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EMPLEO

TRABAJO Y CAPITAL

CENTRO DE ASESORAMIENTO Y ESTUDIOS SOCIALES (C.A.E.S.)

Atocha 91 - 21 - 28012 MADRID - Tlf. 4.29.11.19 - Fax - 4.29.29.38

INDICE

1.- EL DESEMPLEO

- Estado Español

- Europa

- Estados Unidos

2.- EL TRABAJO

- ¿Qué es el trabajo?

- La subordinación del trabajo al capital

- El trabajo es una noción histórica y social.

3.- ¿FIN DEL TRABAJO?

4.- ALTERNATIVAS AL DESEMPLEO

- Neoliberales

- Socialdemócratas

- El Marxismo "rápido"

5.- OTRAS ALTERNATIVAS

- El reparto del tiempo del trabajo

- Voluntariado y empleo

6.- A MODO DE CONCLUSION

- Globalización contra democracia

- La Europa de Maastricht

- La necesidad de una crítica rigurosa

1.- EL DESEMPLEO

ESTADO ESPAÑOL.

La población activa ascendía, en septiembre de 1996, a 16 millones de personas. De ellas, 12,9 millones son personas asalariadas que se subdividen según su situación laboral en 3,5 millones de parados/as, 3,2 millones de eventuales y 6,2 millones de personas con contrato fijo.

A la cifra de parados hay que añadir los contratos a tiempo parcial, que bien pudieran llamarse de paro parcial y que afectan a más de novecientas mil personas, de las cuales 700 mil son mujeres.

Dicho de otra manera, más de seis de cada diez asalariados/as están fuera de una relación laboral regular y suficiente. Eso quiere decir que carecen de recursos y medios de vida estables.

El empleo existente flota sobre un volumen de trabajo invisible, considerado por las encuestas que miden el trabajo como INACTIVIDAD. De las múltiples actividades que engloba esta INACTIVIDAD, la más relevante es la clasificada como labores de hogar. En septiembre de 1995 la realizaban 5,8 millones de personas en España. De ellas sólo dieciocho mil eran hombres, el resto mujeres. Si las mujeres decidieran incorporarse al mercado de trabajo en la misma proporción que los hombres, lo harían por la vía del desempleo y el número de parados pasaría a ser superior a 7 millones, es decir, el 37% de la nueva población activa.

Las dimensiones del desempleo y la precariedad en el Estado Español, sus características estructurales (800.000 personas paradas no han trabajado nunca, 700.000 llevan paradas más de tres años, 900.000 hogares tienen a todos sus miembros adultos desempleados, 1,6 millones de personas paradas no reciben ningún tipo de prestación o subsidio, la presencia de la mujer en el mercado de trabajo es un 50% inferior a la del hombre), a lo que se suma el recorte constante de la protección al desempleo, determinan un crecimiento de la pobreza laboriosa con carácter masivo, que afecta en la actualidad al 15% de la población total.

A finales de 1996 había 12,5 millones de personas ocupadas, es decir, prácticamente el mismo número que en 1975, veinte años atrás. Sin embargo el Producto Interior Bruto (PIB) se ha multiplicado por tres en el mismo período.

En los últimos diez años el paro en España no sólo es masivo sino también irreversible. Ni siquiera en el quinquenio 1985/1990, en el que la economía española creció a doble velocidad que la media europea, el paro descendió por debajo de los 2,5 millones de personas.

El desempleo no sólo no se soluciona sino que tiende a agravarse. Sin embargo esto queda oculto por la rotación que suponen los empleos eventuales, que afectan cada vez a más personas (36% del total de los contratos), así como al aumento rápido de los contratos a tiempo parcial (10% del total de contratos).

EN EUROPA

A pesar de que la tasa media de desempleo En Europa (11% de la población activa, 18,3 millones de personas) es la mitad que en España, el problema presenta una tendencia igualmente desalentadora. Según Lluis Finá, en los últimos veinticinco años el número de parados se ha multiplicado por cuatro en Europa. Entre 1991 y 1994, el número de desempleados ha crecido en los países de la Unión Europea en seis millones.

Las políticas implementadas desde Maastricht (liberalización de los mercados de trabajo, políticas activas sobre parados de larga duración, apoyo a iniciativas locales de empleo, grandes redes transeuropeas de transporte, etc.) han fracasado.

Las fuertes caídas del empleo agrario no han sido absorbidas por la escasa creación de empleo industrial ni por la importante, pero insuficiente, creación de empleo en el sector servicios.

En opinión de Percy Barverik, de Asea Brown Bovery, los trabajadores industriales y de servicios a la industria pasarán en los próximos veinte años en Europa del 35% del total de la población ocupada, al 25%. Esto supondrá que la tasa de paro del 10% actual puede llegar al 25%.

EN EE.UU

En la economía paradigma del modelo occidental, según Jeremy Rifkin, existe un 5,5% de desempleo. Sin embargo, a este porcentaje hay que añadirle un 7% de contratos a tiempo parcial (y esto sin contar a los parados que han dejado de buscar empleo, llamados parados desanimados). A pesar de que la productividad ha aumentado en la industria un 35% entre 1979 y 1992, el empleo ha disminuido en dicho sector en un 15% en el mismo período.

La agricultura, que ocupaba el 60% de la población en 1850, da trabajo en 1995 al 2,7% de la población. Esta transformación tiene su origen en la mecanización y automatización masivas de la producción agrícola, además de la implantación de la biotecnología, que en 1995 ya tenía patentes de miles de microorganismos y de seis animales.

Durante más de 40 años el sector servicios ha absorbido en EEUU las pérdidas de empleo de la industria y la agricultura. Pero en la actualidad, una buena parte de dicho sector servicios está al borde de un vuelco como el experimentado en los otros sectores, donde el empleo descendió durante años al tiempo que la producción aumentaba.

Los avances tecnológicos son ahora tan rápidos que las empresas pueden desprenderse de más trabajadores que los que necesita contratar para la implantación de las nuevas tecnologías o para sostener la expansión de las ventas.

La tendencia del desempleo es creciente en EEUU en las últimas cuatro décadas. La variación de porcentajes es la siguiente: 4,5% de desempleo en la década de los cincuenta; 4,8% en los sesenta; 6,2% en los setenta; 7,3% en los ochenta y 6,6% en los noventa.

En este contexto, en EEUU aumentan las diferencias entre ricos y pobres. Los activos netos de las familias más ricas (834.000 familias, el 11% del total) ascienden a 5,62 billones de dólares mientras que los activos netos del 90% restante suponen 4,82 billones de dólares.

Una nueva élite profesional de casi cuatro millones de personas (4% de la población ocupada) gana más que el 50% inferior de la población ocupada total.

El escalón más bajo del mercado laboral proporciona servicios directamente al eslabón superior de profesionales de élite. Camareros, cocineros, vendedores, dependientes de comercio, limpiadores, personal de servicio de los hoteles, cuidadores de niños o ancianos, personal de limpieza y seguridad de residencias y edificios de oficinas, trabajadores de hospitales y colegios. Casi 37 millones de estadounidenses vivían en la pobreza en 1992. El 40% son niños.

La visión de Schumpeter del capitalismo como "una turbina de destrucción creadora", se tambalea ante los hechos de las últimas décadas. Esta afirmación supone que cada revolución industrial ha creado más puestos de trabajo que los que ha destruido al implantarse.

La teoría de la "corriente descendente" (Trickle Down), como mecanismo de difusión de los beneficios económicos que las innovaciones tecnológica generan, primero para los empresarios y después para los trabajadores y toda la sociedad, tampoco está avalada por la realidad.

