III . CASUÍSTICA DE LA LÍNEA POLÍTICA DE GUERRA POPULAR

 

El caso del PC (MLM)

Para abundar más en estos puntos, y con el fin de que el contraste dé mayor relieve a esos elementos y requisitos de la estrategia revolucionaria en general y de la Guerra Popular en particular, compararemos nuestro punto de vista con algunas manifestaciones de organizaciones maoístas que, a nuestro entender, buscan honestamente situarse en la correcta línea proletaria, pero que incurren en errores cuyo origen está, ciertamente, en el arrastre de viejas premisas heredadas del pasado ciclo revolucionario y que se han asumido acríticamente. Esos errores consisten en la exageración de unos u otros elementos de la Guerra Popular que conducen a desviaciones de su justa concepción. En primer lugar, el balance que realizó, en enero de 2006, el Partido Comunista (Marxista-Leninista-Maoísta) francés de la revuelta de las banlieues . Para esta organización, “la revuelta fue una rebelión de la misma naturaleza que la guerra popular”, por lo que es preciso atribuir a la rebelión “el carácter de guerra popular” (ver Continuons le processus enclenché, continuons à nous rebeller , en Lescommunistes.net ). Más aún, como, según este grupo maoísta, el movimiento continúa activo y es el fenómeno político al que es preciso “agarrarse”, hace un llamamiento a continuar la rebelión. Para el PC (MLM), “la revuelta forma parte del orden de las cosas” y es sobre esta idea que “se funda nuestra estrategia comunista”; la Guerra Popular es “la manera de luchar” que tienen las masas, que consiste en que “en la guerra del pueblo el pueblo no cuenta con otra ayuda que él mismo”. Aunque, para los maoístas franceses, lo que demuestra la rebelión de los suburbios es “la necesidad de un Partido Comunista auténtico para dirigir la lucha a fin de que triunfe”, el papel de este partido como sujeto político queda diluido en la iniciativa espontánea de las masas. La Guerra Popular, entonces, es un fenómeno político que surge desde el comienzo con sus perfiles ya definidos porque es “la generalización del principio de organización de las masas por sí mismas, masas de las que los comunistas son los elementos más avanzados”. A la postre, en este balance el Partido Comunista como tal queda reducido a círculo de vanguardia, a organización de “los comunistas” subsumida en el movimiento general de la rebelión de las masas; su función organizadora no se reconoce en virtud de la capacidad de autoorganización de las propias masas y su cometido se ve limitado a “educar a las masas mostrándoles su verdadera naturaleza” revolucionaria, ya que “los comunistas son la memoria de las luchas de masas por su liberación y, por tanto, son necesariamente su dirección política”. En consecuencia, la línea de masas comunista, la tarea política de “los comunistas”, es dotar a ese movimiento presente –e, incluso, permanente– de conciencia revolucionaria.

El texto de los maoístas franceses demuestra que éstos se debaten entre terribles dudas en torno a las dos cuestiones centrales de la relación del marxismo con el movimiento obrero, las cuestiones de la conciencia y de la organización revolucionarias. En relación con la primera de ellas, cuando se sitúan en el plano teórico, los camaradas franceses tratan de cumplir con el guión marxista, aceptando y defendiendo la idea de que la conciencia revolucionaria proviene de fuera del movimiento espontáneo, de que es preciso que los comunistas cumplan un papel educador, etc.; aunque ya aquí imponen estrictos límites al alcance de ese papel al declarar, al mismo tiempo, que, después de todo, esa labor de educación se reduce a revelar a las masas “su verdadera naturaleza”, a mostrarles el sentido verdadero de sus luchas y de su experiencia como clase, a dotar de horizonte consciente a un movimiento inconsciente, pues, al parecer, el comunismo sólo es “memoria” o síntesis histórica de la experiencia de las masas oprimidas en la lucha por su liberación. Sin embargo, cuando se sitúan en el terreno práctico las consecuencias de ese límite teórico se imponen con toda su crudeza: “en la naturaleza misma de las masas está el desear la destrucción del Estado”, llegan a decir. A efectos prácticos, por tanto, para los maoístas franceses la conciencia revolucionaria ya es patrimonio de las masas. En tales términos, se abren numerosas dudas sobre el papel real que pueda jugar el marxismo o un partido comunista, siquiera en los propios términos por los que ellos dicen abogar. Mucho nos tememos que este punto de vista abre la puerta a la liquidación del movimiento comunista.

En cuanto a la segunda cuestión, la de la organización revolucionaria, ocurre lo mismo: en teoría, los franceses dicen que el movimiento de las banlieues reclama la “necesidad de un auténtico Partido Comunista” porque “las masas no están organizadas”; afirman que las masas “no necesitan que se les comprenda, sino que se les organice”. Pero, en la práctica, dicen también que en ese movimiento de los suburbios urbanos galos “se vio que el nivel de organización de los jóvenes proletarios era de un alto nivel. Esta organización proviene de una larga tradición en los barrios, una tradición que va más allá de la historia de las ciudades-dormitorio para hundir sus raíces en las poblaciones chabolistas de los años 1960-70”. Es decir, el movimiento, en realidad, disfrutó de capacidad de autoorganización suficiente. Entonces, a efectos prácticos, si el movimiento era autoconsciente y estaba organizado, ¿para qué necesitaba a “los comunistas”? La liquidación del comunismo está consumada. El PC (MLM) francés se impone tareas que luego reconoce que pueden realizar las masas por sí mismas. El culto a la espontaneidad de las masas conduce a estas paradojas ya habituales en nuestra historia: la liquidación del comunismo por los comunistas.

En la relación conciencia-espontaneidad, el PC (MLM) se decanta, invirtiendo los términos correctos, por otorgar el papel principal al factor espontáneo. La crisis social permanente del capitalismo y la tendencia objetiva a la rebelión de las masas no son sólo telón de fondo sobre el que actúa la vanguardia comunista como sujeto consciente, sino que son ese mismo sujeto. El reflejo de las contradicciones y de la crisis del capital en el estado de ánimo de las masas es lo sustantivo, es lo principal. Los comunistas actúan en función del repunte coyuntural de la respuesta de las masas a la presión del capital, deben “aceptar el desarrollo desigual de la revolución, el desfase entre la situación social y la práctica de las masas, para situarlas al mismo nivel y desarrollar la conciencia revolucionaria”. La práctica política del comunismo se reduce, pues, no a una actividad de construcción y de organización consciente en función de un plan, sino a una práctica oportunista de aprovechamiento de las manifestaciones de esa guerra popular larvada y permanente para incidir sobre ellas como propagandistas e ideólogos (ya que el movimiento parece ser autosuficiente en política y organización). La Guerra Popular, por tanto, no es una fase del proceso revolucionario, sino que abarca la totalidad del proceso revolucionario; no es una etapa de la construcción del Partido, sino que éste se constituye a partir de ella y subordinándose a ella; no indica un grado de madurez de la lucha de clases del proletariado, sino que éste es ya clase madura para la guerra de clases “por su naturaleza”; no es resultado de la fusión del Partido Comunista con las masas, sino movimiento preexistente e independiente del comunismo. El Partido no organiza, planifica y dirige la Guerra Popular como parte de su estrategia política, sino que va a remolque del movimiento de masas y se limita a ser su intérprete . Más todavía, en esa guerra popular espontánea, ni siquiera los comunistas han sido la vanguardia: el relevo ha sido tomado por la juventud rebelde de las banlieues . A la liquidación teórica del comunismo y a su línea oportunista el PC (MLM) añade una visión izquierdista, anarquizante, del proceso revolucionario.

Sin embargo la “rebelión” se fue como había llegado, fulgurante e inesperadamente, y dejó en evidencia a la línea política del PC (MLM), en cuyo diagnóstico final aparecen nítidamente los elementos necesarios e imprescindibles sobre los que se funda su verdadera visión de la revolución:

“Lo que hay que lamentar es que del conjunto del proletariado no se haya unido a la revuelta. El proletariado debió seguir a su componente más oprimido y más determinado: la juventud proletaria.”

Una vez más, a pesar de que, en el escrupuloso respeto formal de la teoría maoísta se situó la “necesidad del Partido”, en el veredicto final, donde se dejan traslucir los verdaderos deseos y esperanzas, tan sinceros como inconfesables, y donde se muestra de verdad la fuente ideológica de la que se bebe, desaparece toda relación del fracaso de la rebelión con los problemas teóricos y prácticos del comunismo. Lo cual no demuestra sino la impotencia de estos maoístas para comprender y aplicar la estrategia proletaria de Guerra Popular. Entre los defensores de la Guerra Popular, el PC (MLM) es uno de los exponentes más extremos del culto a la espontaneidad de las masas, llevando hasta sus últimas consecuencias la tendencia economicista dominante hoy en nuestro movimiento bajo la forma de desviación masista . Sin embargo, es de gran ayuda para mostrar la raíz última de esa tendencia, a saber, una ontología revolucionaria de carácter inmanente, alejada de la ontología trascendente del marxismo. El economicismo latente que sobrevive por debajo de las distintas variantes del revisionismo, herencia del pasado ciclo revolucionario, y que muestra su faz política a través de la línea espontaneísta en sus diversas versiones sindicalista, resistencialista o masista, se basa en la tesis de que el carácter revolucionario del proletariado viene dado por “ser portador de un nuevo modo de producción” (Konstantinov, vaca sagrada del revisionismo soviético, dixit ). Como dirían los maoístas franceses, por su “naturaleza”, o, como lo expresarían otros, por “instinto de clase”. Según esta tesis, el proletariado es revolucionario por sustancia, la revolución es un proceso de despliegue genético de esa esencia y la lucha de clases el motivo o el motor de la realización de su destino inmanente como clase que ya posee conciencia innata de su destino o de su misión . Históricamente, numerosas corrientes políticas que se han reclamado del marxismo comparten o han terminado compartiendo este punto de vista, desde las reformistas hasta las maoístas. Sin embargo, se trata de una visión que no se corresponde con el marxismo porque, para éste, por el contrario, el proletariado no posee , sino que adquiere su condición de clase revolucionaria. Y la adquiere no desde su ensimismamiento como clase, sino trascendiendo su condición en sí de clase asalariada. Esto es posible a través de su relación con lo otro, a través de su lucha de clases con la burguesía, siendo esta relación lo sustantivo y no la posición unilateral que en ella ocupa el proletariado. Por eso distinguía Marx entre conciencia en sí y conciencia revolucionaria o para sí del proletariado. Por eso, sólo adoptando este punto de vista trascendente es como adquiere importancia el problema de la conciencia y el de su papel en la revolución, distinto de esa especie de patata caliente que nos quema las manos y de la que es preciso deshacerse, tal como hemos visto en el caso del PC (MLM). La clase ensimismada tiende a recluir sus relaciones externas como clase social a su relación económica con el capital, es decir, a su relación con su explotador directo, con el patrón. Y desde este restringido campo de relación se deriva todo lo demás: las formas ideológicas, políticas y organizativas necesarias para el desarrollo de la clase como clase revolucionaria . Pero, para el marxismo, el campo de acción son todas las relaciones que tiene el proletariado a todos los niveles (de producción, políticas, jurídicas, culturales, entre y con otras clases…), incluida la historia de todas esas relaciones. Entonces, es en estos términos que la elaboración de una cosmovisión, de una concepción del mundo que no viene dada por la posición que ocupa en el proceso social, sino por el reflejo en su conciencia de todo ese amplio y complejo campo histórico y social, se convierte en algo que no sólo tiene sentido, sino que resulta decisivo para su desarrollo como clase revolucionaria. La fusión de este modo de conciencia con el movimiento práctico de la clase es lo que le da carta de naturaleza como clase revolucionaria. Por este motivo, el papel y las tareas de la vanguardia revolucionaria son fundamentales y ésta no puede ser subordinada ni relegada como mera comparsa o como simple complemento –aunque sea como “dirigente”– del movimiento espontáneo de masas, cual exorcizador taumatúrgico capaz de extraer el instinto de clase del proletariado para después ofrecérselo como su razón revolucionaria, tal como hace el PC (MLM).

A los camaradas de este partido les gusta acompañar sus argumentos con citas del Presidente Gonzalo ; pero lo único que han demostrado es la completa subversión de su pensamiento y de la experiencia del PCP. Y es que, para el PCP, rebelión espontánea es algo diferente de revolución y, por lo tanto, de Guerra Popular. La identificación de estos términos por parte del PC (MLM) implica que se asume que la revuelta espontánea es ya un movimiento independiente que nace de manera autónoma, tanto de la influencia de la burguesía como de la actividad de la vanguardia comunista. Lo cual supone que se asume, igualmente, la tesis revisionista de que existe un tipo de conciencia de clase natural del proletariado distinta de la conciencia burguesa y del socialismo científico (M. Harnecker). Por otro lado, la experiencia del PCP demuestra que la revolución debe cubrir requisitos y cumplir tareas políticas anteriores a la Guerra Popular, que ésta sólo es posible si ha sido preparada por el Partido Comunista, previamente reconstituido como resultado de un proceso de construcción de la vanguardia desde la lucha de dos líneas en torno a la definición de la línea general y del programa político de la revolución. En la historia del PCP, la Guerra Popular es la tercera tarea estratégica que abre la segunda fase de la revolución peruana, y no su inicio. La Guerra Popular es un desarrollo de la lucha de clases proletaria que se realiza a instancias del Partido Comunista, no al revés, como insinúa el PC (MLM), para quien el Partido Comunista es un desarrollo o una consecuencia de la Guerra Popular. Ésta es el paso de la política a la guerra en la lucha de clases proletaria; en cambio, para los maoístas franceses, todo el proceso de la revolución se sitúa desde el principio en el terreno militar. Aunque de palabra diga lo contrario, aunque señale que las masas reclaman el Partido –a cuya problemática de reconstitución no dedica ni una línea en su balance–, para el PC (MLM) la cuestión del día es la Guerra Popular, la rebelión de las masas es el “processus enclenché” al que los comunistas deben incorporarse con el fin de levantarlas y educarlas. Pero, la Guerra Popular presupone un trabajo de construcción política por parte de la vanguardia, la generación de organismos que preparen las condiciones de su inicio a partir de un plan, no es algo aleatorio sometido a la iniciativa de las masas. Es el Partido quien toma la iniciativa, quien elige el momento y el lugar para abrir las hostilidades contra la burguesía. La Guerra Popular está estrechamente ligada al Partido porque es el instrumento de presión del proletariado revolucionario que favorece la crisis política del sistema y hace posible la conquista de las masas por el Partido: la Guerra Popular no viene determinada por la respuesta espontánea de las masas a la crisis económica, no es efecto de la crisis del sistema, sino causa: viene determinada por el paso a la ofensiva política del proletariado y persigue, de manera premeditada y sistemática, la crisis política del sistema. La Guerra Popular es la línea de masas del Partido durante la etapa de conquista de las grandes masas hondas y profundas y de la toma del poder. Algo muy diferente del punto de vista del PC (MLM), que carece de línea de masas, puesto que, como las masas se suman espontáneamente a la rebelión, la línea de masas comunista queda reducida simplemente al trabajo de propaganda. El Partido incorpora a la guerra a las masas; para los maoístas franceses, en cambio, las masas incorporan al Partido a la rebelión. Para el PCP, la Guerra Popular es instrumento del Partido, para el PC (MLM), el Partido es instrumento de la Guerra Popular. Este partido tampoco habla de las bases de apoyo como sostén de la Guerra Popular ni, por supuesto, cómo o quién debería organizarlas. La impresión que deja el documento sobre la rebelión de las banlieues del PC (MLM) es la de que, en la cuestión de los métodos de lucha armada del proletariado, se atisba una tendencia a adoptar el punto de vista insurreccionalista.

En resumen, la posición del PC (MLM) sobre la Guerra Popular es resultado de la respuesta izquierdista de un sector de la vanguardia que pretende suplir con voluntarismo la ausencia total de condiciones políticas para la guerra de clases del proletariado. La incomprensión de ese déficit del proletariado se traduce en impaciencia y en aventurerismo políticos.

