El caso del (n)PCI

Dentro de la corriente maoísta existen, por otro lado, interpretaciones distintas de la Guerra Popular, aunque, en realidad, no lo son tanto porque participan de los mismos errores de base. Nos centraremos ahora, para ilustrar esto, en el documento del (nuevo) Partido Comunista de Italia [(n)PCI], Guerra popolare rivoluzionaria di lunga durata, lotta armata di OCC e altro (publicado en La Voce , nº 25, de marzo de 2007, págs. 57 y ss. –ver Lavoce.samizdat.net ), documento recientemente traducido al castellano por el MAI y colgado en su página web porque, a pesar de todo, contiene elementos correctos que sin duda contribuirán en el cometido de definir y refutar ciertas tendencias de interpretación y aplicación equivocadas de la línea militar proletaria. El mejor aporte de este documento a esta causa es su caracterización de algunos errores comunes de organizaciones similares al PCE(r). Sin embargo, su misma concepción de la Guerra Popular está lastrada y ello le impide llegar hasta el fondo en su crítica del comunismo terrorista . Buena prueba es, por ejemplo, su diagnóstico sobre las Brigadas Rojas. Para el (n)PCI, en las Brigadas Rojas convivían una línea errónea, una línea militarista, plasmada en “la voluntad de sustituir con el propio ejemplo un movimiento armado de masas”, y una línea correcta, comunista, expresada en “la voluntad de reconstruir el partido comunista como Estado Mayor revolucionario del movimiento de masas tal como era, para que pudiese ulteriormente desarrollarse”. Para el (n)PCI, la lucha entre estas dos líneas “constituye la verdadera historia” de las Brigadas Rojas y es “la razón de su éxito y de su fracaso”. Lo que no comprende el (n)PCI es que lo que considera “línea comunista” no es en realidad otra cosa que una línea política sindicalista, tanto más por cuanto entiende y acepta como “línea comunista” el convertirse en “punta de lanza más avanzada del movimiento reivindicativo de las grandes masas” y en procurar dar a este movimiento “una salida política que el PCI, dominado por los revisionistas, negaba”. Como ya manifestamos en nuestra Declaración Política, fue precisamente la pretensión de traducir inmediatamente (espontáneamente) en política revolucionaria , fuera del cauce institucional burgués, las aspiraciones del movimiento reivindicativo de masas en auge lo que condujo a las Brigadas Rojas hacia la vía armada directa, hacia el terrorismo. Por lo tanto, esos dos aspectos de su política, esas “dos líneas”, no fueron antagónicas, sino complementarias: eran las dos caras de las misma moneda, la concepción reformista –en su versión armada– de la lucha de clases, concepción que tiene su origen en una insuficiente comprensión del socialismo científico y de las leyes de la revolución proletaria. En el mismo sentido, el erróneo balance del (n)PCI sobre las Brigadas Rojas nos ofrece ya una pista sobre el origen ideológico de las deficiencias de su punto de vista sobre la Guerra Popular. Señalarlas someramente nos ayudará en nuestra exposición comparada de los elementos fundamentales de la línea militar proletaria.

Comenzamos con el punto de partida estratégico, con la definición del plan de tareas de la revolución. Para el (n)PCI, “los instrumentos de la GPR de LD [Guerra Popular Revolucionaria de Larga Duración] son el partido, el frente de clases y de las fuerzas revolucionarias, [y] las fuerzas armadas revolucionarias”. En primer lugar, no se contempla el problema de la guía ideológica . Tal vez, el (n)PCI considere esta cuestión resuelta con su tesis de la octava discriminante (el maoísmo), sin embargo, esto no es suficiente: no basta con proclamar el maoísmo sin definir y delimitar claramente sus contornos y sin establecer una base mínima que contribuya a superar el actual estado de fragmentación ideológica y política que sufre la corriente maoísta. Y, sobre todo, no es suficiente porque en aquella tesis no se incorpora el balance de lo que los mismos camaradas italianos denominan “primera oleada de la revolución proletaria mundial”, ni siquiera como problema. Para ellos, la causa de la derrota del movimiento comunista internacional se debió “al hecho de que los partidos comunistas no habían seguido conscientemente la estrategia coherente con las leyes de la obra que intentaban dirigir: no la conocían y habían sido construidos para poner en práctica esa estrategia. Han tratado de realizar una obra sin un conocimiento suficiente de las leyes que le son propias”. Por lo tanto, no existe el problema de la reconstitución ideológica del comunismo. Toda la experiencia revolucionaria del ciclo se despacha como un lamentable malentendido, como un desafortunado desencuentro entre teoría y práctica. Sólo queda su expresión última y más elevada –el maoísmo– a la que es preciso aferrarse; aunque no se entiende por qué, en este caso, la derrota final de la revolución (cultural) no supone, del mismo modo, el insuficiente conocimiento “de las leyes que le son propias”.

