160 ANIVERSARIO DEL MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA
Actualidad del Manifiesto
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“Si uno niega, como a mi juicio se debe hacer, la validez de las predicciones hechas por Marx en el Manifiesto acerca de la polarización de las clases y de la revolución proletaria, no se niega que Marx fuera un campeón de la causa proletaria; sólo le quita uno al marxismo su optimismo juvenil”.

Martin Nicolaus

Si un burgués nos preguntara por la vigencia del Manifiesto de Marx y Engels, responderíamos que se mantiene intacta, pues en él se explican las condiciones históricas de la ruina del sistema de dominación de su clase.

Si fuese, en cambio, un obrero quien nos inquiriese en tal sentido, responderíamos de igual manera, pues en ese libro se encuentran trazadas las líneas maestras de la concepción del mundo de su clase.

Pero, si quien nos interrogara al respecto fuera un comunista, entonces, la respuesta sería diferente, pues para los comunistas no son suficientes la noción abstracta del sentido histórico de la evolución social, ni la generalización teórica de la experiencia recogida por la humanidad durante la misma.

Los comunistas también necesitamos Línea política, definir los medios y los instrumentos que hagan efectivo ese devenir de la humanidad hacia el fin que propone el Manifiesto (el Comunismo). No basta sólo con el Qué y el Por qué, también se precisa el Cómo.

Un documento abierto a la crítica

El Manifiesto es una obra concebida para la revolución, para la acción práctica del proletariado; pero nos impone el requisito de conocer “las condiciones materiales” de esa acción, tanto en el plano objetivo como en el subjetivo. El Manifiesto es un primer intento de visualizar esas condiciones y es en este sentido que ha perdido parte de su vigencia.

Hoy, al celebrar este 160 aniversario, podríamos limitarnos a un acto de exaltación de la obra, de sus autores y de lo que han significado para la historia del movimiento obrero. Pero vivimos tiempos convulsos, marcados precisamente por la derrota de ese movimiento, y sería erróneo no aprovechar este momento para extraer todas las lecciones posibles de esa experiencia revolucionaria recientemente vivida a la luz de la obra que lo inauguró.

De otra forma, a nuestro entender, traicionaríamos el espíritu que sus autores imprimieron al documento, que conmina a recapitular permanentemente sobre nuestras ideas en función de los resultados de la práctica. De hecho, fueron ellos los primeros en aplicar este espíritu a su propia obra, tan pronto como empezó a ser reeditada, a través de sus prólogos. Es conocida la valoración general de Marx y Engels sobre su folleto, décadas después, ratificando la validez de sus principios generales y señalando las limitaciones de su crítica a la literatura socialista, que sólo alcanza hasta 1847, y de la referida a los demás partidos de la oposición, casi todos extintos; pero, más conocida es –gracias a la especial atención que le prestaría posteriormente Lenin– la autocrítica sobre el principio que debe regir las relaciones del proletariado con el poder, realizada a la luz de la experiencia de la Comuna de París, según el cual “el proletariado no puede conformarse con tomar el aparato del Estado, debe destruirlo”.

Por nuestra parte, no insistiremos más en estos aspectos conocidos. Preferiremos continuar indagando sobre la vigencia de otros cuya actualidad se da por supuesta en nuestro movimiento y que no han sido retomados, desatendiendo los consejos aleccionadores de los padres fundadores, bajo el prisma de la experiencia más reciente de la Revolución Proletaria Mundial. En este sentido, es preciso advertir especialmente del peligro de quienes desean aplicar los postulados del Manifiesto a la actualidad sin la menor crítica. Esta obra se corresponde con una fase primitiva del desarrollo de la lucha de clases proletaria, clase que todavía estaba en formación. Desde su publicación, el proletariado ha madurado mucho. Proponer una línea política construida sobre esos postulados sería reaccionario y un crimen político. Particularmente grave es la utilización que algunos hacen del último capítulo, dedicado a la definición de la actitud de los comunistas ante el resto de partidos de oposición, en la dirección de propugnar la unidad a toda costa con los sectores desplazados y radicalizados de la burguesía y de la pequeña burguesía, con el fin de conformar un frente único electoral y una alianza que preste la base social necesaria para una reforma republicana del Estado capitalista, etc. A estos oportunistas les tiene sin cuidado el hecho de que ese capítulo del Manifiesto se corresponde con un momento en que el proletariado es débil porque acaba de constituirse en clase económica y no ha conquistado aún su independencia política, con un momento en que, además, no se ha consolidado del todo la revolución burguesa en toda Europa. Hoy, por el contrario, la revolución burguesa está agotada y el proletariado no sólo es una clase independiente, sino que, en términos históricos, está madura como clase revolucionaria. Proponer en estas condiciones la vieja táctica de apoyo subordinado a las fracciones radicalizadas de la burguesía es traición pura y simple.

