El Martinete - Número 16

Septiembre de 2003

 

Editorial:
Los espejismos de la vanguardia

 

 

Desde que Engels afirmó que “desde que el marxismo se ha hecho Ciencia es menester que se le trate como tal, es decir, que se le estudie” ( Prefacio a la guerra campesina en Alemania, 1874 ), parece que pocos han tratado en serio de que así sea, especialmente en un periodo tan necesario como el actual de ofensiva del capital y repliegue y desarme ideológico del proletariado en que tan necesarios se hacen la reflexión y el análisis del camino recorrido y la experiencia vivida por el movimiento de la clase obrera en pos de su liberación. Sin embargo, ha sido precisamente en aquellos momentos en que la ideología se ha situado al mando de la lucha de las masas cuando éstas han obtenido triunfos realmente importantes. La resolución de los problemas teóricos de la revolución en cada etapa de ésta es lo que siempre ha abierto las puertas a la marcha revolucionaria del proletariado. Esto se mostró de manera clara en los grandes logros del siglo XIX (Comuna de París, creación de la primera Internacional obrera -Asociación Internacional de Trabajadores-, constitución de los primeros partidos obreros y socialistas,…), en torno a la esencial formulación de la doctrina científica del proletariado por Marx y Engels y su inagotable combate frente al anarquismo, el oportunismo y otras corrientes que lastraban y encenagaban al movimiento obrero. Y, muy especialmente, se apreció de modo más evidente aún en el papel que jugó el desarrollo de la teoría científica proletaria por Lenin en el triunfo de la gran Revolución Socialista de Octubre que dio comienzo al ciclo revolucionario que acabó cerrando el siglo XX, desarrollo que sólo fue posible, también, al calor de la batalla contra las corrientes oportunistas en el seno del movimiento proletario y su derrota (marxistas legales, populistas, mencheviques, trotskistas…).

 

No deja de ser conocida la sentencia de Lenin de que “sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario”, pero la célebre y acertada frase, perteneciente a la que es una de sus obras fundamentales ( ¿Qué hacer?, 1902 ), tampoco parece que haya hecho mucha mella entre los miles de mentes que pueblan y han poblado el universo de la vanguardia de la clase obrera, mucho más interesada, a pesar de citarla constantemente, en postrarse ante el movimiento espontáneo de las masas que en ponerse al frente de éstas armados del potente bagaje teórico de que les dotaría la doctrina científica del proletariado, esto es, el Marxismo-Leninismo. Ahora, ante la situación política internacional y el momento histórico que vivimos, se coloca de nuevo en primer plano para la vanguardia la urgente tarea de tomar en serio las recordadas palabras de Engels y Lenin y dotar a las masas explotadas de todo el mundo de una verdadera perspectiva liberadora y las herramientas ideológicas, políticas y organizativas que se lo permitan.

 

Prácticamente todo el curso del presente año ha estado marcado por un acontecimiento, la invasión imperialista de Irak, que ha despertado una espectacular movilización de masas en todo el mundo, miles de acciones de protesta y cientos de artículos, debates, charlas, análisis,... Un acontecimiento que, en el marco del periodo que se abre con el final del ciclo revolucionario de Octubre y la desaparición de la URSS y otros países del llamado “campo socialista” y la subsiguiente puesta en movimiento de las potencias imperialistas por un nuevo reparto del mundo, y, sobre todo, ante la gran ofensiva de la potencia hegemónica, Estados Unidos, iniciada tras los sucesos del 11 de septiembre de 2000, pone sobre la mesa la necesidad de analizar lo sucedido y extraer lecciones.

 

No obstante, el curso de las acciones que la mayoría de los destacamentos de la vanguardia continúa desarrollando y declaraciones como la formulada por el Seminario Comunista Internacional, celebrado en Bruselas a instancias del Partido del Trabajo de Bélgica (PTB) en Mayo pasado, muestran a todas luces que todavía hoy el camino que recorren quienes dirigen a las masas proletarias del mundo está infestado de espejismos que ciegan y confunden a éstas, generándoles falsas expectativas y apartándolas del sendero revolucionario que acabe realmente con sus cadenas.

 

 

Irak y los intereses imperialistas

 

El verdadero carácter imperialista de la invasión de Irak es algo que ha quedado meridianamente claro para los sectores más avanzados de las masas, su vanguardia, a pesar de la heterogeneidad y diversidad de criterios en el seno de ésta. Pero, a partir de ahí, y por esto mismo, la variedad de criterios en el análisis y, sobre todo, en las lecciones extraídas, ha sido notablemente elevado.

 

Tras el final de la “Guerra Fría”, simbolizada por la caída del muro de Berlín, se abrió ante las potencias imperialistas, especialmente Estados Unidos, una pugna por redefinir el cuadro de las relaciones internacionales y ampliar y fortalecer los espacios de dominación, batalla que dibuja el afloramiento de las contradicciones inter-imperialistas y que explica el auténtico carácter de la ofensiva norteamericana emprendida bajo el falso discurso de la lucha contra el terrorismo y por la seguridad nacional. Junto a los evidentes intereses de carácter geoestratégico y el afán por controlar los ricos recursos petrolíferos iraquíes, la intervención descansa sobre la base del intento por parte de EE.UU. de frenar el fortalecimiento del creciente imperialismo europeo, cuya moneda –el euro- se crece cada vez más ante el dólar, haciendo peligrar el papel que éste tiene de moneda estándar en los intercambios internacionales, especialmente de petróleo. De ahí que el aparente “pacifismo” de Francia, Alemania o Rusia no sea más que una máscara de sus verdaderos intereses de potencias rivales del gigante yanqui.

