LA III REPÚBLICA SÓLO SERÍA OTRA FORMA DEL ESTADO BURGUÉS

La nueva convocatoria a favor de la III República y contra la Constitución monárquica de 1978 se enmarca dentro de la tendencia hacia el reformismo contrarrevolucionario y el republicanismo burgués que domina un amplio sector político situado a la izquierda del PCE. Los dirigentes de los numerosos grupúsculos políticos –muchos de ellos autodenominados comunistas – que pueblan este sector pretenden que esa tendencia cristalice en un frente único construido sobre la base de un programa mínimo de reformas, de contenido muy rebajado para que pueda ser aceptado por amplios sectores de la burguesía, y desde un discurso oportunista y demagógico de corte antifascista y frentepopulista que persigue explotar políticamente ciertos elementos del imaginario colectivo del pueblo, a los que, sin embargo, se ha vaciado de todo contenido clasista y revolucionario.

Aquella tendencia se ha visto alimentada últimamente por algunos acontecimientos políticos, como el asesinato del joven antifascista a manos de un militar neonazi en Madrid, el pasado mes de noviembre, y por el creciente desprestigio público de la Corona tras la desproporcionada represión ejercida sobre los protagonistas de la quema de fotos del Rey en Catalunya –que ha obligado al monarca, por primera vez en su reinado, a defender públicamente su institución– y, sobre todo, por el episodio de la Cumbre Iberoamericana entre él y el Presidente venezolano Hugo Chávez. Si, hasta ahora, la principal y casi única razón para la pervivencia de un rey esgrimida por sus defensores era su supuesta eficacia como embajador máximo del Estado y como figura emblemática de moderación y para la ponderación y el entendimiento con los demás países, la salida de tono en Santiago de Chile, que ha provocado una crisis diplomática innecesaria y sin precedentes, ha puesto en cuestión el principio de utilidad que todavía justificaba la supervivencia de una forma de gobierno feudal por encima de un orden constitucional que pretende basarse en el principio de igualdad de los ciudadanos ante la ley.

Todos estos sucesos han sido vinculados y metidos en el mismo saco por quienes pretenden mostrar a la monarquía como la máxima expresión y como la causa última de los déficit democráticos del sistema actual. Por quienes, en la misma proporción que señalan a la Corona como fundamento de los males que aquejan a las masas, desvían la atención de éstas de la verdadera causa de los mismos: las relaciones sociales de opresión y explotación del capitalismo. Los problemas de las masas no se hallan en la monarquía, sino en el carácter de clase del sistema de dominación en su conjunto; no es un asunto que pueda atajarse con reformas políticas, sino sólo a través de la revolución social.

No se trata de quitar a un Borbón para poner a un Sarkozy. La cuestión del denominado déficit democrático no tiene calado político: democratizar la democracia , introducir reformas en el Estado actual sobre el sistema de gobierno, sobre las relaciones entre las naciones que lo componen, sobre la supuesta situación de dependencia que sufre en el concierto internacional, etc., no tiene alcance alguno desde el punto de vista de los intereses fundamentales del proletariado y el resto de las masas populares. La clase obrera ha comprobado por su experiencia que, bajo el capitalismo, toda conquista es pasajera y que toda promesa sobre la mejora de su condición de clase asalariada es vana. La clase obrera ha aprendido que sólo es factible, perdurable y real toda reforma que se imponga ella misma desde el poder, desde su condición de clase dominante, desde su transformación de clase asalariada en clase revolucionaria. El programa de la República –llámesela III República, República Democrática o República Popular– no es su programa; su programa es la República Socialista.

En las actuales condiciones de dominio del capitalismo monopolista, no tiene sentido el programa de reforma o de revolución democrática . En la economía del Estado español, hace mucho que desaparecieron las reminiscencias feudales o semifeudales: las relaciones socioeconómicas son las del capitalismo maduro, las que preparan las condiciones materiales para pasar al Socialismo y el Comunismo, a la sociedad sin clases. Reivindicar más democracia es hacer el juego a los sectores de la burguesía y de la pequeña burguesía que se ven desplazados por la hegemonía del capital monopolista y que levantan la bandera política de la democracia o la bandera tricolor para conservar o recuperar viejas posiciones económicas perdidas o a punto de ser perdidas. Igualmente, son las banderas que levanta la aristocracia obrera cuando el empuje de las políticas monetaristas del capital le arrebata ciertos privilegios de casta que en su día le otorgó aquél con el fin de recabar su apoyo en la lucha imperialista por los mercados exteriores. El déficit democrático es resultado del propio sistema capitalista, de la propia democracia burguesa en su etapa de decadencia. No sirve, por tanto, más democracia . La actual falta de libertad es hija legítima de la libertad burguesa en su fase terminal, es producto de la transformación inevitable del ideal decimonónico de libre mercado en monopolio y del productor independiente en capitalista. No sirve, pues, más libertad , la reaccionaria añoranza de los tiempos pasados del liberalismo burgués, sino que se impone como necesidad ineludible la dictadura de la nueva clase revolucionaria.

Hoy por hoy, la consigna de República no es válida para el proletariado, por todas estas razones de orden económico y político, pero también por razones históricas, ya que la historia ha demostrado que no es posible el paso del capitalismo al Socialismo desde la reforma del Estado, a través de la transición pacífica o de la depuración democrática del parlamentarismo. Esa transición sólo es posible desde la destrucción del Estado burgués a través de la Guerra Popular revolucionaria. Porque la historia también ha demostrado que sólo desde la lucha armada de las masas, sólo desde la experiencia en la aplicación de su propia dictadura, se crean las condiciones para la elevación consciente de la clase obrera, y que éste es el único método para que la clase sea la verdadera protagonista en la obra de la transformación social.

Hoy por hoy, la consigna de República sólo sirve para desviar al proletariado y al pueblo del camino revolucionario, sólo sirve para sembrar ilusiones constitucionalistas entre las masas, para embaucarlas con el señuelo reformista, para engañarlas una vez más, como ya ocurrió durante la II República. Y es que, en último término, el programa republicano, en el actual estado de las luchas de clases en el Estado español, tiene como objetivo agrupar al atomizado sector de la izquierda extraparlamentaria con el fin de organizarlo como reserva del sector más progresista del capital monopolista que le sirva de apoyo, en un momento dado, en su confrontación con el bloque más reaccionario de la clase dominante. Esta tendencia a conformar un frente político de apoyo situado a la izquierda de IU y del PSOE ya se ha verificado, como prueba el llamamiento de alguna de las organizaciones que hoy convocan esta manifestación a votar a las candidaturas antifascistas , incluyendo a las del PSOE y de IU, en las elecciones municipales de mayo.

En la actualidad, la consigna de República es la consigna del apuntalamiento del sistema económico capitalista y del sistema político de dominación burguesa. Para la clase obrera, la consigna de República no se opone de manera antagónica a la de monarquía. Monarquía sí o no , no es ésta la cuestión. Hoy en día, monarquía y República son útiles por igual a la dictadura de la burguesía, y, en el futuro, es previsible su relevo como forma de contrarrestar la crisis del modo de producción capitalista. Frente a la dictadura del capital sólo hay una consigna posible y verdaderamente antagónica: la República Socialista, la Dictadura del Proletariado.

 

¡No a la dictadura burguesa: ni Monarquía ni República!

¡Por la Dictadura del Proletariado!

¡Por la Revolución Socialista!

6 de Diciembre de 2007

 

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