La línea militar

Antorcha afirma que la cuestión militar fue resuelta por su partido en los debates de los 70 y 80 con “las Brigadas Rojas y demás defensores de los Partidos-guerrilla”. Pero con su crítica de la equivocada identificación absoluta del Partido y la guerrilla, el PCE(r) se ha dirigido hacia el extremo opuesto, hacia la separación absoluta del Partido y la guerrilla. Este partido insiste en que sólo “apoya política y moralmente” a la guerrilla, mientras Antorcha ofrece la solución de la cuestión militar con la insurrección (donde, al parecer, se fusionan Partido y movimiento de masas y cuando la guerrilla deja de jugar algún papel, desapareciendo o bien integrándose en esa fusión, o no se sabe qué). ¡Estos señores se apuntan a todo! Pero el eclecticismo no va a impedir que se perciba la enorme falla que se abre entre ambas posturas, generando más contradicciones y más confusión: la línea militar que nos ofrecen comienza con las acciones individuales armadas de la guerrilla y, a través de un salto mortal, termina en la insurrección. O terrorismo o insurreccionalismo; pero ninguna explicación clara y explícita de la relación o posible relación orgánica existente entre esa guerrilla y la “militarización de todo el movimiento revolucionario”. La única relación que se nos ofrece es la imagen de la guerrilla como catalizador del espontaneísmo insurreccional de las masas: un vínculo espiritual y abstracto que no se concreta en movimiento revolucionario organizado ni se vincula orgánicamente al Partido. En su Declaración Política, el MAI defendía que la verdadera línea militar proletaria es la Guerra Popular y Antorcha se apresura a recordarnos que ellos llevan hablando de “guerra popular prolongada” “desde los años 70” y que “los del MAI” “no entienden ni una palabra” de ello. Entonces, ¿responde a los principios de la Guerra Popular esta amalgama de ideas confusas y contradictorias que nos presentan el PCE(r) y Antorcha ? ¿Cómo interpretan, aplican o pretenden aplicar estos señores la Guerra Popular? En 1986, la Comuna Carlos Marx de presos de la cárcel de Soria llegaba a la siguiente conclusión:

“(…) podemos decir que, en nuestra opinión, nuestra revolución pasará por dos fases: la defensiva estratégica del desarrollo de la Guerra Popular Prolongada y la fase de la insurrección.” ( Textos para el debate en el movimiento revolucionario europeo , 1987, p. 38).

Sin duda, en esta “opinión” se basan las aleccionadoras peroratas de Antorcha y sin duda da fundamento todavía, 20 años después, a la línea política y a la propaganda del PCE(r); sin duda, también, es una nueva muestra del revisionismo recalcitrante de este partido. No vamos a tomarnos el trabajo de acarrear hasta aquí citas de Mao para exponer los requisitos de la Guerra Popular. Son suficientemente conocidos y la obra de Mao lo suficientemente accesible como para evitarnos alargar innecesariamente esta carta, cuyo espacio deberá ser aprovechado para explicar cosas no tan sabidas. Así pues, todo el mundo conoce que la Guerra Popular contempla tres fases fundamentales y correlativas: defensiva estratégica, equilibrio estratégico y ofensiva estratégica. Por otro lado, también se sabe que, como estrategia militar, la Guerra Popular excluye la insurrección: ambas son soluciones militares del desenlace de la guerra de clases opuestas, independientemente de que la insurrección pueda incluirse en un momento dado de la Guerra Popular, ya de manera planificada ya como epifenómeno. Pero lo importante es que las tres etapas de la Guerra Popular son imprescindibles, pues cada una cumple una función en el proceso de su desarrollo y sirve de base para la siguiente. Lo que los comuneros de Soria presentan como una “combinación original de las estrategias revolucionarias más sobresalientes de la historia del proletariado” ( ibid ., p. 39) no es sino eclecticismo burdo y puro revisionismo.

