ANTE LA REBELIÓN EN LA CAÑADA REAL GALIANA
Un polvorín social que no explota…


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Recientemente, hemos asistido a acontecimientos muy interesantes y aleccionadores en el Estado español.

El pasado mes de octubre se procedió al derribo de varias viviendas en una zona chabolista, la Cañada Real Galiana, en la periferia de Madrid. Sin embargo, para sorpresa de la policía, los humildes residentes, lejos de acatar la aclamada legalidad y cumplir dócilmente con los imperativos de ésta (es decir, perder hasta el lugar donde caerse muertos ), plantaron decidida cara a los perros del sistema, hiriendo a más de una quincena. Esta auténtica batalla quedó plasmada en una serie de elocuentes imágenes en las que parecía que Palestina y la rabia de la Intifada se hubieran trasladado al corazón del Estado español. Sólo una casa fue derribada –reconstruida inmediatamente por la solidaridad de los que allí habitan- y los vecinos consiguieron detener con su propia fuerza los mecanismos que habían pasado por encima de ellos cuando aceptaron sus reglas de juego, es decir, la tan consabida legalidad y el laberinto burocrático del sistema judicial.

Ahora que, gracias a su decidida resistencia, un problema de higiene social se ha convertido en un problema de orden político, la maquinaría del Estado capitalista se ve paralizada y presa de sus propias contradicciones. Nadie quiere cargar con los costes políticos que tamaña operación de higiene requeriría, y los apagafuegos de la crisis social ya se han puesto en marcha: IU ya ha pedido una solución “legal” y “consensuada”.

Desde luego, no nos vamos a detener un instante en tratar sobre las disposiciones de su sucia legalidad y en las contradicciones que genera el estercolero parlamentario; sólo señalar la obligación de aprovecharlas por el futuro movimiento revolucionario.

Lo que sí nos preocupa, en la actual coyuntura de crisis del movimiento revolucionario, es la actitud de aquellos grupos que se autoproclaman comunistas. Ante un hecho evidente de rebelión abierta de las masas, y además ampliamente difundido por los media capitalistas, su actitud general ha sido la de la desatención y la indiferencia. De esta serie de hechos podemos sacar varias conclusiones de sumo interés.

Para comenzar, nos reafirma en el hecho de la derrota de hondo calado, política e ideológica, que ha sufrido el movimiento comunista con el cierre definitivo del Ciclo de Octubre. Es tristísimo observar la indiferencia de toda esa pléyade de pretendidos revolucionarios , cuya propaganda se llena de prédicas sobre “aprender con la clase”, “estar con las masas”, etc., ante un suceso de genuina rebeldía espontánea de las masas, fuera de todo cauce instituido, frente a un ataque del capital contra sus más primigenios intereses, contra su propio techo.

Es evidente que ante estos hechos toda la palabrería imperante sobre la “práctica” y la “realidad concreta” se nos desvela como un grosero fraude. No obstante, mucho nos tememos que este “fraude” tiene un origen bastante más profundo, que es el que señalamos, la crisis del marxismo imperante durante el Ciclo y, por tanto, la cada vez más descarada convergencia ideológica y política del pretendido movimiento revolucionario con el sistema burgués.

Hemos señalado repetidamente, y continuaremos haciéndolo, que las manifestaciones dominantes de esta crisis son el economicismo y el sindicalismo, proyecciones políticas de un estrecho empirismo, inevitablemente sazonado con la pereza comunista para estudiar la historia del desarrollo de nuestro movimiento y de la lucha de clase del proletariado. Todo este inmediatismo y su superflua comprensión de lo que es la realidad impiden a estos grupos observar el elevado desarrollo histórico alcanzado por la lucha revolucionaria del proletariado, impidiéndoles colocarse a la vanguardia del movimiento social, coadyuvando objetivamente, más allá de voluntades particulares, a la reproducción y mantenimiento del sistema capitalista.

