ANTE LA CONVOCATORIA DE HUELGA GENERAL DEL 29-S
Reconstituir Comunismo

          

 
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La convocatoria de una jornada de Huelga General por parte de los sindicatos para el día 29 de Septiembre está presentando una nueva ocasión para los oportunistas de continuar difundiendo su bazofia revisionista, despertando vanas esperanzas y falsas ilusiones entre los trabajadores.

Fuegos fatuos

Quienes se presentan como los “sectores más combativos” o “con conciencia de clase” dentro del espectro que va desde el anarquismo y el anarco-comunismo hasta el revisionismo de toda laña y el maoísmo, tienen en común, todos, y así lo reflejan en su propaganda, que consideran esta ocasión como una buena oportunidad para golpear al capital, incluso en su estructura, y que la clase obrera puede desquitarse en gran medida de los abusos que ha venido sufriendo en los últimos tiempos, principalmente desde el estallido de la crisis. Se desprende la idea —y parecen creer en ella de veras, pues se encargan de resaltarla—, cuando no que la convocatoria de CC.OO. y UGT ha sido resultado de la presión de las bases obreras, lo cual es falso, de que la huelga supone un salto cualitativo en las luchas de los trabajadores o que indica un cambio de tendencia con el cual todos y cada uno de ellos pueden ajustar su proyecto o su programa político: los de la unidad podrán, al parecer, forjar unidad sindical, unidad popular y hasta unidad comunista; los radicales pro III República hablan hasta de “poder popular”; los anarquistas pretenden sustraer al sindicalismo reaccionario la rama verde del futuro movimiento obrero autónomo, y un largo etcétera de quimeras que hacen sonrojar a cualquiera que contraste sus panfletos con la realidad social y política del proletariado. ¡Pero, si hay hasta quienes quieren aprovechar la ocasión para que esta Huelga General sea “el principio del final de este modelo social injusto”, o para ajustarle las cuentas al capital hasta el punto de hablar de “formación de un gobierno soberano” y de “democratización” de su aparato de propaganda!, es decir, convertir en demócratas a Zapatero y a Jiménez Losantos y César Vidal.

El MAI ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo en refutar en el plano teórico este punto de vista espontaneísta y anarco-sindicalista de concebir los procesos sociales, sobre todo el desarrollo de la lucha de clases proletaria. Pero ahora estamos ante una ocasión magnífica para comprobar, a través de una experiencia concreta e inmediata y a la vista de todos, el sentido y el alcance ideológicos de esa tesis que insinúa que es suficiente con que el torrente de las masas se ponga en marcha, pues los revolucionarios sabrán aprovechar esa situación dirigiéndolo hacia sus objetivos.

