II . LECCIONES DE LA EXPERIENCIA MÁS RECIENTE DE LA REVOLUCIÓN PROLETARIA MUNDIAL

Sí, mejor “mirar para otro lado”

La posición revisionista del PCE(r) en la cuestión de la línea militar proletaria se debe, como dejan entrever las palabras que Antorcha dedica al MAI, a su incapacidad para salir del marco del debate que sobre este particular mantuvieron los grupos armados pequeñoburgueses en la Europa de los 80. Y por mucho que se empeñen estos señores, su posición no se distingue, en la práctica, de la de las Brigadas Rojas, la Fracción del Ejército Rojo alemana o las Células Comunistas Combatientes belgas. Pero mientras estos grupos competían entre sí por ver quién subvertía más y mejor el marxismo, tenía lugar en Perú un verdadero proceso revolucionario, basado en la lucha armada de masas, incomparablemente más aleccionador que “el ejemplo de lucha de resistencia” de todos esos grupos juntos. En los 80, mal que le pese a Antorcha , la vanguardia de la Revolución Proletaria Mundial había abierto su trinchera en aquel país andino y no es posible adoptar hoy una posición correcta sin tener en cuenta esta experiencia. Antorcha acusa a “los del MAI” de “pereza mental”; pero en su discurso, entonado con el soniquete de la amonestación permanente, no sólo demuestra que ni se ha molestado en familiarizarse lo más mínimo con la línea de nuestra organización, a la que no alude en ningún momento en sus reproches, sino también, como es propio de quien hace mucho que vive en una burbuja aislado de la realidad creyendo que su propio ombligo es el centro del universo, que desconoce o no ha asimilado importantes capítulos de la historia más reciente de la lucha de clases del proletariado internacional. Sin duda, un somero repaso de la experiencia del Partido Comunista del Perú (PCP) en el que se señalen algunos de los elementos propios y diferenciadores de la línea política y militar del proletariado revolucionario servirán para poner aún más de relieve las deficiencias del PCE(r).

Los comunistas peruanos plantean que son cuatro los problemas fundamentales que aborda la revolución: el problema de la guía ideológica; la necesidad del Partido Comunista como único posible dirigente de todo el proceso revolucionario; la especificación de la Guerra Popular en función de las condiciones concretas del país, y el problema de las bases de apoyo sobre las que se irá sustentando el nuevo poder.

El PCP considera el inicio del proceso de reconstitución del partido desde mediados de los 50, a través de la lucha de dos líneas entre marxismo y revisionismo, y sobre todo a partir de 1963, cuando Abimael Guzmán organiza la fracción roja del partido en Ayacucho con un plan de Establecimiento de la línea política general y reconstitución del Partido , basado en el Camino de cercar las ciudades desde el campo como solución de los debates que habían ido teniendo lugar entre las distintas fracciones acerca de la vía pacífica o violenta de toma del poder y, en éste último caso, sobre si se trataba de cercar las ciudades o de ir desde éstas hacia el campo. En 1964, la fracción roja ha conquistado importantes posiciones en el partido y, a partir de 1967, su dirección aplica el Plan estratégico de Reconstituir el Partido para la guerra popular y a definir la base de unidad partidaria desde el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung (posteriormente, marxismo-leninismo-maoísmo, pensamiento Gonzalo). En la primavera de 1977 se pasa a la fase de Culminar la Reconstitución y sentar Bases de apoyo para iniciar la lucha armada. La consigna es construir en función de la lucha armada y desde el verano se trasladan decenas de cuadros al campo para constituir Comités Regionales como núcleos de las futuras Bases de Apoyo. El partido entra en reorganización general para iniciar el proceso teniendo al campo como centro y para establecer los pilares de construcción de los tres instrumentos de la revolución: Partido, Ejército y Frente (Bases de Apoyo). Naturalmente, todos estos avances se realizan en medio de una feroz lucha de dos líneas, pero puede decirse que para 1979 el PCP había resuelto en lo fundamental aquellos cuatro problemas esenciales de la revolución, al menos en cuanto a su definición y a su encaminamiento organizativo. El IX Pleno Ampliado del Comité Central de junio de 1979 consideró culminado el proceso de reconstitución partidaria y acordó el inicio de la Guerra Popular. Se formaron cuadros militares y grupos de acción y el 3 de diciembre se creó la I Compañía de la I División del Ejército Rojo (cuyo bautizo de fuego será el asalto a la cárcel de Ayacucho). El 17 de mayo de 1980 comienza la Guerra Popular en Perú con el boicot armado a las elecciones en el pueblo de Chuschi. Los destacamentos y pelotones armados del partido entran en acción de guerrilla con el objetivo de abrir zonas donde instalar Bases de Apoyo y de organizar milicias populares. La cuestión de la militarización del partido cobra importancia singular. A. Guzmán, Presidente Gonzalo , había planteado esta cuestión en la I Conferencia Nacional, celebrada en noviembre de 1979, desde el criterio de desarrollar la militarización del Partido a través de acciones armadas , de modo que el partido sería el eje de construcción de todo el proceso revolucionario y en su torno se irían creando el Ejército y, simultáneamente y alrededor de ambos, el nuevo Estado, según tres círculos concéntricos. La militarización del partido da fundamento a esta combinación que establece que el Partido es la forma más alta de organización, el Ejército la forma principal y el Nuevo Poder la forma básica de organización de las masas armadas. La línea de masas del partido consiste en pasar de masas desorganizadas a masas militarmente organizadas . Entre 1981 y 1983, la Guerra Popular se extiende por el campo peruano, proliferando las Bases de Apoyo que se articulan sobre dos elementos principales, la milicia popular y el Comité Popular Clandestino. A partir de 1983, el incremento de la Guerra Popular obliga al Estado reaccionario peruano a comprometer al ejército en la lucha contrainsurgente. Es el momento en que el PCP decide crear el Ejército Guerrillero Popular a través de la incorporación de las milicias y como paso importante hacia el mar armado de masas . Después de diez años de Guerra Popular, la situación política en Perú permitirá constatar al II Pleno del Comité Central, celebrado en febrero de 1991, que se había alcanzado la fase bélica de equilibrio estratégico después de cumplida la II Campaña del Plan de Impulsar el desarrollo de las Bases de apoyo . La III Campaña de este Plan debería crear las condiciones para un Plan de Conquista del Poder . En el II Pleno se plantean los problemas relacionados con la nueva situación, como la constitución y despliegue de los Comités Populares Abiertos, las consecuencias de la probable intervención militar del imperialismo en Perú, el paso de la guerra de guerrillas a la guerra de movimientos (el Ejército Guerrillero Popular había alcanzado capacidad operativa a nivel de batallón) y el desplazamiento del centro del teatro de la Guerra Popular del campo a la ciudad, y, con él, el problema de la insurrección como método de incorporación de las masas urbanas a la Guerra Popular, insistiendo en que se concibe como forma especial y no como forma principal de guerra, como medio de extender la Guerra Popular a la ciudad. Éste fue el punto más alto alcanzado por la Guerra Popular en Perú. Sus logros obligaron a Fujimori a orquestar un autogolpe como fórmula para la concentración de fuerzas del Estado en torno al poder ejecutivo y al ejército y como inicio de una nueva contraofensiva contra el PCP. Como se sabe, la caída de la dirección de este partido, en septiembre de 1992, supuso un grave retroceso de la Guerra Popular y marcó un punto y aparte de la revolución en Perú.

