El caso del PCE(r)

Aunque ya hemos situado y criticado el planteamiento general de la línea militar del PCE(r) y posteriormente hemos ido añadiendo más elementos a esa crítica al hilo del análisis de las posiciones que sobre esta materia mantienen otros grupos, no podemos concluir este capítulo dedicado al estudio de las distintas desviaciones de la línea de Guerra Popular sin terminar de caracterizar la visión que tiene este partido de la lucha armada desde sus aspectos concretos más significativos. De paso, cerraremos el círculo de la crítica general de su línea política situando otras facetas de la misma estrechamente conectadas con esa visión.

Como ya hemos insinuado, a nuestro parecer, la política del PCE(r) es muy similar a la del (n)PCI. Para confirmarlo, recuperaremos a los comuneros de Soria, que nos ofrecen una síntesis de cómo espera aquel partido que se dé el proceso revolucionario:

“El movimiento de masas (…) destaca al partido y a la guerrilla y los nutre continuamente de los hombres y mujeres más decididos. También les aporta incontables y preciosas experiencias. El Partido, a su vez, organiza la lucha, la dota de unos objetivos y de un programa claro y forma a los cuadros dirigentes que necesita (y van a necesitar cada vez más en mayor número) el movimiento de masas y sus organizaciones, y entre ellas, la misma guerrilla. Esta labor general del Partido y la lucha armada de guerrillas estimula continuamente al movimiento popular a seguir adelante, le orienta, le da ejemplo de firmeza, de arrojo y resolución; le allana el terreno de sus conquistas y va abriendo una senda cada día más ancha y prometedora. Al final de este proceso, se producirá la gran confluencia entre las masas y sus organizaciones, el Partido y el ejército popular. Será el momento de la insurrección general que acabe con el régimen de ignominia que venimos padeciendo.” ( loc. cit. , pág. 45).

Sin entretenernos demasiado en ello, la primera parte de la cita evidencia la ideología economicista que guía toda la política de estos señores: el Partido es generado por la masas (menchevismo), no desde la vanguardia (Lenin); la guerrilla también es fruto espontáneo de las masas, no de la actividad del Partido; y la experiencia de la que éste parte no es la de toda la historia de la lucha de clases y, en particular, de la lucha de clases internacional del proletariado, sino de la experiencia inmediata de las masas. En definitiva, el Partido está formado por sindicalistas, no por comunistas. Por lo demás, se puede observar que la mecánica de ascenso del movimiento desde lo espontáneo hasta la revolución asigna al Partido el simple papel de mero catalizador del proceso. Exactamente igual que en el caso de los maoístas italianos. En cuanto a la cuestión militar, lo destacable es que, en primer lugar, la guerrilla es identificada con el ejército, existiendo entre ellos sólo una diferencia de grado, cuantitativa. Pero, como hemos comprobado desde la experiencia del PCP, guerrilla y ejército sí son cosas distintas, entre ambos existe una diferencia cualitativa. La guerrilla son los destacamentos que genera el Partido para iniciar la Guerra Popular y para que ésta dé sus primeros pasos, mientras que el ejército es la fusión de esa guerrilla con las milicias populares, con el sector de las masas, sobre el que se apoya la guerrilla, que ha tomado las armas y se ha organizado militarmente para construir Nuevo Poder. Esta fusión supone un salto de calidad en el transcurso de la Guerra Popular en relación con la fase de guerrilla. En segundo lugar, se confirma la completa separación que el PCE(r) realiza de la actividad militar respecto del Partido y del grueso del movimiento de masas. Por tanto, ni la guerrilla-ejército es generado por el Partido, ni el ejército se concibe como masas armadas, ni la lucha armada como la forma principal de organizar a las masas. La relación de la organización militar con el “movimiento popular” es externa y queda relegada al papel de organismo auxiliar que, desde fuera del movimiento, lo “estimula” y “orienta” y “le allana el terreno”, etc. Pero es, precisamente, este tipo de actividad armada concebida al margen del movimiento, orgánicamente separada de él y con el objetivo de excitarlo lo que constituye la esencia del terrorismo como forma especial de desviación militarista. Y la cosa se agrava cuando se pretende el salto mortal que es esa “gran confluencia” hacia la “insurrección general”, que no se sabe cómo se ha preparado ni cómo se produce, pero que es la única salida que la fe revolucionaria, como manifestación de la conciencia espontánea de la vanguardia, puede ofrecer al movimiento espontáneo de las masas. Del militarismo terrorista, el PCE(r) salta al militarismo insurreccionalista. Desde luego, esta alternativa terrorista-insurreccionalista, basada en la “confluencia” de distintos y dispares movimientos, ajenos entre sí, más que un plan revolucionario basado en la experiencia de la lucha de clases del proletariado internacional parece una representación de la revolución más idealista que realista, más bucólica que científica.

