IV . PLAN DE RECONSTITUCIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA

Los temas suscitados en el presente documento tocan casi todos los aspectos del comunismo revolucionario, desde sus fundamentos ideológicos hasta las cuestiones tácticas. Ello es fruto de la reacción natural de la vanguardia ante el estado en que se encuentra la teoría proletaria tras el desgaste a que fue sometida como doctrina social de vanguardia durante el pasado ciclo y después de la derrota sufrida por la clase cuyos intereses representa, estado de desorientación, de descomposición y sometimiento absoluto al oportunismo que hace preciso que atraviese por todo un periodo de reconstitución y que hace inevitable que la superación de este periodo se plantee como cuestión de primer orden para la vanguardia actualmente. Por esta razón, la lucha teórica es el campo y la herramienta principal del comunismo hoy en día; por eso, es tan importante abrir espacio al debate, a la confrontación ideológica y a la lucha de dos líneas en nuestro movimiento; por eso, es preciso desamordazar el debate que tienen prisionero los celadores del actual estado de postración y deterioro del pensamiento y de la política comunistas, los tuteladores del statu quo del movimiento obrero actual, que pretenden la exclusiva de la línea política proletaria, cuando la realidad ha demostrado largamente su fracaso.

La obstinación del PCE(r) en obstaculizar todo intento de abrir caminos a la recomposición revolucionaria del comunismo ha terminado convirtiendo su política en escollo inmediato y en objetivo ineludible de superación. El MAI ha decidido llevar a cabo el deslindamiento con este partido, también, porque si no representa la línea más avanzada, sí al menos es la más lanzada , la que más lejos ha llegado en los últimos tiempos en el enfrentamiento con el Estado, y ello le ha hecho acreedor de cierta aureola de prestigio que utiliza para distraer a la vanguardia sobre los errores de su política. La vida misma, pues, obliga y hace necesario que el futuro desarrollo revolucionario del proletariado consciente y de la clase obrera en su conjunto pase por el desenmascaramiento de la política del PCE(r). Cuando organizaciones como Kimetz censuran posiciones políticas como nuestra Declaración de diciembre en nombre de una pretendida –al igual que mal entendida– solidaridad, al mismo tiempo que reconocen que “comparten en gran medida” esas posiciones, hacen un flaco favor a la causa del comunismo. Subordinar los principios a la solidaridad no es una postura propia del comunismo revolucionario; someterse a las exigencias tácticas de una línea que se reconoce como errónea es de una gravedad extrema y anuncia la bancarrota del proyecto político propio. Los camaradas del EhAKI y de Kimetz deberían recapitular sobre todo esto. Es preciso terminar con la fútil neutralidad en las cuestiones de fondo que tocan directamente con los intereses de la revolución proletaria; es hora ya de tomar partido y de involucrarse en la lucha de dos líneas por los problemas candentes; es imperativo que la vanguardia se reactive y haga frente a sus responsabilidades como vanguardia. Por lo demás, con esta carta abierta el MAI demuestra que no está en su ánimo ni persigue resarcirse en una polémica particular con el PCE(r). Hemos abierto el campo de visión de nuestro análisis para abarcar lo máximo posible y realizar una radiografía crítica del actual estado del sector que consideramos más avanzado dentro del movimiento comunista internacional, su sector de izquierda que sigue la línea de Guerra Popular. Si insistimos en la crítica de la línea militar del PCE(r) es porque este partido tiene línea militar, independientemente de su relación práctica con la lucha armada –en la que, una vez más, no hemos entrado–, que forma parte sustancial de su línea política y cuya caracterización se hace imprescindible para los objetivos de ese análisis. Nuestros intereses van más allá del supuesto desprestigio de una determinada organización: pretendemos aplicar y extender la lucha de dos líneas proletaria con el fin de contribuir a la reconstitución ideológica y política del comunismo.

Línea política de Reconstitución del Partido Comunista

De cara a esa contribución y después del análisis de los elementos fundamentales que conforman la línea general de la revolución proletaria, corresponde ahora presentar en sentido positivo y a modo de síntesis aquellos elementos. La línea general es el plan general de la revolución, la representación de sus etapas, requisitos y tareas en función de las leyes de la transformación revolucionaria de la sociedad que la lucha de clases del proletariado ha ido revelando a lo largo de la historia. En sentido lato, la revolución comunista transcurre por tres etapas: la constitución (reconstitución) del proletariado en partido político revolucionario; la conquista del poder por este Partido a través de Guerra Popular, y la instauración de la Dictadura del Proletariado, que se desarrolla mediante revoluciones culturales. Aquí, nos centraremos en la primera etapa, por cuanto ella recoge la construcción de los dos primeros instrumentos de la revolución (Ideología y Partido) y por cuanto la realidad social actual sólo nos ofrece los materiales y las condiciones concretas para elaborar un plan práctico con estos objetivos inmediatos. Eso sí, siempre en función de los otros instrumentos y las subsiguientes etapas de la revolución, en función de la Guerra Popular y de la instauración de la Dictadura del Proletariado y del socialismo. Es decir, es preciso reconstituir Partido Comunista para iniciar inmediatamente la Guerra Popular; pero no es posible elaborar aún un plan de inicio de la Guerra Popular in abstracto , al margen de las condiciones sociales y políticas concretas que ofrecerá en el futuro la reconstitución del Partido Comunista, una vez cumplida, desde el punto de vista del estado general de la correlación de fuerzas entre las clases y desde el punto de vista de la posición particular que ocupará el proletariado en él. Los propios maoístas peruanos formulaban el tercer instrumento como especificación de la Guerra Popular en función de las condiciones concretas del país , lo que significa que la Guerra Popular es ley e instrumento estratégico, pero sólo puede hablarse de ella como línea política desde lo concreto, desde la forma que adopta en función de las condiciones específicas dadas por el proceso revolucionario. Y, en tal sentido, únicamente es posible adelantar que, en un país imperialista como el Estado español, la Guerra Popular tendrá como centro las ciudades y el proletariado será tanto la clase principal como la clase dirigente en la revolución. En resumen, la línea general nos informa sobre las leyes del movimiento revolucionario, pero no es posible una línea política sin los elementos tácticos que permitan alcanzar los objetivos estratégicos, sin tener en consideración las condiciones concretas en que nos movemos. Así pues, una vez establecidos los elementos generales de la estrategia revolucionaria y sus relaciones internas, es preciso centrar y definir el objetivo inmediato y proponer un plan que incluya los medios para alcanzarlo.

La primera fase de la revolución proletaria es la fase política. Su contenido consiste en la acumulación de fuerzas de la vanguardia de la clase desde la ideología revolucionaria, y su objetivo es la reconstitución del Partido Comunista. La segunda fase de la revolución proletaria es la fase militar, bajo la forma de Guerra Popular. Su contenido consiste en la acumulación de fuerzas de las masas de la clase, en la conquista de las masas para la ideología revolucionaria, y su objetivo es la construcción de Nuevo Poder sobre las masas armadas hasta la destrucción del Estado y la instauración de la Dictadura del Proletariado. Nos limitaremos a exponer los elementos de la primera fase en sus distintas etapas.

1ª etapa. Defensiva política estratégica . Se trata de la recomposición (reconstitución) ideológica del comunismo revolucionario desde la lucha de dos líneas en torno al Balance del Ciclo de Octubre y en torno a la Línea General de la revolución proletaria, como aspecto principal, y lucha de clases ideológica contra todas la manifestaciones y formas de la concepción del mundo burguesa –incluidas las teorías de origen no marxista que pugnan por hegemonizar el movimiento obrero– desde el punto de vista de la reconstitución de la concepción del mundo independiente de la clase obrera y de su construcción como forma superior de la conciencia social, como aspecto complementario. Este tipo de lucha ideológica pasará a ser principal una vez reconstituido el Partido Comunista y una vez que, en virtud de ésta, el deslindamiento entre las clases y entre el campo de la revolución y de la contrarrevolución hayan quedado clarificados. La línea de masas, en esta etapa, se centra en el sector de la vanguardia cuyas preocupaciones alcanzan el nivel más elevado de las cuestiones relacionadas con la revolución, con las cuestiones que tocan la teoría revolucionaria como prerrequisito y condición del movimiento revolucionario (conciencia de clase para sí ). Se trata del sector que denominamos vanguardia teórica . El carácter de las tareas políticas es fundamentalmente teórico (investigación y elaboración) y propagandístico (difusión entre el resto de los sectores de la vanguardia y entre las masas). Orgánicamente, toda esta labor irá cristalizando en la articulación de órganos centrales de dirección y propaganda y en la generación de los organismos necesarios para el cumplimiento de las tareas; en suma, se irá materializando en un incipiente movimiento de vanguardia prepartidario. Cuando el progreso en el cumplimiento de las tareas y en la construcción de ese movimiento de vanguardia sea suficiente, podrá iniciarse el paso a la siguiente etapa.