En este punto, debemos añadir que, a nuestro entender, el Manifiesto, como documento escrito en un momento determinado para un fin determinado, es deficiente o está por detrás, en algunas cuestiones –como veremos–, del nivel de definición que ya habían alcanzado Marx y Engels al formular su nueva concepción del mundo. Desde nuestro punto de vista, en el Manifiesto se sacrifican principios en aras de su difusión.

A pesar de todo, el Manifiesto no ha perdido su frescura. Se trata de un texto cuya lectura puede resultar inspiradora para el comunista que huya de la rigidez conceptual hoy dominante entre los propagandistas de nuestro movimiento y que desee imbuirse de la riqueza intelectual de nuestro pensamiento originario. En muchos sentidos, puede decirse que nunca volvió a exponerse el materialismo histórico con el dinamismo y la mordiente con que aparece en este documento. Su solvencia fue tal que, más bien, todo marxista que se adentraba en el tratamiento de algún problema concreto daba por supuesto el conocimiento de las premisas teóricas desde las que iba a abordarlo, que el Manifiesto habían convertido en patrimonio común de la vanguardia. Su permanente presencia en el imaginario de ésta durante siglo y medio explican sus innumerables reediciones, que han permitido disimular su por otra parte evidente envejecimiento; aunque este hecho no puede ocultar que su enorme difusión también ha sido debida a que en él se encuentran ya las bases del paradigma revolucionario que irá tomando forma a lo largo de las siguientes décadas, paradigma cuyos postulados remiten permanentemente a él.

Un documento controvertido

Por otra parte, y en sorprendente contraste, es preciso señalar también que el Manifiesto recoge elementos que encierran concepciones que van por delante incluso de nuestra época, que todavía, más de siglo y medio después, no ha asimilado el marxismo realmente existente en la mayoría de las muy dispares versiones políticas en que se ha extendido o difuminado. Por ejemplo, Marx y Engels dejan sentado que, aunque la burguesía fue una clase revolucionaria, ya no lo es: ha pasado a ser conservadora, reaccionaria. Sin embargo, no dejan de reconocer algo que parece paradójico: que, para sobrevivir, la burguesía necesita “revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales”. Esto ha sido confirmado por la historia, que ha presenciado varias revoluciones tecnológicas que han contribuido a transformar la industria y, con ella, los modos de vida y los usos culturales de la sociedad capitalista. La permanente revolucionarización de la industria –primero, sobre la máquina de vapor y el telar mecánico, después sobre la siderurgia, luego sobre la química, hasta las últimas innovaciones en electrónica, telecomunicaciones y nanotecnología–, ya sirvió a Schumpeter para formular tempranamente la teoría de los ciclos económicos del capitalismo en función del efecto acumulativo de la aplicación de las nuevas tecnologías a la industria y los periódicos takeoffs que en ella producía. Sin embargo, aquí la palabra revolución no significa salto cualitativo en el desarrollo social, sino evolución cuantitativa sobre la base del mismo modo de producción. Lo que no quita que haya que reconocer la capacidad del capitalismo para reinventarse a sí mismo tras sus sucesivas crisis.

Por otro lado, también es preciso advertir del peligro que entraña, para una comprensión cabal del materialismo histórico, la proyección mecánica, inmediata y directa de los cambios en la base técnica de los medios de producción hacia las relaciones sociales vigentes y hacia la superestructura, método que Marx y Engels aplican en esta temprana obra, pero que, en realidad, es una versión simplificada del verdadero complejo de interrelaciones estructurales de la sociedad, complejidad que los autores se encargarán de resaltar permanentemente a lo largo de su carrera. De hecho, será como reacción ante la interpretación excesivamente mecanicista y determinista del materialismo histórico por parte de algunos de sus seguidores que Marx diría que él no era marxista.

Pero lo que aquí queremos subrayar es que la tesis de la permanente revolucionarización de los medios de producción por parte de la burguesía, a pesar de que ha sido expresada de modo excesivamente determinista, dejando demasiado margen a una interpretación tecnológica del cambio social, refuta a priori el error común de considerar a la burguesía como una clase inmovilista, error que condujo a pensar que podría ser derrotada fácilmente con la emulación pacífica, con la demostración desde la competencia en el campo económico de la superioridad tecnológica y de producción de bienestar del socialismo (idea que conforma la base de todo el revisionismo de Jruschov, pero que ya estaba implícita en la carrera por la producción de los planes quinquenales de Stalin).

