Trotsky y el Leninismo

Capitulo 8

El debate de 1924 en
el seno del PC(b)R

 

 

Los resultados de la evolución del pensamiento de Lenin en el tema del modo en que debería tener lugar el proceso revolucionario mundial nunca llegaron a ser expuestos de una forma sistemática. Lenin cae enfermo en mayo de 1922 y no pudo reincorporarse al trabajo hasta octubre. Pero en marzo de 1923 sufre una recaída que le apartará definitivamente de la política. Morirá el 21 de enero de 1924. Sin embargo, los elementos materiales que sirvieron de impulso al pensamiento leninista estaban ahí, formando parte de la experiencia común del partido bolchevique como colectivo. Las conclusiones a las que Lenin se había acercado no tenían porqué ser patrimonio de un individuo. Es más, la necesidad histórica iba a obligar a un sector de la dirección del PC(b)R a recorrer el mismo camino que Lenin y a extraer las pertinentes consecuencias. Efectivamente, en el verano y en el otoño de 1923, tuvieron lugar sendas intentonas insurreccionales por parte del Partido Comunista de Bulgaria y del Partido Comunista de Alemania que terminaron en derrota. A partir de aquí, el empuje internacional de la revolución proletaria iniciada en 1917 se apaga definitivamente. Cada vez más resulta evidente que la necesaria ayuda del proletariado occidental para la supervivencia de la Rusia soviética no llegaría, al menos bajo la forma de revoluciones proletarias; cada vez más se ponía en el orden del día de la agenda política del Comité Central del PC(b)R el problema de cómo afrontar la nueva situación de repliegue general de la Revolución Proletaria Mundial. En esta tesitura, sólo era una cuestión de tiempo que la historia y el partido bolchevique ajustaran cuentas con la teoría de Trotsky, no sólo como instrumento para comprender el pasado, sino como punto de apoyo para afrontar el futuro.

 

Es importante señalar el carácter objetivo y prácticamente inevitable de este desenlace y denunciar la interpretación conspirativa y maniquea sobre los enfrentamientos que tuvieron lugar en el seno de la dirección del partido bolchevique tras el fallecimiento de Lenin, interpretación muy en boga entre los intelectuales orgánicos y filotrotskistas. Es importante resaltar que, bajo la apariencia de una lucha por el poder –que expresaba sólo el aspecto secundario del hecho, aunque tristemente sea el único aspecto que contempla la historiografía burguesa–, el debate sobre la táctica y la teoría general de la Revolución Proletaria Mundial que tuvo lugar en la dirección del partido a partir del otoño de 1924 – debate cuya altura intelectual rara vez ha sido igualada por ningún otro grupo dirigente en el mundo– fue la legítima expresión ideológica y política de la lucha de clases que se estaba desenvolviendo en la Rusia soviética reflejada en el interior del partido comunista.

 

Sin embargo, por lo que se refiere al aspecto conspirativo de este episodio, también es preciso advertir contra la versión oficial de la historiografía burguesa, por cuanto presenta a Trotsky como la víctima propiciatoria de un contubernio tramado contra su supuesta posición de favorito del partido (e, incluso, de Lenin) por las fuerzas oscuras de la vieja guardia y del aparato del partido. La verdad de los hechos, empero, es bien distinta. Independientemente de todo juicio de valor, lo único cierto es que justamente en el momento en que se tomaba conciencia de que sería prácticamente imposible la recuperación de Lenin y coincidiendo con una importante crisis financiera y comercial (denominada crisis de las tijeras ) de la economía soviética, Trotsky envió una carta al Comité Central del PC(b)R, fechada el 8 de octubre de 1923, en la que criticaba la burocratización del partido, la falta de democracia interna y en la que planteaba la necesidad de la planificación como eje central de la organización y del desarrollo económico. Casi simultáneamente, el 15 de octubre, sale a la luz pública lo que se conocería como Plataforma de los 46 , firmada por antiguos comunistas de izquierda y miembros del grupo Centralismo Democrático, además de conocidos amigos y colaboradores de Trotsky. El manifiesto de esta plataforma toca exactamente los mismos temas que la carta de Trotsky y denuncia a la dirección del partido y del Estado, reclamando su renovación en estrecha concordancia con un nuevo régimen interno, más “democrático”, dentro del partido. En octubre, el Comité Central aprobó una resolución condenando la actitud de Trotsky y de la oposición, y en diciembre, otra Sobre la democracia interna del Partido , aceptada por unanimidad –incluyendo a Trotsky– y que significaba un intento de conciliación entre las diferentes posiciones de la dirección del PC(b)R. Pero exactamente un día después de la publicación de la resolución del Comité Central, Trotsky, saltándose todo procedimiento orgánico interno y la autoridad del Comité Central, violó el espíritu de la última resolución del máximo órgano del partido y envió una nueva carta a las células reiterando sus denuncias contra la posible degeneración de la vieja guardia y la burocratización del aparato del partido, burocratización que, según él, alejaba a aquél de las masas y de las nuevas generaciones de comunistas. La XIII Conferencia (enero de 1924) y el XIII Congreso (mayo de 1924) condenaron nuevamente a la oposición tildándola de pequeñoburguesa y no leninista.