Lo que motiva semejante esfuerzo de “originalidad” es el recordatorio de que “nuestros países son de población totalmente urbana (…), por lo que no es posible crear zonas rojas liberadas, ni acosar las ciudades desde el campo. Es, pues, erróneo identificar la G. P. P. (Guerra Popular Prolongada) en Europa con zonas o territorios rojos liberados en el campo, o con algún tipo concreto de guerra de guerrillas rurales o guerra de movimientos.” ( ibid .). En otras palabras, la Guerra Popular sólo es aplicable como estrategia a países semifeudales o a países agrarios con escaso desarrollo de las fuerzas productivas. Esto es lo que se traduce de las conclusiones políticas que sirven de base a la línea militar del PCE(r), es decir, el rechazo fáctico de la Guerra Popular como forma superior y ley universal de la lucha de clases proletaria. El PCE(r) cercena la estrategia revolucionaria del proletariado (separa y aísla entre sí cada una de las tres fases), toma a su antojo lo que le interesa (sólo acepta la primera fase y desecha las otras dos) y trata de integrarlo con formas y estrategias ajenas al proletariado revolucionario moderno (la insurrección sustituye a las dos fases estratégicas suprimidas). En particular, el tratamiento que se ofrece de la insurrección trasluce una concepción errónea o mítica de la misma. Es cierto que la estrategia de la insurrección urbana fue la que, siguiendo el modelo de la Revolución de Octubre, aplicó también la III Internacional, a pesar de que Engels ya había extendido su certificado de defunción en 1895 y a pesar de las conclusiones sobre el arte de la guerra aplicado a la revolución a las que había llegado Lenin en 1905; pero el fracaso de las insurrecciones centroeuropeas y de las de Shangai, Nanchang y Cantón, en los años 20, unido a la experiencia de la revolución china, crearon las condiciones para una recapitulación del conjunto de la experiencia del proletariado internacional en esta materia. Fue Mao quien sintetizó las leyes de la forma militar de la lucha de clases proletaria, que resumió como Guerra Popular Prolongada, y que desde entonces pasaron a formar parte del cuerpo doctrinal del socialismo científico. Por tanto, la cuestión está planteada en estos términos: o se acepta la Guerra Popular, con sus requisitos insoslayables, como principio de la revolución proletaria o se rechaza, como hace, en la práctica, el PCE(r) cuando la incorpora a medias y a conveniencia en su estrategia. Desde el punto de vista del MAI, el argumento de corte economicista, basado en la estructura productiva o demográfica, en el que se escuda el PCE(r) para justificar su interpretación revisionista de la Guerra Popular, denota ya desde el comienzo su insuficiente comprensión por parte de este partido, mientras que, por otro lado, pone en evidencia, más bien, su incapacidad para aplicar con verdadera creatividad y “originalidad” los principios de la guerra revolucionaria a las condiciones específicas de las luchas de clases en el Estado español.

La historia demuestra que el triunfo sólido de la revolución proletaria sólo puede basarse en el cumplimiento de los requisitos de la Guerra Popular. En primer lugar, porque sus fases de desarrollo incorporan y dan respuesta al problema de la transición de la lucha de resistencia (revolucionaria, no la resistencia económica en la que se han empantanado estos señores) de las masas a la lucha (revolucionaria) por el poder de las masas, desde un método materialista y científico, no con el salto en el vacío que propone el PCE(r) cuando recurre al ideal de la insurrección para resolver ad hoc ese mismo problema. Todo eso, por cierto, nos incita a añadir una nota sobre la insurrección de Octubre como modelo de conquista del poder por el proletariado. En la tradición de nuestro movimiento, ha predominado el estudio de ese hito histórico desde la perspectiva del desarrollo de los acontecimientos acaecidos entre Febrero y Octubre de 1917. A nuestro entender, sin embargo, este punto de vista fue el que convirtió durante mucho tiempo al método insurreccional en modelo de la revolución y el que erigió el pedestal del mito de la insurrección como gran desencadenante de la conquista del poder. A nuestro entender, igualmente, una perspectiva que abarcara lo sucedido desde 1914, o incluso la guerra civil posterior, permitiría una interpretación de la revolución soviética adecuada a la aplicación de los principios de la Guerra Popular. Naturalmente, se trata todavía de una hipótesis, que deberá ser contrastada dentro del Balance del Ciclo de Octubre que el MAI defiende como condición para la reconstitución ideológica y política del comunismo, pero, de todas formas, fenómenos como el desgaste y la profunda crisis a los que la guerra sometió al Estado ruso, la progresiva bolchevización de las masas armadas entre 1914 y 1917 (tropas del frente y de la retaguardia, aparición de los guardias rojos, etc.), la dualidad de poderes entre Febrero y Octubre, la disolución de la Asamblea Constituyente y la guerra civil son, entre otros, exponentes de que, ya a primera vista, la lógica de los acontecimientos revolucionarios –independientemente y a pesar de la cronológica de los mismos– puede ser acoplada a las fases de desarrollo y al esquema de interpretación de la Guerra Popular. Además, los episodios de Alemania y Hungría, con la toma del poder sobre la base de insurrecciones obreras y su subsiguiente y relativamente fácil derrota, permiten hacer hincapié en la importancia de las circunstancias peculiares de la experiencia soviética y resaltar sus diferencias respecto de aquellos otros episodios, de modo que la fortaleza de la revolución soviética residiría en factores distintos de la insurrección, dejando ésta de ocupar el centro de la explicación de la victoria final para ser incorporada a una visión más amplia y compleja del aspecto militar en la victoria de Octubre.