El nudo gordiano

El fracaso del intento del (n)PCI de diseñar un plan estratégico de la revolución proletaria tiene su origen en un error de base fundamental, error que pone en evidencia su incomprensión tanto de la naturaleza del proceso revolucionario como del papel que juegan sus diferentes elementos, tal como hemos tratado de demostrar hasta aquí. Este error radical consiste en que la propuesta del partido italiano desintegra la piedra clave sobre la que se sostiene todo el edificio estratégico de la revolución, rompe el punto nodal que da unidad al plan en su conjunto. Este elemento clave se halla situado en el momento del paso del Partido Comunista a la Guerra Popular, a la guerra civil. Ya hemos visto que, para los maoístas italianos, el Partido da paso al Frente político; y también hemos visto que, en su plan, este paso es el único que revela una verdadera conexión orgánica. Curiosamente, en la única transición cuya necesidad se desprende del propio plan, y no de circunstancias provenientes del exterior, es donde el (n)PCI asesta el golpe de gracia a la línea proletaria de la revolución; precisamente en el punto crucial del proceso es donde este partido altera la posición de los elementos estratégicos y su interrelación, imprimiendo un giro que desviará definitivamente la política revolucionaria de la línea correcta. Aunque estos camaradas no sean conscientes de las consecuencias liquidacionistas de esta maniobra, pone en evidencia e ilustra sobre las consecuencias que acarrea la lógica espontaneísta-resistencialista que han adoptado como ideología política.

Cuando expusimos nuestra interpretación de la experiencia del PCP ya señalábamos que todo dependía de que el Partido Comunista, una vez reconstituido, iniciase la Guerra Popular, de que se diese el paso del Partido a la guerra como condición para la construcción del Frente bajo la forma de Nuevo Poder (y no Frente como condición para la guerra o como medio de preparar la guerra civil, como defienden los italianos, o la insurrección, como dicen los españoles); decíamos que aquel paso indicaba tanto una concepción correcta de la naturaleza del Partido Comunista –aunque todavía en gran medida inconsciente en cuanto a su formulación teórica y a sus implicaciones ideológicas, incluso para el caso del PCP– como el método correcto para abordar y resolver las subsiguientes tareas, nuevas y distintas, que interpondría la continuidad de la revolución. Señalábamos, en síntesis, que el paso inmediato del Partido a la Guerra Popular garantizaba la iniciativa del sujeto revolucionario como factor principal del proceso, la Guerra Popular como centro de la línea de masas del Partido y como eje de su construcción y, en definitiva, el desarrollo de la línea política como línea militar. Y es el significado profundo de esta última cuestión lo que no ha entendido el (n)PCI ni, en general, la inmensa mayoría de las organizaciones de vanguardia, incluidos los simpatizantes más fieles de la experiencia de los maoístas peruanos. El tratamiento correcto de la dialéctica o de la contradicción entre política y guerra es la gran lección que aporta el PCP: cómo y en qué sentido en la revolución proletaria se transforma la política en guerra es lo que constituye el basamento fundamental de la correcta línea comunista. Todo el mundo conoce y habla del principio científico marxista de la correspondencia entre guerra y política, de que la guerra es la política llevada por otros medios y de que la política debe transformarse en guerra; pero, por lo que se ve, nadie lo ha comprendido de verdad. El hecho de que, al menos en los países imperialistas, y destacadamente en Europa, nadie haya reflexionado sobre el sentido de la correlación de los elementos estratégicos que presentaba el plan del PCP para la revolución en el Perú, y que acabamos de resituar, en general, ni, en particular, sobre el significado del elemento crucial del plan de esa revolución, que es el inicio de la guerra civil por el Partido una vez reconstituido, son buena prueba de la incomprensión generalizada de la relación proletaria entre política y guerra y de la desorientación ideológica que domina nuestro movimiento.

El Partido Comunista es el eje de construcción del proceso revolucionario y, al contrario de lo que piensa el (n)PCI, la Guerra Popular es su instrumento, no a la inversa. Igualmente, al contrario de lo que dice esta partido, existen fases claramente diferenciadas, al menos hasta la conquista del poder, y la reconstitución del Partido marca la frontera entre ambas. Como veremos, las tareas y el contenido de la etapa de reconstitución del Partido tienen como objetivo crear las condiciones para la ofensiva política de la vanguardia proletaria. Éste es su significado: el Partido Comunista es el instrumento del paso a la ofensiva política de la clase proletaria. Pero, para que pueda tener lugar este acontecimiento decisivo, que da un contenido cualitativamente nuevo al proceso, deben haberse cumplido ciertos requisitos, los requisitos de la reconstitución del Partido Comunista. Estos requerimientos tocan los campos ideológico, organizativo y político de la lucha de clases proletaria y deben ser cubiertos por su vanguardia.

