La guerra en Siria en el impasse de la Revolución Proletaria Mundial



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Desde finales del pasado mes de agosto vienen batiendo por todo el mundo los tambores de guerra ante la perspectiva de una intervención militar imperialista abierta en Siria. Por supuesto, las razones no pueden ser más elevadas y desinteresadas: “la protección de la inerme población civil ante el uso de armas de destrucción masiva por parte de un despiadado dictador.” El hecho de que esta nueva profesión de fe humanitarista se produzca unos pocos días después de la masacre de miles de manifestantes en Egipto por parte del ejército golpista, carnicería tácitamente apoyada desde las cancillerías occidentales y tratada asépticamente y sin maniqueísmos por los media del “mundo libre”, auténtica policía de la conciencia, no hace sino añadirle un grado a la arcada que habitualmente provoca la hipocresía de los imperialistas.

Desgraciadamente, la retórica humanitarista, como pieza clave de la maquinaria ideológica imperialista, es lugar común de nuestra época, y es usada con profusión por todos los bandos en conflicto, desde la ya citada “indignación ante la brutalidad de los dictadores” a la “defensa del pueblo contra las atrocidades de terroristas extranjeros”, y tanto vale para justificar una posición política como la contraria, lo que no hace sino hablarnos de la identidad de clase esencial de esas políticas supuestamente antagónicas. Y es que ese discurso que nos apremia a la toma de posición, desde el sentimentalismo y una abstracta y bastante selectiva indignación moral, no es más que, si los revolucionarios nos sometemos a él, una forma de mantenernos eternamente a remolque de la coyuntura, siempre urgente, evitando la toma de perspectiva necesaria para acometer la transformación consciente, revolucionaria, de la misma.

Pero ateniéndonos a los hechos concretos, si es que estos importan algo para quienes tienen ya sus agendas predeterminadas, parece poco probable que haya sido el Ejército sirio el que esté detrás de ese supuesto ataque químico. Y es que, efectivamente, desde hace unos meses parece que la marea de la guerra se inclina a su favor. La toma del enclave estratégico de Qusayr el pasado junio, con la inestimable ayuda militar de Hezbolá, reabría para al-Assad el eje de comunicaciones entre Damasco y la costa mediterránea, vital por ser el pivote que articula las zonas más pobladas y ricas del país. Si durante el agobiante verano de 2012, cuando parecía que el avance rebelde era imparable y sus acciones golpeaban la cúpula del aparato de Estado sirio, al-Assad no recurrió a este expediente, parece poco probable que se vaya a arriesgar a cruzar la “línea roja” marcada por la mayor potencia imperialista y militar del mundo, justo cuando las cosas parece que le son favorables. Si usáramos la lógica detectivesca de preguntar en primer lugar quién es el beneficiario de un crimen, sin duda, todos los cargos apuntarían en dirección a los rebeldes.

Sin embargo, como decimos, estas consideraciones son irrelevantes cuando lo que está en juego es el equilibrio de poder entre las potencias imperialistas. Y ése es precisamente el elemento fundamental y clave, del que el pueblo sirio está siendo carne de cañón. Conviene volver a apuntar, como ya hicimos en el caso libio, la necesidad de rechazar la propaganda de los bandos en lucha, constatando que, de nuevo, lo que se vive en Siria es una guerra civil: no se trata de “un dictador masacrando a su pueblo” ni de “la invasión terrorista extranjera financiada por el imperialismo”. Como ya decíamos entonces, evidentemente, el polo imperialista dominante, acaudillado por EE.UU. (pero en el que no se agota el concepto marxista de imperialismo, que incluye a los otros bloques, y, más allá, la forma en que se estructura la acumulación de capital a nivel mundial), ha tomado partido y está apoyando más o menos descaradamente al bando rebelde en esta contienda. La intervención, mayor o menor, de las potencias en los conflictos de los pueblos es la consecuencia de la articulación global de relaciones capitalistas y una constante que se repetirá mientras el imperialismo, como forma del capitalismo en su época de decadencia, perviva. Por cierto, la forma en que el imperialismo estadounidense ha estado interviniendo hasta ahora, principalmente a través de sus intermediarios musulmanes en la región, Arabia Saudí, Qatar y Turquía fundamentalmente, y las contradicciones entre ellos, son un buen mosaico de la maraña de intereses, regionales y locales, que hacen posible la dominación de tal o cual poder imperial en un lugar determinado. Las bruscas oscilaciones de los que hasta ayer eran “ejemplares luchadores anti-imperialistas”, como Hamás, que, con el recrudecimiento de la guerra civil siria, trasladó su oficina internacional de Damasco a Qatar, ya nos indican que quienes sólo quieren ver la acción de “yihadistas extranjeros a sueldo de la CIA”, independientes de las dinámicas sociopolíticas de la región, lo hacen a costa de sacrificar el marxismo como herramienta de análisis.