 

Era como si de repente Trotsky quisiera dar un vuelco en el partido tanto en el plano político como organizativo. La desaparición de Lenin y la crisis de las tijeras , coincidiendo con los ataques directos contra la dirección del partido y del Estado, no invitan a pensar otra cosa que Trotsky seguía un plan de reforma dirigido a la destitución de la actual directiva política y hacia un giro político probablemente en el sentido de liquidar la Nep . Ciertamente, después del debate sobre los sindicatos, del que salió derrotado, y con la adopción de la nueva política económica ( Nep ), Trotsky pasa a un segundo plano en la vida pública. De dirigir el Comisariado del transporte, de importancia estratégica en la recuperación económica, es relegado al Comisariado de la Guerra, negociado apartado de la ejecución de las grandes decisiones políticas y económicas a partir de 1921. Esto, naturalmente, se correspondía con el paso a un periodo pacífico y de repliegue de la revolución, y no es ninguna casualidad que Trotsky, el comandante del Ejército Rojo y el gran teorizador de la ofensiva revolucionaria, de la “revolución en estado permanente”, se mantuviese relativamente alejado y en la sombra hasta que la crisis económica, unida al problema de la continuidad política de la revolución surgido con el fallecimiento de Lenin, prestasen a Trotsky el contexto necesario para intentar un asalto a la cúpula del poder para readecuar la política del Estado y del partido soviéticos a sus concepciones políticas. El asunto de la incapacidad política de la vieja guardia y el de la burocratización del aparato de la dictadura del proletariado le sirvieron para plantear y dirigir su ataque (primero, tanteando el terreno, después, como veremos, más intensamente). En esta nueva batalla política entre Trotsky y los epígonos de Lenin (como él gustaba denominarlos peyorativamente), aquél parece nuevamente dejarse llevar por el fatalismo formalista de su teoría, por aquella funesta y abstracta lógica de las cosas que según él “obliga” a la revolución a ser “permanente”. Así, el hecho de que la revolución soviética no haya traspasado las fronteras nacionales después de un lustro y que el proletariado ruso no haya conseguido apoyarse más que en el campesinado, no puede acarrear, desde los presupuestos de la teoría de la Revolución Permanente, más que síntomas de degeneración . Trotsky no aduce argumentos novedosos, más que los que viene esgrimiendo tradicionalmente el partido contra el reconocido problema del burocratismo y los que le proporciona la reciente crisis económica. Pero ni Trotsky está exento de actitudes coactivo-administrativas, muy alejadas de los métodos de la persuasión y de la democracia, en su reciente pasado político (no olvidemos que la discusión sobre los sindicatos puso de manifiesto que Trotsky fue uno de los últimos en el partido en abandonar la mentalidad del periodo de Comunismo de guerra ), ni es ajeno, en política económica, a las concepciones centralizadoras y explotadoras del campo que provocaron las tijeras del otoño de 1923. No hay, en este momento, ningún elemento en la vida soviética lo suficientemente novedoso que justifique una crítica y una reforma tan a fondo de la política y de la organización del partido como proponían Trotsky y los 46 después de la muerte de Lenin y no antes. Sólo la vacante de Lenin y un supuesto proceso degenerativo del sistema político no sustentado sobre argumentos fundados en la realidad, sino más bien en el “resultado” lógico que en la mente de Trotsky debía producir invariablemente el incumplimiento de todas las condiciones de su teoría política sobre el decurso de la revolución proletaria. En consecuencia, podemos deducir que –movido por las conclusiones a las que le conduciría su idealista y subjetivo método de análisis– era más probable que fuera Trotsky quien, en 1923-1924, estaba ocupado en tramas conspirativas inconfesables , necesarias para dar un giro a la situación de la política soviética que permitiese reanudar la ofensiva revolucionaria del proletariado ruso para superar su actual limitación nacional.