Lectura comparada

Aunque muy sucinto y demasiado concentrado, este resumen de la experiencia del PCP es suficiente para resaltar varios elementos característicos de una visión correcta de la revolución proletaria, pertinentes en el debate que aquí nos ocupa. En primer lugar, en relación con esos cuatro problemas de la revolución que conforman el camino de postas que debe recorrer la línea proletaria y que el PCP respetó y abordó en su estrecha ligazón interna, comprobamos que, ya a primera vista, el PCE(r) se desentiende completamente del cuarto de ellos, el que tiene que ver con el Nuevo Poder, con todo lo que rodea a la construcción del nuevo Estado. Y es que este partido no plantea como objetivo inmediato un Estado tipo Comuna, fundado sobre comités populares de base –cuya necesidad intrínseca demuestra la experiencia del PCP–, sino un Estado de viejo tipo, bajo la forma de república democrática parlamentaria fundada sobre una Asamblea constituyente, siguiendo el modelo del gobierno de Frente Popular surgido de las elecciones del 16 de febrero de 1936, en virtud del cual, siempre según este partido, la II República se convertía en una república popular dirigida por el proletariado. No será preciso entrar ahora en este debate, aunque sí en el futuro, pues un amplio sector de la vanguardia todavía comulga, al igual que el PCE(r), con la rueda de molino de que la línea de conservación del Estado republicano burgués y de conducción de la guerra –ya que estamos tratando de la línea militar proletaria– al estilo convencional de los generales burgueses que aplicó durante la Guerra Civil el PCE de los revisionistas José Díaz y Dolores Ibárruri fue correcta. Y no será necesario reabrir ahora este debate porque el discurso antifascista en torno a la justicia social y la libertad que adorna el programa político minimalista del PCE(r) (un decálogo, corporativista en un 90%, de reivindicaciones parciales, elaborado con evidente intención oportunista atendiendo punto por punto las expectativas del nacionalismo, los presos, el sindicalismo de clase , el feminismo, la juventud, los inmigrantes, el socialpacifismo, etc.) ya basta por sí solo para definir su alcance y su carácter de clase pequeñoburgés, pues todas y cada una de sus reivindicaciones pueden ser aceptadas por amplios sectores de la burguesía no monopolista (incluyendo la temida expropiación del gran capital financiero, de la que este partido habla pero que se ha cuidado en dejar fuera de su programa de frente amplio antifascista ) y puesto que el PCE(r), tanto en éste como en su programa máximo (Asamblea constituyente), elude la cuestión crucial en este punto: la necesidad de la aniquilación del aparato estatal burgués –que no está formado sólo por su aparato represivo– y de su sustitución por el nuevo poder de las masas armadas. En esto, la posición del PCE(r) es la misma que caracteriza toda su política: propone medios para alcanzar objetivos de los que sólo habla, pero siempre ocultando la relación entre unos y otros, entre medios y objetivos. Con toda seguridad, porque en el planteamiento de este partido tal relación no existe o es imposible. Así, igual que en su línea militar el PCE(r) propone y hace propaganda sobre la necesidad de la guerrilla de cara a una futura e hipotética insurrección, de la que únicamente habla y cuyos lazos con la lucha guerrillera no se explican porque no los hay, de la misma manera, en la cuestión del Estado, propone positivamente un programa de reformas de amplio espectro social como medio de “acumulación de fuerzas” para la Dictadura del Proletariado, de la que sólo se habla –quedando, por supuesto, fuera de todas sus propuestas programáticas– y a la que recurre como referente abstracto para un futuro lejano y cuya relación con el programa político no se explica porque, en realidad, no existe. Este es el método de la demagogia, el método que siempre han utilizado el revisionismo y el oportunismo para liquidar la línea revolucionaria.

Más aún, es la posición del PCE(r) en esta cuestión del Estado la que, por cierto, nos orienta a la hora de emitir un juicio sobre el sentido de las negociaciones de este partido con el Estado. Antorcha rechaza la crítica que el MAI dirige a la línea de su partido porque persigue como objetivo estratégico forzar al Estado a un pacto. Con frases de manual contraataca reprendiéndonos porque parece que no comprendemos que los comunistas deben ser “flexibles”, que la lucha revolucionaria “no es un esquema ni una línea recta” y que no se debe dar la espalda a la negociación “si existe la posibilidad, por pequeña que sea, de conseguir algunas reivindicaciones”, eso sí, “mientras se tengan claros los objetivos estratégicos”. ¡Pues por eso mismo! Como, en última instancia, el objetivo estratégico es una constitución política que respeta en lo fundamental las estructuras del viejo poder, entonces, la política de negociaciones que practica el PCE(r) se corresponde con su línea de reformismo armado, como el MAI ya dejó dicho en su Declaración, y que los estrechos límites políticos en que se sitúan los contraargumentos de Antorcha –circunscritos a ese resistencialismo que es clave de bóveda de su ideología– no hace sino confirmar. Y que conste que aquí pasamos por alto el hecho objetivo de que lo que realmente negocia o está en condiciones de negociar el PCE(r) con el Estado, se refiere a temas de interés para su partido o para militantes de su partido, en absoluto relacionados con los intereses generales de la clase obrera.

