Lectura comparada

Aunque muy sucinto y demasiado concentrado, este resumen de la experiencia del PCP es suficiente para resaltar varios elementos característicos de una visión correcta de la revolución proletaria, pertinentes en el debate que aquí nos ocupa. En primer lugar, en relación con esos cuatro problemas de la revolución que conforman el camino de postas que debe recorrer la línea proletaria y que el PCP respetó y abordó en su estrecha ligazón interna, comprobamos que, ya a primera vista, el PCE(r) se desentiende completamente del cuarto de ellos, el que tiene que ver con el Nuevo Poder, con todo lo que rodea a la construcción del nuevo Estado. Y es que este partido no plantea como objetivo inmediato un Estado tipo Comuna, fundado sobre comités populares de base –cuya necesidad intrínseca demuestra la experiencia del PCP–, sino un Estado de viejo tipo, bajo la forma de república democrática parlamentaria fundada sobre una Asamblea constituyente, siguiendo el modelo del gobierno de Frente Popular surgido de las elecciones del 16 de febrero de 1936, en virtud del cual, siempre según este partido, la II República se convertía en una república popular dirigida por el proletariado. No será preciso entrar ahora en este debate, aunque sí en el futuro, pues un amplio sector de la vanguardia todavía comulga, al igual que el PCE(r), con la rueda de molino de que la línea de conservación del Estado republicano burgués y de conducción de la guerra –ya que estamos tratando de la línea militar proletaria– al estilo convencional de los generales burgueses que aplicó durante la Guerra Civil el PCE de los revisionistas José Díaz y Dolores Ibárruri fue correcta. Y no será necesario reabrir ahora este debate porque el discurso antifascista en torno a la justicia social y la libertad que adorna el programa político minimalista del PCE(r) (un decálogo, corporativista en un 90%, de reivindicaciones parciales, elaborado con evidente intención oportunista atendiendo punto por punto las expectativas del nacionalismo, los presos, el sindicalismo de clase , el feminismo, la juventud, los inmigrantes, el socialpacifismo, etc.) ya basta por sí solo para definir su alcance y su carácter de clase pequeñoburgés, pues todas y cada una de sus reivindicaciones pueden ser aceptadas por amplios sectores de la burguesía no monopolista (incluyendo la temida expropiación del gran capital financiero, de la que este partido habla pero que se ha cuidado en dejar fuera de su programa de frente amplio antifascista ) y puesto que el PCE(r), tanto en éste como en su programa máximo (Asamblea constituyente), elude la cuestión crucial en este punto: la necesidad de la aniquilación del aparato estatal burgués –que no está formado sólo por su aparato represivo– y de su sustitución por el nuevo poder de las masas armadas. En esto, la posición del PCE(r) es la misma que caracteriza toda su política: propone medios para alcanzar objetivos de los que sólo habla, pero siempre ocultando la relación entre unos y otros, entre medios y objetivos. Con toda seguridad, porque en el planteamiento de este partido tal relación no existe o es imposible. Así, igual que en su línea militar el PCE(r) propone y hace propaganda sobre la necesidad de la guerrilla de cara a una futura e hipotética insurrección, de la que únicamente habla y cuyos lazos con la lucha guerrillera no se explican porque no los hay, de la misma manera, en la cuestión del Estado, propone positivamente un programa de reformas de amplio espectro social como medio de “acumulación de fuerzas” para la Dictadura del Proletariado, de la que sólo se habla –quedando, por supuesto, fuera de todas sus propuestas programáticas– y a la que recurre como referente abstracto para un futuro lejano y cuya relación con el programa político no se explica porque, en realidad, no existe. Este es el método de la demagogia, el método que siempre han utilizado el revisionismo y el oportunismo para liquidar la línea revolucionaria.