Naturalmente, bajo esta idea subyacía la tecnocrática y mecanicista teoría de las fuerzas productivas, que considera que la esencia del socialismo es abolir las relaciones sociales capitalistas con el fin de que se desplieguen plenamente las fuerzas productivas que hay en su seno, hasta la avenida del Comunismo, entendido como sociedad de la abundancia (tesis igualmente cara a Jruschov y que también heredó del estalinismo, quien, a su vez, lo recogió de la doctrina de la II Internacional). Esta idea, que, como hemos visto, también está en el Manifiesto y en el trasfondo de toda la doctrina de Marx, es efecto natural de la visión simplista, con resabios utopistas, propia de una época de escaso desarrollo de la lucha de clases del proletariado, como es la que rodea a la publicación del Manifiesto.

Sin embargo, las limitaciones de algunas tesis de ese documento, propias del periodo infantil o de formación de la concepción del mundo proletaria, cotejadas con el conjunto de la obra y del pensamiento de sus autores, permiten su superación o, al menos, hallar los elementos que ayuden a rebasar esos límites. Así, contemplando esta cuestión en coherencia con esa obra, podemos sostener que ya en Marx y Engels el cometido del poder proletario no es competir con el capital en el terreno del desarrollo de los “instrumentos de producción”, porque esto supone la reducción tecnicista del concepto de fuerzas productivas al de medios de producción. La pulsión de la burguesía por la innovación tecnológica no debe ser compartida por el proletariado; pretender competir en este terreno supone, como supuso, aceptar una batalla en terreno ajeno y anticipar la derrota o limitar la revolución proletaria a los términos de la revolución burguesa. En este sentido y desde la perspectiva privilegiada actual, que nos permite contemplar los resultados del primer gran ciclo de las revoluciones proletarias, podemos levantar acta y certificar sin temor que, probablemente debido a estos errores en la definición de los verdaderos objetivos y medios de la revolución proletaria, la consecuencia efectiva de todo el último periplo histórico de la clase obrera ha consistido, únicamente, en coadyuvar al advenimiento y consolidación de las revoluciones burguesas en aquellos países en que alcanzó el poder, principalmente los antiguos territorios de la URSS y China. Lo cual no significa, naturalmente, que estemos de acuerdo con los reproches que los mencheviques dirigían a los bolcheviques en el sentido de que era inútil, en la Rusia de 1917, perseguir la revolución socialista antes de que la revolución burguesa se consolidara y cumpliera su papel en el desarrollo de las fuerzas productivas, y de que todo intento de saltarse esta fase de la historia no impediría que, a la larga, ésta terminase prevaleciendo y cobrándose su venganza. En apariencia, el desenlace de los acontecimientos parece haber dado la razón al fatalismo menchevique, y la burguesía y el revisionismo, en efecto, han intentado sacar provecho de este espejismo. Pero la cuestión es algo más complicada, por lo que no profundizaremos aquí en ella, pues no es el cometido de esta disertación. Únicamente, señalaremos que el determinismo menchevique es una vulgarización economicista del materialismo histórico que consiste en identificar desarrollo social con desarrollo económico, de modo que, por lo que respecta al proletariado, su índice de crecimiento como clase viene dado por su desarrollo cuantitativo como clase productiva. Por el contrario, como de lo que se trata es del desarrollo de la clase como clase revolucionaria, que no es lo mismo, es el punto de vista adoptado por Lenin el que le otorga superioridad en esa polémica. Y es que como resulta imposible prever a priori cuándo se han agotado las posibilidades de las fuerzas productivas del modo de producción o cuál de las crisis provocadas por sus ciclos económicos es la definitiva, la clase revolucionaria debe perseguir inmediatamente sus objetivos políticos desde su lucha de clase. Esta contradicción es la que permite su desarrollo y maduración como clase revolucionaria. Sin episodios como los de la revolución de junio de 1848, la Comuna de París, los Soviets o la Revolución Cultural, episodios en los que la clase –ahora y sólo ahora lo sabemos– demostró que no estaba todavía preparada para el éxito, no tendríamos una clase que ha ido creciendo como clase revolucionaria y que, por su experiencia, asegura a cada paso y en cada fracaso su triunfo final. Quedarse de brazos cruzados esperando el derrumbe del capitalismo por la maduración de sus contradicciones internas es una quimera idealista en la que, todavía hoy, pueden depositar sus esperanzas los oportunistas y los cobardes, pero que como estrategia política hace mucho que está desacreditada (sobre todo, por los herederos de aquellos mencheviques, los socialdemócratas modernos, resultado fecal inevitable de esa estrategia).