Por otro lado, en relación con el primero de los cuatro problemas de orden estratégico planteados, el problema de la guía ideológica es, ahora mismo, a juicio del MAI, el eslabón de la cadena al que es preciso asirse para que la vanguardia no termine de perder totalmente el contacto con las necesidades de la revolución proletaria. Nos encontramos en la misma fase de construcción que enfrentó el PCP hasta 1976, la fase de definición de las bases de unidad partidaria –por utilizar su mismo lenguaje–, con la salvedad de que las circunstancias históricas son muy diferentes. Ya no es posible ni suficiente enarbolar la bandera de alguna de las corrientes que poblaron el movimiento comunista internacional durante el ciclo revolucionario pasado. El MAI piensa que es preciso partir del Ciclo de Octubre como ciclo cerrado y de su necesario Balance como punto de arranque de la reconstitución ideológica y política del comunismo revolucionario. Ya no es posible ni suficiente transitar el mismo camino que recorrió el PCP y proclamar el maoísmo como guía ideológica y como base de unidad partidaria. La profunda crisis general que atraviesa el comunismo, junto a la crisis que, en particular, ha abierto el Partido Comunista de Nepal (maoísta) [PCN(m)] dentro de la corriente maoísta, lo impiden. Es falsa la tesis de que quien ha fracasado es el revisionismo. La derrota ha sido del marxismo y la victoria del revisionismo y de la burguesía. La otra interpretación supone cerrar los ojos ante la realidad. La liquidación del movimiento comunista y del socialismo es el mejor testimonio del verdadero vencedor. Por eso el comunismo revolucionario ha perdido su posición de vanguardia, que debe recuperar; pero ya no es suficiente con rememorar o recuperar el viejo discurso, ante el cual el revisionismo ha demostrado su superioridad y el capital su inmunidad: es precisa su reconstitución como teoría de vanguardia a la altura de las exigencias de toda la experiencia acumulada por la lucha del proletariado revolucionario. El MAI está de acuerdo en que el maoísmo expresó el punto más elevado de desarrollo del marxismo durante el Primer Gran Ciclo Revolucionario, pero no está de acuerdo en que pueda ser punto de partida, sin más, del nuevo ciclo. En esto consiste, precisamente, la primera consecuencia de la cesura y de la discontinuidad que implica el fin del ciclo, que convierte esta época que nos ha tocado vivir en periodo de transición entre dos ciclos revolucionarios. Consideramos que organizaciones como el EhAKI y Kimetz , que han querido resolver la cuestión de la guía ideológica adoptando el maoísmo al mismo tiempo que parecen aceptar la tesis del ciclo revolucionario clausurado (ver su Manifiesto político o, más recientemente, Sobre la cuestión del Partido. Teoría y Práctica ), incurren en una contradicción que les impide extraer todas las consecuencias de esta tesis. Es preciso que la vanguardia revolucionaria reflexione y debata sobre esta cuestión de primordial importancia. No es posible, por ejemplo, aceptar sin más, eludiendo todo criterio crítico, la Gran Revolución Cultural Proletaria como el hito más alto del pasado ciclo obviando llanamente la cuestión de su derrota final. Resolver esta cuestión es insoslayable y no se puede dar un solo paso en la línea revolucionaria sin haberle dado solución. Esto no significa que el MAI rechace la experiencia pasada de la Revolución Proletaria Mundial, como algunos han querido interpretar, sino todo lo contrario: sólo puede partirse de esa experiencia como base de reconstitución; ésta sólo es posible desde la asimilación crítica de la experiencia del marxismo a lo largo de todo el Ciclo de Octubre. El desarrollo de la lucha de clases proletaria requiere de la vanguardia un balance periódico, como hizo Marx de las revoluciones de 1848 y de la Comuna de París, Lenin del periodo entre 1871 y 1917, Stalin de los años entre1917 y 1924 o el Partido Comunista Chino (PCCh) de la experiencia de construcción del socialismo durante su controversia de los años 60 con el PCUS. Hoy se requiere de un nuevo balance, con la salvedad de que se trata de un balance cualitativamente diferente porque abarca a todos los anteriores, abarca todo el ciclo. Para el MAI, éste es el mojón que separa, hoy por hoy, el campo de la revolución del campo de la contrarrevolución. Aceptar o no la necesidad del Balance de Octubre es lo decisivo ahora mismo desde el punto de vista de la continuidad de la revolución. Esto no significa que, mientras tanto, en su lucha de dos líneas el comunismo revolucionario carezca de referentes para combatir al revisionismo. Aunque no es suficiente para erigirse en teoría de vanguardia, el marxismo sobrevive como concepción del mundo coherente en sus principios, lo cual, junto a la larga experiencia revolucionaria del proletariado, prestan todavía armas a la vanguardia para enfrentarse al enemigo. De hecho, como se ve, el MAI se apoya en lo que considera verdaderas experiencias revolucionarias para fundamentar su crítica del falso comunismo. Por eso compara al PCE(r) con el PCP. Es más, consideramos la trayectoria de este último partido no sólo a la altura de lo más avanzado de la época revolucionaria de la que emerge como digno colofón –frente a la indignidad de lo que sí es su verdadero último capítulo, la rendición del PCN(m)–, sino lo suficientemente original como para que, si bien se sostiene en lo fundamental sobre las premisas ideológicas y políticas del viejo ciclo revolucionario, reconozcamos que también contiene elementos de lo nuevo, elementos que se convertirán probablemente en premisas necesarias del próximo ciclo. Por esta razón la hemos traído hasta aquí, no sólo como referente de apoyo para desenmascarar ciertas manifestaciones del revisionismo, sino también para arrojar luz sobre esos elementos novedosos de suma importancia. Además, claro está, de apoyar nuestra crítica en experiencias prácticas reales, con el fin de anticiparnos al facilón e inquisitorial reproche que de otro modo caería sobre nuestras cabezas de intelectualillos aficionados a la especulación teórica.

Pero, ¿qué tiene que aportar el PCE(r) en este asunto? Nada en absoluto. No sólo porque, como hemos visto, con la línea de este partido desaparece la ligazón entre el problema de la ideología revolucionaria y el del Estado revolucionario, no sólo porque no se plantea la cuestión de la guía ideológica en función de la Guerra Popular y del Nuevo Poder, pues el PCE(r) se orienta hacia una forma del viejo poder, hacia el parlamentarismo y la reducción del partido proletario a mero grupo parlamentario (Asamblea constituyente), y no sólo porque este partido ha dado unos cuantos bandazos desde su originario maoísmo hasta su manifiesta nostalgia del socialismo real , sino, sobre todo, porque su actual posición frentepopulista reclama como punto de partida ideológico la doctrina que adoptó la Komintern en su época de decadencia, en el momento que otorgaba mayores concesiones a la burguesía, la doctrina que condujo al proletariado hacia el frentismo interclasista, la doctrina del periodo de mayor transigencia de la Internacional con los principios del comunismo, la doctrina que la condujo, lógicamente, a su autodisolución.

El Partido Comunista

En relación con el segundo problema estratégico de la línea proletaria, la cuestión del Partido Comunista, la experiencia del PCP, en cambio, sí aporta, a nuestro entender, varios de esos elementos novedosos que pueden ser considerados plenamente vigentes. En general, las dos lecciones válidas, de inapreciable valor, que extraemos de esa experiencia consisten en que, por un lado, es preciso considerar al Partido Comunista como resultado de la fusión de la vanguardia con el movimiento de masas, y que, por otro, se trata de un proceso político de construcción consciente que parte de la vanguardia y que no se reduce a ella. En otras palabras, el Partido Comunista es la expresión política de una relación objetiva de la vanguardia revolucionaria con las masas que se plasma en un movimiento consciente e independiente, tanto de las clases enemigas como del movimiento espontáneo de las clases amigas. Es preciso subrayar la importancia de esta visión en su dimensión histórica.