El caso del (n)PCI

Dentro de la corriente maoísta existen, por otro lado, interpretaciones distintas de la Guerra Popular, aunque, en realidad, no lo son tanto porque participan de los mismos errores de base. Nos centraremos ahora, para ilustrar esto, en el documento del (nuevo) Partido Comunista de Italia [(n)PCI], Guerra popolare rivoluzionaria di lunga durata, lotta armata di OCC e altro (publicado en La Voce , nº 25, de marzo de 2007, págs. 57 y ss. –ver Lavoce.samizdat.net ), documento recientemente traducido al castellano por el MAI y colgado en su página web porque, a pesar de todo, contiene elementos correctos que sin duda contribuirán en el cometido de definir y refutar ciertas tendencias de interpretación y aplicación equivocadas de la línea militar proletaria. El mejor aporte de este documento a esta causa es su caracterización de algunos errores comunes de organizaciones similares al PCE(r). Sin embargo, su misma concepción de la Guerra Popular está lastrada y ello le impide llegar hasta el fondo en su crítica del comunismo terrorista . Buena prueba es, por ejemplo, su diagnóstico sobre las Brigadas Rojas. Para el (n)PCI, en las Brigadas Rojas convivían una línea errónea, una línea militarista, plasmada en “la voluntad de sustituir con el propio ejemplo un movimiento armado de masas”, y una línea correcta, comunista, expresada en “la voluntad de reconstruir el partido comunista como Estado Mayor revolucionario del movimiento de masas tal como era, para que pudiese ulteriormente desarrollarse”. Para el (n)PCI, la lucha entre estas dos líneas “constituye la verdadera historia” de las Brigadas Rojas y es “la razón de su éxito y de su fracaso”. Lo que no comprende el (n)PCI es que lo que considera “línea comunista” no es en realidad otra cosa que una línea política sindicalista, tanto más por cuanto entiende y acepta como “línea comunista” el convertirse en “punta de lanza más avanzada del movimiento reivindicativo de las grandes masas” y en procurar dar a este movimiento “una salida política que el PCI, dominado por los revisionistas, negaba”. Como ya manifestamos en nuestra Declaración Política, fue precisamente la pretensión de traducir inmediatamente (espontáneamente) en política revolucionaria , fuera del cauce institucional burgués, las aspiraciones del movimiento reivindicativo de masas en auge lo que condujo a las Brigadas Rojas hacia la vía armada directa, hacia el terrorismo. Por lo tanto, esos dos aspectos de su política, esas “dos líneas”, no fueron antagónicas, sino complementarias: eran las dos caras de las misma moneda, la concepción reformista –en su versión armada– de la lucha de clases, concepción que tiene su origen en una insuficiente comprensión del socialismo científico y de las leyes de la revolución proletaria. En el mismo sentido, el erróneo balance del (n)PCI sobre las Brigadas Rojas nos ofrece ya una pista sobre el origen ideológico de las deficiencias de su punto de vista sobre la Guerra Popular. Señalarlas someramente nos ayudará en nuestra exposición comparada de los elementos fundamentales de la línea militar proletaria.

Comenzamos con el punto de partida estratégico, con la definición del plan de tareas de la revolución. Para el (n)PCI, “los instrumentos de la GPR de LD [Guerra Popular Revolucionaria de Larga Duración] son el partido, el frente de clases y de las fuerzas revolucionarias, [y] las fuerzas armadas revolucionarias”. En primer lugar, no se contempla el problema de la guía ideológica . Tal vez, el (n)PCI considere esta cuestión resuelta con su tesis de la octava discriminante (el maoísmo), sin embargo, esto no es suficiente: no basta con proclamar el maoísmo sin definir y delimitar claramente sus contornos y sin establecer una base mínima que contribuya a superar el actual estado de fragmentación ideológica y política que sufre la corriente maoísta. Y, sobre todo, no es suficiente porque en aquella tesis no se incorpora el balance de lo que los mismos camaradas italianos denominan “primera oleada de la revolución proletaria mundial”, ni siquiera como problema. Para ellos, la causa de la derrota del movimiento comunista internacional se debió “al hecho de que los partidos comunistas no habían seguido conscientemente la estrategia coherente con las leyes de la obra que intentaban dirigir: no la conocían y habían sido construidos para poner en práctica esa estrategia. Han tratado de realizar una obra sin un conocimiento suficiente de las leyes que le son propias”. Por lo tanto, no existe el problema de la reconstitución ideológica del comunismo. Toda la experiencia revolucionaria del ciclo se despacha como un lamentable malentendido, como un desafortunado desencuentro entre teoría y práctica. Sólo queda su expresión última y más elevada –el maoísmo– a la que es preciso aferrarse; aunque no se entiende por qué, en este caso, la derrota final de la revolución (cultural) no supone, del mismo modo, el insuficiente conocimiento “de las leyes que le son propias”.

De todas las maneras, la posición del (n)PCI en este punto implica una visión dualista de la relación de la vanguardia con el socialismo científico, una relación que presenta, por un lado, a la teoría –esas “leyes” de la revolución– como un corpus normativo abstracto y absoluto que, separado de la conciencia, espera ser rescatado por ésta de su limbo supramundano, y, por otro lado, a la vanguardia, que se limita a reflejar en su conciencia ese conjunto de principios y a aplicarlo sobre la realidad con el frío cálculo de un ingeniero social. Se trata, pues, de un punto de vista que contempla la relación entre teoría y práctica, entre conciencia y realidad, como una relación externa y objetiva, punto de vista que entronca con la tradición positivista de interpretación del marxismo. Esta tradición hizo época y terminó impregnando el sustrato filosófico de todas las corrientes políticas del marxismo internacional hasta desvirtuarlo. En un primer momento, el acercamiento del marxismo a la ciencia expresó la alianza ideológica del proletariado con el sector más progresista de la burguesía, con su ala demócrata, en una época en la que la potencia revolucionaria de la burguesía aún mantenía cierta vitalidad. Engels ratificó esta alianza cuando, en su Ludwig Feuerbach , vinculó la aparición y el significado del marxismo a los últimos descubrimientos de la ciencia de la época (la célula, el principio de conservación de la energía y la teoría de la evolución). Pero este método de autolegitimación dejó abierta la puerta al peligro de simplificación del marxismo como forma de la conciencia y a la tendencia, extendida hasta hoy y que se hizo dominante, de asimilar la doctrina revolucionaria del proletariado a la ciencia. Según esta tendencia, el marxismo o es una ciencia o una metaciencia o una filosofía que se sostiene o legitima por los resultados de la ciencia. Para ella, la ciencia es la construcción gnoseológica superior, la forma absoluta de conocimiento y no la práctica revolucionaria, que había sido el punto de partida de la innovación del pensamiento de Marx y Engels (XI tesis sobre Feuerbach). De este modo, el marxismo quedaba constreñido en el marco ontológico de una concepción del mundo positivista, burguesa, y desposeído de su condición de forma superior de la conciencia social, de nueva y más elevada concepción del mundo. Si, en un primer momento, la alianza del marxismo con la ciencia permitió a la teoría recién llegada y a la vanguardia proletaria, inexperta y bisoña en cuanto a experiencia práctica propia, colocarse a la cabeza del movimiento social, muy pronto se hicieron patentes los obstáculos y las terribles limitaciones que esa influencia interponía al desarrollo integral y coherente del marxismo. Desde el neokantismo de corte bernsteiniano y el evolucionismo darvinista de un Kautsky, hasta el cientismo de Althusser, pasando por el materialismo vulgar de la ortodoxia soviética, cada vez se manifestaban más síntomas de que la pujanza política que facilitó la asociación ideológica con el sector radical de la burguesía se cobraba su precio ideológico bajo la forma de creciente déficit dialéctico en el pensamiento marxista. Además, el influjo del punto de vista positivista sobre la línea política proletaria se tradujo en el principio teleológico –que se convirtió en axioma incuestionable– de que las leyes del desarrollo social no sólo eran objetivas e independientes de la voluntad del hombre, sino que conducían al socialismo y al Comunismo. Bastaba con conocerlas y manejarlas . No es ninguna casualidad que, en sus primeras disputas con los mencheviques, los bolcheviques señalaran que el fondo de la controversia no consistía en si Rusia alcanzaría o no el socialismo, sino cuándo : antes, por la vía revolucionaria, o después y con mayores sufrimientos para las masas, por la vía reformista; ni tampoco es casual que, todavía en plena revolución cultural, el propio Chang Chun-chiao manifestase su fe en que la victoria del comunismo es algo predeterminado, inevitable, necesario e independiente de la voluntad del hombre. Finalmente, desde el punto de vista táctico, la visión empirista del mundo que trae aparejado el positivismo sirvió para respaldar la línea sindicalista y resistencialista como la verdadera línea de acción comunista, pues si la evolución social se encamina hacia el socialismo, basta con una política que persiga ganar la posición de dirección del movimiento espontáneo como objetivo fundamental de su línea de masas.

Por el contrario, para el marxismo, la actitud del sujeto consciente hacia el mundo no es la del observador pasivo y ajeno que establece el ethos de la ciencia positiva, no es la actitud contemplativa propia de una relación gnoseológica externa, sino que se trata de una relación interna y universal de mutua transformación dialéctica entre objeto y sujeto, una relación que debe ser concebida –como decía Marx en su I tesis sobre Feuerbach– de un modo subjetivo ; es decir, una relación donde la determinación de las leyes objetivas se somete a la acción del sujeto, porque precisamente se trata de transformar esas leyes, de revolucionarlas, no sólo de conocerlas y manejarlas . Revolucionar el mundo significa destruir sus bases actuales, derogar sus leyes y construir otro nuevo sobre bases y leyes distintas: no basta con dirigir el desarrollo social, es preciso crear una nueva sociedad. La política y la táctica comunistas deben fundarse en estos principios. Por esta razón, su punto de partida no puede ser el movimiento espontáneo, la resistencia de las masas, sino un movimiento revolucionario (el Partido Comunista construido desde la ideología revolucionaria) dirigido a derruir y transformar, a revolucionar, las bases de ese movimiento para convertirlo en su contrario: de movimiento de resistencia en movimiento revolucionario, de movimiento espontáneo en movimiento consciente.

Como el (n)PCI se ha hecho acreedor de la nefasta influencia del positivismo que arrastra tradicionalmente el marxismo, no comprende la verdadera relación que guarda la vanguardia con el socialismo científico, con las “leyes de la obra” revolucionaria. Ésta no es una “obra” que se someta a leyes objetivas dadas e independientes del sujeto revolucionario: no son principios que estén ahí fuera , dispuestos a ser aprehendidos y aprendidos en un ejercicio especulativo. La obra revolucionaria se sostiene sobre una base objetiva, que son las leyes del desarrollo social, en particular, las luchas de clases y las tendencias económicas del modo de producción capitalista. Éste es el punto de partida para el proletariado revolucionario. Pero una tendencia no es una ley apodíctica. Ninguna ley del capital resuelve el problema del paso al socialismo, no existe una transición natural del capitalismo al Comunismo. Se precisa la acción práctica del sujeto revolucionario para transformar la tendencia en ley. Por ejemplo, la creciente socialización de las fuerzas productivas que genera el capitalismo abre la tendencia hacia el socialismo, la base material y objetiva de la revolución, es cierto; pero también es cierto que crea la posibilidad de la tendencia contraria, la tendencia al monopolio, es decir, la posibilidad de la reestructuración capitalista, de la solución capitalista de la crisis del modo de producción. Qué tendencia venza no depende de una ley económica, sino de las luchas de clases, en general, y del papel que consiga jugar en ella la línea revolucionaria, en particular. Por esta razón, la acción del sujeto es la primera “ley de la obra” revolucionaria, y sólo un proceso de lucha social que se fundamente en este primer principio, en la praxis revolucionaria del proletariado, posibilita la construcción de la nueva sociedad al mismo tiempo que el conocimiento de sus leyes. Éstas, por tanto, no existen ni pueden conocerse fuera de la propia experiencia revolucionaria del sujeto consciente, de manera separada de su práctica revolucionaria, de su interacción transformadora con la sociedad. Es en este sentido que decimos que el conocimiento de las leyes de la revolución es un problema de carácter subjetivo , no de ciencia positiva. Y por este motivo, la aprehensión de las leyes que pueden extraerse de la experiencia revolucionaria no puede producirse fuera del contexto, fuera del laboratorio , donde tiene lugar esa experiencia, es decir, fuera de la lucha de clases, en particular y en un primer momento, de la lucha de dos líneas. Únicamente en el marco de la lucha de clases teórica puede iniciarse el conocimiento de los principios que rigen la construcción del Comunismo, y sólo sobre la base de la experiencia revolucionaria acumulada. Por eso, el MAI defiende la tesis de que el balance del Ciclo de Octubre que realice la vanguardia en lucha de dos líneas es el único punto de partida posible de la reconstitución del movimiento comunista revolucionario. Cuando –como reconoce el (n)PCI– la causa última del fracaso del primer ciclo reside en el insuficiente conocimiento de las leyes de la transformación revolucionaria de la sociedad, es inadmisible comenzar la obra por el tejado, comenzar con el trabajo de resistencia de masas, en lugar de empezar por la investigación, formulación y comprensión de esas leyes, en gran parte ocultas todavía, que encierra la reciente experiencia revolucionaria. La sacralizada idea dominante en nuestro movimiento de que hay que ir a las masas y aprender con ellas niega las tesis marxistas de que la teoría no es otra cosa que práctica resumida y de que la lucha teórica es una forma de la lucha de clases. Bajo el discurso demagógico, dogmático y antidialéctico, según el cual, como la práctica es principal, la escuela del comunismo es la lucha de las masas, se encuentra la tesis vulgar que niega que la conciencia sea una forma de la materia, que las ideas juegan un papel en la historia y que, por tanto, la vanguardia revolucionaria del proletariado no puede constituirse en agente social independiente del estado material y espiritual en que se encuentre el conjunto de la clase en cada momento. La liquidación fáctica del Partido Comunista, del movimiento comunista como movimiento independiente, queda consumada por este comunismo economicista cuando, con su escuela de la práctica por la práctica , condena a cada obrero y a cada generación de obreros a comenzar cada vez desde cero la obra de la revolución, cuando pretende que por su propia experiencia inmediata vayan conociendo por sí mismos “las leyes de la obra” revolucionaria. Este absurdo, desde luego, carece de todo sentido, a pesar de que es puesto en práctica por la casi totalidad de las organizaciones comunistas. El absurdo sólo tendría alguna lógica si se cree de veras que esas leyes existen aparte de la revolución real (por ejemplo, bajo la forma de maoísmo ). Pero esta creencia presupone una concepción gnoseológica idealista que separa la teoría de la práctica, la conciencia de la materia, y conduce a la reproducción en el interior del movimiento de la división burguesa del trabajo y la sanción del Partido Comunista como elite dirigente , única capaz de elevarse hasta el olimpo de las ideas donde se guardan esas leyes. Resulta, por tanto, inútil, como hace el (n)PCI, reprochar a los “sincero comunistas” del pasado sus errores, y mucho más trivial resulta disculparlos al mismo tiempo por “sus heroicos esfuerzos”. Simplemente, porque esos “esfuerzos” desbrozaron el camino de la revolución y crearon las condiciones para conocer sus leyes, leyes que antes de ellos sencillamente no existían. La obra se construye a la vez que se aprende a construirla. Por eso, la revolución es una constante alternancia de éxitos y fracasos, y conocer sus principios requiere la reflexión constante y sistemática, la permanente crítica y autocrítica sobre lo que se está realizando. El mejor homenaje que se puede ofrendar a esos comunistas no es el emotivo pero huero recuerdo de los muertos, sino el esfuerzo por comprender el significado de su legado, que está vivo.

El problema del conocimiento de las leyes de la revolución (el balance) no tiene nada que ver –al menos de manera directa– con los problemas de la lucha de resistencia de las masas. Negarlo es ridículo y pretender vincular mecánicamente ambas problemáticas por el medio de unir las tareas de la reconstitución con las que impone la lucha reivindicativa de las masas ha resultado y resulta nefasto. La separación de ambos tipos de problemas no es más que el reflejo político de la escisión que hoy existe entre la vanguardia revolucionaria y las masas como consecuencia de la derrota del Ciclo de Octubre. Este hecho es incontrovertible y no puede cambiarse con voluntarismo ni con pragmatismo, sino a través de un plan de tareas que permita superar los obstáculos que impiden la verdadera fusión de la vanguardia con el movimiento obrero. Esta fusión no tendrá carácter revolucionario si la vanguardia no resuelve previamente el problema estratégico de la guía revolucionaria, del balance, o lo que viene a ser lo mismo, de la reconstitución ideológica del comunismo, de su restitución como teoría de vanguardia. El ámbito social donde, en la práctica, puede hallar solución esta cuestión es el que ocupa la vanguardia actualmente. Este campo se encuentra muy atomizado. Ningún destacamento cumple con los requisitos ideológicos ni políticos para dar por resuelta la primera gran tarea estratégica de la revolución, ni para considerarse preparado para abordar por su cuenta la segunda, la reconstitución del Partido Comunista. Ningún destacamento puede poner a prueba su proyecto o su programa, ni su grado de asunción de los principios del comunismo ante las masas sin antes haberlo puesto a prueba ante el resto de la vanguardia. No existe otro camino. La reconstitución ideológica es una obra colectiva en el seno de la vanguardia, es un proceso intersubjetivo , que se diferencia de la reconstitución política del comunismo, de la reconstitución del Partido Comunista, porque éste es –como ya hemos señalado– un proceso objetivo de relación entre la vanguardia y las masas. Distinguir esto es fundamental, porque lo común es confundir ambos procesos e identificar la reconstitución del Partido con ese proceso interno de la vanguardia, confusión que sostiene la tendencia reduccionista generalizada que identifica Partido Comunista con unidad de los comunistas . Pero lo más común entre los destacamentos de vanguardia es agregar ambas fuentes de error: confundir la reconstitución del Partido con la unidad de los comunistas y, al mismo tiempo, pretender realizarla en el seno del movimiento obrero práctico. La consecuencia es la mezcolanza de todo tipo de tareas de naturaleza dispar, la pretensión de cumplir con todos los requisitos del movimiento revolucionario de masas al mismo tiempo. Sin ir más lejos, el movimiento comunista del Estado español de las últimas décadas ha reincidido en este doble error en numerosas ocasiones. El último experimento en este sentido es el enjambre de grupúsculos que revolotean alrededor de la Plataforma de Ciudadanos por la República y que se reúnen bajo el techo de la última casa común de la izquierda , el programa de la III República. Deriva política reformista lógica, por otra parte, pues la táctica de unidad de acción de la vanguardia dentro y en colaboración con el movimiento práctico de resistencia sólo puede desenvolverse en función de las necesidades de este movimiento y, por lo tanto, en función de un programa mínimo de reformas. El programa mínimo republicano es la expresión política pequeño burguesa que muestra el limitado alcance que impone el estrecho marco de la resistencia como plataforma para la reconstitución del movimiento revolucionario. En cuanto a la reconstitución del Partido Comunista como dirigente de este movimiento, ese marco impone el método del consenso ideológico y el establecimiento de un mínimo denominador común político como condición suficiente para el Partido. Esto exige, naturalmente, más discusión que debate, más política que ideología y más práctica que teoría. En conjunto, se trata de un proyecto caracterizado por la rebaja política e ideológica de todos los requisitos de la revolución. Por el contrario, distinguir las tareas y los instrumentos de la reconstitución ideológica de los de la reconstitución política del comunismo permitirá el máximo deslinde entre marxismo y revisionismo gracias a la lucha de dos líneas dentro de la vanguardia. El principio de que, en la dialéctica entre unidad y lucha , la unidad es principal –principio que orienta a los comunistas republicanos–, debe ser sustituido por el principio de primacía de la lucha como único medio de construir un movimiento político en función del programa máximo de la revolución que adopte el punto de vista ideológico más elevado alcanzado por la lucha de clases del proletariado como el único punto de partida legítimo de su acción política. La unidad sólo puede sobrevenir desde el acuerdo en las tareas políticas, en el plan, no desde contenidos programáticos consensuados o pactados: sólo a través de la lucha puede arrojarse luz sobre los contenidos concretos de esas tareas y sobre la dirección en que éstas encaminarán al movimiento revolucionario.