De todas las maneras, la posición del (n)PCI en este punto implica una visión dualista de la relación de la vanguardia con el socialismo científico, una relación que presenta, por un lado, a la teoría –esas “leyes” de la revolución– como un corpus normativo abstracto y absoluto que, separado de la conciencia, espera ser rescatado por ésta de su limbo supramundano, y, por otro lado, a la vanguardia, que se limita a reflejar en su conciencia ese conjunto de principios y a aplicarlo sobre la realidad con el frío cálculo de un ingeniero social. Se trata, pues, de un punto de vista que contempla la relación entre teoría y práctica, entre conciencia y realidad, como una relación externa y objetiva, punto de vista que entronca con la tradición positivista de interpretación del marxismo. Esta tradición hizo época y terminó impregnando el sustrato filosófico de todas las corrientes políticas del marxismo internacional hasta desvirtuarlo. En un primer momento, el acercamiento del marxismo a la ciencia expresó la alianza ideológica del proletariado con el sector más progresista de la burguesía, con su ala demócrata, en una época en la que la potencia revolucionaria de la burguesía aún mantenía cierta vitalidad. Engels ratificó esta alianza cuando, en su Ludwig Feuerbach , vinculó la aparición y el significado del marxismo a los últimos descubrimientos de la ciencia de la época (la célula, el principio de conservación de la energía y la teoría de la evolución). Pero este método de autolegitimación dejó abierta la puerta al peligro de simplificación del marxismo como forma de la conciencia y a la tendencia, extendida hasta hoy y que se hizo dominante, de asimilar la doctrina revolucionaria del proletariado a la ciencia. Según esta tendencia, el marxismo o es una ciencia o una metaciencia o una filosofía que se sostiene o legitima por los resultados de la ciencia. Para ella, la ciencia es la construcción gnoseológica superior, la forma absoluta de conocimiento y no la práctica revolucionaria, que había sido el punto de partida de la innovación del pensamiento de Marx y Engels (XI tesis sobre Feuerbach). De este modo, el marxismo quedaba constreñido en el marco ontológico de una concepción del mundo positivista, burguesa, y desposeído de su condición de forma superior de la conciencia social, de nueva y más elevada concepción del mundo. Si, en un primer momento, la alianza del marxismo con la ciencia permitió a la teoría recién llegada y a la vanguardia proletaria, inexperta y bisoña en cuanto a experiencia práctica propia, colocarse a la cabeza del movimiento social, muy pronto se hicieron patentes los obstáculos y las terribles limitaciones que esa influencia interponía al desarrollo integral y coherente del marxismo. Desde el neokantismo de corte bernsteiniano y el evolucionismo darvinista de un Kautsky, hasta el cientismo de Althusser, pasando por el materialismo vulgar de la ortodoxia soviética, cada vez se manifestaban más síntomas de que la pujanza política que facilitó la asociación ideológica con el sector radical de la burguesía se cobraba su precio ideológico bajo la forma de creciente déficit dialéctico en el pensamiento marxista. Además, el influjo del punto de vista positivista sobre la línea política proletaria se tradujo en el principio teleológico –que se convirtió en axioma incuestionable– de que las leyes del desarrollo social no sólo eran objetivas e independientes de la voluntad del hombre, sino que conducían al socialismo y al Comunismo. Bastaba con conocerlas y manejarlas . No es ninguna casualidad que, en sus primeras disputas con los mencheviques, los bolcheviques señalaran que el fondo de la controversia no consistía en si Rusia alcanzaría o no el socialismo, sino cuándo : antes, por la vía revolucionaria, o después y con mayores sufrimientos para las masas, por la vía reformista; ni tampoco es casual que, todavía en plena revolución cultural, el propio Chang Chun-chiao manifestase su fe en que la victoria del comunismo es algo predeterminado, inevitable, necesario e independiente de la voluntad del hombre. Finalmente, desde el punto de vista táctico, la visión empirista del mundo que trae aparejado el positivismo sirvió para respaldar la línea sindicalista y resistencialista como la verdadera línea de acción comunista, pues si la evolución social se encamina hacia el socialismo, basta con una política que persiga ganar la posición de dirección del movimiento espontáneo como objetivo fundamental de su línea de masas.