 

Este era el ambiente político que reinaba en el partido cuando Trotsky escribe el prólogo al tercer volumen de la recopilación de sus obras, publicado en noviembre de 1924. El prefacio introductorio, titulado Lecciones de Octubre , era un ataque en toda regla contra los cuadros dirigentes más veteranos del bolchevismo (la “vieja guardia”, acepción recogida por Trotsky de la polémica de Lenin con sus camaradas bolcheviques con motivo de las Tesis de Abril ). A diferencia de otros escritos anteriores, Trotsky, en éste, señala con el dedo a la mayoría de la dirección bolchevique acusándola de pusilánime y vacilante, recordando su incredulidad y su oposición cuando en abril del 17 Lenin les propuso el cambio de su vieja consigna de 1905 por la de “Todo el poder a los Soviets”. Trotsky repasa los acontecimientos de 1917, entre Febrero y Octubre, para demostrar que en toda revolución surge “como una ley infalible el hecho que en el pasaje del trabajo preparatorio para la revolución a la lucha inmediata por el poder, surge una crisis inevitable en el partido” , e identifica a la casi totalidad de la dirección bolchevique (aunque sin dar nombres) que estaba en Febrero en el interior de Rusia, con los portadores de esa crisis, al oponerse a las nuevas directrices de Lenin en abril. Igualmente, recuerda la oposición de un sector de la dirección cuando Lenin planteó, en el mes de octubre, el problema de la insurrección como una cuestión práctica inmediata (y aquí sí nombra personalmente a Kamenev). La intención expresa de Trotsky, según él, no era la de abrir las viejas heridas, sino la de extraer las lecciones pertinentes de la experiencia de la revolución rusa para que sirvieran a los partidos comunistas en el futuro, habida cuenta de los recientes fracasos en Alemania y Bulgaria, que notoriamente, al parecer, no habían intentado asimilar el significado de Octubre antes de sus infructuosos intentos insurreccionales. Sin embargo, lo que consiguió, naturalmente, fue provocar y enfurecer al sector mayoritario de la dirección del PC(b)R, por un lado, y, por otro, plantear la cuestión de la vigencia de la teoría de la Revolución Permanente. Y esta última vindicación, que no aparecía sino de manera implícita en el texto , fue lo que terminó centrando la parte medular del debate que se abrió inmediatamente en el partido.

 

Nos limitaremos, aquí, a repasar de manera breve únicamente el tema que está directamente relacionado con la cuestión de la vigencia o validez, desde el punto de vista leninista, de la teoría de Trotsky. En este sentido, quien se opone de manera más consecuente con la teoría de la Revolución Permanente es Stalin, que ya en este primer debate contra Trotsky adelanta su teoría del Socialismo en un solo País, aunque sólo en esbozo, pues no será hasta la siguiente controversia en el seno de la dirección del partido (que enfrentó a la Plataforma de los 4 con Stalin y Bujarin) que Stalin desarrolle más su nueva tesis y la interponga formalmente como síntesis de su línea política. Aunque Bujarin trató de profundizar más en la crítica de los postulados de Trotsky llevándola hasta sus presupuestos metodológicos , fue Stalin quien mejor tradujo políticamente la crítica dirigida contra Trotsky, no sólo porque opone frente a éste una línea política alternativa, sino también porque realiza el esfuerzo de síntesis del pensamiento de Lenin (principalmente con su trabajo, producto de la polémica con Trotsky de 1923, Los fundamentos del leninismo ), dándole el cuerpo y la coherencia interna necesarias para servir de soporte ideológico a esa línea política, e imprescindibles para que en el futuro pudiera formar el núcleo sólido de una de las principales corrientes dentro del movimiento obrero internacional.

 

La línea política que defiende Stalin perseguía la continuidad de la Nep como etapa de reconstrucción y acumulación de fuerzas para la revolución, desde una determinada correlación entre las clases sociales fundada, principalmente, en la alianza del proletariado con el campesinado medio. Stalin extrajo todas las consecuencias teóricas de esta política –como ya había hecho Lenin– en lo tocante a la relación de la revolución soviética con la Revolución Proletaria Mundial. Hasta tal punto que el mismo Trotsky reconoció que la teoría del Socialismo en un solo País era la única que se había enfrentado con coherencia a su teoría de la Revolución Permanente.

 

En su primera intervención importante en el debate del otoño de 1924 (un discurso en el Consejo Central de los Sindicatos, el 19 de noviembre, publicado luego bajo el título de ¿Trotskismo o Leninismo? ), Stalin señala que una de las particularidades del trotskismo –además de su desconfianza hacia el principio bolchevique de partido y hacia los jefes del bolchevismo– es su teoría de la Revolución Permanente. Para Stalin, el trotskismo es, en sustancia, esa teoría, que no es otra cosa que “la revolución haciendo caso omiso de los campesinos pobres como fuerza revolucionaria”. La teoría política de Trotsky también significa “'saltar' por encima del movimiento campesino, ‘jugar a la toma del Poder'”, y su aplicación conduciría al “fracaso inevitable, porque apartaría del proletariado ruso a su aliado, es decir, a los campesinos pobres”. Finalmente, Stalin indica que Trotsky consideró desde 1905 al leninismo como una teoría con “rasgos antirrevolucionarios” porque “el leninismo defendía y logró imponer en su tiempo la idea de la dictadura del proletariado y del campesinado .”