 

Con esta panorámica de fondo, que todavía muchos no quieren ver, la trayectoria de la invasión es historia conocida: un país asolado, miles de muertos y heridos, destrucción de hogares y centros de trabajo, abastecimientos de agua y de luz destrozados, desprecio y pérdida de una importantísima parte del patrimonio cultural, caos administrativo, arrogancia y xenofobia de los ocupantes, etc. Sobre tanta desolación, el gran coro de farsas y embustes de los dirigentes de unos Estados Unidos y sus aliados que bregan por consolidar su hegemonía y una potencias –Europa, Rusia, China- que intentan arrebatársela. Y alrededor, el gran teatro de la ONU y su danza desesperada por salvar lo que hasta ahora ha sido el escenario donde los poderosos imperialistas organizaban su reparto del mundo, el organismo que sanciona con su legalidad las relaciones internacionales existentes y hace de pantalla del verdadero trasfondo de éstas. Un escenario que también se ha visto zarandeado, como la propia OTAN, por las agitadas aguas de las crecientes tensiones que se gestan entre las grandes harpías del planeta.

 

El panorama de la posguerra es, asimismo, tan terrible como aleccionador. Ante la devastadora victoria militar de la alianza anglosajona, las potencias “disidentes” se pliegan rápido a sancionar la ocupación, aunque bajo tenues reticencias y formalismos acerca del “compromiso democrático” y la “necesaria presencia internacional”. Si no se avienen a acuerdos con los “vencedores”, se quedan fuera del reparto; y más vale poco que nada. Además, no se le pueden dejar las manos libres a Estados Unidos, por muy hegemónicos que sean. Y la ONU, otro tanto de lo mismo: nuevamente el juego de dar un barniz de legalidad a lo ya innegable, es decir, el todavía dominante poderío militar norteamericano y las ocupación ya efectiva. Sin embargo, no se le pone fácil a los agresores imperialistas, empantanados en una situación en la que no terminan de saber cómo poner orden. Una situación especialmente difícil para unos Estados Unidos enfangados en una profunda crisis interna, endeudados hasta el cuello –vive de las reservas que le proporciona la producción de dólares- y con otros frentes abiertos y también en situación de permanente descontrol, como es el caso de Afganistán; todo esto muy en contra de lo previsto. El incremento de los costes a que su apuesta les ha llevado es tal que se han visto obligados a pedir ayuda, pero intentando mantener el mando y compartir el “pastel” lo menos posible, complicada tarea de la que las demás potencias tratan por supuesto de sacar partido. Y todo ello a despecho de la situación en que se pueda encontrar la población agredida, una población en la que crecen a ritmos agigantados el descontento y las acciones de resistencia. Las masas, una vez más, se resisten a la ocupación, pero de un modo desordenado y carente de dirección política consecuente; aunque no deja de ser una resistencia que alarga la presencia militar, incrementando el elevadísimo coste que esto conlleva y dificultando las tareas de “pacificación” y “normalización” que el control político y el expolio económico imperialistas exigen para su ideal desarrollo.

 

El arriesgado envite que han afrontado los gobiernos “agresores” ha tenido que verse arropado, junto con el ingente aparato propagandístico propio de este tipo de acciones, por un enorme despliegue de mentiras que ha desembocado en dificultades añadidas para aquéllos, especialmente para Tony Blair, quien debe afrontar el atolladero del caso del supuesto suicidio del Dr. Kelly, el científico que desveló a la prensa las exageraciones y falsedades de los informes gubernamentales británicos. El propio Bush se ha visto obligado a reconocer públicamente parte de los embustes utilizados. Y la excusa del peligro terrorista sigue siendo el parapeto tras el que intentar seguir ocultando las verdaderas razones de la agresión, a pesar del permanente desmentido que ofrecen las ya numerosas evidencias de sus mentiras, empezando por la ausencia de las tan manidas “armas de destrucción masiva”. Mientras tanto, el capitalismo sigue recorriendo su camino de auténtico terrorismo y destrucción, sembrando su violencia contra las masas, al tiempo que condena y reprime cualquier atisbo de acción resistente, e implantando una política de “contrarrevolución preventiva”, cuando ni tan siquiera el proletariado dispone aún de los necesarios instrumentos ideológicos y políticos de los que armarse para destruirlo de verdad y acabar con tanta ignominia.

 

 

Las lecciones de la lucha contra la guerra

 

Ya desde antes de producirse la invasión se puso en marcha en todo el mundo una inmensa cantidad de movilizaciones masivas de protesta que se multiplicaron durante el desarrollo de la intervención militar y de la que los partidos y organizaciones “de izquierda” que se otorgan su representación han intentado sacar su buen provecho, aunque con pírricos resultados. No hay más que observar la actitud tan “patriota y democrática” que adoptan ante el envío de tropas españolas de ocupación al Irak invadido, preocupándose por la situación de los militares, cuando en realidad no son sino tropas imperialistas (y no olvidemos que, además, son profesionales) y, por tanto, lo que realmente sirve a los intereses del proletariado y de las masas oprimidas es su derrota militar, su fracaso en la aventura imperialista y la consiguiente crisis y repercusión en la estabilidad de la burguesía propia. Por que la respuesta de las masas a las agresiones del imperialismo es legítima y pretender, en lugar de apoyarlas, que se encuentren bien “nuestros” destacamentos invasores es ponerse abiertamente del lado de éstos y de la burguesía que les dirige. Tampoco es casual que fuese el PSOE quien gestionó el ingreso de España en la OTAN y el que impulsase su integración en el proyecto imperialista europeo.

 

Pero si mínimos han sido los beneficios políticos de esta izquierda que confunde la respuesta de las masas ante situaciones coyunturales con la identificación con un programa político, más ridículos han sido los resultados de las acciones de protesta llevadas a cabo en todo el planeta: la agresión se ha llevado a cabo impunemente, continúa la permanente humillación de un pueblo ocupado y arrasado, permanece sobre los agresores el descarado aire triunfal que menosprecia todo cuanto le rodea y los responsables de la masacre, esos que sonríen sobre sus trajes engalanados mientras saludan a las cámaras hablando de “paz, democracia y liberación”, continúan haciendo oídos sordos a las reivindicaciones de las mismas masas a las que dicen representar y defender.

