Ante las elecciones municipales del 22 de mayo:
¡Boicot!

PARLAMENTARISMO, REPRESENTATIVIDAD Y REVISIONISMO

 

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En la barraca, se comenzará con la Farsa electoral. Ante los electores, con cabezas de madera y orejas de burro, los candidatos burgueses, vestidos con traje de payaso, bailarán la danza de las libertades políticas, limpiándose la cara y el trasero con sus programas electorales con múltiples promesas, y hablando con lágrimas en los ojos de las miserias del pueblo y con voz estentórea de las glorias de Francia; y las cabezas de los electores rebuznarán a coro y firmemente: ¡hi! ¡oh!, ¡hi! ¡oh!

Paul Lafargue

 

El 22 de mayo la burguesía ha citado a toda la sociedad para que, fraternalmente, celebre la fiesta de la democracia ante una urna electoral. Tocan elecciones municipales y autonómicas, para renovar a los encargados de representar la dictadura de clase del capital desde las instituciones más cercanas al pueblo. Pues los explotadores y todos sus lacayos presentan al Municipio como el organismo político más apolítico de todos, como el que está a la vuelta de la esquina, esperando al obrero, puro, sano, tranquilo y acogedor frente a la vorágine del centro y los grandes parlamentos,  donde el ajetreo de la democracia  hace que a veces, y solo a veces, el cargo electo y el bendito funcionario de carrera se desliguen de la Ciudadanía, olvidándose transitoriamente de los maravillosos principios morales que un día les llevaron a hacer del servicio al pueblo su razón de vivir.

Catalogado como institución que gestiona nuestro día a día, el Ayuntamiento se ha convertido en la esperanza de todos los que añoran los tiempos republicanos de este país. Pues el localismo no es enarbolado simplemente por los acólitos de la burguesía monopolista, ni por sus socios pequeñoburgueses que cogestionan la dictadura del capital desde estos espacios municipales en donde resuelven democráticamente sus contradicciones. Tampoco acaba la lista de los parlamentaristas locales en la aristocracia obrera que asume sus labores de Estado de muy buen gusto bajo la consigna de la paz social, exteriorizando así sus intereses de clase ligados desde hace ya mucho, y sin complejos, al Estado imperialista. 

La llamada izquierda alternativa, concentradora de todas las derrotas infringidas por los opresores a los oprimidos, se presenta también al toque de corneta del electoralismo municipal con la intención de gestionar algo de Estado, aunque sea monopolista y burgués. Y así, con su acta de concejales republicanos bajo el brazo, los comunistas arrepublicanados darán contenido “revolucionario” a la municipalización de los autobuses urbanos, pondrán más columpios y toboganes en los parques y jardines de los barrios obreros, cambiarán las farolas más contaminantes por las más modernas del mercado y pintarán pasos peatonales allá donde hagan falta. Evidentemente ninguna de estas medidas de municipio ayudará al proletariado en la forja de su Partido Comunista o cambiará un solo ápice del carácter clasista del Estado. Pero sin duda son fabulosos cambios en nuestro día a día y la renuncia ante ellos sería reconocerse a uno mismo como un “sectario izquierdista”.

En el empeño por aferrarse a la democracia burguesa, el revisionismo, en su magnífica representación del cretinismo parlamentario, se ha olvidado de que el Ayuntamiento forma parte de esa constelación de organismos que la burguesía tiene para ejercer su dictadura de clase, llamada Estado. Proponen que es posible participar de esta dictadura a través de sus formas menores desligándolas del resto de la realidad, como si el municipio no dependiese de la jerarquía burocrática del Estado imperialista en cuyo centro reside el Poder que tan solo delega, o más bien despliega, para equilibrar su compleja democracia en instancias de distinto nivel: los ayuntamientos, las diputaciones y CCAA… pero también los convenios colectivos, las cámaras de representación de profesionales o los ERE.

El Ayuntamiento se convierte en el marco preferido para la pequeña burguesía local, para los pequeños patronos, para el comerciante y para el eurodiputado prejubilado que ha vuelto a su pueblo antes de tiempo. La pequeña burguesía idealiza su forma de Estado (municipalismo) y el revisionismo carente de objetivos revolucionarios y  haciéndose eco de la ideología burguesa la transmuta a sus programas políticos convirtiendo a la institución municipal en el eje vertebrador de todas sus desvirtuaciones de la dictadura del proletariado: la democracia participativa, la democracia popular, el socialismo del siglo XXI… propuestas algunas de ellas muy novedosas, pero que ya fueron presentadas en el siglo XIX por la pequeña burguesía radical bajo las banderas del federalismo proudhoniano y el cantonalismo.