Este punto de vista, que considera que no importa cómo “salte la chispa”, ni la situación en que se encuentre la vanguardia que debe enfrentarse a ese “incendio”, enerva a los oportunistas cuando la vanguardia revolucionaria no sólo señala la importancia de estas cuestiones, sino también cuando pone en candelero el problema de la unidad de acción de los revolucionarios con los sindicatos reaccionarios, y no en el sentido de que ésta no deba darse nunca o deba rechazarse absolutamente, sino en el de los límites que impone objetivamente a la acción de la revolución en cada momento. Este debate, naturalmente, es eludido con el insulto y la descalificación, o sustituido con algunas citas de grandes revolucionarios convertidas en puro dogma (principalmente, de Lenin). En este punto y de manera casi invariable, la estructura de la argumentación de las organizaciones oportunistas consiste en rechazar y mofarse, en un primer momento, de cualquier exigencia de mayor severidad con los sindicatos amarillos, acusando, desde sus atalayas de fariseos “responsables” a quienes esto osaren, de “izquierdistas”, “lunáticos” y demás lindezas, para, a renglón seguido, ofrecer, cada una según su personal e idílica visión pequeño burguesa del mundo, un carrusel de entelequias y transfiguraciones sobre las posibilidades de la unidad de acción con los sindicatos reaccionarios y de las luchas que proponen dentro de su propio marco. Estos discursos tan “serios y realistas” proceden generalmente de grupúsculos que llevan décadas aplicando esta doctrina de complicidad traidora con el sector reaccionario de la clase obrera, hasta el punto que han terminado identificándose con él; grupúsculos que llevan 30 años aliados con los sectores “críticos” dentro de los sindicatos o del movimiento sindical en general, y que lo único que han hecho ha sido ayudar a “engrasar” la maquinaria burocrático-sindical, favoreciendo el turno en su dirección (v. gr., Toxo, apoyado por los Criticocos, referencia de “marxistas-leninistas” y demás fauna seudorrrevolucionaria dentro de CC.OO., sustituyendo “democráticamente” a Fidalgo) con la patraña de “conquistar el sindicato desde dentro” y de atraer a la mayoría hacia un “nuevo sindicalismo”, que ellos deben conocer por ciencia infusa, pues nunca lo han practicado, o con la farsa de aprovechar su connivencia con el partido obrero reaccionario para “desbordar” sus movilizaciones, vaya usted a saber cómo y en nombre de qué: tal vez en el de la resistencia permanente y a largo plazo a escala global, aprovechando que la convocatoria del 29-S es a nivel europeo, o tal vez en el de la República o del Socialismo —como, efectivamente, muchos de ellos se atreven a decir—; pero, entonces, ¿quiénes son los auténticos “izquierdistas”, aquí? El MAI peca, por lo que se ve, de “exagerar” la crítica, desde el punto de vista de los intereses del proletariado revolucionario, contra los sectores reaccionarios del movimiento obrero, sindical y comunista, pero quienes nos censuran sin ver la viga en su propio ojo, con la férula de lo “políticamente posible”, se vienen arriba como la espuma con infantil entusiasmo cada vez que algún trabajador se dispone a enfrentar una lucha, y hacen cuentas como comadres de hasta dónde llegará esta vez la revolución. De esta manera, el posibilismo aspira a sobrepasar a la izquierda, pero lo que consigue es converger consigo mismo en el punto desde el que partió, la derecha del movimiento obrero, demostrando, una vez más, que “izquierdismo” y oportunismo de derecha son las dos caras de la misma moneda revisionista.

La actitud ambigua y pusilánime del entrismo revisionista en los sindicatos sirve, en general, como correa de transmisión de la aristocracia obrera hacia las masas, facilitando su hegemonía ideológica, y, en particular, en el caso que nos ocupa, ha servido para que los Toxo y Méndez hayan tenido las manos libres para controlar los tiempos y la dirección del proceso social que ha conducido hasta la convocatoria de la Huelga General. La consecuencia más inmediata ha sido, por supuesto, la pésima y tardía organización de la misma, concediendo tiempo y espacio al enemigo para que realice una amplia y virulenta contra-campaña a través de su aparato ideológico (con la TV digital, la derecha ultramontana ha terminado copando la mayoría de los canales, que utiliza para la intoxicación informativa sin el menor escrúpulo), o a través de medidas políticas (por ejemplo, el señuelo anunciado por la Vicepresidenta de Economía de subir en los presupuestos generales para 2011 los impuestos a las grandes fortunas, con el fin de aparentar mayor ecuanimidad en la distribución de la carga social de la crisis). Los revisionistas, al fin y a la postre, se han dedicado más a combatir a las organizaciones revolucionarias que nos hemos mostrado críticas con estas estrategias sindicalistas, proclamando la unidad de acción a toda costa y a cualquier precio, sin imponer condiciones ni el menor respeto por los principios, con el partido obrero reaccionario y exigiéndonos que nos abstengamos de realizar críticas “destructivas” a los sindicatos o que las aplacemos, so pena de provocar “desmoralización” entre los trabajadores, que de laborar en la propaganda ideológica y política revolucionarias durante todos estos meses (algo que ya no esperamos de ellos) y en la organización de la movilización.