Hace casi un siglo Lenin ya señaló, con el advenimiento del imperialismo y el desarrollo de la lucha revolucionaria del proletariado, que en los países imperialistas la clase obrera se escindió en dos alas, la masa inferior y honda y la superior, la aristocracia obrera, elevada económicamente por la posición de dominación y privilegio que detentan sus Estados en el sistema imperialista. Esto, a su vez, provocó la división del movimiento obrero en dos alas, irremediablemente enfrentadas, la revolucionaria, el comunismo, y la reaccionaria, la socialdemocracia, representante de esa aristocracia obrera que objetiva y gustosamente acepta el sistema imperialista y la posición privilegiada que ocupa en él, y que, andado el tiempo, se ha convertido en insustituible parte integrante del bloque y el expolio imperialistas, abrazando abiertamente la contrarrevolución. Esto, cuya base fue sentada por Lenin, tiene hondas implicaciones históricas y políticas para la táctica revolucionaria, comunista, cuyos principios fueron asumidos también por el dirigente bolchevique:

“Del ‘partido obrero burgués' de las viejas tradeuniones, de la minoría privilegiada, distingue Engels la ‘masa inferior', la verdadera mayoría, y apela a ella, que no está contaminada de ‘respetabilidad burguesa'. ¡Ese es el quid de la táctica marxista!”1

No obstante, la rápida y temprana propagación del virus revisionista por el comunismo, y el hecho de que, tras Octubre, el protagonismo del empuje revolucionario se centrara en los países oprimidos (donde la importancia de este planteamiento tal vez sea menos evidente), impidieron desarrollar esta fundamental tesis y emplazarla en el lugar clave que le corresponde dentro de la táctica comunista.

Debido a ello la mayor parte de los destacamentos del Movimiento Comunista Internacional tomaron precisamente la dirección contraria, incapaces de desarrollar consecuente y cabalmente la senda revolucionaria fueron readoptando (si es que alguna vez se abandonaron) cada vez más elementos del viejo utillaje socialdemócrata.

La pretensión de construir movimiento revolucionario desde las reivindicaciones parciales inmediatas de las masas devino, a medida que se profundizaba este trayecto, en una rancia política sindicalista como línea de masas, coronada por un frentismo que cedía la iniciativa política a tal o cual fracción de la burguesía.

El final de este proceso se muestra patéticamente en la actualidad, cuando la mayoría de los autodenominados comunistas practican una política esencialmente idéntica a la que hace un siglo desarrollaba la socialdemocracia, más degenerada e irrisoria aún por la pérdida de la perspectiva política de la revolución que ha traído la derrota del Ciclo de Octubre.

Así, al ser incapaz de trascender los límites ideológicos y políticos del sistema burgués, dominados por el positivismo y el pragmatismo, el comunismo dominante actualmente, al igual que antaño la socialdemocracia, ha pasado a servir, no a quien dice hacerlo –los parias, los desposeídos, a la revolución en definitiva-, sino a esos sectores obreros instalados en el sistema, del que forman una pieza esencial y al que han atado políticamente su suerte. Los hechos de la Cañada Real y la indiferencia general del movimiento hacia ellos, a la par que su prensa se llena de referencias a las luchas, bien gestionadas por los sindicatos oficiales, integrantes estructurales y beneficiarios del capital, de los obreros de cuello duro , demuestran fehacientemente que, fraseología aparte, el comunismo dominante es reaccionario y sirve a la aristocracia obrera y, por tanto, al sistema capitalista.