Un breve inciso para abundar algo en esta cuestión. Y es que esa visión de la Yihad o de al-Qaeda como elementos puramente externos a las vicisitudes de los pueblos musulmanes repite, adaptada a las nuevas circunstancias históricas, la vieja cantinela reaccionaria de “los pueblos soliviantados por agentes de Moscú”. Evidentemente, lo que se ha venido a englobar bajo la etiqueta de salafismo o yihadismo representa un programa esencialmente reaccionario que bajo la excusa de lucha contra el imperio representa su fiel reverso, y que calza como un guante con el programa imperialista de “paz entre clases y guerra entre pueblos” que representa esa pseudo-teoría del “choque de civilizaciones”, esto es, un programa de guerra eterna, constante e irreconciliable, a través de la cual pueda ser reproducido ad infinitum el imperialismo sin cuestionar sus premisas básicas. En ese sentido al yihadismo hay que combatirlo como parte de la lucha contra el imperialismo. No obstante, ello no es óbice para comprender que el auge del islamismo político, en cualquiera de sus versiones, sunní o chií, obedece a acontecimientos de hondo calado histórico que se imbrican con las dinámicas internas de los pueblos de tradición islámica. Y es que el fin del Ciclo de Octubre, como derrota temporal, pero de amplia profundidad, del comunismo como programa de emancipación universal, por encima de las diferencias culturales y civilizatorias entre los pueblos, vino a coincidir históricamente en el mundo musulmán con dos acontecimientos claves: la llamada revolución de los ayatolás en Irán y la derrota soviética en Afganistán. Estos hechos tuvieron una indudable repercusión entre las masas árabes y musulmanas, que les permitió postularse como alternativas de resistencia, justo cuando el programa del nacionalismo árabe y las distintas versiones oportunistas de los socialismos nacionales habían mostrado su escaso recorrido y se habían desprestigiado bajo el peso de la corrupción y la connivencia con el imperialismo. Como decimos, estas alternativas no son otra cosa que un callejón sin salida para los pueblos y los oprimidos de esa parte del mundo, pero, por ello, expresan en sus circunstancias una problemática de calado universal, que es la que enfrenta el proletariado internacional y los pueblos del mundo en este interregno entre Ciclos revolucionarios: la de la ausencia de un horizonte plausible de emancipación universal. Esta ausencia no ha suspendido las acuciantes necesidades de los pueblos y las contradicciones en las que se hallan enmarañados, por lo que es lógico que ante esta orfandad encuentren en el baúl de la historia raídos ropajes redivivos desde los que dar continuidad al movimiento de su reproducción.