El marxismo genuino, considera la fuerza de trabajo como la fuerza productiva más importante, de modo que la idea de subvertir las relaciones sociales para permitir el despliegue de las fuerzas productivas está referida, más bien, a la realización de las potencialidades de la fuerza de trabajo, de la clase obrera, como principal componente de esas fuerzas productivas, se refiere a la necesidad de situar al factor humano en el primer plano. La historia de la lucha de clases del proletariado ha demostrado que no es suficiente, desde el punto de vista de su proyecto emancipador, ni que la clase trabajadora se apropie jurídicamente de los medios de producción, ni que se apropie de ellos con el único objetivo de favorecer el desarrollo técnico de las fuerzas productivas, sino que se precisa de un proceso de apropiación que afecta a la totalidad de sus condiciones de existencia, desde las relaciones de producción hasta la superestructura, y a su transformación omnímoda.

Fue Mao Tse-tung quien recuperó la verdadera intención que encierra este debate cuando, con el Gran Salto Adelante, apostó por poner por delante la iniciativa de las masas para el desarrollo económico, y cuando señaló, en la época de la Gran Revolución Cultural Proletaria, que todas las clases desean transformar el mundo en función de su concepción del mundo (En julio de 1967, afirmó ante un delegación extranjera que “el proletariado debe transformar el mundo según su concepción de él, mientras que la burguesía se esfuerza por transformarlo según su concepción”).

Esta idea es importante porque si la burguesía también está revolucionando el mundo a su imagen y semejanza desde su posición de hegemonía política, la revolución proletaria no se diferenciará de ella, no demostrará su particularidad histórica con la sola conquista del poder político, sino por la obra de construcción que realice desde esa posición conquistada de hegemonía. Entonces, el contenido de la obra, el programa y el plan para llevarlo a cabo son lo principal, y vienen determinados por la concepción del mundo de clase que los guía. El proletariado no es sustancia que se realiza según un plan teleológico inmanente que se despliega con solo conquistar el poder político y tomar posesión de los medios de producción, como se desprende de muchos pasajes del Manifiesto, sino que es sujeto que construye, desde una concepción del mundo nueva, un mundo nuevo de manera consciente.

Por todo esto, el problema de la ideología, de la construcción de la concepción del mundo proletaria, adquiere importancia principal, como señalaba Mao en el texto citado (“En este momento decisivo de la lucha de clases debe acentuarse la reforma de la concepción del mundo… De otra manera, la ideología burguesa no será barrida en mucho tiempo… ¿Habéis pensado en la forma en que debemos trabajar para pasar del socialismo al comunismo? ¿Y lo habéis pensado seriamente? Si deseamos garantizar que el error de seguir el camino capitalista no volverá a aparecer, si nosotros en verdad nos preocupamos por los asuntos del Estado, es necesario trabajar duro para la refundición de nuestra concepción del mundo.”).

Bases del primer paradigma revolucionario del proletariado

En este punto nos encontramos con una nueva paradoja: desde una perspectiva etic, el Manifiesto es la concepción del mundo proletaria en su estructura básica; sin embargo, desde una perspectiva emic, en el Manifiesto, como discurso ideológico-político, se defiende la tesis de la ideología proletaria como resultado espontáneo del movimiento obrero, como reflejo inmediato de su lucha de clases. Esto es una contradicción: el Manifiesto es la síntesis intelectual más elevada de todo el desarrollo de la sociedad, que recoge lo más valioso de la evolución histórica de la humanidad, de la experiencia de todas las clases y de toda la historia de la lucha de clases. Pero una vez que todo este acervo designa al proletariado como a la siguiente –y la última– clase revolucionaria y sus tareas, se desliga de ella y le conmina a que aprenda sola y desde su sola experiencia práctica.

La tesis de la ideología proletaria como producto espontáneo de su lucha de clases está presente a lo largo de todo el Manifiesto de manera implícita o expresa. Esta tesis difumina la importancia del papel de la teoría y de la lucha de clases en el terreno ideológico. Sin embargo, representa un retroceso respecto a posiciones manifestadas por Marx en otras ocasiones, como es el caso de la diferenciación establecida en Miseria de la filosofía (1847) entre conciencia económica o en sí del proletariado y conciencia revolucionaria o para sí, lo cual invita a pensar que estamos ante rebajas del discurso en gran parte conscientes, no achacables únicamente a la ingenuidad de su primera formulación, sino también guiadas por intereses tácticos. Conviene no subestimar este aspecto de la cuestión a la hora de valorar la vigencia del Manifiesto como documento político.