 

No es, pues, la constante llamada a frenar la agresión y pedir la paz o el derecho de esos pueblos a dirigir sus propios destinos lo que alcanzará tales objetivos. No será la sempiterna súplica de unos derechos y libertades usurpados a sangre y fuego lo que hará retornar éstos. Ni la ingenua amenaza de un posible castigo en las urnas detendrá la potente maquinaria de la explotación imperialista o los imparables deseos de enriquecimiento y acumulación de los capitalistas de cualquier país del planeta y su inevitable tendencia a la agresión y la guerra para mantener y acrecentar sus privilegios. Sólo aquello que pone en peligro realmente el poder establecido de la burguesía logra frenar a ésta en sus intervenciones y ponerla contra las cuerdas. O lo que es lo mismo: únicamente la amenaza revolucionaria de arrancar del poder a los capitalistas les puede hacer temblar y detener una agresión imperialista contra algún pueblo del mundo. Pero es más: solamente su auténtica derrota del poder –y no sólo la amenaza de tal- conjurará todo peligro de guerra o intervención contra las masas y abrirá las puertas al camino revolucionario de éstas hacia su liberación.

 

Todo este panorama de la situación internacional, el análisis del momento histórico en que se desarrolla y las lecciones que la vanguardia debe extraer de ello ya han sido expuestas más detalladamente en las hojas que desde el Movimiento Anti-Imperialista hemos difundido, tanto antes como durante y después de la intervención, y que publicamos a continuación del presente editorial. Ya éstas bastarían para iniciar una seria reflexión entre aquellos que se preocupan realmente por la ardua labor de las masas explotadas frente a sus opresores y la lucha por liberarse de tal explotación. Los acontecimientos que han sucedido a la ocupación del territorio iraquí, de los que hablábamos más arriba, no hacen sino confirmar dicha valoración. Tanto la impunidad de la agresión como las cada vez más desastrosas consecuencias de ésta y el camino que llevan las crecientes tensiones entre las potencias imperialistas, así como el incremento de las acciones represivas, no sólo contra los pueblos oprimidos, sino también contra las masas proletarias de los propios países imperialistas, exigen de quienes se colocan al frente de las luchas de tales masas un riguroso análisis de la situación y de la experiencia histórica realizada; del mismo modo, impone el máximo esfuerzo por alcanzar la comprensión y el conocimiento científico de los mecanismos que intervienen sobre el desarrollo de la sociedad y, en consecuencia, trabajar por disponer de los instrumentos necesarios para lograr la liberación de esos explotados y oprimidos junto a los que luchan y a los que representan.

 

Sin embargo, y como decimos en esos mismos escritos, la movilización de miles de personas no ha dado apenas frutos porque ha adolecido de una heterogeneidad que, lejos de representar una rica pluralidad de pensamientos, ha significado un maremagnum de concepciones ideológicas y corrientes dispersas, una confusión interclasista de intereses varios; porque estaba en su mayor parte impregnada de un pacifismo ingenuo, de calado burgués, inocente y dócil; porque no existía una dirección consciente y consecuente con los intereses de las masas, pero sí muchos intereses creados detrás de organizaciones “de izquierdas”, ávidas de sacar provecho político de la agitación popular; porque, impregnada de subjetivismo, ha estado gobernada por una filosofía de agnosticismo que menosprecia la búsqueda del conocimiento científico y el alcance de la verdad objetiva de las cosas y sus relaciones; y porque, en definitiva, se ha engreído en el espontaneismo y ha endiosado la mera movilización de las masas, encerrándose en el estrecho marco de la lucha de resistencia y careciendo de un plan y unos objetivos conscientes y revolucionarios.

 

Por esto, precisamente, porque su base movilizadora era tan débil, no es de extrañar que, en un abrir y cerrar de ojos, se haya venido abajo la movilización de esas masas. De repente, parecía como si no hubiese ocurrido nada. Pero las masas, en general, cumplen con su parte, responden cuando son agredidas, ofendidas, atacadas: ahí tenemos la reacción que la propia presencia “liberadora” de las fuerzas ocupantes está provocando en la población iraquí, cada vez más desengañada y rabiosa, o el incremento de la Intifada y la creciente ola de acciones de respuesta que la ocupación y los crímenes israelíes despiertan entre los palestinos. En realidad, lo que falla no es la lucha en sí, sino su carácter, su orientación, su objetivo, la base ideológica que la sustenta. Las masas reaccionan ante las agresiones, pero lo hacen carentes de un conocimiento profundo de los engranajes sociales y los medios para su transformación. Necesitan de un referente ideológico que les dé la orientación necesaria hacia la que moverse. Mientras se mantengan en la esfera de la resistencia se limitarán a vender cara la piel, pero la seguirán vendiendo; no emprenderán una lucha revolucionaria orientada a liquidar definitivamente las bases sobre las que descansa el sistema social que perpetúa sus miserias y sufrimientos.

 