El republicanismo comunista no inventa nada en su intento por ahogar las reivindicaciones de las masas en el localismo y la atomización de la organización proletaria. El mensaje practicista y oportunista de lo municipal en donde todo es posible, como reza la publicidad de la marca Adidas, es tan solo una forma de salvaguardar el poder central, el verdadero eje del poder estatal de la burguesía, en donde reside la esencia clasista del Estado. El municipio reverenciado por estar lejos del Centro, nada tiene que ofrecer a los proletarios, pues en política estar lejos del centro es estar lejos del Poder haciendo buena la afirmación de que salvo poder todo es ilusión.

Ante el municipio como microorganismo gestor de la dictadura del capital, los intereses del proletariado y las hondas masas del Estado español tienen bastante más similitud con los del proletario explotado por aquella marca deportiva en Yakarta que con la del publicista europeo empeñado en decorar, con el “Impossible is nothing”, la penosa existencia del proletario consumido y consumidor de las metrópolis. Ya venga esta publicidad sobre unas botas de fútbol o bajo las siglas de la candidatura electoral de turno.

 

Programas bajo mínimos

En el despliegue electoral que hace toda esta izquierda alternativa, desde la ortodoxia marxista-leninista hasta el neo trotskismo pasando por las distintas izquierdas nacionales[1], existe un máximo común denominador: el programa mínimo. De este panorama resultan, a primera vista, dos líneas programáticas en torno a las cuales se reúne todo el reformismo en el Estado español: de una parte el comunismo republicano y de otra el nacionalismo de izquierdas en donde por deméritos propios se ha situado el único movimiento político que en el Estado español actuaba en coherencia con sus intereses de clase y sus objetivos democráticos, la izquierda abertzale. Y así, dos movimientos que parecían antagónicos en su táctica se han mostrado finalmente iguales en su estrategia de confluencia con las instituciones burguesas en las cuales han depositado, tanto unos como otros, el devenir de su movimiento. Economicismo y terrorismo se solidarizan por enésima vez en la historia de la lucha de clases. Porque ambas formas de lucha parten de una concepción no revolucionaria de la sociedad en la cual los grupos sociales, las clases, se organizan en movimiento político para mejorar una situación previa, para presionar a la dictadura vigente, pero no para destruirla enfrentándola con la dictadura revolucionaria de las masas obreras. El motor de estas luchas no reside en la conciencia revolucionaria sino en el espontaneísmo de las masas vistas como sujeto plebiscitario ante el actuar de su vanguardia, la cual pilota al movimiento en base a las embestidas del enemigo olvidándose de sus objetivos y contentándose con la supervivencia del movimiento dentro del marco de las relaciones sociales burguesas,  incluido su máximo baluarte: el Estado.

El caso del comunismo republicano, contra el cual desde el MAI desarrollamos la lucha ideológica y política para reconstituir el marxismo-leninismo, es ya bastante conocido.  Tras el final del Ciclo Revolucionario de Octubre, la mayoría de nuestro movimiento ha renegado de la Dictadura del Proletariado, de la reconstitución del Partido Comunista, y en definitiva de la lucha de clases. Refugiados tras el programa común de la Tercera República, los destacamentos revisionistas del Estado español han hecho bandera de la derrota temporal del proletariado revolucionario y la han plasmado sobre la reforma republicana. Desde este objetivo interclasista, que da por supuesto el monopolio de la violencia por parte del Estado burgués, la práctica economicista, cada lucha parcial de resistencia de las masas, se pretende refrendar políticamente a través de las elecciones. Feminismo, ecologismo, sindicalismo, republicanismo, nacionalismo, pacifismo… todo ello se conforma ahora como parte indispensable y diferenciada de los diversos programas comunistas, dando sustantividad a cada frente resistencialista y rasgando contenido a los principios marxistas, que residen en enfrentar dictadura burguesa y proletaria, pues ambas son formas políticas excluyentes y antagónicas entre las cuales no hay mediación transitoria y pacífica sino ruptura revolucionaria y violenta.