Cuando los comuneros tratan de manera particular la relación que para ellos debe existir entre el Partido y la guerrilla se termina de completar el carrusel de errores que infesta su política y que convierten su línea militar en algo inservible para el proletariado:

“La guerra de guerrillas es una forma de guerra civil que, aunque larvada, está ahí y madura. Y, efectivamente, por tratarse de una guerra requiere de un análisis militar. Sobre esto no hay duda posible. Pero no se debe perder de vista que la guerra de guerrillas en los países capitalistas, al ser la continuación de la política proletaria por otros medios, los medios violentos, debe estar dirigida en todo momento por la política, por el Partido. Hoy, al igual que ayer, es válida la consigna de que es el Partido quien dirige al fusil. Y como la lucha armada juega un papel tan destacado en los países capitalistas modernos, es necesario que el Partido Comunista tome con toda firmeza bajo su control la dirección política, y por tanto, en cierta medida, también militar del movimiento guerrillero.

Cometen un craso error quienes se obstinan en conducir la guerra de guerrillas con criterios exclusivamente militares. Hacerlo así sería contraproducente, pues hasta las leyes de la guerra, especialmente las leyes de la guerra de guerrillas, obedecen a profundas razones económicas, políticas e históricas. (…). No están al alcance de la organización armada –como tal organización armada– ni la elaboración del programa, o la estrategia; esto únicamente se encuentra al alcance del Partido y son tareas principalmente suyas. De mantenerse una posición ‘militarista' nos llevaría implacablemente, a no tardar, al arroyo del oportunismo, a caer presos de las redes tendidas por la burguesía.

La idea de un Partido-guerrilla, o la militarización total del Partido, no se corresponde ni con la situación de la lucha de clases en nuestros países ni, por lo tanto, con las tareas que tiene planteadas el proletariado revolucionario.

En primer lugar, porque la idea del Partido-guerrilla u otra similar esconde el propósito de una organización exclusivamente militar, o sea, el ejército como la única forma de organización del proletariado revolucionario moderno. Esto llevaría aparejado que la única forma de encuadramiento en la actualidad sería el encuadramiento militar, las tareas principalmente militares, los organismos, funciones y relaciones militares, y los objetivos fundamentalmente militares. Esta estructura organizativa podría muy bien convenir a las necesidades de los países coloniales y semicoloniales; pero esto es falso incluso en estos países, donde, pese a que las masas se organizan en el ejército y la guerra es la principal forma de lucha, la organización política ha dirigido siempre la organización militar. (…).

Los comunistas debemos siempre velar por dirigir todas las formas de lucha del proletariado, por muy dispares que sean, lo que únicamente es posible desde la organización partidista. Si en los países coloniales y semicoloniales el reclutamiento ha sido sobre todo hacia el ejército, este hecho no se ha reñido nunca con la dirección comunista. En nuestro país, hemos comprendido que el encuadramiento del proletariado consciente será por bastante tiempo principalmente partidista, pero sin descuidar en ningún momento la guerrilla. De esta manera, damos paso hacia la guerrilla a todos los trabajadores y revolucionarios que quieran combatir con las armas en la mano.

Y, en segundo lugar, la idea de Partido-guerrilla es errónea porque el Movimiento Político de Resistencia tiene, aparte de las tareas militares, otras múltiples tareas que no encajan, de ningún modo, dentro de las rigideces de un Partido militarizado. Las luchas de las amplias masas de obreros y trabajadores necesitan de la dirección política del Partido Comunista. Éste da cauces a su ardor y determinación revolucionarios, sintetizando las experiencias de sus luchas y extendiéndolas. A la vez, forma los cuadros que va necesitando todo el Movimiento, tendiendo los lazos orgánicos entre las distintas organizaciones en base a unos principios ideológicos y políticos mínimos. (…).

Estas tareas imprescindibles para el movimiento revolucionario de los países capitalistas no las puede realizar, por mucho que se lo proponga, el llamado Partido-guerrilla, ya que se salen de su esfera de influencia, de su capacidad política y de sus posibilidades organizativas. Recordemos que las formas de organización se adaptan siempre a las formas de lucha. De donde se desprende que el guerrillero y la guerrilla, por su naturaleza esencialmente militar, están impedidos de efectuar esas tareas políticas e ideológicas en el grado que requiere todo el movimiento.” ( ibid ., págs. 42-44).