El culto al factor espontáneo

Al minimalismo político, como se ve, se puede llegar por dos vías: por esta vía moderna de la unidad de acción entre oportunistas, o, como es el caso del PCE(r), por la vía clásica del exclusivismo partidista. En cuanto al (n)PCI, parece que ha elegido este segundo camino, reproduciendo, además, los errores típicos señalados. En primer lugar, aunque este partido parece haber intuido que es preciso desmarcarse de la identificación de Partido Comunista con unidad de los comunistas , termina recayendo en ella. En un documento traducido y publicado por el MAI ( El nuevo partido comunista , en El Martinete , nº 18, septiembre de 2005, pág. 30 y ss.), se afirma que “la experiencia del movimiento comunista nos ha enseñado que un partido comunista a la altura de los deberes que la segunda crisis general del capitalismo pone al orden del día debe estar constituido a partir de un grupo de comunistas unido sobre la base de la concepción comunista del mundo, esto es sobre la base del marxismo-leninismo-maoísmo”. Al parecer, el (n)PCI es ese núcleo maoísta “a partir del cual” se podrá reconstituir el Partido Comunista en Italia. Pero, cuando se pasa a enumerar los requisitos que debe cumplir ese Partido, a diferencia del primitivo embrión maoísta, resulta que se termina identificando con la organización clandestina, y que cuando se toca la cuestión fundamental de la influencia de ese primer núcleo comunista sobre la vanguardia del movimiento obrero, sobre “los exponentes de vanguardia de la clase obrera (los obreros avanzados)”, se dice que deben estar integrados en sus filas. En otras palabras, la diferencia entre el núcleo primigenio de vanguardia y el Partido es una diferencia meramente cuantitativa, un problema de suma de maoístas. Así pues, aunque el (n)PCI parece comprender que el Partido Comunista no se reduce a la forma orgánica que adopte la unidad ideológica, su punto de vista empirista termina obligándole a retroceder hacia el Partido como unidad orgánica de los verdaderos comunistas, de los maoístas. Y es que esta vía sólo ofrece dos posibles salidas, falsas porque, en realidad, son la misma cosa: o bien, “los exponentes de vanguardia de la clase obrera” se convierten al maoísmo, incorporándose a su estructura clandestina; o bien, se termina reculando hacia la posición menchevique de que el Partido debe recoger a todos aquellos que “se declaren comunistas” –fórmula que rechaza tajantemente el partido italiano en este texto– o, en este caso, maoístas . La crítica del (n)PCI a la idea menchevique de que el partido debe estar formado por el mayor porcentaje posible de quienes “se declaran comunistas” cierra un debate espurio e inexistente en nuestro movimiento, pues hoy las líneas de confrontación ya no son las del II Congreso del partido socialdemócrata ruso en el debate sobre el artículo 1º de los Estatutos, ya no se trata de si se admite a todo el que se declara formalmente comunista o únicamente a “lo que hay de adecuado para el Partido” entre las masas populares, como dicen los maoístas italianos acercándose a la posición bolchevique en ese debate, para incluirlas “en las filas clandestinas del (n)PCI” –añadido que de pronto los aleja de esta posición–; y no se trata de este debate porque el Partido no es un problema de organización de un aparato político, sino un problema de organización de un movimiento político. Como no comparte este planteamiento sobre el Partido, el (n)PCI ni habla de organismos generados, ni comprende que los organismos generados por la vanguardia son el medio de incorporar a “los exponentes” del movimiento obrero al movimiento revolucionario, sin que necesariamente deban participar de su organización clandestina, que es la única solución que este partido es capaz de ofrecer a la cuestión de cómo organizar a la vanguardia del movimiento práctico de masas. En último término, lo que ocurre es que el (n)PCI no da cabida a la posibilidad de otro movimiento político revolucionario distinto de ese movimiento espontáneo de las masas, no comprende la posibilidad de un movimiento político de nuevo tipo; en último término, el (n)PCI sigue pensando en un Partido como suma de individuos y no en el partido leninista, concebido como suma de organizaciones de distinto tipo. Los italianos no comprenden que el Partido no es sólo organización clandestina de la vanguardia, sino la relación de ésta con las masas a través de un sistema de correas de transmisión que configuran todo un movimiento político nuevo, distinto del movimiento espontáneo de la clase obrera, con el que se vincula pero del que es independiente. Así las cosas, cuesta comprender la diferencia entre el (n)PCI y el futuro verdadero PCI más allá del número de sus militantes.

En segundo lugar y una vez asimilado el Partido a su estrecha organización de vanguardia, en la práctica los del (n)PCI ponen manos a la obra actuando –como no podía ser de otra manera, dadas las circunstancias– como si ya fueran el Partido plenamente reconstituido. Y como la visión organicista del Partido es producto de una visión empirista del mundo y ésta es propia de gentes pragmáticas y realistas , dejados aparte como solucionados los problemas ideológicos, con alivio se apresuran a sumergirse en el movimiento de resistencia, en el movimiento realmente existente . En su documento que aquí estudiamos sobre la Guerra Popular, dicen:

“El partido debe, ya hoy, trabajar para llegar a dirigir la lucha de clases, la resistencia que las masas populares oponen al avance de la segunda crisis general del capitalismo, a la eliminación de las conquistas, a la implicación en las agresiones a los países oprimidos y en las guerras imperialistas, a la destrucción del medio ambiente y de las condiciones de vida, a la marginación y al embrutecimiento de las masas, etc.”

O expresado de manera sintética y directa:

“El factor decisivo es la construcción de un partido comunista capaz de dirigir al menos las formas principales del actual movimiento de las masas según una línea revolucionaria.”

¿Hay alguna diferencia entre este proyecto, el del PCE(r) o el de nuestros comunistas republicanos? Evidentemente, no.

Antes de retomar los siguientes elementos de la estrategia del (n)PCI, recojamos las conclusiones que se derivan de su tratamiento de los dos primeros, la ideología y el Partido. En primer término, para el (n)PCI, las circunstancias objetivas inmediatas son el resorte insustituible de toda acción política, de modo que es el movimiento de resistencia “ actual ” el primum mobile del movimiento revolucionario y el entorno donde se construyen los instrumentos de la revolución. La vanguardia sólo puede incorporarse a ese movimiento realmente existente con el propósito de dirigirlo. La determinación económica es tan importante como premisa necesaria para estos materialistas vulgares que hasta se han inventado una supuesta “segunda crisis general del capitalismo” con el fin de asegurar ese caldo de cultivo de agitación social y de reacción espontánea de las masas ante las agresiones del capital sin las que no sabrían conducirse como vanguardia en las luchas de clases. Al parecer, no es suficiente con la crisis general que vive permanentemente el sistema, se precisa de su puesta es escena para que se haga evidente y para que la vanguardia, así, se decida a actuar sin devanarse demasiado los sesos sobre lo que tiene que hacer. Por lo tanto, el factor determinante no es la conciencia ni el punto de partida un movimiento político independiente del estado de la lucha de clases económica del proletariado, como propone la experiencia del PCP, ni se trata tampoco de un proceso de construcción consciente generado desde la actividad de la vanguardia en función de un plan, pues la crisis del capitalismo ofrece solucionado ya este problema generando por sí misma el movimiento, al que la vanguardia puede remitirse, como movimiento espontáneo de resistencia. En verdad, resulta difícil comprender qué entiende el (n)PCI por táctica-plan –en la que dice apoyarse– cuando, en la práctica, su punto de referencia primero y último es la espontaneidad de las masas y, como veremos, la acción de la burguesía.

Si retornamos a la formulación con la que el (n)PCI definía su línea estratégica, recordaremos que, después del Partido, situaba al “frente de clases y de las fuerzas revolucionarias, y las fuerzas armadas revolucionarias”. Si, ahora, la comparamos con la formulación estratégica del PCP, enseguida saltan a la vista dos diferencias sustanciales: que se ha invertido la correlación entre estos dos elementos, y que están expresados de manera genérica e inconcreta. Efectivamente, el PCP sitúa antes y de manera clara y concreta a la Guerra Popular –no simplemente “las fuerzas armadas”, sino éstas iniciando la Guerra Popular– como objetivo inmediato del Partido Comunista y, después, la construcción del Nuevo Poder, del nuevo Estado –no simplemente el “frente de fuerzas revolucionarias”, sino éstas como masas armadas organizadas políticamente–, como objetivo de la Guerra Popular. La incoherencia y la laxitud de la fórmula estratégica escogida por el (n)PCI no es casual: todo lo contrario, es consecuencia lógica y necesaria de las premisas de las que parte.

En efecto, si el centro es el movimiento “actual”, el movimiento de resistencia, su desenvolvimiento, influido por la vanguardia dirigente , estará determinado por la acumulación de fuerzas como tal movimiento de resistencia, su finalidad será ampliarse y extender la lucha de clases económica, traducida políticamente en alguna forma programática de defensa de las condiciones de existencia de las masas (probablemente, en clave democrática o reformista); como este movimiento de resistencia ya es, en esencia, revolucionario , se trata solamente de articularlo internamente: primero la vanguardia maoísta incorpora y dirige a “los exponentes de vanguardia de la clase obrera” para fundar el Partido, y después éste organiza y dirige el “frente de clase y de fuerzas revolucionarias”, que abarca al mayor número posible de masas. En esa sopa que es el amorfo movimiento de resistencia contra el capital, la táctica, los medios y los instrumentos de la línea de masas comunista apenas necesitan variar. Por eso, no es tampoco casual que el (n)PCI niegue que haya “periodos” diferenciados o fases en el discurrir de la revolución; según él, sólo existen “etapas diversas del mismo movimiento revolucionario”. Cosa lógica, pues no existen ni pueden existir saltos cualitativos en este proceso de permanente acumulación de fuerzas en el plano de la resistencia. Por eso, niega que haya que distinguir entre un periodo pacífico de la lucha de clases y otro “armado”. Entonces, como el sustrato del proceso se mantiene, como el desarrollo de la resistencia es, en sustancia, revolución in crescendo –como no existe contradicción entre el Partido revolucionario y el movimiento espontáneo de masas, como no existe el problema de cómo transformar a éste en movimiento revolucionario y todo se resuelve con el acoplamiento de la vanguardia en ese movimiento y en su pugna por la hegemonía en su seno– sólo cabe esperar la reacción del enemigo ante esta amenazante potencia en alza de las fuerzas populares, reacción que se verificará como imposición de la guerra civil. Es en este momento, entonces, cuando cobra sentido y entra en escena el tercer elemento de la estrategia del (n)PCI, “las fuerzas armadas revolucionarias”, que afrontarán el inicio de las hostilidades armadas por parte de la burguesía. En resumen:

“Por consiguiente, en estos años el deber de nuestro Partido es promover y organizar en todos los campos la resistencia de las masas populares al avance de la segunda crisis general del capitalismo, de tal forma que 1. su resistencia sea eficaz (que la burguesía no alcance a sofocar y embrutecer a las masas populares) y 2. las masas populares estén en condiciones de hacer frente con éxito a la guerra civil que tarde o temprano la burguesía imperialista desencadenará para imponer por todos los medios sus intereses. Esto es en síntesis el deber histórico de los comunistas en esta fase. Toda su labor teórica y práctica, todos sus esfuerzos y tentativas, todas sus experiencias de organización, de construcción del Partido, de trabajo de masas, de propaganda, de agitación, de organización de las masas, de formas de lucha, etc. deben reconducirse consciente y coherentemente a este fin histórico. En caso contrario se trata de retórica, de un ejercicio mental sin objeto, de desviación.

Promover la resistencia pero sin prepararse para afrontar la guerra civil, sería por nuestra parte de inconscientes y aventureristas…”

Es desde este discurso que cobra sentido el orden en que el (n)PCI coloca los principales instrumentos de la revolución y su descripción desde un perfil bajo, pues están orquestados no en función de un plan de construcción predeterminado, sino desde la subordinación a las condiciones políticas que imponen, primero, la espontaneidad de las masas y, después, la posición que adopte la burguesía. Semejante plan sustrae al Partido toda iniciativa y lo somete al principio de adaptación a las condiciones dadas de la lucha de clases que interponen la resistencia popular o la ofensiva militar de la burguesía. En manos del (n)PCI, por tanto, la lucha armada de las masas se convierte, sencilla y directamente, en el último episodio de su lucha de resistencia, la Guerra Popular es la sublimación de la resistencia, su expresión suprema como respuesta a la forma suprema de agresión por parte del capital. De esta manera, conduciéndose desde la resistencia económica hasta la resistencia militar, el (n)PCI lleva hasta sus últimas consecuencias la desviación resistencialista como línea política, y de este modo se desmarca de la línea revolucionaria del proletariado.

Para terminar de definir su estrategia, el (n)PCI señala un último componente importante de su línea, a saber, que es preciso diferenciar entre Guerra Popular y guerra civil:

“Cuando hoy se dice que en Perú, en Nepal, en Filipinas, en Turquía, en la India está en marcha la guerra popular revolucionaria de larga duración, se dice una cosa cierta, pero se dice de forma que crea confusión. En realidad la GPR de LD está en marcha en todos los países en los cuales existe un partido comunista que aplica la estrategia de la guerra popular revolucionaria de larga duración conscientemente y con coherencia entre teoría y práctica. La diferencia está en el hecho de que en esos países la GPR de LD ha asumido ya la forma más o menos desarrollada de guerra civil. Pero identificando guerra civil con GPR de LD, la parte con el todo y reduciendo la GPR de LD a la guerra civil, se consolida un grave prejuicio de nuestros adversarios, opuestos nominalmente o no a la estrategia de la guerra popular revolucionaria de larga duración: el prejuicio de que ésta consista por su esencia en el encuentro armado entre fuerzas revolucionarias y las fuerzas armadas de los reaccionarios.”

Es decir, la Guerra Popular constituye la esencia del proceso revolucionario. Se inicia en el mismo momento de la aparición del primer embrión político maoísta y se extiende, al menos, hasta el fin de la guerra civil. Por esta razón no es preciso distinguir fases ni tareas políticas cualitativamente diferentes en el proceso revolucionario: todo él está ya inmerso en la Guerra Popular. Por eso el (n)PCI afirma que tanto el Partido, como el Frente y las fuerzas armadas revolucionarias son instrumentos de la Guerra Popular. Por esta adjetivación de los componentes estratégicos de la revolución se comprende el estado de subordinación al elemento espontáneo a que los maoístas italianos someten la iniciativa de la vanguardia y el papel del Partido Comunista. Entonces, como la Guerra Popular es lo sustantivo y como se sostiene desde el primer momento sobre el movimiento de resistencia, obtenemos que en el esquema mental del (n)PCI la resistencia no sólo es ya intrínsecamente revolucionaria, sino que también se adapta a las exigencias organizativas de la Guerra Popular de manera concreta. Desde luego, este discurso economicista-espontaneísta resulta familiar y parece que aspira a convertirse cada vez más en seña de identidad del revisionismo de los modernos maoístas . Lo que los distingue dentro de su corriente son cuestiones de matiz. Así, por ejemplo, si tanto para el (n)PCI como para el PC (MLM) francés el factor espontáneo es el punto de partida necesario de la revolución y ésta es siempre, desde su comienzo, Guerra Popular, para el primero la resistencia no es todavía guerra civil, mientras que para el segundo la rebelión es ya guerra civil “larvada”. Este tipo de matices permiten diferenciar entre la desviación voluntarista e izquierdista de la estrategia de Guerra Popular de los franceses de la desviación conservadora –que pretende enfrentarse a la guerra civil desde la resistencia tal cual es– y derechista del partido italiano. Pero ambas expresan, igualmente, la postración ante el factor espontáneo de un amplio sector de la vanguardia, su incapacidad para elaborar un plan consciente de construcción de un movimiento político revolucionario independiente y su incomprensión del papel de la Guerra Popular en la revolución proletaria.