En lo ideológico, se precisa la restitución del marxismo en su posición de teoría de vanguardia, se precisa la reconquista de la hegemonía del comunismo revolucionario como referente ideológico y político principal para los sectores de avanzada de la sociedad, principalmente los sectores más conscientes de la clase obrera. Y aquí cobra especial relevancia la cuestión de poner al día la única ideología verdaderamente revolucionaria sobre la base de su propia experiencia histórica, la cuestión del balance y, en general, la cuestión de la reconstitución ideológica del comunismo. Reconocer la derrota del Ciclo de Octubre conlleva reconocer en última instancia los propios errores e insuficiencias. Retomar simplemente el legado de Octubre sin crítica es rechazar el deber insoslayable de la autocrítica. Supondría una traición al proletariado. La vanguardia no puede retomar sin más la obra revolucionaria en el punto en que la dejó Octubre, no puede pretender limitarse a darle continuidad. Esta actitud comportaría un error gravísimo. Es preciso dar por concluido el ciclo y dedicar un tiempo a reflexionar sobre él y a reconsiderar los puntos débiles del discurso revolucionario para reelaborarlo en lo que sea pertinente hasta ponerlo a la altura de las exigencias del inicio de un nuevo ciclo revolucionario. Sin esta prerrogativa, el comunismo no volverá a convertirse en referente de la vanguardia ni en anhelo de las masas. Ni que decir tiene que esta labor de reconstitución ideológica abarca desde la recomposición teórica en lo que toca a los fundamentos filosóficos hasta la clarificación y definición de los elementos de la línea general de la revolución. Todo ello en dura e intransigente lucha de dos líneas con el revisionismo. Entiéndase, igualmente, que no se trata de revisar los fundamentos del marxismo como punto de partida doctrinal de la revolución, sino todo lo contrario, de recuperarlos. Como ya hemos visto someramente, en ocasiones, los compromisos adquiridos por la vanguardia revolucionaria o las influencias sobre ella de corrientes de pensamiento ajenas –como fue el caso del positivismo– condujeron a la suplantación del punto de vista genuinamente marxista a la hora de resolver los problemas que planteaba la lucha de clases proletaria. Esto creó condiciones favorables para la labor de zapa del revisionismo y, en general, provocó numerosas desviaciones en el conjunto de los partidos obreros. La historia de la II Internacional es un compendio completo de esta degeneración. En particular, ese conjunto de circunstancias, muchas veces ajenas a la voluntad de los dirigentes obreros, contribuyeron a conformar un paradigma revolucionario –es decir, una visión a priori de los problemas, mecanismos y recorridos de la revolución– con aspectos que en muchos casos estaban en desacuerdo con las premisas ideológicas del marxismo o con la experiencia real de la lucha de clases del proletariado. En esto, la historia de la III Internacional presenta algunos capítulos aleccionadores. La fracción maoísta del PCCh fue el primer intento, serio pero aislado, de rectificar las desviaciones de la línea general de la revolución (crítica del revisionismo soviético) al mismo tiempo que ponía en práctica esa rectificación (revolución cultural). Sus logros deber ser reivindicados y recuperados (el PCP realiza un gran aporte en este sentido), pero su derrota final demuestra que la experiencia china no está exenta de la crítica que permita descubrir los elementos erróneos aún persistentes en su línea que finalmente condujeron a la derrota de la fracción roja del partido chino. En el estado actual de nuestros conocimientos, el MAI baraja la hipótesis, a ratificar por el balance, de que la causa última de esos errores se halla en el hecho de que el maoísmo participaba en lo fundamental del paradigma revolucionario de Octubre y de muchos de sus elementos de dudosa adscripción marxista; y aunque inició el cuestionamiento teórico y práctico de muchos de esos errores, no supo o no pudo llevar hasta el final esa labor de rectificación y actualización de la concepción proletaria de la revolución. Pero esto ya forma parte del debate sobre el balance del Ciclo de Octubre.