Por tanto, lo primero que está desorientando y limitando a la clase obrera es su vanguardia, hoy desorientada y limitada también. Y mientras se niegue a parar y replantearse dónde están fallando las cosas, seguirá así. Lo grave no es ahora mismo el atraso de las masas, sino el de su vanguardia. Ante el proletariado se presentan multitud de destacamentos con variedad de discursos, creando una confusión que, además, conlleva un halo de subjetivismo que hoy se ha hecho dominante y que conduce a la pérdida de la orientación en el camino proletario de la revolución. Las organizaciones que se han puesto al frente de las masas anti-guerra se han caracterizado generalmente por su espontaneismo, marchando constantemente a remolque de las propias movilizaciones o conduciendo a las masas por los caminos ya trillados de más y más jornadas de protesta que no aportan nada nuevo al movimiento, sino que acaban cansándolo y agotando su propio desarrollo. Las movilizaciones generales, de por sí, no acaban con el imperialismo, por radicales que aquéllas sean. Pueden formar parte de un proceso revolucionario, pero no lo caracterizan ni son –ni mucho menos- su médula espinal. Es, en cambio, la orientación consciente de la lucha obrera, su dirección en pos de la dictadura revolucionaria de la clase obrera por la consecución del comunismo, armada de la ideología científica proletaria, el marxismo-leninismo, lo que torna revolucionario al movimiento obrero. Sin ese encauzamiento y esa concienciación, el movimiento permanecerá encerrado entre los barrotes de la resistencia, de la acción defensiva, y renunciará al manejo y el control consciente de su propio desarrollo histórico. ¿A qué viene entonces esa actitud pedigüeña ante las instituciones y organismos que precisamente se encuentran detrás de las acciones imperialistas? ¿No resulta, además, absurdo recurrir a argumentos de legalidad frente a los gobiernos y estructuras jurídicas internacionales que sancionan, avalan y justifican, cuando no sostienen o provocan directamente, tales agresiones? Si no, véase el caso de las dichosas armas de destrucción masiva: ante la imposibilidad de demostrar su existencia, y en un soberbio ejercicio de prepotencia, a Estados Unidos le da igual lo que se le argumente o critique, ya tiene la repuesta: ahora se trata de “prevenir” su posible consecución, construcción y futuro uso, con lo que queda justificada cualquier intervención “preventiva” a la menor “sospecha”, por remota y poco probable que sea, y sin tener que demostrar nada. Los dirigentes de la sabia “izquierda”, a pesar de todo, mantendrán su pataleta, montarán su paripé echándose las manos a la cabeza y tratarán de nuevo de lanzar a las masas a la calle para reivindicar la aplicación de las leyes y tratados internacionales y un orden mundial “más justo”. ¿Un orden mundial más justo? ¿Sobre qué base? ¿Sobre la de las mismas relaciones de explotación que genera el mercado capitalista y con sus mismas leyes, aunque bien aplicadas y retocadas? ¿Y quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién quieren estos magníficos dirigentes de nuestra “izquierda” que le aplique , por ejemplo, a Estados Unidos, ciertas leyes, digamos, “más justas”, que ahora no cumple? ¿No estarán pensando en Europa, es decir, en quienes son iguales, solo que todavía más débiles? ¡Ya está bien de engañar a las masas!

 

Otros sectores de la vanguardia, más avanzados, aunque caen también con facilidad en la reclamación de la intervención de instancias jurídicas u organizativas internacionales, son más consecuentes y buscan una mayor subversión del orden establecido, abogando por otras relaciones sociales y defendiendo la implementación de procesos revolucionarios que den al traste con las bases del propio sistema capitalista. Y estos destacamentos de vanguardia son los que primero deberían plantearse una revisión a fondo de su estrategia y tratar de sacar lecciones de las recientes oleadas de protesta contra la intervención imperialista en Irak y, en general, de la historia de las luchas obreras, de sus conquistas y sus derrotas. Porque su gran obstáculo reside en que se encuentran también inmersas en el lodo de la lucha espontánea; ejercitan una actividad centrada exclusiva o principalmente en la aplicación de una línea de masas que no resuelve los problemas actuales de la revolución, aunque quieran realmente hacerla; se enfrascan en desarrollar una acción práctica que se encuentra dirigida por una concepción empirista del desarrollo social y, por tanto, les mantiene ligados a una actividad meramente economicista, alejada de una verdadera concepción dialéctica y científica de la sociedad y de las luchas sociales. Esto, además, suele ir unido a un rechazo a abordar el necesario y riguroso balance de la experiencia histórica del proletariado, fundamentalmente del primer ciclo revolucionario, el ciclo de Octubre, en paralelo a un ostentoso abandono de todo proceso de estudio y preparación intelectual de auténticos cuadros comunistas.

 

Este tipo de comportamiento en el seno de la vanguardia es muy propio de muchas de las organizaciones que se reclaman del comunismo y que, por su expresa declaración de querer destinar su actividad al fin de conquistar éste, son precisamente aquellas a quienes más debería competer el preocuparse por la resolución de tales problemas. Con la pertinaz batalla contra estas concepciones erróneas y el afán de superar tan grandes carencias es como los diferentes destacamentos generarán la verdadera vanguardia revolucionaria que necesita el proletariado; todo ello a través de la lucha de líneas dialéctica, una lucha de líneas que, a un tiempo, supere lo incorrecto y conserve lo positivo, no en una mecánica suma y resta de partes, sino en un todo nuevo y superior al conjunto beligerante, es decir, en la negación dialéctica de éste. Pero no parece que sea ésta la intención, al menos por el momento, de esta serie de organizaciones que, empeñadas en continuar con su rosario de acciones de resistencia, se empantanan cada vez más en los lodos del espontaneismo y el electoralismo, como hemos podido apreciar en las orientaciones y propuestas que emanan de la resolución final surgida del Seminario Comunista Internacional celebrado en Bruselas los pasados días 2, 3 y 4 de mayo de 2003.

 

La vanguardia desorientada

 

Este Seminario, que reúne a una gran cantidad de organizaciones de todo el mundo que se reclaman del comunismo, bajo concepciones y programas bastante diversos tanto geográfica como políticamente, aunque situadas en posiciones más avanzadas que gran parte de los tradicionales partidos comunistas, ha hecho pública una Resolución General cuyo título, ¡Trabajadores y pueblos del mundo, unámonos contra los preparativos norteamericanos de una tercera guerra mundial! , ya anuncia de antemano con qué nos vamos a encontrar al leerla. Efectivamente, una consigna tal que, parafraseando al conocido llamamiento de El Manifiesto Comunista , sitúa como tarea central de estos momentos la unidad y la movilización para frenar la acción de la potencia imperialista hoy hegemónica es algo que indica ya de principio la limitación del llamamiento y, mucho más especialmente, su desorientación estratégica, como veremos.