2ª etapa. Equilibrio político estratégico . Se trata de la aplicación de los principios del comunismo revolucionario a las condiciones concretas de la revolución en el Estado español. La Línea General se transforma en Línea Política. El objetivo principal de la línea de masas sigue siendo la vanguardia teórica, pero ampliando su radio de acción, pues, en la medida que la teoría se va aplicando a problemas cada vez más cercanos , las cuestiones relacionadas con la transformación social reclaman el interés de un sector más amplio de la vanguardia. Sin embargo, como complemento, se inicia el contacto con lo que denominamos vanguardia práctica , con la parte de la vanguardia involucrada en los problemas inmediatos de las masas y en la organización y dirección de la lucha de resistencia económica (conciencia de clase en sí ). Las tareas fundamentales siguen siendo teóricas (análisis de las relaciones de clase y tendencias económicas, sociales y políticas en la formación social española, sin dejar de profundizar en las cuestiones ideológicas de la reconstitución) y propagandísticas (defensa del comunismo y del socialismo y la Dictadura del Proletariado como objetivo inmediato de la revolución en el Estado español), aunque ya se inicia la generación de organismos para combatir la línea oportunista y conciliacionista en los frentes de resistencia.

3ª etapa. Ofensiva política estratégica . Se trata de la traducción de la Línea Política en Programa. Es el último paso de la traslación de los principios revolucionarios hacia propuestas de acción revolucionaria. Las contradicciones sociales de la formación española se traducen en reivindicaciones revolucionarias en función de los problemas concretos que esas contradicciones producen; pero, no se trata de un programa mínimo reformista; en nuestra revolución sólo hay programa máximo: la Dictadura del Proletariado. El Programa comunista es la demostración teórica y práctica del principio de que sin el poder todo es ilusión , es la exposición –en virtud de las primeras experiencias de la vanguardia comunista en los frentes de masas y en virtud de las primeras experiencias de las masas en su contacto con la Línea Política comunista– de los medios políticos y organizativos que se requieren para alcanzar el objetivo del socialismo a condición de que sean las propias masas armadas quienes se organicen en Nuevo Poder para aplicarlo por sí mismas. En esta etapa, el destino de la línea de masas es la vanguardia práctica como objetivo principal. Generación de organismos en los frentes de masas y de fracciones rojas en los movimientos de masas que faciliten la vinculación política del movimiento de vanguardia comunista con el movimiento obrero práctico y el establecimiento de las bases que permitan la extensión de su influencia en el momento de culminación de la reconstitución del Partido Comunista y del paso a la fase militar del proceso y a la conquista de las masas hondas y profundas desde Guerra Popular. Lucha contra la tendencia derechista de transformar los organismos de base en frente sindical, que los desviaría de su cometido de ser organismos del Partido para la futura constitución de bases de apoyo para la Guerra Popular y que los encarrilaría por la vía reformista de las reivindicaciones económicas inmediatas y de la lucha por conquistas políticas democráticas . La incorporación de un sector de la vanguardia práctica al movimiento comunista y la consolidación organizativa de esta unificación entre vanguardia teórica y vanguardia práctica supondrá la plasmación real de la fusión leninista entre el socialismo científico y el movimiento obrero, entre la teoría y la práctica proletarias y, en definitiva, la culminación de la reconstitución del Partido Comunista. El Partido Comunista como movimiento político y el Programa comunista como primer referente político-ideológico para las masas expresan la posición de ofensiva política que la vanguardia proletaria ha alcanzado para la clase obrera. Inmediatamente, se inician los preparativos para el desarrollo de la política proletaria por otros medios, por la vía armada a través de la conquista de las masas mediante Guerra Popular en su primera etapa de defensiva militar estratégica .

Como ya se ha dicho, no es posible describir en lo concreto los elementos de esta nueva fase, ni las formas de los destacamentos armados del Partido, ni la forma de las bases de apoyo, ni de los métodos de organización de milicias populares, etc. Naturalmente, todo esto depende de las condiciones concretas de la lucha de clases, de las formas específicas como haya tomado cuerpo la unidad del movimiento de vanguardia con el movimiento práctico y de la experiencia acumulada durante la fase de reconstitución, principalmente en su tercera etapa.

En la actualidad, la línea política de reconstitución es la única línea política proletaria posible. Las condiciones de liquidación del movimiento comunista en las que nos movemos, como resultado del final del ciclo revolucionario, obligan a reconsiderar las condiciones y los requisitos de recomposición de ese movimiento, tanto desde un punto de vista estratégico como táctico. Ya no basta la unidad en torno a bases políticas, como aquellas Veintiuna condiciones que permitieron el nacimiento de los primeros partidos comunistas y del movimiento comunista internacional, ni la unidad en torno a bases ideológicas, como el maoísmo, que sirvió de punto de partida para la reconstitución del PCP; se precisa la definición de todo un área de tareas teóricas y prácticas que permitan, como punto de partida, la reconstitución ideológica y la construcción de un movimiento de vanguardia en estrecha unidad como base de la reconstitución del Partido Comunista. Las masas no son nuestras, y el comunismo ha dejado de ser un referente para ellas (factor que sí estaba presente en los dos casos de constitución comunista que acabamos de citar). Las masas, hoy, son carne de cañón del imperialismo, de manipulación del reformismo o de suicidio terrorista del yihadismo . Es preciso reconquistarlas; pero, para ello, la vanguardia sólo cuenta con sus propias fuerzas. Debe, por tanto, organizarse para este fin, creando los instrumentos necesarios, principalmente el Partido Comunista. No puede pretender que las masas solucionen por ella sus problemas teóricos y prácticos, que las masas le ofrezcan resueltas las herramientas para la revolución. Es cierto que sin ellas éstas no son posibles, pero el punto de partida está en la vanguardia, el primer paso debe ser dado por la vanguardia y en el ámbito de la vanguardia. Ésta es la única respuesta a la cuestión de por dónde empezar .

Esta propuesta implica, naturalmente, que se debe empezar por los problemas teóricos y por los problemas prácticos relacionados con la construcción de un movimiento de vanguardia mínimamente articulado. Contra esta posición se objeta habitualmente el argumento demagógico y dogmático de que, para el marxismo, la práctica es siempre lo primero y lo principal, por lo que se debe comenzar por la acción práctica y por el movimiento obrero realmente existente, tal como se presenta en su estado actual. Pero se trata de un argumento antidialéctico que desvía el concepto marxista de la práctica hacia el pragmatismo y el empirismo, y la actividad de la vanguardia hacia el practicismo. Entonces, ¿qué es la práctica para el marxismo? Para el marxismo, la categoría de práctica presenta dos aspectos –que, por supuesto, forman una unidad óntico-gnoseológica–, uno objetivo y otro subjetivo. El primero de ellos, lo resumió Marx en su VIII tesis sobre Feuerbach:

“La vida es, en esencia, práctica . Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica”.