Hemos recurrido a una cita tan larga porque en ella aparece claramente reflejada la línea militar del PCE(r), así como las premisas ideológicas sobre las que se sostiene y las consecuencias políticas que acarrea. Igualmente, aparecen explícitos todos los elementos que han sido objeto de nuestra crítica a lo largo de este documento; y aunque pequemos de excesivamente reiterativos, consideramos que merece la pena abundar en ellos para que, al menos por esta vez, Antorcha no pueda desmarcarse con el “ataque fácil” diciendo que el MAI miente. Los que engañan son quienes se curan en salud con el doble lenguaje y quienes dan gato por liebre.

En primer lugar, la cita confirma, una vez más, el culto a la espontaneidad que practica el PCE(r). Circunscribir el papel del Partido al encauzamiento y extensión de las luchas que las masas emprenden con “ardor y determinación revolucionarios” implica limitar ese papel al de mera dirección política y presupone el carácter revolucionario del movimiento; es decir, reduce el papel del Partido al de gestor de un proceso cuya direccionalidad viene predeterminada. Desde este planteamiento, no sólo queda identificada la resistencia con la revolución, sino que no se precisa mayor requisito para el Partido que el de constituirse en estructura organizativa particular con programa propio, con el fin de competir en el interior del movimiento con el resto de los partidos comunistas por la hegemonía política, es decir, con el fin de concurrir en el mercado de las ofertas políticas dirigidas al proletariado.

En segundo lugar, como ya apuntábamos en la primera parte de este trabajo, la cita ratifica el hecho de que este partido contempla la relación orgánica del Partido con la lucha armada de modo individualista y voluntarista: el Partido se encarga únicamente de dar “paso hacia la guerrilla” a todos aquellos “que quieren combatir con las armas en la mano”. Ya señalamos que este punto de vista obstaculiza seriamente la continuidad en la construcción del Partido paralela al proceso revolucionario, y también que es resultado del reflejo en el seno del movimiento de la división burguesa del trabajo en la sociedad. En este mismo sentido, podemos añadir que ese punto de vista pone de manifiesto el modo burgués como el PCE(r) entiende la articulación política del movimiento revolucionario, igualmente desde la división del trabajo, a través de la especialización de los frentes de lucha y su unificación mediante la táctica de frente, a través del Frente Único. Ciertamente, si la guerra no se concibe como el escenario general que abre necesariamente el desarrollo de la lucha de clases, ni como la forma principal que adopta la confrontación entre las clases, su forma concentrada en la que toman cuerpo de manera directa o indirecta todos los antagonismos sociales a todos los niveles, sino que se concibe sólo como una forma parcial de esa confrontación, paralela y simultánea a otras formas de lucha y a su mismo nivel en cuanto a importancia estratégica (en el citado documento se insiste en que la lucha guerrillera ni es ni puede ser la forma principal en los países imperialistas), entonces, sólo es posible articular las distintas manifestaciones de la lucha de clases del proletariado en un único movimiento a posteriori , desde el frentismo político.

