El comunismo y la crisis
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La realidad, ese espejo donde los
seres humanos podemos vernos a nosotros mismos en movimiento, está
refutando los planteamientos que algunos elementos autoproclamados
defensores de la causa revolucionaria expusieron en relación a la
crisis capitalista y las posibilidades de éxito del movimiento
comunista.
A nivel internacional, ni el derrumbe
del sistema capitalista se ha producido ni el comunismo como fuerza
política organizada ha entrado en escena. Lo que sí existe
indiscutiblemente es un agotamiento cada vez mayor del sistema
capitalista y, al mismo tiempo, un incremento histórico de la miseria y
la angustia de la mayoría de la población mundial.
Sin embargo, pretender elevar a dogma
la ecuación crisis = revolución es desconocer por completo los
mecanismos de adquisición de la conciencia revolucionaria, y lo que es
peor, las labores fundamentales de los comunistas en momentos de crisis
económica y repliegue político e ideológico del proletariado.
Porque lo que no parece tan evidente
para algunos comunistas es que la lucha por conquistar el poder y
fundar las bases de un nuevo orden social, no necesariamente pasa por
un agravamiento de la crisis del sistema, ni tampoco por un ascenso en
las luchas espontáneas de la clase obrera. Ni la crisis asegura la
victoria de la clase obrera y su proyecto comunista, ni la lucha de
clases en su fase espontánea allana inevitablemente el camino para la hegemonía política de la clase explotada.
El objetivo de este breve documento es doble. Por un lado queremos refutar las distintas posiciones que sostienen que el derrumbe del sistema capitalista está próximo, y por otro lado queremos mostrar cuál es a nuestro juicio la auténtica visión revolucionaria sobre los acontecimientos actuales y la defensa del proyecto transformador del proletariado.
La última gran crisis capitalista está
dibujando un paisaje desolador por todo el globo de despidos, cierres
en cadena de empresas, hambre, intensificación de las tensiones
imperialistas, devastación de ecosistemas, desahucios de viviendas,
descomposición de unas relaciones humanas cada vez más cosificadas e
irracionalmente violentas, incremento de toda clase de patologías
físicas y psíquicas, y un sinfín de lacras que están golpeando a gran
parte de la humanidad.
Son muchas las explicaciones que desde
la llamada izquierda se están dando sobre la crisis. Aunque no es
nuestro propósito hacer un estudio pormenorizado de cada una de ellas,
sí vemos prioritario deslindar campos entre las explicaciones que
verdaderamente responden a un proyecto emancipador de la clase
trabajadora, y las que consciente o inconscientemente (¿existe la
ingenuidad en política?) tratan de marear la perdiz y de confundir los
efectos con las causas.
Por todos es sabido que la crisis no
es ningún fenómeno nuevo en el capitalismo. Desde principios del siglo
XIX hasta principios del XXI se han sucedido unas 20 crisis de mayor y
menor envergadura, todas ellas con una periodicidad de entre 5 y 12
años. Hay que partir por tanto de ese hecho: la crisis es
históricamente recurrente en el capitalismo.
Las causas de las crisis del capital
tienen una doble causa que no muchos están sabiendo o queriendo
explicar. Estudiar la economía política puede estar al alcance de
cualquier trabajador interesado en ello, pero requiere entender la
complejidad y la interrelación de fenómenos diversos que surgen en el
seno del sistema de producción.
La primera causa reside en la misma organización de la producción.
El capital invierte en medios de producción y fuerza de trabajo para
poder obtener una ganancia, la cual procede de la explotación de la
fuerza de trabajo en combinación con el capital constante (maquinaria,
materias primas, terrenos, etc.). Esta ganancia procede de la
plusvalía, que es la cantidad no pagada al trabajador por el
empresario. Si un trabajador recibe 5 €/h de salario y lo que produce
tiene un valor de 8 €, esa diferencia de 3 €, producida pero no cobrada
por el obrero, es la plusvalía (plusvalor o “valor de más”) que el
patrón se embolsa para continuar con el ciclo de acumulación.