En este sentido, es preciso comprender la llamada primavera árabe como revuelta regional cuyo motor principal obedece fundamentalmente a causas internas, cuyo origen está en las contradicciones de clase de los propios pueblos afectados, y que, sólo a través de ellas, permite la intervención de los poderes imperialistas. Probablemente, si hiciéramos un análisis en el largo tiempo histórico de las formaciones sociales de estos pueblos, encontraríamos muchas similitudes esenciales, más allá de las diferencias y escalas de grado y forma inherentes a la complejidad social. El hecho de que durante largos periodos históricos esta región, que abarca del Magreb a Anatolia y el Golfo Pérsico, haya estado englobada en estructuras políticas unitarias, del Califato Omeya al Imperio Otomano, y se haya visto sometido de forma similar al colonialismo y a la dependencia imperialista, apunta en la misma dirección. Es por ello que la inmolación de un joven vendedor tunecino pudo servir de chispa a unas convulsiones que alcanzaron Bahrein, miles de kilómetros al este. Por todo ello, insistimos, la aceptación acrítica de la versión gubernamental de que todo es producto de factores externos, de la infiltración de elementos a sueldo de los aparatos de inteligencia de las potencias occidentales, es profundamente contraria a las exigencias marxistas (y, por tanto, estéril de cara a la reconstitución comunista), más allá del hecho indudable de que esta actuación de los poderes imperiales, en perfecta coherencia con su naturaleza, esté teniendo lugar.

Lo que sí es cierto es que el cómo hayan devenido estas revueltas, cuya génesis era esencialmente interna, en medio de la ausencia generalizada de referente revolucionario, sí tiene mucho que ver con la pugna mundial y las maniobras de las potencias. De hecho, en los únicos lugares en que han resultado en una guerra civil prolongada, Libia y Siria, coinciden con dos países que durante la Guerra Fría se mantuvieron cobijados bajo las alas de la potencia perdedora, el social-imperialismo soviético, y que, por lo mismo, eran más independientes del imperialismo vencedor de esa pugna. Ello nos indica que éste, en su afán de monitorizar las revueltas hacia un lugar acorde a sus intereses, en estos países ha tenido que presionar para partir, dividir, el aparato del Estado, mientras que en el resto, de Túnez al Golfo Pérsico, pasando por Egipto, ha podido tutelar transiciones políticas apoyándose en los elementos medulares del Estado, o, directamente, respaldando a sus clientes en el aplastamiento de la revuelta. No obstante, el que haya podido encontrar elementos que se presten a su juego, tanto en Libia como en Siria, con la deserción de altos cargos y contingentes del ejército, nos habla de esas causas internas primordiales sobre las que venimos insistiendo. Creemos que esta perspectiva encaja mucho mejor con el principio materialista dialéctico que reza que, en el desarrollo de la materia, los elementos externos actúan a través de los internos.

Decíamos que Libia y Siria eran más independientes de la potencia imperialista vencedora de la Guerra Fría, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que fueran independientes del imperialismo en general. Con el derrumbamiento del bloque soviético, a los países integrantes supervivientes les tocó vivir un periodo especial generalizado durante la década de 1990. Sin embargo, en los primeros años de la nueva centuria trataron, en general, de adaptarse a los tiempos: son años de privatizaciones y de apertura al capital foráneo. Por ejemplo, en Libia, entre 2003 y 2010, la inversión extranjera directa se multiplicó por más de cuatro, y en Siria pasó del 0'52% del PIB en 2001 al 4'76 en 2009. Es muy probable que el debilitamiento del capitalismo de Estado con las políticas liberalizadoras y el aumento del flujo del capital internacional debilitaran y socavaran las bases de la burguesía burocrática que había configurado su poder bajo el patronazgo de los revisionistas soviéticos y a su imitación, dando alas a otra fracción de la clase dominante, lo que, junto al empobrecimiento de las masas y el aumento de la carestía (parece que el aumento de precios durante la pasada década es generalizado en la región), sentaron las bases para la explosión de 2011. Identificar esta burguesía burocrática con una supuesta “burguesía nacional anti-imperialista” nos parece, cuanto menos, dudoso, vista su subordinación al imperialismo ruso; dudas que se acrecientan al echar un vistazo a la historia de estos países y constatar, por ejemplo, la injerencia siria de 1976 en la guerra civil libanesa, realizada con el beneplácito de Israel y EE.UU., y dirigida precisamente contra sectores izquierdistas y los combatientes palestinos.