A la introducción de tecnología a favor del capital hay que añadir la globalización de la economía. El desmantelamiento de las barreras comerciales y la apertura de nuevos mercados que teóricamente generarían nuevas reservas de demanda, crecimiento y prosperidad, no producen tales efectos. Según Rifkin, el crecimiento de los mercados globales viene acompañado de paro y precariedad al incorporarse nuevas tecnologías destructoras de empleo por exigencias de la competitividad. Los nuevos mercados reproducirán de forma ampliada la pobreza y dualización social de Occidente.

 

2.- EL TRABAJO

Hablar de desempleo implica hablar de trabajo. Pero necesitamos definir bien esta categoría para poder captar las dimensiones de la falta del mismo y poder enjuiciar las distintas propuestas que existen en la sociedad ante el problema del desempleo.

¿QUÉ ES EL TRABAJO?

Trabajo es todo gasto de energía humana destinado a resolver necesidades. El trabajo es una relación de mediación de los seres humanos tanto en la naturaleza como en la sociedad. Los seres humanos empiezan a diferenciarse de los animales desde el momento en que empiezan a producir sus medios de subsistencia. En la medida que producen sus medios de subsistencia producen indirectamente su propia vida material.

Como creador de valores de uso, como trabajo útil, el trabajo es, independientemente de todas las formaciones sociales, condición de la existencia humana, necesidad natural y eterna de mediar el metabolismo que se da entre la persona y la naturaleza y, por consiguiente, de mediar la vida humana.

En la relación de intercambio de las mercancías, el valor de cambio se pone de manifiesto como algo independiente de sus valores de uso. Si se hace abstracción del valor de uso que tienen los productos del trabajo, se obtiene su valor. Ese algo común es lo que hace posible que distintas mercancías, distintos valores de uso, sean intercambiables en base a una unidad común: el trabajo acumulado que contienen. Ese algo común que se pone de manifiesto en la relación de intercambio de las mercancías o, dicho de otra manera, en el valor de cambio de las mismas, es su valor.

Aunque el origen del valor es el trabajo (tiempo de trabajo socialmente necesario), en el modo de producción capitalista, donde el intercambio mercantil está generalizado, existe un equivalente general que puede intercambiarse con la infinita variedad de mercancías existente. Esta mercancía por excelencia es el dinero.

Al igual que en la religión, dios como producto de la mente humana se cosifica y parece que es él el creador de los seres humanos, en el modo de producción capitalista los productos del trabajo humano (dinero-capital) cobran vida propia y parece que son ellos los que crean el trabajo.

En la sociedad mercantil, al hacerse habituales las proporciones en las que se intercambian las mercancías, los precios, parece que dichos precios dependen de la naturaleza de los objetos. Aparece sólo el precio y no las relaciones sociales que determinan la formación de ese precio. Es relevante lo cuantitativo, pero no lo social que se esconde tras esa apariencia naturalizada.

LA SUBORDINACION DEL TRABAJO AL CAPITAL

El trabajo es, como origen del valor, en el modo de producción capitalista, una mercancía peculiar. Por un lado es la única mercancía capaz de generar un valor superior a su coste de adquisición. Por otro lado la fuerza de trabajo es una mercancía peculiar. A diferencia del resto de mercancías que se incorporan al proceso productivo separadas de su anterior propietario, el trabajo humano ingresa en la producción unido al cuerpo humano que le sustenta. Para extraer el máximo de plusvalor de la fuerza de trabajo, el capital necesita subordinar todas las determinaciones que no sean estrictamente mercancía, es decir necesita disciplinar a la persona que sustenta la fuerza de trabajo.

La producción capitalista adopta dimensiones sociales y se despoja de todo carácter individual. El capitalismo se constituye en una potencia impersonal y todos los factores y personas actúan como funcionarios suyos. Las relaciones sociales en el capitalismo, no consisten sólo en la imposición de los intereses de una clase social, sino también en una red atravesada por una lógica en la que cada nudo actúa como receptor, pero también como emisor de la misma. Esto no excluye la existencia de beneficiados y perjudicados por esa lógica.

En el modo de producción capitalista, sin más fin que la generación de plusvaor, la producción por la producción misma impregna el trabajo que, desprovisto de finalidades sociales, se convierte por la influencia religiosa en un fin en sí mismo.

A pesar de la apariencia de igualdad entre los llamados agentes sociales (trabajadores y empresarios), los trabajadores se encuentran en una posición de subordinación respecto al capital. En las sociedades modernas, casi nadie produce los valores de uso que necesita para subsistir. La mercancía fuerza de trabajo necesita, para realizarse, obtener una renta, que en el mercado de trabajo es un salario. Para realizarse el trabajo vivo (salario), necesita incorporarse al proceso productivo, controlado y dirigido por el trabajo muerto (capital). El capitalista consume la capacidad de trabajo del trabajador/a y por lo tanto la vigila y exprime. Cuánto más se acrecienta el volumen del capital, más aumenta la supremacía de éste sobre el trabajo, más se subordina lo humano y lo social del trabajo a las determinaciones del capital.

La producción capitalista no está sujeta a limitaciones predeterminadas ni definidas por necesidades sociales. Se produce lo que se puede vender con beneficio, lo que tiene demanda solvente. Puede haber demanda solvente de comida para perros y por lo tanto se atenderá dicha demanda. Simultáneamente puede no haber demanda solvente, es decir poder adquisitivo de las personas sedientas o hambrientas, para agua potable o alimentos. Al no ser solvente esta demanda, no se atenderá por el mercado. Puede haber una oferta competitiva y a muy buen precio de teléfonos móviles y al mismo tiempo no haber viviendas para que los jóvenes se independicen.

El trabajo, subsumido en el capital, es indiferente a las finalidades de la producción. Da lo mismo producir energía nuclear, que minas antipersonales, o el ABC. El sindicalismo, por lo general, comparte la indiferencia hacia dichas finalidades Lo único importante , para el sindicalismo, es la renta, el status y la seguridad personal de los trabajadores.

Esta indiferencia por las finalidades estalla amargamente cuando la "decencia" del trabajador/a que se ha esforzado toda una vida al servicio de la empresa, se ve recompensada con la extinción de su contrato porque al capital ha dejado de serle útil. El desprecio a sus conocimientos profesionales, a su entrega y a su vida, y un futuro de marginación en el que previsiblemente será acusado de parásito consumidor de subsidios, son el brusco despertar de una vida de trabajo al servicio del capital, en la que el fin no ha sido ni la construcción de la sociedad ni su desarrollo como ser social.

En el capitalismo, la producción está contrapuesta a los productores y hace caso omiso de estos. El trabajador/a real es un simple medio de producción. La riqueza material es un fin en sí mismo y su desarrollo está en contraposición con quienes la producen. El aumento de productividad implica el máximo de producto con el mínimo de trabajo humano. Esta regla es independiente de tal o cual capitalista, es una ley tanto más férrea cuanto más globalizada o mundializada esté la producción capitalista.

El producto por excelencia de la producción capitalista es el plusvalor, por tanto, sólo es productivo aquel trabajo, aquel trabajador, susceptible de producir plusvalor. El resto del trabajo, de los trabajadores, quedan al margen sean cuales sean las consecuencias.

En resumen

El capitalismo y el proceso de trabajo capitalista se presentan no como una relación social y por lo tanto política, sino como una relación técnica. Se oculta la subordinación del trabajo al capital y también la naturaleza del trabajo como un hecho constitutivo de la sociedad. Sin trabajo no habría sociedad y menos aún capital.

El capital aparece como el principio de valorización de las relaciones sociales. Siendo el capital un elemento parasitario del trabajo, esta realidad aparece invertida y el trabajo se visualiza como un elemento parasitario del capital. La apariencia de que el empresario crea puestos de trabajo, oculta la realidad de que es realmente el trabajo el que crea puestos de empresario.