Por el contrario, para el marxismo, la actitud del sujeto consciente hacia el mundo no es la del observador pasivo y ajeno que establece el ethos de la ciencia positiva, no es la actitud contemplativa propia de una relación gnoseológica externa, sino que se trata de una relación interna y universal de mutua transformación dialéctica entre objeto y sujeto, una relación que debe ser concebida –como decía Marx en su I tesis sobre Feuerbach– de un modo subjetivo ; es decir, una relación donde la determinación de las leyes objetivas se somete a la acción del sujeto, porque precisamente se trata de transformar esas leyes, de revolucionarlas, no sólo de conocerlas y manejarlas . Revolucionar el mundo significa destruir sus bases actuales, derogar sus leyes y construir otro nuevo sobre bases y leyes distintas: no basta con dirigir el desarrollo social, es preciso crear una nueva sociedad. La política y la táctica comunistas deben fundarse en estos principios. Por esta razón, su punto de partida no puede ser el movimiento espontáneo, la resistencia de las masas, sino un movimiento revolucionario (el Partido Comunista construido desde la ideología revolucionaria) dirigido a derruir y transformar, a revolucionar, las bases de ese movimiento para convertirlo en su contrario: de movimiento de resistencia en movimiento revolucionario, de movimiento espontáneo en movimiento consciente.

Como el (n)PCI se ha hecho acreedor de la nefasta influencia del positivismo que arrastra tradicionalmente el marxismo, no comprende la verdadera relación que guarda la vanguardia con el socialismo científico, con las “leyes de la obra” revolucionaria. Ésta no es una “obra” que se someta a leyes objetivas dadas e independientes del sujeto revolucionario: no son principios que estén ahí fuera , dispuestos a ser aprehendidos y aprendidos en un ejercicio especulativo. La obra revolucionaria se sostiene sobre una base objetiva, que son las leyes del desarrollo social, en particular, las luchas de clases y las tendencias económicas del modo de producción capitalista. Éste es el punto de partida para el proletariado revolucionario. Pero una tendencia no es una ley apodíctica. Ninguna ley del capital resuelve el problema del paso al socialismo, no existe una transición natural del capitalismo al Comunismo. Se precisa la acción práctica del sujeto revolucionario para transformar la tendencia en ley. Por ejemplo, la creciente socialización de las fuerzas productivas que genera el capitalismo abre la tendencia hacia el socialismo, la base material y objetiva de la revolución, es cierto; pero también es cierto que crea la posibilidad de la tendencia contraria, la tendencia al monopolio, es decir, la posibilidad de la reestructuración capitalista, de la solución capitalista de la crisis del modo de producción. Qué tendencia venza no depende de una ley económica, sino de las luchas de clases, en general, y del papel que consiga jugar en ella la línea revolucionaria, en particular. Por esta razón, la acción del sujeto es la primera “ley de la obra” revolucionaria, y sólo un proceso de lucha social que se fundamente en este primer principio, en la praxis revolucionaria del proletariado, posibilita la construcción de la nueva sociedad al mismo tiempo que el conocimiento de sus leyes. Éstas, por tanto, no existen ni pueden conocerse fuera de la propia experiencia revolucionaria del sujeto consciente, de manera separada de su práctica revolucionaria, de su interacción transformadora con la sociedad. Es en este sentido que decimos que el conocimiento de las leyes de la revolución es un problema de carácter subjetivo , no de ciencia positiva. Y por este motivo, la aprehensión de las leyes que pueden extraerse de la experiencia revolucionaria