Dos modelos

La oposición entre este plan estratégico y el camino recorrido por el PCP es notable. Se trata, de hecho, de proyectos políticos antagónicos. La distancia entre ambos está marcada tanto por la disposición y la correlación interna de los instrumentos estratégicos como por su contenido y el papel que se le asigna en el proceso político. Comparemos la estructura de ambos planes. El esquema de la línea general del PCP sería:

Vanguardia — Partido — Guerra Popular — Frente (Nuevo Poder)

En este caso, se trata de una visualización completa de todo el proceso revolucionario en lo fundamental. Esto significa que, por un lado, se sitúa todo el recorrido político de la lucha de clases necesario para que el proletariado pase de clase oprimida a ocupar la posición de clase dominante, en condiciones adecuadas, además, para continuar el proceso revolucionario ulteriormente en consideración de la experiencia histórica de la Revolución Proletaria Mundial (por ejemplo, el PCP señala que el armamento del pueblo es garantía para el inicio y el éxito de las revoluciones culturales en el futuro). En segundo lugar, significa también que se incluyen tanto los elementos estratégicos que configuran el plan como su ligazón interna, lo cual condiciona su aspecto táctico, en el sentido de que toda decisión táctica sólo es válida si permite el paso de un hito estratégico a otro. En concreto, el desarrollo de la vanguardia debe estar dirigido hacia la constitución del Partido Comunista –y no a frente político, por ejemplo–; el desarrollo del Partido debe estar dirigido hacia el inicio de la Guerra Popular –y no, quizá, a la conquista de una mayoría parlamentaria–, y la Guerra Popular construye Nuevo Poder –y no, por ejemplo, como en Nepal, a forzar al Estado a un pacto de reforma constitucional–. Hay, por tanto, una correlación orgánica entre todos los elementos que conforman el plan. Por último, en el proyecto del PCP están también incluidas las fases del desarrollo del proceso revolucionario, como veremos.

El esquema de la línea del (n)PCI, en cambio, sería:

Partido — Frente — Guerra Civil

Este lineamiento no ofrece una visual tan amplia como la del PCP porque sólo se refiere a la Guerra Popular. Aunque sabemos que, para el (n)PCI, la Guerra Popular constituye el contenido esencial del proceso revolucionario en su conjunto, esta identificación entre Guerra Popular y revolución supone, en la práctica, una interpretación unilateral de la lucha de clases y de la tareas de la revolución, de cuya aplicación resulta el sometimiento de la planificación política a los requerimientos de uno solo de los hitos de la construcción revolucionaria en función de su desenlace (inicio de la guerra civil) y no del desenlace del proceso en su conjunto (Dictadura del Proletariado). Este planteamiento impone un límite que impide que la perspectiva con que se diseña el plan abarque todo el espectro histórico que ofrece la experiencia de la Revolución Proletaria Mundial. A la consolidación de este defecto contribuye no sólo que el diseño del plan prescinda del amplio horizonte que ofrece la experiencia revolucionaria del proletariado internacional, sino el hecho de que se somete al estrecho horizonte que permite contemplar el inmediato movimiento práctico “actual”. El plan del (n)PCI ni puede ni quiere ir más allá de la perspectiva que ofrecen las posibilidades del movimiento tal cual es . Resulta paradójico que un partido que insiste tanto en la necesidad de conocer e incorporar a la política proletaria las leyes de la revolución prescinda de ellas o de una parte importante de ellas a la hora de diseñar su proyecto estratégico.

En realidad, estamos ante un plan táctico. El (n)PCI niega las fases en el proceso revolucionario, pero la verdad es que nos está ofreciendo los ejes de desarrollo de lo que este partido entiende por la primera fase de la revolución. En realidad, lo que se nos describe es toda una etapa estratégica, la que contempla el desenvolvimiento de la Guerra Popular hasta su episodio más alto, la guerra civil. Por eso, los elementos que se incluyen en ella se revelan como instrumentos tácticos. Desde el punto de vista estratégico, efectivamente, también para el (n)PCI existen fases en la revolución: hay un antes y un después de la guerra civil. Para este partido, ésta es el punto de inflexión del proceso, a diferencia del PCP, para quien el punto de inflexión es la constitución (o reconstitución) del Partido Comunista.

En cuanto a la relación interna de los factores del plan del (n)PCI, será preciso reproducir de nuevo el esquema, pero esta vez mostrando de una manera gráfica adecuada los vínculos que los unen:

Vanguardia / Partido — Frente / Guerra Civil

En esta ocasión, hemos añadido al principio el factor Vanguardia , que antes habíamos suprimido en coherencia con nuestro análisis precedente, según el cual, para el (n)PCI, la vanguardia es un factor subsidiario externo al movimiento real que sólo adquiere función acoplándose al proceso, incorporándose al movimiento de resistencia en curso. Pero ahora es preciso incluirlo porque se trata del modo de interrelación de todos los elementos políticos que este partido tiene en consideración. En este sentido, hemos introducido signos de relación de factores distintos (no sólo líneas o guiones horizontales, sino también oblicuos) con el fin de representar mejor el contenido de las relaciones internas del plan. Así, los factores vinculados con una línea oblicua mantienen una relación inorgánica, mientras que los que lo están por una horizontal mantienen una relación orgánica (como ocurre con todos y entre todos los factores en el caso del esquema del PCP).

Las razones por las que la vanguardia no mantiene una relación de carácter orgánico con el Partido Comunista ya han sido expuestas. Se resumen en que, en la práctica, el (n)PCI identifica vanguardia y Partido, y en que, en la teoría, la organización de vanguardia se incorpora a un movimiento preexistente que no ha generado, pero que aspira a dirigir. Por el contrario, la fracción maoísta del PCP generó organismos políticos para vincularse con el movimiento práctico, construyendo así un movimiento político independiente como Partido Comunista. Se contraponen, pues, dos modelos antagónicos: un modelo de dirección del movimiento espontáneo de resistencia y un modelo de construcción a partir del elemento consciente. En cuanto a este último, en tanto que obra de construcción consciente, el motor de su desenvolvimiento radica en la iniciativa de la vanguardia para incorporar a cada vez más y más amplios sectores de la clase y de las masas a su movimiento. En esto consiste la construcción del movimiento revolucionario del proletariado, del Partido Comunista, forma superior de organización del movimiento obrero. Por eso, sólo los organismos que se incorporan a este movimiento –generados o espontáneos– son organismos revolucionarios, y por eso, los instrumentos políticos que este movimiento genera para alcanzar sus objetivos mantienen un vínculo orgánico interno y necesario. Y el instrumento fundamental del Partido para la conquista de las masas y la destrucción del viejo Estado es la guerra civil afrontada por las masas armadas, la Guerra Popular. De esta manera, el PCP muestra tanto la unidad orgánica existente entre las tareas de construcción y destrucción revolucionarias (ganar masas es destruir el poder del enemigo), que en el (n)PCI aparecen separadas, como la unidad orgánica entre política y guerra, que también aparecen desvinculadas en el plan de los italianos: el desarrollo de la política da paso necesariamente a la guerra, la política se transforma en guerra de manera natural , como algo necesario para la continuidad de la línea revolucionaria; la línea militar es un desarrollo de la línea política revolucionaria que refleja la maduración de una fase del movimiento; la Guerra Popular es la línea de masas del Partido, es instrumento central de su construcción. La guerra civil no viene impuesta necesariamente por las masas o por la burguesía: tarde o temprano formará parte del proceso de construcción del movimiento revolucionario del proletariado a iniciativa del Partido Comunista. La tesis clásica de que la guerra civil es el último recurso de los opresores para salvaguardar sus privilegios y de que el proletariado se verá obligado a enfrentarse a esta circunstancia a su pesar, debe ser abandonada porque no se corresponde con la experiencia histórica del proletariado internacional, con “las leyes de la obra revolucionaria”, y porque se inscribe más bien en la lógica de la línea oportunista de nuestra tradición. Esta línea terminó suplantando la recomendación leniniana de que es preciso apurar las esperanzas de las masas en las instituciones burguesas antes de optar por la lucha armada, por el principio de que es preciso apurar las esperanzas de la vanguardia en las instituciones burguesas antes de hablar de revolución violenta. Como se sabe, aunque a una minoría se le agotó rápidamente la paciencia y abrió prematuramente vías armadas según una línea terrorista, la gran mayoría demostró paciencia infinita y elaboró todo tipo de justificaciones para aprovechar hasta el último resquicio de la legalidad burguesa. Esta línea reformista, hoy dominante en nuestro movimiento, es hija legítima de la teoría –compartida hasta por los defensores de la guerra “de larga duración”, como los maoístas del (n)PCI– de la solución final , de que la guerra, el enfrentamiento armado con la burguesía, es el momento culminante de la conquista del poder. La experiencia del PCP demuestra que, en realidad, la guerra se sitúa o debe situarse en un momento anterior en el que se prepara –más que resuelve– esta cuestión de la conquista del poder.

La única relación verdaderamente orgánica que se da en el esquema revolucionario del (n)PCI es la que existe entre el Partido y el Frente. Con este binomio, el partido italiano reproduce la vieja táctica de la Internacional de lucha del Partido por aglutinar en su torno al mayor número de organizaciones de masas en un frente único y por conseguir su dirección política y la hegemonía en su seno. Pero como esa vieja táctica no incluía la Guerra Popular, resulta que el modo como incorpora el (n)PCI el problema de la guerra es mecánico y forzado: del desarrollo del Frente no se deriva como necesidad estratégica la guerra civil. Los mismos camaradas italianos lo reconocen cuando hacen recaer la responsabilidad de su inicio no en las demandas del propio movimiento, sino en la acción del enemigo. Por esta razón aparece una cesura política entre Frente y Guerra Civil en el esquema de los italianos, porque entre ambos no existe un nexo direccional. La evolución del Frente, ciertamente, está ligada a la acumulación cuantitativa de fuerzas, y la vía política por la que finalmente se encarrile depende de factores exógenos, no de las necesidades del plan. Esos factores pueden permitir la peligrosa apertura de una vía de desarrollo pacífico del Frente en virtud de los cambios en la correlación de fuerzas en su interior o en virtud de una reacción de la burguesía diferente de la esperada. El nexo inorgánico que vincula un Frente que no presenta una relación de determinación con la guerra –sólo factible por la acción de la burguesía– otorga un amplio margen de maniobra para el oportunismo político, para evitar la tan temida guerra civil aprovechando al máximo las posibilidades de la legalidad burguesa para frenar con reformas las agresiones del capital, es decir, para la desviación electoralista del Frente. El espíritu defensista que recorre la estrategia del (n)PCI, junto a la vieja línea frentista como forma principal de organización del movimiento (recordemos que, por el contrario, para el PCP, la forma principal de organización era la fuerza armada), sitúan la política de este partido muy cerca del radio de influencia de la fórmula defensiva más acabada de la Komintern, definida en su VII Congreso, el Frente Popular.

Pero lo importante es que la diacronía de los elementos y de los acontecimientos políticos que muestra el esquema del plan del (n)PCI excluye la línea militar como eje de la línea de masas en la construcción del Frente, al menos en sus primeras y decisivas fases. Y la alienación de la línea militar como componente principal de la línea de masas implica una concepción de la línea militar reducida sólo al campo operativo y logístico, técnico en definitiva, del arte de la guerra; es decir, implica un método burgués de afrontar la guerra de clases. La separación de la línea de masas de la línea militar permite distinguir entre frente político y frente militar como cosas diferentes, lo cual propicia la posibilidad de hablar de frente de masas sin masas armadas, desligando la construcción del frente de la construcción de bases de apoyo, y de quitar del orden del día el problema de la construcción del Nuevo Poder. La ausencia de esta cuestión en el diseño estratégico del (n)PCI no hace más que ratificar esta deficiencia, apuntalando las posibilidades de la deriva oportunista-electoralista llegado el caso. Así todo, si la solución es finalmente de tipo militar, si la burguesía impone la guerra civil, la lógica de la vieja táctica de la Internacional se impondrá, obligando al movimiento a reproducir la misma respuesta militar, la insurrección. La lógica resistencialista sólo puede ofrecer como respuesta a la ofensiva militar de la burguesía la contraofensiva militar del proletariado. Si el movimiento de resistencia se ha estado preparando largamente para el momento del inicio de la guerra civil, no tiene sentido una respuesta limitada en los términos de defensa estratégica, porque sería un crimen estar preparados para iniciar la defensiva militar y postergarla hasta el ataque del enemigo, concederle la decisión del momento. Además, si tampoco se prevén bases de apoyo armadas para el momento del ataque del enemigo, sólo tiene sentido la respuesta en toda la línea a la ofensiva militar burguesa, la contraofensiva; sólo tiene sentido, así las cosas, la insurrección. Pero la lógica de la insurrección es incompatible con la lógica de la Guerra Popular. Ésta ha sido suplantada y liquidada.

La inversión de la relación entre el Frente y la guerra en el plan del (n)PCI nos presenta un modelo de estrategia política que sólo ofrece dos desenlaces posibles, ambos desviaciones extremas de la línea proletaria: insurrección o frente electoral. Así entiende la Guerra Popular este partido maoísta italiano. De una manera, por cierto, que también nos resulta muy familiar, pues como se recordará, el PCE(r) plantea en términos casi idénticos el problema militar de la revolución (por no hablar de la semejante tentación hacia el frentismo político). La única diferencia estriba en que, mientras éstos reconocen que han revisado la doctrina de la Guerra Popular, aquéllos todavía tratan de vender el producto como genuino. Tal familiaridad, por otra parte, no es extraña, dadas las buenas relaciones que el (n)PCI mantiene con la Fracción Octubre del PCE(r), grupo disidente que comparte la línea general de la organización madre, salvo en el punto de la oportunidad actual de la lucha armada y en lo relativo al uso de las posibilidades legales del sistema burgués en las condiciones actuales de las luchas de clases en el Estado español. Matices con los que el (n)PCI parece estar de acuerdo y que ha incorporado a su línea política. Por lo demás, las estrategias del PCE(r) y del (n)PCI se parecen como dos gotas de agua.

El nudo gordiano

El fracaso del intento del (n)PCI de diseñar un plan estratégico de la revolución proletaria tiene su origen en un error de base fundamental, error que pone en evidencia su incomprensión tanto de la naturaleza del proceso revolucionario como del papel que juegan sus diferentes elementos, tal como hemos tratado de demostrar hasta aquí. Este error radical consiste en que la propuesta del partido italiano desintegra la piedra clave sobre la que se sostiene todo el edificio estratégico de la revolución, rompe el punto nodal que da unidad al plan en su conjunto. Este elemento clave se halla situado en el momento del paso del Partido Comunista a la Guerra Popular, a la guerra civil. Ya hemos visto que, para los maoístas italianos, el Partido da paso al Frente político; y también hemos visto que, en su plan, este paso es el único que revela una verdadera conexión orgánica. Curiosamente, en la única transición cuya necesidad se desprende del propio plan, y no de circunstancias provenientes del exterior, es donde el (n)PCI asesta el golpe de gracia a la línea proletaria de la revolución; precisamente en el punto crucial del proceso es donde este partido altera la posición de los elementos estratégicos y su interrelación, imprimiendo un giro que desviará definitivamente la política revolucionaria de la línea correcta. Aunque estos camaradas no sean conscientes de las consecuencias liquidacionistas de esta maniobra, pone en evidencia e ilustra sobre las consecuencias que acarrea la lógica espontaneísta-resistencialista que han adoptado como ideología política.

Cuando expusimos nuestra interpretación de la experiencia del PCP ya señalábamos que todo dependía de que el Partido Comunista, una vez reconstituido, iniciase la Guerra Popular, de que se diese el paso del Partido a la guerra como condición para la construcción del Frente bajo la forma de Nuevo Poder (y no Frente como condición para la guerra o como medio de preparar la guerra civil, como defienden los italianos, o la insurrección, como dicen los españoles); decíamos que aquel paso indicaba tanto una concepción correcta de la naturaleza del Partido Comunista –aunque todavía en gran medida inconsciente en cuanto a su formulación teórica y a sus implicaciones ideológicas, incluso para el caso del PCP– como el método correcto para abordar y resolver las subsiguientes tareas, nuevas y distintas, que interpondría la continuidad de la revolución. Señalábamos, en síntesis, que el paso inmediato del Partido a la Guerra Popular garantizaba la iniciativa del sujeto revolucionario como factor principal del proceso, la Guerra Popular como centro de la línea de masas del Partido y como eje de su construcción y, en definitiva, el desarrollo de la línea política como línea militar. Y es el significado profundo de esta última cuestión lo que no ha entendido el (n)PCI ni, en general, la inmensa mayoría de las organizaciones de vanguardia, incluidos los simpatizantes más fieles de la experiencia de los maoístas peruanos. El tratamiento correcto de la dialéctica o de la contradicción entre política y guerra es la gran lección que aporta el PCP: cómo y en qué sentido en la revolución proletaria se transforma la política en guerra es lo que constituye el basamento fundamental de la correcta línea comunista. Todo el mundo conoce y habla del principio científico marxista de la correspondencia entre guerra y política, de que la guerra es la política llevada por otros medios y de que la política debe transformarse en guerra; pero, por lo que se ve, nadie lo ha comprendido de verdad. El hecho de que, al menos en los países imperialistas, y destacadamente en Europa, nadie haya reflexionado sobre el sentido de la correlación de los elementos estratégicos que presentaba el plan del PCP para la revolución en el Perú, y que acabamos de resituar, en general, ni, en particular, sobre el significado del elemento crucial del plan de esa revolución, que es el inicio de la guerra civil por el Partido una vez reconstituido, son buena prueba de la incomprensión generalizada de la relación proletaria entre política y guerra y de la desorientación ideológica que domina nuestro movimiento.