Cada uno con lo suyo

Por otra parte, esa actitud pacata que ha puesto a todo el sector revisionista, mal que le pese, en la retaguardia del movimiento huelguístico y a la cola de los sindicatos vendeobreros, unido a su afán por amordazar toda disidencia, no pretende sino sustraer a las masas su derecho al reconocimiento de los resultados reales de otras movilizaciones similares que ya han tenido lugar en Europa, concebidas del mismo modo y con semejantes estrategias de lucha, aunque mucho más amplias y contundentes —como en Francia y, sobre todo, en Grecia—, escamoteando la cuestión crucial del sentido que tiene para el proletariado la relación de su lucha de clase con su construcción como clase revolucionaria, es decir, de ese tan manido y gastado principio repetido por los comunistas sindicalistas de traducir las luchas obreras, incluida esta Huelga General, en “conciencia y organización”. Pero como estos conceptos son presentados en abstracto, como si tuviesen un significado absoluto y, sobre todo, inequívoco, de modo que se sobreentiende que de lo que se trata es de promover luchas para que, por oleadas, el proletariado vaya creciendo como clase organizada y consciente, y, se sobreentiende nuevamente, sobre las bases de una organización y una conciencia que le son innatas y propias de una supuesta naturaleza de clase, entonces, desaparece por completo el problema central del comunismo revolucionario y de su lucha ideológica contra la burguesía y el revisionismo, a saber, la cuestión del tipo de conciencia y del tipo de organización proletarios adecuados a la época en que vivimos y al grado alcanzado por su lucha de clases, en función de su experiencia histórica. De este modo, los revisionistas camuflan su pretensión de desarmar al proletariado, conduciéndolo a enfrentarse con el capital con concepciones y métodos decimonónicos, con anticuadas tácticas que únicamente pueden maniatarlo, precipitarlo en la derrota política y rendirlo en el altar de la explotación económica capitalista.

Pero el fariseo aparta de sí todas estas sutilezas teóricas que le parecen superfluas, arguyendo que es momento de “pasar a la práctica”, y aunque se trate de la misma práctica de siempre, una y otra vez fracasada, el dogmatismo siempre prestará el espejismo del autoengaño bajo la forma de esperanza de que, en esta ocasión tal vez sí, funcione ese extraño, enigmático y desconocido mecanismo por el que todos los obreros se congregarán en unión fraternal, aunque nadie sabe dónde, ni cómo accionar el resorte de ese mecanismo más buscado que el santo grial. Por nuestra parte, sólo esperamos que, aunque sólo se trate de una minoría, o incluso de contados individuos, los elementos más honestos de la clase sometan esta nueva experiencia a una profunda reflexión autocrítica cuando, una vez más, la tozuda realidad premie tanto despropósito con una nueva decepción de los trabajadores. Y que el demagogo no nos culpe a nosotros de su ruina porque no hayamos compartido su entusiasmo crédulo ante el día 29: que asuma su responsabilidad, igual que nosotros asumimos la nuestra, que hemos tomado como bandera y que consiste, sustancialmente, en combatir por imponer en el seno de la vanguardia y por hacer comprensible a las masas las tesis revolucionarias sobre la lucha de clases proletaria. Por esta razón no aceptamos ninguna cortapisa a la crítica revolucionaria, ni permitiremos que se le coloque un dogal ni una mordaza con la excusa de la “unidad”, precisamente porque la libertad de la crítica comunista es el único requisito inviolable de la política de la vanguardia, el único que no debe ser sometido al juego político de las alianzas con otras clases. La fidelidad a este principio irrenunciable es lo que nos otorgará, después, la fuerza moral para continuar sometiendo al revisionismo a nuestro feroz escrutinio.

Por ejemplo, ya que hemos traído a colación el tema del tipo de conciencia y organización adecuadas para que la clase obrera pueda obtener victorias sólidas, se trata, éste, del asunto que, de alguna manera, engloba todas las demás divergencias que mantenemos con el revisionismo y que impide todo acercamiento con él. Para éste, la cuestión central en la lucha consiste en congregar a las amplias bases obreras, al modo clásico, y tratar de impedir, también al modo clásico, que las “direcciones burocráticas” de los sindicatos “traicionen una vez más” a los trabajadores, pero sin cuestionar el sindicalismo como estrategia de organización y movilización obrera; para nosotros, por el contrario, se trata de que, precisamente, son este modelo y esta estrategia los que ya no sirven: la lucha de clases proletaria fundamentada en el sindicato, la huelga y la manifestación pacíficas, los encierros y las marchas de damnificados hacia la capital ha sido sobrepasada por la historia; ahora, el epicentro de las luchas obreras debe concentrarse y dirigirse desde la organización de la vanguardia revolucionaria en Partido Comunista aplicando Guerra Popular contra el capital y su poder político, ejerciendo dictadura de clase contra dictadura de clase. El objetivo de la lucha, finalmente, no es ya la presión sobre el poder de la burguesía para obtener reformas políticas, sino la destrucción de ese poder y la instauración del nuevo poder revolucionario. La excusa de la malévola conspiración que procura la derrota no es más que eso, una excusa con la que se quiere ocultar la pereza que impide realizar el esfuerzo político y de análisis teórico para adoptar posiciones de vanguardia.