 

Pero donde más profundiza Stalin su crítica a Trotsky, no limitándose a adoptar una actitud negativa, sino ofreciendo positivamente una alternativa, es en su trabajo intitulado La Revolución de Octubre y la táctica de los comunistas rusos , publicado en enero de 1925. Aquí, Stalin realiza una crítica más detallada de la teoría de Trotsky y –como ya hemos dicho– amplía el tipo de argumentaciones más allá de la cuestión campesina o de la valoración de los acontecimientos de 1917, que, además del historial político de cada dirigente con sus errores bien resaltados, fueron los principales motivos de controversia durante casi todo el debate del otoño-invierno de 1924-1925. Stalin trata de llegar al fondo de las diferencias ideológicas con Trotsky poniendo de manifiesto su divergencia fundamental en cuanto a la concepción de la táctica general de la Revolución Proletaria Mundial. De este modo –aunque sólo a modo de primer ensayo– introduce la idea de Lenin de 1915 sobre la ley del desarrollo desigual del capitalismo como determinante principal del modo en que se desenvuelve la revolución proletaria a escala internacional:

 

“Ya durante la guerra, Lenin apoyándose en la ley del desarrollo desigual de los Estados imperialistas, opone a los oportunistas su teoría de la revolución proletaria, que afirma la posibilidad de la victoria del socialismo en un solo país, aun cuando este país esté menos desarrollado en el sentido capitalista.”

 

Sin embargo, en esta ocasión Stalin no va más allá del planteamiento general de la teoría, sin extraer todas sus consecuencias . Enseguida, pasa al problema de las posibilidades de supervivencia de un país socialista aislado sin el “apoyo estatal directo del proletariado europeo”, tesis consustancial a la teoría de Trotsky :

 

“¿Ha bastado hasta ahora con esa simpatía y con esa ayuda, unidas al poderío de nuestro Ejército Rojo y a la disposición de los obreros y campesinos de Rusia a defender con su pecho la patria socialista? ¿Ha bastado todo eso para repeler los ataques de los imperialistas y conquistar las condiciones necesarias para una seria labor de edificación? Sí, ha bastado. Y esa simpatía, ¿crece o disminuye? Indudablemente, crece. ¿Tenemos, pues, condiciones favorables, no sólo para llevar adelante la organización de la economía socialista, sino también para prestar, a nuestra vez, apoyo a los obreros de la Europa Occidental y a los pueblos oprimidos del Oriente? Sí, tenemos esas condiciones. Los siete años de historia de la dictadura proletaria en Rusia lo atestiguan elocuentemente (...).

¿Qué puede significar, después de todo eso, la declaración de Trotski de que la Rusia revolucionaria no podría resistir ante una Europa conservadora?

No puede significar más que una cosa: en primer lugar, que Trotski no percibe la potencia interior de nuestra revolución; en segundo lugar, que Trotski no comprende la importancia inapreciable del apoyo moral que los obreros de Occidente y los campesinos del Oriente prestan a nuestra revolución; en tercer lugar, que Trotski no percibe el mal interior que corroe actualmente al imperialismo.”

 

Finalmente, Stalin sitúa las conclusiones necesariamente pesimistas que, de manera inevitable, se extraen de la teoría de la Revolución Permanente:

 

“Resulta que, por más vueltas que se le dé, no sólo ‘no hemos llegado', sino que ‘ni siquiera nos hemos acercado' a la creación de la sociedad socialista (...), pues, por más vueltas que se le dé, ‘el verdadero auge de la economía socialista' no se alcanzará mientras el proletariado no haya vencido ‘en los países más importantes de Europa'.

Y como aun no se ha obtenido la victoria en el Occidente, a la revolución de Rusia no le queda más que un 'dilema': o pudrirse en vida o degenerar en un Estado burgués.

Por algo hace ya dos años que Trotski viene hablando de la ‘degeneración' de nuestro Partido.

Por algo Trotski profetizaba el año pasado el ‘hundimiento' de nuestro país.”

 

Años después, Trotsky polemizará con Stalin en un monólogo en el que repasará los argumentos de aquél:

 

“Lo que más insoportable se hace en estas cuestiones es ver a Stalin ‘teorizando' con dos bultos que constituyen su único bagaje teórico: la ‘ley del desarrollo desigual' y el ‘no saltarse por alto una etapa'. Stalin no ha llegado todavía a comprender que el desarrollo desigual consiste precisamente en saltarse por alto ciertas etapas . (O en permanecer un tiempo excesivo en una de ellas.) Stalin opone con una seriedad inimitable a la teoría de la revolución permanente... la ley del desarrollo desigual. Sin embargo, la previsión de que la Rusia históricamente atrasada podía llegar a la revolución proletaria antes que la Inglaterra avanzada, se hallaba enteramente basada en la ley del desarrollo desigual.”