La acumulación de fuerzas resultante de este trabajo reformista no puede servir para construir movimiento revolucionario, para generar Nuevo Poder a través del cual las masas experimentan su democracia verdadera, su dictadura revolucionaria. Las masas son acumuladas para reformar el Estado burgués, para ser presentadas por los revisionistas como su aval ante la burguesía monopolista y poder reclamar una parte del pastel democrático.

Esto desorienta a la vanguardia en sus tareas frente a las masas y lleva a la parálisis del desarrollo del movimiento al falsear la relación dialéctica existente entre vanguardia y masas. Se apuntala lo viejo y el Partido Comunista, en este caso, se observa como viejo partido obrero, como el partido-sindicato dedicado a ser el reflejo institucional de las demandas parciales de los obreros. Así, desde esta visión organicista del Partido Comunista se vuelven lógicas todas las aseveraciones en pro de la participación en las elecciones. Ya que el P.C. deja de ser una relación objetiva entre vanguardia y masas, un conjunto de relaciones sociales a través de diferentes organismos generados en torno y desde la conciencia revolucionaria del proletariado para convertirse, según la concepción anti-dialéctica de los revisionistas, en el simple baremo orgánico del estado del movimiento espontáneo de las masas detrás del cual la vanguardia arrastra sus consignas para representarlas ante el Estado burgués.

El revisionismo con su utilización del parlamentarismo, traslada las ilusiones de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía al proletariado, el cual apenas participa del circo electoral. Se engaña a los obreros con la idea de que desde las instituciones burguesas podrán cambiar su vida. Se rebajan los principios proletarios a consignas electorales biensonantes que acaban convirtiendo al supuesto programa revolucionario en su contrario, en receta reformista para una gestión democrática y transparente de lo que por sí mismo es dictatorial y opaco para los proletarios: el Estado imperialista. En definitiva, con la propaganda a favor de la participación electoral, el revisionismo, el comunismo republicano, apuntala los prejuicios burgueses de los obreros y se convierte en apéndice propagandístico del Estado y su maquinaria, al igual que le ocurriera a todo el sindicalismo comunista con la pasada huelga general del 29 de Septiembre.

            Más novedoso es el estado en que se presenta la Izquierda Abertzale a esta mascarada electoral. El Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV), en coherencia con sus objetivos independentistas, ha luchado durante décadas por el derecho a la autodeterminación de Euskal Herria, llevando este derecho a su máximo expresión, es decir, pasando de la referencia literaria y fantástica en que lo dejaron jeltzales y demócratas varios a la práctica real, política y militar. El MLNV ha sido durante todo este tiempo el principal quebradero de cabeza del Estado español, el único movimiento fuera del marco constitucional con verdadera capacidad de actuación. Cada cierto tiempo algún grupo arribista se desgajaba del corpus central de este movimiento, renegaba de sus objetivos y abrazaba las verdades universales de la paz imperialista. Sin embargo en esta lucha política siempre salía triunfante y hegemónico el sector que no comulgaba con esas democráticas ruedas de molino y perseveraba en la lucha armada.

Sin embargo ahora es la mayoría de la Izquierda Abertzale  la que ha decidido aceptar el juego de los Rubalcaba e Ibarretxe, de los Mayor Oreja y Grande Marlaska. La lucha armada, el plano militar, es enterrado por la mayoría y como a un salvavidas el MLNV se agarra en exclusiva al parlamentarismo combinado con todos los –ismos habidos y por haber. Exactamente igual que nuestros resabiados arrepublicanados.

Y ciertamente este es el desarrollo lógico de todo movimiento democrático-burgués. Porque a pesar de sus proclamas por el socialismo vasco, provenientes de un periodo político y cultural en que cualquier movimiento se adhería a la consigna socialista, el MLNV es por esencia un movimiento burgués y su finalidad era, y es, confluir con el conjunto del pueblo vasco en un Estado burgués independiente.