Esta posición presenta, enseguida, dos imponderables. Primero, que el movimiento político concebido como frente, como no pone en cuestión las bases sobre las que se sostiene, sólo puede mantenerse y desarrollarse reproduciendo las premisas económicas y políticas que dan contenido a las distintas manifestaciones de la lucha reivindicativa que lo conforman, sin cuestionarlas ni poder transformarlas a su vez. Si la lucha de los obreros por defender sus condiciones de existencia bajo el régimen del trabajo asalariado genera un movimiento de resistencia que no pone en cuestión ese régimen como fundamento de ese mismo movimiento, es decir, si los propios obreros no ponen en cuestión las bases materiales de la lucha que protagonizan –cosa que tampoco hace el PCE(r)–, entonces, sólo tienen cabida la tendencia a la política que reproduzca y legitime esas condiciones, el programa de reformas, y la tendencia ideológica a identificar la lucha por el salario con la lucha por la revolución. Ambas tendencias dominan la línea del PCE(r). Lo que no comprende ni quiere comprender este partido y lo que no tiene cabida en su perspectiva sobre el papel de la lucha armada es que sólo a través de Guerra Popular, como escenario en el que vayan incorporándose todas las expresiones de la resistencia de las masas, pueden superarse los límites que impone la traducción política de la lucha espontánea. Segundo, que del movimiento político concebido como Frente deriva una idea de la construcción del movimiento revolucionario que lo identifica y reduce a construcción del Frente, en la que, por tanto, no tiene cabida la visión de construcción del movimiento revolucionario como edificación de Nuevo Poder. El Partido dirige la alianza de los distintos movimientos de resistencia: esto es el movimiento revolucionario para el PCE(r); en realidad, el Partido debe construir desde Guerra Popular para destruir las bases sobre las que se reproduce la resistencia como lucha reformista, como lucha para la defensa de las condiciones de existencia dadas, y construir bases nuevas que permitan la alianza revolucionaria de los movimientos de resistencia de las masas. Éste es el principio de construcción del verdadero Frente Único revolucionario. Igual que el PCE(r) no comprende y se desentiende de la unidad que en el comunismo revolucionario existe y debe existir entre Partido y guerrilla, igual que no comprende que el Partido se construye a través de Guerra Popular, tampoco comprende y se desentiende de la unidad entre Frente y Nuevo Poder, que el Frente sólo se construye como masas armadas que derruyen los fundamentos de la vieja sociedad.

Otro punto de nuestra crítica que confirma el documento de los comuneros sorianos se refiere a la concepción del Partido que profesa el PCE(r). Ésta está tomada directamente de la III Internacional, sin el menor atisbo de crítica, y, como se ha dicho, consiste en identificar al Partido como organización y a reducirlo al destacamento político de vanguardia de la clase obrera. Y es la lógica de esta concepción, que simplifica la relación del Partido con las masas al problema de su dirección política, excluyendo el de la construcción de un movimiento de nuevo tipo, la que, como acabamos de indicar, conduce inevitablemente a desplazar la cuestión de la construcción del movimiento revolucionario hacia el frente político, terminando por identificarlos. Así, el movimiento revolucionario no es el Partido Comunista en su desarrollo según el eje Partido–Ejército–Nuevo Poder , sino únicamente el Frente Único. Efectivamente, si la construcción del Partido y del movimiento revolucionario se consideran cosas separadas, de modo que la unidad en el seno de la vanguardia sea algo diferente de la unidad entre la vanguardia y el movimiento de masas, entonces, de tal discriminación resultará, por un lado, que en las relaciones internas del Partido como organización única de la vanguardia predominará el criterio estatutario jurídico-formal –es decir, nuevamente, el punto de vista individualista burgués–, y, por otro lado, que el desarrollo de la relación de la vanguardia encuadrada como Partido (no en vano en la cita se deja claro que “el encuadramiento del proletariado consciente” debe ser “principalmente partidista”) con las masas sólo pueda cristalizar como frente político, dando lugar a que se implemente la tendencia –que el PCE(r) ha llevado hasta el final y que termina confesando– de que “los lazos orgánicos entre las distintas organizaciones” que procura el Partido para forjar el frente político –o “el Movimiento”, como dicen los comuneros– deba realizarse “en base a unos principios ideológicos y políticos mínimos”; o sea, la tendencia hacia el programa mínimo y hacia la política de reformas.

La estrategia del PCE(r) reproduce en todos sus términos la línea que terminó prevaleciendo como expresión política del paradigma revolucionario de Octubre: la fe en la espontaneidad revolucionaria de las masas se corresponde con un Partido entendido como organización de la vanguardia, cuyos vínculos orgánicos y políticos con el movimiento obrero cristalizan como frente político, como Frente Único. Espontaneísmo, reduccionismo organicista del Partido y frentismo político son los tres pilares políticos sobre los que se sostiene el viejo paradigma de la revolución, que se complementan y corresponden, a su vez, con una concepción determinista del desarrollo social que pone el acento en las fuerzas productivas antes que en la lucha de clases y, en último término, con una visión de la consumación de la revolución social desde la teoría economicista del derrumbe capitalista. En definitiva, con un punto de vista fatalista de la historia y una noción antropológica que excluye la revolución como obra de la libertad humana.