El proletariado nace como clase a través de la unión de sus luchas económicas a lo largo del siglo XIX. Se trata de una fase de crecimiento cuantitativo y de acumulación de fuerzas donde el aspecto principal recae en la organización de masas y el carácter de la lucha de clases se somete a los imperativos de la lucha de resistencia y de la defensa de las condiciones de existencia de la clase obrera como tal clase. El reflejo político de esta etapa es el partido obrero de masas, el partido de viejo tipo que expresa los intereses inmediatos del proletariado y su conciencia como clase económica ( en sí ) a través de una línea política reformista. Su prototipo fue el partido socialdemócrata de la II Internacional. La crisis de este modelo de partido obrero se había puesto de manifiesto con la aparición del revisionismo entre sus filas. La Primera Guerra Mundial le dio la puntilla. La continuidad de la lucha revolucionaria del proletariado pasaba, entonces, por la construcción del movimiento obrero en torno a un partido de nuevo tipo. Entre 1902 y 1905, Lenin había empleado los resultados de la lucha del marxismo contra el revisionismo para definir la naturaleza de este partido como fusión de la vanguardia con las masas (“fusión del socialismo científico con el movimiento obrero”, decía en su ¿Qué hacer? ), y el éxito del partido bolchevique, en gran medida, se cifró en haber conseguido plasmar este nuevo modelo. Pero, lejos de convertirse en el prototipo de la III Internacional, en torno a ésta se fueron constituyendo partidos de vanguardia que obedecieron al único requisito de ser reunión del sector más avanzado de la clase, del sector portador de la conciencia revolucionaria ( para sí ) del proletariado. De este modo, el partido de nuevo tipo terminó configurándose como simple contrapunto del partido socialdemócrata, en el sentido de que si en éste el aspecto principal era situado en el aspecto cuantitativo, de masas, de la organización obrera, con el partido comunista se pasó a la organización del factor cualitativo, consciente, del factor de dirección revolucionaria del movimiento obrero. El antagonismo entre partido socialdemócrata y partido comunista escenificaba la contradicción entre las masas y la vanguardia y la incapacidad para hallar entre ellas la síntesis propuesta por Lenin que presidió la historia del movimiento obrero durante casi todo el siglo XX. Sin ninguna duda, esta larga etapa de oposición entre dos modelos organizativos, cada uno de los cuales ponía dogmáticamente el acento en cada uno de los dos aspectos que conforman la unidad dialéctica del verdadero partido de nuevo tipo leninista (vanguardia y masas), fue una etapa necesaria en el proceso de maduración del proletariado como clase revolucionaria. Si históricamente fue importante la autoafirmación del proletariado como clase y su organización independiente para la defensa y el reconocimiento de sus intereses materiales dentro del capitalismo, igualmente importante, o más, fue su autonegación como clase explotada y la proclamación de su vocación revolucionaria de sobrepasar y destruir el capitalismo. Pero estos dos momentos, aunque etapas en una misma evolución, surgen y se presentan como momentos separados y opuestos entre sí, y este antagonismo conformará el marco político en que se desenvolvió el movimiento obrero durante todo el Ciclo de Octubre. De hecho, no resulta en absoluto casual que ambos modelos del partido obrero, cada uno con su punto de vista unilateral sobre la relación vanguardia-masas, terminaran de igual manera transformándose en partidos reformistas. Y por lo que respecta a los actuales destacamentos comunistas que persiguen la reconstitución del Partido Comunista, entre los que se encuentran también los maoístas, es preciso señalar que su error de base consiste, precisamente, en que pretenden reproducir ese modelo, históricamente caduco, de partido como unidad de la vanguardia en una sola organización, como unidad intersubjetiva en el seno de la vanguardia (habitualmente denominada unidad de los comunistas o de los maoístas, etc.) y no como unidad objetiva entre vanguardia y masas. Exactamente el mismo error de principio que reprodujo el PCE(r) en su fundación, al constituirse o reconstituirse, una vez más, como partido de vanguardia que “aspira a” dirigir los movimientos de masas, pero independiente y orgánicamente separado de ellos.

Pues bien, la importancia de la experiencia del PCP reside en que, tomando directamente el testigo del partido bolchevique, consigue reconstituirse como forma superior del partido obrero, como verdadero partido de nuevo tipo leninista, desde la síntesis de sus dos formas o modelos precedentes. El PCP no es la organización del movimiento de masas, ni la organización de la vanguardia revolucionaria a secas, que luego trata de convertirse en vanguardia efectiva de las masas, sino las dos cosas a la vez: el PCP consigue ser el movimiento revolucionario organizado desde la teoría de vanguardia. La originalidad de este modelo nuevo –modelo que debe servir para la reconstitución de todos los partidos comunistas como punto de arranque del próximo ciclo revolucionario– se plasma en el método de construcción política, que consiste, en sustancia, en que es la vanguardia la que genera movimiento a través de su línea de masas. La vanguardia no presupone el movimiento de masas (espontáneo) como dado, sino que, en el contexto de las luchas de clases y de la crisis social, genera ella misma movimiento (consciente) a través de sus vínculos de todo tipo con las masas. El Partido no existe sin esos vínculos ya establecidos; algo bastante distinto de la concepción tradicional, que entendía que primero se constituía el Partido y, después, éste se vinculaba con las masas. Esta vieja visión fue superada por el PCP. La táctica de construcción del movimiento revolucionario de masas por parte de los maoístas peruanos reposaba en el principio organizativo de desarrollar formas propias como lo principal y penetrar todo tipo de organizaciones , es decir, descansaba en el principio de que se construye desde arriba, de que la iniciativa de la vanguardia a la hora de organizar a las masas es lo principal, mientras que participar en las organizaciones creadas espontáneamente por las masas o por otras clases es complemento. En lo concreto, la línea de masas del PCP terminó articulándose –sobre todo, a partir de 1973– alrededor de los organismos generados y las escuelas populares (más la coordinación metropolitana en las ciudades). La experiencia de este partido rompe taxativamente con esa especie de axioma, de profundas raíces en nuestro movimiento y que comparte todavía la mayoría de los destacamentos de vanguardia, incluyendo al PCE(r), según el cual la base de todo movimiento revolucionario debe ser obra de la espontaneidad de las masas, que el cometido de la vanguardia, ya constituida en Partido Comunista, consiste sólo en colonizar ese movimiento de masas, consiste en “aspirar a” dirigirlo, y que toda expresión organizada de lucha de las masas nace con el estigma de la revolución. El PCP, fiel al leninismo, demuestra que las organizaciones de masas sólo son revolucionarias si son organizaciones del Partido. Así, el movimiento revolucionario de masas no es independiente ni está separado del Partido, sino que es el Partido mismo; y que no se debe comprender –como se ha hecho casi siempre– por este concepto político otra cosa que lo reduzca a su dimensión organizativa (o sea, el Partido no es organización de revolucionarios, sino movimiento revolucionario organizado). Finalmente, continuando con la experiencia del PCP, cuando el Partido Comunista entra en la fase de Guerra Popular, pasan a ser la guerrilla y después el Ejército, la organización armada en suma, el principal instrumento de la línea de masas del Partido.

Algunas conclusiones

Dos son las conclusiones que inmediatamente se extraen de este planteamiento de la relación de la vanguardia con las masas para la construcción de la política revolucionaria. En primer lugar, que en las condiciones del imperialismo, en las condiciones de crisis general del modo de producción capitalista y con la revolución proletaria como tarea inmediata del orden del día, ya no es la crisis del capital la que provoca la lucha de clase del proletariado, sino que pasa a ser la lucha de clase del proletariado revolucionario (el Partido Comunista) la que provoca la crisis del capital (a través de la Guerra Popular, principalmente). Esto no es un simple juego de palabras, sino el resultado de un proceso que incluye sus propios desarrollos cualitativos. Así, si durante el capitalismo concurrencial, las crisis económicas provocaban la lucha política del proletariado –casi siempre dentro de los límites del reformismo– y eran el resorte de la actividad de la vanguardia, siendo este paradigma el que se mantuvo vigente durante todo el Ciclo de Octubre, en la fase ulterior del capitalismo maduro, la lucha revolucionaria del proletariado será la que provoque la crisis política del capital. La crisis económica del capitalismo es algo crónico y permanente, no puede ser la espoleta de la revolución, sino sólo su telón de fondo. Lo decisivo es la crisis política, y ésta debe ser inducida, provocada por la lucha consciente de la clase obrera. La historia ha demostrado que, cuando la vanguardia espera la maduración espontánea de la crisis interna del Estado capitalista, éste ya ha encontrado el modo de superarla. Desde estas consideraciones de fondo es desde donde se explica la causa última de la bifurcación de las dos líneas que pugnan dentro del movimiento obrero: la línea resistencialista, que espera la respuesta espontánea de las masas a los problemas que generan las contradicciones del sistema para hacer política, y que por sus mismas premisas no puede superar el marco de esas contradicciones (por lo que el pacto se presenta como único objetivo último posible), y la línea revolucionaria, desde la que la vanguardia hace política independientemente de la coyuntura dada, porque la actividad del proletariado revolucionario se ha convertido en el factor político principal de la lucha de clases, por encima de las crisis económicas de distinto tipo, la confrontación civil –que incluye el antagonismo económico entra capital y trabajo– o las contradicciones entre las clases poseedoras. La maduración del factor objetivo y del factor subjetivo para la revolución proletaria consiste precisamente en la posibilidad de su convergencia, desde la acción de éste, en un movimiento revolucionario (Partido Comunista) de construcción de lo nuevo y destrucción de lo viejo. Por último, este planteamiento de las cosas resulta fundamental porque es con este modo de abordar la relación entre crisis del sistema y destrucción del sistema como queda patente la ligazón indivisible que existe, en la línea política proletaria, entre Partido Comunista y Guerra Popular: es el Partido Comunista quien crea las condiciones para la crisis política del Estado capitalista y para la organización armada de las masas como solución de esa crisis a través de la Guerra Popular. Naturalmente, este planteamiento es del todo opuesto al del PCE(r), que no sólo desliga Partido y guerra, ubicándolos en parámetros de desarrollo discontinuos y no en un mismo parámetro de desarrollo político, como hace el PCP, sino que también desvincula el factor objetivo de la revolución, la crisis política del Estado, como variable independiente, separándola de la actividad del sujeto revolucionario. Para este partido, la crisis política se debe, por este orden, a las contradicciones internas del Estado fascista y a la resistencia espontánea de las masas, mientras que la acción revolucionaria se mantiene a la expectativa y opera en función de las otras. En definitiva, es en la estrecha ligazón existente entre Partido Comunista y Guerra Popular donde se sitúa el nudo gordiano que da unidad a todo el proceso revolucionario, mostrando la necesaria correlación y la continuidad de sus cuatro tareas estratégicas, la íntima concatenación existente entre las tareas teóricas e ideológicas de la revolución con las tareas prácticas de construcción revolucionaria.

