El Martinete - Número 16

Septiembre de 2003

 

Acerca del sindicalismo, sus limitaciones y cómo superarlas

 

 

En el movimiento sindical coexistimos individuos que, según su conciencia, podríamos clasificar, a resultas, en dos grupos:

1- Quienes priorizan solucionar los problemas inmediatos a través de la unidad organizada de aquéllos que los comparten (resistencia).

2- Quienes priorizamos solucionar los problemas más generales y fundamentales de la humanidad (emancipación) mediante un proceso sistemático de transformaciones que involucran, entre otros, la acción sindical, es decir, la defensa de los intereses económicos inmediatos de los trabajadores asalariados frente al capital y su Estado.

 

El sindicalismo: ventaja y límites (corporativismo y colaboracionismo)

 

Entre ambos enfoques media una diferencia cualitativa e incluso una oposición en cuanto que: la lucha de resistencia no se propone necesariamente la destrucción de las relaciones sociales capitalistas, sino defender, dentro de ellas, a los que venden su fuerza de trabajo; mientras, la lucha emancipadora o revolucionaria se propone superar el régimen social actual y, en general, la división de la humanidad en clases.

La concepción clásica acerca de la relación entre estas formas de pensar o, mejor dicho, entre estos dos niveles de conciencia de los obreros y oprimidos en general se viene repitiendo acríticamente en nuestros días, por parte de la izquierda, incluso la más “radical”. Marx consiguió sintetizarla del modo siguiente, en cuanto a su expresión sindical:

“… el propio desarrollo de la moderna industria contribuye por fuerza a inclinar la balanza cada vez más a favor del capitalista y en contra del obrero, y (…), como consecuencia de esto, la tendencia general de la producción capitalista no es a elevar el nivel medio de los salarios, sino, por el contrario, a hacerlo bajar, o sea, a empujar más o menos el valor del trabajo a su nivel mínimo . Pero si la tendencia , dentro de este sistema, es tal, ¿quiere esto decir que la clase obrera deba renunciar a defenderse contra las usurpaciones del capital y cejar en sus esfuerzos para aprovechar todas las posibilidades que se le ofrezcan para mejorar temporalmente su situación? Si lo hiciese, veríase degradada en una masa uniforme de hombres desgraciados y quebrantados, sin salvación posible. Creo haber demostrado que las luchas de la clase obrera por el nivel de los salarios son episodios inseparables de todo el sistema del salariado, que en el 99 por 100 de los casos sus esfuerzos por elevar los salarios no son más que esfuerzos dirigidos a mantener en pie el valor dado del trabajo, y que la necesidad de forcejear con el capitalista acerca de su precio va unida a la situación del obrero, que le obliga a venderse a sí mismo como una mercancía. Si en sus conflictos diarios con el capital cediesen cobardemente, se descalificarían sin duda para emprender movimientos de mayor envergadura.

Al mismo tiempo, y aun prescindiendo por completo del esclavizamiento general que entraña el sistema del salariado, la clase obrera no debe exagerar a sus propios ojos el resultado final de estas luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra las causas de estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la enfermedad. No debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable guerra de guerrillas, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o por las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el sistema actual, aun con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad. En vez del lema conservador de ‘ ¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa! ', deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: ‘ ¡Abolición del sistema del trabajo asalariado! '” ( Salario, precio y ganancia . Marx y Engels, obras escogidas en dos tomos, t. 1, pág. 463 y 464. Akal 74)

En esta concepción clásica, se trataba pues de ir aportando conciencia al movimiento de resistencia en desarrollo, movimiento que, por sus intereses, tendía a ella espontáneamente. Sin embargo, esta forma de unidad entró en crisis desde finales del siglo XIX como se observó en Inglaterra, luego en toda Europa y América del Norte, y hoy en día casi en todo el planeta. El capitalismo modificó su desarrollo predominantemente cuantitativo y experimentó un salto cualitativo: el imperialismo o monopolismo, con sus superganancias que posibilitan el soborno de la capa superior de la clase obrera (incluyendo en ella al aparato dirigente y administrativo de sus organizaciones) y que proceden de la brutal explotación de las grandes masas trabajadoras del mundo. Desde entonces, el movimiento de resistencia de los proletarios —basado en su conciencia espontánea y, por lo mismo, fuertemente influida por la ideología burguesa que domina a la sociedad— es más débil que la alianza entre aquella aristocracia obrera (más culta, con más tiempo y medios) y el imperialismo. A partir de aquí, el sindicalismo tiende continuamente a someterse a ella, lo que le lleva a renunciar a la defensa de los que “nada tienen que perder salvo sus cadenas”, para coludirse con el negocio global imperialista, contribuyendo de paso a la corrupción intelectual y moral de los trabajadores.

Tal tendencia no podrá invertirse mediante la simple invocación del “sindicalismo de clase”. Para empezar, dicho concepto no nos pone en absoluto a salvo de un enfoque estrechamente resistencial, puesto que una defensa de los intereses inmediatos de los obreros en general (como clase) no incluye forzosamente la necesidad de emanciparse de su condición de clase.