La cuestión está hoy en que no va a ser en un Estado burgués vasco sobre el que la IA liquide sus formas de lucha y se entrelace con el resto de su pueblo, como resultado de una victoria sobre la opresión política del Estado actual. Sino que va a ser ante el Estado español donde depositen las armas, como consecuencia del triunfo del aparato coercitivo estatal. Y en este contexto de derrota, en que el Estado no da síntomas de que vaya a cesar su particular cerco y aniquilamiento contra el derrotado, como muestran la ilegalización de Sortu y los esquizofrénicos ataques a Bildu, la Izquierda Abertzale enarbola la bandera de la victoria del Estado y presume de haber renegado de sus objetivos, formando alineación electoral con aquellos, como Eusko Alkartasuna y Alternatiba (escisión de Izquierda Unida), que hasta hace bien poco gestionaban, y de hecho lo siguen haciendo, la opresión de clase y nacional en buena parte de Euskal Herria.

Y es que para muchos militantes de base del MLNV la situación debe ser más que trágica, sobre todo cuando desde la IA se presenta la derrota política y militar del MLNV como una derrota del Estado, al cual “ya no le quedan excusas para detenernos ahora que nos hemos rendido”. Y así, en sintonía con los comunistas republicanos que alardean de programas interclasistas, los domesticados abertzales sacan pecho de sus condenas sobre esta o aquella acción armada y se ponen ellos mismos la medallita judicial por ser buenos chicos y cumplir con los deberes de la ley de partidos. Pues no olvidemos, especialmente en este caso, que la política es lo militar por otros medios y que con su mansa participación en el circo electorero la Izquierda Abertzale está sancionando el Estado de derecho, legitimando el monopolio de la violencia del Estado español y su proceso de pacificación de Hego Euskal Herria (detenciones, secuestros, asesinatos, torturas, ilegalizaciones…).

A través del parlamentarismo el MLNV demuestra, que al igual que el economicismo, el terrorismo defiende una concepción reaccionaria sobre su relación con las masas. Lejos de desplegar la lucha armada de las masas, el terrorismo pone su peso en acciones puntuales de un grupo armado de vanguardia, mientras las masas esperan inertes o resistentes, pero siempre de forma pasiva en cuanto que carecen de iniciativa, a que su vanguardia convoque una manifestación o el Estado unas elecciones parlamentarias. Y con esto no queremos decir que sean las masas las que tengan la iniciativa mientras la vanguardia espera a mover ficha. Ésa es la cara sindical de la misma moneda espontaneísta. Lo que queremos expresar es precisamente que el terrorismo como estrategia, igual que el economicismo, incapacita a todo movimiento social para convertirse en revolucionario porque no tiene en cuenta el conjunto de organismos que conforman el movimiento revolucionario organizado, en el que vanguardia y masas se unen de tal modo que sufren una permanente retroalimentación que les permite desarrollar su relación dialéctica como contrarios y cimentar más y más su unidad, que se va extendiendo a cada vez capas más amplias de las masas proletarias en un proceso constante de transformación, de revolucionarización. Y todo este movimiento se encamina a lo que ya hemos adelantado antes, a la confrontación de dictadura, a la lucha entre el poder burgués reaccionario y el poder de las masas revolucionarias armadas generadas y desplegadas gracias a la iniciativa de la vanguardia, no en el sentido de arrastrar a su zaga a las masas, sino de elevar ideológica, política y culturalmente a éstas en su proceso de comprensión del Comunismo, tarea solo realizable a través de la Guerra Popular.

Las dos formas expuestas, el economicismo y el terrorismo, se desinflan como estrategia para el proletariado revolucionario porque no logran engarzar correctamente a vanguardia y masas como sujetos contradictorios que deben conformarse en una unidad objetiva para la transformación social como Partido Comunista. Son formas de lucha pequeño-burguesas, que bien manejadas pueden alcanzar legítimos propósitos como la independencia nacional (aunque parece que ni siquiera ése va a ser el caso), pero siempre dentro de los márgenes de las relaciones sociales burguesas, de ahí el empeño por el trabajo parlamentario que muestran todos en cada cita electoral. Primero porque se manejan en exclusiva con problemáticas de carácter democrático. Y segundo y más importante, porque delegan en el espontaneísmo de las masas cualquier desarrollo del movimiento pues la vanguardia siempre está aislada, unas veces en la punta de lanza del movimiento (terrorismo), otras en la retaguardia (sindicalismo). Y las masas siempre son vistas como conjunto amorfo, como rebaño de ovejas que siguen a un pastor por la llanura electoral o que, descarriadas, son perseguidas por el pastor sindical entre los más o menos escarpados relieves del resistencialismo.  