 

Efectivamente, a primera vista, la teoría de la Revolución Permanente parece basarse, igualmente, en la comprensión de la ley del desarrollo desigual del capitalismo. La posibilidad que un país tiene de situar a la cabeza a la clase revolucionaria moderna en un contexto revolucionario e independientemente del estado de desarrollo de las fuerzas productivas, así lo parecen confirmar. Por eso es tan importante no limitarnos a la simple exposición de aquella ley presentándola sólo como factor determinante para la marcha de la Revolución Proletaria Mundial; también es preciso dar el siguiente paso y formular todas las implicaciones teóricas de la misma. No será preciso, sin embargo, prolongarnos hacia otros debates dentro del partido comunista soviético en los que terminarían de perfilarse todos los contornos –que el mismo Lenin ya había dejado esbozados– de la teoría leninista de la Revolución Proletaria Mundial. El propio Trotsky nos dará la pauta de hasta qué punto es posible la asimilación de la ley del desarrollo desigual a su teoría de la Revolución Permanente:

 

“Un país puede ‘madurar' para la dictadura del proletariado sin haber madurado, ni mucho menos, no sólo para una edificación independiente del socialismo, sino ni aun para la aplicación de vastas medidas de socialización. No hay que partir de la armonía predeterminada de la evolución social. La ley del desarrollo desigual sigue viviendo, a pesar de los tiernos abrazos teóricos de Stalin. Esta ley manifiesta su fuerza no sólo en las relaciones entre los países, sino también las interrelaciones de los distintos procesos en el interior de un mismo país. La conciliación de los procesos desiguales de la economía y de la política se puede obtener únicamente en el terreno mundial. Esto significa, en particular, que la cuestión de la dictadura del proletariado en China no se puede examinar únicamente dentro del marco de la economía y de la política chinas. Y aquí llegamos de lleno a dos puntos de vista que se excluyen recíprocamente: la teoría internacional revolucionaria de la revolución permanente y la teoría nacional-reformista del socialismo en un solo país. No sólo la China atrasada, sino, en general, ninguno de los países del mundo, podría edificar el socialismo en su marco nacional: el elevado desarrollo de las fuerzas productivas, que sobrepasan las fronteras nacionales, se opone a ello, así como el insuficiente desarrollo para la nacionalización. La dictadura del proletariado en Inglaterra, por ejemplo, chocaría con contradicciones y dificultades de otro carácter, pero acaso no menores de las que se plantearían a la dictadura del proletariado en China. En ambos casos, las contradicciones pueden ser superadas únicamente en el terreno de la revolución mundial.”

 

Efectivamente, la teoría de la Revolución Permanente y la teoría del Socialismo en un solo País “se excluyen recíprocamente” precisamente porque la primera excluye tácitamente la ley del desarrollo desigual. En Trotsky, esta ley puede explicar o contribuir a explicar –igual que en Lenin– la ruptura revolucionaria en un país atrasado, y en esto ambos están de acuerdo, por ejemplo, frente al menchevismo. Pero Trotsky se detiene aquí. A partir de este punto se remite al argumento economicista de que “la conciliación de los procesos desiguales de la economía y de la política se puede obtener únicamente en el terreno mundial”, es decir, desde las posibilidades que da aprovecharse libremente de la división internacional del trabajo (mercado mundial) y beneficiarse del máximo desarrollo de las fuerzas productivas. En última instancia, pues, Trotsky busca paradójicamente la neutralización de los efectos que aquella ley produce, imponer una línea de compensación a la desigualdad del desarrollo capitalista. En este terreno, el problema de las fuerzas productivas recupera la máxima importancia. Trotsky ha vuelto al redil menchevique. Ni siquiera los países más avanzados económicamente, como Inglaterra, pueden siquiera pensar en edificar el socialismo en su marco nacional, porque ese tótem abstracto que es el desarrollo mundial de las fuerzas productivas, “que sobrepasa las fronteras nacionales, se opone a ello”. ¿En qué sentido? No queda nada claro; sin embargo, Trotsky trata de explicarlo:

 

“La sociedad socialista ha de representar ya de por sí, desde el punto de vista de la técnica de la producción, una etapa de progreso respecto al capitalismo. Proponerse por fin la edificación de una sociedad socialista nacional y cerrada, equivaldría, a pesar de todos los éxitos temporales, a retrotraer las fuerzas productivas deteniendo incluso la marcha del capitalismo. Intentar, a despecho de las condiciones geográficas, culturales e históricas del desarrollo del país, que forma parte de la colectividad mundial, realizar la proporcionalidad intrínseca de todas las ramas de la economía en los mercados nacionales, equivaldría a perseguir una utopía reaccionaria.”