Pues bien, debido a que el objetivo
del capital es aumentar cada vez más la productividad (más productos
por la misma unidad de tiempo), y que esto se consigue fundamentalmente
introduciendo innovaciones tecnológicas en el campo de la producción,
esto trae como consecuencia fatal e inevitable una cantidad excesiva de
trabajadores que se ven abocados al paro. El capital, sistema de
grandes contradicciones, aumenta la productividad pero al mismo tiempo
expulsa a los únicos elementos que pueden generarle valor añadido: los
trabajadores. Esto trae como consecuencia una bajada progresiva de la
tasa de ganancia, lo que se traduce a nivel general en desinversiones y
por tanto en aumento del paro. Esto es lo que uno de los economistas
más polémicos de la burguesía en España, Santiago Niño Becerra, quiere
caracterizar tan claramente cuando dice que "hay una cantidad de factor trabajo que no es necesario" (http://www.eleconomista.es/espana/noticias/1344711/06/09/Nino-Becerra-augura-la-desaparicion-de-la-clase-media-tal-y-como-la-conocemos-con-la-recuperacion-seran-sustuidos-por-los-insiders.html).
La segunda causa anida en las dificultades que tiene el capital para vender sus mercancías. Ya
hemos visto que el capital produce plusvalía para obtener una ganancia
y acumular más capital. Pues bien, ya en la primera fase del ciclo de
acumulación la producción se centra en la producción misma (el capital
necesita producir cada vez más en cada vez menos tiempo), lo que no
significa que se “olvide” del consumo, pero sí que el objetivo
principal de la acumulación, y el origen de todo lo demás, sea la
producción misma, lo que conlleva la sobreproducción de capital, de
medios de producción y de bienes de consumo que abarrotan un mercado
saturado de mercancías y con una demanda solvente en verdad desconocida
y en franca disminución por el desempleo. Son las famosas crisis de
sobreproducción.
En este sentido decimos que el capital
encuentra dificultades para valorizarse, puesto que no se realiza al
modo en que desearía. Además, una de las características del modo de
producción capitalista es la desconexión sistemática entre lo que se
produce y lo que luego se puede vender, de tal forma que cada
empresario produce sin saber de qué manera lo van a hacer los demás,
provocando excesos constantes de mercancías.
Recapitulando, tenemos por un lado que el capital invierte mucho más en maquinaria que en asalariados por imperativo del desarrollo tecnológico (menos trabajadores que generan menos plusvalía global), y por otro lado que la producción se desconecta del consumo (abarrotando el mercado de bienes productivos y de consumo que no se sabe si serán vendidos).
El otro polo de la economía capitalista, el crediticio o financiero, agudiza las contradicciones existentes en el sistema productivo. Permite expandir las fuerzas productivas con el crédito, pero exacerba las dificultades de valorización del capital al volver a desconectar la producción con el consumo (créditos a diestro y siniestro, obligaciones que nadie, ni empresario ni trabajador, asegura poder rembolsar después). Sin embargo, es falso que la actual crisis capitalista sea una crisis genuinamente financiera. La banca ha sido el detonante pero en ningún caso su “exceso” (¿por qué para los socialdemócratas de nuevo pelaje está bien explotar trabajo ajeno y mal capitalizar interés a través de la usura?, ¿es que acaso hay capitalistas “buenos” y capitalistas “malos”?) ha provocado esta crisis. De hecho, históricamente las mayores masas de dinero se refugian en las finanzas cuando ya no es tan rentable hacerlo en la producción de bienes y servicios. La crisis financiera, como ya señaló Karl Marx, se convierte en un explosivo catalizador de la ya anteriormente existente crisis productiva.
Ni la teoría “subconsumista” (que pretende hacer pasar por causa fundamental la escasez de demanda solvente) ni la teoría “productivista” (que concibe única y exclusivamente la crisis como “fallo” sistemático de la producción) profundizan en las verdaderas causas de la crisis. La primera porque olvida que la crisis proviene de la producción misma, además de que deja sin explicar por qué la crisis no es perpetua en el capitalismo teniendo en cuenta que siempre se produce más de lo que se puede vender; y la segunda porque no tiene en cuenta la relación dialéctica entre producción y consumo, porque no contempla que el capital no se puede valorizar si no se realiza y viceversa.