De entre las escasísimas organizaciones que se han dignado a posicionarse en este asunto destaca Corriente Roja, y sus manifestaciones son todo un canto, junto con el silencio dominante, de las concepciones que dominan nuestro movimiento. Citemos algunos extractos:

“Las condiciones en las que ha ido creciendo la Cañada Real Galiana son completa responsabilidad de las cuatro administraciones implicadas. (…) Las condiciones inhumanas de habitabilidad de la Cañada son hoy el mejor espejo en el que mirar los resultados del modelo de ‘crecimiento económico' que ha convertido la vivienda en uno de los negocios más rentables (…) El ‘boom urbanístico' trae consigo este boom de la miseria y el chabolismo. (…) porque a nadie en este país, salvo al hijo del Rey, se le regala la casa. (…) Nosotros defendemos el legítimo derecho de los vecinos a defender su casa y a defenderse del primer y más violento acto del que son objeto: el derribo de sus viviendas.” 2

Como se ve, puro cretinismo parlamentario, con el ataque a las “administraciones implicadas”, salvaguardando al conjunto del sistema capitalista y dando a entender que sus trágicos efectos podrían solventarse con otra “administración”. ¿Acaso no es la especulación inmobiliaria un efecto del sistema capitalista? ¿Pecamos de izquierdistas al señalar que perseguir los efectos sin atender a las causas ha sido, es y será siempre la impronta característica del reformismo? Pero es que además la reforma, sin un contexto en el que la revolución sea una fuerza política o un referente social, es un mecanismo reaccionario que al no cuestionar, fraseología aparte, la causa –el conjunto del sistema- sino sólo las consecuencias, reproduce y apuntala objetivamente la primera. Nótese por otra parte que del mismo modo que se niegan a cuestionar la causa de fondo de estos hechos, que es evidentísima en este caso, sí que consiguen colar su línea republicanista. Toda una oda de a quién sirve el republicanismo (que no es a la revolución proletaria).

En cuanto al justo rechazo de la represión policial y la legitimación de la lucha violenta de los habitantes de la Cañada Real , vemos que se queda muy cortita para unos supuestos revolucionarios , ya que queda limitada a una perspectiva resistencialista, defensiva ante las agresiones, sin ni siquiera plantearse que la violencia ofensiva contra el capital, la revolución, no sólo es legitima sino absolutamente necesaria.

Pero lo que más destaca del comunicado de Corriente Roja, y que junto al silencio mayoritario del movimiento es una clara indicación de su falta de compromiso revolucionario, es el estilo de su discurso, su posicionamiento externo, como sujeto que se solidariza con un objeto ajeno, sin pretender buscar la fusión con él para formar un todo, para formar un movimiento revolucionario.

Este encajonamiento ideológico y político dentro de los límites que nos impone el sistema, que impide percibir más allá de su escaparate y no deja ver otro movimiento u otra clase obrera que a la que publicitariamente da pábulo, ya que es uno de los componentes fundamentales del orden imperialista, creemos que no es un problema táctico, sino ideológico, que hunde profundamente sus raíces en concepciones que, aunque contradictoriamente formuladas en el primer marxismo, acabaron dominándolo y fagocitándolo, como el empirismo, el mecanicismo o el más burdo posibilismo en política, que no percibe más que la inmediatez (es decir, lo que el sistema nos muestra de sí mismo), y que son totalmente opuestas a la coherencia interna del marxismo. Así pues, décadas de pragmática rebaja de los ideales emancipatorios y del programa del comunismo han terminado provocando que le perdamos el pulso a la sociedad capitalista, que no veamos más allá que lo que nos quiere mostrar, que, a la par que elevábamos a los altares el espontaneísmo de las masas y abrazábamos el sindicalismo como plataforma de construcción de un proyecto político revolucionario, el movimiento comunista se haya acabado transformando en un reproductor y un sostén de la sociedad capitalista, es decir, se ha convertido en la criada fiel de la aristocracia obrera. Huelga decir que sobran razones para acometer el imprescindible Balance y la reconstitución ideológica, como paso necesario de su reconstitución política, del comunismo.

