movimiento. La rechazan por miedo a reconocer sus propios errores y por comodidad con unas posiciones establecidas, aunque no conduzcan a la verdad, aunque la experiencia diaria muestre su fracaso. Los miembros más honestos y consecuentes del movimiento del proletariado deben, pues, enarbolar la bandera de la lucha ideológica y denunciar la actitud de quienes ignoran y dificultan el único medio que la doctrina proletaria tiene de abrirse camino frente a la reacción burguesa: la lucha ideológica y política de líneas. La vanguardia ideológica, y más tarde la vanguardia ya revolucionaria, deben ser un todo homogéneo donde, desde la pluralidad de las ideas y aportaciones individuales, se enarbolen coherentemente un discurso y un corpus teórico sólido y verdaderamente capaces de enfrentar y derrotar al pensamiento burgués dominante.

 

 

PREPARAR CUADROS PARA LA REVOLUCIÓN

 

Todo este arsenal de tareas, encaminado al desarrollo y la resolución sucesiva de ese sistema de contradicciones que dibuja el camino de la reconstitución partidaria, exige la actuación decidida, ardua y rigurosa de dirigentes preparados adecuadamente. La clase obrera debe disponer de cuadros intelectuales en condiciones de asumir las tareas de la dirección revolucionaria. Por eso, otra de las medidas principales que los miembros de la vanguardia tienen hoy ante sí es de emprender sin demora su formación y su conversión en dirigentes capacitados para asumir con éxito las tareas de la revolución.

 

Todos los miembros más activos y conscientes de la lucha contra el capitalismo deben comprender la necesidad de forjarse como militantes de la vanguardia y batallar por alcanzar su condición de tales asumiendo que ello conlleva adquirir o labrar determinadas cualidades características. La historia revolucionaria de la clase nos ha legado grandes ejemplos que seguir en ese sentido, del mismo modo que el análisis de la experiencia proletaria deja importantes lecciones de las que aprender. Así es como, desde el MAI, creemos que, en lo fundamental, han de ser las principales características de los cuadros que es necesario preparar.

 

El militante, para empezar, ha de tener la concepción de ser vanguardia él mismo, trabajar desde el principio con mentalidad de dirigente de la revolución. Esto implica adoptar una actitud consciente, de vanguardia, que conlleva en sí una necesaria disposición de entrega y dedicación.

 

La actitud de entrega la otorga la conciencia, que tiene su base en la ideología. Por ello, lo fundamental es la preparación ideológica del militante. Esto exige una amplia formación intelectual, científica y política. El propio proceso de reconstitución ideológica y política del comunismo lo requiere así, pues, como es evidente, jamás será posible derrumbar las concepciones burguesas dominantes en el movimiento de la clase bajo la feroz crítica del Marxismo-Leninismo sin la formación intelectual y política necesaria para ello.

 

Este trabajo de formación del dirigente revolucionario exige una serie de tareas que seguramente conllevarán un gran esfuerzo para todos, especialmente para aquellos que hasta este momento no han tenido la posibilidad de adquirir el hábito y los métodos del estudio y el análisis y la crítica intelectual, pero es algo en lo que los miembros de la vanguardia han de volcarse sin distinción, con mayor empeño aún del que el revisionismo nos ha llevado siempre a poner en otras tareas de carácter manual en las que nos enclaustraba, tales como pegar carteles o repartir octavillas (al margen de que haya que mantener la realización de tales trabajos).

 

Así, habrá que aplicarse a fondo en el estudio y la investigación. Es importante sistematizar el trabajo, ordenarlo. No se puede abarcar todo, y ello obliga a establecer prioridades y planificar la formación. Dicha formación, además, debe englobar todas las esferas del conocimiento, priorizando las que contribuyen al establecimiento de la crítica en profundidad de la construcción ideológica burguesa y a la reconstitución de la ideología proletaria, de modo que será de vital importancia introducirse en el conocimiento de las bases y principios fundamentales de la Filosofía, la Física, la Química, la Historia, etc., junto con el análisis y conocimiento profundo de la experiencia revolucionaria. Es principal adquirir una honda formación en los clásicos del pensamiento marxista. Tenemos que ser autoexigentes en la adquisición de la concepción científica proletaria del mundo. Se impone, por tanto, la reeducación ideológica y ello obliga a adoptar una permanente actitud crítica. Es imprescindible despertar la iniciativa y la inquietud por el saber, profundizar en el conocimiento de las cosas y sus relaciones, buscar permanentemente la verdad. El dirigente revolucionario tiene que trabajar al máximo los temas de estudio e investigación. Hay que leer mucho, pero con criterio selectivo. Escribir, tomar notas, elaborar teoría. Vencer el miedo y la pereza al trabajo intelectual. Y, además, no olvidar que la formación intelectual y política ha de ser permanente, continua.