A nuestro juicio, una de las
consecuencias más graves del agotamiento del ciclo que inauguró la
Revolución Proletaria de 1917 ha sido la pérdida de hegemonía
ideológica y política de la clase explotada, lo que en parte ha
conducido a que los comunistas hayamos perdido la capacidad de
predicción que antaño tuvieron los grandes militantes y teóricos del
Movimiento Comunista Internacional.
Lo cierto es que, en términos
generales y hasta donde nosotros sabemos, ninguna organización
comunista es capaz de pronosticar a ciencia cierta los derroteros
económicos, sociales y políticos que el actual sistema va a seguir, y
por tanto de esto surge en gran parte la incapacidad para elaborar una
estrategia y una táctica acertadas para, no solamente evitar en la
medida de lo posible el embite del capital, sino sobre todo para
plantear una alternativa revolucionaria y verdaderamente transformadora.
Nosotros pensamos que para entender la
complejidad y gravedad de la situación actual es necesario un ejercicio
profundo de análisis teórico, de aprovechamiento y actualización de lo
mejor de la teoría histórica de los más destacados revolucionarios del
mundo, aprovechando esta simiente preciosa para superar la derrota que
actualmente sufre el movimiento revolucionario internacional. En
definitiva, un balance colectivo que configure un Espacio Político de
Reagrupamiento de minorías revolucionarias que desemboque en el nuevo y
necesario Partido Comunista que unifique a todos los elementos
dispersos.
Ahora bien, predecir la evolución del
sistema no significa hacer futurología, el otro extremo erróneo que
intentando superar la carencia orgánica actual del comunismo confunde
el tocino con la velocidad. En este sentido la crisis está dejando en
entredicho a todos aquellos que pronosticaban en el Estado español y en
gran parte de Europa un ascenso en la combatividad de la clase obrera.
Ni España está ardiendo por decenas de luchas de trabajadores y
parados, ni siquiera se vislumbra un aumento de la conflictividad entre
clases. Ningún dato, ningún análisis objetivo aseguran que la
gran masa de trabajadores y desheredados vaya a levantarse en este país
en un periodo corto de tiempo (tampoco, por supuesto, que no lo vayan a hacer a medio plazo).
Nosotros sostenemos que a nivel
estatal, en general, la clase obrera se halla en una fase de repliegue
y debilidad muy potentes, estado que por supuesto en cualquier momento,
fruto de las luchas espontáneas, puede y deber cambiar para que una
gran parte de la clase, gracias a la mentalidad que adquiere con sus
luchas, sea verdaderamente permeable al proyecto comunista (sobre el
asunto de la relación entre el Partido Comunista y las luchas de la
clase obrera nos centraremos al final de este trabajo). Al igual que
nos negamos a pensar que la clase obrera esté derrotada definitivamente
(planteamiento defendido por los nuevos liquidacionistas del movimiento
obrero), no tiene sentido para nosotros pronosticar la seguridad
de que el proletariado vaya a resurgir en pocos meses como el Fénix de
sus cenizas por la maldita crisis capitalista (planteamiento
absolutamente determinista por su economicismo y su mecanicismo), por
mucho que nos pudramos en la miseria más atroz. Los factores
psicológico, moral e ideológico, con su insoportable simiente material
de miseria, de nuevo van a ser determinantes para cambiar el curso de
los acontecimientos, y es aquí donde los comunistas tenemos que estar a la altura de las circunstancias.
Lo único que la crisis asegura
es una angustia progresiva para amplias capas de la clase trabajadora
y, por supuesto, un “caldo de cultivo” mucho mayor que en periodos de
relativa estabilidad económica. Pero actualmente, dada la
psicología de nuestra clase y la poca conciencia que en general exhibe
(nos referimos lógicamente al Estado español), es tan probable esperar
un levantamiento generalizado contra las imposiciones de la patronal
como la extensión de razzias contra ese gran chivo expiatorio
que la burguesía usa inteligentemente en las crisis más que nunca: los
trabajadores inmigrantes.