Sin embargo, en la actualidad, parece que lo que valoriza no es el trabajo sino el capital, por lo tanto el capital se nos presenta como una entidad autónoma. La universalidad de esta mistificación, aparece como si fuera producto de leyes naturales.

Ya todo se subordina a las "leyes naturales" del capital. La ciencia, la naturaleza, la sociedad y la vida. El capital es el único y exclusivo principio de realidad de los individuos.

Cuando hablamos de trabajo en estas condiciones, estamos hablando de trabajo expresado en términos de mercancía, de precio, es decir, de capital. En el capitalismo global con la gestión neoliberal de la fuerza de trabajo y la inhibición de la política en la protección del trabajo frente al capital, estamos en la fase de subsunción real del trabajo en capital. El trabajo desprovisto de su dimensión humana, de su protagonismo en la cohesión social, es capital.

Esta mistificación no es un hecho gratuito sino que contiene enormes consecuencias al ocultar el proceso verdadero de constitución de la sociedad actual presentándolo invertido.

Según esta visión, el capital es el único factor que produce el progreso de las naciones. La fuerza de trabajo es un bien público socializado que existe porque existe el capital. La condición para el desarrollo del trabajo, de las personas y de las sociedades, es el desarrollo del capital.

La superación de este "encantamiento" de la realidad no depende de ninguna ley de la historia, al igual que su origen tampoco obedece a ninguna ley natural.

La superación del capitalismo, al igual que su constitución, dependen de la política, de la fuerza. La superación del capitalismo no depende de su maduración, de su desarrollo, a la espera de que detrás esté el socialismo. El socialismo es la superación de la extrañación de los individuos, un orden regido por la libertad en el que nadie sea instrumento de otro. Esto no se consigue desde dentro de la lógica capitalista sino desde fuera de la misma, impidiendo su despliegue e incorporando valores y dinámicas comunitarias en esta confrontación.

EL TRABAJO ES UNA NOCIÓN HISTÓRICA Y SOCIALMENTE CONSTRUIDA

El origen del concepto actual de trabajo está en los economistas clásicos, en particular en Adam Smith. A través de su obra se visualiza la transición de la economía desde su consideración como una rama de la filosofía social a la economía como una ciencia con leyes propias y naturales.

Adam Smith pasa de concebir el orden social basado en la riqueza de las naciones, cuyo origen es el trabajo, a concebir el orden social dependiente de la riqueza, es decir, del capital.

El trabajo humano pasa de ser el sujeto de la riqueza a ser un simple medio para conseguirla. A partir de aquí se desarrolla la naturalización de la economía y su conversión en ciencia en base a los siguientes postulados.

! Los intereses de los individuos son simétricos a los intereses generales. La persecución de sus propios intereses por parte de todos los individuos es la clave para la riqueza de las naciones.

! La libertad no es creatividad sino proyección de la naturaleza humana. La naturaleza humana, desde esta visión, es un trozo de naturaleza. No hay diferencia entre los cuerpos físicos y los cuerpos humanos en tanto en cuanto ambos siguen sus propias leyes naturales.

! La clave del progreso es la riqueza, no el trabajo. Con esto se establece una jerarquía en las distintas naturalezas. El protagonismo corresponde a los dueños de capital.

! Ser rico no es un hecho social sino natural, debido a la suerte, a una herencia, o al ascetismo de quien trabaja mucho y gasta poco.

Para Adam Smith el buen gobierno consiste en que todas las cosas sigan su curso. La política debe captar las leyes naturales para adaptarse a ellas y así conseguir el mejor orden social posible, que es aquel en el que todos los cuerpos siguen sus inclinaciones.

Se supone que al perseguir sus propios intereses las personas construyen, sin saberlo, el orden social. La representación de la persona, destaca un deseo como el más relevante, el deseo de adquisición y posesión, el deseo que se realiza en la esfera del comercio.

Así el egoísmo privado (sobre todo de los empresarios) construye el orden social. Vicios privados, públicas virtudes. Todo ello organizado por una mano invisible que representa las leyes que ordenan el mundo.

El concepto de "interés de clase" como una fuerza ontológicamente llamada a la liberación del proletariado, es tributaria de esta visión naturalizada de Adam Smith. Esta visión da al trabajo una dimensión no sólo de creación de riqueza y transformación de la naturaleza, sino también de desarrollo individual y de construcción social.

La dimensión de crecimiento individual o producción de sí mismo, por parte del trabajo realizado por el trabajador, es variable según la proximidad de su trabajo con la creación de bienes de uso de utilidad social y la cercanía con los usuarios de dicho producto. Esta dimensión explica la identificación de muchos trabajadores con su trabajo y la cooperación en el proceso productivo más allá de la motivación salarial. Sin embargo, en el período que nos toca vivir, la versatilidad, fragmentación y alienación de la mayor parte de los trabajos, produce una indiferencia respecto al contenido concreto del trabajo. El trabajador está predispuesto (y a menudo obligado) a cambiar de actividad, o bien por fin del contrato o bien por una actividad mejor remunerada. En cierto sentido, al igual que para el capital, la obtención de una renta monetaria es el motivo central del trabajo para la mayoría de los trabajadores.

El trabajo humano carente de cualidad y contenido es una abstracción producto de una época histórica. El trabajo es el medio para crear la riqueza en general y ha dejado de adherirse al individuo como una particularidad suya.

El capitalismo separa la fuerza de trabajo de su poseedor, el trabajador. El modo de producción capitalista necesita disciplinar al cuerpo que representa la fuerza de trabajo para que ninguna dimensión humana o social distorsione el comportamiento de la fuerza de trabajo como una mercancía.

De la tensión entre la expresión del trabajo como una mercancía, es decir en términos de dinero, y la expresión de las lógicas no mercantiles presentes en el trabajador, resulta la aparición del trabajo como capital o como vida.

Lo esencial es pues, desvelar el conjunto de factores políticos que explican la actual expresión de trabajo en términos de dinero.

Debemos saber por lo tanto de qué estamos hablando cuando hablamos de trabajo.

Al hablar del trabajo hablamos de muchas cosas. Hablamos de capital, de obtención de rentas, status y protección, de autodesarrollo individual, de integración social, de pertenencia y cohesión. Todo esto está dentro del trabajo. Es necesario precisar a qué nos referimos.

La prueba de que hoy el trabajo está subsumido en el capital la aporta su inexistencia en los fines de la economía. La economía moderna sólo tiene fines abstractos, cuantitativos, racionales. Las condiciones de la moneda única de Maastricht son todas abstractas: tipos de interés, inflación, déficit y deuda pública, paridad de las monedas. Ya, ni se promete que cumpliendo estas condiciones los fines humanos serán satisfechos. Al revés, llegados tras sangre, sudor y lágrimas a la moneda única, los sacrificios para mantenernos dentro serán aún mayores. No hay propuestas humanas y positivas. La economía nos propone solo metas abstractas y amenazantes. Debemos cumplir estas condiciones, que son números, porque si no nos ocurrirán desgracias aún mayores.

Estamos dentro de una jaula de hierro donde todos somos funcionarios del capital. El interés privado es garantía de sociabilidad, el objetivo es la riqueza y los horrores cotidianos no tienen relación con esta lógica. Lo sentimientos son buenos pero irresponsables para la construcción de la realidad que es competencia de la economía.

La libertad es perseguir los propios intereses dentro del mercado y la democracia es el sistema político que garantiza que esto funcione siempre así. El trabajo está también prisionero de esta lógica.

 

3.- ¿FIN DEL TRABAJO?