El Partido Comunista es el eje de construcción del proceso revolucionario y, al contrario de lo que piensa el (n)PCI, la Guerra Popular es su instrumento, no a la inversa. Igualmente, al contrario de lo que dice esta partido, existen fases claramente diferenciadas, al menos hasta la conquista del poder, y la reconstitución del Partido marca la frontera entre ambas. Como veremos, las tareas y el contenido de la etapa de reconstitución del Partido tienen como objetivo crear las condiciones para la ofensiva política de la vanguardia proletaria. Éste es su significado: el Partido Comunista es el instrumento del paso a la ofensiva política de la clase proletaria. Pero, para que pueda tener lugar este acontecimiento decisivo, que da un contenido cualitativamente nuevo al proceso, deben haberse cumplido ciertos requisitos, los requisitos de la reconstitución del Partido Comunista. Estos requerimientos tocan los campos ideológico, organizativo y político de la lucha de clases proletaria y deben ser cubiertos por su vanguardia.

En lo ideológico, se precisa la restitución del marxismo en su posición de teoría de vanguardia, se precisa la reconquista de la hegemonía del comunismo revolucionario como referente ideológico y político principal para los sectores de avanzada de la sociedad, principalmente los sectores más conscientes de la clase obrera. Y aquí cobra especial relevancia la cuestión de poner al día la única ideología verdaderamente revolucionaria sobre la base de su propia experiencia histórica, la cuestión del balance y, en general, la cuestión de la reconstitución ideológica del comunismo. Reconocer la derrota del Ciclo de Octubre conlleva reconocer en última instancia los propios errores e insuficiencias. Retomar simplemente el legado de Octubre sin crítica es rechazar el deber insoslayable de la autocrítica. Supondría una traición al proletariado. La vanguardia no puede retomar sin más la obra revolucionaria en el punto en que la dejó Octubre, no puede pretender limitarse a darle continuidad. Esta actitud comportaría un error gravísimo. Es preciso dar por concluido el ciclo y dedicar un tiempo a reflexionar sobre él y a reconsiderar los puntos débiles del discurso revolucionario para reelaborarlo en lo que sea pertinente hasta ponerlo a la altura de las exigencias del inicio de un nuevo ciclo revolucionario. Sin esta prerrogativa, el comunismo no volverá a convertirse en referente de la vanguardia ni en anhelo de las masas. Ni que decir tiene que esta labor de reconstitución ideológica abarca desde la recomposición teórica en lo que toca a los fundamentos filosóficos hasta la clarificación y definición de los elementos de la línea general de la revolución. Todo ello en dura e intransigente lucha de dos líneas con el revisionismo. Entiéndase, igualmente, que no se trata de revisar los fundamentos del marxismo como punto de partida doctrinal de la revolución, sino todo lo contrario, de recuperarlos. Como ya hemos visto someramente, en ocasiones, los compromisos adquiridos por la vanguardia revolucionaria o las influencias sobre ella de corrientes de pensamiento ajenas –como fue el caso del positivismo– condujeron a la suplantación del punto de vista genuinamente marxista a la hora de resolver los problemas que planteaba la lucha de clases proletaria. Esto creó condiciones favorables para la labor de zapa del revisionismo y, en general, provocó numerosas desviaciones en el conjunto de los partidos obreros. La historia de la II Internacional es un compendio completo de esta degeneración. En particular, ese conjunto de circunstancias, muchas veces ajenas a la voluntad de los dirigentes obreros, contribuyeron a conformar un paradigma revolucionario –es decir, una visión a priori de los problemas, mecanismos y recorridos de la revolución– con aspectos que en muchos casos estaban en desacuerdo con las premisas ideológicas del marxismo o con la experiencia real de la lucha de clases del proletariado. En esto, la historia de la III Internacional presenta algunos capítulos aleccionadores. La fracción maoísta del PCCh fue el primer intento, serio pero aislado, de rectificar las desviaciones de la línea general de la revolución (crítica del revisionismo soviético) al mismo tiempo que ponía en práctica esa rectificación (revolución cultural). Sus logros deber ser reivindicados y recuperados (el PCP realiza un gran aporte en este sentido), pero su derrota final demuestra que la experiencia china no está exenta de la crítica que permita descubrir los elementos erróneos aún persistentes en su línea que finalmente condujeron a la derrota de la fracción roja del partido chino. En el estado actual de nuestros conocimientos, el MAI baraja la hipótesis, a ratificar por el balance, de que la causa última de esos errores se halla en el hecho de que el maoísmo participaba en lo fundamental del paradigma revolucionario de Octubre y de muchos de sus elementos de dudosa adscripción marxista; y aunque inició el cuestionamiento teórico y práctico de muchos de esos errores, no supo o no pudo llevar hasta el final esa labor de rectificación y actualización de la concepción proletaria de la revolución. Pero esto ya forma parte del debate sobre el balance del Ciclo de Octubre.

Prosigamos con los requisitos de la reconstitución del Partido Comunista. En segundo lugar, en el plano organizativo, como el cumplimiento de las tareas ideológicas no es un ejercicio académico ni especulativo, sino vinculante para todo el sector de la vanguardia interesado en los problemas teóricos de la revolución y en la recuperación del Partido Comunista, la reconstitución incluye el aspecto de línea de masas, alrededor de la cual irá cristalizando un movimiento práctico de vanguardia, que se irá articulando a través de los organismos necesarios para alcanzar los objetivos establecidos. Finalmente, en el plano político, el significado último del proceso de reconstitución consiste en que se trata de un proceso de acumulación de fuerzas de la vanguardia. Esta faceta de la reconstitución es primordial. Lo que no comprende el (n)PCI, ni aparece en ninguna de las propuestas de reconstitución que hoy están sobre la mesa, es la existencia de dos problemáticas políticas diferentes para la vanguardia, que encierran dos tipos distintos de tareas y que implican la división del proceso revolucionario en dos fases fundamentales antes de la implantación de la Dictadura del Proletariado; lo que no reconoce nadie en nuestro movimiento es la distinción entre una etapa de acumulación de fuerzas de la vanguardia (reconstitución del Partido) y una etapa de acumulación de fuerzas basada en las masas (Guerra Popular), la relación existente entre ambas y el modo de transitar de la una a la otra. En este punto radica el meollo del plan revolucionario. Sin embargo, los comunistas de hoy sólo perciben el problema de la acumulación de fuerzas de la clase en términos de masas porque, en su miopía empirista, identifican clase con masas y no otorgan a la vanguardia otro papel que el de mero apéndice de ellas. Por el contrario, el marxismo enseña que la vanguardia es también parte de la clase, que posee atributos específicos y que puede actuar de manera autónoma respecto de las masas. Por eso, los problemas de la vanguardia son problemas particulares de la revolución y no basta con hacer abstracción de ellos o mirar para otro lado ante ellos. Stalin diferenciaba entre un periodo en el que los comunistas aprenden a dirigir su partido y otro periodo en el que aprenden a dirigir a las masas. El movimiento revolucionario adquirirá carácter de masas sólo si sabemos transitar del movimiento revolucionario como simple movimiento de vanguardia al movimiento revolucionario de masas. Y en esto es fundamental la aceptación de que se impone primero una fase de conquista de la vanguardia como premisa para la apertura de otra fase de conquista de las grandes masas y la comprensión de los mecanismos que permiten el paso de la una a la otra. Porque aquí se encuentra la piedra clave que da unidad y continuidad a todo el proceso revolucionario. En La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo , Lenin resumió la experiencia bolchevique en la revolución rusa distinguiendo entre esas dos fases fundamentales y definió su contenido general en estos mismos términos. Pero las necesidades de la lucha de clases del proletariado en el plano internacional le obligaron a centrar toda su atención en el segundo problema, el del método adecuado para la conquista de las masas por parte de la vanguardia. En el mismo sentido, el hecho de la existencia de la Internacional Comunista suponía la modificación de las condiciones y requisitos para el cumplimiento de la primera tarea, la de conquistar a la vanguardia para el comunismo, lo cual coadyuvó en gran medida para que las enseñanzas en este sentido de la experiencia bolchevique entre 1902 y 1917 no fueran consideradas relevantes o útiles como para ser estudiadas, sintetizadas e incorporadas a la doctrina de la Komintern. Hoy, que no existe Internacional Comunista, este vacío redunda negativamente y resulta urgente llenarlo, sobre todo cuando comprobamos cómo la mayoría de los destacamentos de vanguardia aplican, ciegamente y sin ningún aprecio por la diversidad de contextos y de situaciones históricas, la táctica de Frente Único de la Internacional para cumplir con todas las premisas de la revolución proletaria. La táctica de Frente Único puede ser correcta cuando la Internacional ocupa la posición de vanguardia de la Revolución Proletaria Mundial y sus secciones nacionales actúan como correas de transmisión hacia el movimiento obrero; pero, sin Internacional, esta táctica está equivocada y es contraproducente como base de reconstitución del movimiento revolucionario del proletariado. Por esta razón, lo que se pone en el orden del día es el análisis y la solución de los problemas relacionados con la organización de la vanguardia en función de la reconstitución del Partido Comunista. Hay que poner el centro en la vanguardia y en crear las condiciones para que pueda conformarse como fuerza política enfilada a generar las bases ideológicas y los instrumentos políticos para la reconstitución del Partido. Estamos hablando de todo un periodo de acumulación de fuerzas de la vanguardia, que debe traducirse en la recuperación del comunismo revolucionario como polo de referencia acreditado ante el proletariado y ante la sociedad en general y conformarse como incipiente movimiento político capacitado para las labores de propaganda y organización en todos los terrenos de la lucha de clases proletaria en esta primera fase política prepartidaria de reconstitución.

Entonces, como periodo de acumulación de fuerzas de la vanguardia, la reconstitución del Partido Comunista es el transcurso del paso de una posición política de defensiva estratégica a una posición política de ofensiva estratégica para la vanguardia. Culminar este periodo, culminar la reconstitución del Partido cumpliendo sus requisitos, significa que, con éste, el proletariado está en condiciones de iniciar la ofensiva política contra la burguesía. Y esta capacidad política, esta posición lograda por el proletariado a través de su vanguardia de ofensiva política es la base de y se traduce como Guerra Popular, en su posición inicial de defensiva militar. En este punto es preciso detenerse en una consideración importante. Igual que Lenin, debido a las circunstancias de la lucha de clases internacional, puso, a partir de 1920, el peso en el aspecto de las masas en la contradicción vanguardia-masas, Mao, el gran teórico y práctico de la Guerra Popular, puso el acento en los problemas de la guerra, dentro de la contradicción política-guerra, durante el periodo inmediatamente anterior a la conquista del poder (1927-1949). Naturalmente, se trataba de la respuesta adecuada a las exigencias de la lucha de clases del momento, no sólo porque en el plano internacional la existencia de la Komintern permitía resolver de manera concentrada y cubrir de forma acelerada las cuestiones ideológicas y políticas relacionadas con la constitución del Partido Comunista, sino, sobre todo, porque, en el plano interior, la lucha de clases en China se dirimió casi siempre en el terreno militar (contra los señores de la guerra , frente al Kuomintang y frente a Japón). De este modo, el problema de la transición de la política a la guerra, de los principios que rigen la transformación de la política en guerra en la lucha de clases proletaria, quedaron velados, ocultando los rasgos propios de una esfera de la actividad de la vanguardia cuyo esclarecimiento hoy adquiere la mayor relevancia. Insistir, pues, en que en la actualidad el aspecto principal de la contradicción entre política y guerra recae en el primero de ellos y que su contenido es el de la reconstitución del Partido Comunista, nos permite situar el marco general en el que hoy se encuentra la vanguardia desde el punto de vista del plan para la revolución proletaria, desde el punto de vista de la conquista del poder por la clase obrera a través de la Guerra Popular dirigida por el Partido Comunista.

En particular, y para acercarnos al planteamiento científico en esta cuestión, es preciso señalar que la Guerra Popular, comprendida al modo marxista como desarrollo cualitativo de la política proletaria, no es más que la réplica en un plano superior del mismo ciclo cumplido en el nivel inferior de la política. En otras palabras, si como mostró magistralmente Mao, la Guerra Popular es un ciclo de transición de la defensa a la ofensiva militar, y puesto que, como enseña el marxismo, la guerra y la política son aspectos de la misma realidad, comparten la misma naturaleza, entonces, el ciclo de la política responde al mismo mecanismo y debe cumplir los mismos estadios de desarrollo que el ciclo de la guerra, cambiando sólo su contenido cualitativo; es decir, el ciclo de la política debe responder también a un ciclo de defensiva-ofensiva. Entonces, la fase de reconstitución del Partido Comunista es el desarrollo completo de este ciclo, llevado a cabo por la vanguardia del proletariado en el plano de la política, en virtud del cual tiene lugar un proceso de acumulación de fuerzas desde posiciones de repliegue –que son las que hoy ocupa la vanguardia y el conjunto de la clase en general– hasta la culminación de la reconstitución del Partido, hasta que esta culminación permita una disposición para la ofensiva política. Y lo que es más importante, el paso a la ofensiva política de la vanguardia se plasma como paso a la defensiva militar de las masas. La disposición política de ofensiva estratégica de la vanguardia se traduce en disposición militar de defensiva estratégica de las masas. En esto consiste el planteamiento científico de la dialéctica entre política y guerra en la lucha de clases del proletariado. Aquí se sitúa el nudo gordiano de la estrategia revolucionaria del proletariado para la conquista del poder, la clave que da continuidad, unidad y coherencia al plan de la revolución proletaria.

La dialéctica ofensiva-defensiva es la que determina la relación entre la política y la guerra, es la contradicción que subyace a su desarrollo y en función de la cual se configura también la relación de la vanguardia con las masas. Así, la transformación en su contrario de la defensiva política en ofensiva política supone un salto dialéctico hacia la posición inicial como defensiva nuevamente, pero en un plano superior, el militar. Este cambio se refleja también como salto cualitativo en la relación vanguardia-masas en el sentido de que el aspecto principal de esta contradicción se desplaza del primero al segundo, es decir, la base del proceso revolucionario pasa de la vanguardia a sostenerse sobre las masas. Finalmente y en paralelo, tiene lugar simultáneamente la transformación de los contrarios en la dialéctica política-guerra: la política deja de ser el contenido fundamental de la lucha de clases proletaria y ésta pasa a desenvolverse como guerra de clases, abriéndose una nueva fase de la revolución.

Revelar de modo científico cómo se transforma la política en guerra para el proletariado permite también comprender por qué el Partido Comunista, elemento cuya reconstitución posibilita esa transformación, es el eje de todo el proceso y de todo el plan estratégico de la revolución y no la Guerra Popular, como dicen casi todos lo maoístas. Igualmente, permite entender por qué el Partido no puede ser asimilado a una organización política simple, a destacamento organizado de la vanguardia, sino a un movimiento político imbricado en el movimiento de masas (pero distinto de él), incomprensión que está en el origen de este error de los maoístas; permite entender por qué la culminación de la reconstitución del Partido implica necesariamente el inicio de la Guerra Popular, por qué estos dos elementos son inseparables en la estrategia proletaria y no pueden estar mediatizados por ningún otro, como el Frente político, y por qué el Partido, al ser eje, es dirección y, por lo tanto, garantía de que en la fase militar la política dirige al fusil y no el fusil a la política .

En resumen, la ofensiva política de la vanguardia se transforma en defensiva militar de las masas, cumplida la conquista de la vanguardia para la revolución comienza su conquista de las masas, la culminación de la fase política de la revolución, de la etapa de lucha de clases pacífica , da paso inmediatamente a su fase armada. Al PCP cabe el honor de haber sabido formular y aplicar un plan erigido sobre esta piedra clave de la revolución, de haber sabido plasmar correctamente la línea general de la revolución proletaria, las leyes por las que se rige la construcción de la obra revolucionaria. A nosotros nos queda la responsabilidad de estudiar su experiencia, aprehenderla y servirnos de ella para desenmascarar las falsas concepciones de la Guerra Popular y aplicarla a las condiciones de las luchas de clases en el Estado español.