La tesis de la ideología proletaria como producto espontáneo de su lucha de clases es también resultado de la aplicación materialista, en la que Marx insiste hasta la saciedad en el Manifiesto, de que la ideología y la teoría dependen de la base social real sobre la que se sustentan. Pero este principio general, válido en el plano de la filosofía o desde la aplicación genérica del materialismo histórico a la evolución de la humanidad y sus instituciones, se convierte en contraproducente, unilateral y dogmático si es llevado al plano político. El éxito de esta interpretación en la historia del movimiento obrero fue nefasto porque sirvió de fundamento a la consigna del revisionismo de viejo tipo de que lo principal es el movimiento, el objetivo es secundario (Bernstein). Fue Mao quien volvió a recuperar el punto de vista dialéctico en este asunto cuando demostró que “junto con reconocer que, en el curso general del desarrollo histórico, lo material determina lo espiritual y el ser social determina la conciencia social, también reconocemos y debemos reconocer la reacción que a su vez ejerce lo espiritual sobre lo material, la conciencia social sobre el ser social, y la superestructura sobre la base económica. No vamos así contra el materialismo, sino que evitamos el materialismo mecanicista y defendemos firmemente el materialismo dialéctico.” (Sobre la contradicción).

Tal vez, Marx y Engels exageraron esta posición materialista para desmarcarse de toda forma de la filosofía de la acción o de toda sospecha de jacobinismo, propios del pensamiento radical de la época; pero, con toda seguridad, insistieron tanto en poner el acento sobre el aspecto materialista de la relación ser-conciencia por la necesidad de que quedase bien establecido y de que se abriese paso el punto de vista materialista, para confrontarlo al idealismo filosófico que hegemonizaba el pensamiento de la mayoría de las corrientes políticas del momento.

Esa idea, sin embargo y desde la perspectiva actual, es una de las grandes limitaciones de la obra, ejemplo de obsolescencia. Y está articulada en consonancia con otras tesis coherentes con ella que, en conjunto, conforman el paradigma revolucionario del Manifiesto, paradigma que pondrá los pilares sobre los que se edificará el paradigma revolucionario que dominará el Ciclo de Octubre.

La tesis de la construcción espontánea de la ideología proletaria implica identificar conciencia espontánea con conciencia revolucionaria. Esta tesis se halla en correspondencia con:

• El determinismo histórico. La idea de que la lucha espontánea de la clase obrera conduce al comunismo (“El hundimiento de la burguesía y la victoria del proletariado son igualmente inevitables”, se afirma rotundamente al final del capítulo I del libro).
• La identificación o simplificación de las relaciones sociales con las relaciones de propiedad, de las relaciones sociales con sus expresiones jurídicas. No aparece la cuestión de la división social del trabajo como realidad subyacente a las relaciones sociales de clase, como en La ideología alemana (1846). Según esto, como la propiedad privada burguesa sostenía el entramado de relaciones sociales capitalistas, se consideró que bastaba con la estatalización de los medios de producción por parte del gobierno obrero para que pudiese hablarse de socialismo.

El paradigma revolucionario que presenta el Manifiesto se resumiría en estos términos: El proletariado, creado por el capital, en la lucha contra la burguesía se constituye en clase, a través de la unión (que es una unión revolucionaria ya de por sí –el progreso de la industria sustituye el aislamiento de los obreros “por su unión revolucionaria mediante la asociación”, se dice también al final del capítulo I–) y del debate. Mediante la revolución se constituye en clase dominante, y desde el poder suprime por la fuerza las viejas relaciones sociales a través de la abolición de la propiedad privada.

La experiencia histórica de la revolución proletaria ha dejado anticuado este modelo primordial, sobre el que se fueron añadiendo elementos con posterioridad, hasta conformar lo que llamamos paradigma revolucionario de Octubre, que presentó distintas variaciones según fuera el partido o la corriente política que lo expresase. Por esta razón, la depuración de los elementos caducos que aún permanecen en el ideario comunista vigente o dominante constituye una de las tareas teóricas más urgentes. En este cometido, el análisis del Manifiesto a la luz de los resultados de la lucha de clases del proletariado puede ofrecernos muchas pistas. Éste es el mejor servicio que hoy puede prestaros este documento histórico y el mejor homenaje que podemos tributar a sus autores. Aunque en esta ocasión nos centraremos sólo en algunos puntos importantes del modelo revolucionario que nos ofrece, que ya han periclitado claramente después de 160 años de experiencia revolucionaria y de desarrollo de la lucha de clases proletaria. Todos se refieren al factor subjetivo de la revolución; es decir, al factor que más determina la forma y el contenido del movimiento revolucionario (línea política):

1— Composición de la clase obrera.