Comunismo contra revisionismo

Por todas estas razones es imposible la convergencia entre revisionismo y comunismo, porque, ya desde el punto de vista de los principios, el planteamiento de las luchas obreras según el viejo modelo supone hacer el juego a intereses ajenos a los del proletariado; por todas estas razones mantenemos nuestras distancias respecto de la convocatoria de Huelga General para el 29-S y respecto de la campaña de apoyo suscitada por el sector autodenominado “comunista” que se mueve en nuestro entorno; y por todas estas razones, por fin, hemos decidido subordinar la agitación que llama a la adhesión de los trabajadores a las consignas de los sindicatos, a la propaganda, para ejercer la labor a la que todos esos “comunistas” han renunciado, la de erigirse en representantes genuinos del proletariado y velar por sus intereses revolucionarios a largo plazo. Algo, por cierto, muy difícil, en nuestra opinión, para estos colegas, que se ven obligados a casar sus proclamas, bastante descabelladas, como hemos visto, con los lemas oficiales de los sindicatos, tales como el que reza “Por una salida justa y equilibrada de la crisis” (CC.OO.), donde se insinúa claramente la búsqueda del consenso social interclasista y se reconoce el “deber responsable” de la clase obrera para “arrimar el hombro” con el fin de “salir de la crisis”, es decir, para salvar al capitalismo. ¡Y quieren que enmudezcamos ante semejantes libelos!

La convergencia con el revisionismo es imposible por el calibre de sus mentiras y tergiversaciones y por su alianza política con el sindicalismo, alianza que le somete a graves contradicciones insuperables y que se traducirán, nuevamente, en el precio de la decepción del “comunismo” que experimentarán los trabajadores que se hayan dejado engatusar por los cantos de sirena de tantos exaltados afectos. La promesa de victoria que estos santones ofrecen a los obreros si corren en masa detrás de las pancartas de los sindicatos, se da de bruces con la realidad de la preparación, por parte de éstos, de una “huelga controlada” que evite la exasperación social. Pero, como la experiencia indica, por ejemplo, con la Huelga General del 27 de Enero de 1994, es imposible triunfar si la movilización se deja a merced de los piquetes-policía, si no se es capaz de ganar la calle. Pero, claro, esto supone ya una concepción completamente distinta de preparar la huelga y de enfrentarse al capital, al patrono y a su policía, y presupone la construcción de organismos revolucionarios de la clase, principalmente el Partido Comunista, que no se amilane a la hora de preparar piquetes armados y demás elementos de una estrategia clandestina de la lucha económica revolucionaria de la clase obrera.

El pacto del revisionismo con el sindicalismo le obliga, igualmente, a exagerar el alcance de la crisis, convirtiéndose en caja de resonancia de los diagnósticos apocalípticos de las instituciones financieras del capital y de sus voceros políticos, con el fin de crear expectativas entre las masas representando un capitalismo que está tambaleándose y al borde del derrumbe, al que sólo sería preciso darle el empujón final a través de una movilización general de la clase obrera, de una  huelga general. De ahí su insistencia a lo largo de meses para su convocatoria. Sin embargo, esta crisis del capitalismo no ha resultado ser tan profunda, pues apenas a dos años de su inicio ya se dan indicios de recuperación, según los datos que ahora comienzan a conocerse, meses después de la convocatoria de la Huelga General, lo cual la convierte en prematura después de haber sido tardía, pillando a sus promotores con el paso cambiado, y más a la ralea oportunista, que se guía por el criterio antimarxista de que “cuanto peor, mejor”, porque parece que, según su perspectiva, los obreros se deciden a luchar más y mejor en tiempos de crisis y de penuria.