Si se nos permite ahondar más en el análisis del alcance de las consecuencias de este planteamiento nuevo, diríamos que es desde el que adquiere verdadero sentido y completa coherencia el postulado maoísta de que la rebelión se justifica . Para el maoísmo, éste es principio ideológico motor de la revolución; pero, en nuestra opinión, los maoístas mismos apenas han llegado a alcanzar a comprender su profundo significado, precisamente porque siempre lo interpretan en el sentido de que la rebelión espontánea de las masas se justifica. Sin embargo, esta lectura implica acudir a una causa extrínseca al propio principio y refutar su condición intrínseca, es decir, que la rebelión tiene justificación en sí misma . En la interpretación más común, la rebelión es efecto de la opresión y la explotación de las masas. Causa y efecto establecen, aquí, ciertamente, una relación lógica de causalidad, pero externa: si hay explotación y opresión, entonces hay rebelión. En la práctica, naturalmente, esto funciona , pues esta lógica está en el orden del día de toda sociedad de clases. Pero en el plano teórico quiebra con tan sólo cambiar la premisa: si no hay explotación y opresión, entonces no se justifica la rebelión. La consecuencia teórica es que el principio revolucionario no es un principio absoluto, sino relativo, que sólo puede hallar justificación fuera de sí mismo. La consecuencia práctica es una concepción de la revolución como resultado de la resistencia y una concepción economicista de la conciencia revolucionaria, que se contempla como producto de la experiencia en la lucha de resistencia. Y de aquí a la idea sempiterna y siempre recurrente del revisionismo de que la revolución no es más que un agregado de reformas sólo hay un paso. Sin embargo, el marxismo no surgió como expresión de los intereses corporativos de una clase, ni su doctrina es reflejo teórico de su única experiencia como clase, sino que nació como síntesis de los logros alcanzados por el pensamiento humano y como expresión de los resultados de las luchas de todas las clases a lo largo de la historia; es decir, la revolución proletaria no viene justificada en el marxismo por la experiencia subjetiva del proletariado como clase, sino por su posición objetiva en el proceso social. Esto por una parte. Por otra, la vocación del marxismo como teoría consiste en construir una concepción del mundo revolucionaria, es decir, una visión que incluya a la revolución como fundamento de toda la realidad, como principio absoluto que lo mueve todo, principio que no necesita ser explicado por una causa, por otro principio anterior. La rebelión como reacción ante la opresión y la explotación es algo que comparte el proletariado como clase dominada con el resto de las clases oprimidas de todas las formaciones sociales. No confiere, por tanto, originalidad y especificidad alguna a la revolución proletaria. La rebelión espontánea como acto legítimo contra la tiranía es algo que tienen en común muchas clases a lo largo de la historia, y no siempre clases subalternas, precisamente. La doctrina del tiranicidio no sólo fue defendida por el milenarismo sectario de origen cristiano que animó las revueltas campesinas a lo largo de la Edad Media y de la Edad Moderna, sino que también fue difundida, entre los siglos XIII y XVI, por los ideólogos defensores de los intereses de los señores feudales para justificar la resistencia a la centralización absolutista de las monarquías (John Salisbury, en Inglaterra, y el jesuita Mariana, en Castilla, por ejemplo); igualmente, forma parte del democratismo pequeñoburgués de corte rousseauniano o del liberalismo burgués de los padres de la Constitución norteamericana. En cambio, el marxismo no es una simple doctrina contra tiranos , una doctrina de la rebelión más en apoyo de los oprimidos, sino una teoría de la revolución social que se fundamenta en el hecho irrefutable de que la realidad, la naturaleza y la sociedad se desenvuelven revolucionarizándose (tesis que da fundamento al materialismo dialéctico). Sin duda, numerosas formulaciones clásicas del marxismo, durante el pasado ciclo, se inspiraron en motivaciones externas al propio marxismo, que entraban en contradicción con su verdadera esencia y que permitieron su instrumentalización. El marxismo siempre ha sido utilizado por otras clases y por otras ideologías para legitimarse y ampliar su influencia social, desde la burguesía hasta la denominada teología de la liberación; pero la instrumentalización típica, tradicional y dominante del marxismo ha sido y es la del sindicalismo, la subversión del marxismo en función de la defensa de los intereses económicos inmediatos de la clase obrera y de su condición de clase asalariada. Tesis tales como que el marxismo es, únicamente, guía para la acción (y no toda una concepción del mundo), o que su cometido es servir al pueblo han desvirtuado y desvirtúan su verdadera dimensión, al situar a la teoría revolucionaria del proletariado en función de referentes extraños a ella. El marxismo no se elaboró para dar sentido a la práctica política de una determinada clase, ni para representar sus intereses como tal clase; el marxismo nació para transformar la práctica de esa clase y para poner en cuestión la conciencia inmediata de sus intereses como clase. De lo contrario, no podría ser una teoría de vanguardia: sería una teoría de retaguardia sancionadora del statu quo que se vería reducida a doctrina ética guiada por imperativos ajenos a sus propios postulados internos. La gran lección de la experiencia del PCP consiste precisamente en esto, en que demuestra que la acción de la vanguardia viene justificada por su misma posición de vanguardia del proceso social (y no por ser punta de lanza de las luchas de resistencia del proletariado) y que esa acción se inicia desde sus pasos iniciales como acción revolucionaria, que primero se apoya en la teoría para definir la línea política de la revolución y que después se apoya en las masas para construir movimiento revolucionario (Partido Comunista) y destruir las bases de la vieja sociedad revolucionándolas, creando Nuevo Poder. El movimiento no pasa de la resistencia a la revolución, es revolución siempre, desde el principio hasta el fin. La rebelión se justifica no en función de un ideal ético o utópico u otro principio instrumentalizador, sino como la única vía para la continuidad del progreso social, porque, en el estadio social alcanzado, es la única manera de que la materia continúe su desarrollo progresivo. La opresión y la explotación explican que haya revolucionarios, pero no que haya revolución. La razón de la revolución es la revolución. La explotación y la opresión pueden servir, y servirán, de base de apoyo a la revolución, pero no la justifican por sí mismas, no son razón suficiente de la revolución. En esto consiste la originalidad de la acción revolucionaria del proletariado como clase específica y esto es lo que la diferencia del resto de las clases subordinadas de la historia. Y la lección que nos ofrece, en este sentido, la experiencia del PCP, el modo como la vanguardia maoísta peruana ordena y utiliza los instrumentos políticos de la revolución y para la revolución, consiste en habernos mostrado un ejemplo de reencuentro coherente de acción política revolucionaria con las premisas revolucionarias del marxismo, y en haber iluminado el camino para su recuperación (reconstitución) como teoría revolucionaria de vanguardia con vocación totalizadora que en sí misma halla los motivos, las premisas y la posibilidad de incorporar los resultados de su actividad práctica. Los maoístas gustan decir que las masas hacen la historia , pero olvidan añadir –y sin esto ese lema no sería más que loa a la espontaneidad de las masas– que, en el punto del desarrollo social en que nos encontramos, momento en que el futuro sólo es posible como obra de construcción consciente, las masas sólo podrán seguir siendo protagonistas de la historia como masas revolucionarias.