En el Manifiesto aparece como una clase económica y sociológicamente homogénea (a excepción del lumpen proletariado). Marx y Engels la sitúan en el centro hacia el que gravitan las otras clases. Política e ideológicamente, también es presentada de manera homogénea: su construcción como clase se ve acompañada mecánicamente de la conciencia revolucionaria.

Pero, independientemente del grado de correspondencia real entre este modelo de desarrollo uniforme del proletariado y la realidad del movimiento obrero en la época del capitalismo concurrencial, lo cierto es que, en su desenvolvimiento, este modo de producción alcanza en el siglo XX su etapa superior de desarrollo y se transforma en imperialismo, en la extensión a escala mundial de las relaciones sociales capitalistas. La principal consecuencia de este proceso consistirá en la ampliación del sistema de contradicciones económicas con la aparición de nuevos antagonismos, como el existente entre potencias imperialistas y, sobre todo, el que comienza a darse entre éstas y las naciones oprimidas. Sin embargo, lo que aquí es preciso destacar es el modo como estos fenómenos nuevos afectan a la morfología de la clase obrera y los mecanismos internos que rigen su desarrollo. En este sentido, destaca un epifenómeno asociado a las nuevas contradicciones de la economía mundial: la consolidación de un sector privilegiado del proletariado en los países imperialistas, la aristocracia obrera, que se beneficiará de la explotación de los países dependientes de las potencias imperialistas. En 1914, esta fracción del proletariado definirá su posición de clase aliándose con el capital y sus intereses hegemonistas, provocando la escisión del movimiento obrero en dos alas. A partir de aquí, quiebra el modelo de una clase, una causa común que propugna el Manifiesto (si es que alguna vez fue operativo). En la nueva situación de la lucha de clases bajo las condiciones del imperialismo, la nueva fracción privilegiada del proletariado se hace reaccionaria, revisará y tergiversará los fundamentos del marxismo para hacerlos funcionales al capitalismo y patrimonializará el viejo programa reformista de la clase obrera decimonónica con el fin de que pervivan las relaciones sociales capitalistas y de conservar su condición de clase asalariada. La lucha reformista por las condiciones económicas frente al capital es el modo como la aristocracia obrera perseguirá la reproducción ad aeternum de las relaciones de producción capitalistas y la permanencia de las condiciones de existencia de la masa productiva como clase obrera. Así pues, esta fracción social se alía al capital y a su sistema de dominación mundial, se aprovecha de la explotación de los países oprimidos y tiene conciencia de clase obrera: es la vieja conciencia en sí, que pasa a convertirse en su contrario, de forma de la conciencia de clase proletaria a forma de la conciencia de clase burguesa.

En esta transformación, la autoconciencia de clase, la conciencia de la posición que se ocupa en el proceso social e internacional de la producción, se convierte en una ideología reaccionaria. Sólo hay una posible ideología revolucionaria: la que niega esa posición social como punto de partida del proceso transformador.

En el Manifiesto se propone un modelo revolucionario desde la autoafirmación del proletariado como clase y desde su acción a partir de su posición socioeconómica de clase: se propone construir desde la lucha económica elevándose hasta la revolución para apropiarse de los medios de producción. Pero los éxitos de la revolución proletaria han demostrado que, bajo las condiciones del imperialismo, sólo es posible construir movimiento revolucionario desde fuera de esa posición, negándola en sentido dialéctico. En esto consiste uno de los aportes de Lenin, con su propuesta de partido de nuevo tipo proletario, y el de Mao con su visión de la guerra popular prolongada.

A la ideología de la aristocracia obrera debe aplicársele el criterio expuesto en el capítulo III del Manifiesto, sobre todo lo relativo al “socialismo burgués o conservador”, porque los programas políticos de esta fracción social son de carácter reformista, y tienen como finalidad no cuestionar nunca las bases de dominación del capital. En la actualidad, el mejor ejemplo de esta ideología es el programa político de la III República, que defiende un sector de esta fracción, y que es la forma como se plasma en estos momentos su táctica de posponer la revolución sine die, convirtiendo al comunismo en mera ensoñación utópica sin conexión con la realidad actual. De esto modo aplican lo que el Manifiesto censura al “socialismo burgués”: “apartar a los obreros de todo movimiento revolucionario”.

Destacaremos, para terminar este punto, las principales características políticas de este revisionismo que se presenta con disfraz marxista:

—Idealización de la democracia burguesa. Se propaga la ilusión de que es posible que todos, incluidos los obreros, puedan disfrutar por igual de los derechos del ciudadano burgués. Se oculta la realidad de que esto es imposible, de que es imposible la igualdad y la democracia bajo el dominio del capital.
—Desconfianza en la clase obrera. Se cree que ésta no puede aprender desde su lucha por su revolución, y se le ofrece, a cambio, la democracia pura como escuela ideal en la que adquirir la conciencia revolucionaria (república burguesa, maximalismo ingenuo en materia de derechos civiles y laborales, etc.).
—Exageración del papel de la lucha económica de la clase obrera. Esta exageración es, en realidad, una reafirmación de su posición social, que es el mejor aval para apoyar y garantizar la reproducción de las condiciones de la explotación capitalista.