no puede producirse fuera del contexto, fuera del laboratorio , donde tiene lugar esa experiencia, es decir, fuera de la lucha de clases, en particular y en un primer momento, de la lucha de dos líneas. Únicamente en el marco de la lucha de clases teórica puede iniciarse el conocimiento de los principios que rigen la construcción del Comunismo, y sólo sobre la base de la experiencia revolucionaria acumulada. Por eso, el MAI defiende la tesis de que el balance del Ciclo de Octubre que realice la vanguardia en lucha de dos líneas es el único punto de partida posible de la reconstitución del movimiento comunista revolucionario. Cuando –como reconoce el (n)PCI– la causa última del fracaso del primer ciclo reside en el insuficiente conocimiento de las leyes de la transformación revolucionaria de la sociedad, es inadmisible comenzar la obra por el tejado, comenzar con el trabajo de resistencia de masas, en lugar de empezar por la investigación, formulación y comprensión de esas leyes, en gran parte ocultas todavía, que encierra la reciente experiencia revolucionaria. La sacralizada idea dominante en nuestro movimiento de que hay que ir a las masas y aprender con ellas niega las tesis marxistas de que la teoría no es otra cosa que práctica resumida y de que la lucha teórica es una forma de la lucha de clases. Bajo el discurso demagógico, dogmático y antidialéctico, según el cual, como la práctica es principal, la escuela del comunismo es la lucha de las masas, se encuentra la tesis vulgar que niega que la conciencia sea una forma de la materia, que las ideas juegan un papel en la historia y que, por tanto, la vanguardia revolucionaria del proletariado no puede constituirse en agente social independiente del estado material y espiritual en que se encuentre el conjunto de la clase en cada momento. La liquidación fáctica del Partido Comunista, del movimiento comunista como movimiento independiente, queda consumada por este comunismo economicista cuando, con su escuela de la práctica por la práctica , condena a cada obrero y a cada generación de obreros a comenzar cada vez desde cero la obra de la revolución, cuando pretende que por su propia experiencia inmediata vayan conociendo por sí mismos “las leyes de la obra” revolucionaria. Este absurdo, desde luego, carece de todo sentido, a pesar de que es puesto en práctica por la casi totalidad de las organizaciones comunistas. El absurdo sólo tendría alguna lógica si se cree de veras que esas leyes existen aparte de la revolución real (por ejemplo, bajo la forma de maoísmo ). Pero esta creencia presupone una concepción gnoseológica idealista que separa la teoría de la práctica, la conciencia de la materia, y conduce a la reproducción en el interior del movimiento de la división burguesa del trabajo y la sanción del Partido Comunista como elite dirigente , única capaz de elevarse hasta el olimpo de las ideas donde se guardan esas leyes. Resulta, por tanto, inútil, como hace el (n)PCI, reprochar a los “sincero comunistas” del pasado sus errores, y mucho más trivial resulta disculparlos al mismo tiempo por “sus heroicos esfuerzos”. Simplemente, porque esos “esfuerzos” desbrozaron el camino de la revolución y crearon las condiciones para conocer sus leyes, leyes que antes de ellos sencillamente no existían. La obra se construye a la vez que se aprende a construirla. Por eso, la revolución es una constante alternancia de éxitos y fracasos, y conocer sus principios requiere la reflexión constante y sistemática, la permanente crítica y autocrítica sobre lo que se está realizando. El mejor homenaje que se puede ofrendar a esos comunistas no es el emotivo pero huero recuerdo de los muertos, sino el esfuerzo por comprender el significado de su legado, que está vivo.