 

¿Proporcionalidad intrínseca de todas las ramas de la economía? ¿Qué significan estas frases “confusas y oscuras”? Sea lo que fuere, lo que está claro es que Trotsky, en la época de las revoluciones proletarias –cuando lo que se pone en el orden del día como asunto urgente es la cuestión del poder–, se remite, en última instancia, al problema de las fuerzas productivas, cuando, precisamente, la problemática política que plantea la ley del desarrollo desigual nos obliga a dirigirnos en la dirección de situar la cuestión de la lucha de clases como la cuestión central de la política proletaria. Trotsky no comprende las consecuencias teóricas de aquella ley. La utiliza de manera oportunista (en 1906 no estaba expresa en su teoría) y termina reculando ante el camino que abre a sus pies, muy movedizo para él, acostumbrado a desenvolverse en el terreno de los procesos políticos abstractos. Trotsky no comprende que la ley del desarrollo desigual significa que, en un determinado lugar, la obstaculización del desarrollo económico, el bloqueo de todo paso hacia la civilización y, en suma, el estrangulamiento del proceso social provocan una ebullición de la lucha de clases y una reorganización de la disposición de las mismas tales que el estallido revolucionario en ese lugar pone a sus clases revolucionarias precisamente en la vanguardia del proceso social general (incluso desde la perspectiva internacional). A partir de aquí, el problema no es principalmente económico, no se trata de priorizar la atención sobre el estado de las fuerzas productivas, sino de buscar constantemente un progresivo desplazamiento de la correlación de fuerzas de clase, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, favorable al campo revolucionario. En este sentido, cobra importancia decisiva no anteponer la problemática de las fuerzas productivas a la problemática de la lucha de clases. La superposición que realiza Trotsky de la cuestión de las fuerzas productivas sobre cualquier otro asunto relacionado con la revolución impide sistemáticamente la correcta valoración de los elementos principales que debemos tener en cuenta a la hora de abordar las tareas revolucionarias.

 

En realidad, el problema del desarrollo económico –tomado aisladamente– durante el periodo de transición del capitalismo al comunismo, durante la época de las revoluciones proletarias, es secundario. La cuestión no reside en si un solo Estado puede dar el máximo de bienestar a su pueblo, no se trata todavía de que “corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva”, como decía Marx hablando del comunismo. Y es que Trotsky confunde socialismo con comunismo , la fase inferior o de transición entre el capitalismo y el comunismo, la etapa en la que aún existen las clases, la división del trabajo y el derecho burgués, con la etapa donde ha sido suprimida la organización en clases de la sociedad, con todas sus lacras. Durante el socialismo, pues, no se trata de resolver los problemas materiales de la humanidad, sino de que el proletariado, desde su lucha de clases, esté en condiciones cada vez mejores de emancipar a la humanidad. Los factores sociales extraeconómicos cobran, entonces, especial importancia en la sociedad de transición, durante el socialismo. ¡Naturalmente que un solo país no puede emanciparse de la sociedad de clases apartado del resto de los pueblos del mundo! Nadie podrá alcanzar el comunismo aisladamente mientras el resto de las naciones viven en el capitalismo. Si la teoría de Trotsky limitara su significado a esta perspectiva, a explicar el sentido histórico, no político, del proceso revolucionario de emancipación del proletariado internacional a escala histórica, entonces sería válida y habría que aceptarla al mismo tiempo que la depositábamos en el museo de las grandes verdades, por inútil para la práctica política cotidiana del proletariado. Pero esta no es la cuestión. La cuestión consiste en que el desarrollo desigual del capitalismo permite en un lugar y en un momento dados (eslabón débil) una concentración tal de fuerzas sociales y de potencia revolucionaria capaz de iniciar y dar continuidad al proceso de transformación revolucionaria del capitalismo en comunismo a nivel internacional. De esta manera, algunas de las cosas que Trotsky nos presenta como variables inmutables o como condicionantes incuestionables de la revolución, como la del carácter internacional de la revolución “obligado” por el carácter internacional de las fuerzas productivas, se trastocan o pasan a un plano subsidiario. Así, el problema de la relación económica entre el poder revolucionario y los países imperialistas que le someten a un cerco económico y militar, que Trotsky contempla como una desventaja porque impide utilizar todos los recursos de la economía mundial en provecho del proletariado revolucionario , se troca en la necesidad de la independencia económica respecto a ese cinturón militar; en otros términos, la necesidad de construir una economía interior equilibrada y suficiente frente a la exigencia trotskista de la necesaria integración mundial de la economía proletaria bajo peligro de muerte. Y es que no se trata de construir de manera inmediata una idílica isla paradisíaca en medio del depravado océano capitalista, sino de crear un instrumento más al servicio de la lucha de clases nacional e internacional del proletariado triunfante. La economía se pone al servicio de la lucha de clases, no al revés. Cuando el proletariado esté en condiciones de derrotar definitivamente al capital, tirará al cuarto trastero de la historia, junto con el resto de sus instituciones, la división internacional del trabajo imperialista y la organización de las fuerzas productivas al modo capitalista, cuestión ésta que Trotsky, quien las contempla embobado como ídolos que hay que adorar, ni siquiera se plantea. Más bien da a entender, por el contrario, que para él se trata de instituciones neutras que el proletariado puede poner tranquilamente a su servicio, sin pensar en revolucionarizarlas antes.