 

En necesario, además, alcanzar una visión estratégica, adquirir una perspectiva global, de conjunto, de las cosas (del mundo, de la revolución, de la historia…). Y ello alimentarlo con un análisis detallado y concreto de cada situación o tema. Remitirse exclusivamente al análisis parcial de las cosas produce un conocimiento limitado e incompleto que conduce a importantes errores, tanto estratégicos como tácticos y de análisis.

 

Pero la preparación de los cuadros revolucionarios exige algo más. No basta con la formación intelectual del militante de la vanguardia, sino que hay que hacer de él un dirigente consecuente con su pensamiento, plenamente consciente de su labor y, por ello, entregado a una constante batalla por trasformar su propia vida personal, sometiendo y transformando los elementos burgueses que la encorsetan y atan a las mismas concepciones que desea combatir. En suma, debemos emprender una auténtica “revolución cultural” personal. Cambiar la mentalidad. Eliminar prejuicios. Arrumbar al olvido el orgullo y la vanidad de “estar de vuelta de todo” y abrirse honestamente a la disposición a buscar y alcanzar el conocimiento de la verdad de las cosas. Tenemos que desarrollar una lucha permanente contra los elementos burgueses en todas las esferas, abarcando también a la vida particular. Luchar desde el principio sentará las bases para unas relaciones superiores que sólo resolverá el comunismo, pero que hoy permiten liberar a la militancia de ciertas trabas y de paso nos enseñan a abordar estas cuestiones en el futuro. Se trata del desarrollo, por tanto, de la lucha de dos líneas en todos los terrenos. No hay transformación sin conocimiento, del mismo modo que no hay conocimiento sin transformación. Ésa es también la dialéctica autotransformadora del individuo, como del conjunto de la vanguardia, en que la práctica (del estudio, la investigación y la lucha de ideas) se desenvuelve en implicación con la teoría. De este modo, revolucionar el mundo implica revolucionar las conciencias. El Marxismo-Leninismo es una teoría y una práctica en fusión indisoluble, viva, dialéctica.

 

La vanguardia debe huir del militante abnegado, pero “ciego”; obediente y fiel a la dirección, pero ajeno al conocimiento y a la elaboración teórica y política. Es imprescindible, desde ya, combatir con energía la reproducción dentro de la vanguardia de la división social del trabajo contra la que luchamos fuera de ella. La vanguardia revolucionaria del proletariado se formará sobre la base de un camino lleno de duras pruebas, pero sólo lo harán posible cuadros suficientemente conscientes y preparados.

 

 

RETOMAR EL CAMINO DE LA REVOLUCIÓN

 

En definitiva, los resultados a los que el Movimiento Anti-Imperialista ha llegado en su actual proceso de análisis y particular rectificación nos llevan a la conclusión de que la vanguardia del proletariado, hoy dispersa y heterogénea, tiene ante sí la obligación de batallar por romper las cadenas que la limitan como tal vanguardia, si de verdad quiere emprender la lucha por destruir las que, a su vez, mantienen apartados a la clase y al conjunto de la humanidad del camino liberador, que no es otro que el de la Revolución Proletaria Mundial, hasta el Comunismo.

 

Por eso, desde el MAI queremos ofrecer este Segundo Manifiesto y abrirlo al debate con todos aquellos miembros y destacamentos de vanguardia que comprendan la necesidad de replantearse a fondo la situación actual y emprender las medidas que conduzcan a su solución revolucionaria.

 

Al mismo tiempo, y por todo lo referido, desde el MAI hacemos un llamamiento:

 

A la vanguardia práctica, a que luche por elevarse hacia las posiciones más avanzadas del compromiso con la transformación revolucionaria de la sociedad.

 

A la vanguardia ideológica, a que se lance sin miedo, con decisión, al proceso de la resolución de los problemas teóricos de la revolución, sobre la base de la lucha de dos líneas, en pos de la ideología proletaria, el Marxismo-Leninismo, y por la reconstitución del Partido Comunista.

 

En el Movimiento Anti-Imperialista hemos emprendido, desde nuestra propia experiencia y el bagaje teórico y político del Movimiento Comunista Internacional que conocemos, el esfuerzo por cumplir con los mencionados requisitos. Ahora tiene lugar, por tanto, el momento de pasar a concretar, planificar y realizar las tareas que de ello se derivan, con la seguridad de que el conjunto de los miembros más avanzados y conscientes de la clase asumirá este compromiso, impulsando definitivamente el triunfo de la emancipación de la humanidad.