En cuanto a la guerrilla, resultan reveladores los esfuerzos por separarla del Partido y por asignarle un campo de actividad propio e independiente de él. El PCE(r) se mantiene dentro del horizonte visual de los debates de los 70 y 80 en Occidente sobre lo que denomina “Partido-guerrilla”; pero, en su obsesión –en parte justificada– por desmarcarse de la guerrilla que se hace Partido , ha terminado situándose en la posición oportunista de crítica del Partido que hace la guerra , hasta llegar a la aberración de considerar “militarismo” la actividad armada del Partido. Es evidente que el PCE(r) confunde militarismo con militarización, que al reaccionar contra una desviación militarista desde una concepción equivocada de la vía armada de la revolución proletaria él mismo cae en el militarismo. Porque esta desviación consiste, principalmente, en justificar, respaldar y teorizar la actividad armada independiente de la actividad del Partido.

Agazaparse tras la tesis de la función directiva del Partido en relación con todas las formas de lucha, incluyendo la lucha armada, es lo que permite al PCE(r) mantener ese doble juego, característico de su política, consistente en justificar la violencia a la par que se excusa de su práctica, y es lo que pone en evidencia no sólo los peligros de la simplificación de las tareas del Partido en términos de dirección del movimiento –cuando el movimiento revolucionario es construcción , que implica multifacéticas tareas–, sino también la teoría, que se insinúa en la cita, de que el militarismo es la práctica de la violencia, el uso de las armas por parte del Partido, “la militarización total del Partido”, como dicen los comuneros. Pero, la militarización no es más que la reestructuración organizativa del Partido para el cumplimiento de las nuevas tareas políticas que la revolución pone en el orden del día; es la adecuación de la organización en función de la revolución, en función de las necesidades políticas. Los presos de Soria afirman que “las formas de organización se adaptan siempre a las formas de lucha”, pero cuando la lucha es la guerra civil –y ellos reconocen que “la guerra de guerrillas es una forma de guerra civil”, aunque sea “larvada”– se amilanan, niegan la necesidad de que el Partido “adapte” sus “formas de organización” a las nuevas “formas de lucha”, a las nuevas condiciones de la lucha de clases y sacan a pasear sus escrúpulos pequeño burgueses de liberales adocenados: hablan de “las rigideces de un Partido militarizado” y dicen que la militarización “llevaría aparejado que la única forma de encuadramiento en la actualidad sería el encuadramiento militar, las tareas principalmente militares, los organismos, funciones y relaciones militares, y los objetivos fundamentalmente militares”. ¡Lógico, si se trata de que sean las masas armadas las que hagan la revolución, si se cree sinceramente que la revolución es una obra de autoemancipación, que, como dijera Marx, la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos ! Tanta reticencia hacia lo militar sólo puede provenir del espíritu pequeño burgués de quienes pretenden tener localizada y arrinconada la expresión militar de la lucha de clases proletaria, porque temen la guerra total contra la burguesía; sólo puede provenir de quienes desean tener controlado el fenómeno de la violencia revolucionaria de masas porque temen perder su control, porque sólo la conciben a pequeña escala como instrumento de presión contra el Estado, como argumento de negociación de cara a un acuerdo a largo plazo con él. De ahí el interés por desvincular al ejército de las masas, el desinterés por armar a las masas, de ahí el identificar al ejército con la guerrilla y no con el mar armado de masas , porque, según el PCE(r), “no es el ejército quien va a hacer la revolución, sino quien va a ayudar a las masas a hacerla” ( ibid ., pág. 46). Es decir, no serán las masas armadas las protagonistas, sino una elite dirigente, que instrumentalizará los beneficios de la acción armada de una minoría y de la experiencia de lucha de resistencia económica de la mayoría. Ésta es la cuestión crucial que divide los dos campos en la cuestión de la línea militar de la revolución proletaria: quienes esquivan resolver la contradicción antagónica fundamental de la sociedad moderna, la contradicción entre el proletariado y la burguesía, mediante el desenlace de la guerra civil protagonizada por las masas armadas, y quienes persiguen crear las condiciones para que en el futuro se dé ese escenario de guerra de clases.