Como el comunista típico de nuestros tiempos suele ser pragmático y poco capaz o poco dado a la teoría, esta digresión tal vez le pueda parecer fútil y la rechazará sin siquiera haber reflexionado sobre ella por filosófica o demasiado especulativa. Ejemplifiquemos, pues, las consecuencias prácticas de la tesis que acabamos de exponer. ¿Cómo se justifica la rebelión bajo la Dictadura del Proletariado, cómo se justifica la revolución cultural? Si en el socialismo no hay opresión ni explotación, ¿sobre qué se fundamenta la rebelión?, ¿cómo se explica la revolución dentro de la revolución ? Los maoístas responden que para prevenir la usurpación burguesa. Y es correcto. Pero este pensamiento supone romper con las premisas teóricas de las que se partía (pues una amenaza no es todavía un hecho) y obliga a una reflexión más profunda sobre sus implicaciones prácticas. En nuestra opinión, en cierto sentido, este problema no fue resuelto durante la Gran Revolución Cultural Proletaria china y produjo tensiones entre la teoría y la práctica del partido comunista que contribuyeron al fracaso final. La Unión Soviética, por su parte, es el mejor ejemplo de lo que ocurre en la práctica cuando ni siquiera se intuye el problema. A partir de los años 30, tras la derrota de la clase kulak y la victoria de la industrialización acelerada y de la colectivización, se extendió la idea de que se había superado la explotación del hombre por el hombre, la opresión de clase –aunque no todavía la existencia de clases–, de modo que el progreso social pasaba a depender del desarrollo de las fuerzas productivas, pues la lucha de clases había perdido el fundamento que le daba sentido. El proletariado, entonces, medía su nivel de conciencia revolucionaria por el grado de cumplimiento de los planes quinquenales. La emulación económica y, después, la emulación pacífica se convirtieron en los motores de la avenida del Comunismo. Y como los beneficios sociales del sistema económico pasaron a ser su única legitimación, la clase obrera se convirtió, poco a poco, en una clase acomodaticia y su conciencia fue rebajándose y retornando al nivel de conciencia sindicalista. Siguiendo la tesis del PCCh de que en el socialismo todavía existe división del trabajo y clases, bases del peligro de restauración, y que éste sólo se conjura con la revolución cultural, el PCP defiende la tesis correcta de que el paso del socialismo al Comunismo sólo es posible a través de sucesivas revoluciones culturales. Esto supuso la recuperación, por parte del proletariado internacional, del principio de la lucha de clases como principio motor del desarrollo social. Pero también supone que, entonces, la rebelión sólo se justifica desde la órbita de la conciencia, desde el imperativo revolucionario de proseguir el camino de la transformación social hasta el fin de las clases. La rebelión ya no es espontánea, sino consciente y parte del sujeto consciente, de la vanguardia revolucionaria, que bien puede tener carácter de masas. Los motivos materiales de la rebelión se someten cada vez más a la voluntad del sujeto consciente a medida que la revolución avanza. Ésta es progresiva y crecientemente obra consciente. La opresión y las demás lacras materiales de la sociedad de clases van dejando de ser base de apoyo de la revolución. El proletariado construirá el Comunismo no por necesidad ni porque exista una insoslayable ley del desarrollo social que le obligue a ello, sino porque libremente desee hacerlo. El ardid de la razón hegeliano ha sido derogado por el proletariado. El mecanismo de la historia que favorecía el progreso general a través de la búsqueda ciega del interés particular ha periclitado. La burguesía accedió al poder gracias a la revuelta campesina y el siervo, que buscaba la propiedad de la tierra, se encontró convertido, sin quererlo, en ciudadano libre desposeído, en proletario. Engels decía que con este tipo de artimañas avanza la sociedad. Pero el proletariado no tiene como aliados ni ignotas astucias de la historia ni supuestos destinos predeterminados. La clase obrera sólo puede sostener su proyecto liberador en su voluntad para ejecutar y culminar una obra de construcción consciente cuyo resultado no es aleatorio, sino predecible, la emancipación de la humanidad de la sociedad de clases y el paso a un estadio superior de civilización. Ninguna fuerza oculta procurará este desenlace desde el solo desarrollo de la lucha espontánea del proletariado como clase económica explotada por el capital. Igual que los comunistas chinos debieron completar el contenido de la tesis marxista de la Dictadura del Proletariado añadiendo que se trata de la dictadura omnímoda sobre la burguesía , es preciso matizar y concretar la tesis marxiana de que la lucha de clases desemboca en la Dictadura del Proletariado señalando que se trata de la lucha de clases revolucionaria del proletariado.