 

El caso es que la interpretación tecnocrático-economicista del concepto de fuerzas productivas , tan caro para Trotsky como para los mencheviques, gracias a la correcta y a la coherente aplicación de la teoría de la revolución proletaria a partir de la ley del desarrollo desigual, se ve superada por el reencuentro con la interpretación verdaderamente marxista que otorga al proletariado como clase el papel de fuerza productiva principal del desarrollo social. Tenía razón Stalin, en efecto, cuando reprochaba a Trotsky su falta de fe en el proletariado ruso . De la teoría del desarrollo desigual deriva la constatación de que la posición política del proletariado revolucionario, su potencial creativo y su capacidad táctica y estratégica para afrontar los avatares de la lucha de clases nacional e internacional se sitúan en el primer plano del proceso de construcción de la nueva sociedad, mientras que pasa a segundo término todo planteamiento basado en la problemática economicista de las fuerzas productivas al estilo trotskista.

 

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Así fue llamada una crisis provocada por la sobrevaloración de los productos industriales frente a los agrícolas, que colapsó el intercambio campo-ciudad. Esta política económica de transferencia intensiva de valor del campo hacia la industria era, precisamente, la que patrocinaba Trotsky con su política de centralización y planificación económica).

Desde el punto de vista económico, Trotsky señala en 1930 lo que considera la contradicción fundamental de un país, como la URSS, que pretende construir el socialismo de manera aislada: “la que existe entre el carácter de concentración de la industria soviética, que abre los cauces a un ritmo de desarrollo jamás conocido, y el aislamiento de esa economía, que excluye la posibilidad de volver a aprovecharse como en condiciones normales de las reservas de la economía mundial.” (TROTSKY: La revolución permanente , p. 34). Arriba, en cambio, ya señalamos que Lenin defendió la idea de que el país que está construyendo el socialismo puede aprovecharse del mercado mundial ( Cfr ., LENIN: O.C ., t. 44, pp. 310-314).

El elocuente silencio que recorre las páginas de las memorias de Trotsky sobre la preparación, el contenido y el propio proceso de los debates de este periodo no hacen más que arrojar sospechas sobre su actividad, nada aclarada, en este periodo. ¡Y no digamos del modo melodramático con que afirma reconocerse como el continuador de la obra de Lenin!: “Ahora, me daba más clara cuenta de quiénes eran aquellos ‘discípulos' que seguían fielmente al maestro en los pequeños detalles, pero no en lo que tenía de verdaderamente grande. Con el aire del mar que entraba en mis pulmones, todo mi ser respiraba la certeza absoluta de que en aquella campaña contra los epígonos, el derecho histórico estaba de mi lado...” (TROTSKY: Mi vida . Ed. Akal. Madrid, 1979; p. 533).

PROCACCI: Op. cit ., p. 31.

Trotsky no hace mención a su teoría expresamente, sino introduciendo sus elementos soslayadamente en la narración histórica:

“Ya en vísperas de la revolución de 1905, Lenin indicó esta peculiaridad de la revolución rusa con la fórmula: ‘Dictadura democrática del proletariado y de los campesinos'. Esta fórmula, en sí y de por sí, sólo podía indicar una etapa del camino hacia la dictadura socialista del proletariado, que se apoya en los campesinos, como lo ha demostrado todo el desarrollo siguiente” ( Ibídem , p. 34). También, cfr ., ibíd ., pp. 38 y 39.

Cfr ., BUJARIN, N.: Acerca de la teoría de la revolución permanente ; en PROCACCI: Op. cit ., pp. 99-106.

STALIN, J.: Obras . Ed. VOSA. Madrid, 1984; tomo VI, p. 366. Trotsky decía en 1928, rememorando su actitud hacia la consigna de Lenin de 1905:

“'Claro está [escribía en 1909] que la diferencia que los separa ante este problema es muy considerable: mientras que los aspectos antirrevolucionarios del menchevismo se manifiestan ya con toda su fuerza en la actualidad, los rasgos antirrevolucionarios del bolchevismo sólo significan un peligro inmenso en caso de triunfar la revolución'.