El PCE(r) intenta presentar su política con el marchamo de la ortodoxia colocando consignas y frases hechas de la historia de nuestro movimiento para ocultar la tergiversación descarada de su auténtico espíritu proletario. Acabamos de comprobar cómo, mientras se dice que lo organizativo debe subordinarse a la política, en realidad, se absolutiza lo organizativo y se subordina la política a las formas orgánicas en que se muestran las distintas formas de lucha. En la práctica, el PCE(r) hace política en función de la organización del movimiento tal como surge espontáneamente en sus distintas manifestaciones, circunscribiendo a cada una de ellas en un compartimiento estanco y atribuyéndole tareas específicas. Así toma cuerpo el predominio de lo organizativo sobre la política y aparece la base sobre la que se sustenta la política frentista, la política que necesita procurar la alianza de las distintas formas orgánicas de la lucha espontánea para forjar movimiento político. En esto consiste el movimiento de resistencia antifascista del PCE(r), que tiene la desfachatez de calificar como “movimiento de nuevo tipo” (ver Programa, Línea política y Estatutos , 1993, pág. 85), cuando desde su misma arquitectura no hace más que mostrar sus cortas alas y su naturaleza reformista. Así revisa el PCE(r) la tesis leninista de que el Partido Comunista es la organización de nuevo tipo del proletariado. En particular, para este partido hay tres formas principales de lucha: la política, la militar y la económica, y cada una de ellas tiene asignado su campo de actuación y su protagonista. La política es asunto particular del Partido, la lucha armada de la guerrilla y la lucha económica de las masas. Todas tienen en común que son expresiones de la resistencia y, juntas, conforman el movimiento de resistencia, que es el etéreo modelo de movimiento revolucionario que defiende este partido, en el cual las competencias están bien delimitadas por frentes. Por eso, los comuneros insisten en que “la elaboración del programa” o de la estrategia, como es cosa política, “únicamente se encuentra al alcance del Partido y son tareas principalmente suyas”, mientras que la acción militar es “de la única incumbencia de la organización armada” ( Textos para el debate , pág. 44).

Anclado en su visión espontaneísta de la política, el PCE(r) no comprende que la lucha revolucionaria del proletariado sólo es posible y factible desde la posición que únicamente permite la construcción de su forma superior de organización como clase, el Partido como movimiento político dotado de todos los instrumentos necesarios para afrontar todas las exigencias que impone la forma superior de la lucha de clases, la guerra civil. El PCE(r) no quiere entender –o pretende ocultar– que el Estado capitalista es la forma de organización superior de la burguesía como clase social, que es su forma de organización como clase dominante y que este Estado organiza y gestiona su sistema de dominación a todos los niveles a través de innumerables instrumentos, principalmente su aparato represivo, en el que destaca el ejército; que la destrucción de ese Estado pasa por la derrota de su ejército, y que las leyes de la guerra enseñan que para aniquilar a un ejército –más allá de veleidades insurreccionalistas– se necesita otro ejército. El PCE(r) confiesa que su objetivo estratégico último no es destruir el Estado burgués cuando reduce la escala del enfrentamiento militar entre el proletariado y la burguesía a la guerrilla y cuando la desvincula, como expresión armada del proletariado, del Partido Comunista, como expresión política del proletariado. La victoria de éste sólo es posible si es capaz de enfrentarse a la burguesía a gran escala, a la escala de la guerra civil abierta (no sólo “larvada”), desde su forma superior de organización como clase social, desde el Partido Comunista, que ha sido capaz de generar y articular los instrumentos para la guerra de clases. El proletariado no triunfará si su Partido no construye su propio ejército, si, para ello, no es capaz de poner en tensión todos los recursos del movimiento obrero para este fin. El Estado y sus fuerzas armadas contra las masas armadas organizadas y dirigidas por el Partido Comunista: éstos son los contendientes y así está planteado el problema. Alcanzar este escenario de lucha de clases es el único objetivo válido desde el punto de vista de los intereses de la revolución proletaria. La guerra localizada, el enfrentamiento militar con la burguesía planteado prematura y permanentemente en el nivel de guerrilla, como parte de ese enfrentamiento fragmentado en escenarios diferentes, con distintos instrumentos y desde iniciativas diversas es una pantomima que sólo puede conducir al debilitamiento y a la derrota del proletariado. El desarrollo de la lucha de la clase obrera, si discurre por una línea revolucionaria, sólo puede desembocar en la guerra como escenario principal y general, en el que y a través del que se expresen todas las contradicciones sociales entre las clases. En la fragmentación frentista de la lucha de clases que propone el PCE(r) y en un hipotético contexto político, hasta podría simultanearse la guerrilla con la lucha parlamentaria del Partido. No nos cabe duda de que esta posibilidad entra dentro de las cuentas de sus dirigentes; pero no es más que una estafa pequeño burguesa inspirada en la táctica de sus amigos del MLNV, quienes, como se sabe, no tienen como objetivo estratégico la destrucción del Estado imperialista español, sino sólo crear condiciones para un pacto que permita la secesión nacional.