En esto consiste el primer principio del método marxista, del materialismo histórico. Pero nuestros demagogos han llegado a la conclusión de que toda actividad de comprensión racional de la práctica humana, de la sociedad como producto de la actividad material del hombre, es idealismo o intelectualismo . Todo esfuerzo por elaborar una representación de las relaciones sociales y de la lucha de clases en su conjunto, de comprensión de las tendencias concretas que abren esas relaciones y esa lucha y del marco general de las leyes en que se encuadran son teoricismo puro y especulación de intelectuales (lo cual, desde su esquema de valores, es todo un insulto), no actividad propia de los obreros, aunque se trate de obreros con conciencia de clase. Éstos, al parecer, deben ser prácticos , deben sumergirse en la realidad concreta para conocerla formando parte de ella. Pero, ¿este practicismo que renuncia a la perspectiva del punto de vista teórico y pretende forjarse una representación del mundo y de la sociedad en función de la experiencia empírica inmediata tiene algo que ver con el marxismo?, ¿es esta especie de espontaneísmo gnoseológico la posición de la práctica subjetiva marxista? En su IV tesis sobre Feuerbach, Marx dice que:

“(…) lo primero que hay que hacer es comprender ésta [la realidad terrenal] en su contradicción y luego revolucionarla prácticamente eliminando la contradicción. Por consiguiente, después de descubrir, en la familia terrenal el secreto de la sagrada familia, hay que criticar teóricamente y revolucionar prácticamente aquélla”.

En esto consiste el primer principio de la acción práctica del sujeto, que no es acción inmediata, sino acción revolucionaria. Pero nuestros demagogos han llegado a la conclusión de que sólo la acción directa es acción revolucionaria, y se disponen a participar en las luchas que provocan las contradicciones sociales incorporándose a ellas sin haber realizado la pertinente crítica teórica que permita descubrir su naturaleza, con el solo objetivo de agudizar y desarrollar esas contradicciones hasta que encuentren solución por sí mismas, pues su fe materialista les conmina a creer en una sustancialista metafísica de la inmanencia que está detrás de las cosas y que permite que éstas se dirijan por sí mismas hacia el fin que su naturaleza les dicta. Pero, como Marx no es Aristóteles y no cree en entelequias, indica muy claramente que no se trata de desarrollar la contradicción, ni de procurar que se resuelva por sí misma, sino de revolucionar la contradicción. Ha sido esta absoluta incomprensión de la verdadera práctica revolucionaria la que ha permitido, de la mano de estos prácticos –que durante décadas han dominado el movimiento comunista y han dirigido sus organizaciones–, la reducción ontológica y gnoseológica del marxismo y la liquidación de su programa de acción revolucionaria, que han sustituido por el reformismo y el posibilismo políticos. En conclusión, no se trata de desarrollar la contradicción entre capital y trabajo, sino de revolucionarla; no se trata de desarrollar el movimiento de resistencia hasta que se transforme en revolucionario. Esto es una fantasía idealista. Se trata de revolucionar el movimiento de resistencia de las masas. Y el Partido Comunista, llevando Guerra Popular a ese movimiento, es el único instrumento capaz de revolucionar al conjunto de la clase obrera.

Una de las consecuencias del reduccionismo al que los prácticos someten al marxismo es la limitación del enfoque social de la lucha de clases al punto de vista económico, y la limitación del enfoque que recoge el estado de todas las relaciones entre todas las clases al punto de vista de la relación entre el obrero y el patrón. De este modo, la práctica queda reducida a la lucha sindical, a un espacio limitado del conjunto de las contradicciones de clase, y la realidad sobre la que hay que actuar, de la que debe partir el sujeto revolucionario, no es el conjunto de la sociedad, sino el movimiento económico de una sola clase, el proletariado. Según este planteamiento, la lucha económica por reivindicaciones inmediatas es embrión de tipos de lucha superiores, de formas políticas de lucha revolucionaria. La lucha de empresa es la forma básica cuyo desarrollo y extensión implicará a la clase en su conjunto. Por esta razón, se pone el acento en las huelgas, manifestaciones y demostraciones de calle como formas principales de lucha en la actualidad, que la vanguardia debe proponer y organizar; al mismo tiempo, se reclama el apoyo para los sectores críticos de los sindicatos mayoritarios amarillos, para los pequeños sindicatos de clase y para las plataformas autónomas de trabajadores. La extensión de la experiencia de estos organismos, unida a la verdad revelada (alguna variante del marxismo-leninismo o del maoísmo) que les acercarán estos señores tan serios y responsables, vacunados contra toda veleidad izquierdista , procurará las herramientas políticas y organizativas de la revolución. No hay problemas teóricos en la construcción del movimiento comunista porque éste, en realidad, no existe como tal. El movimiento revolucionario es el movimiento práctico dirigido por estos señores. El comunismo es apéndice del movimiento de resistencia. Su reconstitución, pues, se reduce a un problema de organización y a su posterior incorporación en el movimiento, pues como ya dijera el padre del revisionismo, lo importante es el movimiento, el objetivo es secundario .

Lenin combatió esta concepción gradualista y mecanicista del movimiento revolucionario cuando el revisionismo de corte bernsteiniano cobró cuerpo en Rusia bajo la forma de economismo , en los primeros años del siglo XX, y cuando, tras la derrota de la Primera Revolución rusa, combatió a los mencheviques, que querían liquidar las formas de organización clandestina y de lucha ilegal del movimiento obrero. En ambas ocasiones, Lenin demostró que la proyección política de la resistencia espontánea de las masas y la proyección organizativa de la lucha sindicalista conducen al programa reformista y a lo que él denominó partido obrero liberal . Hoy, tras la derrota de la primera gran ofensiva de la Revolución Proletaria Mundial, la vanguardia se enfrenta a las mismas desviaciones de la táctica revolucionaria. No es casualidad que los mismos prácticos que, con exaltación, desprecian la lucha teórica y llaman a dirigir las luchas parciales de los trabajadores sean también quienes proclaman como objetivo político inmediato la República. Sin embargo, a día de hoy, los fervorosos adalides de la práctica inmediata no han sido capaces de mostrar una sola experiencia de lucha obrera que pueda servir de ejemplo de plataforma del futuro movimiento revolucionario del proletariado. Nuestros prácticos llevan años llamando a apoyar y a encauzar luchas obreras como la de Sintel, Santana, La Naval, Cortefiel o Delphi, insistiendo en que es ahí donde debe dirigirse y laborar la vanguardia; pero sólo han sido capaces de demostrar su impotencia, su fracaso y, finalmente, la bancarrota de la línea practicista de construcción del movimiento revolucionario. A la postre, su tan cacareado trabajo comunista entre las masas se ha quedado en eso, en hacer llamamientos de apoyo a luchas que no han sido capaces de iniciar, ni de organizar, ni de dirigir. Resulta irónico, pues, que los enemigos más acérrimos de la teoría y de la planificación política hayan terminado ejerciendo de simples teorizadores y de propagandistas de la práctica, con la que carecen de toda relación real. Es el colmo observar a los prácticos teorizando sobre la práctica y empecinándose en especular sobre hipótesis e ideas preconcebidas que la propia práctica –ese criterio de la verdad al que tanto apelan, pero que no se aplican– ha refutado como falsas. Y es que el pragmatismo no es más que la otra cara del idealismo, en nuestro caso, del culto al ídolo de la espontaneidad de las masas. Pero, la consecuencia más grave para el movimiento obrero revolucionario ha consistido en que el predominio de esta escuela de pensamiento durante varias generaciones de comunistas ha sometido al marxismo, como instrumento teórico para la lucha de clases, a un terrible proceso de depauperación, consistente en la supresión de todo análisis de clase, antesala de su liquidación como ideología. Efectivamente, si el punto de vista que se adopta es el de las necesidades teóricas y prácticas de un movimiento concreto dado, la tendencia que predominará conducirá a poner en el centro del análisis esas necesidades y al resto de los factores reales en función de las mismas; quedará excluido, en consecuencia, el análisis científico marxista, el análisis que pone en el centro las luchas de clases, no la lucha o el movimiento de una clase, sino las relaciones entre todas las clases sociales. Hace mucho que este tipo de análisis brilla por su ausencia en nuestro movimiento, siendo sustituido por la enumeración de conflictos laborales o las retahílas de denuncias de atentados contra los derechos de los trabajadores perpetrados por los gobiernos de turno en que se han convertido los órganos de prensa de los partidos comunistas y obreros .