Como origen del valor, no es posible hablar de fin del trabajo. El trabajo es la única fuente del valor. La multiplicación de la fuerza productiva del trabajo, mediante los avances técnicos, es lo que permite que este sea cada vez más fecundo y pueda crearse más riqueza con menos tiempo de trabajo humano.

Lo que podría ser una liberación para todos/as, en cuanto a producir lo necesario con pocas horas de trabajo, se convierte, en el paradójico mundo de hoy, en una inmensa capacidad de creación de pobreza y exclusión como contrapunto de una enorme opulencia. Nunca ha habido tanta riqueza pero tampoco tanta pobreza.

Tampoco puede llamarse fin del trabajo a la utilización flexible de la fuerza de trabajo de la mayor parte de la población asalariada que entra y sale del mercado adaptándose a los desequilibrios del proceso mercantil. Hoy en el estado español tiene ocupación el mismo número de personas que hace veinte años. Con la flexibilización del mercado de trabajo, se repartirá el paro, aumentará la rotación de las personas entre el paro, la ocupación y el trabajo (o el paro) a tiempo parcial. Disminuirá el número de parados y aumentará la población ocupada.

La masa total de trabajo de la sociedad no debe confundirse con la parte de la misma que está en el mercado de trabajo. El trabajo doméstico, realizado en exclusiva por las mujeres, supone según últimas estimaciones el doble del PIB actual. Ese trabajo aumenta constantemente en base a la involución de las prestaciones sociales que desplazan al interior del hogar la solución de una enorme cantidad de necesidades.

Por otro lado la debilidad sindical y la indefensión de los trabajadores precarios, hace que se produzca una gran cantidad de trabajo no pagado, mediante la prolongación gratuita de la jornada, el meritoriaje y los aumentos de los ritmos.

El trabajo sumergido masivo junto con la proliferación de los servicios personales como prestaciones de los asalariados menos cualificados a los sectores profesionales de alta remuneración (cuidar jardines, piscinas, limpieza, trabajo doméstico, cuidado de niños, vigilancia, etc.) nos hacen volver a los viejos buenos tiempos de finales del siglo XIX cuando en Inglaterra el 14% de las ocupaciones eran de criados y servicios personales.

La mayor parte de este trabajo es sumergido. Este factor, junto al papel protector de la familia y la dotación de dos billones de pesetas en subsidios y prestaciones, explican que aquí no haya una guerra civil. El aumento de la delincuencia y la multiplicación por tres de la población penal en los últimos quince años, marcan el camino de otros países como EEUU, donde la gran pobreza es masiva y se produce ya una guerra civil molecular.

Los más de dos millones de autónomos, pequeños empresarios sin asalariados y miembros de cooperativas, deben realizar a menudo, para sobrevivir desde su pequeña escala en un entorno de competencia feroz de los grandes, jornadas laborales de catorce horas.

Lo que se produce en la sociedad actual es más bien una redistribución y redefinición del trabajo. Por un lado una élite de profesionales de calidad total, que según López de Arriortúa, al igual que el león y la gacela en las praderas deben estar ya corriendo cuando amanece para sobrevivir, trabajan a "full time" con altos salarios. Este segmento dinámico da trabajo a un número indeterminado, pero muy grande, de personas expulsadas o no introducidas en el mercado de trabajo. Estos puestos de trabajo, la mayoría sumergidos, junto con empleos como repartidor, dependiente, mensajero y, sobre todo, vigilantes (para defendernos de los parados) constituyen las actividades en las que se crean nuevos empleos. Paralelamente se destruyen empleos fijos en el sector estable con baja cualificación profesional.

El trabajo no es escaso, sino sobreabundante. Ahí están los tres millones y medio de parados y los más de novecientos mil contratos a tiempo parcial que declaran en la Encuesta de Población Activa haber aceptado ese contrato ante la inexistencia de un contrato a jornada completa. Si toda esta gente aceptara trabajar por el salario, las condiciones y en el lugar que le propusieran las empresas, desaparecería el 80% del paro.

Tampoco podemos hablar de fin de la sociedad salarial, o de la relación salarial, cuando las condiciones de vida de la mayoría de la población asalariada está cada vez más dramáticamente marcadas por el trabajo, por su baja calidad, por la escasez del mismo creada por los empresarios, por su baja remuneración. )Qué vida puede llevar una persona que sólo trabaja cincuenta horas al mes, cuando la vivienda, alimentación, transporte y vestido suponen el doble de esos ingresos? (salvo que okupe viviendas con otros, se cuele en los transportes públicos y mangue en El Corte Inglés).

Nunca el trabajo ha condicionado de manera tan brutal la vida de las personas. Nunca hemos estado en una sociedad salarial más pura.

Lo que tiende a acabarse es el empleo fijo para toda la vida, para los varones y con un salario que permita un alto consumo para toda la familia, además de protección social y status estable.

Lo nuevo es la falta de protección, la colocación de la responsabilidad individual en lugar de la social ante la supervivencia de las personas, la precariedad, el riesgo. Esta novedad, dramática ciertamente, lo es no sólo para los trabajadores del estado español, sino que parece serlo para la mayoría de los trabajadores europeos. Sin embargo es la situación normal de ahora, de antes y de siempre para los trabajadores de la mayor parte del resto del mundo. Más aún, el capitalismo con rostro humano que ha permitido, y permite, un alto nivel de consumo (en descenso) de los trabajadores europeos tiene como origen la explotación manu militari y la exclusión social de centenares de millones de trabajadores de los países de la periferia.

El trabajo está cambiando en el sentido apuntado. En manos de los empresarios que ostentan la propiedad de los puestos de trabajo, es escaso e insuficiente para subsistir. Sin embargo la cultura oficial, incluida la sindical, sigue poniendo el trabajo como centro de realización individual y de pertenencia social. A la situación de desempleo y eventualidad masivos sin prestaciones o subsidios, se le llama fractura social.

Es necesario sortear esta trampa pero sin caer en otra parecida. Salir de la exclusión que produce el paro y la precariedad, no justifica pedir la exclusión que produce una vida para el trabajo y el consumo, al margen y a costa de la dimensión humana y social de cada persona.

El pleno empleo, tal como lo hemos conocido, es imposible. Las nuevas tecnologías expulsan trabajadores del proceso productivo, incluido el sector servicios. Europa y EE.UU. pierden empleos en la actual economía globalizada. El volumen de desempleo, oficial y encubierto, es tan descomunal que el crecimiento económico que pudiera absorverlo es imposible.

Además no es necesario. El tiempo de trabajo socialmente necesario para producir lo básico se reduce constantemente. Tampoco es deseable. Un modelo productivista, depredador, basado en el saqueo del Tercer Mundo y en la complicidad con el capitalismo, no puede ser un objetivo de emancipación.

Por último, el pleno empleo que hemos conocido no resuelve el desarrollo humano de las personas, ni la construcción de un vínculo social, dada la despolitización y la ausencia de voluntad general de tejer ese vínculo social. Es decir, el pleno empleo también contiene una fractura social.

Desde la dejación de la construcción de la sociedad como una actividad política propia de los partidos, hasta el consumo ilimitado como modelo de bienestar, pasando por la superstición de que los intereses de la clase obrera conducen al paraíso, el pleno empleo y su sistema político, no sólo son indeseables sino condenables, porque además han posibilitado la situación actual.

Resumiendo. Estamos ante el fin de un sistema concreto de regulación de la producción capitalista y de una representación simbólica del trabajo. Con dicho sistema también entran en crisis las representaciones de la clase obrera sustentadas en él.

Las causas de esta crisis no son económicas o tecnológicas sino políticas. La impotencia de las organizaciones obreras no sólo se explica por la fortaleza del capital, sino también por la debilidad de sus propias concepciones y estrategias.