El problema del conocimiento de las leyes de la revolución (el balance) no tiene nada que ver –al menos de manera directa– con los problemas de la lucha de resistencia de las masas. Negarlo es ridículo y pretender vincular mecánicamente ambas problemáticas por el medio de unir las tareas de la reconstitución con las que impone la lucha reivindicativa de las masas ha resultado y resulta nefasto. La separación de ambos tipos de problemas no es más que el reflejo político de la escisión que hoy existe entre la vanguardia revolucionaria y las masas como consecuencia de la derrota del Ciclo de Octubre. Este hecho es incontrovertible y no puede cambiarse con voluntarismo ni con pragmatismo, sino a través de un plan de tareas que permita superar los obstáculos que impiden la verdadera fusión de la vanguardia con el movimiento obrero. Esta fusión no tendrá carácter revolucionario si la vanguardia no resuelve previamente el problema estratégico de la guía revolucionaria, del balance, o lo que viene a ser lo mismo, de la reconstitución ideológica del comunismo, de su restitución como teoría de vanguardia. El ámbito social donde, en la práctica, puede hallar solución esta cuestión es el que ocupa la vanguardia actualmente. Este campo se encuentra muy atomizado. Ningún destacamento cumple con los requisitos ideológicos ni políticos para dar por resuelta la primera gran tarea estratégica de la revolución, ni para considerarse preparado para abordar por su cuenta la segunda, la reconstitución del Partido Comunista. Ningún destacamento puede poner a prueba su proyecto o su programa, ni su grado de asunción de los principios del comunismo ante las masas sin antes haberlo puesto a prueba ante el resto de la vanguardia. No existe otro camino. La reconstitución ideológica es una obra colectiva en el seno de la vanguardia, es un proceso intersubjetivo , que se diferencia de la reconstitución política del comunismo, de la reconstitución del Partido Comunista, porque éste es –como ya hemos señalado– un proceso objetivo de relación entre la vanguardia y las masas. Distinguir esto es fundamental, porque lo común es confundir ambos procesos e identificar la reconstitución del Partido con ese proceso interno de la vanguardia, confusión que sostiene la tendencia reduccionista generalizada que identifica Partido Comunista con unidad de los comunistas . Pero lo más común entre los destacamentos de vanguardia es agregar ambas fuentes de error: confundir la reconstitución del Partido con la unidad de los comunistas y, al mismo tiempo, pretender realizarla en el seno del movimiento obrero práctico. La consecuencia es la mezcolanza de todo tipo de tareas de naturaleza dispar, la pretensión de cumplir con todos los requisitos del movimiento revolucionario de masas al mismo tiempo. Sin ir más lejos, el movimiento comunista del Estado español de las últimas décadas ha reincidido en este doble error en numerosas ocasiones. El último experimento en este sentido es el enjambre de grupúsculos que revolotean alrededor de la Plataforma de Ciudadanos por la República y que se reúnen bajo el techo de la última casa común de la izquierda , el programa de la III República. Deriva política reformista lógica, por otra parte, pues la táctica de unidad de acción de la vanguardia dentro y en colaboración con el movimiento práctico de resistencia sólo puede desenvolverse en función de las necesidades de este movimiento y, por lo tanto, en función de un programa mínimo de reformas. El programa mínimo republicano es la expresión política pequeño burguesa que muestra el limitado alcance que impone el estrecho marco de la resistencia como plataforma para la reconstitución del movimiento revolucionario. En cuanto a la reconstitución del Partido Comunista como dirigente de este movimiento, ese marco impone el método del consenso ideológico y el establecimiento de un mínimo denominador común político como condición suficiente para el Partido. Esto exige, naturalmente, más discusión que debate, más política que ideología y más práctica que teoría. En conjunto, se trata de un proyecto caracterizado por la rebaja política e ideológica de todos los requisitos de la revolución. Por el contrario, distinguir las tareas y los instrumentos de la reconstitución ideológica de los de la reconstitución política del comunismo permitirá el máximo deslinde entre marxismo y revisionismo gracias a la lucha de dos líneas dentro de la vanguardia. El principio de que, en la dialéctica entre unidad y lucha , la unidad es principal –principio que orienta a los comunistas republicanos–, debe ser sustituido por el principio de primacía de la lucha como único medio de construir un movimiento político en función del programa máximo de la revolución que adopte el punto de vista ideológico más elevado alcanzado por la lucha de clases del proletariado como el único punto de partida legítimo de su acción política. La unidad sólo puede sobrevenir desde el acuerdo en las tareas políticas, en el plan, no desde contenidos programáticos consensuados o pactados: sólo a través de la lucha puede arrojarse luz sobre los contenidos concretos de esas tareas y sobre la dirección en que éstas encaminarán al movimiento revolucionario.