La experiencia de la combinación de estos factores en Euskal Herria es una grandiosa enseñanza para el proletariado revolucionario. Los comunistas republicanos que por su estrategia de lucha, reformismo y economicismo, no sobrepasan, ni tan siquiera alcanzan, las fronteras  de construcción política del MLNV tienen aquí el último ejemplo de a dónde conduce este modelo de movimiento político, que no es a otro sitio que a las instituciones burguesas y al apuntalamiento del régimen de la explotación asalariada. Pues son prácticas de lucha que no se corresponden con los objetivos revolucionarios del proletariado, que pasan por destruir, y no reformar, el aparato estatal en que se representan los intereses políticos de las clases dominantes. Igualmente el devenir político del MLNV supone una muestra certera de lo que ocurre cuando los comunistas se adscriben a movimientos pequeñoburgueses y convierten a las organizaciones proletarias en apéndices de otras clases sociales.

Diversas organizaciones comunistas vascas decidieron renegar de la insoslayable tarea de reconstitución del Partido Comunista para ingresar en el MLNV. Se desviaron de las tareas que incumben en la actualidad al proletariado revolucionario y bajo el paraguas nacional se dedicaron a palmear las directrices que la vanguardia nacional vasca emitía. Ahora los dueños de ese paraguas han preferido recogerlo y resguardarse bajo la comodidad del Eusko Legebiltzarra. Y los comunistas vascos, sin ninguna incidencia real dentro del MLNV, se han quedado más solos que la una vociferando sobre las bondades de la anterior táctica de la Izquierda Abertzale e intentado rescatar un debate político que se dio ya en el seno de este movimiento en los años 60, con la diferencia de que lo que en aquellos tiempos representaba a la derecha (el chovinismo militarista), es ahora la izquierda (de hecho, las posiciones que en ese entonces representaba la izquierda del MLNV hoy día ni tienen entidad ni están presentes en ese “debate”).[2] Gráfica expresión, dicho sea de paso, del desplazamiento político que ha supuesto el fin del Ciclo de Octubre y la pérdida de la posición referencial que el marxismo y la revolución proletaria ocupaban, y del lamentable estado de desorientación de la mayoría del movimiento comunista.

 

La representatividad como base política y conceptual del revisionismo

El culto al parlamentarismo en que se desenvuelve todo el revisionismo tiene su origen en una concepción eminentemente burguesa de la representatividad. Algo que ya queda patente en su incomprensión del Partido Comunista como relación social revolucionaria que transforma y desarrolla dialécticamente a los sujetos que la conforman.

Para la burguesía el Estado político es la pantalla a través de la cual se representa “la verdadera esencia humana”, sus relaciones socio-económicas y mercantiles. La sociedad civil erigida en nación, dispone de sí misma a través de un cuerpo particular y diferenciado de ella misma que es el Estado político. Y así el ser humano es observado de forma dualista como homo oeconomicus y como homo politicus, es decir, cómo ser social –económico— que reproduce sus condiciones de vida y como ser político que garantiza dicha reproducción a través de la representación o reflejo del ser económico, del que se haya desligado.

El Estado burgués es la abstracción política de la sociedad civil que queda como una transustanciación en que la economía se aparta de sí misma. Es la expresión de la separación entre el cuerpo soberano de la sociedad y su cuerpo gobernante. La unidad de estos cuerpos es solo de carácter dualista, externo-formal.

La representatividad política aparta al sujeto de sí mismo para mantenerlo dentro de su cuerpo económico, alienado en unas condiciones de existencia que le preceden y que sólo pueden ser representadas, pero nunca superadas, dentro de ese marco político de que se dota la clase dominante para garantizar su verdad material, su sistema social productivo basado en la propiedad privada sobre los medios de producción y la división social del trabajo. Porque el Estado burgués es la institucionalización política de las relaciones sociales capitalistas y a través de éste sólo puede garantizarse la legitimación y el apuntalamiento de las mismas.


En estas condiciones de representatividad política, el proletariado mantiene su posición social objetiva de esclavo asalariado, sometido a su conciencia en sí, a su falsa conciencia que lo anima a erigirse en el representante político de la verdad económica existente y le impide superarse, elevarse, negarse a sí mismo, para revolucionarizar las relaciones de producción y forjar unas nuevas. El proletariado se representa en sí, como sindicato[3], como organización pre- estatal a través de la cual se mejora como homo oeconomicus, es decir, como sujeto producto de las relaciones sociales burguesas que pretende enfrentar tan sólo para sufrirlas en unas condiciones más favorables.