Entonces, como el punto de referencia para la vanguardia no es el movimiento práctico e inmediato de las masas, su lucha de resistencia contra las agresiones del capital, sino la práctica social en su pleno sentido marxista, la sociedad en su conjunto, o sea, el estado real de las relaciones de clase, el escenario concreto de las luchas de clases en el que la vanguardia debe aplicar su plan de tareas, procede, ahora, exponer someramente la situación de ese escenario, con el fin de señalar el eslabón al que es preciso aferrarse para vincular aquel plan con la realidad concreta sobre al que se pretende actuar. Este análisis, sin embargo, no puede sustituir a la definición completa de la Línea Política porque ésta comprende el estudio de todas las contradicciones y de todas las tendencias que presenta una determinada formación social, y, al igual que no podemos especificar todavía un plan para la Guerra Popular porque éste presupone cumplida la tercera etapa de la reconstitución, tal como aquí la hemos descrito, tampoco podemos definir Línea Política –objetivo de la segunda etapa de la reconstitución– sin haber resuelto antes los problemas de la primera, relacionados con las cuestiones ideológicas de fondo. Sí podemos, en cambio, destacar las tendencias fundamentales de las luchas de clases actuales en el Estado español, de modo que, aunque nos movamos en la epidermis del cuerpo social, en tanto que reflejo de las tendencias subyacentes más profundas, puedan orientarnos a la hora de concretar el plan de reconstitución.

Las luchas de clases en el Estado español

En al actualidad, el epicentro de las contradicciones de clase está situado en el seno de la clase dominante, en particular, entre el bloque hegemónico y una fracción emergente de la clase capitalista. El resto de las contradicciones de clase y del conjunto de la vida política gira en torno a la lucha entre esos dos sectores de la clase dominante. En esto, nuevamente, nos tropezaremos con nuestros prácticos , que, incapaces de superar el horizonte del antagonismo entre el obrero y el patrón, dirán que la contradicción principal en el capitalismo es y será siempre entre el proletariado y la burguesía, y nuevamente encontraremos a los pragmáticos enemigos del teoricismo aferrados a una tesis teórica, convirtiendo en absoluto un principio ideológico y encajonando la realidad en los límites de una idea preconcebida. Pero la realidad, hoy, es bien distinta. La lucha de clases proletaria no ocupa el centro del proscenio político, sino que está subordinada y determinada por la confrontación de intereses de otras clases. Quienes pretendan que tanto el desarrollo político de la formación social española como el desarrollo del proletariado como clase revolucionaria dependen de las luchas de resistencia que, como la de Delphi, están acometiendo los obreros, será mejor que se retiren del camino de la lucha por el comunismo, dejen de estorbar a la vanguardia revolucionaria y se dediquen claramente al sindicalismo. El proletariado sólo puede madurar como clase revolucionaria si su vanguardia comprende la situación del escenario general de las luchas de clases y sabe incidir sobre él con una política de clase independiente. Naturalmente, la clase obrera no podrá transformar (revolucionar) ese escenario, ni ningún otro, hasta que no se constituya como clase revolucionaria (es decir, en Partido Comunista); pero, de momento, comprender ese escenario le servirá para iniciar ese proceso de (re) constitución.

La monarquía parlamentaria es la forma de Estado que ha adoptado la dictadura de la burguesía, la dominación del capital, en la formación social española. Este tipo de Estado se sostiene sobre la alianza de tres fracciones de clase, fundamentalmente, la burguesía financiera (monopolios y bancos), las burguesías nacionales periféricas y la aristocracia obrera. Esta alianza se selló con la Constitución de 1978 como solución reformista a la crisis que atravesaba la forma fascista del Estado durante la última etapa del franquismo. En este punto, es preciso hacer un breve inciso para denunciar nuevamente la revisión que, como es costumbre, ha realizado el PCE(r), en este caso, de la doctrina marxista del Estado. Este partido afirma que el contenido de la actual forma de Estado es el fascismo, que, de hecho, constituye el contenido de todas las formas modernas del Estado en la etapa imperialista del capitalismo. Así, la diferencia entre dictadura franquista y monarquía parlamentaria es sólo formal, manteniéndose su esencia política fascista . La tergiversación consiste en sustituir el concepto marxista de dictadura de clase por el de fascismo . Para el marxismo, la dictadura de clase constituye la esencia de todo Estado, que puede adoptar diferentes formas en función de la correlación de fuerzas entre las clases. La transformación de lo que no es sino una forma más de dictadura burguesa, el fascismo, en la esencia de todo tipo de Estado burgués en la actualidad, no es más que un truco que permite al PCE(r) anteponer la oposición fascismo-democracia a la verdadera oposición marxista entre dictadura de la burguesía y Dictadura del Proletariado, con el fin de poder presentar, así, al proletariado un programa reformista, democrático y republicano que elude el problema de socavar y derruir las bases sobre las que se sostiene la dictadura de clase de la burguesía. Prosigamos, entonces, con el análisis de la nueva forma política de dictadura de la burguesía que continuó a su forma fascista del periodo franquista.

El pacto signado en la llamada transición configuraba un bloque de hegemonía política en el que se incorporaban ciertos sectores sociales representados por la oposición antifranquista –principalmente, burguesías medias periféricas y aristocracia obrera– y los objetivos estratégicos de expansión imperialista de la oligarquía financiera –a través de la integración en las estructuras internacionales del capital, principalmente la OTAN, la CEE, las instituciones de Breton Woods y el GATT–. El acuerdo, además, recogía la estrategia económica que ya se había gestado anteriormente en los pactos de la Moncloa : la reestructuración del modelo de acumulación, tras la estabilización política, en términos de liberalización y de desmantelamiento del capitalismo burocrático. La resistencia del búnker y de algunos sectores vinculados al aparato de administración y gestión del viejo Estado crearon cierta incertidumbre hasta que, consolidada la transición política con la mayoría absoluta del PSOE en las elecciones de 1982, se inició de inmediato el proceso de reestructuración económica con la reconversión industrial. Las fases más duras de este proceso transcurrieron durante los primeros gobiernos de Felipe González, proceso que centró la lucha de clases proletaria durante toda la década de los 80. Sus principales consecuencias fueron la transformación –y reducción escandalosa– del tejido industrial y, acompañando a este fenómeno, la recomposición socioeconómica de la estructura de clase del proletariado, hasta esos momentos asociado a la gran industria de segunda y tercera generación. El hecho de que, durante todos esos años, la única oposición política al gobierno se encontrase fuera del parlamento y estuviera protagonizada por la moderada resistencia de los sindicatos a su política económica (se convocaron, entre 1982 y 1988, dos huelgas generales, por supuesto, pacíficas) dice mucho sobre el grado de consenso alcanzado por todos los sectores que componían el bloque hegemónico y, por lo que respecta a la aristocracia obrera, revela la preocupación de sus representantes por que la recomposición estructural que estaba padeciendo la fuerza de trabajo y el pago de los costos sociales de la reestructuración económica, que recaía completamente sobre las espaldas de las masas de la clase obrera, no repercutiera de manera demasiado lesiva sobre su base social.