 

La resolución ofrece, por tanto, de nuevo, una ocasión para volver sobre la cuestión de las tareas actuales de la vanguardia y para comprobar y denunciar la insistencia en seguir dando un principal papel a las movilizaciones de las masas, frente a la reconstitución de su guía ideológica y política.

 

Comienza ya la resolución recurriendo a la legalidad de la ONU y situando a Estados Unidos como el único país que viola esa ley. ¡Pero señores, que no somos nuevos! Para empezar, ¿habrá que recordarles a los firmantes del texto la larga relación de ignominias cometidas por otros Estados, sobre todo europeos, contra pueblos oprimidos, una veces amparados por esa legalidad de las Naciones Unidas que aquí nos quieren presentar como modélica y otras veces al margen de la misma? Tanta insistencia en la ilegalidad de, por ejemplo, la agresión a Irak le hace un chico favor a los pueblos agredidos -y, por tanto, al proletariado mundial- al dejar la puerta abierta a todo tipo de agresiones que sí gocen de un respaldo legal de quienes, bajo el paraguas de la ONU y otros organismos internacionales, no hacen otra cosa sino repartirse el mundo. Una cosa es utilizar sus propios instrumentos para desarrollar sus contradicciones o alcanzar determinadas conquistas puntuales necesarias para las masas y otra muy distinta levantar la bandera de la legalidad internacional, es decir, de la legalidad capitalista, como garante de la paz y el desarrollo de los pueblos. También estos elementos de vanguardia caen, como vemos, en el farsante juego de los imperialistas de presentarnos dichos organismos internacionales como lugares de acuerdo democrático y civilizado, al tiempo que se disputan el mundo a dentelladas. La ONU y el resto de este tipo de organizaciones juegan, pues, su papel de pantallas del imperialismo y escenarios de liza política, como se ha podido comprobar con la crisis abierta en la ONU a raíz de la intervención en Irak.

 

Desde luego, la lectura de la situación internacional que recoge la resolución deja bastante que desear, pues resulta bastante desacertada. En las condiciones actuales de repliegue proletario a escala mundial y creciente afloramiento de las contradicciones inter-imperialistas, no se puede estar planteando la situación en términos de peligro de guerra por parte de una superpotencia nada más y olvidar los intereses rapaces del resto de potencias. Vuelven a caer en el juego de los imperialistas, al colocarse en la errónea actitud de apuntar sólo hacia uno de los responsables de las miserias que asolan al mundo, como si no existieran los demás imperialistas (por mucho que, en alguna rara ocasión se deje caer como de pasada que Europa es también una potencia imperialista que amenaza a los pueblos. Se contradicen, por tanto, cuando plantean, por un lado, que “el imperialismo europeo no se prepara para guerras a escala mundial contra Rusia o contra China” (lo cual es falso, pues hace tiempo que en Europa se mueven fuerzas en pro de su consolidación como potencia imperialista militar y la generación de agresiones y conflictos mundiales sólo es cuestión de que realmente les resulte necesario para sus ambiciones) y, por otro lado, que la contradicción con el hegemonismo norteamericano conducirá a una guerra. Pero, además, resulta que no se hace una descripción marxista de la situación internacional (lo cual ya es grave, tratándose de un seminario comunista), pues, como podemos apreciar a lo largo de toda la resolución, no aparecen por ningún lado referencias al sistema de contradicciones que dibujan el panorama internacional de las relaciones sociales del capitalismo de nuestros días, como tampoco se habla de clases sociales, si no es en algunas contadas ocasiones en que se citan ciertas frases hechas y completamente fuera de contexto. Se pierde, por tanto, la visión dialéctica de la situación y las relaciones internacionales y, con ello, la posibilidad de diseñar una acertada estrategia revolucionaria en el marco de éstas.

 

Por otra parte, las contadas alusiones al sistema económico adolecen de importante incorrecciones que reflejan un discurso superficial y más propio de economistas burgueses que de dirigentes marxistas. ¿Cómo se puede afirmar: “la contradicción fundamental insoluble del sistema capitalista: la contradicción entre una capacidad de producción al parecer sin límites y de los mercados que se estrechan”? ¿Ahora resulta que la contradicción fundamental en el capitalismo son los stocks de producción, que es de lo que hablan aquí? ¿No estaba bastante claro que se trataba de la contradicción que se genera entre las relaciones de producción existentes y el desarrollo de las fuerzas productivas, o sea, la que pone de un lado a una minoría que posee y controla los medios de producción y una mayoría que sólo dispone de su fuerza de trabajo, la contradicción entre el capital y el trabajo, en definitiva? Hay también un exceso de alusión a la “globalización neoliberal”, como si fuese algo completamente nuevo, esencialmente distinto al imperialismo que definiera y caracterizara Lenin. Pero las revoluciones tecnológicas y las propias formas “neoliberales” que adopta el capital no son sino variantes del propio desarrollo imperialista. Aunque se está tratando en concreto del panorama internacional más reciente, hay que tener cuidado con esa tendencia a demonizar al capitalismo de nuestros días como “neoliberal” sin dejar claro el carácter expoliador de todo capitalismo, adopte la forma que adopte. Si no, se está desbrozando el camino de los “terceros modelos de desarrollo” y dirigiendo a las masas un discurso que encierra el peligro de plantear la posibilidad de economías de mercado “menos malas”, “más justas”, que es en lo que ha caído gran parte del movimiento de resistencia global, con organizaciones de ideario socialdemócrata y oportunista al frente.