Esta doble deriva no la podemos
obviar, analizando siempre la correlación de fuerzas, estudiando la
situación económica internacional y estatal, los acontecimientos
políticos fundamentales y el ascenso o descenso de la conciencia de
clase de los trabajadores. Sólo con este trabajo teórico-práctico
(participando del debate con las minorías comunistas e, igualmente,
tratando de crear discusiones en los espacios sindicales o
territoriales donde los trabajadores con un mínimo de conciencia de
clase confluyamos) podremos predecir a grandes rasgos la posible evolución de la sociedad de clases mundial y española.
Uno de los mayores tópicos lanzados
por los nuevos oportunistas es el de que la crisis “la paguen los
ricos, los que la han creado”. Bien, el primer planteamiento de “los
que la han creado” ya está mal gestado, por la sencilla razón de que la
crisis no ha sido creada por voluntad de la burguesía, sino por las
leyes inevitables del sistema capitalista. Lo que la patronal ha hecho,
hace y hará (hasta que sustituyamos el capitalismo por el socialismo)
en relación a la crisis es comandar el barco, un barco decorado y
diseñado a su justa medida.
Desmontar esta mentira dañina para el
proletariado por parte de la ciencia revolucionaria del proletariado no
es un ejercicio absurdo de disquisición ideológica, sino la
constatación de la necesidad fundamental de entender el actual orden
social para poder demolerlo y construir sobre sus cenizas el comunismo
a escala mundial. (Hoy más que nunca compartimos la absoluta vigencia
del planteamiento del revolucionario Lenin de que “no puede haber movimiento revolucionario sin teoría revolucionaria”.)
Por eso es tan importante afirmar que
“los ricos” no han creado ninguna crisis (aunque es una obviedad que se
aprovechan de ella y salen incluso más fortalecidos si la correlación
de fuerzas entre clases se lo permite), porque las crisis son un
fenómeno inherente al sistema capitalista, objetivamente inevitables
independientemente de la política económica y de la voluntad de los
capitalistas.
El segundo gran error de planteamiento
de los nuevos oportunistas es el famoso lema de que la crisis “la
paguen los ricos”. Es totalmente lógico que el grueso de los
proletarios, sin una conciencia revolucionaria y sin su teoría
comunista como guía para la acción, pida que la crisis sea pagada por
la gran burguesía. Pero el deber ineludible de los comunistas es
hacerles ir más allá, explicarles que la burguesía jamás ha pagado ni
pagará ninguna crisis económica, por la sencilla razón de que es ella
quien dirige la economía y toda la organización social. La única
forma de que la burguesía pague “su” crisis es que la clase obrera en
lucha se fusione con su Partido Comunista y se prepare en la teoría y
en la práctica para derrocar a la burguesía del poder.
Esta posición, la de que los
trabajadores no seamos nunca más los “paganos” de la crisis, defendida
por toda clase de organizaciones del campo del oportunismo, de las
nuevas tendencias economicistas segregadas por el agotamiento
transitorio del Movimiento Comunista Internacional, puede ser
bienintencionada si parte de honestos militantes proletarios que
desconocen la naturaleza real del capitalismo y su decadencia actual,
pero en cualquier caso no deja de ser nociva y debe ser superada
progresivamente gracias al estudio del materialismo dialéctico, la
ciencia social revolucionaria de los trabajadores.
Efectivamente, en el Estado español
una de las grandes dificultades con que las minorías revolucionarias se
están encontrando es la de ofrecer “alternativas inmediatas a la
crisis” que puedan ser defendidas por los trabajadores. Pero es que
justamente aquí está, en parte, el problema que atenaza el proyecto
revolucionario de nuestra clase al seguidismo economicista. Vayamos por
partes.
Sería un absurdo irreal negar o
infravalorar la necesaria lucha espontánea de las masas trabajadoras
por mejorar sus condiciones de subsistencia (los militantes comunistas
y conscientes del proletariado, en mayor o menor medida, también
sufrimos el deterioro de nuestras condiciones de vida y de trabajo, por
lo que también es para nosotros un imperativo de supervivencia la lucha
inmediata). Nosotros apoyamos totalmente la existencia, la difusión y
la unión de estas luchas estén o no controladas por los sindicatos, las
“putas de lujo” de la patronal. Lo que no compartimos en absoluto es
que el trabajo fundamental de los comunistas esté centrado en
crear artificialmente un movimiento obrero (porque éste, mal que les
pese a los fantasiosos obreristas, no existe actualmente en el Estado español)
que sólo puede ser creado por la misma clase trabajadora. Aún menos
entendemos cómo se asume la lógica burguesa de “salir de la crisis”,
como si no supiéramos que el sistema ha entrado en su fase más terminal
e irreversible; como si creyéramos que lanzando consignas izquierdistas
de “huelga general” (¿cómo va a haberla si antes no existe un
incipiente movimiento obrero que madure con sus luchas?) se fuera a
solucionar algo.