2— El problema del Partido Comunista.

La concepción sobre el Partido Comunista expresada en el Manifiesto es, quizá, el punto que más desfasado ha quedado de esta obra.

La escisión histórica del movimiento obrero en dos alas, una revolucionaria y otra reaccionaria, que pone en el orden del día como cuestión principal la lucha contra el oportunismo deja sin contenido afirmaciones consignadas allí como las siguientes:

“Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros.
No tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado.
No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario.”

Sin embargo, desde el punto de vista del grado alcanzado por la lucha de clases del proletariado, debe considerarse Partido Comunista –y en confrontación con los requisitos del capítulo II citados– al que se opone a los otros partidos obreros, contrarrevolucionarios por definición y por experiencia histórica; al que tiene por único interés la revolución proletaria, por encima de los intereses corporativos y conservadores del proletariado, intereses que combate porque son antagónicos respecto a la revolución; y, finalmente, al que proclama principios específicos, los principios de la revolución proletaria, que son síntesis teórica de la experiencia del proletariado en la conquista del poder y en la construcción del socialismo, principios a los que pretende incorporar al proletariado para construir movimiento obrero revolucionario, movimiento que se diferencia de y enfrenta a los sectores de las masas organizadas por la burguesía como fuerzas de choque de la reacción (partidos obreros institucionales, sindicatos, ONGs, etc.).

No existe una ideología natural de la clase obrera. La ideología de la clase obrera es la ideología de la clase dominante (burguesa) o la ideología revolucionaria (socialismo científico). El proletariado no genera de manera espontánea una concepción del mundo independiente. El movimiento proletario sólo tiene una alternativa: o “amoldarse” a los “principios especiales” que proclama la burguesía, o “amoldarse” a los principios por los que se rige la revolución comunista, encarnados en el Partido Comunista.

La solución ingenua que ofrecen Marx y Engels para resolver la cuestión del Partido Comunista es, una vez más, fruto del escaso desarrollo de la lucha de clases proletaria. Sin embargo hay quienes, en nuestro movimiento, utilizan todavía las definiciones del capítulo II del Manifiesto, de manera oportunista, demagógica y reaccionaria, para falsear la verdadera naturaleza del Partido Comunista, adecuada a la larga experiencia histórica del proletariado como clase revolucionaria.

3— Conciencia revolucionaria.

Afirmamos que la conciencia revolucionaria es la teoría revolucionaria, la concepción del mundo del proletariado.

Consideramos que, tras la derrota del Ciclo de Octubre, esta concepción del mundo está en crisis y que se precisa su Reconstitución. A ello hemos querido contribuir con esta intervención sobre el lugar histórico que corresponde al Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels.

Pero en este punto, relativo a la conciencia de la clase, queremos referirnos ahora, más que a la dimensión social de este problema, a su aspecto ontológico, que inquiere sobre el primum mobile, el resorte de esa conciencia: ¿qué es lo que motiva a un individuo a convertirse en comunista y a asumir la concepción del mundo proletaria?

Antes hemos señalado la paradoja que resulta de contrastar el punto de vista etic y el punto de vista emic del Manifiesto: mientras éste se concibió como la expresión ideológica superior del proletariado y fue elaborada desde fuera del movimiento obrero, a partir de la síntesis de los mejores logros de la humanidad, en el texto se afirma que ese movimiento genera su propia conciencia desde el interior de su lucha de clases inmediata. Esta paradoja se plasma en la práctica en un dualismo: por un lado, se preconiza que la revolución es producto de un proceso social inmarcesible, sujeto a leyes objetivas independientes de nuestra voluntad; por otro lado, se apela a una motivación de naturaleza ética para implementar esa voluntad revolucionaria.

Al final del capítulo I, se dice que, a diferencia del esclavismo y de la sociedad feudal, que de alguna manera aseguraban a las masas las condiciones que les permitieran “arrastrar su existencia de esclavitud”, el capitalismo hace descender al obrero “por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad”.