Un buen primer paso en esta dirección, y en la de encumbrar una auténtica línea revolucionaria, sería empezar a ser fieles al principio de la lucha de clases y dejar de considerar a las masas que se encuadran en el sindicalismo mayoritario como tontainas engañados por unas direcciones “corruptas” que supuestamente blanden un discurso clasista ajeno a la esencia revolucionaria del obrero (inexistente), sino, y las razones inmediatas, señores empiristas, se acumulan en este sentido, comprender a los sindicatos como órganos de encuadramiento del capital y a los que los integran y secundan como masas que objetivamente aceptan su posición social y su lugar de privilegio en el orden imperialista mundial. También sería un gran paso despojarnos de concepciones seudodemocráticas y desarrollar la tesis leninista en el sentido de captar la magnitud de masas que estos sectores, con el desarrollo del imperialismo, encuadran en Occidente.

El proletariado revolucionario ya ha conseguido forjar formas de organización más elevadas, el partido de nuevo tipo (y recordemos como señaló Lenin esos “rasgos reaccionarios” que empezaba a manifestar el sindicato ante esta nueva forma, rasgos que se han profundizado y perfeccionado desde entonces), por lo que el deber de una vanguardia digna de tal nombre es comenzar, mientras cumplimos los ineludibles requisitos ideológicos, por esa forma superior. Sólo una vez reconstituido el Partido Comunista, y garantizada así la independencia del proletariado, se podrá plantear, como parte de la línea de masas revolucionaria, el actuar contra los sindicatos reaccionarios para agravar la crisis social y política del capitalismo y ganar sectores de esas masas para la revolución.

Mientras tanto el movimiento comunista está ciego y a la deriva, ignorando, contra su vocación, a los que todos ignoran o para los que se planean externas recetas paternalistas, ese hondo y profundo de las masas, esos que sí que no tienen nada que perder salvo sus cadenas y que se amontonan, como una ironía del imperialismo, desde todos los lugares de un planeta expoliado, a las puertas de nuestras satisfechas ciudades. Las banlieues franceses y ahora los hechos de la Cañada Real vuelven a mostrarnos a los revolucionarios occidentales a ese enterrador del imperialismo, a esas masas desprovistas del respetable aborregamiento ciudadano que nos inyecta la ideología burguesa y de la que el obrero medio y su vanguardia , dominada por la medianía, están infectados hasta el tuétano.

Observen a esas masas, revolucionarios , como supieron organizar sin su concurso una auténtica lucha armada sin armas , saltando todos los mecanismos institucionales dispuestos, consiguiendo hacer retroceder a los perros de presa del capital. Ha pasado en Madrid, pasó en Francia, en Suecia 3… ¿Cuántas veces tendrá que suceder para que la vanguardia abra los ojos? ¿Para que dejemos de considerar a las masas como inútiles que no saben autoorganizarse para defenderse? Nuestra misión es otra, es construir los instrumentos que permitan a su rabia, de otro modo, como actualmente, ciega, tener una perspectiva, mostrarles que, en efecto, tienen un mundo que ganar .

Mientras tanto el legítimo odio y la saludable rabia se van acumulando a nuestro alrededor, sin que seamos capaces de dejar de mirarnos el ombligo, en esos lugares, dejados y despreciados por todos, y que algún día se convertirán en las bases de apoyo idóneas para la Guerra Popular en Occidente.

 
Movimiento Anti-Imperialista
Noviembre 2007
 

Notas

1LENIN, V. I.: Obras Escogidas. Progreso. Moscú, 1976, Tomo VI, pág. 141.

2Corriente Roja: Ante los hechos que vienen aconteciendo en la Cañada Real Galiana.

3En este país, en incidentes similares en una barriada periférica de la ciudad de Södertälje, en septiembre de 2005, de nuevo las masas se organizaron por sí mismas hasta conseguir expulsar a la policía y, más aún, incluso llegaron a atacar espontáneamente una comisaría local con armas de fuego. Suecia, paradigma del Estado social del bienestar , es un gran ejemplo de cómo la miseria y la podredumbre que el imperialismo genera se acumula en la puerta de “nuestra” satisfecha sociedad occidental, con un 9% de su población viviendo en la pobreza, cifra, a pesar de su magnitud, sensiblemente inferior a la del Estado español; SOL ROJO, nº 28, febrero 2007, págs. 39-41.