El capitalismo español homologaba, de esta manera, su modelo de acumulación con el de los países imperialistas de su entorno, que habían iniciado sus ajustes económicos a mediados de los 70, cuando las crisis del petróleo y del sistema monetario internacional obligaron a desmantelar el modelo de capitalismo de Estado vigente desde la Segunda Guerra Mundial. El nuevo modelo de acumulación es un modelo de integración económica internacional que debía cumplir con los requisitos neoliberales de retraimiento del Estado como agente económico –limitándose a mero regulador y valedor del mercado–, de contención del gasto público y de equilibrio presupuestario, y que, en el caso español, adolecía de defectos estructurales motivados, en gran parte, por la herencia de las deficiencias que arrastró la revolución industrial en este país en la segunda mitad del siglo XIX. De esta manera, la integración económica regional imponía un modelo de acumulación basado en la exportación de capitales y en la producción y consumo de servicios y bienes de uso, así como en el déficit permanente en la balanza comercial y la inflación y el paro estructurales –además de la baja productividad y el fracaso en los sectores de alto valor añadido– como puntos débiles del sistema. En estas condiciones, la integración imperialista de su economía sitúa al Estado español como potencia de segundo orden en el concierto europeo e internacional, con intereses estratégicos crecientes en Europa y en los países oprimidos, que entrelazan cada vez más los intereses políticos del bloque hegemónico con las instituciones del capitalismo internacional, las clases imperialistas a las que representan y con las oligarquías de los países periféricos. Así, los ejes estratégicos de la política del bloque dominante giran en torno al europeísmo en política exterior –pues la consolidación de la UE como centro imperialista mundial garantiza tanto la continuidad de un modelo de desarrollo económico dependiente de la integración económica internacional, como la defensa de los intereses financieros en los mercados extraeuropeos– y en torno a la estructura autonómica territorial del Estado –que garantiza el respeto de los intereses de las burguesías medias locales y nacionales–. Por consiguiente, la conclusión obligada es que el Estado español no es un país oprimido por el imperialismo, ni un Estado sometido a los designios de potencias extranjeras, como todavía defienden algunos partidos comunistas para justificar su política de conciliación con la burguesía y su programa republicano antiimperialista de revolución democrática y nacional como paso necesario y previo al socialismo. El Estado español es un Estado plurinacional imperialista en el que los capitalistas vernáculos no sólo disfrutan de un sistema político de dominación que vela por sus beneficios extraídos de la opresión y de la explotación de las masas hondas y profundas de su clase obrera, sino que también les ha permitido establecer estrechas alianzas internacionales con las clases dominantes del actual sistema imperialista mundial, tanto de los países opresores como de los oprimidos, que le permiten, también, beneficiarse de la explotación de sus pueblos. La miopía que impide a esos comunistas republicanos ver el papel que juega la burguesía imperialista del Estado español en el entramado internacional tiene su origen –como ya se ha dicho– en su concepción economicista de la lucha social, que le imposibilita para todo análisis de clase, y en la tendencia hacia el oportunismo y la convergencia política con la burguesía que implementa esa concepción, todo lo cual cristaliza, debido a determinadas herencias culturales de nuestra historia, en el programa republicano.

Pero continuemos con la evolución económica del modelo de acumulación capitalista introducido a partir de principios de los 80. Lo más destacable del mismo es que, a partir de la primera mitad de los 90, el motor del desarrollo económico se sitúa cada vez más en el ramo de la construcción, que produce un boom inmobiliario en el que prospera todo un universo de promotores, especuladores del suelo y constructoras a lo largo y ancho del territorio, y que, al calor de esta expansión inmobiliaria, emerge toda una poderosa fracción de la clase capitalista que pronto querrá ver reflejado su poder económico en poder político. En más de una década de desenfreno inmobiliario, han aparecido más de 40.000 nuevas fortunas relacionadas con el ladrillo ; de hecho, tres de los cuatro primeros grandes patrimonios en el ranking de los ricos pertenecen al negocio inmobiliario. Este ramo crea actualmente el 14% de los nuevos puestos de trabajo, ocupa al 11% de la población activa y cubre el 17% de la inversión total. Según cifras oficiales, genera el 10'5% del PIB, pero como en gran parte es economía sumergida , datos más realistas otorgan a esta actividad en torno al 25% del PIB. Sin ninguna duda, las actividades relacionadas con la construcción son las que más han prosperado en los últimos años: si a mediados de los 80 se construían en el Estado español unas 200.000 viviendas, en 2006 se crearon 850.000. Este crecimiento explosivo no lo ha experimentado ningún otro ramo de la economía. Y es este modo particular como se ha manifestado en la formación socioeconómica española el desarrollo desigual propio del modo de producción capitalista lo que explica las contradicciones de clase y los conflictos políticos que han protagonizado el último periodo.

El empuje del sector de la construcción, que ha elevado los precios de la vivienda hasta cotas intolerables (se lleva el 41% de la renta disponible familiar, más del doble que en 1987), tira del consumo y lo convierte en el otro pistón del motor económico. En 2006, el endeudamiento de los hogares alcanzó el 114% de sus ingresos, y para finales de este año se espera que llegue al 140%. Esta presión sobre el ahorro indica signos de agotamiento del actual modelo de desarrollo y pone en guardia a los gestores económicos del sistema de cara a tomar medidas para que el estallido o el aterrizaje suave de la burbuja inmobiliaria no suponga en el futuro un crash económico similar al que provocó la crisis asiática . De hecho, el Banco de España ya está pidiendo a las entidades crediticias que refuercen las provisiones de fondos destinados a afrontar los impagos y la morosidad creciente que se prevé a medio plazo en vistas de la ralentización que empieza a experimentar el sector tras el cambio de tendencia en los tipos de interés.

Pero lo importante, más allá de presagios catastrofistas –en los que, como resortes del cambio político, han depositado tradicionalmente sus ingenuas esperanzas los comunistas–, consiste en cómo esta potencia económica ha logrado traducirse en potencia política. Aunque la red de intereses relacionados con el ladrillo abarca todo el territorio del Estado (por ejemplo, en Galicia se prevé construir 600.000 viviendas, más que en toda la Costa del Sol), salpica a todos los partidos institucionales (como demostró el tamayazo en Madrid, ante cuya comisión de investigación se pasearon también los intereses que los cuadros dirigentes del PSM tienen o terminan teniendo con el negocio inmobiliario; desde luego, más que con el movimiento obrero) y crea intereses comunes con amplios sectores sociales (como ha demostrado el respaldo electoral a candidatos involucrados en escándalos urbanísticos en las últimas municipales), donde ha conseguido consolidar un polo de referencia es allí donde ha establecido lazos y ha sabido conformar un entramado de intereses con otros sectores económicos estratégicos, como el turismo y, en menor medida, la agricultura de exportación. De este modo, el Levante peninsular se ha convertido en el promontorio de todo un modelo de desarrollismo y en el territorio prototipo donde fermentan permanentemente las condiciones de reproducción económica y cultural de esta nueva fracción de la clase poseedora. Y no es extraño que de este caldo de cultivo hayan surgido, igualmente, los especímenes políticos que lo representan, como el señor E. Zaplana, halcón que encabeza, dentro del PP, a la corriente que defiende abiertamente los intereses de la nueva clase emergente.

Es a partir del año 2000, con el gobierno de mayoría absoluta de José Mª Aznar, que se dan las condiciones para el asalto al poder de esta fracción de la clase capitalista. Este hecho y sus consecuencias son lo que ha caracterizado y caracteriza todavía el último periodo político, que consiste en la polarización política en torno a dos sectores de la clase dominante y en la fisura institucional abierta entre los dos partidos parlamentarios principales como reflejo de esa confrontación social. Por esa fisura se han colado todos los episodios políticos relevantes de los últimos años, desde las macromanifestaciones contra la guerra de Irak, hasta las negociaciones con ETA, pasando por el plan Ibarretxe , la recuperación de la memoria histórica , etc. En contra de lo que piensan muchos, todos estos episodios no reflejan ni han reflejado, en absoluto, contradicciones entre la clase dominante y las masas trabajadoras, sino contradicciones en el seno de la clase dominante, que, en su enfrentamiento intestino, ha sabido arrastrar en su apoyo a algunos sectores populares.

Por otro lado, en el contexto de esta pugna, aparece también la expresión ideológica que la justifica. El aznarismo es la corriente ideológica que, dentro del PP, se ha hecho valedora de las ambiciones de la nueva clase. Esta ideología ha buscado y recogido del pasado reciente de nuestra historia los elementos más reaccionarios para articular un discurso de legitimación y un proyecto político de identificación que otorgan personalidad y cohesión al programa de lucha por la hegemonía del poder del Estado de esta fracción social. Pero este objetivo implica el desplazamiento de otras fracciones de la clase capitalista instaladas en el poder y el atentado contra intereses de los sectores sociales dominantes.