Más aún, es la posición del PCE(r) en esta cuestión del Estado la que, por cierto, nos orienta a la hora de emitir un juicio sobre el sentido de las negociaciones de este partido con el Estado. Antorcha rechaza la crítica que el MAI dirige a la línea de su partido porque persigue como objetivo estratégico forzar al Estado a un pacto. Con frases de manual contraataca reprendiéndonos porque parece que no comprendemos que los comunistas deben ser “flexibles”, que la lucha revolucionaria “no es un esquema ni una línea recta” y que no se debe dar la espalda a la negociación “si existe la posibilidad, por pequeña que sea, de conseguir algunas reivindicaciones”, eso sí, “mientras se tengan claros los objetivos estratégicos”. ¡Pues por eso mismo! Como, en última instancia, el objetivo estratégico es una constitución política que respeta en lo fundamental las estructuras del viejo poder, entonces, la política de negociaciones que practica el PCE(r) se corresponde con su línea de reformismo armado, como el MAI ya dejó dicho en su Declaración, y que los estrechos límites políticos en que se sitúan los contraargumentos de Antorcha –circunscritos a ese resistencialismo que es clave de bóveda de su ideología– no hace sino confirmar. Y que conste que aquí pasamos por alto el hecho objetivo de que lo que realmente negocia o está en condiciones de negociar el PCE(r) con el Estado, se refiere a temas de interés para su partido o para militantes de su partido, en absoluto relacionados con los intereses generales de la clase obrera.

Por otro lado, en relación con el primero de los cuatro problemas de orden estratégico planteados, el problema de la guía ideológica es, ahora mismo, a juicio del MAI, el eslabón de la cadena al que es preciso asirse para que la vanguardia no termine de perder totalmente el contacto con las necesidades de la revolución proletaria. Nos encontramos en la misma fase de construcción que enfrentó el PCP hasta 1976, la fase de definición de las bases de unidad partidaria –por utilizar su mismo lenguaje–, con la salvedad de que las circunstancias históricas son muy diferentes. Ya no es posible ni suficiente enarbolar la bandera de alguna de las corrientes que poblaron el movimiento comunista internacional durante el ciclo revolucionario pasado. El MAI piensa que es preciso partir del Ciclo de Octubre como ciclo cerrado y de su necesario Balance como punto de arranque de la reconstitución ideológica y política del comunismo revolucionario. Ya no es posible ni suficiente transitar el mismo camino que recorrió el PCP y proclamar el maoísmo como guía ideológica y como base de unidad partidaria. La profunda crisis general que atraviesa el comunismo, junto a la crisis que, en particular, ha abierto el Partido Comunista de Nepal (maoísta) [PCN(m)] dentro de la corriente maoísta, lo impiden. Es falsa la tesis de que quien ha fracasado es el revisionismo. La derrota ha sido del marxismo y la victoria del revisionismo y de la burguesía. La otra interpretación supone cerrar los ojos ante la realidad. La liquidación del movimiento comunista y del socialismo es el mejor testimonio del verdadero vencedor. Por eso el comunismo revolucionario ha perdido su posición de vanguardia, que debe recuperar; pero ya no es suficiente con rememorar o recuperar el viejo discurso, ante el cual el revisionismo ha demostrado su superioridad y el capital su inmunidad: es precisa su reconstitución como teoría de vanguardia a la altura de las exigencias de toda la experiencia acumulada por la lucha del proletariado revolucionario. El MAI está de acuerdo en que el maoísmo expresó el punto más elevado de desarrollo del marxismo durante el Primer Gran Ciclo Revolucionario, pero no está de acuerdo en que pueda ser punto de partida, sin más, del nuevo ciclo. En esto consiste, precisamente, la primera consecuencia de la cesura y de la discontinuidad que implica el fin del ciclo, que convierte esta época que nos ha tocado vivir en periodo de transición entre dos ciclos revolucionarios. Consideramos que organizaciones como el EhAKI y Kimetz , que han querido resolver la cuestión de la guía ideológica adoptando el maoísmo al mismo tiempo que parecen aceptar la tesis del ciclo revolucionario clausurado (ver su Manifiesto político o, más recientemente, Sobre la cuestión del Partido. Teoría y Práctica ), incurren en una contradicción que les impide extraer