Prosigamos con los requisitos de la reconstitución del Partido Comunista. En segundo lugar, en el plano organizativo, como el cumplimiento de las tareas ideológicas no es un ejercicio académico ni especulativo, sino vinculante para todo el sector de la vanguardia interesado en los problemas teóricos de la revolución y en la recuperación del Partido Comunista, la reconstitución incluye el aspecto de línea de masas, alrededor de la cual irá cristalizando un movimiento práctico de vanguardia, que se irá articulando a través de los organismos necesarios para alcanzar los objetivos establecidos. Finalmente, en el plano político, el significado último del proceso de reconstitución consiste en que se trata de un proceso de acumulación de fuerzas de la vanguardia. Esta faceta de la reconstitución es primordial. Lo que no comprende el (n)PCI, ni aparece en ninguna de las propuestas de reconstitución que hoy están sobre la mesa, es la existencia de dos problemáticas políticas diferentes para la vanguardia, que encierran dos tipos distintos de tareas y que implican la división del proceso revolucionario en dos fases fundamentales antes de la implantación de la Dictadura del Proletariado; lo que no reconoce nadie en nuestro movimiento es la distinción entre una etapa de acumulación de fuerzas de la vanguardia (reconstitución del Partido) y una etapa de acumulación de fuerzas basada en las masas (Guerra Popular), la relación existente entre ambas y el modo de transitar de la una a la otra. En este punto radica el meollo del plan revolucionario. Sin embargo, los comunistas de hoy sólo perciben el problema de la acumulación de fuerzas de la clase en términos de masas porque, en su miopía empirista, identifican clase con masas y no otorgan a la vanguardia otro papel que el de mero apéndice de ellas. Por el contrario, el marxismo enseña que la vanguardia es también parte de la clase, que posee atributos específicos y que puede actuar de manera autónoma respecto de las masas. Por eso, los problemas de la vanguardia son problemas particulares de la revolución y no basta con hacer abstracción de ellos o mirar para otro lado ante ellos. Stalin diferenciaba entre un periodo en el que los comunistas aprenden a dirigir su partido y otro periodo en el que aprenden a dirigir a las masas. El movimiento revolucionario adquirirá carácter de masas sólo si sabemos transitar del movimiento revolucionario como simple movimiento de vanguardia al movimiento revolucionario de masas. Y en esto es fundamental la aceptación de que se impone primero una fase de conquista de la vanguardia como premisa para la apertura de otra fase de conquista de las grandes masas y la comprensión de los mecanismos que permiten el paso de la una a la otra. Porque aquí se encuentra la piedra clave que da unidad y continuidad a todo el proceso revolucionario. En La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo , Lenin resumió la experiencia bolchevique en la revolución rusa distinguiendo entre esas dos fases fundamentales y definió su contenido general en estos mismos términos. Pero las necesidades de la lucha de clases del proletariado en el plano internacional le obligaron a centrar toda su atención en el segundo problema, el del método adecuado para la conquista de las masas por parte de la vanguardia. En el mismo sentido, el hecho de la existencia de la Internacional Comunista suponía la modificación de las condiciones y requisitos para el cumplimiento de la primera tarea, la de conquistar a la vanguardia para el comunismo, lo cual coadyuvó en gran medida para que las enseñanzas en este sentido de la experiencia bolchevique entre 1902 y 1917 no fueran consideradas relevantes o útiles como para ser estudiadas, sintetizadas e incorporadas a la doctrina de la Komintern. Hoy, que no existe Internacional Comunista, este vacío redunda negativamente y resulta urgente llenarlo, sobre todo cuando comprobamos cómo la mayoría de los destacamentos de vanguardia aplican, ciegamente y sin ningún aprecio por la diversidad de contextos y de situaciones históricas, la táctica de Frente Único de la Internacional para cumplir con todas las premisas de la revolución proletaria. La táctica de Frente Único puede ser correcta cuando la Internacional ocupa la posición de vanguardia de la Revolución Proletaria Mundial y sus secciones nacionales actúan como correas de transmisión hacia el movimiento obrero; pero, sin Internacional, esta táctica está equivocada y es contraproducente como base de reconstitución del movimiento revolucionario del proletariado. Por esta razón, lo que se pone en el orden del día es el análisis y la solución de los problemas relacionados con la organización de la vanguardia en función de la reconstitución del Partido Comunista. Hay que poner el centro en la vanguardia y en crear las condiciones para que pueda conformarse como fuerza política enfilada a generar las bases ideológicas y los instrumentos políticos para la reconstitución del Partido. Estamos hablando de todo un periodo de acumulación de fuerzas de la vanguardia, que debe traducirse en la recuperación del comunismo revolucionario como polo de referencia acreditado ante el proletariado y ante la sociedad en general y conformarse como incipiente movimiento político capacitado para las labores de propaganda y organización en todos los terrenos de la lucha de clases proletaria en esta primera fase política prepartidaria de reconstitución.