Precisamente, la mayoría de los epígonos oficiales y oficiosos del PCP se han dejado impresionar por el papel de la Guerra Popular en la revolución peruana, por el imponente e impresionante escenario de las masas armadas acosando al Estado reaccionario. Pero esta fascinación ha hecho que centrasen demasiado su atención en el fenómeno de la guerra, tomándola de manera aislada del resto del proceso, sin comprender del todo el significado del lugar que ocupa en él y sin apreciar debidamente los vínculos que guarda con el resto de los instrumentos de la estrategia revolucionaria, principalmente los que permiten su preparación. Los maoístas en general, principalmente en Europa, aceptan y declaran la importancia del Partido Comunista; sin embargo, en los hechos, este reconocimiento parece más bien la repetición de un rito litúrgico aprendido de la tradición a la que se quiere pertenecer, porque, en los hechos, los maoístas de hoy se preparan para la Guerra Popular con o sin Partido, se preparan para tal evento tanto si es desencadenado por las masas como por la burguesía. En sus planes aparecen recogidos ambos, Partido y Guerra Popular, pero no encajan, carecen de la correlación orgánica que les vincule internamente como momentos necesariamente continuos. Y esto es así porque no han comprendido que el paso de la política a la guerra es producto de un proceso planificado de desarrollo de la lucha de clases del proletariado encabezado por su vanguardia. El sometimiento de los planes revolucionarios que proponen nuestros maoístas a los factores aleatorios o espontáneos, el papel subordinado que otorgan a la vanguardia y a los problemas teóricos y prácticos de su construcción y la falta de cohesión orgánica que prevalece en sus planes revolucionarios nos son más que el reflejo de la desorientación y del temor que experimenta un sector de la vanguardia ante la responsabilidad de asumir el papel que le corresponde en la puesta en marcha del proceso revolucionario. Este apocamiento les induce a derivar esa responsabilidad hacia las masas, a refugiarse en ellas y a esperar que ellas resuelvan sus tareas; pero las masas no pueden sustituir a la vanguardia, ni cumplir sus obligaciones, ni tampoco redimirla del retraimiento que la paraliza y la hace inoperante. La experiencia de la Revolución Proletaria Mundial, confirmada por sus episodios más recientes, demuestra que el proceso revolucionario debe abrirse desde la iniciativa de la vanguardia, que el primer movimiento en este juego le corresponde a ella y que su primera tarea es asumir esta responsabilidad. Otra postura es renuncia de la revolución.

Aplicaciones e implicaciones

Marx decía que la anatomía del hombre da la clave para conocer la anatomía del mono. Con ello, quería expresar el criterio científico de que las etapas de un proceso se comprenden mejor desde la perspectiva que da su evolución más alta, y que ésta es, muchas veces, la que crea las condiciones para ese conocimiento. No en vano él mismo desentrañó los secretos de las formas inferiores del valor (mercancía y dinero) desde el estudio de su forma más desarrollada, el capital. De la misma manera, la formulación más acabada de la línea política de la revolución proletaria, aplicada con retrospectiva a episodios y a debates pretéritos, pero vigentes, de la historia de la clase obrera, puede ayudarnos, sin menoscabo del análisis de las circunstancias concretas y singulares en las que se dieron, a enjuiciarlos y a valorarlos mejor, de un modo más objetivo, más cercano al punto de vista científico. Por ejemplo, la valoración de la línea seguida por el PCE y por la Internacional durante la guerra civil española de ganar la guerra y hacer después la revolución . Sin ánimo, por el momento, de reabrir este debate, importante, por otra parte, para el deslindamiento del campo de la revolución y para la definición de la línea proletaria en el Estado español, se puede apuntar que esa táctica de separar guerra y revolución, de extraer el problema de la revolución del escenario bélico de lucha de masas armadas, que condujo a la desactivación de la revolución desde la alianza del PCE con el viejo Estado, se alejó completamente de la línea proletaria, precisamente en función de esa táctica basada en la línea Partido–Frente que se desentendió de plantear la guerra civil como Guerra Popular, aceptando su conducción al estilo burgués, y de construir Nuevo Poder sobre la base de masas armadas. Todavía hay maoístas en el Estado español, seguidores confesos de la Guerra Popular en Perú, que defienden al partido de José Díaz subrayando la importancia de la fundación del 5º Regimiento y alabando la iniciativa de su creación como fuerza armada del partido. Curiosamente, estos mismos maoístas censuran al PCN(m) el haber cesado la Guerra Popular y el haber entregado las armas; pero olvidan o no quieren reconocer que el PCE hizo exactamente lo mismo en 1936 con su ejército: entregarlo a la burguesía. Se puede ser indulgente en un juicio sobre las decisiones adoptadas por el PCE de la época, cuyos dirigentes carecían de la perspectiva histórica que hoy tenemos. Toda valoración ponderada de esas decisiones debería incluir una explicación de las circunstancias que impidieron a la dirección de ese partido acertar con la política revolucionaria correcta, aún cuando, en un contexto parecido de guerra civil, otro partido contemporáneo, el PCCh, sí supo definirla y aplicarla. Pero no se puede ser indulgente con quienes todavía hoy, con la ventaja de la perspectiva que dan el tiempo y la experiencia posterior de la Revolución Proletaria Mundial, pretenden rescatar la política del PCE durante la guerra civil. Y menos aún tratándose de maoístas.

Una vez situado este comentario de aplicación, para la reflexión de quien corresponda, pasamos a un terreno que nos interesa mucho más a los efectos que persigue esta carta, el de las implicaciones de la línea general de la revolución proletaria, tal como aquí queda formulada. Nos limitaremos, en este punto, a implicaciones de concepto que entroncan con nuestro debate y que hunden sus raíces en la larga tradición de nuestro movimiento. En primer lugar, la categoría de resistencia , en general, y de resistencia revolucionaria , en particular. Hasta aquí, hemos definido nuestra posición acerca del papel de la resistencia de las masas. Nuestra crítica va enfilada contra la sobreestimación del mismo y, sobre todo, contra el hecho de que se haya convertido en el eje de la estrategia de la mayoría de las organizaciones de vanguardia. Resulta muy elocuente que tanto el ala oportunista-derechista como el ala izquierda de nuestro movimiento compartan indistintamente este punto de partida estratégico. Dice mucho sobre la desorientación y las deficiencias ideológicas y políticas que padece el comunismo contemporáneo. Para el MAI, el rol preponderante que se le asigna al factor espontáneo en la revolución, amén de ser síntoma del actual estado de debilidad de la vanguardia, pone de manifiesto que todavía ésta comparte en lo fundamental el viejo paradigma revolucionario heredado del Ciclo de Octubre, que ha sido retomado sin la menor crítica. Realmente, la mayoría de los comunistas sigue concibiendo los mecanismos y el proceder de la revolución proletaria a la manera clásica, a pesar de que la práctica ha demostrado que se trata de un modelo que ya está completamente agotado. Una de las aportaciones del PCP consiste, precisamente, en que propone una disposición de los instrumentos de la revolución y una relación entre ellos que permite vislumbrar, con el aval de más de una década de exitosa Guerra Popular, la articulación de un nuevo paradigma revolucionario. Así hemos tratado de demostrarlo exponiendo nuestra lectura de la experiencia del PCP. Lo cual no es óbice para añadir a continuación que se trata, como se ha dicho, de elementos embrionarios de lo nuevo. La reconstitución de la línea política comunista debe ser acompañada de una labor de reconstitución global del comunismo como teoría de vanguardia y como concepción del mundo clasista. De lo contrario, estos primeros logros políticos se truncarán porque carecerán del cuerpo ideológico sobre el que sostenerse y con el que deben ser coherentes. De hecho, el propio PCP se mueve todavía en gran parte con el bagaje de la vieja concepción de la revolución, donde el papel de lo espontáneo sigue siendo principal. Valga como muestra el documento publicado por el Movimiento Popular Perú (organismo generado por este partido para la política internacional) con motivo del Primero de Mayo de este año. Su título es por sí mismo suficientemente elocuente: El inmenso mar de masas oprimidas y desarmadas se levanta en el mundo para ser dirigido en guerra popular por un partido comunista marxista-leninista-maoísta . Como se ve, los maoístas peruanos todavía otorgan crédito a la equiparación, ya suficientemente contrastada como falsa, entre conciencia espontánea y conciencia revolucionaria de las masas, entre resistencia y revolución. La imagen de las masas “levantándose” espontáneamente, a la vez que autoconscientes de la necesidad del Partido y de la Guerra Popular, revela la convivencia en el discurso de los peruanos de lo viejo, todavía predominante, con lo nuevo, en embrión. Como se ha demostrado, la exageración de los elementos residuales del viejo paradigma en la política del que fue partido de vanguardia de la Revolución Proletaria Mundial en la década de los 80 por parte de quienes, al mismo tiempo, han hecho abstracción de lo nuevo que aportaba ese partido, ha conducido a desviaciones tanto de izquierda –PC (MLM)– como de derecha –(n)PCI– entre sus adeptos. Pero, ¿cuál es el lugar que, según su propia lógica interna, adjudica verdaderamente la línea del PCP a la resistencia de las masas, qué papel le otorga en la revolución?

Si repasamos el esquema de la estrategia del PCP, recordaremos que la resistencia de las masas se incorpora al proceso revolucionario con protagonismo sólo con el inicio de la Guerra Popular, como masas armadas. Es decir, la resistencia de las masas contribuye positivamente a la revolución una vez comenzada la fase militar de la misma, la Guerra Popular: la resistencia de las masas es revolucionaria, entonces, como resistencia militar, como columna vertebral de la defensiva estratégica. La relación de la vanguardia revolucionaria con la lucha de resistencia de las masas, por supuesto, no nace aquí, es anterior y se remonta a la etapa de reconstitución partidaria. Pero, aquí, tiene otro contenido, que no es plenamente revolucionario, en el sentido de que la lucha de masas esté ya encauzada en la línea de los objetivos inmediatos de la revolución. En esta fase, la resistencia espontánea es base de apoyo de la reconstitución del Partido Comunista. La resistencia de las masas, por tanto, no es inmediatamente revolucionaria, sino que se transforma en revolucionaria por mediación del Partido y se substancia como Guerra Popular. En consecuencia, se requiere el cumplimiento de dos condiciones para considerar la resistencia de masas como resistencia revolucionaria. Primero, que se inscriba en el contexto de la Guerra Popular, que se trate de una resistencia armada. Pero esto no es suficiente, porque, si no se aquilata bien el concepto de Guerra Popular, puede conducir a las desviaciones de corte militarista que ya hemos visto en los casos analizados del PC (MLM), el (n)PCI y –como veremos– del PCE(r). El caso de este último es especialmente indicativo, porque este partido justifica la expresión armada de la resistencia como una forma más del movimiento espontáneo y la incluye en el proceso revolucionario , aunque haya surgido –según su versión oficial– espontánea e independientemente del Partido. Por esta razón, sobre todo, hay que precisar que no vale cualquier tipo de resistencia armada: debe exigirse que la manifestación militar de la resistencia recaiga sobre las masas –y no sobre un sector de la vanguardia, como el que, en el caso español, se cubre bajo el paraguas de la política del PCE(r)– y, principalmente, que sea la base de la fase de defensa estratégica de la Guerra Popular, es decir, que sea incorporada al proceso de construcción del Partido y, por tanto, iniciada por él y vinculada a él. Únicamente cumpliendo estas condiciones puede hablarse, en puridad, de resistencia revolucionaria . Todo lo demás es terrorismo o insurreccionalismo, las expresiones de la deriva militarista que en numerosas ocasiones ha tomado cuerpo la resistencia espontánea de las masas de la mano de ciertas vanguardias . Deriva, por cierto, que no es más que la otra cara de la misma moneda del electoralismo en el que recae inevitablemente la traducción política legalista de esa misma resistencia de masas de la mano del sindicalismo predominante hoy entre los comunistas, pero igual de peligrosa. La Guerra Popular es el único método de incorporación activa y sustantiva de las masas a la revolución, frente al resistencialismo en sus distintas versiones, porque es el único método que comprende esa incorporación como acto consciente. La Guerra Popular es el Partido Comunista organizando y sumando masas a la revolución. Esto supone un trabajo político metódico y planificado y, sobre todo, presupone que las masas no se unen por sí mismas a la revolución, no se hacen revolucionarias desde su experiencia en la lucha de clases económica, sino desde los escenarios políticos que consigue abrir la vanguardia revolucionaria.

Es en relación con este asunto del peligro de la desviación militarista en la línea política comunista que queremos comentar una segunda implicación conceptual que se deduce del punto de vista correcto de la estrategia de la revolución proletaria. Nos referimos a la diferencia entre militarismo y militarización .

Anteriormente, cuando expusimos de manera resumida la trayectoria del PCP, explicamos el significado de la militarización. En síntesis, ésta suponía la reestructuración orgánica del Partido en clave militar, el desarrollo de la línea política como línea militar y ésta como el centro de la línea de masas. El hecho de que el PCP plantee la militarización del Partido únicamente a partir de un momento determinado del proceso indica ya que no todo él puede ser abordado en clave militar y que no todo él es Guerra Popular, como dicen el PC (MLM), el (n)PCI y el PCE(r) (la política frentista de este último legitima la apertura del frente militar desde el principio). Ésta es la primera y más general diferencia entre la necesaria militarización que contempla la línea proletaria y la línea militarista. La lógica de esta última, además, conduce al absurdo de identificar la resistencia económica de las masas –o su “rebelión”– con la defensiva estratégica militar. Si todo el proceso es Guerra Popular y su punto de partida es la resistencia de las masas, ésa es la única conclusión lógica, a todas luces ajena tanto a la verdadera dialéctica entre política y guerra, tal como la acabamos de mostrar, como a la cruda realidad de las luchas actuales , siquiera se las mire con un poquito de objetividad.

Otro elemento característico del militarismo consiste en que la militarización no está vinculada a la línea de masas, en que considera que no es la forma principal de conquista de las masas, sino que se aplica posteriormente, en el momento culminante del “encuentro armado entre las fuerzas revolucionarias y las fuerzas armadas de los reaccionarios”, en el momento de la guerra civil –(n)PCI– o en el momento de la insurrección –PCE(r)–. Desde este punto de vista, la militarización no es método de acumulación de fuerzas sobre la base de masas, sino que presupone esta acumulación de fuerzas como dada desde métodos pacíficos, desde la táctica de Frente Único. La militarización, pues, queda relegada a recurso técnico-logístico, quedando la línea militar separada de la línea política y concebida al estilo burgués.

Por último, el militarismo conduce a desvincular la guerra de la construcción del Nuevo Poder. Si la conquista de las masas puede realizarse por medios pacíficos, por la lucha de clases económica y en el plano político legal, no se precisa organizarlas en bases de apoyo armadas. A diferencia de la línea Partido–Guerra Popular , que unifica guerra, frente y construcción del nuevo poder en un único y mismo proceso, la línea Partido–Frente posterga el problema del Nuevo Poder y lo somete al resultado final del conflicto militar, en definitiva, lo desplaza hasta el momento de la derrota del Estado y lo identifica con la toma del viejo poder, sin atender a la construcción paulatina y previa del nuevo que le sustituya. Naturalmente, el inconveniente que sobrevendrá inmediatamente será el de cómo instalar el dominio político del proletariado, su dictadura, desde el viejo aparato del Estado. La única manera de resolver esta contradicción es la del reformismo, pacífico o armado, pero siempre en disposición a un pacto con el viejo poder (pacto que incluso puede ser cerrado post mortem , o sea, después de que el propio viejo Estado haya sido derrotado militarmente, si los revolucionarios en lugar de terminar de liquidarlo completamente por medio de revoluciones culturales se adaptan a él, como ocurrió en gran medida en la Unión Soviética). Por eso, la pulsión reformista en los partidos que aplican línea de Frente Único es tan grande y ha sido, hasta ahora, insuperable en la historia de nuestro movimiento. En cualquier caso, para la desviación militarista, el Nuevo Poder se instalará después del desenlace final de las hostilidades militares. Por lo tanto, la línea militar no sirve para la preparación, sino sólo para la culminación de la conquista del poder. En esto consiste el militarismo, que históricamente se ha manifestado como terrorismo, putschismo o insurreccionalismo.

Por otra parte, como para la concepción militarista de la revolución todo el proceso se enmarca en la Guerra Popular, sus adeptos se ven obligados a utilizar términos y nociones del campo militar, extraídos del bagaje conceptual de la teoría de la Guerra Popular de Mao, para aplicarlos indistintamente a la confrontación de clases, aunque ésta se desenvuelva de manera pacífica . Así, el (n)PCI afirma que la burguesía practica “guerra de exterminio no declarada” contra el pueblo en el periodo anterior a declararle abiertamente la guerra civil, y el PCE(r) habla de táctica de “cerco y aniquilamiento” del Estado contra el movimiento de resistencia antifascista . De la misma manera, el (n)PCI, instalado desde el principio en la dialéctica de la guerra, recurre a la consigna leninista de transformar la guerra imperialista en guerra civil para justificar su postergación del recurso a las armas hasta que se presente un escenario de guerra civil para decidirse a transformarla en guerra revolucionaria. Este reduccionismo conceptual es otra de las consecuencias de la visión militarista de la revolución, que sólo puede acarrear una falsa percepción de la lucha de clases, el error en el análisis de la situación, la confusión entre las masas y el propio debilitamiento político y organizativo. En el Estado español tenemos al campeón en el yerro a la hora de percibir la realidad política, consecuencia directa de esa visión militarista de la lucha de clases. Sobreestimando casi hasta el paroxismo la situación real del movimiento de masas, el PCE(r) lleva años construyendo y difundiendo, a través de su prensa y de sus documentos teóricos, la ficción –naturalmente, para consumo interno– de que el movimiento de resistencia desbarata continuamente los proyectos del gobierno de turno y tiene al Estado prácticamente en jaque permanente.

En resumen, la desviación militarista consiste, en general, en contemplar todo el proceso revolucionario como un único periodo de guerra de clases, sin distinguir una fase política dentro del mismo, sin diferenciar la etapa política de la etapa militar de la lucha de clases del proletariado; en particular, la desviación militarista consiste en que el aspecto militar es considerado como un recurso separado y autónomo del curso principal de movimiento, al que se apela como solución táctica en el último momento para decidir definitivamente el enfrentamiento de clase –(n)PCI–, o bien, al que se permite especializar como esfera particular de actividad de un sector del movimiento –PCE(r)–.