La segunda conclusión que nos ofrece el tratamiento por el PCP de la relación entre la vanguardia y las masas es también muy importante porque la experiencia de este partido demuestra que el proceso de construcción del Partido Comunista se divide en dos grandes etapas bien diferenciadas por su naturaleza y por sus tareas políticas, etapas que quedan delimitadas por el momento de la culminación de la reconstitución del Partido. La primera etapa es la prepartidaria, la etapa en que los comunistas pugnan por resolver los dos primeros problemas estratégicos, las tareas de hegemonía de la teoría revolucionaria entre la vanguardia y de organización en torno a la línea y al programa de la revolución. No basta con que los comunistas resuelvan por sí mismos esos problemas en la teoría, es preciso vincularse con los sectores activos y conscientes de la clase para ganarlos para la ideología y la línea revolucionarias. La línea de masas existe como instrumento de enlace con la lucha de clases, pero combatiendo la línea sindicalista de derecha que pretenderá que los comunistas dirijan la lucha de resistencia de las masas. La vinculación de los comunistas con la resistencia a través de su propaganda y de su línea de masas –que se plasmará a través de organismos generados– no persigue conquistar masas, sino a la vanguardia de esas masas, con el fin de organizar un incipiente movimiento revolucionario mínimamente articulado, aprovechando todas las posibilidades legales y semilegales (aunque salvaguardando siempre la clandestinidad del núcleo central), y de definir la línea y el programa de la revolución desde la lucha de dos líneas. Se trata de la fase de lucha de clases revolucionaria pacífica. Cuando el grado de influencia del comunismo entre la vanguardia sea lo suficientemente amplio y, a través de ésta, entre las masas, y cuando este desarrollo político esté lo suficientemente consolidado orgánicamente, se considerará reconstituido el Partido, lo cual supone, automáticamente, el paso a la siguiente fase, la etapa de guerra de clases, que se inicia con la Guerra Popular (tras el consabido periodo de preparación) y en la que la línea de masas adquiere carácter militar y va dirigida a lo hondo y profundo de las masas según el principio de pasar de masas desorganizadas a masas militarmente organizadas . Comprender esto es esencial. El PCP insiste en que es preciso distinguir la nata superficial que es la costra que sirve a la reacción, de las inmensas mayorías hondas y profundas; y es preciso, también, relacionar esto con la idea de que, en esta etapa, el objetivo son éstas últimas, que –y esto es fundamental– son masas desorganizadas. Sobre lo que nos alecciona la experiencia del PCP en este punto es en la necesidad de desenmascarar y romper con la falsa idea sindicalista, dominante entre nuestro movimiento actualmente, de que la lucha de resistencia es la plataforma sobre la que debe sostenerse el trabajo de masas del Partido Comunista. Esto es falso porque las organizaciones de resistencia más o menos consolidadas se constituyen o tienden a constituirse en correas de transmisión del Estado burgués, persiguiendo la influencia y el encuadramiento de masas para apuntalar el sistema. En el capitalismo actual, las verdaderas masas están desorganizadas. Así, si en la fase de reconstitución partidaria las plataformas de resistencia pueden servir como complemento en el estrechamiento de lazos del comunismo con los sectores avanzados del movimiento de masas (sin pretender conquistar sus organizaciones, insistimos, sólo a estos sectores), en la etapa subsiguiente, cuando el Partido reconstituido inicia la lucha por ganar a las amplias masas y por conquistar el poder, esas organizaciones pasan al campo de la reacción y el objetivo es destruirlas a través de la propaganda armada y de la organización armada de las masas que sufrían su influencia. En otras palabras, el Partido no construye movimiento revolucionario de masas desde el trabajo en las organizaciones reformistas reaccionarias, sino contra ellas.

La Guerra Popular

En resumen, y ya pasamos al tercero de los grandes problemas estratégicos de la revolución, la Guerra Popular, en realidad, no es más que una etapa más del proceso de construcción del Partido Comunista. La Guerra popular y los instrumentos que requiere son la estrategia y el método que adopta la vanguardia para abordar las tareas de una etapa determinada del proceso revolucionario –la etapa de conquista de las masas y de construcción del Nuevo Poder–, una vez cumplidos los requisitos de la reconstitución del Partido Comunista y como condición para la subsiguiente etapa de construcción política: fin del periodo de dualidad de poderes y triunfo e instauración de la Dictadura del Proletariado.

La principal particularidad de esta fase de Guerra Popular consiste en que la línea militar pasa a ser el centro de la línea política general del Partido. De este modo, se plasma la ley de que la guerra es la continuación de la política por otros medios . El proceso de construcción de la vanguardia genera un movimiento político de cuyo desarrollo surge el Partido Comunista. Éste genera actividad guerrillera creando destacamentos armados que, en su contacto con las masas hondas y profundas, organizan milicias populares. El desarrollo de la guerra de guerrillas permite forjar Ejército guerrillero sobre base de masas, cuyo éxito permitirá su transformación en Ejército popular y en mar armado de masas como instrumento de la expansión de las instituciones del Nuevo Poder. Por tanto, todo constituye un único y mismo proceso político, en el que cada fase sucesiva es exponente de los estadios de su desarrollo, del grado creciente de madurez política del movimiento y de su cumplimiento de las tareas revolucionarias. El movimiento revolucionario es uno solo y es general porque se centra en lo militar, esfera en la que se concentran todos los aspectos de la realidad social en condiciones de guerra civil. El Partido Comunista dirige omnímodamente todo el proceso y sus instrumentos –Ejército y nuevo Estado–, y como expresión política y organizativa del sector revolucionario del proletariado se convierte en el sujeto de transformación consciente de la sociedad. Por eso, rompiendo con toda veleidad espontaneísta, actúa según planes preestablecidos, con objetivos definidos y generando las herramientas necesarias para alcanzarlos. Hasta la consecución de la Dictadura del Proletariado, éste es el mecanismo general de la revolución, según se desprende de la experiencia del PCP. ¿Qué nos ofrece a cambio el PCE(r)?

Ya hemos visto que, para este partido, la Guerra Popular es de imposible aplicación en los términos aquí descritos para el caso de los países imperialistas. También hemos visto que, para el MAI, esta posición obedece más bien a su incapacidad ideológica y a su falta de voluntad política para aplicar las leyes de la Guerra Popular a las condiciones de esos países. La historia demuestra que es falso que no se pueda partir de las ciudades, que no se puedan crear bases de apoyo de la Guerra Popular en las zonas urbanas. Los soviets en las revoluciones rusas, la casbah argelina durante la guerra de liberación nacional, los barrios católicos de Belfast ante la ocupación colonial británica, las ciudades del sur del Líbano y los numerosos núcleos de resistencia en Irak actualmente, o, incluso, el Barrio Latino de París durante el mayo del 68 o la kale borroka en Hegoalde, aunque no forman parte ni están ni estuvieron integradas en una estrategia proletaria de Guerra Popular, son episodios que demuestran fehacientemente la posibilidad de provocar vacíos del viejo poder y de que sean ocupados por el poder de las masas urbanas, y que este fenómeno no es algo en absoluto extraordinario, sino más bien tendencia objetiva que provoca casi siempre la crisis social, y son prueba de que desplegar Guerra Popular en las ciudades no depende de imponderables condiciones económicas, sino de condiciones políticas, de que la línea sea correcta y de la capacidad del Partido para ganarse el apoyo de las masas. El resto depende de la iniciativa, la creatividad y la flexibilidad del movimiento para adaptarse a las situaciones dadas, que son los criterios de aplicación de la Guerra Popular, cuya ausencia en la línea militar del PCE(r) sólo invita a pensar en su total ausencia de criterio revolucionario. El PCP enseña que la construcción del Nuevo Poder a partir de bases de apoyo sigue el principio de fluidez de la Guerra Popular: puede expandirse o contraerse, desaparecer en un lugar y aparecer en otro… El punto de vista fijista sobre la Guerra Popular que adopta el PCE(r), según el cual este tipo de guerra consiste siempre en cercar las ciudades y en considerar las bases de apoyo como espacios consolidados, como un concepto que designa territorios y no –como es en realidad– masas armadas, le impide comprender la posibilidad del paso de la defensiva estratégica a una fase de equilibrio de fuerzas, y le obliga, en un alarde de absoluta falta de perspectiva, a recurrir a la huida hacia adelante para resolver el problema de la continuidad estratégica de su línea militar dando un salto precipitado y absurdo hacia la insurrección, borrando de un plumazo todos los requisitos que hacen posible crear las condiciones ideológicas, políticas y organizativas del asalto definitivo al poder. Algo lógico, por otra parte, pues esos requisitos y esas condiciones tienen que ver con la maduración política de las masas y con la consolidación del Nuevo Poder, factores que no entran en las cuentas de la política pactista de frente interclasista del PCE(r). La revisión de la teoría de la Guerra Popular por parte de este partido no es sino la confesión de que su política no puede ni quiere plantearse el objetivo de la destrucción del viejo Estado, sino solamente el debilitamiento de su forma actual para sustituirlo (reformarlo) por otra forma de ese mismo Estado. Por eso, no puede ni quiere diseñar un escenario político-militar de desgaste del poder burgués hasta el punto de que pueda ser posible el nacimiento y el crecimiento de un nuevo poder revolucionario en equilibrio con aquél, que luego pueda pasar a la ofensiva. Por eso, ni siquiera se plantea el problema de las bases de apoyo en la lucha guerrillera y se contenta con la alianza exclusivamente política (no militar) de todos los sectores supuestamente perjudicados por el Estado fascista .