Pero el sindicato, la asociación obrera que tiene por objeto la venta a mayor precio de la fuerza de trabajo, es bajo el imperialismo mucho más que una organización pre-estatal (decimos pre- estatal en cuanto a su posición histórica inicial fuera del aparato estatal burgués o, dicho de otro modo, de la democracia burguesa) ya que manteniendo sus objetivos de partida, mejora de las condiciones sociales de la clase obrera sin subvertir el orden social establecido, el sindicato se ha convertido en una organización estatal como gestor de la dictadura del capital y partícipe del sistema imperialista mundial. Pues inserto en las relaciones de poder de la democracia burguesa, un amplio sector del proletariado de los Estados imperialistas, la aristocracia obrera, ejerce dictadura de clase, dictadura reaccionaria, representativa en lo político de las relaciones sociales de privilegio que disfruta este sector social respecto de la mayoría del proletariado y demás masas excluidas por la burguesía de su sistema democrático. Condiciones que obviamente no pretende alterar sino mantener.

Por ello la identificación del revisionismo con los postulados reaccionarios de la representatividad va más allá de la utilización o no del parlamentarismo como marco de lucha proletaria. Si el revisionismo comulga con la representatividad y el reformismo parlamentario es porque concibe el movimiento político de la clase obrera como el reflejo de los intereses que se generan y resuelven dentro del marco de la esclavitud asalariada. Esta visión sindicalista, espontaneísta, economicista, imposibilita al proletario para alcanzar su conciencia revolucionaria y lo envuelve una y otra vez en las luchas parciales y económicas que reproducen al capital. Si bien todo esto encuentra un genial cauce en el discurso radical acuñado por el revisionismo respecto de la utilización de las elecciones y el parlamentarismo, pues se plantea siempre, en menor o mayor grado, que el proletariado debe gestionar las instituciones reaccionarias como forma de combatir con ellas, en vez de partir de condiciones nuevas generadas por la vanguardia revolucionaria, es decir, en vez de enfrentar a estas viejas instituciones con el Nuevo Poder del proletariado revolucionario.

Esta línea burguesa de representatividad, tiene difícil justificación para el revisionismo dado que la concepción leninista del P.C. la dejó en el camino de la historia de la lucha de clases hace ya muchos años. Porque el P.C. representa los intereses políticos del proletariado, pero no dentro del marco capitalista, sino de un modo más elevado, contra el propio marco existente. Y su vocación es aunar esos intereses políticos con el ser económico en un proceso revolucionario y de transformación de los mismos hacia la sociedad sin clases, hacia el Comunismo.

Y como movimiento revolucionario organizado, el Partido Comunista comanda ese proceso de unidad dialéctica ejerciendo dictadura revolucionaria. Y los organismos políticos del proletariado que sirvieron para luchar contra el poder burgués se han de elevar a organismos del nuevo Estado proletario pues siguen siendo la representación orgánica de la conciencia para sí del proletariado. Supone esto un proceso de construcción concéntrica de los instrumentos de la Revolución en donde todos ellos son atravesados por la ideología comunista como teoría de vanguardia del movimiento revolucionario.

En este sentido, el Estado proletario es, como el Partido Comunista, la unión dialéctica de vanguardia y masas en donde se supera la dualidad de la representatividad burguesa, mediante los Consejos Obreros u órganos del poder revolucionario en donde persistirá un tipo de mandato que poco tendrá que ver con el representativo-burgués, lo que realmente es la eliminación de la representatividad tal y como se entiende en el parlamentarismo y su sustitución por el mandato revocable e imperativo (Estado de nueva planta o Estado-comuna, fundado sobre comités de base y con la participación activa y directa de las masas en todos los asuntos y decisiones políticas). Esta problemática nos lleva a cómo puede desarrollarse la conversión de las organizaciones proletarias en las organizaciones del Nuevo Estado. Cuestión que se soluciona a través de la Guerra Popular y la confrontación de dictaduras. Cuestión que fue destilada por el Partido Comunista de Perú y su teoría de la construcción concéntrica, que expone magistralmente que el Partido Comunista es el núcleo del Ejército Popular y del Estado proletario, pero que mucho antes ya fue el hilo conductor de la Gran Revolución Socialista de Octubre.