Entonces, como periodo de acumulación de fuerzas de la vanguardia, la reconstitución del Partido Comunista es el transcurso del paso de una posición política de defensiva estratégica a una posición política de ofensiva estratégica para la vanguardia. Culminar este periodo, culminar la reconstitución del Partido cumpliendo sus requisitos, significa que, con éste, el proletariado está en condiciones de iniciar la ofensiva política contra la burguesía. Y esta capacidad política, esta posición lograda por el proletariado a través de su vanguardia de ofensiva política es la base de y se traduce como Guerra Popular, en su posición inicial de defensiva militar. En este punto es preciso detenerse en una consideración importante. Igual que Lenin, debido a las circunstancias de la lucha de clases internacional, puso, a partir de 1920, el peso en el aspecto de las masas en la contradicción vanguardia-masas, Mao, el gran teórico y práctico de la Guerra Popular, puso el acento en los problemas de la guerra, dentro de la contradicción política-guerra, durante el periodo inmediatamente anterior a la conquista del poder (1927-1949). Naturalmente, se trataba de la respuesta adecuada a las exigencias de la lucha de clases del momento, no sólo porque en el plano internacional la existencia de la Komintern permitía resolver de manera concentrada y cubrir de forma acelerada las cuestiones ideológicas y políticas relacionadas con la constitución del Partido Comunista, sino, sobre todo, porque, en el plano interior, la lucha de clases en China se dirimió casi siempre en el terreno militar (contra los señores de la guerra , frente al Kuomintang y frente a Japón). De este modo, el problema de la transición de la política a la guerra, de los principios que rigen la transformación de la política en guerra en la lucha de clases proletaria, quedaron velados, ocultando los rasgos propios de una esfera de la actividad de la vanguardia cuyo esclarecimiento hoy adquiere la mayor relevancia. Insistir, pues, en que en la actualidad el aspecto principal de la contradicción entre política y guerra recae en el primero de ellos y que su contenido es el de la reconstitución del Partido Comunista, nos permite situar el marco general en el que hoy se encuentra la vanguardia desde el punto de vista del plan para la revolución proletaria, desde el punto de vista de la conquista del poder por la clase obrera a través de la Guerra Popular dirigida por el Partido Comunista.

En particular, y para acercarnos al planteamiento científico en esta cuestión, es preciso señalar que la Guerra Popular, comprendida al modo marxista como desarrollo cualitativo de la política proletaria, no es más que la réplica en un plano superior del mismo ciclo cumplido en el nivel inferior de la política. En otras palabras, si como mostró magistralmente Mao, la Guerra Popular es un ciclo de transición de la defensa a la ofensiva militar, y puesto que, como enseña el marxismo, la guerra y la política son aspectos de la misma realidad, comparten la misma naturaleza, entonces, el ciclo de la política responde al mismo mecanismo y debe cumplir los mismos estadios de desarrollo que el ciclo de la guerra, cambiando sólo su contenido cualitativo; es decir, el ciclo de la política debe responder también a un ciclo de defensiva-ofensiva. Entonces, la fase de reconstitución del Partido Comunista es el desarrollo completo de este ciclo, llevado a cabo por la vanguardia del proletariado en el plano de la política, en virtud del cual tiene lugar un proceso de acumulación de fuerzas desde posiciones de repliegue –que son las que hoy ocupa la vanguardia y el conjunto de la clase en general– hasta la culminación de la reconstitución del Partido, hasta que esta culminación permita una disposición para la ofensiva política. Y lo que es más importante, el paso a la ofensiva política de la vanguardia se plasma como paso a la defensiva militar de las masas. La disposición política de ofensiva estratégica de la vanguardia se traduce en disposición militar de defensiva estratégica de las masas. En esto consiste el planteamiento científico de la dialéctica entre política y guerra en la lucha de clases del proletariado. Aquí se sitúa el nudo gordiano de la estrategia revolucionaria del proletariado para la conquista del poder, la clave que da continuidad, unidad y coherencia al plan de la revolución proletaria.

La dialéctica ofensiva-defensiva es la que determina la relación entre la política y la guerra, es la contradicción que subyace a su desarrollo y en función de la cual se configura también la relación de la vanguardia con las masas. Así, la transformación en su contrario de la defensiva política en ofensiva política supone un salto dialéctico hacia la posición inicial como defensiva nuevamente, pero en un plano superior, el militar. Este cambio se refleja también como salto cualitativo en la relación vanguardia-masas en el sentido de que el aspecto principal de esta contradicción se desplaza del primero al segundo, es decir, la base del proceso revolucionario pasa de la vanguardia a sostenerse sobre las masas. Finalmente y en paralelo, tiene lugar simultáneamente la transformación de los contrarios en la dialéctica política-guerra: la política deja de ser el contenido fundamental de la lucha de clases proletaria y ésta pasa a desenvolverse como guerra de clases, abriéndose una nueva fase de la revolución.