 

Con respecto a la cuestión de la lucha de los pueblos para resistir a las agresiones imperialistas, se recurre a la comparación, como hemos apreciado en otros casos durante el curso de las movilizaciones contra la invasión de Irak, con la defensa que realizó la URSS durante la Segunda Guerra Mundial o con los casos de Vietnam y Corea. Ensalzan ardientemente las victorias obtenidas en este sentido durante el siglo XX. Pero olvidan que la situación no es, ni de lejos, la misma: evidentemente, ahora no hay una potencia como la URSS que ejerza de contrapeso, pero lo principal es que, ya en la segunda mitad del siglo, ese freno se ejercía en clave de oposición entre potencias imperialistas, cuando la Unión Soviética dirigida por el aparato burgués restaurado desarrollaba una batalla, la “Guerra Fría”, por el dominio de nuevas zonas de influencia. Eso no es resistencia al imperialismo, a pesar de que tales contradicciones fuesen aprovechadas por los pueblos para alcanzar ciertas conquistas, como la independencia nacional. También se olvida el estado general de las masas, bastante politizadas entonces, al calor de triunfos revolucionarios, en momentos en que todavía no se encontraba tan avanzado el proceso de declinación del ciclo revolucionario; situación que se encuentra muy lejos de la actual, con el ciclo de Octubre ya superado y sin haberse iniciado todavía los primeros pasos de un nuevo ciclo revolucionario, ni resuelto la premisas necesarias para el éxito de éste. Pero lo que es más grave en las conclusiones de un encuentro comunista es que se olvide la imprescindible condición de la existencia de partidos comunistas que realmente dirijan la lucha de esas masas por su liberación, pero no entendido esto como el simple y fácil método de colocarse al frente de sus movimientos de resistencia, sino como el hecho de representar realmente la asunción de la ideología científica proletaria por una vanguardia revolucionaria que, asumida ésta, haya conquistado una sólida fusión con las masas y las conduzca por el camino revolucionario, desde la elevación ideológica y consciente permanente de éstas y el desarrollo de los medios y estrategias que la etapa y las circunstancias les exijan en la batalla por la instauración de la dictadura proletaria. Esas condiciones que hoy no se dan son las que permitieron, por ejemplo, el triunfo del pueblo soviético ante la agresión de las potencias imperialistas que sufrió en el inicio de la revolución. Al final, como sucede con el recorrido histórico que realizan en torno a las constantes agresiones imperialistas a lo largo del siglo XX, se acaba llevando a cabo un análisis mecanicista de la Historia, no dialéctico, en el que el curso de ésta se convierte en una permanente sucesión de resistencias a ataques de potencias capitalistas y un continuo proceso de “parcheamiento”, en el que la perspectiva revolucionaria –eso sí, bien adornada de frases rimbombantes y pseudo-revolucionarias- queda reducida a una serie de etapas consistentes en ir haciendo frente al imperialismo allí donde éste se manifiesta de modo más agresivo y tratar de ir debilitándole poco a poco, como vienen a dar a entender al final de la resolución; en definitiva, nada que ver con una estrategia revolucionaria mundial que impulse el proceso de reconstitución partidaria en cada país y lleve adelante la revolución en cada uno como base de la Revolución Proletaria Mundial, o sea, otra forma de interpretar las etapas o fases en que el desarrollo de ésta necesariamente se va a encontrar.

 

 

El espejismo de la lucha espontánea

 

A lo largo de toda la resolución podemos constatar el desesperado llamamiento constante a la unidad y movilización de las masas. Y, como analizábamos antes, se acaba limitando esta lucha a la ingenua exigencia a los belicosos gobiernos de que abandonen sus desastrosas intenciones y se plieguen a la legalidad internacional y las relaciones democráticas, retirando las tropas y bases militares establecidas a lo largo de medio mundo, así como la disolución de las instituciones militares imperialistas como la OTAN. Como si no hubiesen aprendido ya, y la ocupación de Irak así lo muestra claramente, que no basta esta movilización, por radical que se quiera hacer. No terminan de aprender nunca que al imperialismo sólo le frena en sus criminales intenciones aquello que realmente hace peligrar su estatus dominante, y esto sólo puede ser la amenaza revolucionaria. Pero, claro, la amenaza revolucionaria no son miles de personas en la calle protestando y pidiendo paz o la retirada de las tropas, sino la organización y la lucha revolucionaria y consciente por la toma del poder por el proletariado, dirigido por su vanguardia.

 

Se insiste mucho en la necesidad de apoyar e impulsar todas las luchas anti-imperialistas en el mundo, lo cual es necesario, pues debilitan a éste, obligándole a abrir diversos frentes de lucha que dispersan sus esfuerzos y pueden ser la mecha de procesos realmente revolucionarios, si se atienden por la vanguardia las premisas necesarias para que así sea. Pero es esto lo que se ignora en la resolución, dejando todo el peso de la derrota del imperialismo al mero carácter anti-imperialista de esas luchas, restringido este concepto, además, a la lucha por la independencia nacional y contra las intervenciones militares o los intereses de las grandes multinacionales. A resultas de lo cual no se está bregando por preparar la revolución en el mundo, sino potenciando la estrategia de la resistencia sin más. Esto, además de una estrategia que resulta totalmente opuesta a los intereses revolucionarios del proletariado, resulta una variante de la nefasta concepción espontaneista del movimiento de la clase, trasladada a la esfera internacional: se reduce la actuación de la vanguardia al puro seguidismo de las masas de los pueblos oprimidos, marchando al ritmo que éstas marquen, en función de las reacciones que provoque la intervención imperialista. Y así se aplica a todo el conjunto de la lucha, como cuando, por ejemplo, se llama a reactivar el movimiento pacifista y, de nuevo, a movilizar a todo el mundo contra el peligro nuclear. Parece que la Historia no les ha dado ya suficientes ejemplos del caso que acaban haciendo los imperialistas a estas movilizaciones y no se hubieran enterado de que no hay, bajo el imperialismo, posibilidad alguna de garantizar la paz de los pueblos, si no es a través del triunfo armado revolucionario. Nada que ver con el pacifismo burgués que alientan estas orientaciones.

 

Como vemos, la línea de masas espontaneísta va de la mano de una estrategia de lucha que no tiene nada de revolucionaria, pues no atiende a los verdaderos intereses históricos del proletariado, limitándolo a parciales batallas por necesidades y respuestas inmediatas, que lo mantienen en un círculo permanentemente cerrado, sin salida, perpetuando su situación de explotación y alienación, engatusando a las masas con el espejismo de luchas y perspectivas que mucho prometen y nada alcanzan.