            En su polémica con el revisionismo Lenin hubo de aclarar que los Soviets, organizaciones de masas a través de las cuales el proletariado, comandado por los bolcheviques, ejercía su dictadura de clase, debían ser precisamente eso, órganos de Poder a través de los cuales la vanguardia proletaria asumía la dirección del Nuevo Estado. Frente a ello, los mencheviques planteaban lo contrario, un parlamentarismo burgués a través del cual el Partido obrero debía representar al proletariado mientras los Soviets debían ser organizaciones ajenas a la gestión del Poder[4] (los mencheviques, como nuestros arrepublicanados, habían renegado hacía mucho del concepto marxista de Estado y en vez de contemplar a éste como un instrumento al servicio de las clases, lo presentaban ante el proletariado como un órgano de democracia pura, abstracta, interclasista).

Lo que en la Rusia Soviética se estaba resolviendo era si el proletariado podía tener una representación para sí dentro de las instituciones burguesas o éste debía conquistar su dictadura de clase para realizar su obra histórica desde unas condiciones totalmente radicales respecto del viejo orden burgués. Los acontecimientos demostraron que los bolcheviques portaban la razón y que el proletariado solo puede representarse consecuentemente a través de su Partido Comunista ejerciendo Nuevo Poder y destruyendo el viejo Estado.

 

La consigna electoral del proletariado revolucionario: ¡Boicot!

El revisionismo, fiel seguidor de la obra del menchevismo, educa hoy a los obreros en el circo electoral. Les invita a participar en las elecciones y a encerrar sus intereses de clase en una urna. Genera la falsa expectativa del cambio desde el parlamentarismo burgués. Anima a las masas excluidas a reflejar su condición económica en representación política. Pero se trata de lo contrario. Se trata de que el obrero rompa con su condición y comprenda la necesidad de la Revolución Socialista. Y por ello a la orden del día se presenta como una única consigna acertada para el proletariado la del ¡boicot a las elecciones! 

Las instituciones representativas de las clases dominantes pueden ser utilizadas en ciertas condiciones por el proletariado revolucionario. En el proceso de reconstitución del P.C. el parlamento puede ser usado en la tarea de agrupar a los sectores de la vanguardia práctica del proletariado entorno a la ideología proletaria. Puede ser plataforma de propaganda para que un sector de las masas comprenda los límites del régimen burgués y puede servir para alimentar las contradicciones de las clases dominantes con la perspectiva de generar una crisis política general del régimen capitalista. Pero estas son posibilidades que pueden darse en momentos puntuales y que, en cada momento, deberán ser tenidas en cuenta por la vanguardia revolucionaria a la hora de hacer labores de propaganda, pues para nada más sirven los resortes políticos del Estado capitalista. 

Y así en el boicot o la utilización del parlamento por parte de los comunistas, han de poner siempre el acento en los límites de éstas instituciones y en su caducidad, frente a las instituciones proletarias que habrá de forjar, y de la que serán núcleo de construcción, a través de la Guerra Popular. 

Pues el boicot o la abstención activa que se proclama desde distintos sectores del movimiento, poco o nada tienen que ver con el boicot revolucionario. Es más bien un boicot democrático el que se reclama, por ejemplo desde la Coordinadora Antifascista de Madrid, que se remite al boicot como respuesta o resistencia ante la Ley de partidos, la existencia de presos políticos o el supuesto carácter fascista del Estado español. Pues con esto se hace ensoñar a las masas con una libertad plena bajo el imperialismo y se expone políticamente la pretensión de que el Estado imperialista se flexibilice ante la táctica parlamentaria del proletariado cuando es la táctica la que ha de tener en cuenta primero la situación del movimiento y segundo la del Estado. El parlamento, si en algún momento da posibilidades al proletariado de avanzar en su línea estratégica, debe ser un lugar desde el cual abrir brecha para reconstituir el Partido Comunista y desarrollar Guerra Popular. Ni mucho menos puede concebirse que la lucha armada sea la plataforma previa al parlamentarismo, salvo que se pretendan generar las condiciones de una revolucionaria reforma burguesa con su correspondiente Asamblea Constituyente.[5] 

Por ello lo que nos demanda en la actualidad el movimiento revolucionario es el boicot. Un boicot surgido de las necesidades actuales del movimiento revolucionario que pasan por conquistar la hegemonía ideológica del comunismo en el movimiento obrero desde su reconstitución como teoría de vanguardia. Un boicot que ayude a educar a las masas en los principios políticos de la Revolución Proletaria y que empiece a desterrar los prejuicios burgueses en nuestra clase. Un boicot que permita a la vanguardia teórica aproximar posiciones en su camino hacia su fusión con el movimiento práctico de la clase.