Sin embargo, la peor consecuencia del respaldo del revisionismo al sindicalismo consiste en que le ayuda a disimular la verdadera naturaleza de esta jornada, que se nos quiere presentar como un enfrentamiento de “clase contra clase”, del proletariado contra el capital por sus derechos y por sacudirse algo la explotación económica que éste desea aumentar. Mas esto es pura apariencia, es la imagen que nos ofrece su propaganda. La verdad es que esta Huelga General representa sólo un aspecto de todo el cúmulo de contradicciones sociales que se debaten entre las distintas clases y las diferentes fracciones de clase desde que se inició la crisis, fundamentalmente, en el interior del bloque social hegemónico. En concreto, la Huelga General es la expresión de la lucha que está teniendo lugar en el seno de la clase dominante entre el capital y la aristocracia obrera, principalmente, entre ésta y el gran capital monopolista y, de forma secundaria, con la burguesía media, que quiere sacar tajada de la derrota de los sindicatos. Por lo tanto, esta huelga no expresa antagonismos sociales, sino divergencias en el reparto de la plusvalía entre las distintas fracciones de la burguesía, entre las que se encuentran los sindicatos y el sector del proletariado al que representan. Porque la verdadera clase, las masas hondas y profundas del proletariado, a las que los aparatos sindicales pretenden instrumentalizar y erigirse en sus defensores, intentando hacer pasar sus intereses egoístas y corporativos por los intereses generales de la clase, no está interesada en esta batalla: las reformas afectarán a los sectores mejor instalados y adaptados al sistema, que verán recortados parte de los privilegios de los que han disfrutado hasta ahora. La alianza del capital financiero con un segmento elitista de la clase obrera de los países imperialistas, que encontró su símbolo en el ilimitado crédito al consumo concedido por aquél durante más de una década —causa importante del crash financiero—, está en quiebra, y ahora ese segmento apela a las masas de desempleados, precarios, sin papeles y mileuristas para que le ayuden a defender su posición acomodada de “clase media” con pretensiones de nuevos ricos. Tal vez, esta masa gane algo prestando este apoyo; desde luego, no gana nada con la reforma laboral, antes al contrario: por eso, el MAI ni desaconseja, ni se opone a la participación de los trabajadores en la huelga, pero insistiendo en que no se ventila en ella nada de lo que es fundamental para esa masa, que es su construcción como clase revolucionaria. Algo que no tiene nada que ver con la búsqueda de un modus vivendi que permita a los trabajadores acomodarse lo mejor posible a la explotación capitalista, respetando sus premisas como modo de producción. Todo lo contrario. Mientras no se den indicios de que estos elementos crítico-revolucionarios vayan introduciéndose próximamente en los llamamientos a las luchas obreras, el MAI no podrá dispensar un apoyo abierto a las mismas; sobre todo, si las promueven, apoyan o dirigen elementos del revisionismo. En la actual fase de Reconstitución comunista, la derrota total de éste es la tarea principal, frente a cualquier derrota parcial que pueda sufrir la patronal, o incluso el gobierno, a través de una movilización general. Como destacamento de vanguardia del comunismo revolucionario, debemos atenernos a esta regla. El piadoso “mientras tanto, qué” pasa con los pobrecitos obreros, aplastados por el capital, no debe generarnos ansiedad, ni desviarnos del rumbo correcto que establece el Plan de Reconstitución, elaborado en función de las necesidades objetivas del movimiento revolucionario desde el método científico del materialismo histórico. Y esto no es falta de solidaridad, sino todo lo contrario: alejamiento del paternalismo de muchos “comunistas” que creen que los trabajadores no saben defenderse si ellos no van al rescate, y, fundamentalmente, consciencia de la contradicción principal que atenaza hoy en día al movimiento comunista, que, tras la derrota de la experiencia de construcción del socialismo, ha dejado de ser temporalmente referente ideológico y político de la clase obrera, por lo que, antes de pretender dirigirla de forma inmediata, debe reconquistar pacientemente la hegemonía de su movimiento. Y esto requiere todo un periodo de lucha de clases con las distintas fracciones de la burguesía y de lucha de dos líneas con el revisionismo.

 

Septiembre de 2010
Movimiento Anti-Imperialista (MAI)