La subordinación de las relaciones sociales a la economía y la apropiación en exclusiva de los aumentos de productividad por parte del capital son la causa de la precariedad y el aumento de la diferencia en el seno de la sociedad.

Cualquier alternativa que obvie el problema político que se esconde tras estos procesos, está condenada a quedarse en el terreno de las buenas intenciones, o lo que es peor aún ser la base de apuestas imprudentes cuando no cómplices. La confianza en el poder expansivo y liberador del trabajo, es pura teología que se podrá mantener indefinidamente a condición de que la práctica militante nada tenga que ver con ella.

El trabajo no se acaba, se mercantiliza, se precariza, se hace transparente a la oferta y la demanda, se deshumaniza, se hace calculable, racional.

 

4.- ALTERNATIVAS AL DESEMPLEO

Distintas concepciones del trabajo dan origen a distintas alternativas frente al problema del desempleo. Veamos las principales.

EL DISCURSO NEOLIBERAL

Desde la óptica neoliberal el problema de la crisis consiste en que los pobres tienen demasiado dinero y los ricos demasiado poco dinero. Es necesario, pues, hacer aún más transparente la mercancía fuerza de trabajo. Es decir hay que eliminar el peso de cualquier determinación que obstaculice que la Fuerza de Trabajo se comporte según las leyes de la oferta y la demanda. Si habiendo tres millones y medio de parados no descienden los salarios como para que los empresarios, ante la perspectiva de beneficio, se animen a invertir y crezca la economía, esto se debe sin duda a los elevados y duraderos subsidios de paro que impiden que los parados acepten una colocación por debajo de los mismos. Los subsidios de paro aparecen por tanto como los verdaderos causantes del paro.

Si la resistencia sindical a rebajar los salarios, abaratar los despidos o aumentar las jornadas impiden la inversión empresarial, los sindicatos que no se plieguen a la racionalidad del mercado son enemigos del progreso y al igual que los trabajadores fijos, son los responsables de que haya tanto paro.

Esta lógica se refuerza con la participación en los procesos de globalización económica y la consiguiente apertura de las economías. La de intervención estatal para desarrollar la economía mediante políticas de redistribución e inversión pública para potenciar el empleo y el consumo, será la causa de la crisis por la consiguiente pérdida de competitividad. Los "mercados" castigarán a la economía que no ponga por delante la estabilidad monetaria.

La decisión política de pertenecer al proyecto de construcción europea basado en la moneda única, se presenta como coartada para avanzar por el único camino de rebajar los costes salariales directos e indirectos. Se trata de un progreso cuya condición es el empobrecimiento de millones de personas pero que, eso sí, también produce la prosperidad de muchos.

A pesar de lo paradójico que resulta un proyecto social regido por el beneficio privado que ya ni siquiera promete pensiones, ni empleo, ni vivienda, no se oyen voces que pidan cuentas a esta sinrazón.

Como ya se da por sabido que los cambios tecnológicos y de gestión, así como la globalización económica, requieren cada vez menos trabajo para producir mayor cantidad de riqueza, aparece la noción falaz de que el trabajo es un bien escaso y que por lo tanto, hay que repartirlo.

Desde esta doctrina los mecanismos de reparto consisten en la temporalidad y precariedad de los contratos, el trabajo (o paro) a tiempo parcial, los expedientes de regulación de empleo o de jornada y la variación del concepto de empleo como "lugar" en la empresa por el de actividad flexible que los individuos realizan libremente según las necesidades de la empresa.

No se trata de un modelo postsalarial sino de un modelo salarial en el que los paradigmas como la propiedad del puesto de trabajo, la regularidad de la jornada y las retribuciones y la negociación colectiva, se disuelven dando paso a una nueva versión de la solidaridad entre estables y precarios: todos precarios.

En estas condiciones, la formación de los precios de la fuerza de trabajo obedece fielmente a la oferta y la demanda de trabajo. Si el volumen de trabajadores es mayor que los puestos de trabajo: los salarios deben caer y así la economía crecerá y con ella la prosperidad general.

Los factores de distorsión de la transparencia de la fuerza de trabajo (actividad sindical reivindicativa, prevención de la fatiga, de los accidentes y enfermedades profesionales, de la exclusión social, del derecho a la vivienda, a un salario digno, a la libertad de expresión, de sindicación, etc.) son cosas que están bien porque estamos en una democracia, pero lo principal es que para que la economía, y por lo tanto la sociedad, funcionen es necesario que se pospongan para un mejor momento, siempre futuro. La alternativa representada por la Unión Europea nos ofrece resolver estos problemas aumentando el papel del beneficio privado en la construcción de la sociedad y forzando con nuevas reformas laborales a que el trabajo humano se comporte como una mercancía que pueda usarse según las inestabilidades de la economía de mercado. La eliminación de las leyes, garantías y coberturas sociales que protegen el trabajo humano deben crear las condiciones para que la necesidad obligue a las personas a comportarse como mercancías.

La adaptación del sindicalismo a esta lógica (globalización, Maastricht, competitividad y democracia como sistema político que posibilita todo esto) se llama modernización sindical.

EL DISCURSO SOCIALDEMÓCRATA

A pesar de partir en sus documentos fundacionales de la necesaria abolición del trabajo asalariado, la socialdemocracia otorga al trabajo un carácter expansivo, de desarrollo individual, de generación de riqueza y de progreso social.

En lugar de luchar por suprimir la esclavitud a tiempo parcial que significa el trabajo asalariado, los socialistas lo convierten en el vehículo para una sociedad libre (la asociación de productores) y justa.

Esta doctrina implica la ocupación del Estado para garantizar el pleno empleo y el crecimiento económico que conducirá necesariamente al socialismo.

La socialdemocracia, con su fe en el progreso, nos aconseja tanto desde el gobierno como desde la oposición, que dado que tras el capitalismo vendrá el socialismo, lo mejor es estimular el desarrollo capitalista, eso sí reclamando algunas vendas para tapar las heridas más brutales. Este enfoque es compartido por los partidos de izquierda y los sindicatos mayoritarios al asumir en la práctica todos los valores del capitalismo: crecimiento económico, competitividad, productividad, Unión Europea de Maastricht, etc.

El desarrollo de esta visión naturalizada ha conducido al socialismo real (capitalismo dirigido por la vanguardia del proletariado). También al socialismo actual, que disputa el timón del sistema a los liberales, con diferencias de programa que van poco más allá de una vaga y nostálgica retórica Keynesiana. Puesto que el capitalismo es invencible, desarrollémoslo al máximo para llegar antes al socialismo.

EL MARXISMO RÁPIDO

Desde la óptica de las lecturas superficiales del marxismo se asigna al Trabajo un papel estratégico y una potencia constituyente en el progreso de la sociedad. Estas lecturas unilaterales del marxismo, que desgraciadamente han sido las dominantes en generaciones de comunistas, consideran las relaciones de producción entre capital y trabajo como el centro del análisis. La explotación a la que se ve sometida la fuerza de trabajo, constituye la garantía de exterioridad de los asalariados al proceso de producción capitalista.

Según esta interpretación, el antagonismo entre beneficios y salarios, otorga al trabajo una potencialidad liberadora estableciendo una conexión natural entre el origen de la renta (salario), la ideología (intereses de clase) y los comportamientos políticos (revolucionarios).

La falta de comparecencia del proletariado como sujeto que asume la construcción de una sociedad alternativa, situa estas nociones en el terreno de la teología más que en el de la política.

 

5.- OTRAS SOLUCIONES

El reparto del tiempo de trabajo

La polémica sobre el reparto del tiempo de trabajo se sustenta en nociones que requieren ser criticadas. Una de ellas es la identificación entre trabajo y empleo, otra la de considerar al trabajo como un bien escaso.