En enero de 1922, añadí la siguiente nota a este pasaje del artículo, reproducido en la edición rusa de mi libro 1905 :

‘Esto, como es notorio, no sucedió, pues bajo la dirección de Lenin el bolchevismo efectuó (no sin lucha interior) un reajuste ideológico respecto a esta importantísima cuestión en la primavera de 1917, esto es, antes de la conquista del Poder.'” (TROTSKY: La revolución permanente , p. 165).

STALIN: Op. cit ., p. 390.

Faltan, por ejemplo, el concepto explícito de eslabón débil de la cadena imperialista -vinculado estrechamente a la problemática del desarrollo desigual, según el punto de vista leninista-, y la ligazón completa entre estas condiciones objetivas de la Revolución Proletaria Mundial y el factor subjetivo, la correlación política de las fuerzas de clase revolucionarias.

“Pero que la presión internacional por sí sólo no basta, lo demostró con excesiva claridad la guerra imperialista, la cual se desencadenó a pesar de todas las ‘presiones'. Finalmente, y esto es lo principal, si la presión del proletariado en los primeros y más críticos años de la República Soviética resultó eficaz fue únicamente porque se trataba entonces, para los obreros de Europa, no de presión, sino de lucha por el Poder, lucha que además tomó más de una vez la forma de guerra civil.” (TROTSKY : La revolución permanente , p. 201).

STALIN: Op. cit ., pp. 393 y 394.

Ibídem , p. 395.

TROTSKY: La revolución permanente , p. 171.

Ibídem , p. 187.

Ibíd ., p. 24.

“Si admitimos por un momento la posibilidad de llegar a realizar el socialismo, como sistema social definido, dentro de las fronteras nacionales de la URSS, estaríamos ante el triunfo definitivo, pues, ¿qué intervención cabría después de esto? El régimen socialista presupone una técnica, una cultura y una gran solidaridad por parte de la población. Como hay que suponer que en la URSS, en el momento en que esté acabada la edificación socialista, habrá por lo menos doscientos cincuenta millones de habitantes, ¿qué país capitalista o qué coalición de países se atrevería a arrostrar una intervención en condiciones semejantes?” ( Ibíd ., p. 29). ¡Qué duda cabe de que inconscientemente Trotsky está suplantando el contenido de la sociedad de transición (socialista) con el de la sociedad comunista! Alto desarrollo técnico, alta cultura para todos y una solidaridad generalizada en el pueblo –lo que supone la no existencia de clases-, son atributos no de la sociedad de transición, sino del comunismo. Trotsky incurre en un error teórico del que no era ajena la mayoría de los dirigentes bolcheviques –incluyendo en algunas ocasiones también a Lenin. Gran parte de los debates que continuaron teniendo lugar en el seno del bolchevismo tras la derrota de Trotsky en el invierno de 1924-1925, fueron estériles por cuanto se basaban en problemas nominalistas sin ningún contenido real, como el de diferenciar –tal como hace Trotsky en esta cita– entre “triunfo del socialismo” y “triunfo definitivo del socialismo”, como si el triunfo definitivo del socialismo, o sea, la culminación de la sociedad de transición, fuera otra cosa diferente del comunismo. Observadas las cosas desde este punto de vista, comprobamos que la teoría de la Revolución Permanente, por cuanto consiste en la conquista inmediata de las fuerzas productivas en posesión del capital a escala global –pues cuantas más sean las interposiciones que sufra en este cometido, mayores serán las probabilidades de derrota-, supone, en el fondo, la invitación al proletariado para que dé un salto directo desde el capitalismo hasta el comunismo, lo cual la coloca más cerca del anarquismo que del marxismo. El dominio de la problemática de las fuerzas productivas en el pensamiento de Trotsky le lleva a identificar el objetivo de la emancipación del proletariado con la apropiación de esas fuerzas económicas, olvidándose de toda la compleja problemática sociológica que plantea Marx en su Crítica del Programa de Gotha , donde concede a la emancipación del proletariado el sentido del proceso de apropiación de sus condiciones de existencia, a diferencia del economicismo trotskista que se remite a la apropiación de sus medios de existencia.

“La debilidad de la economía soviética, además del atraso que heredó del pasado, reside en su aislamiento actual, esto es, en la imposibilidad en que se halla de utilizar los recursos de la economía mundial no ya sobre las bases socialistas, sino por medios capitalistas, en forma del crédito internacional bajo las condiciones normales y de la ‘ayuda financiera' en general, que desempeña un papel decisivo con respecto a los países atrasados.” ( Ibíd ., p. 33).

Cfr ., STALIN: Op. cit., p. 397.