En cualquier caso, trazar un esquema de alianzas apriorístico, entre un proletariado revolucionario aún no constituido y esa “burguesía nacional” siria, identificada con el Estado baazista, nos parece inadecuado, no sólo por las dudas expuestas hasta ahora, sino también por la cuestión necesaria, que nos introduce de lleno en la problemática del Balance del Ciclo de Octubre, de evaluar la aplicación histórica de la política de frente con esa fracción de la burguesía en los países oprimidos formulada por el Movimiento Comunista Internacional (MCI) en un contexto histórico muy concreto. Además, este esquema ignora inevitablemente los realineamientos de los equilibrios de clase que a buen seguro se producirían en el caso de que el proletariado fuera un sujeto político independiente con capacidad de actuación efectiva, estableciendo un esquema prefijado, teleológico, de desarrollo histórico, que se acerca más a la teoría de las fuerzas productivas y de inevitabilidad del socialismo que a una comprensión dialéctica de la lucha de clases. Por último, no está de más señalar que es precisamente el revisionismo existente, de matriz pro-soviética fundamentalmente, tanto en Siria, con su participación en el Gobierno, como a nivel internacional, el principal valedor de este discurso. El hecho de que el primer obstáculo para la reconstitución del comunismo sea el que con más ahínco defiende esta postura nos debería, cuanto menos, invitar a la cautela.

Desde nuestro punto de vista, y sin negar la posibilidad y necesidad de que el proletariado, una vez se haya constituido como sujeto político, establezca alianzas con otras clases cuando sean oportunas, creemos que la única línea posible en este momento pasa por insistir en la necesidad de la independencia ideológica y política proletaria como premisa de cualquier otra maniobra política. Si hay algo seguro es que el proletariado sirio, al igual que en la mayor parte del mundo, debe acometer la reconstitución de su Partido Comunista, aunque en sus circunstancias debe afrontar esta tarea, hercúlea de por sí, en el contexto de una guerra civil con la injerencia de las potencias, marco que no hace sino añadir nuevas dificultades. Por supuesto, en estos casos, se debe huir de toda rigidez dogmática. Aunque la fase de reconstitución del Partido Comunista es la fase de la revolución donde lo ideológico-político ocupa no sólo el eje, sino el terreno principal de la acción de clase, en el contexto de una guerra civil en marcha, el proceso de reconstitución deberá afrontar desde el principio, en el terreno práctico inmediato, la problemática militar, tanto para la autodefensa de la vanguardia, como para facilitar el tejido de vínculos entre la vanguardia y con las masas, lo que puede exigir acciones armadas más o menos puntuales o sistemáticas.

Si hay algún espejo donde podamos mirarnos en el caso sirio, éste es, salvando todas las distancias, tanto del carácter de clase y de los objetivos perseguidos, como del contexto social, el caso kurdo. Y es que, efectivamente, hasta el momento, la sección siria del movimiento nacional kurdo, representando sólo a un 12% de la población, ha conseguido navegar admirablemente en el tormentoso mar de la guerra civil, aprovechando las contradicciones entre los bandos en lucha y dentro de los mismos, para avanzar firmemente hacia la consecución de sus objetivos específicos, independientes de los de las otras clases en pugna. Enfrentándose, ora al ejército, ora a los rebeldes, ha arrancado a al-Assad el reconocimiento formal de una autonomía kurda en el norte del país, estableciendo de facto un Estado donde son sus órganos de gobierno, sus milicias y sus tribunales los que controlan la situación y gestionan el poder.