Los partidarios de esta consigna aparentemente radical suelen desviar la atención del movimiento hacia el problema secundario del corporativismo, para lo que llegan a “olvidar” un hecho objetivo (aunque eso los aleje de las grandes masas que, sin embargo, toman como objetivo directo): ni mucho menos son idénticos los intereses inmediatos de quienes sólo pueden vivir a condición de vender su fuerza de trabajo (proletariado). De ahí la propensión de éstos a agruparse inicialmente por profesiones, empresas o sectores, antes que como clase. En el desarrollo de su lucha gremial, tal heterogeneidad puede llegar a ser entendida como antagonismo y degenerar en corporativismo. Pero eso no es necesario. También puede ocurrir que el desarrollo de esa lucha gremial —si es consecuente— sirva de ejemplo y estímulo para otros, y revele la identidad de los intereses más fundamentales de los distintos destacamentos de trabajadores frente a su enemigo común (la burguesía).

Al abordar la solución de los problemas inmediatos de una parte del proletariado frente al resto, el corporativismo divide a la clase, la debilita, fortaleciendo correlativamente las posiciones de los capitalistas. Y sólo en la medida en que lo haga es cuando éstos le otorgarán alguna concesión. Por eso, el corporativismo conduce al conciliacionismo entre clases, a la colaboración del sindicato con la dominación capitalista, siendo el fascismo su expresión extrema. Pero no es el único camino para ello, como evidencia la historia de CC.OO. y UGT desde los pactos sociales de la llamada Transición Democrática. Un sindicato a base de toda la clase pero que no se inscribe en una perspectiva consciente y real de supresión de la división de la sociedad en clases (al igual que la lucha de clases concebida en abstracto) es incapaz de rebasar el marco de la ideología burguesa y, por lo tanto, aun inconscientemente, no puede por menos que reproducir las relaciones sociales dominantes dentro de su movimiento. Así es como la inevitable y mínima división del trabajo que exige la organización sindical se desarrolla como burocracia cada vez más separada de las masas trabajadoras, opuesta a ellas y dispuesta a sacrificarlas en provecho de sus intereses corporativos (no siempre dinero, también poder, prestigio, comodidad, tranquilidad, aceptación por “los de arriba”, etc.). De esta manera, tal sindicalismo “de clase” refuerza, de rechazo, la tentación corporativista.

Y esta tendencia objetiva se impone lenta e imperceptiblemente por encima de cualquier intencionalidad subjetiva, como hemos comprobado empíricamente con la actuación de muchos cuadros sindicales que han acabado perdiendo su primigenia honestidad al empeñarse en continuar su rutinaria labor a pesar de que equivaliese objetivamente a traicionar a su clase, a apuntalar el régimen de explotación capitalista.

 

¿Por dónde comenzar?

 

La contradicción entre el movimiento de resistencia y la lucha emancipatoria, en nuestra época, presenta dos etapas en su desenvolvimiento.

Cuando la lucha revolucionaria ha adquirido un carácter hegemónico sobre la base de una elevada conciencia, el sindicato se subordina a ella, como la parte al todo, y, a la vez que impulsa una resistencia efectiva, contribuye al desarrollo político de las capas más atrasadas del proletariado. Pero, en un momento como el actual, cuando el nivel de la conciencia está tan bajo, esta última función aparece muy mermada y, además, cualquier manifestación del movimiento obrero desemboca pronto en el oportunismo colaboracionista (corporativo o “de clase”) o, en el mejor de los casos, en la impotencia del anarcosindicalismo. Y es que la prosternación del movimiento ante la espontaneidad lo somete necesariamente a la ideología burguesa dominante, que ya es esencialmente reaccionaria y corruptora.

¿Cómo romper el círculo vicioso en que se ve hoy encerrado el movimiento obrero?

Sin perjuicio de la legitimidad de la auténtica resistencia sindical (mientras dure), la clave reside fuera de ahí, fuera de su problemática y de su organización. Al contrario, se trata de apoyarse en lo más avanzado de la cultura universal —la ciencia, en primer lugar— con el objetivo principal de resolver los problemas fundamentales que se nos interponen en el camino hacia la emancipación humana; hay que centrarse en la reconstrucción de la ideología antagonista de la dominante: la concepción del mundo marxista. Quienes así lo comprendan deben organizarse con ese fin (muy particularmente, para recuperarse de la derrota de la experiencia socialista del siglo XX mediante su análisis crítico) y no rebajarlo hacia el sindicalismo por afán de agrupar inmediatamente masas mayores. Esto aparenta ser un objetivo y una práctica muy alejados de las necesidades candentes de los trabajadores, pero, a fin de cuentas, éstas únicamente podrán encontrar cabal satisfacción mediante la redefinición de las prioridades aquí propugnada.

El sindicalismo está moribundo: indiferente a la emancipación y creciente freno a la resistencia, se ve reducido a “holding” de servicios que, si aspira a mantener los vínculos con los trabajadores, es solamente para seguir encadenándolos a la clase capitalista.

La tentación sindical y resistencialista debe ser enterrada para todos aquellos que deseen luchar consecuentemente por la emancipación humana. Hoy toca separarnos, escindirnos del sindicato, para volver a encontrarnos con él en un futuro para el que hayamos forjado unas condiciones cualitativamente diferentes y superiores de conciencia y organización.

 

Gavroche