Revelar de modo científico cómo se transforma la política en guerra para el proletariado permite también comprender por qué el Partido Comunista, elemento cuya reconstitución posibilita esa transformación, es el eje de todo el proceso y de todo el plan estratégico de la revolución y no la Guerra Popular, como dicen casi todos lo maoístas. Igualmente, permite entender por qué el Partido no puede ser asimilado a una organización política simple, a destacamento organizado de la vanguardia, sino a un movimiento político imbricado en el movimiento de masas (pero distinto de él), incomprensión que está en el origen de este error de los maoístas; permite entender por qué la culminación de la reconstitución del Partido implica necesariamente el inicio de la Guerra Popular, por qué estos dos elementos son inseparables en la estrategia proletaria y no pueden estar mediatizados por ningún otro, como el Frente político, y por qué el Partido, al ser eje, es dirección y, por lo tanto, garantía de que en la fase militar la política dirige al fusil y no el fusil a la política .

En resumen, la ofensiva política de la vanguardia se transforma en defensiva militar de las masas, cumplida la conquista de la vanguardia para la revolución comienza su conquista de las masas, la culminación de la fase política de la revolución, de la etapa de lucha de clases pacífica , da paso inmediatamente a su fase armada. Al PCP cabe el honor de haber sabido formular y aplicar un plan erigido sobre esta piedra clave de la revolución, de haber sabido plasmar correctamente la línea general de la revolución proletaria, las leyes por las que se rige la construcción de la obra revolucionaria. A nosotros nos queda la responsabilidad de estudiar su experiencia, aprehenderla y servirnos de ella para desenmascarar las falsas concepciones de la Guerra Popular y aplicarla a las condiciones de las luchas de clases en el Estado español.

Precisamente, la mayoría de los epígonos oficiales y oficiosos del PCP se han dejado impresionar por el papel de la Guerra Popular en la revolución peruana, por el imponente e impresionante escenario de las masas armadas acosando al Estado reaccionario. Pero esta fascinación ha hecho que centrasen demasiado su atención en el fenómeno de la guerra, tomándola de manera aislada del resto del proceso, sin comprender del todo el significado del lugar que ocupa en él y sin apreciar debidamente los vínculos que guarda con el resto de los instrumentos de la estrategia revolucionaria, principalmente los que permiten su preparación. Los maoístas en general, principalmente en Europa, aceptan y declaran la importancia del Partido Comunista; sin embargo, en los hechos, este reconocimiento parece más bien la repetición de un rito litúrgico aprendido de la tradición a la que se quiere pertenecer, porque, en los hechos, los maoístas de hoy se preparan para la Guerra Popular con o sin Partido, se preparan para tal evento tanto si es desencadenado por las masas como por la burguesía. En sus planes aparecen recogidos ambos, Partido y Guerra Popular, pero no encajan, carecen de la correlación orgánica que les vincule internamente como momentos necesariamente continuos. Y esto es así porque no han comprendido que el paso de la política a la guerra es producto de un proceso planificado de desarrollo de la lucha de clases del proletariado encabezado por su vanguardia. El sometimiento de los planes revolucionarios que proponen nuestros maoístas a los factores aleatorios o espontáneos, el papel subordinado que otorgan a la vanguardia y a los problemas teóricos y prácticos de su construcción y la falta de cohesión orgánica que prevalece en sus planes revolucionarios nos son más que el reflejo de la desorientación y del temor que experimenta un sector de la vanguardia ante la responsabilidad de asumir el papel que le corresponde en la puesta en marcha del proceso revolucionario. Este apocamiento les induce a derivar esa responsabilidad hacia las masas, a refugiarse en ellas y a esperar que ellas resuelvan sus tareas; pero las masas no pueden sustituir a la vanguardia, ni cumplir sus obligaciones, ni tampoco redimirla del retraimiento que la paraliza y la hace inoperante. La experiencia de la Revolución Proletaria Mundial, confirmada por sus episodios más recientes, demuestra que el proceso revolucionario debe abrirse desde la iniciativa de la vanguardia, que el primer movimiento en este juego le corresponde a ella y que su primera tarea es asumir esta responsabilidad. Otra postura es renuncia de la revolución.