El caso del PCE(r)

Aunque ya hemos situado y criticado el planteamiento general de la línea militar del PCE(r) y posteriormente hemos ido añadiendo más elementos a esa crítica al hilo del análisis de las posiciones que sobre esta materia mantienen otros grupos, no podemos concluir este capítulo dedicado al estudio de las distintas desviaciones de la línea de Guerra Popular sin terminar de caracterizar la visión que tiene este partido de la lucha armada desde sus aspectos concretos más significativos. De paso, cerraremos el círculo de la crítica general de su línea política situando otras facetas de la misma estrechamente conectadas con esa visión.

Como ya hemos insinuado, a nuestro parecer, la política del PCE(r) es muy similar a la del (n)PCI. Para confirmarlo, recuperaremos a los comuneros de Soria, que nos ofrecen una síntesis de cómo espera aquel partido que se dé el proceso revolucionario:

“El movimiento de masas (…) destaca al partido y a la guerrilla y los nutre continuamente de los hombres y mujeres más decididos. También les aporta incontables y preciosas experiencias. El Partido, a su vez, organiza la lucha, la dota de unos objetivos y de un programa claro y forma a los cuadros dirigentes que necesita (y van a necesitar cada vez más en mayor número) el movimiento de masas y sus organizaciones, y entre ellas, la misma guerrilla. Esta labor general del Partido y la lucha armada de guerrillas estimula continuamente al movimiento popular a seguir adelante, le orienta, le da ejemplo de firmeza, de arrojo y resolución; le allana el terreno de sus conquistas y va abriendo una senda cada día más ancha y prometedora. Al final de este proceso, se producirá la gran confluencia entre las masas y sus organizaciones, el Partido y el ejército popular. Será el momento de la insurrección general que acabe con el régimen de ignominia que venimos padeciendo.” ( loc. cit. , pág. 45).

Sin entretenernos demasiado en ello, la primera parte de la cita evidencia la ideología economicista que guía toda la política de estos señores: el Partido es generado por la masas (menchevismo), no desde la vanguardia (Lenin); la guerrilla también es fruto espontáneo de las masas, no de la actividad del Partido; y la experiencia de la que éste parte no es la de toda la historia de la lucha de clases y, en particular, de la lucha de clases internacional del proletariado, sino de la experiencia inmediata de las masas. En definitiva, el Partido está formado por sindicalistas, no por comunistas. Por lo demás, se puede observar que la mecánica de ascenso del movimiento desde lo espontáneo hasta la revolución asigna al Partido el simple papel de mero catalizador del proceso. Exactamente igual que en el caso de los maoístas italianos. En cuanto a la cuestión militar, lo destacable es que, en primer lugar, la guerrilla es identificada con el ejército, existiendo entre ellos sólo una diferencia de grado, cuantitativa. Pero, como hemos comprobado desde la experiencia del PCP, guerrilla y ejército sí son cosas distintas, entre ambos existe una diferencia cualitativa. La guerrilla son los destacamentos que genera el Partido para iniciar la Guerra Popular y para que ésta dé sus primeros pasos, mientras que el ejército es la fusión de esa guerrilla con las milicias populares, con el sector de las masas, sobre el que se apoya la guerrilla, que ha tomado las armas y se ha organizado militarmente para construir Nuevo Poder. Esta fusión supone un salto de calidad en el transcurso de la Guerra Popular en relación con la fase de guerrilla. En segundo lugar, se confirma la completa separación que el PCE(r) realiza de la actividad militar respecto del Partido y del grueso del movimiento de masas. Por tanto, ni la guerrilla-ejército es generado por el Partido, ni el ejército se concibe como masas armadas, ni la lucha armada como la forma principal de organizar a las masas. La relación de la organización militar con el “movimiento popular” es externa y queda relegada al papel de organismo auxiliar que, desde fuera del movimiento, lo “estimula” y “orienta” y “le allana el terreno”, etc. Pero es, precisamente, este tipo de actividad armada concebida al margen del movimiento, orgánicamente separada de él y con el objetivo de excitarlo lo que constituye la esencia del terrorismo como forma especial de desviación militarista. Y la cosa se agrava cuando se pretende el salto mortal que es esa “gran confluencia” hacia la “insurrección general”, que no se sabe cómo se ha preparado ni cómo se produce, pero que es la única salida que la fe revolucionaria, como manifestación de la conciencia espontánea de la vanguardia, puede ofrecer al movimiento espontáneo de las masas. Del militarismo terrorista, el PCE(r) salta al militarismo insurreccionalista. Desde luego, esta alternativa terrorista-insurreccionalista, basada en la “confluencia” de distintos y dispares movimientos, ajenos entre sí, más que un plan revolucionario basado en la experiencia de la lucha de clases del proletariado internacional parece una representación de la revolución más idealista que realista, más bucólica que científica.

Cuando los comuneros tratan de manera particular la relación que para ellos debe existir entre el Partido y la guerrilla se termina de completar el carrusel de errores que infesta su política y que convierten su línea militar en algo inservible para el proletariado:

 

“La guerra de guerrillas es una forma de guerra civil que, aunque larvada, está ahí y madura. Y, efectivamente, por tratarse de una guerra requiere de un análisis militar. Sobre esto no hay duda posible. Pero no se debe perder de vista que la guerra de guerrillas en los países capitalistas, al ser la continuación de la política proletaria por otros medios, los medios violentos, debe estar dirigida en todo momento por la política, por el Partido. Hoy, al igual que ayer, es válida la consigna de que es el Partido quien dirige al fusil. Y como la lucha armada juega un papel tan destacado en los países capitalistas modernos, es necesario que el Partido Comunista tome con toda firmeza bajo su control la dirección política, y por tanto, en cierta medida, también militar del movimiento guerrillero.

Cometen un craso error quienes se obstinan en conducir la guerra de guerrillas con criterios exclusivamente militares. Hacerlo así sería contraproducente, pues hasta las leyes de la guerra, especialmente las leyes de la guerra de guerrillas, obedecen a profundas razones económicas, políticas e históricas. (…). No están al alcance de la organización armada –como tal organización armada– ni la elaboración del programa, o la estrategia; esto únicamente se encuentra al alcance del Partido y son tareas principalmente suyas. De mantenerse una posición ‘militarista' nos llevaría implacablemente, a no tardar, al arroyo del oportunismo, a caer presos de las redes tendidas por la burguesía.

La idea de un Partido-guerrilla, o la militarización total del Partido, no se corresponde ni con la situación de la lucha de clases en nuestros países ni, por lo tanto, con las tareas que tiene planteadas el proletariado revolucionario.

En primer lugar, porque la idea del Partido-guerrilla u otra similar esconde el propósito de una organización exclusivamente militar, o sea, el ejército como la única forma de organización del proletariado revolucionario moderno. Esto llevaría aparejado que la única forma de encuadramiento en la actualidad sería el encuadramiento militar, las tareas principalmente militares, los organismos, funciones y relaciones militares, y los objetivos fundamentalmente militares. Esta estructura organizativa podría muy bien convenir a las necesidades de los países coloniales y semicoloniales; pero esto es falso incluso en estos países, donde, pese a que las masas se organizan en el ejército y la guerra es la principal forma de lucha, la organización política ha dirigido siempre la organización militar. (…).

Los comunistas debemos siempre velar por dirigir todas las formas de lucha del proletariado, por muy dispares que sean, lo que únicamente es posible desde la organización partidista. Si en los países coloniales y semicoloniales el reclutamiento ha sido sobre todo hacia el ejército, este hecho no se ha reñido nunca con la dirección comunista. En nuestro país, hemos comprendido que el encuadramiento del proletariado consciente será por bastante tiempo principalmente partidista, pero sin descuidar en ningún momento la guerrilla. De esta manera, damos paso hacia la guerrilla a todos los trabajadores y revolucionarios que quieran combatir con las armas en la mano.

Y, en segundo lugar, la idea de Partido-guerrilla es errónea porque el Movimiento Político de Resistencia tiene, aparte de las tareas militares, otras múltiples tareas que no encajan, de ningún modo, dentro de las rigideces de un Partido militarizado. Las luchas de las amplias masas de obreros y trabajadores necesitan de la dirección política del Partido Comunista. Éste da cauces a su ardor y determinación revolucionarios, sintetizando las experiencias de sus luchas y extendiéndolas. A la vez, forma los cuadros que va necesitando todo el Movimiento, tendiendo los lazos orgánicos entre las distintas organizaciones en base a unos principios ideológicos y políticos mínimos. (…).

Estas tareas imprescindibles para el movimiento revolucionario de los países capitalistas no las puede realizar, por mucho que se lo proponga, el llamado Partido-guerrilla, ya que se salen de su esfera de influencia, de su capacidad política y de sus posibilidades organizativas. Recordemos que las formas de organización se adaptan siempre a las formas de lucha. De donde se desprende que el guerrillero y la guerrilla, por su naturaleza esencialmente militar, están impedidos de efectuar esas tareas políticas e ideológicas en el grado que requiere todo el movimiento.” ( ibid ., págs. 42-44).

Hemos recurrido a una cita tan larga porque en ella aparece claramente reflejada la línea militar del PCE(r), así como las premisas ideológicas sobre las que se sostiene y las consecuencias políticas que acarrea. Igualmente, aparecen explícitos todos los elementos que han sido objeto de nuestra crítica a lo largo de este documento; y aunque pequemos de excesivamente reiterativos, consideramos que merece la pena abundar en ellos para que, al menos por esta vez, Antorcha no pueda desmarcarse con el “ataque fácil” diciendo que el MAI miente. Los que engañan son quienes se curan en salud con el doble lenguaje y quienes dan gato por liebre.

En primer lugar, la cita confirma, una vez más, el culto a la espontaneidad que practica el PCE(r). Circunscribir el papel del Partido al encauzamiento y extensión de las luchas que las masas emprenden con “ardor y determinación revolucionarios” implica limitar ese papel al de mera dirección política y presupone el carácter revolucionario del movimiento; es decir, reduce el papel del Partido al de gestor de un proceso cuya direccionalidad viene predeterminada. Desde este planteamiento, no sólo queda identificada la resistencia con la revolución, sino que no se precisa mayor requisito para el Partido que el de constituirse en estructura organizativa particular con programa propio, con el fin de competir en el interior del movimiento con el resto de los partidos comunistas por la hegemonía política, es decir, con el fin de concurrir en el mercado de las ofertas políticas dirigidas al proletariado.

En segundo lugar, como ya apuntábamos en la primera parte de este trabajo, la cita ratifica el hecho de que este partido contempla la relación orgánica del Partido con la lucha armada de modo individualista y voluntarista: el Partido se encarga únicamente de dar “paso hacia la guerrilla” a todos aquellos “que quieren combatir con las armas en la mano”. Ya señalamos que este punto de vista obstaculiza seriamente la continuidad en la construcción del Partido paralela al proceso revolucionario, y también que es resultado del reflejo en el seno del movimiento de la división burguesa del trabajo en la sociedad. En este mismo sentido, podemos añadir que ese punto de vista pone de manifiesto el modo burgués como el PCE(r) entiende la articulación política del movimiento revolucionario, igualmente desde la división del trabajo, a través de la especialización de los frentes de lucha y su unificación mediante la táctica de frente, a través del Frente Único. Ciertamente, si la guerra no se concibe como el escenario general que abre necesariamente el desarrollo de la lucha de clases, ni como la forma principal que adopta la confrontación entre las clases, su forma concentrada en la que toman cuerpo de manera directa o indirecta todos los antagonismos sociales a todos los niveles, sino que se concibe sólo como una forma parcial de esa confrontación, paralela y simultánea a otras formas de lucha y a su mismo nivel en cuanto a importancia estratégica (en el citado documento se insiste en que la lucha guerrillera ni es ni puede ser la forma principal en los países imperialistas), entonces, sólo es posible articular las distintas manifestaciones de la lucha de clases del proletariado en un único movimiento a posteriori , desde el frentismo político.

Esta posición presenta, enseguida, dos imponderables. Primero, que el movimiento político concebido como frente, como no pone en cuestión las bases sobre las que se sostiene, sólo puede mantenerse y desarrollarse reproduciendo las premisas económicas y políticas que dan contenido a las distintas manifestaciones de la lucha reivindicativa que lo conforman, sin cuestionarlas ni poder transformarlas a su vez. Si la lucha de los obreros por defender sus condiciones de existencia bajo el régimen del trabajo asalariado genera un movimiento de resistencia que no pone en cuestión ese régimen como fundamento de ese mismo movimiento, es decir, si los propios obreros no ponen en cuestión las bases materiales de la lucha que protagonizan –cosa que tampoco hace el PCE(r)–, entonces, sólo tienen cabida la tendencia a la política que reproduzca y legitime esas condiciones, el programa de reformas, y la tendencia ideológica a identificar la lucha por el salario con la lucha por la revolución. Ambas tendencias dominan la línea del PCE(r). Lo que no comprende ni quiere comprender este partido y lo que no tiene cabida en su perspectiva sobre el papel de la lucha armada es que sólo a través de Guerra Popular, como escenario en el que vayan incorporándose todas las expresiones de la resistencia de las masas, pueden superarse los límites que impone la traducción política de la lucha espontánea. Segundo, que del movimiento político concebido como Frente deriva una idea de la construcción del movimiento revolucionario que lo identifica y reduce a construcción del Frente, en la que, por tanto, no tiene cabida la visión de construcción del movimiento revolucionario como edificación de Nuevo Poder. El Partido dirige la alianza de los distintos movimientos de resistencia: esto es el movimiento revolucionario para el PCE(r); en realidad, el Partido debe construir desde Guerra Popular para destruir las bases sobre las que se reproduce la resistencia como lucha reformista, como lucha para la defensa de las condiciones de existencia dadas, y construir bases nuevas que permitan la alianza revolucionaria de los movimientos de resistencia de las masas. Éste es el principio de construcción del verdadero Frente Único revolucionario. Igual que el PCE(r) no comprende y se desentiende de la unidad que en el comunismo revolucionario existe y debe existir entre Partido y guerrilla, igual que no comprende que el Partido se construye a través de Guerra Popular, tampoco comprende y se desentiende de la unidad entre Frente y Nuevo Poder, que el Frente sólo se construye como masas armadas que derruyen los fundamentos de la vieja sociedad.

Otro punto de nuestra crítica que confirma el documento de los comuneros sorianos se refiere a la concepción del Partido que profesa el PCE(r). Ésta está tomada directamente de la III Internacional, sin el menor atisbo de crítica, y, como se ha dicho, consiste en identificar al Partido como organización y a reducirlo al destacamento político de vanguardia de la clase obrera. Y es la lógica de esta concepción, que simplifica la relación del Partido con las masas al problema de su dirección política, excluyendo el de la construcción de un movimiento de nuevo tipo, la que, como acabamos de indicar, conduce inevitablemente a desplazar la cuestión de la construcción del movimiento revolucionario hacia el frente político, terminando por identificarlos. Así, el movimiento revolucionario no es el Partido Comunista en su desarrollo según el eje Partido–Ejército–Nuevo Poder , sino únicamente el Frente Único. Efectivamente, si la construcción del Partido y del movimiento revolucionario se consideran cosas separadas, de modo que la unidad en el seno de la vanguardia sea algo diferente de la unidad entre la vanguardia y el movimiento de masas, entonces, de tal discriminación resultará, por un lado, que en las relaciones internas del Partido como organización única de la vanguardia predominará el criterio estatutario jurídico-formal –es decir, nuevamente, el punto de vista individualista burgués–, y, por otro lado, que el desarrollo de la relación de la vanguardia encuadrada como Partido (no en vano en la cita se deja claro que “el encuadramiento del proletariado consciente” debe ser “principalmente partidista”) con las masas sólo pueda cristalizar como frente político, dando lugar a que se implemente la tendencia –que el PCE(r) ha llevado hasta el final y que termina confesando– de que “los lazos orgánicos entre las distintas organizaciones” que procura el Partido para forjar el frente político –o “el Movimiento”, como dicen los comuneros– deba realizarse “en base a unos principios ideológicos y políticos mínimos”; o sea, la tendencia hacia el programa mínimo y hacia la política de reformas.

La estrategia del PCE(r) reproduce en todos sus términos la línea que terminó prevaleciendo como expresión política del paradigma revolucionario de Octubre: la fe en la espontaneidad revolucionaria de las masas se corresponde con un Partido entendido como organización de la vanguardia, cuyos vínculos orgánicos y políticos con el movimiento obrero cristalizan como frente político, como Frente Único. Espontaneísmo, reduccionismo organicista del Partido y frentismo político son los tres pilares políticos sobre los que se sostiene el viejo paradigma de la revolución, que se complementan y corresponden, a su vez, con una concepción determinista del desarrollo social que pone el acento en las fuerzas productivas antes que en la lucha de clases y, en último término, con una visión de la consumación de la revolución social desde la teoría economicista del derrumbe capitalista. En definitiva, con un punto de vista fatalista de la historia y una noción antropológica que excluye la revolución como obra de la libertad humana.