En definitiva un boicot que nos oriente hacia la verdadera y difícil tarea que tenemos hoy en frente: La reconstitución ideológica y política del comunismo.

 

 

 

Movimiento Anti-Imperialista.
Mayo de 2011

        


 

Notas

[1] Da risa ver como las serias etiquetas de supuestos leninistas, hoxistas, trotskistas, republicanos y chovinistas varios se confunden a la hora de confluir en los comicios electorales: PCPE, PCE (M-L), PTE, UP, IZAN, las CUP… todos los revisionistas y nacionalistas (centrales o periféricos) coinciden en la necesidad de utilizar el parlamentarismo. Y cómo no, todos acuden bajo programas mínimos y reformistas, ¡ahora que no tienen nada! Que no harán el año en que el sorteo de escaños parlamentarios les depare un puesto en Madrid.

[2] Nos referimos a los diversos debates internosque a lo largo de la historia de ETA han tenido lugar. Debates cuyo centro era, entre otras cosas, la lucha entre una línea más tendente al internacionalismo proletario y la línea chovinista pequeño- burguesa: ETA-berri y ETA-bai; ETA VI y ETA V; las Células Rojas de Escubi y ETA VI.

[3] Hablamos de sindicato por ser el órgano  paradigmático de la representación del obrero bajo la realidad burguesa. Pero la crítica revolucionaria se extiende a la práctica social economicista que gobierna en todas las organizaciones de la clase obrera ajenas al Partido Comunista (o a su proceso de reconstitución) y que tan sólo buscan mejoras parciales para el proletariado dentro de la esclavitud asalariada. El mejor ejemplo de esto vive en la concepción partidaria del revisionismo, la del partido-sindicato que intenta reconstruir el “Partido Comunista” en base a la unidad de un conglomerado formado por las distintas representaciones de lo burgués que puedan darse: feminismo, sindicalismo, etc.

[4] Pero el razonamiento de Kautsky, que he reproducido por entero, es el quid de todo el problema de los Soviets. El quid está en saber si los Soviets deben tender a convertirse en organizaciones de Estado (los bolcheviques lanzaron en abril de 1917 la consigna de "¡Todo el Poder a los Soviets!" y en la Conferencia del Partido Bolchevique del mismo mes de abril de 1917 declararon que no les satisfacía una república parlamentaria burguesa, sino que reivindicaban una república de obreros y campesinos del tipo de la Comuna o del tipo de los Soviets); o bien los Soviets no han de seguir esa tendencia, no han de tomar el Poder, no han de convertirse en organizaciones de Estado, sino que deben seguir siendo "organizaciones de combate" de una "clase" (según dijo Mártov, adecentando con estos inocentes deseos el hecho de que, bajo la dirección menchevique, los Soviets eran un instrumento de subordinación de los obreros a la burguesía).” V.I. Lenin, “La Revolución Proletaria y el renegado Kautsky”.  Ediciones en Lenguas Extranjeras Pekín. p. 39

 

[5] “La democracia burguesa fue progresiva en comparación con la Edad Media, y había que utilizarla. Pero ahora es insuficiente para la clase obrera. Ahora hay que mirar no hacia atrás, sino hacia adelante, hay que ir a la sustitución de la democracia burguesa por la proletaria. Ha sido posible (y necesario) realizar en el marco del Estado democrático burgués el trabajo preparatorio de la revolución proletaria, la instrucción y formación del ejército proletario, pero encerrar al proletariado dentro de ese marco cuando se ha llegado a las "batallas decisivas", es traicionar la causa proletaria, ser un renegado.” V.I. Lenin, La Revolución Proletaria y el renegado Kautsky”. Ediciones lenguas extranjeras Pekín. p. 43