 

La cuestión se agrava si pensamos que una resolución de este tipo es firmada por una gran cantidad de organizaciones situadas en la heterogénea y dispersa vanguardia proletaria en todo el mundo, marcando una tendencia internacional que dibuja una estrategia errónea y nociva para la Revolución Proletaria Mundial.

 

La cuestión del Partido Comunista

 

En definitiva, el empirismo que subyace en la propuesta que nos ofrece el Seminario Comunista Internacional de Bruselas acaba obviando y dejando en un tercer plano el instrumento principal de la revolución: el partido. Porque, si bien el análisis que se realiza de la situación internacional y la consiguiente propuesta estratégica carecen de un carácter marxista y olvidan la dinámica de la lucha de clases a escala internacional tanto como el verdadero sistema de contradicciones que se mueve a dicha escala, el problema del partido revolucionario del proletariado queda relegado a una mera suposición de existencia y apenas citado en la última parte del documento, donde se limitan a afirmar brevemente el importante papel que los partidos comunistas juegan en la lucha por evitar una tercera guerra mundial. A partir de aquí, aderezado por una serie de frases hechas, se despliega una relación de tareas que, según los partidos firmantes de la resolución ,competen a los comunistas de todo el mundo para conjurar tal peligro, un breve compendio de recetas que no hace sino incidir en la fórmula del espontaneísmo y la agitación de las masas contra la guerra.

 

En primer lugar, se está presuponiendo el carácter dirigente de los partidos comunistas, desde una concepción que, como decíamos, considera ese carácter de dirección en cuanto a la capacidad de ponerse al frente de masas, sin tener en cuenta para nada que el Partido Comunista no es meramente una organización producto de la suma de un grupo de revolucionarios, sino la vanguardia revolucionaria organizada de la clase en fusión con ésta, es decir ni junto a ésta ni al frente de sus luchas, sino en conexión indisoluble; y de esa fusión, en pleno desarrollo dialéctico, como el movimiento de la clase hacia la ideología, hacia la conciencia, resulta el Partido. Pero esto exige de la construcción previa de la vanguardia revolucionaria, tarea que es hoy fundamental en todo el mundo y que pasa por la derrota de las concepciones oportunistas en su seno, así como por la imprescindible tarea, no ya de retomar la ideología al nivel en que se mantuvo durante el pasado ciclo revolucionario, sino de reconstituirla, elevándola a la posición de hegemónica en el conjunto de la vanguardia, pero al modo realmente dialéctico marxista-leninista, es decir, comprendiendo que el Marxismo-Leninismo no es un conjunto de fórmulas o textos “sagrados”, sino una doctrina científica que representa la concepción científica del mundo y que integra en un todo armónico, dialéctico y no mecánico, el conjunto del saber alcanzado por la humanidad, lo más avanzado de la ciencia y el pensamiento. En cambio, el punto de partida que toma el Seminario de Bruselas es el de suponer esta tarea realizada. Eso es lo que realmente explica la carencia de formulación de las premisas necesarias para abordar con posibilidades de éxito los problemas que vienen planteando ellos mismos en la resolución (frenar al imperialismo, acabar con la explotación y las guerras…) y resolver las tareas que se le presentan al proletariado en su avance hacia el comunismo. De este modo, se considera resuelta la realización de un balance del primer ciclo revolucionario que desvele a la vanguardia las líneas fundamentales del proceso de construcción del socialismo en todo el mundo a lo largo de tal ciclo y le muestre tanto las lecciones que aprender como las carencias y errores que superar de cara al nuevo ciclo revolucionario, ciclo que, desde una lectura dialéctica, se comprende que debe ser superior y partir de nuevas premisas que el ciclo anterior. Sin embargo, los defensores de la estrategia que preconiza la resolución que aquí analizamos se encajonan en el abortado camino de repetir las premisas que dieron lugar al glorioso pero ya vencido ciclo revolucionario de Octubre, renunciando, así, a priori, a toda posibilidad de triunfo.

 

Así, la primera tarea de la que se habla es la de la “unidad de los comunistas”, táctica que se ha mostrado completamente errónea a lo largo de cientos de experiencias en todo el mundo –y no digamos en el Estado Español- y que se caracteriza precisamente por lo que más daño ha hecho y puede hacer a la vanguardia y al movimiento proletario: la heterogeneidad ideológica, a partir de la priorización de la unidad formal de los destacamentos y militantes comunistas, sobre la base de presuponer que la ideología es algo que, lejos de haber sido derrotado junto con el primer ciclo revolucionario, simplemente ha quedado disperso y no hay “más que juntar las piezas”, es decir, que basta con una declaración de intenciones y ponerse de acuerdo sobre algunos principios generales para dar por constituido el Partido y proceder a la conquista de las masas. De hecho, lo dicen claramente, llegando a expresar que pueden existir divergencias graves en el seno de un partido comunista unificado de un país. Claro, unificado formalmente y sin operatividad revolucionaria alguna. Encima, añaden que los comunistas tienen armas probadas para resolver estas diferencias y a continuación citan una serie de principios (centralismo democrático, crítica y autocrítica, disciplina comunista, línea de masas, …) cuyo contenido queda desvirtuado por la palabrería huera y la praxis revisionista de quienes sólo reconocen esos términos en los manuales y los dejan carentes de vida y de sentido. No es tan fácil “unir” a los comunistas. Sólo se alcanzará, en cada país o Estado, a dotar al proletariado de su fundamental herramienta revolucionaria, el Partido Comunista, si existe una reconstitución partidaria, o sea, si la creación de ese Partido Comunista tiene lugar sobre las premisas de la reconstitución de la ideología, en las condiciones en que lo planteábamos más arriba, es decir, concibiendo el Marxismo-Leninismo, no como una exclusiva doctrina política y económica, sino como una cosmovisión, una concepción científica del mundo y su desarrollo; sólo si, además, la construcción de la vanguardia revolucionaria se realiza sobre la derrota ideológica de las corrientes oportunistas que lastran al movimiento proletario y se convierte en la auténtica portadora de la ideología científica del proletariado; sólo si tal reconstitución ideológica y tal lucha de líneas en el seno de la vanguardia tiene como punto de apoyo el balance crítico de la experiencia histórica del movimiento comunista, especialmente del ciclo revolucionario de Octubre; sólo si, finalmente, esa vanguardia se fusiona con las masas en una ligazón no formal, sino dialéctica, aportando a éstas la conciencia, la ideología, y convirtiendo de este modo el movimiento espontáneo de la clase en movimiento revolucionario.