En su fase de asalto frontal de las posiciones del bloque hegemónico, durante la segunda legislatura de los populares , el gobierno de Aznar dinamitó el principio de consenso político , que había sido la base del pacto constitucional, impulsando un giro de 180 grados en la política del Estado en las cuestiones estratégicas que conformaban los pilares del statu quo desde 1978. Así, en política exterior, imprimió un viraje atlantista en la política de alianzas al involucrarse en la guerra de Irak, apoyando incondicionalmente la invasión de la coalición imperialista que, en el contexto de la crisis internacional que suscitó esa agresión, supuso la paralización de facto del proceso de construcción europea. En política interior, inició una campaña de demonización y acoso judicial del nacionalismo, a través de la ofensiva directa contra el vasco –con la excusa de la derrota de ETA–, que comportaba la identificación del nacionalismo en general –incluido el moderado del PNV– con el terrorismo y su potencial exclusión del marco legal vigente. Naturalmente, esta reforma de los lineamientos estratégicos que tradicionalmente habían guiado la política española se justificó y adornó con un discurso ideológico que rescataba los viejos laureles del chovinismo españolista de gran potencia, hasta el punto de provocar una grave crisis diplomática con Marruecos a cuenta del pedrusco de Perejil, reminiscencia, entre otras, del pasado colonial español. Finalmente, para garantizar la continuidad económica del modelo desarrollista en el que medraba la fracción social en la que se apoyaba, diseñó un Plan Hidrológico Nacional (PHN) a la medida de las necesidades del emporio turístico-inmobiliario levantino, que expoliaba literalmente el agua de los cauces del Ebro y del Tajo en su trasvase a las cuencas de los ríos del sur y sureste peninsular.

El giro atlantista del Gobierno Aznar perjudicaba a los sectores más instalados del capital financiero español no sólo porque, por ejemplo, la guerra de Bush desbarataba los planes de penetración en la zona del Golfo Pérsico de empresas como Repsol, que ya tenía firmados los contratos de explotación con Sadam Husein, sino, sobre todo, porque debilitaba las posiciones de poderosas empresas, como Telefónica y el Banco de Santander, en América Latina, principal foco de exportación de capitales españoles, frente a la competencia a largo plazo de las empresas norteamericanas sin el respaldo de una UE consolidada y fuerte que considera esencial el papel de la madre patria como su cabeza de puente en el Mercosur . Por su parte, los ataques contra los nacionalismos históricos perseguían el aislamiento de las burguesías medias nacionales, comenzando por la vasca, en vistas a su posterior desplazamiento de sus posiciones dentro del bloque hegemónico de clase. Esta fracción de la clase burguesa, desde luego, es la más débil de las que componen ese bloque, y por tanto, el sector más fácil de sustituir. En cuanto a la aristocracia obrera, el gobierno cocinó una serie de medidas, que legalizó vía decreto, sin concertación social (forma que adopta el consenso entre los agentes sociales ) ni el permiso de los sindicatos, dirigidas a abaratar aún más los despidos y a reducir drásticamente el subsidio por desempleo. Como respuesta, los sindicatos convocaron la huelga general del 20 de junio de 2002, que transcurrió sin pena ni gloria, y el gobierno ni se inmutó. Sin embargo, meses después hubo de retirar el decretazo. Lejos de una victoria de la clase obrera, o de su capa privilegiada, esta rectificación mostraba una maniobra política de repliegue provocada por otros contrincantes del gobierno. Y es que las burguesías nacionales se disponían para la contraofensiva. El tripartito en Catalunya y, fundamentalmente, el plan Ibarretxe son la respuesta de esos sectores de la burguesía media –que ha recabado apoyos en la pequeña burguesía y entre las masas obreras– al ataque a sus posiciones dentro del Estado. El plan del gobierno pone de manifiesto su debilidad cuando decide cerrar con concesiones el frente abierto contra la aristocracia obrera para centrarse, con todos sus recursos, en su cruzada centralista. Con ello, se beneficiaría del apoyo, o, al menos, de la neutralidad de la aristocracia obrera hacia su política beligerante, como quedaría demostrado poco después, con la crisis de Irak, cuando los sindicatos se abstuvieron de tomar alguna medida seria de resistencia a la intervención imperialista del gobierno español (UGT convocó un paro testimonial de dos horas el 10 de abril de 2003, y CCOO, nada). Quien sí aceptó el envite de la guerra de Irak para contrarrestar la política del aznarismo fue un sector de la gran burguesía financiera que, a través de su poder mediático y de organismos como la Plataforma de Cultura Contra la Guerra –formada por intelectuales y artistas–, organizó la mayor movilización de masas de la historia reciente de este país. La polarización política y el método del aislamiento político que el gobierno había puesto en práctica durante toda la legislatura como estrategia para conquistar peso en la correlación de fuerzas de clase, se volvía en su contra. Finalmente, el 11-M precipitó los acontecimientos. La pretensión de utilizar en beneficio propio los atentados contra los trenes de cercanías madrileños como arma electoral y como instrumento para terminar de aislar al nacionalismo vasco, se tradujo en indignación y más movilizaciones de masas, que salieron a la calle en la víspera del 14-M y que, este día, acudieron a las urnas –incluidos millones de abstencionistas– para echar al gobierno del PP. El asalto frontal a las posiciones del bloque hegemónico había fracasado. La nueva clase, con sus jefes recluidos en los despachos de la Calle Génova, requería de una nueva táctica.

Como cabía esperar, el nuevo gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero aplicó inmediatamente una política de contrarreforma: retirada de las tropas de Irak y crisis diplomática con EE. UU., nuevo empuje al europeísmo con el respaldo pleno de la Constitución europea, derogación del PHN y concesión cortés para que el plan Ibarretxe fuera defendido por el Lehendakari en el parlamento de Madrid. Y, como cabía esperar, el PP en la oposición inició una estrategia de desgaste acelerado del gobierno, oponiéndose sistemática y frontalmente a todas y cada una de sus iniciativas, manteniendo el clima de crispación social y polarización política. Tras fracasar en el ataque directo, quiere ahora, al parecer, aplicar la táctica de cerco del enemigo. Por su parte, el primer objetivo de Zapatero ha sido el de recuperar el pacto constitucional, restaurando sus bases sociales y la correlación de clases sobre la que se sostiene, intentando, al mismo tiempo, ampliar los apoyos sociales de su política para poder disponer de reservas a las que recurrir en el largo plazo, dado el panorama de hostigamiento permanente a que le somete la oposición. En este sentido, la legislación social promulgada (Ley de Dependencia, Ley de Igualdad, Ley de matrimonios homosexuales, ayudas por natalicio) pretende ganar la fidelidad de una parte del electorado, mientras que la reforma de los estatutos de autonomía, junto a la incorporación de los partidos nacionalistas de la pequeña burguesía (ERC, BNG) a los gobiernos regionales, persigue atesorar capital político de cara a asegurar un posible gobierno con minoría parlamentaria en la próxima legislatura. Sin embargo, el plan estrella, en este punto, la solución pacífica del conflicto vasco, ha fracasado, debido, por supuesto, a la intransigente obstinación del imperialismo español por no atender siquiera el programa mínimo del MLNV que, incluso, concedía la postergación del ejercicio del derecho de autodeterminación para un momento posterior al fin del proceso de paz y de la estabilización democrática de Euskal Herria.