En cuanto a la guerrilla, resultan reveladores los esfuerzos por separarla del Partido y por asignarle un campo de actividad propio e independiente de él. El PCE(r) se mantiene dentro del horizonte visual de los debates de los 70 y 80 en Occidente sobre lo que denomina “Partido-guerrilla”; pero, en su obsesión –en parte justificada– por desmarcarse de la guerrilla que se hace Partido , ha terminado situándose en la posición oportunista de crítica del Partido que hace la guerra , hasta llegar a la aberración de considerar “militarismo” la actividad armada del Partido. Es evidente que el PCE(r) confunde militarismo con militarización, que al reaccionar contra una desviación militarista desde una concepción equivocada de la vía armada de la revolución proletaria él mismo cae en el militarismo. Porque esta desviación consiste, principalmente, en justificar, respaldar y teorizar la actividad armada independiente de la actividad del Partido.

Agazaparse tras la tesis de la función directiva del Partido en relación con todas las formas de lucha, incluyendo la lucha armada, es lo que permite al PCE(r) mantener ese doble juego, característico de su política, consistente en justificar la violencia a la par que se excusa de su práctica, y es lo que pone en evidencia no sólo los peligros de la simplificación de las tareas del Partido en términos de dirección del movimiento –cuando el movimiento revolucionario es construcción , que implica multifacéticas tareas–, sino también la teoría, que se insinúa en la cita, de que el militarismo es la práctica de la violencia, el uso de las armas por parte del Partido, “la militarización total del Partido”, como dicen los comuneros. Pero, la militarización no es más que la reestructuración organizativa del Partido para el cumplimiento de las nuevas tareas políticas que la revolución pone en el orden del día; es la adecuación de la organización en función de la revolución, en función de las necesidades políticas. Los presos de Soria afirman que “las formas de organización se adaptan siempre a las formas de lucha”, pero cuando la lucha es la guerra civil –y ellos reconocen que “la guerra de guerrillas es una forma de guerra civil”, aunque sea “larvada”– se amilanan, niegan la necesidad de que el Partido “adapte” sus “formas de organización” a las nuevas “formas de lucha”, a las nuevas condiciones de la lucha de clases y sacan a pasear sus escrúpulos pequeño burgueses de liberales adocenados: hablan de “las rigideces de un Partido militarizado” y dicen que la militarización “llevaría aparejado que la única forma de encuadramiento en la actualidad sería el encuadramiento militar, las tareas principalmente militares, los organismos, funciones y relaciones militares, y los objetivos fundamentalmente militares”. ¡Lógico, si se trata de que sean las masas armadas las que hagan la revolución, si se cree sinceramente que la revolución es una obra de autoemancipación, que, como dijera Marx, la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos ! Tanta reticencia hacia lo militar sólo puede provenir del espíritu pequeño burgués de quienes pretenden tener localizada y arrinconada la expresión militar de la lucha de clases proletaria, porque temen la guerra total contra la burguesía; sólo puede provenir de quienes desean tener controlado el fenómeno de la violencia revolucionaria de masas porque temen perder su control, porque sólo la conciben a pequeña escala como instrumento de presión contra el Estado, como argumento de negociación de cara a un acuerdo a largo plazo con él. De ahí el interés por desvincular al ejército de las masas, el desinterés por armar a las masas, de ahí el identificar al ejército con la guerrilla y no con el mar armado de masas , porque, según el PCE(r), “no es el ejército quien va a hacer la revolución, sino quien va a ayudar a las masas a hacerla” ( ibid ., pág. 46). Es decir, no serán las masas armadas las protagonistas, sino una elite dirigente, que instrumentalizará los beneficios de la acción armada de una minoría y de la experiencia de lucha de resistencia económica de la mayoría. Ésta es la cuestión crucial que divide los dos campos en la cuestión de la línea militar de la revolución proletaria: quienes esquivan resolver la contradicción antagónica fundamental de la sociedad moderna, la contradicción entre el proletariado y la burguesía, mediante el desenlace de la guerra civil protagonizada por las masas armadas, y quienes persiguen crear las condiciones para que en el futuro se dé ese escenario de guerra de clases.

El PCE(r) intenta presentar su política con el marchamo de la ortodoxia colocando consignas y frases hechas de la historia de nuestro movimiento para ocultar la tergiversación descarada de su auténtico espíritu proletario. Acabamos de comprobar cómo, mientras se dice que lo organizativo debe subordinarse a la política, en realidad, se absolutiza lo organizativo y se subordina la política a las formas orgánicas en que se muestran las distintas formas de lucha. En la práctica, el PCE(r) hace política en función de la organización del movimiento tal como surge espontáneamente en sus distintas manifestaciones, circunscribiendo a cada una de ellas en un compartimiento estanco y atribuyéndole tareas específicas. Así toma cuerpo el predominio de lo organizativo sobre la política y aparece la base sobre la que se sustenta la política frentista, la política que necesita procurar la alianza de las distintas formas orgánicas de la lucha espontánea para forjar movimiento político. En esto consiste el movimiento de resistencia antifascista del PCE(r), que tiene la desfachatez de calificar como “movimiento de nuevo tipo” (ver Programa, Línea política y Estatutos , 1993, pág. 85), cuando desde su misma arquitectura no hace más que mostrar sus cortas alas y su naturaleza reformista. Así revisa el PCE(r) la tesis leninista de que el Partido Comunista es la organización de nuevo tipo del proletariado. En particular, para este partido hay tres formas principales de lucha: la política, la militar y la económica, y cada una de ellas tiene asignado su campo de actuación y su protagonista. La política es asunto particular del Partido, la lucha armada de la guerrilla y la lucha económica de las masas. Todas tienen en común que son expresiones de la resistencia y, juntas, conforman el movimiento de resistencia, que es el etéreo modelo de movimiento revolucionario que defiende este partido, en el cual las competencias están bien delimitadas por frentes. Por eso, los comuneros insisten en que “la elaboración del programa” o de la estrategia, como es cosa política, “únicamente se encuentra al alcance del Partido y son tareas principalmente suyas”, mientras que la acción militar es “de la única incumbencia de la organización armada” ( Textos para el debate , pág. 44).

Anclado en su visión espontaneísta de la política, el PCE(r) no comprende que la lucha revolucionaria del proletariado sólo es posible y factible desde la posición que únicamente permite la construcción de su forma superior de organización como clase, el Partido como movimiento político dotado de todos los instrumentos necesarios para afrontar todas las exigencias que impone la forma superior de la lucha de clases, la guerra civil. El PCE(r) no quiere entender –o pretende ocultar– que el Estado capitalista es la forma de organización superior de la burguesía como clase social, que es su forma de organización como clase dominante y que este Estado organiza y gestiona su sistema de dominación a todos los niveles a través de innumerables instrumentos, principalmente su aparato represivo, en el que destaca el ejército; que la destrucción de ese Estado pasa por la derrota de su ejército, y que las leyes de la guerra enseñan que para aniquilar a un ejército –más allá de veleidades insurreccionalistas– se necesita otro ejército. El PCE(r) confiesa que su objetivo estratégico último no es destruir el Estado burgués cuando reduce la escala del enfrentamiento militar entre el proletariado y la burguesía a la guerrilla y cuando la desvincula, como expresión armada del proletariado, del Partido Comunista, como expresión política del proletariado. La victoria de éste sólo es posible si es capaz de enfrentarse a la burguesía a gran escala, a la escala de la guerra civil abierta (no sólo “larvada”), desde su forma superior de organización como clase social, desde el Partido Comunista, que ha sido capaz de generar y articular los instrumentos para la guerra de clases. El proletariado no triunfará si su Partido no construye su propio ejército, si, para ello, no es capaz de poner en tensión todos los recursos del movimiento obrero para este fin. El Estado y sus fuerzas armadas contra las masas armadas organizadas y dirigidas por el Partido Comunista: éstos son los contendientes y así está planteado el problema. Alcanzar este escenario de lucha de clases es el único objetivo válido desde el punto de vista de los intereses de la revolución proletaria. La guerra localizada, el enfrentamiento militar con la burguesía planteado prematura y permanentemente en el nivel de guerrilla, como parte de ese enfrentamiento fragmentado en escenarios diferentes, con distintos instrumentos y desde iniciativas diversas es una pantomima que sólo puede conducir al debilitamiento y a la derrota del proletariado. El desarrollo de la lucha de la clase obrera, si discurre por una línea revolucionaria, sólo puede desembocar en la guerra como escenario principal y general, en el que y a través del que se expresen todas las contradicciones sociales entre las clases. En la fragmentación frentista de la lucha de clases que propone el PCE(r) y en un hipotético contexto político, hasta podría simultanearse la guerrilla con la lucha parlamentaria del Partido. No nos cabe duda de que esta posibilidad entra dentro de las cuentas de sus dirigentes; pero no es más que una estafa pequeño burguesa inspirada en la táctica de sus amigos del MLNV, quienes, como se sabe, no tienen como objetivo estratégico la destrucción del Estado imperialista español, sino sólo crear condiciones para un pacto que permita la secesión nacional.

Por cierto, la relación del PCE(r) con el MLNV ilustra perfectamente las graves limitaciones de la línea política de ese partido. No sólo porque el movimiento independentista vasco es considerado un frente de resistencia más y porque, como tal, es incluido en el movimiento antifascista , lo cual da idea de la consistencia organizativa y de la homogeneidad programática de ese frente único que se pretende dirigir, tan etéreo que parece más una unidad moral que política, sino también porque da buena cuenta del carácter de la dirección política a la que el PCE(r) “aspira” o de su idea de cómo debe el partido proletario establecer sus vínculos de dirección del movimiento de masas. El apoyo incondicional que, en ocasiones, ha dado este partido a las candidaturas electorales del MLNV dice mucho sobre quién dirige, sobre quién actúa como vanguardia real y quién como retaguardia en cada frente concreto según la doctrina del PCE(r). La relación del PCE(r) con el MLNV es la mejor prueba de cargo de que la línea de “aspirar a dirigir” los frentes de masas sólo conduce a colocar al Partido a remolque del movimiento de masas.

Para justificar su estrategia, el PCE(r) no ha dudado en revisar el marxismo y, en particular, su doctrina sobre la guerra. En la primera parte de esta carta ya vimos cómo los comuneros de Soria subvertían la teoría de la Guerra Popular; ahora, completan su labor revisionista falsificando el principio marxista que rige la relación general entre política y guerra. Para el PCE(r), ya no es la guerra, en su pleno sentido, lo que da continuidad al desarrollo cualitativo de la política proletaria; ahora es “la guerra de guerrillas” –no la guerra, sin más– “la continuación de la política proletaria por otros medios, los medios violentos”. Esta reducción de la dimensión de la forma culminante como se manifiestan los antagonismos de clase es, a todas luces, una adulteración del marxismo, que persigue desplazar la violencia revolucionaria de masas del centro de la confrontación social para rebajarla a “otro medio” más –el de la violencia aislada– de lucha, aparejado con otros que se pretenden de similar impacto, como los medios políticos o los medios huelguísticos de la lucha económica, etc. En apariencia, el PCE(r) realiza esta maniobra para garantizar que se aplique “la consigna” de que “es el Partido quien dirige al fusil”, para garantizar la independencia y la dirección de la política en la lucha revolucionaria. Pero, lo que se consigue es estrangular la línea de continuidad que el marxismo establece entre política y guerra, separándolas y divorciándolas como formas correlativas de la lucha de clases del proletariado, para yuxtaponerlas y vaciar su significado como formas centrales de la lucha proletaria en cada una de las fases de su maduración como clase revolucionaria. Ya sabemos que estos señores conocen la letra del marxismo y que no tienen escrúpulos para manipularla a su antojo y asesinar su espíritu. El Partido dirige al fusil , es cierto; pero, también es cierto que el poder nace del fusil . ¿Por qué se prescinde de esta “consigna” tan imprescindible como inseparable de la otra?, ¿por qué se traen sólo las “consignas” que interesan, por qué se escogen los principios a la carta? Sencillamente, porque no se sabe o no se quiere combinar ambos principios, ambas “consignas”; sencillamente, porque ni se sabe ni se quiere construir un movimiento obrero revolucionario dirigido políticamente por un Partido Comunista que hace la guerra.

El fraude de la línea militar del PCE(r) no es más que el eco del fraude de su línea general, de toda su política. No podemos terminar nuestra crítica de las posiciones de este partido sin dejar constancia, una vez más, de este hecho, de las tergiversaciones con que trata de hacer pasar por política revolucionaria lo que no es sino puro oportunismo. Más allá de la línea militar, cuando se refiere a los objetivos estratégicos de la revolución en el Estado español, se dice en el Programa, Línea política y Estatutos , aprobados en el III Congreso del PCE(r):

“De acuerdo con las condiciones generales que se acaban de señalar la revolución pendiente en España sólo puede tener un carácter socialista. Este es el objetivo estratégico que persigue el Partido. Por consiguiente, no existe ninguna etapa revolucionaria intermedia, ningún peldaño de la escalera histórica anterior a la revolución socialista.” ( op. cit ., págs. 72 y 73).

De acuerdo, el objetivo inmediato de la revolución es el socialismo y –se entiende, aunque tal vez pequemos de ingenuos– la Dictadura del Proletariado. No hay, por tanto, etapas de transición democráticas entre el capitalismo y el socialismo, entre la dictadura de la burguesía y la Dictadura del Proletariado, proclama que ha proliferado durante décadas entre los programas de innumerables partidos obreros y comunistas , y que hoy recobra fuerza con la consigna de III República. Pero… ¿no nos estaremos precipitando?, ¿tan seguro es este deslindamiento ideológico y político para el PCE(r)?, ¿tan inquebrantable es su lucha, su defensa y su propaganda de la Dictadura del Proletariado y el socialismo? Sólo tres párrafos después del texto que acabamos de transcribir –¡sólo tres párrafos después!– puede leerse:

“El Partido no se puede proponer conducir directamente a la clase obrera, desde la situación presente, a la toma del poder. Para eso son necesarias determinadas condiciones interiores y exteriores, una potente organización y abundantes experiencias políticas, tanto por parte de las masas como del Partido. Todo eso habrá de aparecer o se irá creando en el curso de la lucha revolucionaria y en el proceso mismo de derrocamiento del régimen capitalista.

Con la instauración de la República Popular se inicia el período que va desde el derrocamiento del Estado burgués a la implantación de la dictadura revolucionaria del proletariado y que marca una corta etapa de transición política, la cual habrá de estar presidida por un gobierno provisional que actúe como órgano de las amplias masas del pueblo alzado en armas. La principal misión de este gobierno será la de aplastar la oposición violenta de la gran burguesía y demás sectores reaccionarios y garantizar la celebración de elecciones verdaderamente libres a una Asamblea Democrática y Popular. Esta Asamblea elaborará la constitución y nombrará al nuevo gobierno democrático.” ( ibid ., págs. 73 y 74).

¡Todo nuestro gozo en un pozo! Resulta que, a fin de cuentas, entre el Estado burgués y la Dictadura del Proletariado sí hay un periodo de transición, la República Popular, la III República. La manipulación es tan burda que parece burla. Y realmente lo es, como toda la política de este partido, que lleva muchos años engañando a un sector de la vanguardia (que no a las masas, que han terminando dándole la espalda) vendiendo gato por liebre: guerrilla por guerra, democracia por socialismo y reforma por revolución. Con este tipo de lindezas –innumerables en los documentos del PCE(r)– ha terminado situándose fuera del campo de la revolución. Verborrea revolucionaria y práctica oportunista. Es el retrato de un partido que ha convertido la política proletaria en horripilante caricatura.

Y cerramos el ciclo de nuestro recorrido crítico por la política del PCE(r) finalizando en el mismo punto en que comenzamos, con el embarazoso asunto del “epíteto de terroristas” que tanta turbación produce entre sus miembros y que, según Antorcha , sólo busca “vilipendiarlos”. Ante tal adjetivo, estos señores se enrabietan e indignan. Pero, ¿es propia de revolucionarios tanta indignación o sólo de quienes se dejan enredar por las palabras en lugar de comprender y explicar los hechos? ¿Cómo responden los revolucionarios cuando la burguesía trata de insultarlos con el “epíteto de terroristas”? No insulta quien quiere sino quien puede. Una vez más, debemos poner al lado de estos señores a verdaderos revolucionarios. ¿Cómo reaccionan los maoístas peruanos ante los facilones ataques verbales de sus enemigos?

“Casinello dice que los grupos armados se desarrollan siguiendo el proceso de primero ‘terroristas' pasan a ser guerrilleros y devienen en soldados; pues bien, éste es el camino que seguimos (…).” [ ¡Construir la conquista del Poder en medio de la Guerra Popular! (II Pleno del Comité Central) . MPP Francia, 1992, pág. 13).

Los verdaderos revolucionarios no se encolerizan, se ríen ante la cara del burgués que les increpa y les tilda de “terroristas” porque descubren el miedo en su rostro iracundo, el miedo a las masas armadas, el miedo al Partido que va a reclutar a los obreros y a los campesinos para convertirlos en guerrilleros y, luego, en soldados. Pero, como el PCE(r) no piensa cubrir ese trayecto que convierte al obrero comunista en “terrorista” y en guerrillero y al “terrorista” en soldado, se estremece y se rebela contra cualquier “epíteto” que insinúe siquiera algo parecido. Tal es su aprecio por las apariencias y por las palabras, por cuyo motivo no duda en presentar encarnizada batalla. Esto sucede cuando tomar las armas (perdón, hablar de tomar las armas) no es más que una baladronada para jugar a la revolución, cuando los comunistas juegan a ser héroes. En cambio, cuando se aplican seriamente en las tareas revolucionarias no se dejan zaherir por las palabras. Explican su significado. Aunque, a veces, la burguesía lo hace por ellos.