Recientes episodios de la lucha de clases demuestran la tendencia objetiva de la crisis general que vive el capitalismo a producir dislocaciones políticas que crean vacío de poder y la posibilidad de la agudización de la crisis política. Las movilizaciones contra la guerra de Irak en el Estado español, en 2003, fueron en gran parte incitadas por intereses de un sector de la gran burguesía en su enfrentamiento intestino contra otro sector de la clase dominante; sin embargo, sobre todo en sus primeras fases, ese movimiento mantuvo cierto componente espontáneo de carácter popular, de resistencia de las masas contra los planes imperialistas del Estado español. En esa primera fase, hubo vacío de poder que, aunque inmediatamente fue ocupado por el partido de oposición parlamentaria, creó condiciones durante un breve espacio de tiempo para la acción de un verdadero Partido Comunista, si éste hubiera existido, en la línea de dirigir ese movimiento o a un sector del mismo hacia la organización revolucionaria. Más claro aún fue el caso de la crisis provocada por el desastre del Prestige , en 2002, cuando el vacío de poder fue más prolongado, ninguna fracción política institucional se apresuró a cubrir ese vacío y el carácter autónomo y la iniciativa del movimiento espontáneo de las masas fue de mayor alcance. Un Partido Comunista habría dispuesto, en este momento, de un gran margen de maniobra política para incidir en un movimiento autoorganizado –y, por eso, organizado de manera primitiva–, menos amplio pero más profundo que el anterior dirigido contra la guerra. En las condiciones políticas de un Partido Comunista reconstituido, la labor de éste en la línea de pasar de masas desorganizadas a masas militarmente organizadas hubiera dado otros frutos distintos de la transformación de este movimiento en plataforma social de resistencia , reconducida hacia la integración en el sistema como medio de encauzamiento del descontento social derivado de las contradicciones cada vez más patentes del capitalismo y cuya actividad ha quedado reducida a simples y testimoniales marchas de aniversario. Y mucho más evidente todavía es el ejemplo del vacío de poder provocado por la crisis de las banlieues en Francia, durante el otoño de 2005. En este caso, las posibilidades de un Partido Comunista para transformar (no sólo dirigir ) el movimiento de protesta social de los suburbios urbanos galos en formas de lucha armada de masas eran inimaginables.

Pero todas estas posibilidades –es preciso insistir en ello para que nadie se llame a engaño y se forme un cuadro irreal de esas situaciones hipotéticas– presuponen el Partido reconstituido y, en consecuencia, un contexto político previo también diferente, marcado principalmente por el hecho de que el papel del proletariado revolucionario sería mucho más activo –en tanto que la reconstitución del Partido implica el paso a la ofensiva política de la vanguardia proletaria– que la mera comparsa que realmente resultó ser y, por consiguiente, el cuadro político de las relaciones de clase sería distinto en todos lo ejemplos aludidos, hasta el punto, tal vez, de influir lo suficiente en las alineaciones de clase como para que el Estado no hubiera siquiera permitido llegar a semejantes situaciones ante una amenaza revolucionaria mucho más presente. Valgan, sin embargo, como ejemplo a los efectos de exponer los términos en que debe entenderse el verdadero trabajo de masas comunista.

Para influir decisivamente en esas situaciones de crisis política del capital, es preciso, también, que el Partido haya sido reconstituido desde bases correctas, es decir, no como simple círculo político de vanguardia, sino como organismo que ya ha fijado lazos con el movimiento social práctico de la clase obrera suficientes como para estrecharlos y extenderlos a una escala nueva en estos episodios críticos de estallido espontáneo de las masas, con el fin de vincularse con ellas al modo revolucionario y no para adaptarse a su movimiento, ni en sus formas ni en sus métodos, ni para dirigirlo y agregarlo a su radio de influencia en función de no se sabe qué programa reivindicativo o en función de no se sabe qué política reformista de presión sobre el Estado, sino para transformar la violencia espontánea de las masas en violencia revolucionaria en función de la Guerra Popular y de la creación de bases de apoyo de la revolución proletaria. Y que conste que estamos ante expresiones espontáneas de la crisis del sistema capitalista y que son las masas las que inconscientemente provocan las dislocaciones de su sistema político. ¿Qué ocurriría si un movimiento revolucionario, apoyado en un sector importante de la vanguardia proletaria y organizado como Partido Comunista, se dedicara a actuar de manera sistemática y planificada en todos y cada uno de los frentes que abren las contradicciones del capitalismo para provocar vacío del viejo poder y generar nuevo poder desplazando y liquidando la iniciativa y la influencia de las correas del transmisión del Estado (sindicatos, ONGs…), organizando a las masas desorganizadas –como lo eran realmente las que protagonizaron los episodios aludidos– en organizaciones revolucionarias integradas en la estrategia de Guerra Popular del Partido Comunista? Imaginarse la respuesta a este interrogante ayudará no sólo a comprender en lo concreto los elementos y los requisitos que precisa la estrategia revolucionaria, sino también a familiarizarse con el escenario político que ofrecerían las luchas de clases en el momento en que el Partido Comunista prepara el paso a o inicia la Guerra Popular. Igualmente, ayudará a atajar por anticipado la crítica de que el MAI no concede valor alguno a la iniciativa de las masas. Como se ve, no es así. Lo que ocurre es que somos consecuentes con los presupuestos de la estrategia de Guerra Popular, que exigen que la ideología y la vanguardia dirijan el proceso revolucionario e incorporen a las masas al mismo. Somos coherentes con el principio marxista-leninista de que el sujeto de transformación social ya no es el proletariado en general, sino el proletariado revolucionario. En 1914, el movimiento obrero internacional se dividió en dos alas. Lenin certificó este hecho en documentos como La bancarrota de la II Internacional o El socialismo y la guerra . Desde entonces, no es posible hablar del proletariado como clase social homogénea, como clase política monolítica. El culto al proletariado como clase explotada, sin mayores consideraciones, conduce al resistencialismo, a la postración ante el movimiento espontáneo de las masas y subordina la iniciativa de la vanguardia y del Partido Comunista a esa espontaneidad. Los resultados han sido siempre y serán catastróficos para la revolución. El punto de partida del proceso revolucionario es la forma superior de organización proletaria, el Partido Comunista, no sus formas inferiores. El Partido es exponente de la fusión alcanzada entre la vanguardia revolucionaria y el movimiento de masas, por eso es índice de madurez política de la clase que permite dar paso a la guerra civil. Entonces, la forma superior transforma, eleva e incorpora a las inferiores. El proceso se construye –no surge – desde lo más elevado, desde la forma superior, no desde abajo , desde las formas inferiores. Es falso que éstas se incorporan por sí mismas a la revolución o que sirven a la revolución en tanto que organizaciones de resistencia. La creatividad de las masas juega un enorme papel, pero no resuelve por sí misma la cuestión de a qué clase servirá su iniciativa espontánea. La Guerra Popular la hacen las masas, pero organizadas como masas revolucionarias por el Partido Comunista.