TRABAJO NO ES LO MISMO QUE EMPLEO

El trabajo es todo gasto de energía humana tendente a satisfacer necesidades personales y sociales. No todo el trabajo está en el mercado. Las actividades socialmente útiles que se realizan fuera de la relación mercantil, como el trabajo doméstico o cualquier trabajo motivado por el parentesco, la solidaridad o el amor, deben ser tenidos en cuenta a la hora de hablar de reparto del tiempo de trabajo.

Considerar trabajo sólo a la actividad humana que se realiza a cambio de una renta, supone una reducción que condena a la invisibilidad a casi seis millones de mujeres que realizan trabajo doméstico en el Estado español.

Confundir trabajo con empleo, sienta las bases para que el problema del paro aparezca como algo cuya solución sea el pleno empleo asalariado. Esta identificación no sólo contribuye a mantener la subordinación social de las mujeres sino que también impide enfocar el verdadero problema, que no es tanto el reparto del trabajo como el reparto del producto social y la creación de las condiciones políticas necesarias para ello.

EL TRABAJO NO ES UN BIEN ESCASO

Mirando a nuestro alrededor comprobamos la situación de ignominia y carencia de lo más elemental en la que se encuentra la cuarta parte de la humanidad. Habiendo tantas necesidades por cubrir y tantos recursos improductivos, )cómo se puede decir que el trabajo es escaso?.

La falacia que nos presenta el trabajo como un bien escaso se apoya en la irracionalidad del sistema capitalista. En realidad, el trabajo es el que crea el dinero, el capital. Dicho de otra manera, es el trabajador el que crea al empresario. Sin embargo en el mundo capitalista, este fenómeno se presenta al revés. Parece que es el capital el que crea al trabajo. De ahí la frase engañosa: "los empresarios son los que crean puestos de trabajo".

La escasez de trabajo, el paro, tiene su fundamento en la situación política que permite que los empresarios puedan decidir en exclusiva acerca del uso de la riqueza social acumulada. El paro se debe a la potestad de los empresarios para decidir lo que se produce, como se produce, cuándo y dónde. El haber sustraído del debate democrático estas decisiones es la causa última del paro y sobre todo de sus funestas consecuencias, la pobreza y la exclusión social.

UNA TORMENTA EN UN VASO DE AGUA

Todas las opiniones sobre el reparto del tiempo de trabajo que no pongan en el primer plano las condiciones políticas y culturales que permiten no sólo que la sociedad funcione así, sino que además dicho funcionamiento parezca lógico y natural, tienen la ventaja de animar las tertulias pero el inconveniente de tener poca influencia sobre la realidad.

Así, propuestas aparentemente científicas, como la recientemente formulada por Michel Rocard, eurodiputado socialista y ex-presidente del gobierno francés, parecen viables. Rocard propone la reducción del 20% de la jornada sin reducción salarial. El aumento de los costes de esta solución sería financiado por el ahorro en subsidios de paro, el aumento de las cotizaciones sociales de los nuevos empleados y el crecimiento de la productividad marginal debido a la disminución de la fatiga por la menor duración de la jornada.

Todas estas fórmulas llenas de cálculos e hipótesis son pura palabrería. Están basadas en la esperanza de que quien tiene el poder las aplique. Sin embargo no hay síntomas para esperar que los dueños del capital financiero y trasnacional, ese espectro que se nutre de millones de vidas humanas y que se ha constituido en el principal sujeto de la modernidad, tengan propósitos de enmienda y moderen su vertiginosa huída hacia delante.

No hay rastros para suponer que los poderes políticos y culturales colonizados por el poder económico, tengan vocación y recursos para embridar a esas inmensas acumulaciones de poder que suponen las masas de dinero potenciadas por la informática y las telecomunicaciones

Es ingenuo esperar que el poder disciplinario que supone el paro, la pobreza y la necesidad, en manos de los poderosos, para obligar a los humildes a aceptar ser explotados cuando, como y donde decida el capital, vaya a ser cedido gratuitamente a costa de disminuir los beneficios.

Esta polémica contiene un alto grado de ficción porque basta con tener acceso a los medios de difusión para que cualquiera, incluido Felipe González responsable de la mayor catástrofe que han sufrido los trabajadores en el estado español en los últimos 25 años, pueda dar opiniones sobre el reparto del tiempo del trabajo.

El ruido de los debates técnicos sobre la relación entre el descenso de jornada y salario y el aumento de la productividad, contrasta con el silencio de los 3,6 millones de parados, de los 3,2 millones de precarios, del millón de personas que sufren un paro encubierto en base a los contratos a tiempo parcial, del millón de hogares en los que todos sus miembros están en paro, de las casi 50.000 personas encerradas en esos depósitos de sufrimiento que son las cárceles.

He aquí el problema de fondo de esta polémica: Que está en manos de políticos, empresarios e intelectuales de la clase media y no en manos de quienes padecen la falta de trabajo y por lo tanto de salario y medios de vida.

Mientras se produce la discusión ya se está realizando el reparto del tiempo del trabajo que interesa al capital. Los expedientes de regulación de empleo a costa del erario público, el millón de personas con contrato a tiempo parcial, el hecho de que uno de cada 3 asalariados entre y salga constantemente del mercado del trabajo y los 5,8 millones de mujeres que, haciendo trabajo doméstico, reciben por parte de las encuestas el ofensivo calificativo de inactivas, nos enseñan que mientras nosotros discutimos, ellos construyen la sociedad a su medida.

A pesar de que la polémica sobre el reparto de tiempo del trabajo corre el riesgo de quedarse en un ejercicio teórico para una izquierda en apuros, o un recurso de marketing electoral, es preciso reconocer que presenta algunos aspectos de interés.

Por un lado, pone sobre la mesa el hecho de que el paro constituye una realidad tendencialmente irreversible, que la productividad del sistema permite que el producto social aumente con una cantidad menor de trabajo humano, lo cual permitiría que todos vivieramos dígnamente con menos horas de trabajo. Que, en suma, la vida de muchísima gente ha dejado de estar dominada por el tiempo de trabajo y sin embargo las relaciones sociales siguen dominadas por la reproducción del capital.

Olvidar que lo que pasó en Europa entre los años 50 y los 70, se explica por condiciones políticas y económicas que hoy no existen, y que además sólo pasó en Europa, es decir, que el nivel de vida de los trabajadores europeos fue a costa del saqueo del tercer mundo y supuso su acomodación al capitalismo en base a un consumo insolidario e inviable ecológicamente, olvidar todo esto, es olvidar demasiado.

El tiempo de vida no debe estar regido por el tiempo del trabajo. Más bien al contrario, el trabajo es para la vida. Cualquier polémica que separe el tiempo de vida del tiempo de trabajo es buena culturalmente.

Las polémicas sobre el reparto del tiempo de trabajo y el reparto de rentas, sobre el salario social universal y la equiparación de los derechos políticos a los derechos sociales, entre otras, tienen mucho interés para hacer emerger nuevos valores imprescindibles en un proyecto de sociedad más humana. La atención y el apoyo a múltiples experiencias de economía alternativa, social, ecológica y comunitaria, desempeñan también un importante papel en este sentido.

Sin embargo todo esto se quedará en la marginalidad y cumplirá unicamente un papel de apariencia de pluralismo político del sistema, sino se consigue organizar una fuerza que impida que la economía sea el principio rector de la vida social. En esta fuerza tienen un papel insustituible los millones de personas excluidas por la lógica económica.