Por otro lado, la inexistencia de un movimiento revolucionario internacional cohesionado y organizado debilita de forma decisiva la capacidad de la solidaridad popular internacional para frenar la maquinaria del imperialismo. Ello no es óbice para que el deber de la vanguardia sea intentar atizar esta solidaridad con la autodeterminación del pueblo sirio y su derecho a decidir sus destinos sin la injerencia de poderes extranjeros. En esta tarea, el proletariado occidental, incluido su destacamento español, tiene una especial responsabilidad, por ser “sus” estados los que se aprestan a poner en marcha la agresión militar abierta. No obstante, por esa enorme debilidad del movimiento comunista de la que hablamos, lo que se juega primordialmente y a corto plazo en los posicionamientos de los diversos destacamentos comunistas no es una influencia práctica inmediata en el escenario geopolítico mundial, sino su propio futuro como alternativa global al sistema imperialista en todas sus manifestaciones, es decir, su reconstitución. Es por ello que entendemos que el posicionamiento en este asunto concreto de los destacamentos más avanzados de la vanguardia comunista no puede abstraerse, desligarse, de la lucha de dos líneas contra el revisionismo (de ahí que hayamos hecho notar la postura mayoritaria de éste), y deben incidir especialmente en la necesidad de independencia de un proletariado no constituido como sujeto a nivel internacional ni nacional, vigilando particularmente el peligro de disolución de su especificidad potencial en alguno de los bandos en lucha (lo que también, por supuesto, incluye el apoyo de algunos destacamentos, aunque minoritarios en el ámbito autodenominado marxista-leninista –por lo que hemos insistido menos en ello-, al bando rebelde sirio). Como decíamos respecto a Libia, esta posición entendemos que es la que mejor garantiza que la impotencia actual del proletariado revolucionario ante este tipo de escenarios no se vaya a reproducir indefinidamente, corriendo continuamente tras la coyuntura y confundiéndose siempre con el “menos malo”, postura que no hace sino apuntalar el mal en su conjunto.

En definitiva, como se habrá podido apreciar en la lectura de este documento, hemos sido conscientemente poco taxativos en el posicionamiento, limitándonos a plantear dudas razonables ante algunos de los principales argumentos que se han podido escuchar entre los destacamentos de vanguardia. Sólo somos tajantes en dos aspectos ineludibles: la necesidad de independencia del proletariado en sus tareas específicas de reconstitución, en un contexto que no es asimilable a ninguno de los que propició ciertas formulaciones del MCI durante el Ciclo de Octubre, y el deber internacionalista imperativo de combatir la injerencia y agresión de “nuestros” imperialistas.

Finalmente, y puestos a recordar las experiencias históricas de nuestra clase, nos gustaría rememorar una página olvidada del movimiento revolucionario, que se refiere precisamente a los prolegómenos del Ciclo, antes de que la Revolución de Octubre determinara el carácter de todo un siglo. Se trata de la posición de los diputados socialdemócratas serbios Liapchevich y Katzlerovich, que durante aquel, fatídico para la clase obrera, verano de 1914 se negaron a votar los créditos de guerra en su parlamento, actitud aplaudida por toda la debilitada y desmoralizada ala izquierda de la Internacional, incluido el partido bolchevique. Nótese que se trataba de revolucionarios miembros de una nación secundaria, dependiente de un bloque imperialista, el franco-ruso, y agredida directamente por una gran potencia, el Imperio austro-húngaro, detrás de la cual se encontraban todas las fuerzas del poderoso imperialismo germánico. Hechos como éste son los que permitieron la rehabilitación moral del proletariado revolucionario internacional, momentáneamente paralizado y desarticulado por la traición oportunista y su histérico griterío por la “defensa nacional”, atesorando un capital ideológico-político que poco después permitiría la reconstitución de una Internacional auténticamente revolucionaria.




Movimiento Anti-Imperialista
Septiembre de 2013