Entonces ¿qué hacer? ¿”Esperar” mientras llega la insurrección sin intervenir en las minoritarias luchas obreras, dedicándonos exclusivamente a armarnos teórica y políticamente? ¿O por el contrario debemos luchar por influir en los elementos más avanzados de la clase obrera, para que a través de ellos podamos llegar a gran parte de la clase buscando en la práctica revolucionaria la unificación de los militantes comunistas?
Todos los “masistas” que desconocen
por completo la dialéctica de la crisis, la lucha de clases y la guerra
por el comunismo, siguen sin entender que el movimiento espontáneo
de la clase obrera no puede surgir artificialmente por el impulso de
elementos comunistas necesariamente minoritarios.
Partiendo de la irrefutable premisa de
que a escala internacional el movimiento obrero y comunista se
encuentra en una fase de absoluto repliegue, la actividad de los
comunistas ha de acoplarse a esta correlación de fuerzas. La única
manera de que las organizaciones y elementos comunistas no caigan en el
oportunismo o en el sectarismo reside fundamentalmente en ser
conscientes de la estrategia y la táctica revolucionarias en relación
al momento actual. En el terreno de las condiciones subjetivas, no es
lo mismo dirigirse al proletariado cuando éste cuestiona el orden
social existente (aunque no haya aún alcanzado conciencia política) que
cuando se encuentra en un estado de absoluta debilidad en que ni
siquiera es capaz de defenderse de las embestidas del capital. En lo
que respecta a las condiciones objetivas, tampoco será lo mismo la
propaganda y agitación revolucionarias en un entorno de crisis brutal
que en un periodo de relativa “paz social”.
Ciñéndonos al momento actual, en
España (así como en gran parte de los países dominantes) las
condiciones subjetivas de la clase trabajadora obligan a los comunistas
a replantearse ciertas tácticas que la historia ha finiquitado, entre
ellas el economicismo inmediatista. Si en las condiciones actuales la
gran mayoría de los trabajadores ni siquiera podemos defendernos de los
ataques de la patronal, siendo hasta incapaces de negociar convenios
colectivos que mejoren mínimamente nuestras condiciones de trabajo (no
estamos por tanto ni siquiera en una fase defensiva), ¿cómo
podemos pretender que los proletarios en su gran mayoría sean
receptivos al mensaje revolucionario? A nuestro juicio, la organización
que, consciente o inconscientemente, pretenda rehuir esta realidad y
trate de plasmar ilusorios “frentes” o “plataformas contra la crisis”
estará supeditando la lucha política (la única que puede “sacarnos de
la crisis”, es decir, que puede construir un orden social justo) a la
lucha económica, obviando que la lucha de clases tiene sus tiempos
propios, autónomos y discontinuos de la lucha revolucionaria, que es
continua aunque dependa en última instancia del ritmo de la lucha de
clases.
La realidad está demostrándonos que la táctica justa de los comunistas en la etapa actual pasa por dos frentes:
En primer lugar, en lo que respecta a
las minorías comunistas debemos romper el sectarismo, teniendo como
base la lucha contra el capitalismo y el oportunismo en todas sus
variantes, potenciando un debate que posibilite la más que necesaria
construcción de un único Partido Comunista que aglutine a todos los
militantes revolucionarios. Siendo honestos, y sin ánimo de ofender a
ningún militante de las diversas organizaciones comunistas del Estado,
para esta tarea es crucial que ninguna organización ni ningún elemento
no encuadrado se crea por encima de las demás, porque seguramente el
fracaso actual del comunismo como movimiento debe ser asumido como una
responsabilidad conjunta.