Por cierto, la relación del PCE(r) con el MLNV ilustra perfectamente las graves limitaciones de la línea política de ese partido. No sólo porque el movimiento independentista vasco es considerado un frente de resistencia más y porque, como tal, es incluido en el movimiento antifascista , lo cual da idea de la consistencia organizativa y de la homogeneidad programática de ese frente único que se pretende dirigir, tan etéreo que parece más una unidad moral que política, sino también porque da buena cuenta del carácter de la dirección política a la que el PCE(r) “aspira” o de su idea de cómo debe el partido proletario establecer sus vínculos de dirección del movimiento de masas. El apoyo incondicional que, en ocasiones, ha dado este partido a las candidaturas electorales del MLNV dice mucho sobre quién dirige, sobre quién actúa como vanguardia real y quién como retaguardia en cada frente concreto según la doctrina del PCE(r). La relación del PCE(r) con el MLNV es la mejor prueba de cargo de que la línea de “aspirar a dirigir” los frentes de masas sólo conduce a colocar al Partido a remolque del movimiento de masas.

Para justificar su estrategia, el PCE(r) no ha dudado en revisar el marxismo y, en particular, su doctrina sobre la guerra. En la primera parte de esta carta ya vimos cómo los comuneros de Soria subvertían la teoría de la Guerra Popular; ahora, completan su labor revisionista falsificando el principio marxista que rige la relación general entre política y guerra. Para el PCE(r), ya no es la guerra, en su pleno sentido, lo que da continuidad al desarrollo cualitativo de la política proletaria; ahora es “la guerra de guerrillas” –no la guerra, sin más– “la continuación de la política proletaria por otros medios, los medios violentos”. Esta reducción de la dimensión de la forma culminante como se manifiestan los antagonismos de clase es, a todas luces, una adulteración del marxismo, que persigue desplazar la violencia revolucionaria de masas del centro de la confrontación social para rebajarla a “otro medio” más –el de la violencia aislada– de lucha, aparejado con otros que se pretenden de similar impacto, como los medios políticos o los medios huelguísticos de la lucha económica, etc. En apariencia, el PCE(r) realiza esta maniobra para garantizar que se aplique “la consigna” de que “es el Partido quien dirige al fusil”, para garantizar la independencia y la dirección de la política en la lucha revolucionaria. Pero, lo que se consigue es estrangular la línea de continuidad que el marxismo establece entre política y guerra, separándolas y divorciándolas como formas correlativas de la lucha de clases del proletariado, para yuxtaponerlas y vaciar su significado como formas centrales de la lucha proletaria en cada una de las fases de su maduración como clase revolucionaria. Ya sabemos que estos señores conocen la letra del marxismo y que no tienen escrúpulos para manipularla a su antojo y asesinar su espíritu. El Partido dirige al fusil , es cierto; pero, también es cierto que el poder nace del fusil . ¿Por qué se prescinde de esta “consigna” tan imprescindible como inseparable de la otra?, ¿por qué se traen sólo las “consignas” que interesan, por qué se escogen los principios a la carta? Sencillamente, porque no se sabe o no se quiere combinar ambos principios, ambas “consignas”; sencillamente, porque ni se sabe ni se quiere construir un movimiento obrero revolucionario dirigido políticamente por un Partido Comunista que hace la guerra.

El fraude de la línea militar del PCE(r) no es más que el eco del fraude de su línea general, de toda su política. No podemos terminar nuestra crítica de las posiciones de este partido sin dejar constancia, una vez más, de este hecho, de las tergiversaciones con que trata de hacer pasar por política revolucionaria lo que no es sino puro oportunismo. Más allá de la línea militar, cuando se refiere a los objetivos estratégicos de la revolución en el Estado español, se dice en el Programa, Línea política y Estatutos , aprobados en el III Congreso del PCE(r):

“De acuerdo con las condiciones generales que se acaban de señalar la revolución pendiente en España sólo puede tener un carácter socialista. Este es el objetivo estratégico que persigue el Partido. Por consiguiente, no existe ninguna etapa revolucionaria intermedia, ningún peldaño de la escalera histórica anterior a la revolución socialista.” ( op. cit ., págs. 72 y 73).