 

En segundo lugar, consecuencia también de esa reduccionista concepción empírica del mundo, se traslada mecánicamente la táctica de la unidad a la política de alianzas, en la forma de tratar por todos los medios de lograr una amplia unidad de fuerzas de izquierda, progresistas y anti-imperialistas varias. Una unidad también heterogénea y no construida en torno al Partido, sino que, orientada al objetivo puntual de las derrotas parciales del capital, queda reducida a temporales unidades de acción, cuyos resultados, tras la campaña desarrollada, a lo sumo, acaban en ciertos acuerdos con fines electorales y el compromiso o la predisposición de volver a unirse en futuras luchas de resistencia. Es la unidad ocasional, carente de proyecto revolucionario y sin la base ideológica necesaria para que, aun en el caso de ser necesaria una unidad temporal, ésta se desarrolle en la orientación de servir al los intereses estratégicos de la revolución.

 

La tercera tarea que nos indican estos estrategas del espontaneísmo es, yendo más allá en la misma línea, la de impulsar la mayor unidad entre los pueblos en lucha de todo el mundo en un gran frente unido que, por supuesto, y como en el caso anterior, no está precisamente orientado al desarrollo y consolidación de la Revolución Proletaria en el mundo, sino, una vez más, a establecer una presión y crear un movimiento internacional de oposición a las intenciones imperialistas y el peligro de guerra mundial. Por si no fuera suficiente esta encorsetada visión estratégica de las tareas revolucionarias, se plantea la lucha internacional, como también veíamos antes, en términos de identificar todos los males del capitalismo con la potencia hegemónica, esto es, Estados Unidos, bien lejos de la teoría marxista de romper la cadena por el eslabón más débil (ello queda bien explícito cuando plantean que hay que centrar las fuerzas en golpear al enemigo principal e identifican a éste con Estados Unidos).

 

Como resultado, pues, de las propuestas que lanza el Seminario Comunista Internacional a la vanguardia y a las propias masas explotadas de todo el mundo, nos encontramos con un conjunto de fórmulas ya harto probadas por la experiencia histórica del movimiento comunista y siempre fracasadas o, como mucho, triunfantes en una coyuntura determinada; una serie de propuestas que ignoran las premisas necesarias para el nuevo asalto revolucionario y condenan al proletariado mundial a permanecer eternamente en las cavernas de la alienación capitalista.

 

 

Enmendar de una vez los errores

 

Ante lo dicho, a la vanguardia no le queda entonces, si quiere servir de verdad a los intereses que le exige su papel de abanderado de la misión histórica que el proletariado debe asumir, otra opción que la de hacer balance del camino recorrido y, replanteándose seriamente las lecciones extraídas, tanto de tal balance como de la propia experiencia reciente, abordar las tareas que le permitan establecer con éxito las premisas que el nuevo ciclo revolucionario, superior cualitativamente al ya caduco, requiere.

 

Acabar con las guerras imperialistas, conjurar el riesgo de una guerra mundial o nuclear, sólo puede hacerse acabando con el capitalismo, que es su causa, y no limitándonos a evitar o suavizar sus golpes. La lucha anti-imperialista es la lucha de clases de nuestro tiempo y eso significa que el anti-imperialismo consecuente pasa por la lucha contra el oportunismo y el revisionismo y por la construcción de los instrumentos y medios que el proletariado necesita en cada etapa de la revolución. Ante tal tesitura, el desarrollo de la revolución proletaria plantea, por encima de todo, la necesidad de la reconstitución de partidos comunistas en todo el mundo, sobre la base de la reconstitución ideológica del comunismo y la construcción de una vanguardia revolucionaria que desarrolle su fusión con las masas de la clase. Así, la transformación de las luchas de resistencia en luchas revolucionarias, es decir, la conversión del movimiento espontáneo de la clase obrera en movimiento obrero consecuente, en movimiento revolucionario, requiere en nuestros días de la preparación intelectual de los cuadros comunistas, de los miembros de la vanguardia, mediante el estudio y la formación en el Marxismo-Leninismo como cosmovisión científica del mundo, así como la realización del balance de la experiencia revolucionaria del primer ciclo y, junto a esto, el desarrollo de la lucha de líneas en el seno de la vanguardia teórica hasta implantar la hegemonía de la concepción científica proletaria, lo que permitirá posteriormente ganar a la vanguardia práctica, realizando así el inicio de la fusión con las masas que dará lugar a la reconstitución partidaria.

 

La vanguardia teórica, la formada por los sectores más conscientes y que se plantean los problemas de la transformación social a través de la revolución socialista y la consecución del comunismo tienen hoy, pues, ante sí, la gran tarea de emprender esta labor y colocar al proletariado en el rumbo de la construcción de la sociedad que complete la auténtica humanización que representa el comunismo, donde la humanidad, libre de las trabas de las diferencias sociales, sea plena y conscientemente dueña de su desarrollo.

 

Los diversos destacamentos de la vanguardia están, por tanto, ante la gran responsabilidad de ponerse manos a la obra y ser consecuentes de verdad con su discurso, rechazando y combatiendo los espejismos que ciegan hoy al proletariado. Es lo menos que se les puede y debe exigir.