todas las consecuencias de esta tesis. Es preciso que la vanguardia revolucionaria reflexione y debata sobre esta cuestión de primordial importancia. No es posible, por ejemplo, aceptar sin más, eludiendo todo criterio crítico, la Gran Revolución Cultural Proletaria como el hito más alto del pasado ciclo obviando llanamente la cuestión de su derrota final. Resolver esta cuestión es insoslayable y no se puede dar un solo paso en la línea revolucionaria sin haberle dado solución. Esto no significa que el MAI rechace la experiencia pasada de la Revolución Proletaria Mundial, como algunos han querido interpretar, sino todo lo contrario: sólo puede partirse de esa experiencia como base de reconstitución; ésta sólo es posible desde la asimilación crítica de la experiencia del marxismo a lo largo de todo el Ciclo de Octubre. El desarrollo de la lucha de clases proletaria requiere de la vanguardia un balance periódico, como hizo Marx de las revoluciones de 1848 y de la Comuna de París, Lenin del periodo entre 1871 y 1917, Stalin de los años entre1917 y 1924 o el Partido Comunista Chino (PCCh) de la experiencia de construcción del socialismo durante su controversia de los años 60 con el PCUS. Hoy se requiere de un nuevo balance, con la salvedad de que se trata de un balance cualitativamente diferente porque abarca a todos los anteriores, abarca todo el ciclo. Para el MAI, éste es el mojón que separa, hoy por hoy, el campo de la revolución del campo de la contrarrevolución. Aceptar o no la necesidad del Balance de Octubre es lo decisivo ahora mismo desde el punto de vista de la continuidad de la revolución. Esto no significa que, mientras tanto, en su lucha de dos líneas el comunismo revolucionario carezca de referentes para combatir al revisionismo. Aunque no es suficiente para erigirse en teoría de vanguardia, el marxismo sobrevive como concepción del mundo coherente en sus principios, lo cual, junto a la larga experiencia revolucionaria del proletariado, prestan todavía armas a la vanguardia para enfrentarse al enemigo. De hecho, como se ve, el MAI se apoya en lo que considera verdaderas experiencias revolucionarias para fundamentar su crítica del falso comunismo. Por eso compara al PCE(r) con el PCP. Es más, consideramos la trayectoria de este último partido no sólo a la altura de lo más avanzado de la época revolucionaria de la que emerge como digno colofón –frente a la indignidad de lo que sí es su verdadero último capítulo, la rendición del PCN(m)–, sino lo suficientemente original como para que, si bien se sostiene en lo fundamental sobre las premisas ideológicas y políticas del viejo ciclo revolucionario, reconozcamos que también contiene elementos de lo nuevo, elementos que se convertirán probablemente en premisas necesarias del próximo ciclo. Por esta razón la hemos traído hasta aquí, no sólo como referente de apoyo para desenmascarar ciertas manifestaciones del revisionismo, sino también para arrojar luz sobre esos elementos novedosos de suma importancia. Además, claro está, de apoyar nuestra crítica en experiencias prácticas reales, con el fin de anticiparnos al facilón e inquisitorial reproche que de otro modo caería sobre nuestras cabezas de intelectualillos aficionados a la especulación teórica.

Pero, ¿qué tiene que aportar el PCE(r) en este asunto? Nada en absoluto. No sólo porque, como hemos visto, con la línea de este partido desaparece la ligazón entre el problema de la ideología revolucionaria y el del Estado revolucionario, no sólo porque no se plantea la cuestión de la guía ideológica en función de la Guerra Popular y del Nuevo Poder, pues el PCE(r) se orienta hacia una forma del viejo poder, hacia el parlamentarismo y la reducción del partido proletario a mero grupo parlamentario (Asamblea constituyente), y no sólo porque este partido ha dado unos cuantos bandazos desde su originario maoísmo hasta su manifiesta nostalgia del socialismo real , sino, sobre todo, porque su actual posición frentepopulista reclama como punto de partida ideológico la doctrina que adoptó la Komintern en su época de decadencia, en el momento que otorgaba mayores concesiones a la burguesía, la doctrina que condujo al proletariado hacia el frentismo interclasista, la doctrina del periodo de mayor transigencia de la Internacional con los principios del comunismo, la doctrina que la condujo, lógicamente, a su autodisolución.