De acuerdo, el objetivo inmediato de la revolución es el socialismo y –se entiende, aunque tal vez pequemos de ingenuos– la Dictadura del Proletariado. No hay, por tanto, etapas de transición democráticas entre el capitalismo y el socialismo, entre la dictadura de la burguesía y la Dictadura del Proletariado, proclama que ha proliferado durante décadas entre los programas de innumerables partidos obreros y comunistas , y que hoy recobra fuerza con la consigna de III República. Pero… ¿no nos estaremos precipitando?, ¿tan seguro es este deslindamiento ideológico y político para el PCE(r)?, ¿tan inquebrantable es su lucha, su defensa y su propaganda de la Dictadura del Proletariado y el socialismo? Sólo tres párrafos después del texto que acabamos de transcribir –¡sólo tres párrafos después!– puede leerse:

“El Partido no se puede proponer conducir directamente a la clase obrera, desde la situación presente, a la toma del poder. Para eso son necesarias determinadas condiciones interiores y exteriores, una potente organización y abundantes experiencias políticas, tanto por parte de las masas como del Partido. Todo eso habrá de aparecer o se irá creando en el curso de la lucha revolucionaria y en el proceso mismo de derrocamiento del régimen capitalista.

Con la instauración de la República Popular se inicia el período que va desde el derrocamiento del Estado burgués a la implantación de la dictadura revolucionaria del proletariado y que marca una corta etapa de transición política, la cual habrá de estar presidida por un gobierno provisional que actúe como órgano de las amplias masas del pueblo alzado en armas. La principal misión de este gobierno será la de aplastar la oposición violenta de la gran burguesía y demás sectores reaccionarios y garantizar la celebración de elecciones verdaderamente libres a una Asamblea Democrática y Popular. Esta Asamblea elaborará la constitución y nombrará al nuevo gobierno democrático.” ( ibid ., págs. 73 y 74).

¡Todo nuestro gozo en un pozo! Resulta que, a fin de cuentas, entre el Estado burgués y la Dictadura del Proletariado sí hay un periodo de transición, la República Popular, la III República. La manipulación es tan burda que parece burla. Y realmente lo es, como toda la política de este partido, que lleva muchos años engañando a un sector de la vanguardia (que no a las masas, que han terminando dándole la espalda) vendiendo gato por liebre: guerrilla por guerra, democracia por socialismo y reforma por revolución. Con este tipo de lindezas –innumerables en los documentos del PCE(r)– ha terminado situándose fuera del campo de la revolución. Verborrea revolucionaria y práctica oportunista. Es el retrato de un partido que ha convertido la política proletaria en horripilante caricatura.

Y cerramos el ciclo de nuestro recorrido crítico por la política del PCE(r) finalizando en el mismo punto en que comenzamos, con el embarazoso asunto del “epíteto de terroristas” que tanta turbación produce entre sus miembros y que, según Antorcha , sólo busca “vilipendiarlos”. Ante tal adjetivo, estos señores se enrabietan e indignan. Pero, ¿es propia de revolucionarios tanta indignación o sólo de quienes se dejan enredar por las palabras en lugar de comprender y explicar los hechos? ¿Cómo responden los revolucionarios cuando la burguesía trata de insultarlos con el “epíteto de terroristas”? No insulta quien quiere sino quien puede. Una vez más, debemos poner al lado de estos señores a verdaderos revolucionarios. ¿Cómo reaccionan los maoístas peruanos ante los facilones ataques verbales de sus enemigos?

“Casinello dice que los grupos armados se desarrollan siguiendo el proceso de primero ‘terroristas' pasan a ser guerrilleros y devienen en soldados; pues bien, éste es el camino que seguimos (…).” [ ¡Construir la conquista del Poder en medio de la Guerra Popular! (II Pleno del Comité Central) . MPP Francia, 1992, pág. 13).

Los verdaderos revolucionarios no se encolerizan, se ríen ante la cara del burgués que les increpa y les tilda de “terroristas” porque descubren el miedo en su rostro iracundo, el miedo a las masas armadas, el miedo al Partido que va a reclutar a los obreros y a los campesinos para convertirlos en guerrilleros y, luego, en soldados. Pero, como el PCE(r) no piensa cubrir ese trayecto que convierte al obrero comunista en “terrorista” y en guerrillero y al “terrorista” en soldado, se estremece y se rebela contra cualquier “epíteto” que insinúe siquiera algo parecido. Tal es su aprecio por las apariencias y por las palabras, por cuyo motivo no duda en presentar encarnizada batalla. Esto sucede cuando tomar las armas (perdón, hablar de tomar las armas) no es más que una baladronada para jugar a la revolución, cuando los comunistas juegan a ser héroes. En cambio, cuando se aplican seriamente en las tareas revolucionarias no se dejan zaherir por las palabras. Explican su significado. Aunque, a veces, la burguesía lo hace por ellos.