El problema no es el reparto del tiempo de trabajo sino la situación política que permite que los ricos controlen el trabajo de los pobres. Para que las opiniones sean algo más que palabras, deben estar sustentadas en una fuerza. La fuerza sola no conseguirá más que intercambiar los papeles entre opresores y oprimidos, pero los valores y las razones sin fuerza, sólo servirán como bálsamo para las conciencias sensibles.

VOLUNTARIADO Y EMPLEO

Rifkin, en la obra comentada, analiza el sector de la economía social y voluntaria llamada "tercer sector" (Al margen del Estado y del mercado) en EEUU.

En este país el sector voluntario supone el 6% del PIB y el 9% del empleo total. Agrupa a 1.400.000 asociaciones y 69 millones de familias cotizantes. Desarrollan algún tipo de actividad voluntaria 94 millones de ciudadanos. Esta masa de trabajo gratuito equivale a 20.500 millones de horas, cuyo equivalente en salarios supondría 176.000 millones de dólares.

A partir de esta dimensión del sector voluntario y de la involución de las prestaciones sociales por parte del Estado, Rifkin propone un pacto entre los gobiernos y dicho tercer sector. Su objetivo es la reconstrucción de una economía social que ayude a restaurar la vida cívica.

Hoy con la economía mercantil estancada, la redistribución estatal de la riqueza en retroceso, sólo un esfuerzo concertado con el voluntariado, también llamado "tercer sector", como punta de lanza sensible, y con el apoyo adecuado del sector público, permitirá hacer frente a las demandas de servicios sociales, así como mejorar su calidad.

Con este pensamiento, Rifkin considera un hecho consumado la lógica dominante de mercantilización de las relaciones sociales y propone como paliativo el uso organizado del trabajo voluntario, más barato y eficiente que el trabajo asalariado.

La propuesta implica cambiar la socioburocracia, que gestiona los segmentos excluidos del mercado de trabajo, por una burocracia sentimental. Es decir, dar pomada a las llagas y olvidarse de la fábrica de llagas. Seguir sin pedir cuentas a un sistema despiadado, oponiéndole sólo buenos sentimientos ante a sus innumerables víctimas.

EL SECTOR VOLUNTARIO EN ESPAÑA

En el Estado Español, el radicalismo político, muy importante en el último franquismo y la transición, pierde primero la batalla de desbancar al comunismo y después ve cómo los movimientos sociales que ha dinamizado durante la primera mitad de los ochenta, se desvanecen o se institucionalizan.

Sobre las ruinas del radicalismo y la parálisis de la militancia comunista tradicional que se debate entre la institucionalización y el desconcierto, se alza como parte visible de una nueva militancia social, el voluntariado o Tercer Sector.

Este fenómeno expresa la diferenciación dentro de la sociedad civil entre el beneficio mercantil como motivación y la cooperación ciudadana para atender necesidades sociales sin ánimo de lucro. En este sentido, el voluntariado constituye una expresión solidaria de la sociedad civil. Un conjunto organizado de personas que desarrollan actividades de interés general, sin recibir contraprestación económica a cambio.

En estos grupos de acción social, suelen disminuir los problemas de hiperpoliticismo, desterritorialización y deshumanización que a menudo presentaba la militancia política tradicional.

Estas actividades tienen la ventaja de la acción benefactora tangible frente a las lejanas utopías. También generan dinámicas sociales alternativas que se constituyen como fábricas de subjetividad y socialización con importantes valores comunitarios.

Sin embargo la definición original de "no gubernamental" contrasta con la dependencia económica de las subvenciones estatales, debido a la débil implantación social y por lo tanto la escasa capacidad de autofinanciación de sus proyectos. También presentan una reducida capacidad de elaboración de un discurso crítico general y caso de tenerlo, de hacerlo llegar a mucha gente.

Aunque el voluntariado supone una forma de vinculación ética entre el individuo y la sociedad, el trabajo voluntario realiza habitualmente tareas de carácter social y no político, al no superar los límites de los proyectos particulares. La tendencia del trabajo voluntario es la realización de funciones que la Administración ha definido previamente como propias del voluntariado.

Las virtudes de solidaridad, utilidad social, horizontalidad, democracia, participación, socialización activa y voluntaria e iniciativa comunitaria guiada por razones y no por intereses, contrastan frecuentemente con actividades generadoras de dependencia en quienes la reciben, la nula o escasa denuncia de las injusticias, el no retorno a la sociedad del conocimiento sobre la causa y la dimensión de la exclusión, la no organización, por unas u otras razones, de la lucha para cambiar la sociedad y, finalmente, en no pocas ocasiones, la ocultación de intereses económicos y profesionales tras la fachada de la acción humanitaria.

La solidaridad y el humanismo consecuentes requieren la politización de la acción solidaria. Sin la identificación de las causas estructurales de la marginación masiva, la exclusión sólo puede percibirse como carencia y no como potencia, como posibilidad de construir sujetos que impidan el despliegue de la lógica que les excluye.

La dimensión del sector voluntario en el Estado Español es irrelevante como alternativa al volumen de paro actual.

Según Julia Montserrat y Gregorio López Cabrero las ONGs de servicios sociales se acercan al millar y empiezan a tener cierto peso en la actividad económica. Sus gastos ascienden a 351.000 millones de pesetas (0,59% del PIB). Esto supone un factor redistributivo que promediado en gasto anual por habitante, ronda las nueve mil pesetas. Estas asociaciones emplean alrededor de cien mil personas (1,41% de la población activa del sector servicios y 0,8% de la población activa total).

A través suyo se canaliza la solidaridad y el altruismo de alrededor de trescientas mil personas voluntarias. El equivalente en jornadas de trabajo completas sería de veinticinco mil puestos de trabajo.

Sin embargo, es necesario tener en cuenta le heterogeneidad de estas ONGs. Se clasifican en dos grupos: las generales y las singulares, que son sólo cuatro (Cáritas, Cruz Roja, ONCE y Obra Social de las Cajas de Ahorros). Estas cuatro entidades singulares, gestionan el 47% del gasto total, el 67% de las subvenciones y el 53% del empleo.

 

6.- A MODO DE CONCLUSION

En un reciente editorial, el periódico que representa a la progresía española, celebraba la "excelente evolución de las magnitudes que dibujan la estabilidad económica del país, indispensable para estar en la Unión Monetaria de 1999". Sin embargo también prevenía del peligro de bajar la guardia en la aplicación de las políticas que han traído tan buenos resultados, recomendando especialmente acometer auténticas "reformas estructurales".

Al observar la realidad social nos encontramos con un panorama no tan brillante. Junto a sectores sociales dinámicos con ocupación y alto nivel de consumo, existen muchos millones de personas que no participan en la fiesta. Siendo el número de asalariados activos de 12,6 millones, más de siete millones de trabajadores se encuentran en una situación de precariedad laboral por ser parados o tener contratos eventuales o a tiempo parcial. Es decir, más de seis de cada diez asalariados/as carecen de empleo estable y, por lo tanto, de recursos para una vida digna.

GLOBALIZACION CONTRA DEMOCRACIA. LA EUROPA DE MAASTRICHT.

Es necesario destacar la coincidencia del mundo de la política y los medios de información españoles con las organizaciones internacionales del capitalismo.

El G7, en su reunión del pasado abril en Lille para analizar el paro a nivel mundial, recomendaba aumentar el control sobre el déficit público de los estados y flexibilizar el mercado de trabajo. El Banco Mundial, a través de su Presidente James Wolfhensson, afirmaba en su informe de 1995 sobre el trabajo en el mundo que "la mejor política laboral es la que está de acuerdo con las leyes del mercado y que era necesario cuidarse de no favorecer a los trabajadores estables frente a los parados y precarios".