En el campo contrario, no pintan las cosas claras. De hecho, se abren tendencias contradictorias que plantean muchos interrogantes sobre las posibilidades futuras de la actual estrategia de confrontación del PP, fundamentalmente, porque la base socioeconómica sobre la que se aupó la corriente que terminó por encabezar Aznar está experimentando cambios que hacen mucho más movedizo el terreno en el que pueda continuar apoyándose el programa rupturista del aznarismo. Efectivamente, en torno al año 2000, tuvo lugar un gran proceso de concentración en el sector inmobiliario, con fusiones y absorciones de empresas (Vallehermoso terminó la adquisición de Prima Inmobiliaria, Bani completó la absorción de Zabálburu, Metrovacesa se hizo con Resinar, Urbis con la filial inmobiliaria de Dragados, Ferrovial refundió y reestructuró sus grupos promotores, etc.) que clarificó el panorama y confirmó la tendencia hacia la centralización en núcleos empresariales estables con aspiraciones a controlar el mercado. Esta fuerza centrípeta hacia el monopolio frena la influencia económica de los intereses localistas de las innumerables pequeñas empresas del sector y la trascendencia política de sus alianzas con los poderes locales, resorte que había servido de plataforma de lanzamiento de la nueva clase emergente, al mismo tiempo que le indica una salida empresarial mediante la ligazón, a través del mercado, con los oligopolios del sector. Y al mismo tiempo que el mercado abre expectativas económicas a este mundo empresarial, el Estado le ofrece expectativas políticas. En 2006, tuvo lugar un nuevo proceso de reestructuración en el sector de la construcción cuando las grandes firmas del mismo iniciaron o aceleraron fusiones con empresas de otras ramas estratégicas de la industria, principalmente del sector energético. Zapatero dio luz verde a este proceso cuando bendijo la OPA de Gas Natural a Endesa. Lo que parecía una operación de blindaje del mercado estatal de la energía ante su futura liberalización se ha convertido en el entrelazamiento de intereses monopolistas de las grandes empresas de estos dos sectores de la economía. Así, a la entrada de Acciona en Endesa, se ha unido la participación de Sacyr Vallehermoso en Repsol; pero destaca, sobre todas, ACS, que controla el 35% de Unión Fenosa, la tercera eléctrica española, el 10% de Iberdrola, que es la segunda, y el 5% de Cepsa, las cuales, a su vez, participan de los negocios de otras empresas extranjeras del ramo como Eni, Enel o Galp. La operación de nacionalización del sector energético que, tras el abordaje de las constructoras, deja en buenas posiciones a las empresas nativas en este mercado frente a la eventual entrada de los competidores extranjeros a partir de 2012, será premiada por el gobierno con una próxima subida de la factura de la luz. Además, el papel de las constructoras en estas operaciones dentro del mercado energético ha tenido la peculiaridad de que ha desplazado a la banca, tradicional protagonista en el intercambio de títulos en las opas de los gigantes empresariales, que esta vez se ha limitado a financiar las operaciones de otros. De hecho, los bancos se están replegando cada vez más hacia su negocio tradicional, la banca comercial (no en vano el 60% de sus beneficios proceden de comisiones sobre sus productos y cada vez menos en inversiones productivas, y no en vano el 80% de los beneficios del primer banco estatal, el Santander, procede de la banca comercial). Todos estos hechos han favorecido y reforzado la posición monopolista del capital inmobiliario y, desde el punto de vista de clase, han facilitado y acelerado –sobre todo en el último lustro– su incorporación como parte integrante del capitalismo financiero, permitiéndole estrechar sus vínculos con el resto de las fracciones del bloque hegemónico en el Estado español.

Por consiguiente, lo que nos encontramos es que, al mismo tiempo que el PP en el gobierno ejecutaba su asalto al poder, se empezaba a resquebrajar la plataforma socioeconómica sobre la que se apoyaba su programa hegemonista. Por lo que se ve, las posibilidades de que la fisura en el seno de la clase dominante se amplíe hasta la fractura disminuyen, al mismo tiempo que la eventual recomposición del bloque hegemónico con la consiguiente reconstitución política, total o parcial, del Estado. A la incertidumbre que abren ante el PP los últimos desplazamientos de clase, se suma la incertidumbre que trajeron consigo el fracaso del proyecto rupturista del aznarismo y la derrota electoral de marzo. Tanta incertidumbre ha abierto el debate entre las corrientes del partido. Aunque parece que Aznar dejó todo atado y bien atado, lo cierto es que hay luchas internas. De hecho, Rajoy no es Aznar. Rajoy es un ecléctico, más que un aznarista acérrimo –como Zaplana o Acebes– es un conciliador de las distintas tendencias de su partido. Pero no puede ocultar, por ejemplo, las desavenencias entre bandos de su organización en Madrid, que son la mejor muestra de las contradicciones internas que ha dejado en herencia Aznar. Por no hablar de los barones regionales del partido, incómodos ante las consecuencias que puede acarrear a sus aspiraciones políticas llevar demasiado lejos el discurso centralista y catastrofista en asuntos como la reforma de los estatutos, y que han sido los primeros en comenzar a minar la coherencia de ese discurso al votar a favor de reformas en Andalucía o Baleares que su partido había criminalizado en Cataluña. Además, recientemente, Rodrigo Rato ha entrado en escena. Este personaje representa a la corriente liberal del PP que mantuvo serias reticencias ante la intervención militar española en Irak. Esto le privó de todas sus opciones a la sucesión de Aznar y provocó su posterior depuración de la dirección del partido. La forma precipitada como ha abandonado su puesto directivo en el FMI no indica otra cosa que desea participar en la lucha por el poder dentro de la cúpula del PP. Lo cual, unido a las maniobras de Gallardón en la capital, parece confirmar que en su propio partido se extiende cada vez más la idea de que, si tras las próximas generales el PP no forma gobierno, el liderazgo de Rajoy habrá sido sólo un paréntesis entre el proyecto de Aznar y otro liderazgo fuerte. Consciente de este peligro y de que, por los resultados de las elecciones de mayo, el aislamiento creciente de su política y de su partido le pueden imponer un techo electora l, se ve en la necesidad de reclamar una reforma de la Ley Electoral, con el fin de introducir un sistema mayoritario que le dé opciones para gobernar en solitario, única salida a la que le aboca su estrategia de confrontación. De lo contrario, la crisis en su partido está servida.

Pero, ¿cómo ha influido el escenario principal de las luchas de clases sobre el movimiento obrero y sobre la vanguardia comunista? No hace falta decir que las masas de la clase obrera no han tomado parte activa en él. Se han limitado a contemplar los acontecimientos o a acudir al llamamiento de alguno de los actores enfrentados. Y han tenido faena, pues, tras ser relegado del poder, el PP no ha dudado en sacar a la calle la lucha de clases, movilizando a las masas en su cometido de desgastar al gobierno y crispar el ambiente político, algo inaudito en 30 años de parlamentarismo viniendo de uno de los partidos del sistema de turnos sobre el que se sostiene la gobernabilidad del Estado. Pero ésta es otra de las consecuencias de la ruptura del consenso y del desbordamiento de las instituciones como medio de canalización de los conflictos de clase que trae consigo. Así pues, el modo como se ha reflejado el enfrentamiento entre las facciones de la clase dominante en el ámbito de amplios sectores de la vanguardia consiste en que se ha percibido ese ambiente de radicalización y polarización políticas como causado por la fascistización de la derecha española. Esta simple conjetura, propia de mentes ajenas a todo análisis de clase, ha alimentado el espíritu republicanista como reacción espontánea (no se podía esperar otra cosa) y natural de la izquierda no institucionalizada –dada su tradición cultural guerracivilista–, y ha actuado como revulsivo para la convergencia hacia el programa de III República de innumerables grupúsculos a la izquierda del PCE. Incluso este partido, para no perder comba, se ha dejado contagiar por la fiebre republicana. De este modo, han cuajado, en los últimos años, varias plataformas republicanas, que se han mostrado relativamente activas hasta que se han estrellado contra la realidad que les ha impuesto su fracaso en las elecciones del 27-M.

Pero lo más destacable de este fenómeno es que ese movimiento de convergencia republicano supone, objetivamente, un desplazamiento hacia la derecha de todo un amplio espectro de la vanguardia, y que, en realidad, se trata de un movimiento de convergencia con la izquierda institucional. Efectivamente, como garante del pacto constitucional y como respuesta a la ruptura del consenso por parte del PP, el PSOE ha roto el pacto de silencio que, desde la transición , se impuso a todo lo relacionado con la II República y la Guerra Civil, permitiendo elevar la voz al movimiento de recuperación de la memoria histórica –aunque éste se haya visto defraudado con la ley que al respecto hizo aprobar Zapatero en el parlamento– y dando alas y expectativas políticas a los restos del naufragio del revisionismo que aún sobreviven bajo la forma de fermento grupuscular. Naturalmente, esta concesión se sitúa dentro del contexto de apertura hacia la izquierda que está realizando el equipo de Zapatero con vistas a ampliar sus apoyos electorales o sus apoyos políticos ante un posible próximo gobierno en minoría; sobre todo, teniendo en cuenta que la crisis crónica del PCE-IU no garantiza la hegemonía electoral de la izquierda institucional en el largo plazo. Precisamente, es muy probable que la descomposición del PCE haya convencido a los elementos más inteligentes y persuadidos en algunas instancias del poder de la conveniencia y de los beneficios que tendría cierto reagrupamiento del fragmentadísimo campo político que se sitúa a la izquierda del PCE, siempre y cuando manifieste su vocación reformista y parlamentaria. Corriente Roja, que cumple a rajatabla esas condiciones, ha realizado el primer intento en esta dirección. Aprovechando el clima favorable que le ofrecen las tendencias políticas que generan las actuales contradicciones de clase, rompió con IU con el objetivo de nuclear un proyecto de unificación de ese campo levantando la bandera tricolor. Pero desde que presentó su carta de credenciales en Salamanca, en octubre de 2005, el proyecto se ha desinflado.