En segundo lugar, en relación a la clase obrera en su conjunto, tenemos que ser capaces de no renunciar ahora más que nunca a lo estratégico
(la lucha por el comunismo, hoy más vigente que nunca), pero hemos de
entender igualmente que este proceso requiere pasar por diversas etapas
de maduración y crecimiento. En el terreno económico, hay que potenciar
todas las formas posibles de solidaridad y unidad entre trabajadores, sobre todo trabando estrechos y profundos lazos con los elementos más avanzados de nuestra clase
(es decir, los que más destacan en la lucha de clases contra la
patronal en todas sus formas), para que una vez inyectada la teoría
revolucionaria en estos compañeros, los comunistas podamos llegar a
gran parte del proletariado a través de estos intérpretes.
A nuestro modesto entender, más vale
organizar grupos proletarios de discusión y acción en las distintas
ciudades y pueblos donde se debata sobre la situación actual y la necesidad de un mundo radicalmente distinto,
que tratar de presionar artificialmente sobre luchas sindicales en las
que la lucha reivindicativa es cada vez más estrecha por la ofensiva
patronal (¿cómo no trascender la lucha económica en un conflicto obrero
en el que una empresa despide a cientos de obreros por haber reducido
su cuota de mercado?). Evidentemente, en los conflictos obreros más
contundentes tendremos que centrar todos nuestros esfuerzos
propagandísticos, pero desde luego sin tratar de sustituir a la clase
obrera en algo que sólo ella puede hacer: crear sus propios órganos de
lucha de clases. Si la lucha contra el patrón surge de la
conciencia de la necesidad de defenderse de los ataques de la
burguesía, la lucha por el comunismo sólo puede surgir del estudio y la
preparación conscientes de la lucha por conquistar el poder y sentar
las bases de un nuevo orden social. Si “lo político” carece de
fundamento sin “lo económico”, “lo económico” no garantiza el cambio
social sin “lo político”. Esta es para el proletariado la auténtica
dialéctica de la revolución.
Por tanto, no se trata de alejarse de
las luchas reivindicativas de nuestra clase mientras “nos preparamos
para la revolución”, sino de centrar los esfuerzos en los sectores más
avanzados de la clase obrera (llegando como únicamente podemos hacerle
“competencia” al ariete mediático de la burguesía, con la comunicación
directa, mediante charlas, asambleas, grupos de trabajo y reunión,
apoyando manifestaciones de protesta, etc.), de saber interpretar el
ritmo de los tiempos en cuanto a la correlación de fuerzas.
A quien pueda parecerle que todo esto
es “alejarse de la realidad”, “ser poco concretos” o caer en el
“ideologicismo”, les responderemos que esta táctica es la única que
puede asegurarnos el triunfo. No cabe duda de que para que los obreros
entiendan la necesidad del comunismo, antes deben aprender a luchar por
sus propios intereses. Pero igualmente es indiscutible que esta lucha
por la supervivencia no se puede “exportar” por los comunistas a la
clase, por mucho que se pretendan forzar los pistones de la historia.
Quien desconozca esta premisa fundamental de la lucha revolucionaria,
volverá a darse de bruces con la realidad. Sólo la fusión
orgánica del movimiento obrero con el Partido Comunista podrá
garantizar el triunfo de la revolución proletaria internacional.
Hoy, en pleno siglo XXI, “aprovechándonos” de la crisis y al mismo tiempo superándola, debemos ser capaces de transmitirles a las amplias masas explotadas que la maldita crisis esta va a depararnos un auténtico horror, que vamos a salir de ella en peores condiciones aún, y sobre todo que la actual fase imperialista nos va a llevar con total seguridad a la barbarie de una nueva guerra mundial, a la devastación más terrible de todos los ecosistemas planetarios y a una represión política sin precedentes en todos los Estados capitalistas, lo cual certifica que si la humanidad no cambia de curso en pocas décadas pereceremos como especie en el más irracional exterminio de toda la evolución de nuestra Tierra.
Documento elaborado por un comunista
no adscrito a ninguna organización como contribución
abierta al debate sobre las perspectivas del
Movimiento Comunista Internacional.
Noviembre, 2009.