El FMI, en su última reunión de septiembre de 1996 en Washington, recomienda la aplicación de políticas que "fomenten el ajuste estructural, la estabilidad financiera, las reformas en el mercado de trabajo y el aumento de la gobernabilidad y el respeto a la ley".

Este pensamiento, aunque unificado, no es único porque es un coro donde coinciden las voces de liberales, socialdemócratas y algunos radicales que, ante las dificultades de luchar por una utopía para todos, han decidido participar en la utopía real para unos cuantos.

Lo que nos propone este pensamiento se basa en nociones como que el interés general se defiende mejor desde el egoísmo privado que desde los poderes democráticos, que la persona tiene como deseo más relevante el consumo y la adquisición de propiedades, que la condición para el cumplimiento de los derechos humanos es el siempre creciente beneficio empresarial y que el mercado resolverá todos los problemas siempre que los trabajadores dejen de comportarse como sindicalistas premodernos y acepten trabajar como, cuando y donde les propongan los empresarios.

Todo esto, en el nombre de Dios. Es decir, en el nombre de una economía de mercado transformada en un poder omnipotente que regula de forma inapelable la vida de los individuos y en la que la libertad consiste en aceptar que, aunque el capital es un producto del trabajo, se ha independizado y parece que es él el que crea el trabajo.

Sin embargo, desde la caída de las economías planificadas, el mundo, enteramente capitalista, resplandece de una triunfal calamidad.

El informe sobre el desarrollo humano en 1996 del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) muestra la independencia entre crecimiento económico y desarrollo humano, así como que la globalización margina a más de cien países, siendo el crecimiento económico a costa del medio ambiente, del crecimiento de la marginación social, del empleo, de las libertades democráticas y de las formas tradicionales de organización social de los países pobres.

En su conferencia de noviembre de 1996 en Quebec, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), informa que más de ochocientos millones de personas pasan hambre, la cuarta parte niños de menos de cinco años.

Es decir, detrás de la llamada a la satisfacción general por parte de los poderes económicos, políticos y mediáticos, legiones de seres humanos comprueban que la condición del progreso es la dramática degradación de sus condiciones de vida. El poder de esas inmensas acumulaciones de capital que, como un espectro, se mueven libremente por encima de las fronteras, nutriéndose de la vida de pueblos enteros, se ha independizado de la soberanía de los Estados Nación y ha creado estructuras políticas funcionales para su reproducción ampliada. Una de esas estructuras es la Unión Europea.

La unión monetaria de Maastricht consagra la independencia política del dinero, representada por los bancos centrales no sujetos a control parlamentario alguno y, desde ese poder, amenazan a los gobiernos si no se pliegan a lo que eufemísticamente llaman "mercados". Es la dictadura, pero en nombre de la democracia.

LA NECESIDAD DE UNA CRÍTICA RIGUROSA

El núcleo de la crítica a la economía capitalista consiste en desvelar la subsunción del trabajo en el capital y los mecanismos constitutivos de la misma.

El trabajo es tan sólo momento y producto de un complejo proceso de producción de la realidad social que sólo se percibe desde la historicidad del capitalismo que hace central el trabajo en un momento y lo retira de la centralidad en otro. Se trata del análisis del mecanismo que somete las condiciones de producción material (y de los sujetos) a las exigencias del capital.

La socialización capitalista implica la subsunción de todas las condiciones de vida. Subsunción como rasgo característico de un proceso dirigido a la constitución de un orden regulado por la lógica del plusvalor. La determinación central es la producción y reproducción social del plusvalor, operada sobre la base de la subsunción del trabajo en capital.

En ausencia de procesos sociales que impugnen la lógica mercantil, ésta coloniza la política y la cultura. Los medios de adoctrinamiento de masas hoy, son capaces de generar una realidad virtual más poderosa para la creación de subjetividades que la realidad real.

Desaparecida la lucha de clases, en el sentido de estar reducida a la mínima expresión y dispersa en episodios aislados, proliferan los programas alternativos en el papel, la ingeniería verbal. Sin embargo estos diseños virtuales, están rigurosamente separados de las masas de excluidos y de las dinámicas de resistencia. Son patrimonio de la intelligentzia de izquierdas. Al mismo tiempo se despliega impetuosamente la civilización capitalista, aumentando sin cesar el número de perjudicados, al tiempo que se reduce hasta la invisibilidad cualquier proceso de confrontación. Es necesario pasar de la lucha de frases a la lucha de clases.

Es necesario desvelar las estructuras de poder que permiten que, a pesar de los enormes aumentos de productividad, el trabajo, o la falta del mismo, siga rigiendo férreamente la vida de las personas, colocando a cada vez más gente en la marginación. Hay que denunciar la colonización de la sociedad por la lógica mercantil y la interiorización de los ciudadanos de dicha lógica (siempre más), frente a la lógica de vida (con esto basta). El capitalismo no sólo está en el interior de las fábricas.

Sin embargo, también hay que poner en primer plano la falta de fines sociales comunes. Hay que desmontar la creencia supersticiosa de que el fin social resulta de la agregación de los intereses individuales y privados en lugar de la persecución por todos y cada uno de nosotros de una vida buena para todos.

Quien crea que para construir la sociedad basta con el trabajo, no puede pensar la sociedad ni a sí mismo. Para tejer vínculo social hace falta que esta actividad sea un fin común.

El problema no es de producción. Hay capacidad productiva de sobra para que todos/as tengamos lo indispensable, sino de distribución de la riqueza. Pero no sólo de distribución de la riqueza sino también de la construcción de la sociedad al margen del trabajo productivo. Es decir, de la creación de lugares donde se discutan los fines sociales y los medios para conseguirlos, de lugares sociales desde donde se practique la política.

Siendo el trabajo la única fuente de recursos de vida para la mayoría de las personas en nuestra sociedad, es exigible el derecho ciudadano a los recursos necesarios para vivir. Con un trabajo digno si lo hay, y si no a costa de la inmensa productividad del sistema.

Es necesario salir de la trampa de considerar el paro como un problema cuya solución es el pleno empleo masculino con unas rentas suficientes para un alto nivel de consumo. Sólo con una autolimitación voluntaria del consumo superfluo podemos generar una alternativa a la lógica del mercado y oponernos consecuentemente a la lógica capitalista.

Tampoco hay que olvidar que trabajo no es lo mismo que empleo. En España más de cinco millones de mujeres, calificadas como "inactivas" por la Encuesta de Población Activa (EPA), realizan la producción y reproducción de la vida en el interior de la familia. Si su trabajo se recogiera en la contabilidad nacional, el PIB (Producto Interior Bruto) sería de más de doscientos billones en lugar de setenta y si estas trabajadoras invisibles decidieran incorporarse al mercado de trabajo en la misma proporción que lo hacen los hombres, sucedería (como ha sucedido en las dos últimas décadas) que la mayoría lo harían por la vía del paro y la subocupación.

Otras alternativas proponen que puesto que la dinámica capitalista es invencible debemos refugiarnos en espacios regidos por los sentimientos y la compasión. Estos espacios, frente a los proyectos ilusorios, representan la solidaridad real. Estos planteamientos, muy válidos al combatir el hiperpoliticismo de la izquierda tradicional, corren el riesgo de agrandar uno de los peores problemas que padecemos: la consideración de que lo que sucede es inevitable, omnipotente, es decir, natural. Este peligro puede conducir a una moral autista que, considerando que nuestro reino no es de este mundo, desaliente la voluntad de acumular fuerzas para frenar esta lógica global y que sirva como bálsamo para las conciencias sensibles, dejando el campo libre al despliegue de la violencia y la injusticia en el mundo.

Agustín Morán.

Centro de Asesoría y Estudios Sindicales (CAES)

Abril 1.997

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