Lo importante, sin embargo, es comprender que, dada la correlación de fuerzas de clase actual, y la polarización política en que se traduce, todo proyecto de frente republicanista sólo serviría de apoyo a las maniobras políticas del PSOE. Y en el caso improbable de que las luchas entre las fracciones dominantes desembocasen en fractura política y en confrontación civil, las fuerzas de ese frente terminarían sirviendo a una fracción de la clase dominante bajo el lema de unidad de la izquierda frente al fascismo , como ocurrió en 1936. Una vez más, los intereses del proletariado quedarían relegados en nombre de una causa común superior o más urgente , la defensa de la democracia (consigna que, por cierto, aparece cada vez más frecuentemente en las proclamas de los comunistas republicanos).

¿Qué hacer?

En conclusión, las luchas de clases en el Estado español han trasladado la polarización en el seno de la clase dominante al seno del movimiento comunista. La presión de esas luchas sobre el movimiento obrero y el movimiento comunista ha empujado al ala derechista de éste más hacia la derecha, hacia la convergencia con la socialdemocracia, ampliando su distancia con el ala izquierda que denuncia la solución reformista republicana y defiende la solución revolucionaria de la crisis económica y política del capitalismo. Esta disposición objetiva del estado del movimiento comunista contemporáneo es la realidad concreta a la que es preciso remitirse y desde la que es preciso partir en la aplicación del plan de reconstitución del comunismo revolucionario, es el eslabón al que hay que aferrarse para vincular este plan con el estado real de la lucha de clases. Estas luchas han delimitado claramente los campos en nuestro movimiento, confirmando plenamente la experiencia histórica del movimiento obrero internacional al señalar como vigente la oposición y la lucha entre las dos tendencias posibles en el desarrollo del movimiento obrero: como clase subsidiaria de una fracción de la burguesía (con la III República como programa máximo), o como clase independiente con programa propio (la conquista de su dictadura de clase desde la Guerra Popular).

Ciertamente, el último periodo de las luchas de clases ha contribuido a aclarar el panorama del movimiento comunista: el centro ha desaparecido y aquéllos destacamentos vacilantes que todavía dudaban o incluso denunciaban el objetivo de la República –hablando incluso de vía armada , aunque sin incorporarla a su línea política– han terminado basculando, en su mayoría, hacia ese programa, cegados por el ambiente de reacción a las posiciones neofascistas resucitadas por la derecha y por las expectativas despertadas por una posible recomposición republicana de la izquierda . Hoy por hoy, en el movimiento sólo existe una alternativa: República o Guerra Popular.

Si se nos permite recurrir al argumento ontológico que más arriba hemos expuesto sobre las dos formas de concebir la solución de la contradicción, comprobaremos que se corresponden con cada una de esas dos líneas que, a su vez, reflejan políticamente dos concepciones del mundo antagónicas. En efecto, la lógica de desarrollar la contradicción como método para su superación conduce a los comunistas republicanos a incorporarse a las luchas tal como se presentan. No sólo ante las luchas de tipo sindical entre obreros y patronos, sino también ante las luchas políticas entre las demás clases. De ahí su tendencia a configurarse en ala extrema del sector más progresista o más democrático cuando la pugna principal tiene lugar entre fracciones de la burguesía, de ahí su táctica de conducir al movimiento obrero a rebufo del partido burgués menos reaccionario . Los verdaderos comunistas, en cambio, como se trata de revolucionar la contradicción, optan por crear las condiciones que lo permitan (la construcción del movimiento revolucionario del proletariado, el Partido Comunista), para “eliminar” la contradicción –como decía Marx– fagocitándola desde un proceso de escala y calado incomparablemente mayor (la revolución proletaria). Sólo en estos términos puede la lucha de clases proletaria ocupar el centro de las luchas de clases en la sociedad, sólo así su contradicción con el capital determinará el desenvolvimiento de las demás contradicciones sociales.

Por consiguiente, en función de las condiciones objetivas que impone la lucha de clases, el plan de reconstitución debe centrarse en el ala izquierda del actual movimiento comunista, debe ser aplicado por su sector revolucionario, aquél que defiende los principios que lo inspiran y ordenan, por quienes apuestan por la vía revolucionaria de Guerra Popular. La Propuesta concreta que a continuación ofrece el MAI a la vanguardia presupone, pues, esta primera condición. A partir de aquí, presenta los elementos que pueden permitir el cumplimiento de las tareas de la primera etapa que establece la Línea de Reconstitución del Partido Comunista: la etapa de defensiva política estratégica de la vanguardia proletaria.

1. La primera tarea de los comunistas revolucionarios consiste en defender la Línea General de la Revolución Proletaria Mundial, la Línea de Reconstitución del Partido Comunista, la Guerra Popular como estrategia militar y como línea de masas de la revolución. Deben defender la vitalidad de la ideología proletaria, el marxismo en todos sus desarrollos, y la vigencia de su programa de construcción del Comunismo desde la Dictadura del Proletariado. Para ello, es fundamental la realización y conclusión, en lucha de dos líneas, del Balance de la experiencia histórica de la Revolución Proletaria Mundial y, en particular, del Ciclo de Octubre, como fuente primera y principal de reconstitución de la teoría proletaria como teoría de vanguardia. De manera específica, deben combatir ante las masas y ante la opinión pública en general al ala derechista del movimiento, su deriva oportunista, su línea reformista, su programa republicanista y cualquier programa mínimo de conquistas parciales anterior a la conquista del poder, desenmascarando los señuelos y los engaños que ofrece a la clase obrera para alejarla de sus objetivos revolucionarios.

2. Esto mismo debe ser llevado al plano internacional, al conjunto del movimiento comunista internacional. En particular, y como cuestión de primer orden, es preciso desarrollar lucha de dos líneas contra la línea negra de renuncia a la Guerra Popular y de apertura de una tercera vía que ha comenzado a articularse a raíz del giro revisionista de la dirección del Partido Comunista de Nepal (maoísta) y que ha encontrado eco en un sector del movimiento comunista internacional encabezado por el Partido Comunista Revolucionario de EE.UU.

3. Apertura de un debate, en estrecha conexión con el Balance histórico, sobre la Línea General de la Revolución Proletaria en lo tocante, particularmente, a problemas candentes relacionados con la naturaleza del partido de nuevo tipo proletario y la cuestión nacional. El MAI está seriamente preocupado –por no decir perplejo– porque muchas organizaciones revolucionarias internacionalistas en el Estado español, casualmente casi todas ellas maoístas, como Kimetz , La Rebelión Se Justifica y otras, tienden a circunscribir –y a justificar teóricamente esta restricción– su actividad al ámbito de las nacionalidades en que se ubican –principalmente, Euskal Herria, Catalunya y Galiza–, encerrándose en las fronteras territoriales y culturales que el capital impone al proletariado. Es preciso clarificar este tipo de cuestiones, relacionadas con la Línea General, en función de la Reconstitución de un Partido Comunista en el Estado español.

4. Propuesta organizativa.

Todos los destacamentos, organizaciones o personas que compartan esta propuesta de contenidos –independientemente de lo que suscriban o no de los fundamentos que han conducido a ella a lo largo de esta carta abierta– deberán iniciar contactos con vistas a la planificación, organización y cumplimiento de los objetivos que señala esa propuesta de contenidos, tomando en consideración la necesidad de organizar, al menos:

• Un Seminario sobre la revolución china como experiencia más elevada del Ciclo de Octubre y, una vez concluido, retrospectiva aplicando sus resultados al resto de las experiencias del Ciclo, según el principio científico de que el desarrollo de un fenómeno se comprende mejor desde la perspectiva que da su evolución más alta.

• Órgano de prensa (periódico y/o revista y/o página web) como vehículo de propaganda y como foro de debate que refleje la lucha de dos líneas por la Reconstitución.

• Comité de Dirección que vele y dirija el cumplimiento de las tareas y los acuerdos alcanzados por las organizaciones y miembros asociados a esta Propuesta de Plan de Trabajo.

Julio de 2007

MOVIMIENTO ANTI-IMPERIALISTA