Por un lado, se afirma que el triunfo de la revolución no es posible hasta que el desarrollo de la industria y las luchas del proletariado no permitan un determinado nivel de organización y conciencia, cuando se den las condiciones materiales, objetivas y subjetivas, para ese triunfo, independientemente del estado de la existencia de las masas. Por otro lado, se apela a la ética, denunciando la pauperización absoluta en la que el capital hunde a la clase obrera, independientemente del estado de organización y del nivel de conciencia revolucionaria de las masas. La reacción de la voluntad contra la opresión y la explotación motivada por razones morales supone asignar al sujeto el papel de detonante inconsciente y semiespontáneo del movimiento revolucionario, cuya actividad se solicita al margen de aquellas condiciones materiales. Nos encontramos ante una nueva paradoja: la construcción de un movimiento consciente desde lo inconsciente, fundamentar la razón desde la ética.

Este dualismo dejó abiertas las puertas para la introducción del neokantismo en el movimiento obrero durante la época de la II Internacional (Bernstein, Kautsky y los austromarxistas). En efecto, si el desarrollo social se somete a leyes objetivas preestablecidas, al sujeto social sólo le queda construir modelos de conducta adecuados a esas leyes y a sus efectos. Desde aquí se articuló la coartada de la política de reformas de la socialdemocracia y el revisionismo, con la que se entretenían sus dirigentes en los escaños parlamentarios, mientras esperaban, se decía, el advenimiento de la revolución, que, después de todo, no depende de lo que nosotros hagamos.

A nuestro entender, este dualismo está viciado desde su planteamiento porque presupone la separación entre el sujeto social y el proceso social. Puede resumirse en un adagio que tuvo mucho éxito durante todo el Ciclo de Octubre entre nuestro movimiento, según el cual, el comunismo es el intérprete consciente de un movimiento inconsciente. Pero esta máxima implicaba situar al sujeto social en una situación contemplativa respecto del ser social, en una posición de conocimiento positivo del mundo, lo cual significaba dar un paso atrás respecto al programa marxista de transformar el mundo como seña de identidad del proletariado (tesis XI sobre Feuerbach).

En realidad, el movimiento de subversión del capitalismo sólo puede ser un movimiento consciente, el comunismo como movimiento revolucionario del proletariado (Partido Comunista). El supuesto movimiento inconsciente de la sociedad que producen las leyes del capital no es un movimiento espontáneo hacia el socialismo o el comunismo, sino el movimiento de reproducción de esas mismas leyes y de las relaciones sociales capitalistas. Las tendencias hacia algo nuevo, que pueden generar esas leyes, sólo pueden transformarse en leyes básicas para una nueva sociedad desde la acción consciente del movimiento consciente, revolucionario, del proletariado.

En nuestra opinión, el obstáculo que supone esta dualización, esta separación entre objeto y sujeto sociales, entre ley objetiva y voluntad subjetiva, entre razón y ética, sigue presente y forma parte del sustrato más profundo de la actual crisis del comunismo. En nuestra opinión, queda por dilucidar si la obra revolucionaria se rige por un principio apodíctico o por un principio volitivo: si es resultado de una necesidad histórica o resultado de la libertad humana, de la voluntad consciente del proletariado consciente. Elegir entre ambos principios determinará el camino que habremos de tomar y la política que vayamos a defender.

Para nosotros, el principio de necesidad histórica de la revolución ya tuvo su oportunidad: recorrió su camino y no halló salida. Ahora toca otorgarle una oportunidad al principio de la revolución como obra de la libertad.

El Manifiesto inauguró la creencia de que la acción revolucionaria sólo era factible en los periodos de crisis del capitalismo. Esta creencia hizo época y ha perdurado hasta nuestros días. Pero en la época del imperialismo, en la época de los monopolios, la crisis es permanente. La actividad revolucionaria ya no depende ni se somete a los ciclos del capital. La variable decisiva pasa a ser la acción del sujeto revolucionario. Y, por lo tanto, la práctica decisiva pasa a ser la construcción de ese sujeto revolucionario. La crisis sólo podrá transformarse en revolución si ésta es la voluntad del proletariado.

Marx dijo que el futuro era socialismo o barbarie. En el Manifiesto esta idea está recogida cuando señala que, a lo largo de la historia, la lucha de clases termina siempre con la transformación revolucionaria de la sociedad o con el hundimiento de las clases en pugna. Pero no hay ninguna ley que decida por nosotros cuál será el desenlace final. Éste sólo depende de lo que nosotros queramos que sea. De nuestra capacidad y nuestra libertad para elegir.

Notas
*Este texto está elaborado sobre el guión que sirvió de base a la exposición que el MAI presentó en la charla-debate que tuvo lugar en el marco de las celebraciones del 160 aniversario de la publicación del Manifiesto del Partido Comunista, organizadas por el Ateneo Republicano de Vallekas, en mayo de este año.
 
Movimiento Anti-Imperialista
31 de Mayo de 2008